Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pag. 5
Crónica de atentados (1° parte) por la Prof. Beatriz C. Doallo
Domingo Faustino Sarmiento |
El complot jordanista contra Sarmiento
Todos los países
y todos los tiempos han sido testigos de atentados contra la vida de algún
gobernante. Los actos criminales dirigidos contra la persona de quien detenta
el poder, si no son obra de un insano, tienen una finalidad casi rutinaria:
cambiar el gobierno de una nación.
A quien cupo en
suerte continuar la nómina fue a Domingo Faustino Sarmiento. Había asumido la
presidencia el 12 de octubre de 1868 y ya llevaba casi cinco años de mandato
cuando a las 8 de la noche del 22 de agosto de 1873 le dispararon un trabucazo.
Se dirigía en un carruaje tirado por dos caballos, conducido por el cochero
José Morillo, desde su casa de la calle Maipú entre las del Temple (hoy
Viamonte) y Tucumán, a la de Dalmacio Vélez Sarsfield, en la calle Cangallo. Al
llegar a la calle Corrientes tres individuos se abalanzaron hacia el coche y
uno de ellos, que esgrimía un trabuco en la mano derecha, lo apoyó sobre la
izquierda para afirmar el tiro y disparó hacia el vehículo. Era tal la
desproporción de pólvora en la carga que
el disparo despedazó la boca del arma y destrozó la mano del atacante, en tanto
los perdigones se incrustaban en la pared de una casa al otro lado de la calle.
Sarmiento, que estaba sordo y abstraído en sus
pensamientos, resultó ileso, y no se dió cuenta de lo ocurrido ni de los
esfuerzos del cochero Morillo para dominar a los caballos, encabritados por el
estampido. Calmados los animales, Morillo siguió viaje y al llegar a casa de
Vélez Sarsfield y apearse el Presidente informó a ambos del episodio de minutos
antes. El autor del Código Civil convocó de inmediato en su domicilio al Jefe
de Policía, don Enrique O’Gorman.
O’Gorman había sido
designado el 19 de noviembre de 1867 por el gobernador Adolfo Alsina. Un dato
curioso: el Oficial 1º que secundaba a O’Gorman, ejerciendo la función que
ahora corresponde al Subjefe de Policía, era Eladio Saavedra, el oficial de
guardia que el 18 de agosto de 1848 interceptó en Palermo la carta que Antonino
Reyes enviaba a Manuelita Rosas en su intento por salvar de la ejecución a
Camila O’Gorman. (**)
La policía ya
estaba en acción; mientras el carruaje de Sarmiento se alejaba, un oficial y un
vigilante que habían escuchado la detonación corrieron hacia el lugar y vieron
a dos sujetos que huían por la calle Corrientes. Los siguieron hasta su ingreso
a una casa en el número 145 de esa arteria (numeración antigua) y los
detuvieron. Se trataba de Francisco Guerri, herido en una mano (había perdido
el pulgar) y Pedro Guerri, portador de un puñal envenenado con estricnina. Los arrestados eran italianos, marineros,
de 21 años y, pese al mismo apellido y a ser originarios del mismo
pueblo, sin parentesco entre ellos. Interrogados en la comisaría, en un
principio negaron el atentado y explicaron que habían reñido con un hombre que
les disparó y escapó. La explicación no satisfizo al comisario; continuó el
interrogatorio, en tanto un examen químico de las balas que restaban en poder
de los Guerri mostró que las habían contaminado con bicloruro de mercurio. Al
día siguiente los acusados confesaron el intento de asesinar al Presidente y el
complot del cual formaban parte.
Este se había
iniciado un mes antes en el barrio de
Con esta
confesión la policía inició la búsqueda de “El austríaco“ y de “Eva”, pesquisa
cuyos avatares servirían de argumento a una novela policial. Para interpretar
causas y efectos hay que situarse en el contexto político de la época, signado
por la represión contra el caudillo Ricardo López Jordán, de Entre Ríos, a quien
la opinión pública sospechaba de ser el ideólogo del atentado, y la oposición
de Bartolomé Mitre a la inminente candidatura de Nicolás Avellaneda, apadrinado
por Sarmiento, para la elección presidencial de 1874.
La policía
averiguó que “El austríaco” era un italiano de 38 años llamado Aquiles
Segabrugo y vivía con la esposa en casa de sus suegros, en la esquina de
Belgrano y
Antes de desembarcar y huir tierra adentro hacia Brasil, Bergara, que se había apoderado de las cartas comprometedoras, puso al comisario Miguens en la alternativa de no revelar el contenido de las mismas, bajo palabra de honor -algo que aún tenía valor en esa época- o ser fusilado sobre la cubierta del “Porteña” ; Miguens aceptó la primera opción, y respetó el compromiso. Pero las violentas acciones de Querencio y de Bergara, el primero silenciando a Segabrugo y el militar a Miguens, barrieron las pocas dudas que quedaban acerca de que López Jordán estaba detrás del atentado.
Sobrevino el
juicio a los Guerri y a Casimir, para quienes el fiscal pidió pena de muerte,
todavía vigente en nuestro país. El juez condenó a Francisco Guerri, autor del
disparo, y a Pedro Guerri, a 20 años de cárcel, y a 15 años a Casimir.
Posteriormente, otro tribunal rebajó la sentencia de Casimir a 10 años, que
cumplió en su totalidad; Pedro Guerri falleció en prisión en 1883 y Francisco
Guerri fue indultado en 1890 por el presidente Miguel Juárez Celman.
A manera de
remate de estos episodios, en 1882 Sarmiento recibió una carta de los Guerri,
rogándole interceder para que les conmutaran las penas; afirmaban que los
habían embaucado con la oferta de dinero y obraron de manera alocada, de lo
cual estaban arrepentidos. Sarmiento no tomó en cuenta la petición.
(*) (**) Ver “Es acción santa matar a Rosas” y “El retrato de Manuela” publicados respectivamente en los Nº 8 y 9 de “El Restaurador”.