sábado, 1 de marzo de 2014

El sable debe volver a Buenos Aires

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VIII N° 30 - Marzo 2014 - Pag. 15 

El Sable "debe volver a Buenos Aires"

Jacinto Anzorena, nacido en Mendoza a fines de 1879, relató en una carta remitida a su amigo Conrado Céspedes y publicada en "El Diario" el 27 de mayo de 1925, como había conocido a Manuelita Rosas.

Después de contarle que en 1886 siendo aún niño, se embarcó en Buenos Aires junto a su hermano Eliseo en el transatlántico "El Plata" para ser conducido a Inglaterra para estudiar ingeniería, llevando consigo varias cartas de recomendación para argentinos residentes en Inglaterra, entre ellos Máximo Terrero, esposo de Manuelita Rosas, quien también casualmente viajaba en ese barco hacia el mismo destino, le dijo sobre Manuelita:

"...Pasados algunos meses recibimos no sin sorpresa, una tarjetita del señor Terrero, invitándonos en su nombre y en el de su señora esposa a pasar unos días de vacaciones en su residencia de Belzise Park Gardens. Aceptamos complacidos y fuimos recibidos cariñosamente por la familia Terrero y especialmente por doña Manuelita.

Era esta una dama de corte patriarcal que, a pesar de sus años y de la tristeza que le causara el alejamiento de su querida patria conservaba aún rastros de su esbeltez y hermosura juveniles; pero, lo que más impresionaba en ella era esa bondad natural y espontánea que inspiraba todas sus palabras y todos sus actos. Un día fuí presa de una formidable indigestión, que me obligó a guardar cama; la señora se constituyó en mi enfermera, sufriendo gustosa las incomodidades inherentes al cuidado de un paciente cuya atención pudo confiar a extraños.

Después de su larga residencia en la Gran Bretaña, la hija de Rosas matizaba frecuentemente su conversación con términos ingleses o anglo-argentinos...

Jamás oí en boca de doña Manuelita una sola palabra que denunciara encono, resentimiento o el más leve reproche para nadie. Todo lo contrario, recordaba con intenso cariño a Buenos Aires, seguía con interés los progresos y evolución de la patria, dejando traslucir su deseo de volver a verla.

No me olvidaré de un día que, admirando el famoso sable que San Martín obsequió a Rosas, pregunté a la señora por qué no lo regalaba al Museo Histórico de Buenos Aires. Mi ingenua pregunta tuvo una rápida respuesta del señor Terrero: «Ese sable no volverá a la Argentina sino con los restos del general Rosas».

Ante mi sorpresa, intervino doña Manuelita, diciendo: «No, Máximo, este niño tiene razón; esa reliquia debe volver a Buenos Aires y a su tiempo los argentinos le harán justicia a tatita»".

Era el último día que debíamos pasar en Belzise Park Gardens, domingo. La señora me pidió que la acompañara a misa, y al subir al carruaje me pasó su breviario, que le entregué al entrar al templo y del cual fui nuevamente conductor al regreso, devolviéndoselo una vez llegados a la casa. Al recibirlo me dio un abrazo diciéndome, bastante emocionada: «Acabas de proporcionarme uno de los mayores placeres que he tenido, desde que salí de Buenos Aires: eres el primer argentino que me lleva el libro a misa». En la noche nos despedimos de la hija del restaurador para no volverla a ver, pero he conservado y conservaré siempre un cariñoso recuerdo de aquella dama tan discreta como bondadosa".

Manuelita Rosas
Carlos Ibarguren


Ibarguren, Carlos. "Manuelita Rosas", 3ra. edición, Carlos y Roberto Nalé Editores, Bs. As. 1953.)