Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pags. 1 a 4
Personajes de
Pedro de Angelis
y su esposa Melanie Dayet.
Nuevos aportes sobre sus últimos días.
Por Bernardo Lozier Almazán *
Especial para El Restaurador
Pedro de Angelis |
Breve
semblanza de su personalidad
Fue aquel el 20 de junio de 1784, cuando Pedro Antonio Diego Henrique Estanislao de Angelis, pegó sus primeros berridos en el hogar napolitano de Domingo de Angelis (aunque algunos autores digan que fue Francisco de Angelis) y Julieta de Rossi.
Durante su juventud cursó sus estudios
primarios y secundarios en Nápoles su ciudad natal, demostrando tempranamente
su marcada vocación por la docencia. Por aquellos tiempos tuvo en su hermano
mayor, Andrés, un eficaz mentor en sus estudios, posteriormente en su formación
intelectual e introductor en el ámbito social y político.
Así fue como, luego de su paso por
Debieron ser días de gloria para de
Angelis quien, por su vocación docente, pudo trasmitir sus vastos conocimientos
a aquellos que se preparaban para gobernar, al tiempo que se ganaba el respeto
y la consideración de los más encumbrados personajes de aquel entonces.
Llegado el año de 1819, de Angelis
abandonó Nápoles estableciéndose en Ginebra apenas un año, para luego radicarse
en París, donde en 1820 obtuvo la designación de “Real Secretario de
Por aquel tiempo también conoció a madame Melanie Dayet, que “según algunos era rusa, afrancesada por la vida intensa y palaciega de París, suiza o francesa según otros, pero todos acordes en proclamarla una mujer extraordinaria”, quien se desempeñaba como femme de chambre de la condesa Orloff. Pero francesa al fin, como ya veremos.
Muy pronto, el joven de Angelis inició un idilio con la “dama de cámara” que -como generalmente ocurre en los buenos cuentos- terminó en matrimonio celebrado en París. Lamentablemente, no ha llegado a nuestros días algún retrato que nos pudiera brindar el aspecto físico de Melanie Dayet, pero según nos la describe uno de sus contemporáneos, José Antonio Wilde decía de ella que era “extremadamente afable, muy bonita y de esmerada educación”.
Respecto a Pedro de Angelis, su descripción física no ha sido tan favorable, si tomamos en cuenta que el ya mencionado Wilde decía que era “extremadamente feo, pero de modales finos y de vasta instrucción”. En cuanto a retrato pictórico de Pedro de Angelis, se conoce hasta nuestros días solamente la litografía ejecutada en 1822 por el eximio retratista ruso, Oreste Kiprensky, durante su permanencia en París, retrato ampliamente difundido en nuestro medio.
Fue en Paris donde conoció a Bernardino
Rivadavia, quien en 1824 se encontraba en aquella ciudad comisionado por Las
Heras, dedicado –entre otras cosas– a la búsqueda de dos redactores periodísticos,
dispuestos a establecerse en Buenos Aires para ponerse al servicio de la prensa
oficial.
Sin duda, durante aquella entrevista,
de Angelis debió producirle a Rivadavia una favorable valoración. Fue por ello
que, cuando el 8 de febrero de 1825, asumió la presidencia de
Su
arribo al Río de
Así fue como, el 19 de diciembre de 1826, el matrimonio de Angelis, llegaba al Río de la Plata, cuando el gobierno rivadaviano caía estrepitosamente víctima de sus desaciertos.
El bloqueo del Río de
Instalado en Buenos Aires, rápidamente se
vinculó a los círculos intelectuales porteños y, resuelto a quedarse en este
nuevo destino, obtuvo la ciudadanía argentina, firmada el 24 de abril de 1827
por Rivadavia. Aquel mismo año se incorporó, como Codirector, al flamante periódico
Crónica Política y Literaria de Buenos
Aires, órgano oficial del gobierno.
Periodista talentoso, escribió al
calor del gobierno de Rivadavia, hasta que el estado caótico del país exigió un
gobierno de conciliación, por lo que debió renunciar, siendo reemplazado
fugazmente por Vicente López y Planes, quien desconoció el contrato laboral firmado
por Rivadavia, por lo que de Angelis se encontró, a poco de llegar a Buenos
Aires, sin empleo y sin recursos económicos.
Aquella triste circunstancia hizo que
de Angelis, aprovechando sus conocimientos en el campo de la docencia, se
dedicara a la enseñanza, por lo que fundó la “Escuela Lancasteriana”, para
varones, mientras que su mujer, Melanie Dayet junto con Fanny de Mora, abrieron
el “Colegio Argentino”, para niñas, probablemente el primero dedicado a la
enseñanza de mujeres en el país. Pero indudablemente su frustrada primera
experiencia en el turbulento Buenos Aires de la primera mitad del XIX, le
permitió dedicarse a lo que sería su verdadera pasión, como lo fue la
investigación histórica.
El
patriarca de los historiadores argentinos
Indudablemente, de Angelis traía consigo un enorme bagaje intelectual, producto de su actividad en el campo de la historiografía y la literatura, desarrollada en Europa.
Con tal acervo cultural, muy pronto pudo dedicarse a lo que fue su pasión, en
adelante la historia americana, iniciando los primeros aportes importantes en
el conocimiento de nuestro pasado. El primer fruto de sus estudios fue la
publicación, en colaboración con José Joaquín de Mora, de la obra titulada Ensayo histórico y político sobre las
Provincias del Río de
Luego vendrían trabajos de mayor
envergadura, como lo fueron sus enjundiosos estudios e investigaciones, que
fundamentaron la enorme cantidad de obras, editas e inéditas que produjo
durante su fecunda existencia, que no mencionaremos en honor a la brevedad y
respeto a los autores de las más importantes bibliografías referidas a la obra
de de Angelis, como lo son: Enrique Arana (h), Teodoro Becú, Antonio Zinny,
Rodolfo Trostiné, Josefa Emilia Sabor y Mario Tesler, a quienes le debemos
nuestra gratitud. Solo diremos que –en nuestra opinión– su monumental Colección de Obras y Documentos relativos a
Su
pluma al servicio de la causa federal
Sería
absurdo negar que de Angelis tuvo simpatía por don Juan Manuel de Rosas, afecto
y admiración que se lo reconocía al general Tomás Guido, en carta de diciembre
de 1842, cuando le decía: “Digan lo que quieran contra el Señor Rosas, pero ese
vivo sentimiento de nacionalidad que penetra en las clases más humildes de la
sociedad, es exclusivamente suya”.
Como
ferviente panegirista de Rosas, de Angelis se atrajo el más enconado odio de
los más conspicuos unitarios, por lo general exilados en Montevideo, desde
donde conspiraban, con el apoyo de las potencias extranjeras, para derrocar al
régimen federal.
De
Angelis, que tenía buen olfato político, en 1849 ya presentía el ocaso del
gobierno de Rosas. Una carta que le enviara a su amigo Tomás Guido, manifiesta
su grave preocupación, cuando le expresaba que: “El Sr. Gobernador tiene
sobrados motivos para mandarnos a todos a la puta que lo parió. Es el único
hombre puro, patriota y de buena voluntad, que tenemos. Si él nos falla, todo
se lo lleva la trampa y no es posible que él lo desconozca o que insista en su
renuncia, si no lo ignora. Qué sería del país, de sus amigos, y de él mismo, si
dejase el mando? La sola idea de un cambio cualquiera en el gobierno, me
anonada. Por supuesto, el mismo día en que el Sr. Gobernador se retirara al
“descanso de su vida privada” yo haría mi petaca y me iría adonde me llevara el
viento…”
Llegado
el año de 1850, la atmósfera política de Buenos Aires se había enrarecido, cuando
la renuncia presentada por Rosas a
Probablemente,
fue aquel tan inquietante panorama político lo que decidió al matrimonio de
Angelis a poner sus asuntos personales
en orden, por lo que ambos testaron ante el escribano Mariano Cabral. Primero
lo llevó a cabo “En el nombre de Dios Todopoderoso, […] Don Pedro Antonio Diego
Henrique Estanislao de Angelis, natural de Nápoles […], estando sano en pie y
en mis cinco sentidos y potencias cumplidas, temeroso de la muerte, he
dispuesto otorgar mi testamento, bajo los auspicios divinos, protestando como
protesto vivir y morir en la verdadera fe y conciencia de
Cinco
días después, el 9 de mayo de 1850,
testaba su esposa “Doña Melania Dayet de Angelis […] natural de Nozeroy en
Francia, hija legítima de Don José Dayet y de Doña Teresa Reuill, finados”,
nombrando “heredero universal a su esposo Don Pedro de Angelis”.
La
lectura de los dos testamentos nos testimonia que no tuvieron descendencia y
que ambos se declaraban recíprocamente “herederos universales” de los bienes
inventariados al momento de su fallecimiento.
Si
bien, el testamento no menciona los bienes que a la sazón poseía el matrimonio
de Angelis, poco tiempo después de testar, el 13 de julio de 1851, testimoniaba
ante el escribano Cabral que había hipotecado su propiedad, consistente en una
casa sita en “la esquina de Balcarce y Santa Clara [actualmente Alsina], con
frentes al sur y al oeste, a una cuadra de la fortaleza para la aduana, con
terreno de 33 y media varas de frente al sur y 35 y media varas de fondo al
norte”. La propiedad había sido hipotecada a favor de Luis de Saavedra, quien
le había prestado 34.000 pesos de moneda corriente a Pedro de Angelis, que se
había comprometido a devolverlos en el término de nueve meses. Préstamo que
pudo saldar en muy pocos días, ya que el 25 de julio de aquel mismo año ya lo
había cancelado.
Según
Lucio V. Mansilla, que frecuentaba aquella casa, decía que “era un verdadero
museo, hermosamente decorada y arreglada y donde se custodiaban las
preciosidades menos imaginables. Abarrotada de libros se adornaba todo con
hermosos bibelots, cuadros de valor, platería autóctona, obras de arte
indígenas, antigüedades, curiosidades y libros por doquier”. Roberto Trostiné, con su
reconocida erudición, opina que el catálogo de su biblioteca nos pone ante el
más maravilloso conjunto de libros americanos que puede desear un estudioso.
Caseros:
El ocaso de Pedro de Angelis
Como todos sabemos, el triunfo de Urquiza en Caseros puso fin al gobierno de la Confederación Argentina
Así
fue como nuestro personaje cayó en desgracia, siendo despreciado y escarnecido
aún por sus antiguos amigos. Incluso acusado de haberse apropiado de libros y
documentos ajenos. Triste situación que se vio agravada por la pobreza, el peso
de los años y la desesperanza. Por aquellos días sólo le quedaba su magnífica
biblioteca, el tan nutrido archivo y la colección numismática. Apremiado por la
falta de dinero, de Angelis intentó en más de una oportunidad la venta de su
biblioteca, en 1846 la ofreció al Brasil, por intermedio del Encargado del
Consulado General de ese país en Buenos Aires. Aquella oferta fue desdeñada por
el gobierno brasileño, razón por la cual la volvió a ofrecer, esta vez a
Urquiza, que en un primer momento manifestó estar interesado en adquirir una biblioteca de esa
importancia con destino al Colegio de Concepción del Uruguay.
Aquellas tratativas se llevaron a cabo
a lo largo de los años 1849 y 1850, hasta que un sugestivo silencio puso fin a
las ilusiones de de Angelis. Las consecuencias de aquel fracaso hizo posible
que esta maravillosa biblioteca se perdiera para
Según lo informado por fray Camilo de
Monserrate, director de
El
exilio
De Angelis debió buscar refugio, primeramente en Montevideo, para luego trasladarse a Río de Janeiro, donde arribó el 12 de diciembre de 1853, siendo muy bien recibido, circunstancia que le mitigó en algo su enorme tristeza.
La primera impresión que recibiera a
su llegada la testimonió en la conocida carta que, el 21 de diciembre le envió
a su amigo Florentino Castellanos narrándole que: “Al cabo de seis días de
navegación, llegamos a esta ciudad, en donde todo me causa sorpresa. He pasado
tantos años en medio de una sociedad anarquizada que el espectáculo de una
población tranquila es sorprendente para mí”.
En Río de Janeiro fue objeto de
homenajes y distinciones. El Instituto Histórico y Geográfico Brasilero le
ofreció, en su calidad de Miembro Correspondiente, un solemne recibimiento, que
contó con la presencia del gran aficionado a los estudios históricos, el emperador
del Brasil, Pedro II, quien posteriormente, en 1858, le otorgaría la
condecoración de
Su
regreso y el fin de sus días.
No obstante aquellos efímeros halagos, de Angelis extrañaba a su patria adoptiva, por lo que llegó a la conclusión de que prefería vivir pobre y desdeñado, pero en Buenos Aires, por lo que abandonó Río de Janeiro, estableciéndose previamente en Montevideo hasta tanto le autorizaran su regreso, cosa que logró por intercesión de Mitre.
Al fin, en octubre de 1855, llega a Buenos Aires y, con tal motivo, le escribe a Tomás Guido una emotiva carta, anunciándole su retorno, “extrañará V. –le decía– que yo me haya decidido a volver […] Lo he solicitado y lo he conseguido: dentro de pocos días estaré al lado de mi buena compañera y amiga, encerrado en mi quinta, y viviendo como viven los apocados y los tontos. Ya me era imposible permanecer en mi aislamiento: en mi edad no bastan los favores que le dispensa la amistad, o los momentos agradables…”.
Analizando esta carta se infiere que su esposa, Melanie Dayet, había quedado en Buenos Aires durante su estadía en Río de Janeiro, y que se recluiría en su quinta. Sobre el particular, debemos recordar que, ut supra, hemos mencionado que, en 1851, habitaba en una casa ubicada en “la esquina de Balcarce y Santa Clara”. En consecuencia debemos aceptar que se refiere a otra propiedad ya que la denomina “su quinta”, aún no ubicada por los autores que han incursionado en la vida de este personaje. Al respecto, Josefa E. Sabor admite que: “Estos son los parcos datos que hemos podido reunir sobre las casas que habitó de Angelis en Buenos Aires con su esposa”. Carlos Enrique Pellegrini, por su parte le comentaba en una carta a de Angelis que, “he respirado el frescor en la más importante de las dos casas, que una traidora confianza en el porvenir os llevó a construir”. Como se ve, reconociendo y diferenciando ambas casas.
El plano levantado por Adolfo Sourdeaux, nos ha permitido ubicar la quinta de de Angelis en las afuera de la ciudad, con una espaciosa casa con frente a la actual calle Azcuénaga, entre Córdoba y Paraguay, con dilatada extensión de terreno. De tal manera, ha quedado develada la tan prolongada incógnita de la verdadera ubicación de la quinta donde de Angelis vivió sus últimos años, hasta que la muerte le quitó la vida en febrero de 1859.
Para
retomar la ilación de nuestra reseña, debemos recordar que, en
El
9 de febrero de 1859, Manuel R. García le escribía a Juan María Gutiérrez, para
informarle que había visitado a de Angelis unos días antes: “D. Pedro –le
decía– ha estado muy malo. Los médicos decían que de una aneurisma, y él
emperrado en que eran unos burros. Ha salido con la suya y está muy mejor”. Lo
cierto es que Pedro de Angelis murió, en Buenos Aires, el 10 de febrero de 1859,
un día después de aquella tan optimista carta. El acta de defunción, que fue
librada en la parroquia de Balvanera, testimonia que “recibió el Sacramente de
Melanie
Dayet, sobrevivió a su marido casi veinte años, en la mayor pobreza pero con
dignidad, sin dejar de frecuentar a sus viejas y consecuentes amistades
porteñas, como lo fueron especialmente Juan María Gutiérrez y Miguel Navarro
Viola. Octavio C. Battolla, en su obra La
sociedad de antaño, menciona que “madame de Angelis”, frecuentaba las
reuniones en lo de Mariquita Sánchez de Thompson. Pastor Obligado también
recuerda en sus Tradiciones argentinas,
que Melanie de Angelis concurría a las frecuentes tertulias en lo de Mariquita.
No obstante sus escasos recursos, se dedicó a obras caritativas, como
integrante de las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, ocupando la primera
presidencia, entre los años 1866-1869, época en que echó las bases de tan
benemérita institución.
Por
aquellos tiempos, Melanie Dayet, debió disponer de una cantidad importante de
dinero, que conjeturamos proveniente de la venta de la tan mentada quinta de
Buenos Aires, ya que el 1º de octubre de 1869, el acaudalado financista, Francisco
Casiano Belaustegui, recibía “de
Josefa
Emilia Sabor, en su estupenda obra que venimos mencionando, refiriéndose a
Melanie Dayet, plantea la siguiente incógnita, cuando se pregunta: “¿En donde
murió? No parece posible que aún viviera en su antigua quinta. ¿Pudo retenerla
o a manos de quien fue a parar
finalmente? Son interrogantes que no hemos podido aclarar”.
Según
los testimonios expuestos, desde 1869 no habitaba aquella quinta, la cual –como
veremos seguidamente– debió vender, ya que no figura entre sus bienes, en un hasta
ahora desconocido testamento.
Por
vía de síntesis diremos que, la viuda de de Angelis, pasados unos años, había otorgado
un nuevo testamento, fechado esta vez “en el pueblo de San Isidro Labrador, hoy
primero de Mayo de mil ochocientos setenta y ocho”. Testimonio que con la farragosa retórica notarial nos prueba, en
forma indubitable, su permanencia en San Isidro, a la vez que declara que “sus
bienes consisten únicamente en la cantidad de trescientos mil pesos”, en poder
de Francisco C. Belaustegui, “cuyos intereses del nueve por ciento anual los he
recibido de su Señora viuda Doña Damasia Carreras de Belaustegui […] a todo lo
que se agrega mis muebles y ropas de uso y decencia, sin que deba nada a nadie,
ni a mí se me deba cosa alguna”. Como vemos, por aquel entonces, no disponía de
ninguna propiedad, pero en cambio contaba con una importante suma de dinero,
probablemente de la venta de la quinta, que destinara a obtener una renta para sobrevivir decorosamente. En el mismo instrumento, la otorgante declara
que “en atención a no tener herederos forzosos por ninguna línea, instituyo y
nombro mi único y universal heredero a Don Juan Folco, para que los haya herede
y goce con la bendición de Dios y mi voluntad […]. Para cumplir, guardar y
ejecutar este mi testamento, nombro por mi albacea a Don Carlos Vernet”, como
sabemos distinguido vecino de San Isidro, hijo de Luis Vernet, el primer
gobernador de las Islas Malvinas, también vecino de este pueblo.
El
testamento concluye dejando constancia que Melanie Dayet, “no firmó por
impedírselo el estado de su enfermedad, haciéndolo a su ruego uno de los
testigos”, que lo fueron Manuel Boggio, Fernando Indart (quien firmó en lugar
de la otorgante) y Santiago Boggio, todos destacados vecinos de San Isidro.
Un
año y medio después, Melanie Dayet entregaba su alma al Señor, el 2 de
noviembre de
*
Bernardo Lozier Almazán, fue Director del Museo, Biblioteca y Archivo Histórico
Municipal de San Isidro “Dr. Horacio Beccar Varela” y del Museo “Brig. Gral.
Juan Martín de Pueyrredón”. Entre otros, es Académico de Número del Instituto
Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, de
Se puede tener acceso a la “Colección
de obras y documentos relativos a