sábado, 4 de diciembre de 2021

San Martín - Jorge Perrone

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la Revista Juan Manuel de Rosas - Órgano del revisionismo Histórico, Año I N° 1, Segunda época, salió publicado el siguiente artículo. 

Cuando el héroe no es estatua sino estrella

por Jorge Perrone 


San Martín
Los monumentos suelen ocultar alevosas injusticias. Son la que omiten hechos y actitudes ejemplares para entender la historia.

Ejemplares por lo que tienen de grandeza o merezcan vituperio. En concreto ignorar hombres, circunstancias o conductas que rodearon al Héroe mientras andaba su camino hacia la gloria.

Por que si el Héroe es paradigma de la patria, quienes lo siguieron o lo siguen están con ella. Y aquellos que lo enfrentaron o lo venden la están crucificando.

No pocas veces, el elogio o los pedestales se utilizan para acallar la palabra de los grandes. Para que en el ruido del aplauso o la distancia de la altura de su voz ya no se escuche y puedan seguir medrando los petisos. Incluso adulterando al Héroe. Es la más eficiente manera de escamotearnos el destino.

De dejarnos sin brújula ni estrella.

Si echamos una mirada al pasado, descubriremos que los enemigos del Héroe -los de entonces- permanecen los mismos de nuestros días. Con idénticos principios, con iguales fines. Totalmente engañosos y condenables.

Lo único que cambia son los nombres.

En estos tiempos de anhelada unidad nacional, todos coincidimos en el encomio del general José de San Martín. Su figura no tiene cuestionamientos. Hoy es el Héroe. Hasta el Santo de la Espada. Una impoluta y lejana parábola, falucho de hule negro, botas granaderas, señalando la gloria por encima de los Andes. San Lorenzo una guapeada. Guayaquil casi neblina. Su ostracismo esas cosas de la vida. Después el regreso a la patria, aunque muerto. Lejos.

Desde entonces montañas de papel, bronce, fuego, piedra, yeso, discursos, banderas al aire y fanfarrias sobre el Héroe. Pero si acercamos nuestro corazón a su existencia, si bajo tanto ornato le ponemos el ojo y el oído, puede que su palabra y su vida nos metan miedo en la sangre. Como Cristo.

Sacudiendo blanduras y fariseísmos.

El 8 de octubre de 1812, junto al pueblo de Buenos Aires y sus soldados voltea un gobierno sin respaldo. “Las tropas no están para apuntalar tiranías -dice- sino para hacer respetar la voluntad de los pueblos”. En julio de 1816 empuja una independencia que las minorías ideológicas y monetarias del puerto venían postergando desde años. Las mismas minorías que tachan de “facinerosos” a Güemes; que tratan de echarlo de Mendoza donde prepara su Ejército Libertador; que le ordenan marchar sobre los caudillos federales alzados contra la entrega nacional. Años después maquinarán someterlo a un consejo de guerra por haber desobedecido.

Son las mismas logias monetarias que le niegan fondos para continuar la campaña emancipadora, obligándolo a renunciar frente a Bolívar en Guayaquil. Las que instigan el fusilamiento de Dorrego, señaladas por San Martín en carta a O'Higgins: “Esto es obra de Rivadavia y sus satélites, y Ud. sabe los males que estos hombres han causado no sólo a nuestro país sino a la causa de América con su infernal conducta. Si mi alma fuera tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de la persecución que mi honor ha sufrido de estos hombres”.

Son las que ordenaron “aprehenderme como a un forajido” cuando regresaba a Buenos Aires para reunirse con su mujer agonizante. Las que prácticamente lo echaron de su tierra. Las que se unieron al extranjero “para humillar a su patria” en Vuelta de Obligado, mientras San Martín ofrecía su sable a Rosas en la defensa de la Soberanía. Espada que legará por testamento al caudillo. Sable que vuelve a la República en marzo de 1897, fríamente, sin generales en actividad para recibirlo, en desdichada razón al artículo de Leopoldo Lugones que denunciara entonces, a esta “nación Argentina crucificada en el caballete de una pizarra de Bolsa”.

Desde su pedestal, afortunadamente, el Héroe sigue vivo. No sólo marca con su mano el camino de los Andes.

Está señalando el camino de la Argentina que amamos.