martes, 1 de marzo de 2011

Atentado a Sarmiento.

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pag. 5 

Crónica de atentados (1° parte) por la Prof. Beatriz C. Doallo


Domingo Faustino Sarmiento
Domingo Faustino Sarmiento

El complot jordanista contra Sarmiento


Todos los países y todos los tiempos han sido testigos de atentados contra la vida de algún gobernante. Los actos criminales dirigidos contra la persona de quien detenta el poder, si no son obra de un insano, tienen una finalidad casi rutinaria: cambiar el gobierno de una nación. La Argentina no se ha visto excluida de esta insensatez: varios de nuestros mandatarios sufrieron atentados políticos o anarquistas, y el que tuvo el nada ansiado privilegio de encabezar la lista fue el Brigadier General Juan Manuel de Rosas en marzo de 1841(*).

A quien cupo en suerte continuar la nómina fue a Domingo Faustino Sarmiento. Había asumido la presidencia el 12 de octubre de 1868 y ya llevaba casi cinco años de mandato cuando a las 8 de la noche del 22 de agosto de 1873 le dispararon un trabucazo. Se dirigía en un carruaje tirado por dos caballos, conducido por el cochero José Morillo, desde su casa de la calle Maipú entre las del Temple (hoy Viamonte) y Tucumán, a la de Dalmacio Vélez Sarsfield, en la calle Cangallo. Al llegar a la calle Corrientes tres individuos se abalanzaron hacia el coche y uno de ellos, que esgrimía un trabuco en la mano derecha, lo apoyó sobre la izquierda para afirmar el tiro y disparó hacia el vehículo. Era tal la desproporción de  pólvora en la carga que el disparo despedazó la boca del arma y destrozó la mano del atacante, en tanto los perdigones se incrustaban en la pared de una casa al otro lado de la calle.

Sarmiento, que estaba sordo y abstraído en sus pensamientos, resultó ileso, y no se dió cuenta de lo ocurrido ni de los esfuerzos del cochero Morillo para dominar a los caballos, encabritados por el estampido. Calmados los animales, Morillo siguió viaje y al llegar a casa de Vélez Sarsfield y apearse el Presidente informó a ambos del episodio de minutos antes. El autor del Código Civil convocó de inmediato en su domicilio al Jefe de Policía, don Enrique O’Gorman.

O’Gorman había sido designado el 19 de noviembre de 1867 por el gobernador Adolfo Alsina. Un dato curioso: el Oficial 1º que secundaba a O’Gorman, ejerciendo la función que ahora corresponde al Subjefe de Policía, era Eladio Saavedra, el oficial de guardia que el 18 de agosto de 1848 interceptó en Palermo la carta que Antonino Reyes enviaba a Manuelita Rosas en su intento por salvar de la ejecución a Camila O’Gorman. (**)

La policía ya estaba en acción; mientras el carruaje de Sarmiento se alejaba, un oficial y un vigilante que habían escuchado la detonación corrieron hacia el lugar y vieron a dos sujetos que huían por la calle Corrientes. Los siguieron hasta su ingreso a una casa en el número 145 de esa arteria (numeración antigua) y los detuvieron. Se trataba de Francisco Guerri, herido en una mano (había perdido el pulgar) y Pedro Guerri, portador de un puñal envenenado con estricnina. Los arrestados eran italianos, marineros, de 21 años y, pese al mismo apellido y a ser originarios del mismo pueblo, sin parentesco entre ellos. Interrogados en la comisaría, en un principio negaron el atentado y explicaron que habían reñido con un hombre que les disparó y escapó. La explicación no satisfizo al comisario; continuó el interrogatorio, en tanto un examen químico de las balas que restaban en poder de los Guerri mostró que las habían contaminado con bicloruro de mercurio. Al día siguiente los acusados confesaron el intento de asesinar al Presidente y el complot del cual formaban parte.

Este se había iniciado un mes antes en el barrio de la Boca, en una reunión de la que participaron los Guerri, otro sujeto que dijo llamarse Aquiles, apodado “El austríaco”, y “Eva”, un “invertido”, término en uso en esa época para designar a un homosexual; “Eva” era la pareja de Pedro Guerri y quien los había conectado con “El austríaco”. Este ofreció $ 10.000, proveer las armas y sacar del país a quien ultimara a Sarmiento. Los Guerri aceptaron y recibieron un pago a cuenta de $ 3000.

Con esta confesión la policía inició la búsqueda de “El austríaco“ y de “Eva”, pesquisa cuyos avatares servirían de argumento a una novela policial. Para interpretar causas y efectos hay que situarse en el contexto político de la época, signado por la represión contra el caudillo Ricardo López Jordán, de Entre Ríos, a quien la opinión pública sospechaba de ser el ideólogo del atentado, y la oposición de Bartolomé Mitre a la inminente candidatura de Nicolás Avellaneda, apadrinado por Sarmiento, para la elección presidencial de 1874.

La policía averiguó que “El austríaco” era un italiano de 38 años llamado Aquiles Segabrugo y vivía con la esposa en casa de sus suegros, en la esquina de Belgrano y La Rioja. La familia de Segabrugo declaró que éste había viajado a Montevideo; dos comisarios se trasladaron a la capital uruguaya para detener al fugitivo sin lograr localizarlo. En tanto, se arrestó en el puerto a Luis Casimir, apodado “Eva”: era también italiano, marinero, de 21 años, y admitió su rol de nexo entre los Guerri y “El austríaco”. Un telegrama desde Montevideo comunicó a O’Gorman que se había ubicado a Segabrugo en el hotel portuario “El Vapor”, y se dispuso que el comisario Ireneo Miguens viajara para capturarlo. Misión que no pudo cumplir porque al llegar a Montevideo se enteró de que habían encontrado a Segabrugo muerto a tiros en una calle. Miguens se apresuró a ingresar al cuarto de hotel que ocupara “El austríaco” y revisar su equipaje, hallando cartas con pormenores de la conjura contra Sarmiento. La policía uruguaya detuvo e interrogó a un abogado, Carlos Querencio, señalado por testigos circunstanciales como autor del asesinato de Segabrugo. Querencio, notorio partidario de López Jordán, alegó “defensa propia”. Miguens, con la valiosa documentación en su poder, se embarcó en el “Porteña” para regresar a Buenos Aires. Durante la noche un grupo de jordanistas, comandado por el teniente coronel Luis Severo Bergara, abordó el barco, a excepción de Miguens hizo desembarcar al pasaje en la costa uruguaya, y perseguido por el aviso ” General Garibaldi”, de la Armada Argentina, remontó el río Uruguay hasta varar cerca de la frontera brasileña.

Antes de desembarcar y huir tierra adentro hacia Brasil, Bergara, que se había apoderado de las cartas comprometedoras, puso al comisario Miguens en la alternativa de no revelar el contenido de las mismas, bajo palabra de honor -algo que aún tenía valor en esa época- o ser fusilado sobre la cubierta del “Porteña” ; Miguens aceptó la primera opción, y respetó el compromiso. Pero las violentas acciones de Querencio y de Bergara, el primero silenciando a Segabrugo y el militar a Miguens, barrieron las pocas dudas que quedaban acerca de que López Jordán estaba detrás del atentado.

Sobrevino el juicio a los Guerri y a Casimir, para quienes el fiscal pidió pena de muerte, todavía vigente en nuestro país. El juez condenó a Francisco Guerri, autor del disparo, y a Pedro Guerri, a 20 años de cárcel, y a 15 años a Casimir. Posteriormente, otro tribunal rebajó la sentencia de Casimir a 10 años, que cumplió en su totalidad; Pedro Guerri falleció en prisión en 1883 y Francisco Guerri fue indultado en 1890 por el presidente Miguel Juárez Celman.

A manera de remate de estos episodios, en 1882 Sarmiento recibió una carta de los Guerri, rogándole interceder para que les conmutaran las penas; afirmaban que los habían embaucado con la oferta de dinero y obraron de manera alocada, de lo cual estaban arrepentidos. Sarmiento no tomó en cuenta la petición.

(*) (**) Ver “Es acción santa matar a Rosas” y “El retrato de Manuela” publicados respectivamente en los Nº 8 y 9 de “El Restaurador”.