sábado, 4 de diciembre de 2021

Jorge O. Sule - Cuestión indigena

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Jorge O. Sulé




En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la Revista Juan Manuel de Rosas - Órgano del revisionismo Histórico, Año I N° 1, Segunda época, salió publicado el siguiente artículo del profesor Sulé.



 

La historia y las revalorizaciones románticas

por Jorge Oscar Sulé  

En una nota redactada en “Segunda Sección” de Clarín del sábado 30 de abril de 1994 firmada por Fabiana Fondevilla, se hace referencia a las vicisitudes dramáticamente sangrientas que tuvieron como protagonistas a los caciques Catriel de los pagos de Azul y Olavarría, y que una telenovela de moda pareciera rescatar a alguno de ellos.

Desearía aportar alguna información al respecto, para darle a los hechos y personajes, la  verdadera dimensión histórica al margen de ficciones literarias o novelescos.


Donde estaban ubicados los Catriel.

La autora de la nota afirma “Los Catriel, una tribu de indios “pampa” como se los conoció genéricamente, a pesar de su probable origen mapuche, se establecieron en 1854 en la zona de Azul y Olavaría y allí...”

En realidad este poblamiento indígena ya en el parlamento del Guanaco, celebrado con el gobierno de Buenos Aires en 1825, habitaban desde entonces y mucho antes las zonas de las sierras y tenían sus principales tolderías en Tan-lil [piedra que se mueve, Tandil), en el arroyo Azul (Calfú) y Tapalqué y fueron los que acompañaron a Juan Manuel de Rosas en su expedición al desierto en 1833. No solamente Rosas fue acompañado por Catriel sino por otros caciques como Cachul, llanquellen, Pablo y caciquillos como Nicasio y Antuán que lo apoyaron llevando más de 300 lanceros guerreros.

Con más precisión Juan Catriel y su gente estaban asentados a cuatro leguas al sur de Tapalquén (con el tiempo Tapaiqué), en las cercanías del fortín Estomba en campos conocidos como de Balcarce.

Hacia 1835, un año después de haber concluido la campaña al desierto, llega a esos pagos la noticia de que Rosas asume de nuevo el gobierno, por lo que el 24 de junio aparece en la Guardia del Azul una cabalgata de cuarenta jinetes indios encabezados por Catriel, Cachul y Nicasio para festejar. El primero embrazaba un gran retrato de Rosas y se dirigieron todos a la plaza del poblado donde Catriel pronunció un discurso frente a numeroso público "Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis hermanos moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel, no viviríamos como vivimos en fraternidad con los cristianos. Mientras viva Juan Manuel pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras mujeres e hijos. las palabras de Juan Manuel son lo mismo que la palabra de Dios. Todos los que están aquí saben que lo que Juan Manuel nos dijo ha sido cierto. Nunca nos mintió”. (Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833, escritos comunicaciones y discursos”, recopilados por el coronel Juan Antonio Garretón, edit. Eudeba 1975, pág. 50/1).

La comitiva pernoctó ese 24 de junio de 1835 en Azul donde encendieron grandes hogueras durante los asados se llenaron y vaciaron las botellas. Al otro día continuaron la fiesta en Tapalqué.

 

Después de Caseros

Como se advierte, “los pampas” de Catriel se establecieron en Azul mucho antes de 1854 protagonizando los hechos que he mencionado. Caído Rosas en 1852 y olvidadas o suspendidas las “prestaciones” que Rosas hasta entonces había dispensado a las poblaciones indias (azúcar, yerba, bebidas, ropa, tabaco, potrancas, vacas y hasta vacunación antivariólica) se reiniciaron los grandes malones y las excursiones de pillaje organizadas por Cafulcurá que invitó a Catriel para que lo acompañara en sus excursiones. El saqueo se extendió a todos los poblados y estancias del sur de Córdoba, Mendoza, San Luis, Buenos Aires. Parte del saqueo era para el consumo, pero los grandes arreos de ganado, procedentes de las estancias eran vendidos a comerciantes y estancieros chilenos, entre los que se contaban los señores Arrejola, Prat, Bulnes, y otros (Historia Argentina 6° tomo de José María Rosa) estancieros chilenos que recibían los grandes rodeos en los valles transcordilleranos, en los altos del rio Neuquén y del Limay y lo pasaban hacia Chile.

Cafulcurá convertido en el gran intermediario y en el emperador de la pampa de acuerdo con pampas, ranqueles, boroganos, salineros, y picunches, asoló durante muchos años las regiones mencionadas.

La incapacidad de los gobiernos para solucionar este problema, al que contribuyeron las guerras entre Buenos Aires y la Confederación de Urquiza, los levantamientos del Chacho, Varela, López Jordán, la guerra contra el Paraguay, etc. fueron dilatando la solución del mismo. Entre 1852 y 1855 los malones fueron devastadores. Mitre salió con una fuerte expedición pero fue derrotado en Sierra Chica por Catriel y Cafulcurá en 1855. Durante la presidencia de Mitre se registraron más de quince malones en las regiones que antes había conquistado Rosas. Durante la presidencia de Sarmiento se padecen más de cuarenta malones: hacia 1871 pasan a Chile más de 250.000 cabezas de ganado. Para esa fecha ya ha muerto Catriel el Viejo [Juan] y sus hijos Cipriano, Marcelino y Juan José serán protagonistas de una dramática historia de violencias, sangre y muerte El primero que había heredado el mando del padre recibiría de Sarmiento el grado de Cacique General con uso de uniforme, quizás para neutralizarlo; además se ha cristianizado. “Era un fanático de las cosas cristianas... tenía casa de ladrillos en Azul y dormía en sábanas de hilo...“ dice Antonio del Valle en su libro “Recordando el pasado”. En realidad era un intermediario del mismo Cafulcurá para vender a comerciantes cristianos el fruto de lo robado por el Gran Gulmen en otras regiones: no era raro encontrar en estancias de Buenos Aires, ganado robado en estancias de Córdoba y esto además con conocimiento y participación de los comandantes de frontera que aprovechaban para hacer su “agosto”. En el libro de Estanislao Zeballos “Cafulcurá y la dinastía de los piedras”, relata la complicidad también de estancieros y comandantes de frontera en los negocios de Cafulcurá y Catriel el jóven [Cipriano].

En una circunstancia, un jefe de la frontera de Azul el coronel Francisco de Elía, entendido con Cipriano Catriel, se apoderó de las tolderías y pertenencias de Manuel Grande y Chipitruz. Los dos caciques protestaron al juez de paz y éste entendido con de Elía y Catriel, los remitió a Martín García y destinó sus indios al ejército de línea. Al enterarse Cafulcurá, previo parlamento con los principales gulmenes de los pueblos indios, empezó una invasión llegándose con 6.000 guerreros de lanza hasta 25 de Mayo para vengar aquella afrenta y de paso hacer grandes arreos de ganado a Chile. Cafulcurá asoló 9 de Julio, 25 de Mayo, y Gral. Alvear, llevándose miles y miles de animales, pero presentó combate en San Carlos al pequeño contingente del coronel Rivas cuyos efectivos habían sido engrosados con la indiada de Cipriano Catriel y Coliqueo. Por eso se afirma que en realidad en San Carlos se enfrentaron más de 7.000 guerreros, casi todos indios, que se mataron entre sí ya que los soldados de línea apenas pasan el centenar. El héroe de San Carlos fue Catriel. Por su empuje y decisión los cristianos ganaron la batalla, el cacique luchó como un demonio, a caballo, de a pie, a lanza, facón y boleadora. Cafulcurá perdió todos los arreos, 76.000 vacunos y 16.000 yeguarizos y fue arrastrado por sus hijos lejos del campo de batalla: la mortandad de indios de ambos parcialidades fue tan grande que Cafulcurá y luego su hijo Namuncurá no pudieron reponerse nunca más de esa sangría.

 

Un final sin ficciones románticas

La autora de la nota apunta bien cuando dice “La venganza llegaría en 1874 cuando Cipriano acompañó a los partidarios de Mitre en un movimiento revolucionario contra el gobierno [de Avellaneda]. Al ser derrotadas las huestes de Mitre, el gobierno entregó al cacique para que fuera juzgado por su propia tribu. El veredicto fue implacable. Cipriano debía morir lanceado y la orden sería dada por su propio hermano Juan José.”

En el libro “Roca y Tejedor” de Julio Costa se relata el final de Cipriano Catriel según se lo contó al autor “un indio longevo del Azul”. Los indios rodearon a Cipriano que tenía las manos atadas a la espalda. Este les gritó: “atropellen no más, apunten bien y no me vayan a errar, porque si vuelvo a tomar el mando de la tribu los haré fusilar como en San Carlos...”; después de ser lanceado un indio le clavó el facón hasta la S... Mejor final tuvo Payne; murió en su toldo, en sus exequias, según ritual araucano se sacrificaron cinco caballos, diez perros, veinte ovejas y sus veinticuatro esposas.

Entre los últimos meses en 1875 y principios de 1876 se registra la última gran invasión dirigida por Namuncurá (su padre Cofulcurá había muerto en 1873) acompañado por Juan José Catriel, Pincén, Renque Curá, Purrán, que durará varios meses. Son soldados de Azul, Tandil, Gral. Alvear, llevándose 200.000 vacunos y 4.000 yeguarizos. Todos los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires son asaltados. De ellos más que de Buenos Aires surge un clamor general que pide una solución ante tantas desdichas. Las pequeñas guarniciones del ejército son impotentes ante los maloqueos indígenas que se retiran en cada pueblo durante varios meses. Sólo atinan a encerrarse en los fortines. En marzo de 1876 llegan los fusiles Remington y comienza la reacción de las guarniciones militares compuestas por soldados gauchos desnutridos y pocos guerreros lanceros, por eso se afirma que la campaña de Roca tres años después fue un paseo militar (no hubo una sola espantada). Virtualmente no quedaban guerreros indios en1879.

Esta es una aproximación a la realidad dolorosa de los hechos históricos. ¿Qué romanticismo puede originar esta dramática etapa de la historia argentina? ¿A quién reivindicar en este fango de traiciones y asesinatos fraternales, mezclados con intereses espúreos? ¡Hay qué tener una gran imaginación literaria! Confesamos no tenerla.