martes, 1 de septiembre de 2015

Don Bosco y la Patagonia argentina

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IX N° 36 - Setiembre 2015 - Pags. 12 a 15 

Don Bosco y la Patagonia argentina

por Mario Meneghini (*)

Don Bosco
Fotografía del primer grupo de Misioneros Salesianos que partirían hacia América (A)

En 1875 parecía cumplida la vasta acción de Don Bosco, las obras salesianas se extendían incluso fuera de Italia. Pero el corazón del santo permanecía inquieto. Su sueño más deseado no se ha realizado; más allá de los mares, hay inmensas multitudes esperando el anuncio del Evangelio. Hay que acudir a esos pueblos y conducirlos a la fe; recién entonces su misión habrá alcanzado su plenitud. 

En la evangelización de la Patagonia argentina tuvo destacada participación la congregación fundada por san Juan Bosco. En 1883 la conquista militar del desierto aseguró para la civilización y para la República Argentina la posesión y la paz de las tierras australes. Los misioneros salesianos intervinieron activamente en esa encrucijada histórica, difundiendo el Evangelio y la cultura.

Afirma el P. Paesa: “Uno de los más preclaros varones sureños, que habría merecido el título de visionario en calidad de insigne, por su incurable megalomanía patagónica, sería san Juan Bosco. La crítica moderna queda perpleja, al examinar la autenticidad de sus previsiones. Fue precisamente un sueño la causa de la venida de los Salesianos a las tierras del sur”.

En 1854, don Bosco fijó el destino del futuro vicario de la Patagonia, el niño Juan Cagliero, afectado de fiebres malignas; los médicos confesaron que su tarea había terminado. Pero el santo le dijo al enfermo, que había expresado que quería ir al Paraíso, no es tiempo todavía Juan, la Virgen quiere concederte la salud; curarás, serás sacerdote, y un día, con el breviario bajo el brazo, caminarás…Es que don Bosco, velando su lecho de muerte, contempló un grupo de onas, techuelches y mapuches, que dirigían hacia él sus brazos y le pedían ayuda. En 1872, tuvo una nueva visión que le anticipaba en dos momentos la gesta de la conquista espiritual: la de los mártires jesuitas que fijaron las primeras semillas del Evangelio, y la de los salesianos, que la perfeccionaron.

Durante varios años el santo se preguntaba: ¿a qué pueblos llevarían la luz de la fe? Finalmente, la visita del cónsul argentino en Saboya, Juan Bautista Gazzolo, lo orientó. En diciembre de 1874, Gazzolo, en nombre del Arzobispo de Buenos Aires, le propuso la dirección de la iglesia llamada de los Italianos en Buenos Aires, y un colegio en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Esta invitación lo llevó a buscar publicaciones en las que vio perfectamente representados a los indígenas de sus sueños. Consigue el permiso del papa Pío IX, a quien había relatado su sueño. Claro que ir a Buenos Aires no era ir a la Patagonia, pero sería un punto de apoyo para luego iniciar la conquista espiritual de las inmensas regiones semidesérticas del sur del continente americano.

Aceptó el ofrecimiento recibido, y se dedicó a seleccionar, instruir y equipar un pequeño grupo de misioneros. Fueron diez los elegidos: cuatro sacerdotes y seis laicos. El jefe era Cagliero, el joven de la visión, que moriría recién a los ochenta y ocho años.

Antes de la partida, don Bosco habló así sus misioneros: “¡Qué campo inmenso el de la Patagonia! Una extensión varias veces superior a Italia. ¡Y qué espléndida mies para un ejército apostólico! Y sois apenas diez…No importa. Ocupaos de las almas. Rechazad honores, dignidades, riquezas. ¿Queréis merecer la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres? Cuidad de los enfermos, los niños, los ancianos, los dolientes. ¡Propagad la devoción a la Eucaristía y a María Auxiliadora!”.

En 1875, viajó por mar la primera tanda de misioneros de su orden, arribando al Plata diez de ellos, de los cuales sólo tres llegaron al sur. La consigna de don Bosco fue: ¡Id a la Patagonia!, pero la prudencia exigió una preparación previa.

Dos meses después del arribo de los misioneros, fue nombrado el Capitán Antonio Oneto, presidente de una comisión encargada de la distribución y venta de lotes de tierra a los colonos del Chubut. Este funcionario buscó la colaboración de los salesianos, y el padre Cagliero respondió positivamente a esta convocatoria. Este sacerdote escribió a don Bosco, el 5 de mayo de 1877: “Usted verá si soy yo u otro el destinado a entrar por primero en la Patagonia; aquel de quien pueda decirse: pertenece a aquella legión de varones que llevaron la salvación a la Patagonia”. Las necesidades de organización de la congregación en Europa impidieron que fuese él, tocándole ese papel al padre José Fagnano.

Sólo un santo impulsado por sus visiones, pudo atreverse a afrontar una empresa como la conquista espiritual patagónica. Su congregación estaba recién aprobada por la Santa Sede, y contaba con 171 socios, entre ellos cincuenta sacerdotes sin experiencia. Las misiones que procuraba se extendían desde Bahía Blanca hasta Tierra del Fuego. Además la situación del país no era propicia; el gobierno, influido por las logias masónicas, mantenía una actitud de enfrentamiento con la Iglesia Católica como nunca hubo en la historia argentina. El padre Cagliero le advertía a don Bosco: “Los que deben venir por aquí, si no son hijos de Hércules, es mejor que se queden en Europa”.

El mayor milagro del santo fue, sin duda, el prodigioso desarrollo de las Misiones Salesianas. En breve tiempo, la Congregación estaba colocada entre las grandes agrupaciones de la Iglesia. A los veinte años de su llegada a territorio argentino, el desierto había florecido. La inmensa Patagonia y la pampa habían sido recorridas en toda su extensión, y, en parte, conquistadas al Evangelio. Desde 1877, las Hijas de María Auxiliadora se unieron a los Salesianos en la Patagonia. Desde entonces, su trabajo no dejó de secundar la acción de sus hermanos, para crear, a través de la conversión del indígena, la familia cristiana, y bajo el influjo de la caridad, abrir el camino al bautismo.

Don Bosco
Misión Salesiana en Tierra del Fuego, circa 1900


La congregación, ya establecida en Carmen de Patagones desde 1878, realizó en un primer momento el reconocimiento de la región y de su población autóctona, para detectar focos propicios para el establecimiento de residencias, que fueron fundadas en una segunda etapa: escuelas de artes y oficios, de agricultura, de primeras letras, hospitales, imprentas, plantaciones. La obra salesiana tuvo su núcleo central en la educación de niños y jóvenes, impartiendo amplios conocimientos que incluyeron enseñanza religiosa, alfabetización y de oficios. De esta forma se fue dando un paulatino proceso de civilización de la región, permitiendo así la integración de sus pobladores.

Al ser nombrado Monseñor Juan Carlos Cagliero como vicario apostólico de la Patagonia, planificó establecer misiones volantes con estaciones misioneras. Para ello se realizaban permanentes recorridas a lo largo de los ríos Colorado, Negro y Chubut, en busca de lugares aptos para la construcción de escuelas, capillas y hospitales. Los misioneros fueron un verdadero nexo entre los pobladores blancos e indígenas, ayudando a reorganizar la vida después de la campaña del desierto.

La labor de los misioneros salesianos fue fundamental en el proceso de colonización regional. La conquista militar del desierto, no hubiera bastado, por sí sola para lograr la total integración de la Patagonia. Para ello fue necesario el arduo trabajo realizado por estos pioneros, quienes con gran sacrificio y empeño llevaron el Evangelio y la cultura a todos los rincones de la región.

Don Bosco
El cacique Manuel Namuncurá y su familia (en cuclillas Ceferino Namuncurá)


No todos comparten, lamentablemente, una visión positiva de la actividad salesiana; desde una óptica indigenista, se sostiene que el proyecto de evangelización de los indios fue “una forma de homogeneización cultural” (María Nicoletti, “La Congregación Salesiana en la Patagonia”; Universidad Nacional del Comahue, publicado en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, 2015).

Felizmente, el Estado argentino, a través de la Ley 24.841, estableció el día 16 de noviembre, como Día de la Evangelización Salesiana de la Patagonia; la ley ha venido a confirmar el reconocimiento generalizado en la sociedad argentina.

Don Bosco no alcanzó a ver el resultado de su gigantesco trabajo misional, pues falleció a los cuatro años de erigido el primer vicariato patagónico. Pero, sin embargo, Dios le había mostrado lo que iba a suceder. En la noche del 30 de agosto de 1883, un sueño le hizo recorrer la América del Sur en todo sentido. En este misterioso viaje tuvo por guía al joven Luis Colle –hijo del Conde Colle, de Tolón, bienhechor del Oratorio- muerto en santidad a los diecisiete años. Aquí ves, le dijo el joven, millares de hombres que aguardan la palabra de Cristo; tus hijos evangelizarán estos pueblos.

La clara intuición de la magnitud de la actividad misionera de sus hijos, no fue la única recompensa divina al santo anciano. En efecto, casi al final de sus días, Dios le proporcionó una gran alegría. Habiendo estado inmovilizado más de quince días, por la enfermedad que poco después le provocaría la muerte, en diciembre de 1887, lo visitó Cagliero, ausente cuatro años de Valdocco, y no llegaba solo. Don Bosco no había podido ir a la Patagonia, pero esa región llegaba a él en la persona de una niña india huérfana asistida en la primera expedición a la Tierra del Fuego.

Querido don Bosco –dijo Cagliero- estas son las primicias que le presentan sus hijos del extremo confín de la tierra. 

El santo murmuró en italiano: Padre, le agradezco haber mandado sus misioneros para la salvación mía y de mis hermanos. 


La acción salesiana en la Patagonia

En 1934, las misiones de la Patagonia tenían una organización religiosa, y una red de centros y comunidades de fieles, con vida y recursos propios. Esta entidad, fruto de medio siglo de trabajo apostólico, fue reconocida jurídicamente con la erección de la Diócesis de la Patagonia.

Esta enorme provincia eclesiástica se extendía desde el río Negro hasta las islas australes. En 1957 se desagregaron de tan vastos límites las nuevas provincias patagónicas: Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

24 iglesias y capillas transmitían la luz de la fe. En la ciudad de Comodoro Rivadavia congregaba a los fieles la capilla de María Auxiliadora; en la zona de las explotaciones petrolíferas se alternaban las iglesias de: Kilómetro 27, Astra, Kilómetro 8, Kilómetro 5, General Mosconi, Kilómetro 3.

En Chubut, aportaban a la cultura 8 colegios e institutos, 5 salesianos y 3 de las Hermanas de María Auxiliadora, así como una universidad. Por decreto 1.074 del Comisionado Federal de Chubut, se declaraba:

“Gracias a la obra apostólica realizada por la Congregación Salesiana, el Chubut ha podido conformar su integración espiritual, sobre la base de los principios de la civilización occidental cristiana. Y, además, mediante el sacrificio y el espíritu de lucha de sus hijos, ha contribuido en gran parte en la heroica tarea que significó en sus orígenes la colonización de esta Provincia”.

La obra titánica de los salesianos, no puede separarse de la personalidad de su fundador, que explicó de qué manera perseveraba en la acción:

“Cuando tropiezo con una dificultad, me conduzco como quien en la marcha encuentra el plazo obstruido por una peña. Primero, trato de apartarla. Si no lo consigo, la salto o la rodeo. Así, iniciado un asunto, si surgen inconvenientes, lo suspendo para comenzar otro, sin perder de vista el anterior. Y entre tanto, las brevas maduran, los hombres cambian, y las dificultades se allanan”.

Es claro que toda su vida estuvo fundada en el lema Da mihi animas, caetere tolle (Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás).

Estampilla de Ceferino Namuncurá
Estampilla emitida por el Correo Argentino en 2007
del beato Ceferino Namuncurá


Fuentes:

Auffray, A. "Un gran educador. San Juan Bosco"; La Plata, Ediciones Don Bosco, 1976.

Paesa, Pascual R., "El amanecer del Chubut"; Buenos Aires, 1967.

Universidad Católica Argentina. "Historia de la Patagonia; desde el siglo XVI hasta 1955", Buenos Aires, 2001.


(*) Mario Meneghini es Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, graduado en la Universidad Católica de Córdoba, Miembro Correspondiente de la Academia Sanmartiniana, de la Academia Argentina de la Historia y de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina.

(A) Fotografía del primer grupo de Misioneros Salesianos, que partirían hacia América, en especial la Argentina, destinada a fundar un Colegio para trabajadores y aprendices en San Nicolás de los Arroyos, en la provincia de Buenos Aires. Llegados a la ciudad de Buenos Aires, algunos se quedaron para atender a la numerosa comunidad italiana, otros partieron hacia San Nicolás de los Arroyos como estaba previsto y el resto se dirigió a la Patagonia. 

En la fotografía que muestra la importancia que se le quiere dar a este momento crucial para la vida salesiana, fue tomada en la ciudad italiana de Savona en 1875, se observa sentados al P. Juan Cagliero (1) recibiendo de Don Bosco (2) quien viste capa y solideo -como en las grandes ocasiones en que se presentaba ante el Papa-, el libro de las Constituciones Salesianas -que es la regla de vida de los salesianos-, el Cónsul Argentino con sede en esa ciudad, Juan Bautista Gazzolo (3), vestido de gala con gran uniforme, -Gazzolo fue el gestor ante el Arzobispo de Buenos Aires León Aneiros, para el envío a nuestro país de la primera misión salesiana- y a su lado el P. José Fagnano (4),destinado a dirigir el colegio de San Nicolás. Parados se encuentran los Coadjuntores Bartolomé Scavini (5) -maestro carpintero- y Vicente Giola (6), los P. Valentín Cassini (7) y Juan Baccino (8) -que morirá dieciocho meses después por el excesivo trabajo-, el Coadjuntor Esteban Belmonte (9) -músico y encargado de la economía doméstica-, el P. Domingo Tomatis (10) cronista de la expedición, el Clérigo Juan Bautista Allavena (11) y el Coadjuntor Bartolomé Molinari (12) -maestro de música instrumental y vocal-. Los que están por partir, visten a la española, con el manto característico y luciendo una gran Crucifijo, propio de los misioneros.