REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En la Revista Juan Manuel de Rosas - Órgano del revisionismo Histórico, Año I N° 1, Segunda época, salió publicado el siguiente artículo.
Cuando el héroe no es estatua sino estrella
por Jorge Perrone
Ejemplares por lo que tienen de grandeza o merezcan
vituperio. En concreto ignorar hombres, circunstancias o conductas que rodearon
al Héroe mientras andaba su camino hacia la gloria.
Por que si el Héroe es paradigma de la patria, quienes lo
siguieron o lo siguen están con ella. Y aquellos que lo enfrentaron o lo venden
la están crucificando.
No pocas veces, el elogio o los pedestales se utilizan para
acallar la palabra de los grandes. Para que en el ruido del aplauso o la
distancia de la altura de su voz ya no se escuche y puedan seguir medrando los
petisos. Incluso adulterando al Héroe. Es la más eficiente manera de
escamotearnos el destino.
De dejarnos sin brújula ni estrella.
Si echamos una mirada al pasado, descubriremos que los
enemigos del Héroe -los de entonces- permanecen los mismos de nuestros días.
Con idénticos principios, con iguales fines. Totalmente engañosos y
condenables.
Lo único que cambia son los nombres.
En estos tiempos de anhelada unidad nacional, todos
coincidimos en el encomio del general José de San Martín. Su figura no tiene
cuestionamientos. Hoy es el Héroe. Hasta el Santo de la Espada. Una impoluta y
lejana parábola, falucho de hule negro, botas granaderas, señalando la gloria
por encima de los Andes. San Lorenzo una guapeada. Guayaquil casi neblina. Su
ostracismo esas cosas de la vida. Después el regreso a la patria, aunque
muerto. Lejos.
Desde entonces montañas de papel, bronce, fuego, piedra,
yeso, discursos, banderas al aire y fanfarrias sobre el Héroe. Pero si
acercamos nuestro corazón a su existencia, si bajo tanto ornato le ponemos el
ojo y el oído, puede que su palabra y su vida nos metan miedo en la sangre.
Como Cristo.
Sacudiendo blanduras y fariseísmos.
El 8 de octubre de 1812, junto al pueblo de Buenos Aires y
sus soldados voltea un gobierno sin respaldo. “Las tropas no están para
apuntalar tiranías -dice- sino para hacer respetar la voluntad de los pueblos”.
En julio de 1816 empuja una independencia que las minorías ideológicas y monetarias
del puerto venían postergando desde años. Las mismas minorías que tachan de “facinerosos”
a Güemes; que tratan de echarlo de Mendoza donde prepara su Ejército
Libertador; que le ordenan marchar sobre los caudillos federales alzados contra
la entrega nacional. Años después maquinarán someterlo a un consejo de guerra
por haber desobedecido.
Son las mismas logias monetarias que le niegan fondos para
continuar la campaña emancipadora, obligándolo a renunciar frente a Bolívar en
Guayaquil. Las que instigan el fusilamiento de Dorrego, señaladas por San
Martín en carta a O'Higgins: “Esto es obra de Rivadavia y sus satélites, y Ud.
sabe los males que estos hombres han causado no sólo a nuestro país sino a la causa
de América con su infernal conducta. Si mi alma fuera tan despreciable como las
suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de la persecución que mi
honor ha sufrido de estos hombres”.
Son las que ordenaron “aprehenderme como a un forajido”
cuando regresaba a Buenos Aires para reunirse con su mujer agonizante. Las que
prácticamente lo echaron de su tierra. Las que se unieron al extranjero “para humillar
a su patria” en Vuelta de Obligado, mientras San Martín ofrecía su sable a
Rosas en la defensa de la Soberanía. Espada que legará por testamento al
caudillo. Sable que vuelve a la República en marzo de 1897, fríamente, sin
generales en actividad para recibirlo, en desdichada razón al artículo de
Leopoldo Lugones que denunciara entonces, a esta “nación Argentina crucificada
en el caballete de una pizarra de Bolsa”.
Desde su pedestal, afortunadamente, el Héroe sigue vivo. No
sólo marca con su mano el camino de los Andes.
Está señalando el camino de la Argentina que amamos.