sábado, 1 de septiembre de 2007

Opiniones de San Martín

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 16 


OPINIONES DE SAN MARTIN 

Sobre su ejército: “De lo que mis muchachos son capaces, sólo yo lo sé; quien los iguale habrá, pero quien los exceda, no”.

Sobre el Alte Brown: “…yo no tengo el honor de conocerlo, pero como hijo del país me merecerá siempre eterno reconocimiento por los servicios tan señalados que le ha prestado”. En carta a José M. Díaz Vélez, 6 de febrero de 1829.

Sobre Bernardino Rivadavia: “Ya se habrá enterado sobre la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa, y solo ha contribuido a dividir los ánimos…yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona…” En carta a Bernardo O’Higgins, 20 de octubre de 1827.

Sobre el Brig. General Rosas: “…jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos”. En carta a Juan M. de Rosas, 2 de noviembre de 1848.

Sobre la verdad: “Amor a la verdad y odio a la mentira”. En “Máximas para mi hija”.

Sobre su confianza en el juicio de Dios: “Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos... esperemos serenos los designios de Dios...” En carta a Bolívar en 1822. 

Sobre los partidos de terroristas, comunistas y socialistas: “El inminente peligro que amenaza a la Francia (en lo más vital de sus intereses) por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objetivo de despreciar no sólo el orden y civilización sino también la propiedad, religión y familia…” En carta al Presidente del Perú, Mariscal Castilla en 1848.

Sobre los unitarios: “…pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonia ni el sepulcro la puede hacer desaparecer” En carta a Juan M. de Rosas, 10 de junio de 1839.

Sobre el respeto a la religión: “Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su adorable Madre e insultare la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del Cuerpo”. Primer artículo del Código Militar de San Martín.

Sobre su confianza en la ayuda divina: “...Nuestros sucesos no pueden ser más prósperos. Dios nos ayuda, porque la causa de América es suya; ésta es mi confianza”. En carta a O’Higgins en 1820.

Comparación de dos hazañas

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 16 



COMPARACION DE DOS HAZAÑAS 

El 19 de enero de 1817 San Martín emprendió su partida hacia Chile al frente de su ejército de 5.423 hombres, procediendo al cruce de la cordillera de los Andes. En un trabajo publicado en la revista “Todo es Historia” Nº 16 del mes de agosto de 1968, titulado “El Paso de los Andes”, el historiador Guillermo Furlong S.J. detalló la epopeya andina que realizó el Padre de la Patria.

Dice Furlong: "El general Leopoldo R. Orns­tein que con tanto saber histó­rico y militar se ha ocupado del paso de los Andes, ha escrito que "algunos tratadistas han establecido un parangón entre el paso de los Andes con el de los Alpes por Aníbal, primera­mente, y por Napoleón después. La similitud es muy relativa, por cuanto difieren en forma muy pronunciada las dimensiones y características geográficas del teatro de operaciones, como también los medios y recursos con que fueron superadas en cada caso ambas cadenas orográficas. Esas diferencias son, precisamente, las que presentan la hazaña de San Martín como algo único en su género".

En efecto: Aníbal cruzó los Alpes por caminos que, ya en esa época, eran muy transita­dos, por ser vías obligadas de intercambio comercial y aun­que no pueda afirmarse que su transitabilidad fuese fácil, tam­poco debe considerarse que pu­diera presentar grandes dificul­tades, puesto que el general car­taginés pudo llevar consigo ele­fantes, carros de combate y lar­gas columnas de abastecimiento.

San Martín atravesó los An­des por empinadas y tortuosas huellas, por senderos de corni­sa, que sólo permitían la ma­cha en fila india, imposibilitado materialmente de llevar vehículos y debiendo conducir a lomo de mula su artillería, municio­nes y víveres, aparte de haber tenido que recurrir a rústicos cabrestantes e improvisados tri­neos para salvar las más abrup­tas pendientes con sus cañones.

¿Habría podido Aníbal fran­quear las cinco cordilleras de la ruta de Los Patos, escalando con elefantes y vehículos los 5.000 metros del paso Espina­cito?

Terminemos estas líneas, -sigue diciendo Furlong- recordando cómo Vicente Fidel López nos dice que "los escrito­res alemanes de la escuela de Federico, en una época (1852) en que buscaban ejemplos y lecciones para su ejército, consideraron digno de ser estudia­do el paso de los Andes, como un modelo, deduciendo de él enseñanzas nuevas para la guerra".

En su artículo, Furlong realizó un gráfico comparando las dos azañas: El cruce de los Alpes por Napoleón y el cruce de los Andes por San Martín:

NAPOLEON, conduce el grueso de su ejército por el Gran San Bernardo, salvándolo a 2.500 metros de altura, con todos sus vehículos y artillería, incluso la pesada.

SAN MARTIN, conduce el grueso de su ejército por la ruta de Los Patos y traspone 5 cordilleras, de las cuales la más elevada es franqueada por el Espinacito, a 5.000 metros de altura, sin poder llevar nin­gún rodado.

NAPOLEON, acompaña el avance principal con cuatro destacamentos segundarios: Destacamento Thurreau, por el Monte Cenis (3.600 metros). Destacamento Chabrán, por el Pequeño San Bernardo (2.200 metros). Destacamento Moncey, por el San Gotardo (2.100 mts).

SAN MARTIN, acompaña el avance principal con una división menor y cuatro destacamentos secundarios: Di­visión Las Heras, por los pasos Iglesia. (3.400 mts.) y Bermejo (3.300 mts.). Destacamento Zelada, por el paso Come-Caballos (4.100 mts.). Destacamento Cabot, por el paso de Guana (4.200 mts.). Destacamento Lemos, por el paso Portillo y paso Pluquenes (4.500 mts.). Destacamento Freire, por el paso Planchón (3.800 mts.).

Amplitud del frente de operaciones: NAPOLEON: 160 kms.; SAN MARTIN: 800 kms.

El ancho de la zona montañosa cruzada por NAPOLEON fue de 100 kms., mientras que la cruzada por SAN MARTIN, fue de 350 kms.

Alturas máximas franqueadas. NAPOLEON: Con el grueso: 2.500 mts., con destacamentos: 3.600 mts. SAN MARTIN: Con el grueso: 5.000 mts., con destacamentos: 4.500 mts.

Recorridos máximos y mínimos: NAPOLEON: 280 y 135 kms. respectivamente. SAN MARTIN: 750 y 380 kms. respectivamente.

NAPOLEON pudo contar con recursos: en la zona alpina existían varios centros poblados y valles con producciones diversas.

SAN MARTIN no pudo contar con recursos: en la zona andina era total la ausencia de poblaciones. Los valles eran áridos sin productos de ninguna clase.

La gran estafa - El robo a la Casa de la Moneda

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 15 



LA GRAN ESTAFA

El robo a la Casa de la Moneda


Por la Prof. Beatriz Celina Doallo

En Buenos Aires y desde septiembre de 1845 era Jefe de Policía interino el Oficial 1° Juan Moreno, que se desempeñaba desde 1830 y al que se le reco­nocían cualidades de sagaz investigador. El 27 de diciembre de 1851 el Presidente de la Casa de la Moneda, don Bernabé Escalada, recibió, por intermedio de un individuo que se presentó como José Murillo, una orden firmada por don Juan Manuel de Rosas para entregar al portador la suma de dos millones de pesos. A las 20:45 horas de ese día, y a pesar de las advertencias de sus subalternos, Escalada, en presencia del Jefe de Tesorería Leonardo González, del Contador Manuel Terry y de Manuel Ambrosio Gutiérrez, llavero de la institución, entregó una bolsa de tela gruesa con dos paquetes de mil billetes de mil pesos cada uno a MuriIlo, quien, al pie de la carta del Gobernador, firmó el acuse de recibo. Aunque la cuantía del pedido y el procedimiento eran inusuales, Escalada no dudó en acatar la orden de Rosas, a quien esa misma noche remitió una nota informándole haber cumplido sus instrucciones.

Billete de Banco de veinte pesos emitido por la Casa de Moneda
de la Pcia. de Buenos Aires, 1 de enero de 1841

Rosas hizo contestar a Escalada que él no había dispuesto entrega alguna de dinero, y llamó a Moreno para que investigara el asunto. En el despacho de Es­calada el Jefe de Policía obtuvo una buena descripción de José MuriIlo: hombre de mediana edad, de barba y bigote oscuros, alto, delgado, con anteojos, vesti­do con ropas de muy buena calidad, levita negra y sombrero del mismo color, portando cintillo y divisa federal, y con acento de hijo del país. Un dato importante para la pesquisa fue la numeración correlativa de los billetes, que facilitaría su identificación en caso de ser utilizados de inmediato. Moreno instruyó a Escalada y a los subordinados de éste acerca de mantener una total reserva sobre esta información, a fin de que Murillo se considerara a salvo. Cabe destacar que este sigilo se extendió hasta el mismo personal policial, al que no se dio cuenta de lo ocurrido en la Casa de la Moneda.

Moreno requirió la ayuda de la Capitanía del Puerto, a la que dió las señas de Murillo explicando que se trataba de un robo en una casa de familia; se vigilaron todas las salidas de la ciudad por tierra o por el río.

La venta de onzas de oro, aunque permitida, estaba sujeta a contralor. El 29 de diciembre un comerciante comunicó haber vendido a Antonio Vidal, ciudadano de la Banda Oriental, la cantidad de 315 onzas por el monto de cien mil pesos, en la mañana del 28 de diciembre. Vidal había dado como domicilio circunstancial la Posada del Globo, en la calle de Mayo. Ese mismo día 29 Moreno hizo custodiar con discreción el hospedaje para evitar la posible fuga de Vidal, en tanto constataba personalmente que los billetes recibidos por el comerciante correspondían a la lista suministrada por la Casa de la Moneda. En el libro de registro de la posada figuraba que Vidal había llegado a Buenos Aires el 27 de diciembre, proveniente de Montevideo y en al vapor inglés Prince. El viajero es­taba en su habitación, fue detenido, y se hallaron 315 onzas de oro y un millón novecientos mil pesos en una maleta. Entre las ropas de Vidal, quien dijo llamarse Andrés Villegas, ser natural de Montevideo, de edad de 38 años y casado, se encontraron otros elementos comprometedores: un salvoconducto para ingre­sar y salir del país con la firma de Rosas tan bien falsificada como la que exhibía la orden a Escalada y un sello de yeso con las iniciales J.M.R., también aplicado a esa orden fraudulenta.

Villegas confesó haber tramado la estafa acuciado por la miseria que le impe­día mantener a sus cinco hijos. La justificación dada por el estafador no satisfi­zo a Moreno; la buena calidad de sus ropas y equipaje desmentía su alegato de pobreza extrema. El dueño de la posada y uno de los criados atestiguaron que menos de una hora después de que Vidal solicitara alojamiento se hizo presen­te un individuo bien vestido preguntando por el huésped, en cuya habitación permaneció solamente unos pocos minutos.

Interrogado sobre este visitante, el detenido negó haber recibido visita alguna. Se le condujo engrillado a le Cárcel del Cabildo, que pertenecía a la jurisdicción policial desde 1822, en tanto Moreno llevaba las 315 onzas de oro al comercian­te, recibía los cien mil pesos en que éste las vendiera, y restituía el total de la suma estafada al Presidente de la Casa de la Moneda ante los mismos emplea­dos que presenciaran, cuarenta y ocho horas antes, la entrega del dinero a José Murillo.

Munido del recibo oficial, el Jefe de Policía compareció ante el Gobernador para informarle que el caso estaba resuelto, y su presunción de que las motivaciones de Murillo/Vidal/Villegas, o comoquiera se llamara el estafador, no eran las que declarara, y que éste contaba con, al menos, un conocido, y tal vez un cómplice en Buenos Aires.

El 5 de abril de ese mismo año había tenido lugar el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas. La Federación estaba jaqueada, y una defraudación de tal magni­tud, en un marco de circunstancias sospechosas, mostraba la vulnerabilidad de la seguridad interior. En la mañana del 30 de diciembre el estafador fue fusilado en el patio de la cárcel; se le enterró en el Cementerio del Norte bajo el último nombre que utilizara: Andrés Villegas.

Rosas y sus adversarios

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pags. 12 a 14 



Juan Manuel de Rosas - Periódico El Restaurador
Le ofrecemos al lector el capítulo I de "El Nacionalismo de Rosas", de Roberto de Laferrère

ROSAS Y SUS ADVERSARIOS



El vasto silencio de los historiadores unitarios ha sido roto por el doctor Lavalle Cobo, que no es historiador. El silencio, pues, se prolonga detrás de él, en las sombras de la historia oficial: y el doctor Lavalle Cobo se lanza solo, en una carga de caballería que, como alguna de su vehemente antepasado, es una carga en el vacío: fuera del campo de batalla. Esto será lo que procure demostrar aquí, reprimiendo, a mi vez, cualquier “virulencia patriótica” y con el respeto y la simpatía que por tantas razones, directas e indirectas, me merece el doctor Lavalle Cobo.


Yo tampoco soy historiador, y esto bastaría a excluirme del debate, a no mediar aquel silencio, que también a mí me habilita para ensayar, aunque con “pluma vacilante”, la defensa del General Rosas. Tarea en cierto modo fácil, para quienes no han aprendido en los textos clásicos a ignorar la historia – y hasta la geografía – de su país, y escaparon al peligro de obscurecer en ellos para siempre su visión del pasado. Somos muchos, así, los que estamos aligerados de fantasmas y en actitud de comprender, dentro de las limitaciones naturales de cada uno, el sentido de hombres y acontecimientos desfigurados en las crónicas por los protagonistas de una lucha que ellos mismos nos contaron.

Curiosos de otros libros y documentos, el azar de las lecturas nos llevó a comprobar, con asombro, primero, y con irritación después, que en el relato de este episodio, en la explicación de aquél motín, en la semblanza de tal personaje o en la definición de tal partido, los cronistas no habían respetado la verdad: con lo que perdieron ellos nuestro respeto. Descubrimos que no era indispensable ser eruditos para averiguar que hasta la versión del movimiento de Mayo nos había sido falsificada; que la verdadera independencia nacional fue proclamada por los montoneros del año 20, “contra” el Congreso de Tucumán, y las veleidades monárquicas de los directoriales unitarios; que la Banda Oriental, escarnecida durante años por ciertos hombres de Buenos Aires, había sido “entregada” a los portugueses, en acuerdo secreto con Inglaterra, y que, después de Ituzaingó, nos separó definitivamente de ella la acción de Rivadavia y sus agentes diplomáticos, quienes respondían a las exigencias apremiantes de Cánning, contra la política argentina de Dorrego; que Lavalle, instrumento ciego en manos ocultas, fusiló a Dorrego sin justicia, sin autoridad, sin proceso y sin discernimiento, en un arrebato de granadero, y que las luchas sobrevinientes entre unitarios y federales, “europeístas” y “americanos”, “civilización” y “barbarie”, no representan sino las maquinaciones y arterías de los extraños para romper la unidad del antiguo Virreynato, crear cuatro países débiles en el lugar de uno fuerte, oponer la influencia del Brasil a la nuestra en Sud América, consolidar el dominio inglés en el Río de la Plata y sustituir con el tiempo la población nativa –los gauchos de Martín Fierro – con los inmigrantes desarrapados –“Juan Sin Ropa”– y analfabetos, que también representaban la “civilización” de Europa…


Los unitarios

El nacionalismo de Rosas se define, ante todo, por su oposición a los unitarios, quienes desde 1812, con Rivadavia frente a Artigas, hasta después de Caseros, estuvieron siempre al servicio, más o menos deliberado, de aquel plan de dominación extraña. Al juzgar la conducta de sus jefes de las logias secretas, cabe pensar, en su excusa, que les faltaba el sentimiento de la nacionalidad. No lo traicionaron, porque no lo tuvieron. Para los más caracterizados entre ellos, ser argentino era ser porteño, y ser porteño era un fenómeno de cultura personal, rara vez logrado en sus filas, porque, la verdad sea dicha, todo el partido unitario no produjo una docena de espíritus verdaderamente cultos. Los más ilustres, los más famoso hoy, eran literatos o poetas, que, a título de tales, pretendían erigirse en los supremos legisladores de la nacionalidad. En cualquier caso, fueron extraños al país, cosa que tardaron en descubrir, pues por un fenómeno característico de su vanidad, al principio concibieron éste a imagen y semejanza suya, y luego, al comprobar la contradicción, dictaminaron que el país estaba equivocado. Vivieron mirando a Europa, de espaldas a la tierra en que habían nacido, de la que se avergonzaban sin ocultarlo, como se avergüenzan los guarangos modernos. En el fondo no se sintieron nunca compatriotas del hombre del interior o de las campañas de Buenos Aires o de los arrabales porteños. Lo despreciaron, porque se creían superiores a él, cuando sólo lo eran en algunos aspectos, los de su cultura social y libresca, es decir lo menos importante en la vida que les había tocado vivir.

En el origen de su política centralista no hay una doctrina –tan pronto eran republicanos como monárquicos– sino un interés de clase o de grupo que aspira a tener un país propio para gobernarlo e imponerle por decreto –o mejor dicho por ley, pues eran legalistas– la cultura “europea”: no española, ni inglesa, ni francesa, nada definido, sino “europea”, así en abstracto: lo único que no había existido ni podía existir en ninguna parte de Europa. Todo hace creer que confundieron la cultura con las modas de la época y no comprendieron nunca que en la formación de una cultura nacional –de acuerdo al modelo europeo, precisamente– no podía prescindirse de la realidad nacional, el sujeto de la cultura. Pero esta realidad era lo que ellos no aceptaban. Querían rehacerla conforme a sus “ideas”, que habían convertido en ídolos. Y sus “ideas” no nacían de la experiencia, en el mundo que vivían: les llegaban, como las levitas, confeccionadas en otra parte.

La desvinculación de las ideas con la realidad es el caos, la locura. Rivadavia, el “visionario”, era ante todo un loco: un loco de la política; su cordura renacía en la vida privada, donde no interesaba a nadie. Sus adláteres –algunos de ellos siniestros por su perversidad sanguinaria– eran también los hombres de las contradicciones y de las incoherencias. Se llamaron unitarios, pero no admitían que la nacionalidad es una unidad moral que se prolonga a través de las generaciones, y conspiraron contra la unidad de raza, de religión, de costumbres, de tradiciones, de cultura, en el pueblo argentino. Así confundieron progreso con sustitución, ignorando que sólo progresa lo que se perfecciona en el sentido de lo que ya es. Y nunca se propusieron el progreso del pueblo argentino, sino su trocamiento en otro pueblo distinto, que no sería hispánico, ni latino ni tendría pasado respetable porque lo habría repudiado. El ideal de los unitarios –que después extremó Alberdi hasta el absurdo de las Bases– consistía en hacer del argentino real un ente tan descaracterizado como las propias imágenes con que sustituían las ideas ausentes. Los hombres de la realidad se levantaron contra ellos y los expulsaron del país. En eso consistió su tragedia de desterrados.

Pero antes habían llevado a la política el desorden de sus “ideas”, convulsionando a las catorce provincias con sus tentativas de predominio ilegítimo. Al aproximarse el año 20, comprobado su fracaso en el gobierno y sintiendo que el suelo temblaba bajo sus pies, creyeron que el país se hundía con ellos, porque ellos eran el país, y pidieron el Protectorado de Inglaterra o mendigaron en España y en Francia –¡y hasta en Suecia!– un monarca extranjero. Repudiados, con la Constitución de Rivadavia, que era su obra maestra, utilizaron a Lavalle sublevado para iniciar la guerra civil. Cuando el orden se salvó con Rosas, conspiraron contra el orden, siempre a la zaga de los extranjeros, para establecer aquí “la influencia de Francia”, o para desmembrar la nación, después de declararla disuelta, o para entregar los ríos interiores al dominio internacional, o para garantizar en forma perdurable la independencia de las antiguas provincias segregadas.

¿Traidores? La palabra es terrible y desagradable de aplicar, si no es en un sentido metafórico. Preferible es creer que Florencio Varela, por ejemplo, llegó a ser un desarraigado sin patria, ciudadano de una República inexistente, que había perdido en el exilio cualquier resto de solidaridad con los hombres de su tierra. No olvidemos, por los demás, que con los unitarios militaron algunos guerreros de la independencia y que un patriota como Chilavert siguió también la política de Montevideo, hasta descubrir su entraña, antes escondida a sus ojos, que no eran de lince. ¿Cuántos habrán estado en la misma situación de engañados? Esto nunca lo sabremos. El General Paz rechazó el proyecto de separar a Entre Ríos y Corrientes de la Confederación Argentina que sometió Varela a su aprobación. Pero ese mismo rechazo de Paz, la sorpresa de Chilavert y los escrúpulos que más de una vez confesó Lavalle antes del 40, prueban que el fondo de la conspiración unitaria era sombrío y que convenía mantenerlo oculto. Esa gente no “procedía a la luz del día”…

En general, y aunque nos cueste reconocerlo a los que también somos sus compatriotas, podemos decir con verdad que esa política que consistió, desde sus comienzos, en negar el país, y concluyó conspirando contra su integridad territorial, era en sí misma una traición a los hombres de la Conquista y de la Revolución. Era una traición a la historia, a los antepasados: una traición de los hijos a los padres.


La figura de Rosas

Frente a esa política, tan obcecadamente mantenida, la figura de Rosas se agiganta como la del principal defensor de la nacionalidad, en una lucha a muerte que dura, para él, más de treinta años. Es el representante de lo argentino, de lo nuestro, en conflicto con los extraños, cuyos propósitos hostiles nada tenían que hacer con la Civilización ni con la Cultura, brillantes chafalonías con que se buscaba deslumbrar a los incautos. Ese es el sentido que tiene Rosas para nosotros, los que procuramos rehabilitar su nombre, por eso ilustre, ante las nuevas generaciones. En vano se insistirá en renovar los viejos motivos de repudio, calificando lo nacional de “bárbaro” y de “salvaje” en un curioso empeño de exhibirnos ante los demás como un pueblo de inferiores. No lo creemos. Se podría probar sin esfuerzo que en ninguna otra parte del mundo el hombre de la tierra ha sido superior al gaucho, ni tan rico en calidades esenciales, ni tan susceptible de un rápido perfeccionamiento individual. En vano también se procurará restaurar las viejas diatribas personales contra Rosas. Están demasiado desacreditadas.

¿Era inclemente? No nos interesa. No fue clemente Moreno con Liniers, ni Castelli con Nieto, ni Rivadavia con Álzaga, ni Bolívar con Policarpa Salabarrieta, ni O’Higgins con los Carrera, ni Urquiza con Chilavert. ¿Lo era acaso Sarmiento cuando se regocijaba en público por el fusilamiento del héroe de Martín García, proclamaba la necesidad de asesinar a Urquiza o aconsejaba a Mitre que “no ahorrase sangre de gauchos”?

Rosas, que no gobernó un día, fusiló muchos unitarios. Se nos ha enseñado que las luchas entre éstos y los federales era una simple lucha de partidos en desacuerdo por doctrinas políticas, como podría serlo la de los radicales y conservadores de hoy, si tuvieran doctrinas. Pero esto es falso. A partir de 1838, esa lucha tuvo el carácter de internacional que los unitarios por propia voluntad le dieron al sumarse a los extranjeros que guerreaban contra el país. Acaso seguían creyendo que el país eran ellos, pero este error no valía para Rosas, ni puede valer hoy para nosotros al juzgar a Rosas y a sus adversarios. Sorprendidos en sus maquinaciones, eran fusilados como Ramón Maza, o muertos en la persecución que seguía a las batallas, como Berón de Astrada o en la exaltación que su propia conducta provocaba en la ciudad bloqueada y humillada por las dos escuadras más poderosas de la tierra. No necesitó iguales motivos Urquiza para matar a todos los soldados de la división Aquino, en las mismas calles de Buenos Aires. ¿Abusos? Mil se habrán cometido, como en todas las épocas de guerra civil, en Francia, en España, en Inglaterra, en Alemania, en Italia. Como se cometen actualmente aquí, en plena era de paz democrática, con motivo de cualquier acto electoral: en San Juan, hace poco tiempo. Con sólo los asesinados en el siglo XX, por razones políticas, podríamos construir otras tablas de sangre como las de Rivera Indarte.

Pero los fusilamientos de Rosas no son objetables en su época y en las circunstancias del país, que vivía bajo la ley marcial. Sólo en los pueblos bárbaros, formados por tribus o bandas, no se castiga con la máxima severidad a los que conspiran contra las autoridades para derrocarlas, en momentos de un peligro nacional. Las pasiones de entonces eran candentes; los juicios con que unos a otros se condenaban, lapidarios. Era “acción santa matar a Rosas”, según el lema de Rivera Indarte. Había que colocarse a la recíproca. Lavalle mismo fue despiadado al condenar la unión con los franceses antes de aceptarla en una de sus frecuentes desviaciones. Los rosistas de hoy no la hemos calificado con igual virulencia. “Los dos diarios de Montevideo – escribía el general– están de acuerdo sobre la unión con los franceses… Estos hombres, conducidos por un interés propio muy mal entendido, quieren trastornar las leyes eternas del patriotismo, el honor y el buen sentido; pero confío en que toda la emigración preferirá que la revista (una de las publicaciones unitarias) la llame estúpida a que su patria la maldiga mañana con el dictado de vil traidora”.

Más tarde, Lavalle cambió de opinión; Rosas, no. ¿Con qué violencia no hubiera obrado aquél, en la posición de éste, contra los que llamaba “viles traidores”? Aterra pensarlo, cuando recordamos el drama de Dorrego, fusilado sin causa…


Rosas y la unidad nacional 

(Se)…le censura a Rosas que no hiciera la organización nacional. ¿Quién lo hizo antes de él? ¿Quién pudo hacerla? ¿Y cómo podía Rosas darnos la organización nacional en medio de la guerra que durante los 17 años de su segundo gobierno le llevaron sus enemigos internos en alianza con los bolivianos o con los franceses o con los ingleses o con los paraguayos o con los brasileños o con los orientales de Rivera o con todos a la vez?

Hizo mucho más que eso, sin embargo. Nacido a la política como reacción espontánea contra la anarquía de los partidos, sofocó por la fuerza de una guerra victoriosa y las artes de la diplomacia más sutil, a todas las facciones adversas: lo mismo que los unitarios habían ensayado antes, pero sembrando la ruina y el desorden. Así impuso en los hechos, en la realidad inconmovible de las cosas, la unidad nacional y creó en el país el hábito de la obediencia y el respeto a la autoridad. Y ese hecho fundamental no le será nunca suficientemente agradecido por las generaciones del futuro que reflexionen con serenidad y con lucidez sobre el proceso de la formación argentina.

Su empresa era la de la fuerza en acción: la violencia, la guerra, únicos métodos capaces de restaurar el orden de un país convulsionado por los anarquistas y amenazado desde el exterior. Una Constitución escrita, de la que emanase el poder capaz de dominar el desorden, hubiese creado el despotismo permanente, para Rosas y los que le siguieran. Si, por temor al despotismo, se creaba un poder constitucional moderado, su debilidad en las circunstancias nos volvería a la anarquía o violaba el Gobierno la Constitución con el pretexto de sostenerla. Con estos mismos argumentos, Facundo Zuviría, presidente de la Convención del 53, sostuvo al iniciar ésta sus deliberaciones que no había llegado todavía el momento de dar una Constitución escrita al país. Era partidario de una autoridad de hecho o fundada en convenciones circunstanciales, que pudiera ejercer el poder con todo rigor, sin comprometer ningún principio permanente. Las razones que defienden a Rosas eran las de Zuviría, su enconado adversario político de 30 años.

Rosas sabía, por lo demás, que la Constitución no podía ser la obra suya, sino la consecuencia de su obra. Que ésta, la pacificación del país, no había concluido lo prueba el hecho de que, en definitiva, los rebeldes concluyeron con él. Pero nadie podrá negarle la gloria de haber constituído la nación en los hechos con sus empresas de treinta años, desde el 20, en que sofocó por primera vez la anarquía, hasta el 52, en que entregó las provincias unificadas a sus vencedores ocasionales. El acuerdo de SAN NICOLAS fue el acuerdo de los gobernadores de Rosas.

Lo que sucedió después de Caseros, lo justifica aún más ante la historia. Urquiza quiso hacer lo que Rosas no había hecho y atrajo consigo a los unitarios, en un prematuro ensayo de organización nacional. Con los unitarios en el partido gobernante, creó el cisma en el gobierno mismo. Rota la unidad de Rosas, no vino la unidad de Urquiza, sino la anarquía de los unitarios otra vez, pero con ellos dueños de Buenos Aires. Diez nuevos años de guerra civil, acaso los más sangrientos de todos, otros diez de revueltas y de tumultos, de persecuciones y de injusticias, y el asesinato de Urquiza, siguieron al derrocamiento de Rosas, mientras el extranjero, que había atisbado pacientemente la oportunidad propicia a sus intereses, sacaba los mejores frutos de una victoria de armas, que, lejos de ser una victoria de los argentinos, se convirtió con el tiempo, en la más grande derrota de su historia. Caseros.

Roberto de Laferrère, una pasión Argentina

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 11 



ROBERTO DE LAFERRERE

UNA PASIÓN ARGENTINA 


Por el Dr. SANDRO F. OLAZA PALLERO 

Roberto de Laferrère fue un digno exponente de la generación que actuó entre las décadas del 20 y el 30, cuando los cambios operados en el mundo repercutieron en nuestra patria. Nació en Buenos Aires el 10 de enero de 1900, hijo del escritor y político Gregorio de Laferrère y de Teodosia Leguineche Ezcurra, descendiente ésta de la familia de la esposa del Restaurador. Sus antepasados lucharon contra los invasores ingleses, en la guerra de la Independencia y en las luchas civiles.



Roberto se inició como periodista en La Fronda –periódico conservador- y El Fortín –publicación nacionalista-, donde dio rienda suelta a su agudeza para burlarse de los hombres solemnes o grotescos, y de los aspectos ridículos de la vida. Entre los años 1921 y 1922, Roberto escribió asiduamente en Tribuna Demócrata órgano del Partido Demócrata Progresista.
La situación política del país, con su sistema electoral que elevaba al gobierno y al parlamento a los hombres más mediocres e ineptos –sacados del comité-, que no representaban ningún valor social, cultural, económico o laboral, ni defendían las aspiraciones legítimas populares, lo llevaron al convencimiento de lo nefasto del régimen imperante.

En febrero de 1928 publicó un suelto en La Fronda titulado “Larreta vs. Larreta”, que ocasionó una reacción negativa de Enrique Larreta, quien lo retó a duelo. Por esos años, La Fronda contó también con un escogido plantel de redactores y colaboradores: Alfonso de Laferrère; Ernesto Palacio; Fausto de Tezanos Pintos; Leopoldo Lugones; Alberto Contreras y otros.

Laferrère fue uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas el 6 de agosto de 1938 y formó parte de su comisión directiva y del Cuerpo Académico de esta entidad. En el segundo y tercer número de la Revista del Instituto Rosas publicó el artículo “El nacionalismo de Rozas” (1939), donde contestaba al doctor Lavalle Cobo quien fue autor de un artículo ofensivo a Rosas en el diario La Nación: “En su artículo de La Nación, -dice Laferrère- el doctor Lavalle Cobo ha intentado demostrarnos que el nacionalismo de Rosas era una impostura. Los verdaderos nacionalistas, los patriotas auténticos de su época, serían los unitarios que se aliaron a los extranjeros de seis países en una guerra contra el suyo propio que duró 17 años…”

En su otro trabajo “Cómo ofreció Rosas las Malvinas” (misma Revista N° 12, 1946) analizó la actuación de Rosas en este tema ante la presión de los acreedores ingleses para cobrar compulsivamente la deuda por el empréstito tomado por Rivadavia a la banca Baring Brothers Brothers y Cía y cuya garantía era todo el territorio nacional.

El patriotismo de Laferrère –profundamente enraizado en la “vieja Argentina”– no era de esos que se empeñan en resucitar añoranzas pretéritas. Concebía la patria como heredad de los argentinos; exclusivamente de los argentinos: rancios o crudos; a fin de que éstos y aquéllos continuaran, en estrecha comunidad, el derrotero abierto por los capitanes de la conquista que incorporaron el territorio a la civilización; el de los primeros pobladores y colonizadores que nos dieron la etnia, la religión y la cultura.

Durante diciembre de 1942, celebró sus sesiones el “Congreso de la Recuperación Nacional”, que se había constituido por inspiración de Laferrère y Alberto Caprile (h). Su objetivo fue convocar a un futuro Congreso del Nacionalismo, a reunirse el año siguiente con una Junta Ejecutiva integrada por conspicuos miembros de esa corriente política. Pero este congreso no se llevó a cabo a raíz de los sucesos del 4 de junio de 1943, que dieron por tierra con la ficticia legalidad imperante en el país.

Laferrère y su amigo, el historiador Guillermo Gallardo, participaron de la conspiración del general Benjamín Menéndez en 1951 contra el gobierno de Juan Domingo Perón, pero esta asonada fracasó y ambos terminaron presos en la Penitenciaría de la calle Las Heras más de tres meses.

Este ilustre patricio falleció el 31 de enero de 1963. Al día siguiente Carlos Ibarguren (h) pronunció unas palabras de homenaje a Laferrère: “Un deber de amistad me impulsa a decir estas palabras de despedida frente al cadáver de Roberto Laferrère, en nombre de aquellos viejos muchachos que fundamos con él, allá por 1929, en vísperas de la revolución del 30, la Liga Republicana, y algo más tarde El Fortín, anticipándonos al pronunciamiento militar de 1943. Con Roberto descubrimos nosotros, a los veinte años, esa actividad desinteresada y noble de servir al país que, a pesar de todo, se llama Política...En ese sentido todos luchamos juntos sin pedir cuartel. Y si al final de la jornada no llegó el triunfo sino el fracaso y la incomprensión, el ejemplo de quien supo quedarse solo, seguro de haber cumplido con su deber, fue la lección moral que disipó en nosotros cualquier estéril amargura. Del gran espíritu de este periodista y escritor extraordinario que acaba de llevarse la muerte, otros dirán lo que se merece. Al despedir al amigo entrañable, despedimos también –sin olvidarla- a nuestra propia juventud, que ya se nos había ido cronológicamente, pero que reverdecía, cada vez, con la presencia querida de Roberto Laferrère”.

Una acción digna de un italiano

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 10 

Anécdotas

Una acción digna de un italiano


Cnl Prudencia Arnold
1809-1896
Producida la caída del Restaurador por la batalla de Caseros, éste debió exiliarse en Southampton, Inglaterra. Muchos de sus antiguos amigos, olvidando antiguas lealtades, lo abandonaron y traicionaron siguiendo a los nuevos vientos, cual veletas y de un día para otro pasaron a servir a las nuevas autoridades, como el caso del autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, -antiguo federal y rosista, juez durante el gobierno de Rosas y autor de muchos versos laudatorios hacia el Restaurador y su hija-. ¿Miserias humanas?, ¿“salvar el pellejo”?... 

Algunos, muy pocos -sobraban los dedos de la manos para contarlos- siguieron fieles a su antiguo amigo y jefe, haciendo honor a su amistad. Entre ellos podemos contar a Antonino Reyes, y al Coronel don Prudencio Arnold. Este último en carta a Rosas en octubre de 1875, le decía: “Su retrato de bulto es el único que hay en la salita de mi casa, en esta ciudad, frente a las ventanas de la calle“. Además de los pocos y fieles amigos, quienes nunca olvidaron al Restaurador, fueron su pueblo, los gauchos e indios. En la década de 1870, comentaba un viajero haber visto a un gaucho, entrar a una pulpería, clavar un puñal en el mostrador y gritar “Viva Rosas”; o el caso de aquél cacique indio que a su hija le puso el nombre de “Manuelita”, en recuerdo y honor de Rosas y su hija; o en los cantos de los guitarreros, cuando decían “Cuando vendrá ese Rosas, pa’ponerse de su lao”. Ese pueblo que siempre le fue fiel hasta el final y mucho más, siempre lo tuvo en su corazón.

He aquí una carta, -que está en el Archivo General de la Nación y que transcribimos a continuación en redacción moderna-, de un italiano, residente en Montevideo, quien al saber que un argentino a quien Rosas ha “llenado de consideraciones en otros tiempos”, había entregado un retrato de Rosas para ser rematado, lo compra y se lo manda, con la siguiente misiva y que constituye todo un ejemplo de una persona que ha sido testigo y admirador de la obra del Restaurador. Esa carta que debe de haber llenado de orgullo y satisfacción al General Rosas, dice así:

Sr. Brigadier General Dn. Juan Manuel Rosas

Mi distinguido Sr. 

A pesar que no tengo el honor de conocer a Ud. personalmente, y soy, admirador constante de las grandes acciones con que Ud. ha ilustrado el suelo de su Patria.

Sus gloriosos hechos en la lucha que con tanta dignidad sostuvo con­tra la intervención Anglo Francesa, es el Monumento más glorioso de su carrera pública, y la historia fiel lo trasmitirá con avidez a las genera­ciones venideras.

La casualidad puso estos días a mi vista, en un Remate donde he asis­tido, un Retrato de su persona ¡Cuantas ideas asaltaron a mi imaginación a la vista de ese objeto Señor General! Me apresuré a comprarlo an­tes que empezase el Remate público, y lo obtuve con el objeto de remi­tirlo a Ud. como lo hago por el Paquete Mersey.

Un Argentino a quien Ud. ha llenado de consideraciones en otro tiem­po cuando Ud. estaba elevado en la cumbre más alta del poder, lo mando vender. Y un Italiano, algo pobre que nada debe a Ud. ni lo conoce, lo compra para evitar la venta pública del Retrato de un hombre que dirigió los destinos de la República Argentina ¡Así es la condición de la miseria humana Sr. General!

Acepte pues este pequeño Obsequio como un homenaje del afecto y respeto, que le profesa este su Obsecuente y S. S.

Q. B. S. M.
Pedro Rogero
Montevideo, Agosto 30 de 1860

Nota del Director: las letras “S.S.” y “Q.B.S.M.” que precedían a la firma, significan “Su Servidor”, ó “Seguro servidor” y “Que Besa Su Mano” y eran comunes en la correspondencia de la época

Poema, Firmas de Rosas y Aclaraciones

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 9 

La Reconquista de Buenos Aires

Por María del Rosario Lorenzo Suárez (1)



Era el siglo falaz de la codicia 
cuando ellos llegaron por el Río. 
Inglaterra, la reina de los mares,
el intento de expansión, una premisa
y América del Sur, el desafío.



Es Beresford, al mando de las tropas, 
que no pone reparo en su avanzada.
El desembarco en Quilmes, sigiloso,
el avance por todo el Riachuelo,
creando conmoción a su llegada.

En el aire de la ciudad invadida,
hay olor a pólvora y metralla.
El Virreynato se apresta a la defensa,
los campanarios repican conmovidos
y se va presintiendo la batalla.

ALERTANDO A LA ALDEA CON SUS GRITOS.
EL MULATO MANUEL, CORRE AZORADO.
¡LOS INGLESES YA HAN DESEMBARCADO!
¡LOS PIRATAS INVADEN NUESTRAS CALLES!..
Y A TODA LA COMARCA HA DESPERTADO.

Un Sobremonte parco y temeroso,
envía tropas cerca de Maldonado.
Quiere poner a salvo los caudales.
Después, se marcha a Córdoba, indeciso,
en actitud que el tiempo ha censurado.

En el afán de redimir el sitio,
Santiago de Liniers, es la figura.
Va reclutando intrépidas milicias,
que con arrojo y férrea decisión,
la defensa y victoria le asegura.

Mientras tanto, en la Chacra de Perdriel,
es dispersado Pueyrredón y su gauchaje.
Después, se sumarán al vencedor
que avanza, retomando posiciones
en un rapto de fuerza y de coraje.

Cada azotea, es un puesto de combate.
Se acrecienta la lucha y el valor.
La heroica resistencia deja huellas.
Colonia, Chacarita, Miserere...
Retiro, y al final... Plaza Mayor.

Doce de Agosto. La Reconquista.
Intimación de Liniers y rendición.
Fragor en la pelea por la Villa,
cada habitante, un soldado voluntario
que intenta defender a su Nación.

Esta Ciudad, pudo haber sido inglesa
de no haberse logrado la victoria.
España e Inglaterra, antagonistas,
Defensa y Reconquista incomparables.
¡Galardones que guarda nuestra historia!

Desde entonces a hoy, DOSCIENTOS AÑOS.
Invasiones que guarda la memoria.
Criollos y españoles en un todo,
amalgamados en la incipiente raza,
que le dio a nuestra patria honor y gloria.


RECORDEMOS EN ESTE ANIVERSARIO
EL GRITO FIRME DEL MULATO AQUÉL:
¡LOS HOMBRES DEL VIRREY ESTÁNLLEGANDO!
¡SE RINDEN LOS INGLESES INVASORES!
Y ES IMPOSIBLE OLVIDARSE DE MANUEL…



Nota del Director: El presente poema recibió en el año 2006, el 1º Premio en el certamen organizado por la “Asociación para la Educación y la Cultura en la Argentina Contemporánea de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.

(1)  En la edición impresa figura erróneamente el nombre de la autora como "María del Carmen Rosario Lorenzo Suárez"


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 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 9 

Las firmas de Rosas



En el Nº 2 de este periódico (pág. 6) escribimos sobre “Rosas y su apellido”, y en este número ofrecemos ilustraciones de distintas firmas del Restaurador.



En una, firma “Juan M Rosas”, en otra “Juan Manuel de Rosas” y en otra simplemente “Rósas”. Nótese que en esta última acentúa la letra “o”.









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Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 9 

Aclaraciones
En el número anterior de este periódico (pág. 2) en la nota sobre el pintor Fouqueray se informó erróneamente sobre donde se exhiben los óleos “La Reconquista de Buenos Aires” y “La Defensa de Buenos Aires”. El primero de ellos se encuentra en el Museo del Cabildo de Buenos Aires y el segundo en el Museo Histórico Nacional.

También informamos a nuestros lectores que el Guión del Regimiento 71 y el retrato de Juan Martín de Pueyrredón –de autoría de Rafael D. del Villar– que ilustran dicho número del periódico (pág. 6 y 7 respectivamente), están exhibidos en el Museo del Cabildo del Buenos Aires.

Les brindamos también la reproducción de otro óleo de Fouqueray, que se encuentra en el Museo del Cabildo de Buenos Aires y muestra la salida de Whitelocke del Fuerte de Buenos Aires, el 7 de julio de 1807, por la capitulación de las fuerzas británicas.



Algo más sobre la Reconquista y la Defensa

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pags. 6 y 7 


Algo más sobre

la Reconquista y la Defensa


Por El Gaucho Federal



  • La composición de las tropas británicas en la primera invasión
  • Los desertores y su actuación en la Defensa
  • Los prisioneros



BANDERA DEL REGIMIENTO DE
VOLUNTARIOS DE BUENOS AIRES, 1806
A fines de agosto de 1805 partieron de Inglaterra, las fuerzas que a principios de enero de 1806 tomarían la Colonia del Cabo de Buena Esperanza, en manos de Holanda, aliada a Francia.



En el ejército holandés de la Colonia del Cabo, había un batallón de alemanes, otro de holandeses, uno de marineros franceses, uno de todas las nacionalidades, uno de negros, además de boers voluntarios y 36 excelentes artilleros chinos. Al rendirse esa Colonia, mucha de aquella tropa rendida, se enganchó en el ejército ingles, entre ellos los artilleros chinos, los alemanes y otros de diversas nacionalidades, los cuales a las órdenes de Beresford, integraron el ejército inglés que invadiría a Buenos Aires.



En el Cabo, los ingleses se enteraron de la victoria del Alte. Nelson en Trafalgar sobre la armada francoespañola y considerando que los mares se encontrarían libres de navíos enemigos, concibieron la idea de tomar Buenos Aires. Con el Regimiento 71, la artillería necesaria y 1000 hombres encaran el proyecto y la expedición zarpó del Cabo a mediados de abril y se dirigieron a la isla de Santa Elena (ubicada en el medio del Océano Atlántico) para obtener refuerzos: unos 286 hombres –tropas de artillería e infantería–, muy heterogénea en cuanto a su nacionalidad, que se embarcaron en el “Justine” –siendo este barco el que abordaría Güemes el día de la Reconquista–.


El 25 de junio de 1806 la expedición británica ya se encuentra frente a Buenos Aires, desembarcando en Quilmes 1624 hombres entre oficiales y soldados. Las fuerzas principales lo constituian el regimiento 71 (Higlanders Light Infantry) y el Batallón de Santa Elena. El primero de ellos estaba a las órdenes del Tte. Cnel. Denis Pack y contaba aproximadamente con 890 hombres. El batallón era acompañado también por 60 mujeres y 40 niños. Esto último era así pues en esa compañía se permitía que 6 soldados se casaran y que sus esposas siguieran al cuerpo en la campaña. Este batallón también contaba con una banda de música, cuyo maestro después de caer prisionero se dedicó a la enseñanza. Muchos de los soldados que pertenecían a este cuerpo eran de origen irlandés y de religión católica y otros de diversas nacionalidades.

Después de tomada la Ciudad de Buenos, comenzaron a producirse deserciones en las tropas invasoras, principalmente de irlandeses, alemanes católicos, españoles e italianos. Ello se debía a que personas que estaban tramando la reconquista de la Ciudad, tenían una comisión especialmente encargada de inducir a la deserción a aquellos soldados. Colaborando también el clero en esa tarea.

Ante ese hecho, Beresford dictó el 19 de julio el Bando Nº 6, estableciendo la pena de muerte para los que fomentaran o protegieran la deserción de sus soldados.

Uno de los resultados de ese Bando fue que una persona que había inducido a un soldado inglés a desertar y lo tenía escondido en su casa, lo asesinó por temor a ser descubierto y ajusticiado.

Con anterioridad, el 3 de julio se le habían dado 500 azotes a cuatro soldados españoles pertenecientes al Batallón de Santa Elena por haber desertado, uno de los cuales falleció a raíz del castigo recibido.

El 19 de julio, el cadete español San Genes, fue condenado a muerte por haber ayudado a desertar a soldados ingleses, pero fue perdonado a pedido del Obispo Lué. 

A fines de julio las deserciones se incrementaron y en un informe de Beresford al Primer Ministro inglés –entre otras cosas–, le informó de ese hecho.

Entre los prisioneros tomados por los ingleses después del combate de Perdriel el 1º de agosto de 1806, se encontraba un desertor del Regimiento 71, que siendo artillero no quiso abandonar su pieza. Era un alemán católico, procedente del batallón alemán incorporado en la Colonia del Cabo. Fue fusilado el día 9 en Buenos Aires, ante el Regimiento 71 formado en cuadro, siendo atendido espiritualmente también por el Obispo Lué.

Durante la ocupación inglesa, un cadete del batallón de Santa Elena, después de convertirse al catolicismo, se casó con una mujer de Buenos Aires, quedando después de la Reconquista, como oficial del ejército de Liniers.

Posterior a la Reconquista, el 14 de agosto, se sacaron de la tropa inglesa, sobre todo del batallón de Santa Elena, cien soldados que eran alemanes, holandeses, franceses, italianos y españoles que se incorporaron a la tropa española y criolla.

La tropa vencida y prisionera, fue enviada al interior del país, donde se relacionaron con los habitantes del lugar. Se formaron relaciones ilícitas con criollas y muchos fueron ocupados en casas particulares como sirvientes o peones. Las mujeres (de aquellas 40) que seguían a sus maridos del Regimiento 71 –ahora prisioneros–, tuvieron hijos durante el cautiverio. Esos prisioneros fueron muy bien tratados y un ejemplo de ello es que los que habían estado en Catamarca, posteriormente testimoniaron su agradecimiento a la sociedad por medio de una carta que firmaron todos ellos.

Durante la segunda invasión a Buenos Aires, muchos de aquellos soldados que habían desertado del ejército inglés un año antes, sirvieron en la Defensa. Se conoce el caso del trompa irlandés Miguel Mc. Carthy, que marchaba junto a los Húsares de Pueyrredón, estorbando a los ingleses que avanzaban hacia la Ciudad. Este trompa se acercaba al campamento inglés por el lado del viento y realizaba diversos toques ingleses de alarma que confundían e incomodaban a la tropa invasora.

Un oficial de Craufurd, también relató que durante la defensa de la iglesia de Santo Domingo –en la cual se habían refugiado centenares de ingleses en la jornada del 5 de julio de 1807– los británicos cesaron un momento el fuego al oír el toque inglés de “alto el fuego”, dado por un trompa desertor del Regimiento 71 y que estaba con la tropa sitiadora. Posiblemente y esto no se puede afirmar con seguridad, podría ser el mismo trompa que acompañaba a los Húsares de Pueyrredón en el relato ya efectuado en el párrafo anterior.

Producida la rendición de Whitelocke, se convino el canje de prisioneros. Así, a fines de julio de 1807, desde el interior, se empezaron a devolver los prisioneros británicos. Muchos se resistían a volver pues ya se habían habituado al país y a sus costumbres, otros eran irlandeses católicos, algunos se habían convertido al catolicismo y se habían casado por la Iglesia. Muchos se escaparon antes de partir hacia Buenos Aires y otros lo hicieron en el camino. Del Regimiento 71 hubo 36 deserciones pero entre la marinería y los que habían pertenecido al batallón de Santa Elena, el número de desertores fue mayor; 88 desertaron durante la travesía a Buenos Aires.

Muchos de estos desertores y ex soldados británicos, sirvieron después en los ejércitos de la Independencia a las órdenes de Belgrano y San Martín.

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 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 7 

Regalo de Beresford a Hilarión de la Quintana 

El día de la Reconquista y encontrándose los restos del ejército ingles encerrados en el Fuerte, izaron bandera de parlamento, ante lo cual el ejército reconquistador se volcó en masa a la plaza frente al fuerte, en un momento y no respetando la bandera de parlamento hicieron fuego sobre el fuerte, ante lo cual el capitán Hilarión de la Quintana –ayudante de Liniers– quien se encontraba con otros jefes españoles y franceses en la fortaleza tratando la capitulación de los británicos “animosamente subió a las murallas y, abriéndose el chaleco y extendiendo ambos brazos en toda su longitud, parecía ofrecerse como víctima al furor desenfrenado de la plebe y con gestos expresivos censuró su indisciplina, con resultado espontáneo. Si vive, ese joven, será un honor para su rey y su patria”. (A. Gillespie, “Buenos Aires y el interior”)

“Dos días después de la reconquista, el general Beresford quiso dar al capitán Hilarión de la Quintana una prueba especial de agradecimiento por su comportamiento cuando estuvo a su lado en el fuerte, regalándole su espada (la que está actualmente en el Museo Histórico Nacional y cuya fotografía ilustra este artículo), como también el caballo que lo había acompañado desde Inglaterra, y que se dice fue el primer caballo de sangre pura que sirvió a yeguas criollas” (Carlos Roberts “Las invasiones Inglesas”)

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 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 7 

Lucha en la “Casa de la Virreina”

En dicha casa –cuya fotografía tomada aproximadamente en 1910 ilustra esta nota- que se encontraba ubicada en la actual Av. Belgrano, esq. Perú de la Ciudad de Buenos Aires, tuvo lugar uno de los más sangrientos combates durante las jornadas de la Defensa (julio de 1807).

Esa casa fue ocupada por fuerzas británicas al mando del Tte. Cnel. Cadogan. Después de un encarnizado combate, los criollos y españoles recuperaron el edificio. En la azotea fueron muertos más de treinta soldados ingleses. Martín Rodríguez quien intervino en el ataque dijo: “Parece exagerado decir que por los caños (de desagüe) corría la sangre, pero así sucedió…”, describiendo de esa forma el espectáculo que ofreció el lugar después de la lucha.

Esa construcción databa del S. XVIII y perteneció al noveno Virrey del Río de la Plata, don Joaquín del Pino y Rosas Romero y Negrete. Después de su fallecimiento la siguió habitando su viuda y por ello a la construcción se la conocía como “Casa de la Virreina” o “Casa de la Virreina Vieja”. Bernardino Rivadavia también residió en ella por su casamiento con la hija del virrey. A principios del S. XX, cuando se tomó la fotografía, la casa se había convertido en un conventillo, donde funcionaban también pequeños talleres y comercios de todo tipo.

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 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 7 

Los uniformes de los nuevos cuerpos militares

Reconquistada la ciudad, Liniers tuvo la fortuna de apresar dos barcos mercantes ingleses que ingresaron al puerto de Buenos Aires, creyendo que éste todavía estaba en manos británicas. Esos navíos traían pólvora, municiones y mucho paño inglés.

El paño, azul y blanco, sirvió para confeccionar los uniformes de los nuevos cuerpos militares que se crearon después de la Reconquista (ver “El Restaurador” Nº 3, pág. 8).

También se les quitaron las casacas rojas con vivos amarillos, a los prisioneros del regimiento 71 y con ellos se vistieron a los integrantes del regimiento de caballería Migueletes, –en los cuales revistó el joven Rosas en las jornadas de 1807– y del regimiento de infantería de Pardos y Morenos libertos, siendo una pintura de la época de este último regimiento la que ilustra este artículo.

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 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 4 - Septiembre 2007 - Pag. 8 

Los esclavos de Buenos Aires
y su participación en la Defensa 

El capitán inglés Alexander Guillespie en sus “Buenos Aires y el interior”, se refiere al trato que se les daba a los esclavos de Buenos Aires:

“Entre los más amables rasgos del carácter criollo no hay ninguno más conspicuo, y ninguno que más altamente diga de su no fingida benevolencia, que su conducta con los esclavos. Con frecuencia testigo del duro tratamiento de aquellos prójimos en las Indias Occidentales (en poder británico), de la indiferencia total a su instrucción religiosa allí prevalente, me sorprendió instantáneamente el contraste entre nuestros plantadores y los de América del Sur. Estos infelices desterrados de su país, así que son comprados en Buenos Aires, el primer cuidado del amo es instruir a su esclavo en el lenguaje nativo del lugar, y lo mismo en los principios generales y el credo de su fe. Este ramo sagrado se recomienda a un sacerdote, que informa cuando su discípulo ha adquirido conocimiento suficiente del catecismo y de los deberes sacramentales para tomar sobre sí los votos del bautismo. Aunque este proceso en lo mejor debe ser superficial, sin embargo tiene tendencia a inspirar un sentimiento de dependencia del Ser Supremo, obliga a una conducta seria, tranquiliza el temperamento y reconcilia a los que sufren con su suerte. Hasta que se naturalizan de este modo, los negros africanos y sus hermanos nacidos en América son estigmatizados por el vulgo como infieles y bárbaros. Los amos, en cuanto pude observar, eran igualmente atentos a su moral doméstica. Todas las mañanas, antes que el ama fuese a misa, congregaba a las negras en círculo sobre el suelo, jóvenes y viejas, dándoles trabajo de aguja o tejido, de acuerdo con sus capacidades. Todos parecían joviales y no dudo que la reprensión también penetraba en su círculo. Antes y después de la comida, así como en la cena, uno de estos últimos se presentaba para pedir la bendición y dar las gracias, lo que se les enseñaba a considerar como deberes prominentes y siempre los cumplían con solemnidad.”

Los esclavos, junto a sus amos, –como toda la población de Buenos Aires–, combatieron en la defensa de la Ciudad, frente al invasor en 1807. Los mismos jefes ingleses como el Gral. Whitelocke y del Tte. Cnel. Duff dieron cuenta de ese accionar (ver “El Restaurador” Nº 3, pág. 13)

Con posterioridad a la Defensa, el Cabildo, como premio, decidió otorgar mediante sorteo, la libertad (manumitir) a cierto número de esclavos combatientes.

Ello se hizo también extensivo a las viudas de los esclavos fallecidos en la contienda; así el Cabildo dispusoel 30 de octubre de 1807:

Reconocimiento del Cabildo a las viudas de esclavos que participaron en la Defensa de la ciudad.

La Sala Capitular del Cabildo ha tomado conocimiento que las viudas de los esclavos que brindaron su vida en defensa del Rey, la Patria y la Religión que por su condición servil no han sido incluidas en las pensiones otorgadas y para honrar la memoria de sus maridos se ha decidido incluirlas en el sorteo de la libertad que se va a llevar a cabo el 12 de noviembre próximo a condición que presenten los documentos que acrediten las circunstancias y formas en que fallecieron sus esposos.

Pero no todos los esclavos querían dejar de serlo. Manuel Antonio Picabea, “Moreno esclavo” de Doña Clara Picabea dirigió el 14 de noviembre de 1807, una carta al “Muy Ilustre Cabildo”, donde pidió se lo eximiera de participar en el sorteo de la libertad, con los siguientes términos y argumentos:

“Yo quisiera sin duda alguna gozar del sorteo que tan generosamente V.S. ofrece para que se liberte una porción de mi clase; pero el amor que tengo a mi Señora ama, me hace resistir contra mi propio bien, y que prefiera vivir en el miserable estado en que me hallo, que gozar una libertad que desea mi corazón con tanta naturalidad, y esto es el porque mi Señora es septuagenaria, soltera y achacosa: me ha criado con todo cariño; y en el día su suerte es algo escasa: yo soy albañil, y con mi jornal alivio en lo posible su estado, acompañándola el resto del tiempo que me quede libre. Es tal el respeto y reconocimiento que la profeso, que aun cuando fuese cierto de alcanzar la libertad que me lisonjea el sorteo, temería que esta me rindiese ingrato a quien debo tanto bien, y tal vez la desecharía.”

Con esa carta, Picabea acompañaba dos certificados, que acreditaban su participación en los hechos bélicos. El primero decía “Como Capitán y teniente de la Ia. Compañía del Batallon de Cantabria (alias la Amistad), certificamos que el Moreno Manuel Antonio Picabea se incorporó a la mencionada Compañía con fusil y fornitura en la tarde del dia primero del corriente, y que junto con los demas individuos de ella marchó para Barracas en seguimiento del enemigo, habiendose hallado igualmente en combate que tuvimos el dia siguiente en los mataderos de Miserere: y para los fines que le puedan convenir al expresado Moreno le damos ésta en Buenos Ayres á 16 de Julio de 1807. Pedro Martinez Fernandez - Pedro Andres de Osua – Vº. Bº. Rezaval.”. El tenor de la segunda era: “Don Norberto Quirno Echeandia, Capitan de la 3. Compañía del Batallon de voluntarios Cantabros de la Amistad: certifico que el Moreno Manuel Antonio Picabea asistió á la azotea de mi comando en los dias 3, 4, 5 y 6 de Julio pasado, con motivo de la invasion del enemigo, habiendo salido varias ocasiones á las guerrillas con el finado D. Santos Irigoyen, incorporado con otros individuos del mismo batallon. Buenos Ayres, Octubre 27 de 1807 – Norberto Quirno Echeandia – Vº. Bº. Rezaval.”