Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 15
LA GRAN ESTAFA
El robo a la Casa de la Moneda
Por la Prof. Beatriz Celina Doallo
Billete
de Banco de veinte pesos emitido por la Casa de Moneda
de la Pcia. de
Buenos Aires, 1 de enero de 1841
Rosas hizo contestar a Escalada que él no había dispuesto entrega alguna de dinero, y llamó a Moreno para que investigara el asunto. En el despacho de Escalada el Jefe de Policía obtuvo una buena descripción de José MuriIlo: hombre de mediana edad, de barba y bigote oscuros, alto, delgado, con anteojos, vestido con ropas de muy buena calidad, levita negra y sombrero del mismo color, portando cintillo y divisa federal, y con acento de hijo del país. Un dato importante para la pesquisa fue la numeración correlativa de los billetes, que facilitaría su identificación en caso de ser utilizados de inmediato. Moreno instruyó a Escalada y a los subordinados de éste acerca de mantener una total reserva sobre esta información, a fin de que Murillo se considerara a salvo. Cabe destacar que este sigilo se extendió hasta el mismo personal policial, al que no se dio cuenta de lo ocurrido en la Casa de la Moneda.
Moreno requirió la ayuda de la Capitanía del Puerto, a la que dió las señas de Murillo explicando que se trataba de un robo en una casa de familia; se vigilaron todas las salidas de la ciudad por tierra o por el río.
La venta de onzas de oro, aunque permitida, estaba sujeta a contralor. El 29 de diciembre un comerciante comunicó haber vendido a Antonio Vidal, ciudadano de la Banda Oriental, la cantidad de 315 onzas por el monto de cien mil pesos, en la mañana del 28 de diciembre. Vidal había dado como domicilio circunstancial la Posada del Globo, en la calle de Mayo. Ese mismo día 29 Moreno hizo custodiar con discreción el hospedaje para evitar la posible fuga de Vidal, en tanto constataba personalmente que los billetes recibidos por el comerciante correspondían a la lista suministrada por la Casa de la Moneda. En el libro de registro de la posada figuraba que Vidal había llegado a Buenos Aires el 27 de diciembre, proveniente de Montevideo y en al vapor inglés Prince. El viajero estaba en su habitación, fue detenido, y se hallaron 315 onzas de oro y un millón novecientos mil pesos en una maleta. Entre las ropas de Vidal, quien dijo llamarse Andrés Villegas, ser natural de Montevideo, de edad de 38 años y casado, se encontraron otros elementos comprometedores: un salvoconducto para ingresar y salir del país con la firma de Rosas tan bien falsificada como la que exhibía la orden a Escalada y un sello de yeso con las iniciales J.M.R., también aplicado a esa orden fraudulenta.
Villegas confesó haber tramado la estafa acuciado por la miseria que le impedía mantener a sus cinco hijos. La justificación dada por el estafador no satisfizo a Moreno; la buena calidad de sus ropas y equipaje desmentía su alegato de pobreza extrema. El dueño de la posada y uno de los criados atestiguaron que menos de una hora después de que Vidal solicitara alojamiento se hizo presente un individuo bien vestido preguntando por el huésped, en cuya habitación permaneció solamente unos pocos minutos.
Interrogado sobre este visitante, el detenido negó haber recibido visita alguna. Se le condujo engrillado a le Cárcel del Cabildo, que pertenecía a la jurisdicción policial desde 1822, en tanto Moreno llevaba las 315 onzas de oro al comerciante, recibía los cien mil pesos en que éste las vendiera, y restituía el total de la suma estafada al Presidente de la Casa de la Moneda ante los mismos empleados que presenciaran, cuarenta y ocho horas antes, la entrega del dinero a José Murillo.
Munido del recibo oficial, el Jefe de Policía compareció ante el Gobernador para informarle que el caso estaba resuelto, y su presunción de que las motivaciones de Murillo/Vidal/Villegas, o comoquiera se llamara el estafador, no eran las que declarara, y que éste contaba con, al menos, un conocido, y tal vez un cómplice en Buenos Aires.
El 5 de abril de ese mismo año había tenido lugar el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas. La Federación estaba jaqueada, y una defraudación de tal magnitud, en un marco de circunstancias sospechosas, mostraba la vulnerabilidad de la seguridad interior. En la mañana del 30 de diciembre el estafador fue fusilado en el patio de la cárcel; se le enterró en el Cementerio del Norte bajo el último nombre que utilizara: Andrés Villegas.