REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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ROSAS
De
cosa de seis años a esta parte se nos ha estado incesantemente enseñando a creer,
que en cierta parte de la América Meridional, llamada Buenos Aires, vive una
especie de Ogro, dueño del dulce, pero muy mal aplicado nombre de Rosas. Si podemos dar fe a los cuentos
que llegan a este país, este ser atroz reúne en su persona todos los vicios de todos
los monstruos, fabulosos ó históricos, Parece haber dedicado media vida a estudiar
las vidas de los peores Emperadores Romanos, para pasar la otra mitad en imitar
sus acciones, agregándoles un sazoncito de ferocidad Sud-Americana, que es suya
propia, No tenemos la menor duda que Nerón, si hubiese sabido sus hazañas,
hubiera exclamado: ”Qué hombre tan horrible!” pués Nerón era tan fanfarrón como
sanguinario y que César Borgia se hubiera visto obligado a confesar, que Rosas se
había propasado un poco.
Véase
una o dos muestras de sus fechorías: Rosas tiene una silla de montar, fabricada
de la piel del Gobernador quien sabe quien, en la cual suele cabalgar. El material
ha servido tan bien para la silla que lo ha aplicado al rebenque, y tiene en su
casa una fábrica en grande de látigos hechos de pieles humanas. Anden alerta,
Señores compradores de cueros de Buenos Aires, guárdense de tomar ninguno que
no tenga el pelo claramente visible, o podrá suceder que la gente ande paseando
las calles de Londres con calzado hecho de la piel de algún malhadado
gobernante. Tiene tanta afición, a las orejas de sus enemigos que dedica las
paredes de uno de sus aposentos enteramente a estos adornos. Del mismo modo que
un noble inglés os enseña su galería de cuadros, Rosas os festeja con la exhibición
de las orejas de indóciles unitarios. Mas la crueldad es cosa insípida sin una
mezcla de licencia, y así es que vemos que Rosas muchas veces se pasea por las
calles de Buenos Aires en un carro triunfal tirado por mujeres desnudas!
Recomendamos el asunto a los inventores de Poses
plastiques. No solo eso: de tan desgraciada índole es este Rosas que sus
mismas virtudes son peores que los vicios de otros. Mirar con respeto el
retrato de la finada esposa de uno, tiene bastante de amable, pero Rosas lleva
su afecto a un extremo muy desagradable, pues cuelga el retrato de la difunta
Señora de Rosas en la iglesia, y si alguien rehúsa tributarle homenaje, lo
manda fusilar en el acto.
No
sucede muchas veces que el ingenio sea hereditario. De las hijas de Milton, si
no las hubiese hecho sus amanuenses, y dado de este modo un excelente grupo a
los pintores y escultores, nadie casi se acordaría de ellas; y vemos que el
mundo hace muy poco caso de los hijos de Schiller, a pesar de que, según
creemos, uno de ellos era muy buen ingeniero. Bien, la familia de Rosas es una
excepción a la regla general. No solo asombra el mismo el mundo con su horrible
caudal de ingenio, pero tiene una hija también, que si se descuida, ha de
eclipsar su gloria. Si su padre tiene galería de orejas, ella tiene una hermosa
cajita de cristal en su sala, en que, guarda la cabeza de cierto coronel, para
el entretenimiento de sus amigos. Además, hay un cuento de orejas saladas (otra
vez orejas!) en que la amable Manuelita, reuniendo los caracteres de Ogro y de Mrs.
Glasse, estuvo muy metida. Después de alguna gran matanza, en la cual unas
veintenas de hombres, mujeres y niños son degollados, (felices ellos de
encontrar una muerte tan suave) el mejor modo de introducirse a la corte de
Buenos Aires es ir uno con las manos todas ensangrentadas de la reciente
carnicería, y presentarse a la hija de Rosas, la cual al instante sale con la
cara muy risueña, y considera la mancha como una carta de recomendación.
Verdaderamente este Buenos Aires es un lugar asombroso, y no podemos comprender
todavía como los habitantes no se hallen en la condición de los gatos de Kilkenay
(1). Ellos tienen sus temporadas de
horrores, asi como nosotros tenemos una temporada
de baile, y Rosas es el Baron Nathan del negocio. Podemos asegurar a nuestros
lectores que hemos visto una carta que contenía las palabras: “Los fusilamientos
nocturnos han empezado otra vez.”
En la ilustración, una escultura en una fuenta de agua en Berna, Suiza.
Por supuesto que es deber de todas les potencias Europeas quitar del medio a este Ogro. Todo es lícito en un caso tan extremo. Oribe es el Presidente elegido por toda la República del Uruguay, con la sola excepción de Montevideo, que está ocupada principalmente por Franceses; pero por otro lado Oribe es amigo de Rosas. “Dime con quien andas, y te diré quién eres”— Abajo, pues, Oribe, y elévese a Rivera, el candidato rival. Es preciso anonadar a Rosas de un modo u otro. Lo peor es, que conserva con tanta tenacidad su poder. Ahí está, y ahí probablemente ha de quedar. Los unitarios se rebelan y él sofoca la rebelión; los Franceses lo acometen y nada sacan. No es esto solo, si habláis solamente de arrojarlo de Buenos Aires, solo sabréis que se internará en las Pampas, y que peleará disputando el terreno palmo a palmo, con una hueste de gauchos a su servicio, raza de valientes, desafeitados, vagabundos que se reirían de Alejandro Magno si los quisiese sojuzgar. Por cierto que la historia del hombre es menos moral que un melodrama Coburgo. ¿No hay una trampa que se abra y arrebate a esta horrenda criatura de la escena? ¿No hay algún rayo a propósito que pueda conseguirse por amor o por dinero? Vienen de cuando en cuando parrafitos de noticias de una y otra banda del Rio de la Plata, unos diciendo que todo será arreglado, otros asegurando lo contrario —esos parrafitos chiquitos y no satisfactorios de noticias extranjeras, demasiado cortos, para dar una idea clara—pero todos están contestes en ese punto—Rosas todavía es Dictador.
Nuestros
lectores, por supuesto, han dado por sentado mucho há, que Rosas adquirió por
la conquista el poder extraordinario que ejerce—que fue apoyado por alguna
fuerza física, que el pueblo no pudo resistir. Nada de eso. Lo más particular
es, que es el hombre elegido por el pueblo, y que la autoridad que reviste le
fue dada con entera confianza en su celo e integridad. Sí; pero fue antes que
el pueblo lo conociera. Nerón fue un joven muy amable, y Rosas sin duda no se
anticipó demasiado a mostrar los dientes: por supuesto, sus súbditos están
ansiosos de librarse de él ahora, y él vive como Dionisio de Siracusa, o Luis
XI de Francia, en un estado constante de defensa. Todo lo contrario; no tiene
guardia ninguna. Vive, no en el fuerte de Buenos Aires, sino en su casa de
campo, y pasea a caballo por la ciudad, sin siquiera una escolta.
Lector,
dejando lo irónico; vamos a este hecho serio. Sabemos muy poco acerca de Buenos
Aires. Algunos malos periódicos, escritos con la más evidente parcialidad, y
algunas cartas del comercio, escritas por personas interesadas, llegan a nuestras
manos: pero no hay como sacar de todas ellas una relación clara y verosímil.
Nuestra propias convicción es, que Rosas es un hombre severo, pero
eminentemente idóneo para gobernar el indócil pueblo de que es dictador, y que
el derecho de la Europa para entrometerse en la querella entre él y Rivera es
muy cuestionable. Por lo que respecta a los cuentos contra él, que hemos
referido al principio de este artículo, preguntamos simplemente, si no traen el
cuño del más solemne embuste? si, supuesta la posibilidad de haber efectivamente
tenido lugar semejante cúmulo de disparates a lo Juancho el Mata-gigantes, podría
hallarse un pueblo que tolerase al perpetrador, y consintiese en que viviese sin
el amparo de una guardia ?
(Del
Douglas Jerrold's Weekly Newspaper,
periódico de Londres, su fecha 5 de Setiembre último.)
No
pueda ofrecerse una sátira más ingeniosa que la precedente de los disparatados
y absurdos embustes de los salvajes unitarios. El escritor Británico pudo agregar,
que desde 1843 hasta hoy, en medio del ataque combinado de la Inglaterra y de
la Francia, y de las feroces tentativas de los salvajes unitarios, el Gobierno
del General Rosas no ha mandado fusilar, ni puesto en prisión a nadie por crímenes
políticos; que ningún extranjero ha sufrido violencias, ni en su persona, ni en
su propiedad, Como lo ha atestiguado el cuerpo diplomático residente en Buenos
Aires, y como la sabe todo el mundo; y que el carácter recto, generoso y humano
del General Rosas, así como las virtudes, beneficencia y amabilidad de la
Señorita su hija, son altamente apreciados por nacionales y extranjeros.
(De
la Gaceta Mercantil de 18 de Noviembre de 1846.)
(1) Que se comieron unos a otros, sin dejar siquiera la punta de la cola.—La Gaceta.
Nota: La transcripción del artículo se hizo de acuerdo a la grafía actual.
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Situación política y social en aquella época
Al momento en que el artículo Rosas fue publicado en el periódico inglés -setiembre de 1846-, Inglaterra y Francia, de hecho se encontraban en guerra con la Confederación Argentina.
Poco menos de un año atrás una flota anglofrancesa, de más de cien navíos, se internó en el Paraná para llegar a Corrientes y Asunción. Fueron enfrentados en la Vuelta de Obligado y en otros puntos de la costa por tropas argentinas, siendo prácticamente derrotados en el combate de Punta del Quebracho, cerca de San Lorenzo, en Santa Fe, el 3 de junio de 1846. Como consecuencia de tales enfrentamientos, nunca más los anglofranceses volvieron a internarse en los ríos interiores argentinos.
Rosas prácticamente no tenía ya enemigos en territorio argentino y en el Estado del Uruguay, su aliado el general Oribe, dominaba todo su territorio con excepción de la ciudad de Montevideo, la que se encontraba sitiada, pero que se mantenía activa, gracias a la ayuda brindada por aquellas dos potencias extranjeras.
El grupo unitario, muy importante en la capital uruguaya, realizaba una eficiente y persistente campaña periodística contra el gobernante argentino, principalmente en Europa, donde en diarios y revistas se publicaban todo tipo de notas y crónicas con narraciones fantasiosas sobre el proceder del "tirano", a quién también se nombraba como el "Calígula del Plata".
La nota aparecida en el periódico inglés que se transcribe más arriba, salió al cruce de tales infundios y mitos que eran creídos por gran parte de la población europea.
Debemos agregar también que en aquél momento, la Confederación Argentina, internamente se encontraba pacificada y se iniciaba una era de prosperidad.