lunes, 16 de agosto de 2021

Rosas. Visto por un periódico estadounidense

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

31 

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 
En el Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo  N° 27, del 13 de junio de 1846, se reprodujo un artículo sobre Rosas, publicado en un periódico estadounidense.

Rosas

ESTADOS UNIDOS.
D. JUAN MANUEL DE ROSAS, Gobernador de Buenos Aires, y Encargado de las Relaciones Exteriores de los Estados de la Confederación Argentina.

 

Parece haber sido tema favorito de los diaristas ingleses y franceses, de algunos años acá, publicar fábulas horribles sobre actos crueles y tiránicos de aquel hombre; fábulas que estremecen de horror, cuentos de los tiempos de Nerón y de los tiranos Romanos de la antigüedad. Es monstruosamente absurdo que un carácter tal como lo representan ser,  pudiese existir hoy: sin embargo, algunas veces, aunque raras, esas fábulas han sido copiadas en las columnas de algunos de nuestros diarios. A ocasiones algunos de nuestros oficiales navales que han estado en Buenos Aires, y tenido oportunidad, por observaciones personales, de instruirse algo de la verdad, han publicado algunos relatos en contradicción de esas fábulas: pero generalmente estas últimas han sido consideradas tan absurdas que naturalmente han muerto por sí mismas.

De nuevo se han renovado esas falsedades para colorir la injusta intervención de los ingleses y franceses en los negocios del Rio de la Pinta. Con la esperanza de dar a mis compatriotas una idea exacta del carácter de ese hombre extraordinario, cuya influencia se siente en todas las partes de la América Meridional al sud del Ecuador, se escribe esto.

El General Rosas es ahora de cincuenta y dos años de edad; y nació en la ciudad de Buenos Aires. Sus antepasados emigraron de Escocia a España durante las guerras civiles de Carlos I y II, y esa descendencia fue de los primeros pobladores del Rio de la Plata donde tuvieron distinguidas empleos durante el antiguo régimen español, y después a la edad de diez y seis años era oficial de las tropas, y con ellas peleó, cuando los ingleses intentaron tomar ese país. Poco después fue empleado con otros para ir a una importante comisión a los indios de las Pampas, que resultó muy favorable a los intereses de sus conciudadanos. Determinado y resuelto en su carácter, se separó de su padre, que era rico, y tomó la dirección de una estancia, o establecimiento de ganadería, donde sin otro capital más que la energía y la probidad, el que lo empleaba muy pronto se interesó, y cuando tenía veinte años, ya era propietario de haciendas suyas. Sus compatriotas le eran ardientemente adictos, y ya entonces era su árbitro y juez en todas sus disputas, y sus decisiones aumentaron su popularidad. Las frecuentes revoluciones y guerras civiles que devastaban el país, le llamaron desde su estancia a tomar parte en la contienda, Buenos Aires había sido presa de todos los Jefes militares cuyas tropas lo siguieron: había habido once Gobernadores en el corto espacio de un año, y tres en una semana; y en estas contiendas la sangre había corrido en  las calles como agua. El pueblo se le reunió para que lo protegiese, y fue elegido Gobernador en 1929, y continuó cerca de tres años: entonces el estado inseguro de las fronteras lo obligó a tomar el mando de un ejército para operar contra los indios de las Pampas. Cerca de tres mil mujerea y niños, que habían sido llevados en cautiverio, fueron devueltos a su país, y obligados los indios a la paz que han guardado hasta hoy. El imbécil gobierno que le sucedió, solo duró poco tiempo, y de nuevo lo obligó el pueblo a aceptar el empleo de supremo magistrado. Cuando fue llamado, francamente aseguró que el bien público exigía que el supremo Magistrado fuese investido con más poder que el que antes había tenido, y que, sin él, no podía aceptar el empleo. El Cuerpo Legislativo lo nombró unánimemente Gobernador en 1835, por el término de cinco años, a cuya conclusión, él expresó su deseo de retirarse, pero provisoriamente continuó en el mando hasta que se concluyese la guerra con la República del Uruguay, considerándolo el pueblo como al única persona que pudiese llevarla a un término feliz.

En su persona, el General Rosas es de estatura de cinco pies nueve pulgadas de alta, tiene ojos azules, brillante cabello suelto, hoy con algunas canas, complexión ágil y robusta, con rostro y voz agradable y animada. Por su habitud de asidua atención a los negocios dedica catorce horas cada día a los asuntos públicos, inspeccionando personalmente todos los detalles de los varios departamentos interiores del Gobierno.  Aunque investido con el poder, muy cuidadosamente se abstiene de toda intervención en los tribunales. Los Representantes son elegidos por el pueblo; los jueces del Tribunal de Comercio, por los mercaderes, y las leyes se ejecutan mejor que en muchos años antes. La Policía de la ciudad y de la campaña no puede ser mejor. El robo es casi desconocido. Nuestros oficiales de marina y los extranjeros recorren solos las Pampas, y en perfecta seguridad. El crimen es castigado allí, y sus juzgados del crimen son tan regulares como los de cualquiera parte de nuestro país. Buenos Aires es uno de los estados de la Confederación Argentina; está encargado de las Relaciones Exteriores de toda ella; pero cada estado tiene su gobierno y sus leyes que son separadas y diferentes de las de Buenas Aires; y en el centro de la América del sud no es extraño que las leyes no siempre sean administradas con justicia— sin embargo, dentro de la jurisdicción del Gobernador Rosas, eso no puede decirse con verdad,

“Se ha imputado haber ordenado los más crueles asesinatos, y so citan los de 1840. Pocos saben la verdadera historia de esa Época.

“Los franceses estaban delante de la ciudad, bloqueándola, y habían fraguado una revolución entre los descontentos en la ciudad, quienes se comunicaban con la escuadra Francesa por medio de un Americano de descendencia Francesa, nacido en Nueva Orleans, llamado Félix Alibert. Tenía un buque de señales en el muelle de Buenos Aires, y por medio de los botes de otros buques de guerra mantenía su correspondencia. Estaba a punto de estallar una revolución, y comprometidos en ella cerca de cuatro mil ciudadanos. El coronel Maza debía encabezarla, y debía matar al Gobernador Rosas en su propia casa, a donde iba diariamente a visitar a su familia. La ciudad estaba dividida por los conspiradores en distritos, y solo pocos de uno de estos conocían quien estaba con ellos en el otro. Los franceses ayudaron al General Lavalle a invadir la provincia, quien, al acercarse a la ciudad, sabía la existencia de la conspiración—cuando el coronel Maza, Alibert y otros fueron arrestados. El padre de Maza, Presidente de la Sala de Representantes, y otros cabezas de la conspiración, fueron asesinados—arrancados de entre los vivos. Lavalle se retiró; y el país de nuevo estuvo trasquilo. Viendo los franceses que nada podían conseguir, hicieron la paz,

“Siempre se han imputado al Gobernador Rosas esos asesinatos como hechos por su orden, y el modo fue repugnante; cerca de setenta hombres, inclusos unos pocos de distinción, fueron degollados, y arrojados sus cadáveres en la zanja del cementerio. Sus amigos siempre han dicho que el populacho cometió esos asesinatos, en venganza, cuando se descubrió la conspiración: pero sea que ese fuera el caso, o no, ellos impidieron que estallase una conspiración que habría hecho correr la sangre de millares, e impidieron un saqueo  general de todos las extranjeros, que es el accesorio usual. No podía haberse llevado a esos hombres a un juicio público, porque los conspiradores habrían conocido su fuerza, teniendo amigos al frente y a la retaguardia—su levantamiento habría sido horroroso, porque toda la población habría tenido que pelear por la vida.

“El coronel Maza y los arrestados fueron juzgados y fusilados, siendo Alibert el único que fué perdonado: lo que se hizo fue desterrarlo del país, a petición de Mr. Slade, Cónsul de los Estados Unidos. Se lo envió a bordo de la barca de guerra de los Estados Unidos Fairfeld, y de allí fue al Brasil, y de él proviene este relato de la conspiración.

“El Gobernador Rosas es hombre muy firme, que raras veces perdona los crímenes. Sabe bien que sus conciudadanos requieren una mano fuerte en el gobierno: pero en su carácter particular es muy benévolo. Centenares de pobres de la ciudad van diariamente a su quinta, donde se les dá toda la carne fresca que necesitan. El mayordomo dijo al que escribe esto, que algunos días se distribuía la carne de cinco reses. Esta ha sido su práctica constante desde muchos años. Su fortuna es grande, aunque no enorme como la de Santa-Ana, ni tan considerable como la de otros ciudadanas de Buenos Aires; siendo de cerca de medio millón de pesos fuertes. No recibe sueldo por sus servicios. No hace mucho que murió su padre, dejándole sesenta mil pesos. El los cedió a los huérfanos, hijos de su hermana, que casó con el Dr. Bond, natural de Baltimore.

“Siempre se ha insistido en su odio a los extranjeros; pero es enteramente falso. La iglesia episcopal inglesa recibió como presente del Gobierno el terreno en que está edificada; y una mitad de las escuelas para niñas católicas, naturales del país tienen por maestras a señoras que pertenecen a esa iglesia episcopal, o de otras de las cuatro iglesias protestantes que hay allí, lo que no muestra que hay un gobierno intolerante.

“Allí son más respetados los ciudadanos de los Estados-Unidos que los de cualquiera otra nación. Siempre han sido neutrales. Una gran parte de la malevolencia inglesa se origina de celos por la preferencia  que se nos muestra. El General O'Brien, inglés, últimamente ha publicado un relato de una cruel prisión que sufrió en Buenos Aires. Ei que escribe esto se hallaba allí entonces, y todo lo sucedido es, en pocas palabras, que el General O’Brien era Ayudante del General Santa-Cruz, Presidente de Bolivia, en guerra entonces con el Gobierno Argentino, y por él fue despachado como enviado cerca del General Rivera en Montevideo, también en guerra entonces con el Gobierno Argentino, para combinar un plan de operaciones unidas. Viajó por Buenos Aires como inglés, y permaneció allí algún tiempo. Haciendo saber indiscretamente a algunas personas el objeto de su misión, fue arrestado. Las pruebas se presentaron al Ministro Plenipotenciario de S. M. B., quien declinó oficialmente de intervenir. El General O' Brien era un espía, y si en iguales circunstancias hubiese sido aprendido en los Estados Unidos, habría sido ahorcado. El Gobernador Rosas atendió a sus promesas de que abandonarla la carrera militar e iría a Inglaterra, y lo puso en libertad. Puede juzgarse como ha cumplido su palabra, cuando se sabe que entes de un año ya estaba en la ciudad de Montevideo, y ahora es el agente del gobierno especulador de aquella ciudad.

“El Gobernador Rosas, y el país que él gobierna, son fuertemente adictos a nuestro país y a sus instituciones; y eventualmente la Confederación Argentina será modificada sobre el mismo plan. Se retirará de la vida pública cuando concluya la guerra con la República del Uruguay, y probablemente le sucederá el General D. Ángel Pacheco, que ha estado al mando del ejército auxiliar del Presidente Oribe en los cuatro últimos años, y es un caballero ilustrado y rico. Hace algunos años que estuvo en los Estados Unidos,

“No soy el panegirista del Gobernador Rosas, pero deseo que mis compatriotas conozcan su verdadero carácter, como lo describen los Comodoros Ridgecy, Morris y Turner, y todo oficial y ciudadano de los Estados Unidos que ha visitado a Buenos Aires. Verdaderamente él es un grande hombre, y en sus manos ese país es la segunda República de América,

“De Vd. sinceramente—

(Del Journal of Commerce de Nueva York, del 16 de Diciembre último.)”

 

Con respecto a las anteriores observaciones puede repararse que, como perteneciente a una familia distinguida, descendiente del Conde de Poblaciones, el General Rosas tomó parte, muy joven, en la gloriosa defensa de Buenos Aires contra los ingleses, no como oficial, sino de simple soldado de artillería, y después de caballería, como sirvieron otros jóvenes de familias distinguidas del país, lo que le es aún más honroso.

El General Rosas con su trabajo e inteligencia no solo aumentó la fortuna de sus padres, sino que también la suya propia, de un modo honorable e independiente de cualquiera otra persona, por sus empresas de pastoreo y de agricultura, siendo el primero que practicó en el país grandes sementeras, fundo saladeros, y combatiendo intrépida e infatigablemente contra los Indios, explotó los más fértiles campos de la provincia.

El General Rosas restableció en 1820 el orden y la autoridad legal, ganando la victoria del 5 de Octubre de ese año, que mandó en persona. Con el regimiento 5° de caballería de Colorados del Sud de la campaña atacó a los facciosos atrincherados en Buenos Aires con artillería e infantería, y los venció. Este triunfo acabó con la anarquía, y el General Rosas, logrando el objeto patriótico de aquella memorable e empresa, se retiró a la vida privada, llevando también a ella la satisfacción y la gloria de haber dirimido y terminado con su influencia y a costa de su fortuna particular, las fratricidas diferencias entre Buenas Aires y Santa Fe, por el importante tratado del 23 de Noviembre de 1920.

Él fue el primero que rechazó a los indios que desolaban la campaña, y estableció la línea de frontera a la que después ha dado un grande y glorioso desenvolvimiento.

Hostilizado siempre por la logia de salvajes unitarios, desgraciado extravío de la revolución en el Rio de la Plata, correlacionada con las sociedades secretas y con las miras Europeas, desde que se agitó la traidora combinación de establecer monarquías Europeas en América, y enemigo firme y leal de toda sedición, de todo crimen, y más aun de toda defección del principio nacional Americano, se vio llamado por el país en 1829 a contrastar la primera explosión desastrosa de aquel sangriento y alevoso plan.

La logia de salvajes unitarios sublevó en 1828 el ejército nacional Argentino en la ciudad de Buenos Aires: derribó las leyes fundamentales y las instituciones republicanas; disolvió el Cuerpo Legislativo, y asesinó al Gobernador de Buenos Aires, Encargado de las Relaciones Exteriores y do los negocios de paz y guerra dela Confederación Argentina, el Coronel D. Manuel Dorrego. El General Rosas, Comandante General de la campaña de Buenos Aires, fue proscripto de muerte por los amotinados y tiranos salvajes unitarios. Mas la estratocracia militar apoyada por cl armamento de un regimiento de franceses en Buenos Aires no podía triunfar de la decisión de los pueblos. El General Rosas dirigió la resistencia del país, venció a sus enemigos, y restableció las leyes. La Legislatura lo nombró Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y le confió poderes extraordinarios que empleó para pacificar toda la República, y establecer en Buenos Aires un sistema de gobierno regular, responsable y honorífico. Su administración desde el 20 de Diciembre de 1829 hasta 20 del mismo mes de 1832 fue la primera en el país que terminó dignamente el periodo legal; y la primera que estableció sobre bases sólidas y permanentes la confederación nacional de las provincias Argentinas. Esta confederación de provincias es igual en sus estipulaciones fundamentales a la confederación de estados de los Estados Unidos de Norte América. Cada provincia conserva entera libertad e independencia en su gobierno y administración interior; y todas están ligadas indisolublemente a la unión y defensa nacional bajo las estipulaciones del tratado de 4 de Enero de 1831.

Después de esa época, que puede llamarse la primera del orden y progreso nacional, el General Rosas realizó la expedición a los desiertos del sud en 1833 y 34. Sus trofeos fueron la total derrota de más de veinte mil indios belicosos y feroces, el ensanche de las fronteras de la Provincia basta el desierto, la libertad de más de cuatro mil cautivos Argentinos y Chilenos, y la destrucción de un poder bárbaro que luchaba y había luchado en más de dos siglos, contra la seguridad, la civilización y la riqueza del país.

Era necesario que de nuevo gobernase el país anarquizado por las intrigas de los salvajes unitarios y de enemigos exteriores, que después aparecieron más abiertamente a combatirlo. El General Rosas reusó en 1935 aceptar el mando supremo aún con poderes extraordinarios, que le confió la Legislatura de Buenos Aires, sin que se explorase primero el voto expreso del pueblo por sufragios individuales. Así se efectuó; y la votación de los ciudadanos fue unánime, excepto dos votos; y esa decisión se ha sostenido, y se sostiene, aun contra el poder de la Inglaterra y de la Francia, a pesar que el General Rosas desea desde mucho tiempo retirarse de los negocios públicos. La honorable Representación de la Provincia lo considera aun necesario en el mando, no para sostener la guerra contra la República Oriental, pues que esta es aliada de la Confederación Argentina, sino para sostener la guerra en defensa y sostén de la independencia de una y otra República, y con esa independencia la del continente Americano, Y además es inequívoco el voto público que obliga al General ¡Rosas a continuar en el gobierno; voto no solo auténticamente consignado, sino también firmemente sostenido por el País en armas en una de las más difíciles circunstancias para cualquier gobierno, aún más poderoso, que no se apoyase en el sentimiento público.

Los asesinatos a que alude el artículo del Journal of Commerce tuvieron lugar en 1840 y 1842. La conspiración del Teniente Coronel Ramón Maza, en connivencia con los franceses y con la logia de salvajes unitarios, tuvo lugar en 1839. En uno y otro caso el General Rusas, en las más graves y peligrosas circunstancias de conmoción interior y de fuertes ataques extranjeros, justificó con sus hechos el concepto favorable que justamente se tiene formado de su carácter firme pero humano, y de su energía en las resoluciones conservadoras del estado de en las grandes crisis.

En 1839 la conspiración de Remón Maza era aún más atroz y bárbara que lo que se indica en el artículo del Journal. No solo envolvía el asesinato alevoso del General Rosas, de sus Ministros, de varios Representantes del pueblo, y de Jefes militares, entre ellos el mismo hermano del conspirador, el coronel D, Mariano Maza, sino también la sublevación y desenfreno de los indios en la campaña. El Gobierno mandó encarcelar a más de treinta de los traidores; ninguno de ellos fue fusilado, como era justo, y necesario que lo fuesen, sola mandó fusilar a Ramón Maza. Los demás fueron puestos en libertad, después de algún tiempo de prisión. Este hecho público demuestra que el General Rosas procedió con clemencia, aún en caso tan grave y alarmante.

El Dr. Maza, padre, e instigador cruel de su mismo hijo Ramón, y objetos ambos de inmensos favores y beneficios, así del Gobierno como del General Rosas en particular, fue asesinado en medio de la conmoción pública; y fue la única víctima de la venganza del pueblo, instigada, según todas las probabilidades, por los mismos conspiradores. El Gobierno en el acto tomó una actitud firme; mandó poner sobre las armas las fuerzas militares de la guarnición; y la autoridad pública mantuvo la posición imponente que exigían las circunstancias tan peligrosas de un pueblo irritado y conmovido por impulsos siniestros. El Gobierno no necesitaba emplear recursos odiosos, cuando podía ejecutar a la víctima de un asesinato execrable, si su suplicio hubiese sido necesario a la seguridad pública, y prescripto por la justicia para ahorrar inmensas calamidades y derramamiento de sangre.

Los asesinatos ocurridos en 1840 y 1842, emergentes también de circunstancias de profunda crisis, y que en Inglaterra, en Francia, España y otros países, han tenido un carácter tan horrible y una extensión tan deplorable, fueron reprimidas por el Gobierno sin la menor hesitación, no solo por órdenes severísimas, que están en el dominio de la publicidad, sino por ejecuciones públicas que no dejan la menor duda sobre su política conservadora y honorable. Si el gobierno del General Rusas, forzado por una necesidad inevitable y fatal, hubiese sido tan indiferente, como lo fueron, o no pudieron dejar de serlo, la administración de Lord Castlereagh a las horrorosas atrocidades y matanzas de Irlanda, y el gobierno de Luis XVIII a los bárbaros asesinatos en Francia, no habría razón aun así para atribuirle el efecto terrible de un periodo producido por las traiciones mismas de sus enemigos internos y exteriores. Más aún de esa lamentable posición se halla exento el General Rosas, pues que no solo tuvo la voluntad, sino la firmeza de contener y castigar crímenes tan odiosos y tan contrarios a la misma defensa del país y estabilidad de la autoridad pública.

De ninguna manera es extraño que O'Brien haya imputado tan falsa y absurdamente ese episodio al General Rosas; pues que él mismo se declara víctima de este, quien en lugar de mandarlo fusilar, como indigna espía y alevoso conspirador que era el infame O’Brien, lo perdonó, con una clemencia que, en igualdad de circunstancias, no habría hallado en el Gobierno inglés, ni en ningún otro. El General Rosas no creyó de ningún modo en las promesas de arrepentimiento de O'Brien; mas está en sus principios, y en su corazón, inclinarse a la clemencia más que al castigo, como siempre lo ha acreditado en este y otros casos célebres, como el de Lavalle, Paz, Madrid, y porción de otros de sus encarnizados enemigos.

La política del General Rosas, firme contra todo desorden y crimen, ha dado sus frutos bien gratos a la humanidad en la seguridad de que gozan, en medio de esta misma guerra, todos los habitantes del país, nacionales y extranjeros, sin que desde 1843 hasta hoy haya sido necesaria ninguna ejecución o encarcelamiento por causas políticas, y sin que haya ocurrido un solo robo, asesinato, o cualquier otro crimen, rarísimos en el país, que inmediatamente no haya sido perseguido y castigado con todo el rigor de las leyes y celo de las autoridades.

(Gaceta Mercantil del 14 de Marzo.)

Aclaración: La transcripción se realizó de acuerdo a la grafía actual 

Estratocracia, es una palabra actualmente en desuso, cuyo significado es una forma de gobierno encabezada por jefes militares en la que el estado y los militares son tradicionalmente o constitucionalmente la misma entidad, y las posiciones gubernamentales siempre están ocupadas por oficiales comisionados y líderes militares. Los ciudadanos con servicio militar obligatorio o voluntario, o que han sido honorablemente dados de baja, tienen derecho a elegir o gobernar. El poder político de los militares está respaldado por la ley, la constitución y la sociedad.

Ver artículo que se puede relacionar de este Blog: https://periodico-el-restaurador.blogspot.com/2021/08/rosas.html