martes, 1 de marzo de 2011

Pedro de Angelis

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pags. 1 a 4  

Personajes de la Confederación Argentina

Pedro de Angelis y su esposa Melanie Dayet.

Nuevos aportes sobre sus últimos días.

 

Por Bernardo Lozier Almazán *

Especial para El Restaurador

 

Pedro de Angelis

Breve semblanza de su personalidad

Fue aquel el 20 de junio de 1784, cuando Pedro Antonio Diego Henrique Estanislao de Angelis, pegó sus primeros berridos en el hogar napolitano de Domingo de Angelis (aunque algunos autores digan que fue Francisco de Angelis) y Julieta de Rossi.  

Durante su juventud cursó sus estudios primarios y secundarios en Nápoles su ciudad natal, demostrando tempranamente su marcada vocación por la docencia. Por aquellos tiempos tuvo en su hermano mayor, Andrés, un eficaz mentor en sus estudios, posteriormente en su formación intelectual e introductor en el ámbito social y político.

Así fue como, luego de su paso por la Real Escuela Politécnica Militar, donde alcanzó el grado de oficial de artillería, prestó servicios en la Corte de Joaquín Murat,  cuando éste reinaba en Italia, siendo maestro de italiano de las jóvenes princesitas Leticia y Luisa y ayo de los príncipes Aquiles y Luciano, todos pertenecientes a la flamante nobleza de creación napoleónica, tan despreciada por la ancienne noblesse, dicho sea de paso.

Debieron ser días de gloria para de Angelis quien, por su vocación docente, pudo trasmitir sus vastos conocimientos a aquellos que se preparaban para gobernar, al tiempo que se ganaba el respeto y la consideración de los más encumbrados personajes de aquel entonces.

Llegado el año de 1819, de Angelis abandonó Nápoles estableciéndose en Ginebra apenas un año, para luego radicarse en París, donde en 1820 obtuvo la designación de “Real  Secretario de la Legación cerca de la Imperial Corte de Petersburgo”, en representación del reino de Nápoles y las Dos Sicilias. Cargo al que no pudo acceder por razones políticas, motivo por el que continuó su permanencia en París, iniciando entonces una íntima relación con el conde Gregorio Vladimiro Orloff, diplomático ruso a cargo de la embajada de su país en la capital francesa.

Por aquel tiempo también conoció a madame Melanie Dayet, que “según algunos era rusa, afrancesada por la vida intensa y palaciega de París, suiza o francesa según otros, pero todos acordes en proclamarla una mujer extraordinaria”,  quien se desempeñaba como femme de chambre de la condesa Orloff. Pero francesa al fin, como ya veremos. 

Muy pronto, el joven de Angelis inició un idilio con la “dama de cámara” que -como generalmente ocurre en los buenos cuentos- terminó en matrimonio celebrado en París. Lamentablemente, no ha llegado a nuestros días algún retrato que nos pudiera brindar el aspecto físico de Melanie Dayet, pero según nos la describe uno de sus contemporáneos, José Antonio Wilde decía de ella que era “extremadamente afable, muy bonita y de esmerada educación”.

Respecto a Pedro de Angelis, su descripción física no ha sido tan favorable, si tomamos en cuenta que el ya mencionado Wilde decía que era “extremadamente feo, pero de modales finos y de vasta instrucción”. En cuanto a retrato pictórico de  Pedro de Angelis, se conoce hasta nuestros días solamente la litografía ejecutada en 1822 por el eximio retratista ruso, Oreste Kiprensky, durante su permanencia en París, retrato ampliamente difundido en nuestro medio.

Fue en Paris donde conoció a Bernardino Rivadavia, quien en 1824 se encontraba en aquella ciudad comisionado por Las Heras, dedicado –entre otras cosas– a la búsqueda de dos redactores periodísticos, dispuestos a establecerse en Buenos Aires para ponerse al servicio de la prensa oficial.

Sin duda, durante aquella entrevista, de Angelis debió producirle a Rivadavia una favorable valoración. Fue por ello que, cuando el 8 de febrero de 1825, asumió la presidencia de la República, le encomendó a su agente en París, Filiberto de Varaigne, que le propusiera a de Angelis un contrato para trasladarse con su esposa a Buenos Aires, a fin de emprender la edición de publicaciones periódicas.

 

Su arribo al Río de la Plata

Así fue como, el 19 de diciembre de 1826, el matrimonio de Angelis, llegaba al Río de la Plata, cuando el gobierno rivadaviano caía estrepitosamente víctima de sus desaciertos.

El bloqueo del Río de la Plata ocasionado por la guerra con el Brasil, fue motivo de que debieran permanecer por varios días en Montevideo, por lo que el matrimonio de Angelis debió alojarse en la residencia del encumbrado personaje de la sociedad montevideana, don Francisco Juanicó, hasta que, desde Carmelo, logró cruzar a Buenos Aires, donde llegaron el 29 de enero de 1827.

Instalado en Buenos Aires, rápidamente se vinculó a los círculos intelectuales porteños y, resuelto a quedarse en este nuevo destino, obtuvo la ciudadanía argentina, firmada el 24 de abril de 1827 por Rivadavia. Aquel mismo año se incorporó, como Codirector, al flamante periódico Crónica Política y Literaria de Buenos Aires, órgano oficial del gobierno.

Periodista talentoso, escribió al calor del gobierno de Rivadavia, hasta que el estado caótico del país exigió un gobierno de conciliación, por lo que debió renunciar, siendo reemplazado fugazmente por Vicente López y Planes, quien desconoció el contrato laboral firmado por Rivadavia, por lo que de Angelis se encontró, a poco de llegar a Buenos Aires, sin empleo y sin recursos económicos. 

Aquella triste circunstancia hizo que de Angelis, aprovechando sus conocimientos en el campo de la docencia, se dedicara a la enseñanza, por lo que fundó la “Escuela Lancasteriana”, para varones, mientras que su mujer, Melanie Dayet junto con Fanny de Mora, abrieron el “Colegio Argentino”, para niñas, probablemente el primero dedicado a la enseñanza de mujeres en el país. Pero indudablemente su frustrada primera experiencia en el turbulento Buenos Aires de la primera mitad del XIX, le permitió dedicarse a lo que sería su verdadera pasión, como lo fue la investigación histórica.

 

El patriarca de los historiadores argentinos

Como es bien sabido, de Angelis fue un eminente historiador, geógrafo, bibliófilo, numismático y coleccionista,  por cuyo motivo, a poco de instalarse en Buenos Aires, dedicó gran parte de su tiempo a indagar en cuanta biblioteca y archivo pudiera aportarle los testimonios que le permitieran conocer el pasado rioplatense e hispanoamericano. Como bibliófilo logró formar la biblioteca más importante del Buenos Aires de aquel entonces, considerada incluso superior a la de Mitre. Teodoro Becú, estudioso de la obra de de Angelis, lo consideraba “un geógrafo de fama universal, maestro en el arte de imprimir, bibliófilo destacado erudito y hombre de ilustración vastísima”. 

Indudablemente, de Angelis traía consigo un enorme bagaje intelectual, producto de su actividad en el campo de la historiografía y la literatura, desarrollada en Europa. 

Con tal acervo cultural, muy pronto pudo dedicarse a lo que fue su pasión, en adelante la historia americana, iniciando los primeros aportes importantes en el conocimiento de nuestro pasado. El primer fruto de sus estudios fue la publicación, en colaboración con José Joaquín de Mora, de la obra titulada Ensayo histórico y político sobre las Provincias del Río de la Plata, desde el 25 de mayo de 1810. También conviene recordar que de Angelis fue el autor de la primera biografía de Juan Manuel de Rosas, editada en 1830 con el título de Ensayo histórico sobre la vida del Exmo. Sr. D. Juan Manuel de Rosas. A esta biografía, le sucedió de inmediato una semblanza del caudillo santafesino, titulada Noticias biográficas del Exmo. Brigadier Estanislao López.

Luego vendrían trabajos de mayor envergadura, como lo fueron sus enjundiosos estudios e investigaciones, que fundamentaron la enorme cantidad de obras, editas e inéditas que produjo durante su fecunda existencia, que no mencionaremos en honor a la brevedad y respeto a los autores de las más importantes bibliografías referidas a la obra de de Angelis, como lo son: Enrique Arana (h), Teodoro Becú, Antonio Zinny, Rodolfo Trostiné, Josefa Emilia Sabor y Mario Tesler, a quienes le debemos nuestra gratitud. Solo diremos que –en nuestra opinión– su monumental Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, aparecida entre los años 1836 y 1837, en siete tomos, este último inconcluso, editados por la Imprenta del Estado, obra de obligada consulta para los estudiosos de nuestro pasado, bastaría para otorgarle nuestro perpetuo reconocimiento y gratitud.     

 

Su pluma al servicio de la causa federal

Actas capitulares
En un principio de Angelis no gozó de la simpatía de don Juan Manuel de Rosas, quien desconfiaba de aquel intelectual napolitano que había estado al servicio de Rivadavia. El tiempo y las circunstancias hicieron que Rosas valorara su erudición y buena pluma como columnista de la Gaceta Mercantil, por lo que le confió la redacción y publicación del periódico Archivo Americano y Espíritu de la Prensa en el Mundo,  editada en tres idiomas, castellano, francés e inglés. El Archivo Americano, con un tiraje de 1.500 ejemplares, tuvo la finalidad de contrarrestar la acción opositora de los exiliados y difundir una buena imagen en el exterior, pesada tarea que de Angelis llevó a cabo fielmente hasta la caída de Rosas en Caseros. No está demás recordar, que durante su desempeño como editor responsable del Archivo Americano, de Angelis llevó a cabo una firme defensa de nuestros derechos territoriales referentes a la cuestión de Malvinas y durante los largos conflictos limítrofes con Chile. Así lo testimonia su invalorable Memoria sobre la legítima soberanía y Dominio de la Confederación a la Parte Austral del Continente Americano, concluida en 1849 y publicada en 1852.

Sería absurdo negar que de Angelis tuvo simpatía por don Juan Manuel de Rosas, afecto y admiración que se lo reconocía al general Tomás Guido, en carta de diciembre de 1842, cuando le decía: “Digan lo que quieran contra el Señor Rosas, pero ese vivo sentimiento de nacionalidad que penetra en las clases más humildes de la sociedad, es exclusivamente suya”.

Como ferviente panegirista de Rosas, de Angelis se atrajo el más enconado odio de los más conspicuos unitarios, por lo general exilados en Montevideo, desde donde conspiraban, con el apoyo de las potencias extranjeras, para derrocar al régimen federal.

De Angelis, que tenía buen olfato político, en 1849 ya presentía el ocaso del gobierno de Rosas. Una carta que le enviara a su amigo Tomás Guido, manifiesta su grave preocupación, cuando le expresaba que: “El Sr. Gobernador tiene sobrados motivos para mandarnos a todos a la puta que lo parió. Es el único hombre puro, patriota y de buena voluntad, que tenemos. Si él nos falla, todo se lo lleva la trampa y no es posible que él lo desconozca o que insista en su renuncia, si no lo ignora. Qué sería del país, de sus amigos, y de él mismo, si dejase el mando? La sola idea de un cambio cualquiera en el gobierno, me anonada. Por supuesto, el mismo día en que el Sr. Gobernador se retirara al “descanso de su vida privada” yo haría mi petaca y me iría adonde me llevara el viento…” 

Llegado el año de 1850, la atmósfera política de Buenos Aires se había enrarecido, cuando la renuncia presentada por Rosas a la Legislatura porteña, le fuera aceptada poco después por Urquiza, dando inicio a la Campaña del Ejército Grande, que concluiría en la batalla de Caseros.

Probablemente, fue aquel tan inquietante panorama político lo que decidió al matrimonio de Angelis  a poner sus asuntos personales en orden, por lo que ambos testaron ante el escribano Mariano Cabral. Primero lo llevó a cabo “En el nombre de Dios Todopoderoso, […] Don Pedro Antonio Diego Henrique Estanislao de Angelis, natural de Nápoles […], estando sano en pie y en mis cinco sentidos y potencias cumplidas, temeroso de la muerte, he dispuesto otorgar mi testamento, bajo los auspicios divinos, protestando como protesto vivir y morir en la verdadera fe y conciencia de la Religión Católica, Apostólica  Romana que profeso […] Item 3º: Declaro que me casé en París con Doña Melania Dayet, hija legítima de Don José Dayet y Doña Teresa Reuill […] matrimonio contraído según el ritual romano, no tenemos sucesión; […] Item 4º: Declaro por bienes los que se reconozcan por tales al tiempo de mi fallecimiento […] Item 7º: Declaro que instituyo y nombro por única y universal heredera […] a mi esposa Doña Melania Dayet de Angelis….”.

Cinco días después, el 9 de mayo de  1850, testaba su esposa “Doña Melania Dayet de Angelis […] natural de Nozeroy en Francia, hija legítima de Don José Dayet y de Doña Teresa Reuill, finados”, nombrando “heredero universal a su esposo Don Pedro de Angelis”.   

La lectura de los dos testamentos nos testimonia que no tuvieron descendencia y que ambos se declaraban recíprocamente “herederos universales” de los bienes inventariados al momento de su fallecimiento.

Si bien, el testamento no menciona los bienes que a la sazón poseía el matrimonio de Angelis, poco tiempo después de testar, el 13 de julio de 1851, testimoniaba ante el escribano Cabral que había hipotecado su propiedad, consistente en una casa sita en “la esquina de Balcarce y Santa Clara [actualmente Alsina], con frentes al sur y al oeste, a una cuadra de la fortaleza para la aduana, con terreno de 33 y media varas de frente al sur y 35 y media varas de fondo al norte”. La propiedad había sido hipotecada a favor de Luis de Saavedra, quien le había prestado 34.000 pesos de moneda corriente a Pedro de Angelis, que se había comprometido a devolverlos en el término de nueve meses. Préstamo que pudo saldar en muy pocos días, ya que el 25 de julio de aquel mismo año ya lo había cancelado.

Según Lucio V. Mansilla, que frecuentaba aquella casa, decía que “era un verdadero museo, hermosamente decorada y arreglada y donde se custodiaban las preciosidades menos imaginables. Abarrotada de libros se adornaba todo con hermosos bibelots, cuadros de valor, platería autóctona, obras de arte indígenas,  antigüedades, curiosidades y libros por doquier”. Roberto Trostiné, con su reconocida erudición, opina que el catálogo de su biblioteca nos pone ante el más maravilloso conjunto de libros americanos que puede desear un estudioso.  

 

Caseros: El ocaso de Pedro de Angelis

Como todos sabemos, el triunfo de Urquiza en Caseros puso fin al gobierno de la Confederación Argentina. A partir de aquel momento de Angelis quedó en total desamparo a merced de los unitarios, de los emigrados que volvían cargados de rencores, y aquellos otros que rápidamente dejaron de lucir el chaleco y las cintas color punzó.

Así fue como nuestro personaje cayó en desgracia, siendo despreciado y escarnecido aún por sus antiguos amigos. Incluso acusado de haberse apropiado de libros y documentos ajenos. Triste situación que se vio agravada por la pobreza, el peso de los años y la desesperanza. Por aquellos días sólo le quedaba su magnífica biblioteca, el tan nutrido archivo y la colección numismática. Apremiado por la falta de dinero, de Angelis intentó en más de una oportunidad la venta de su biblioteca, en 1846 la ofreció al Brasil, por intermedio del Encargado del Consulado General de ese país en Buenos Aires. Aquella oferta fue desdeñada por el gobierno brasileño, razón por la cual la volvió a ofrecer, esta vez a Urquiza, que en un primer momento manifestó estar interesado en adquirir una biblioteca de esa importancia con destino al Colegio de Concepción del Uruguay.

Aquellas tratativas se llevaron a cabo a lo largo de los años 1849 y 1850, hasta que un sugestivo silencio puso fin a las ilusiones de de Angelis. Las consecuencias de aquel fracaso hizo posible que esta maravillosa biblioteca se perdiera para la Argentina, porque dos años después, en 1852, de Angelis inició otra nueva gestión ante el Brasil, que concluyó con su venta concretada durante su exilio en Río de Janeiro en 1853. No obstante, según lo afirmado por Josefa E. Sabor, se sabe que de Angelis, acuciado por las necesidades económicas, ya había vendido no pocas obras a distintos bibliófilos, “en especial al general Mitre, Manuel Ricardo Trelles, Juan María Gutiérrez, más Andrés Lamas en el exterior”.

Según lo informado por fray Camilo de Monserrate, director de la Biblioteca de Río de Janeiro, la cantidad de obras y documentos comprados a de Angelis fueron: 2.785 libros, 1291 documentos y mapas, que sumaron 4.076 piezas, al precio de tan solo 8.000 pesos fuertes.

 

El exilio

De Angelis debió buscar refugio, primeramente en Montevideo, para luego trasladarse a Río de Janeiro, donde arribó el 12 de diciembre de 1853, siendo muy bien recibido, circunstancia que le mitigó en algo su enorme tristeza.

La primera impresión que recibiera a su llegada la testimonió en la conocida carta que, el 21 de diciembre le envió a su amigo Florentino Castellanos narrándole que: “Al cabo de seis días de navegación, llegamos a esta ciudad, en donde todo me causa sorpresa. He pasado tantos años en medio de una sociedad anarquizada que el espectáculo de una población tranquila es sorprendente para mí”.

En Río de Janeiro fue objeto de homenajes y distinciones. El Instituto Histórico y Geográfico Brasilero le ofreció, en su calidad de Miembro Correspondiente, un solemne recibimiento, que contó con la presencia del gran aficionado a los estudios históricos, el emperador del Brasil, Pedro II, quien posteriormente, en 1858, le otorgaría la condecoración de la Orden de la Rosa.

           

Su regreso y el fin de sus días.

No obstante aquellos efímeros halagos, de Angelis extrañaba a su patria adoptiva, por lo que llegó a la conclusión de que prefería vivir pobre y desdeñado, pero en Buenos Aires, por lo que abandonó Río de Janeiro, estableciéndose previamente en Montevideo hasta tanto le autorizaran su regreso, cosa que logró por intercesión de Mitre.

Al fin, en octubre de 1855, llega a Buenos Aires y, con tal motivo, le escribe a Tomás Guido una emotiva carta, anunciándole su retorno, “extrañará V. –le decía– que yo me haya decidido a volver […] Lo he solicitado y lo he conseguido: dentro de pocos días estaré al lado de mi buena compañera y amiga, encerrado en mi quinta, y viviendo como viven los apocados y los tontos. Ya me era imposible permanecer en mi aislamiento: en mi edad no bastan los favores que le dispensa la amistad, o los momentos agradables…”. 

Analizando esta carta se infiere que su esposa, Melanie Dayet, había quedado en Buenos Aires durante su estadía en Río de Janeiro, y que se recluiría en su quinta. Sobre el particular, debemos recordar que, ut supra, hemos mencionado que, en 1851, habitaba en una casa ubicada en “la esquina de Balcarce y Santa Clara”. En consecuencia debemos aceptar que se refiere a otra propiedad ya que la denomina “su quinta”, aún no ubicada por los autores que han incursionado en la vida de este personaje. Al respecto, Josefa E. Sabor admite que: “Estos son los parcos datos que hemos podido reunir sobre las casas que habitó de Angelis en Buenos Aires con su esposa”. Carlos Enrique Pellegrini, por su parte le comentaba en una carta a de Angelis que, “he respirado el frescor en la más importante de las dos casas, que una traidora confianza en el porvenir os llevó a construir”. Como se ve, reconociendo y diferenciando ambas casas. 

El plano levantado por Adolfo Sourdeaux, nos ha permitido ubicar la quinta de de Angelis en las afuera de la ciudad, con una espaciosa casa con frente a la actual calle Azcuénaga, entre Córdoba y Paraguay, con dilatada extensión de terreno. De tal manera, ha quedado develada la tan prolongada incógnita de la verdadera ubicación de la quinta donde de Angelis vivió sus últimos años, hasta que la muerte le quitó la vida en febrero de 1859. 

Para retomar la ilación de nuestra reseña, debemos recordar que, en 1856, a propuesta de Bartolomé Mitre, de Angelis ingresó como miembro fundador del Instituto Histórico-Geográfico del Río de la Plata (Actual Academia Nacional de la Historia). Tan grato como merecido reconocimiento, fue comentado por de Angelis a su amigo Tomás Guido, en carta del 18 de junio de 1856, cuando le decía que, “yo vivo en mi quinta, como un triste patriarca, ni me quejo de mi suerte. Mucho me ha costado salir de mi retiro, para asistir a una sesión del Instituto Histórico y Geográfico que acaba de instalarse en esta ciudad”.  La carta, además nos testimonia que en 1856, de Angelis continuaba viviendo sus últimos años en su quinta, con la salud muy quebrantada, dedicado a la lectura y a recibir la visita de sus muy pocos amigos que le frecuentaban.    

El 9 de febrero de 1859, Manuel R. García le escribía a Juan María Gutiérrez, para informarle que había visitado a de Angelis unos días antes: “D. Pedro –le decía– ha estado muy malo. Los médicos decían que de una aneurisma, y él emperrado en que eran unos burros. Ha salido con la suya y está muy mejor”. Lo cierto es que Pedro de Angelis murió, en Buenos Aires, el 10 de febrero de 1859, un día después de aquella tan optimista carta. El acta de defunción, que fue librada en la parroquia de Balvanera, testimonia que “recibió el Sacramente de la Extremaunción”, que “murió de hígado”, y que se daba licencia para sepultarlo en el Cementerio del Norte. 

Melanie Dayet, sobrevivió a su marido casi veinte años, en la mayor pobreza pero con dignidad, sin dejar de frecuentar a sus viejas y consecuentes amistades porteñas, como lo fueron especialmente Juan María Gutiérrez y Miguel Navarro Viola. Octavio C. Battolla, en su obra La sociedad de antaño, menciona que “madame de Angelis”, frecuentaba las reuniones en lo de Mariquita Sánchez de Thompson. Pastor Obligado también recuerda en sus Tradiciones argentinas, que Melanie de Angelis concurría a las frecuentes tertulias en lo de Mariquita. No obstante sus escasos recursos, se dedicó a obras caritativas, como integrante de las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, ocupando la primera presidencia, entre los años 1866-1869, época en que echó las bases de tan benemérita institución.

Por aquellos tiempos, Melanie Dayet, debió disponer de una cantidad importante de dinero, que conjeturamos proveniente de la venta de la tan mentada quinta de Buenos Aires, ya que el 1º de octubre de 1869, el acaudalado financista, Francisco Casiano Belaustegui, recibía “de la Señora Doña Melanie D. de Angelis la cantidad de trescientos mil pesos moneda corriente que me ha entregado para colocar al interés de nueve por ciento al año, que hacen al mes dos mil doscientos y cincuenta pesos moneda corriente…”.

Josefa Emilia Sabor, en su estupenda obra que venimos mencionando, refiriéndose a Melanie Dayet, plantea la siguiente incógnita, cuando se pregunta: “¿En donde murió? No parece posible que aún viviera en su antigua quinta. ¿Pudo retenerla o a manos de  quien fue a parar finalmente? Son interrogantes que no hemos podido aclarar”.

Según los testimonios expuestos, desde 1869 no habitaba aquella quinta, la cual –como veremos seguidamente– debió vender, ya que no figura entre sus bienes, en un hasta ahora desconocido testamento.

Por vía de síntesis diremos que, la viuda de de Angelis, pasados unos años, había otorgado un nuevo testamento, fechado esta vez “en el pueblo de San Isidro Labrador, hoy primero de Mayo de mil ochocientos setenta y ocho”. Testimonio que con la farragosa retórica notarial nos prueba, en forma indubitable, su permanencia en San Isidro, a la vez que declara que “sus bienes consisten únicamente en la cantidad de trescientos mil pesos”, en poder de Francisco C. Belaustegui, “cuyos intereses del nueve por ciento anual los he recibido de su Señora viuda Doña Damasia Carreras de Belaustegui […] a todo lo que se agrega mis muebles y ropas de uso y decencia, sin que deba nada a nadie, ni a mí se me deba cosa alguna”. Como vemos, por aquel entonces, no disponía de ninguna propiedad, pero en cambio contaba con una importante suma de dinero, probablemente de la venta de la quinta, que destinara a obtener una renta para sobrevivir decorosamente. En el mismo instrumento, la otorgante declara que “en atención a no tener herederos forzosos por ninguna línea, instituyo y nombro mi único y universal heredero a Don Juan Folco, para que los haya herede y goce con la bendición de Dios y mi voluntad […]. Para cumplir, guardar y ejecutar este mi testamento, nombro por mi albacea a Don Carlos Vernet”, como sabemos distinguido vecino de San Isidro, hijo de Luis Vernet, el primer gobernador de las Islas Malvinas, también vecino de este pueblo.   

El testamento concluye dejando constancia que Melanie Dayet, “no firmó por impedírselo el estado de su enfermedad, haciéndolo a su ruego uno de los testigos”, que lo fueron Manuel Boggio, Fernando Indart (quien firmó en lugar de la otorgante) y Santiago Boggio, todos destacados vecinos de San Isidro.

Un año y medio después, Melanie Dayet entregaba su alma al Señor, el 2 de noviembre de 1879, a los “90 años de edad, de “parálisis”; domiciliada en el “Cuartel 1º”, o sea en pleno pueblo de San Isidro, según nos revela el acta de defunción, extendida por el cura párroco de San Isidro, Diego Palma.

 

* Bernardo Lozier Almazán, fue Director del Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal de San Isidro “Dr. Horacio Beccar Varela” y del Museo “Brig. Gral. Juan Martín de Pueyrredón”. Entre otros, es Académico de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, de la Academia Provincial de Ciencias y Artes San Isidro, Presidente del Centro de Estudios Históricos Hispanoamericanos “Isabel la Católica”. Se ha dedicado a la investigación histórica, siendo autor de numerosas obras, alguna de las cuales son: “Liniers y su tiempo”; “Beresford, Gobernador de Buenos Aires”; “Reseña histórica de los proyectos monárquicos en el Río de la Plata”, “Mayo de 1810, la Argentina improvisada”, etc. En el año 1979, el Institut des Relations Diplomatiques, de Bruselas, Bélgica, le otorgó la orden del Mérito Diplomático, en Grado de Comendador.

Se puede tener acceso a la “Colección de obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las provincias del Río de La Plata por Pedro de Angelis”, ingresando a la página correspondiente a la Academia Argentina de letras: www.cervantesvirtual.com/portal/aal/index.shtml