Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pags. 8 y 9
ANÉCDOTAS
El comandante Juan Bazo
El escritor Manuel Bilbao (h) en “Tradiciones y recuerdos
de Buenos Aires”, publicado en el año 1934, relata la siguiente anécdota, que
habría tenido lugar en 1840 durante la invasión del Gral. Lavalle, a la cual se
hizo referencia en el artículo de tapa de nuestro número anterior.
Soldados federales |
La sorpresa que causó la rápida marcha no fue aprovechada
por el jefe unitario, al que, probablemente, le fallaron los elementos con que
creía contar y que en el momento preciso no le respondieron.
Las comunicaciones militares con Santa Fe eran
activísimas cuando el ejército de Oribe marchaba detrás del de Lavalle. Los
partes y órdenes iban y venían con gran celeridad. Se desconfiaba de todo y se
procedía sin contemplaciones con los sospechosos y dudosos de cualquier clase y
categoría que fuesen, tanto militares como civiles, porque las circunstancias
así lo exigían.
En esos momentos un jefe, que acababa de llegar del
norte, manifestó que tenía que comunicar algo grave a Rosas, siendo recibido
enseguida por éste. Manifestó el recién llegado que durante su regreso de uno
de los viajes al norte se había encontrado con el comandante Bazo en un día de
calor muy grande, poniéndose a conservar con él a la sombra de un árbol, donde,
sacando un chifle de su recado, le convidó con agua con coñac, lo que le sentó
muy bien y les amenizó la charla, durante la cual dijo que llevaba unas comunicaciones
para Lavalle.
Se tocó la caña de su bota y agregó: “Aquí las llevo.”
-Yo cumplo con mi deber de
buen federal a comunicárselo a V. E. en estos momentos en que hay que dudar de
todo.
-¿Está usted seguro de lo que
me dice, señor comandante?-
le interrogó Rosas.
-¡Segurísimo, excelentísimo
señor!
-Puede retirarse.
Inmediatamente Rosas ordenó la prisión del comandante
Bazo, siendo conducido al cuartel del Retiro, donde se le puso una barra de
grillos y, previos los auxilios espirituales, fuese fusilado al salir el sol.
El comandante Bazo recibió la orden en momentos que se
sentaba a cenar, cansado y a medio vestir, pues recién llegaba de su oficina.
La señora le preguntó qué pasaba, y Bazo le contestó que no sabía, pero que
tenía orden de presentarse al cuartel del Retiro. Se despidió de ella y se
marchó en seguida.
El tiempo transcurría sin que en su casa se supiera nada
de lo que podría ocurrirle, lo que hizo que su esposa doña Juana Nin, alarmada
al pasar el tiempo sin que su esposo regresara, resolviera, a pesar de la hora -eran
más de las once de la noche-, ir a casa de su vecino y amigo el general Pinedo
que, como ella, vivía en la calle Tucumán entre Florida y Maipú, para contarle
lo que pasaba y sus temores de que su esposo fuese víctima de alguna intriga
que pusiera en peligro su vida.
Pinedo la escuchó y le dijo:
-¡No puede ser! tranquilícese.
Ahora mismo salgo para averiguar lo que ocurre. Váyase tranquila y espere.
El general partió en seguida, acompañado de su asistente,
dirigiéndose al cuartel del Retiro, donde se informó de todo.
Inmediatamente después de esto se fue a Palermo, donde,
cuando llegó, todo el mundo dormía.
Hizo llamar al oficial de guardia y, por intermedio de
éste, avisar a Manuelita, quien al poco tiempo le recibió y le dijo que su
tatita dormía y que a esa hora ella no se atrevía a despertarle.
Pinedo le insistió y le contó la gravedad del caso, pues
si no se procedía con rapidez sería tarde al día siguiente.
En vista de esto, Manuelita despertó a Rosas y le dijo
que hacía eso por pedido del general Pinedo, que acababa de llegar y se lo
pedía por un asunto muy urgente.
Rosas hizo pasar a Pinedo y le dijo;
-¿Qué ocurre, mi general?
-Disculpe vuestra excelencia
si me he permitido llegar hasta usted a estas horas, pero acabo de informarme
que el comandante Juan Bazo, jefe del Detal, va a ser fusilado en el cuartel
del Retiro por orden de vuestra excelencia, y como faltan muy pocas horas para
esto, es que quiero informarle de quién es Bazo.
-Es cierto
-dijo Rosas-; por traidor.
-Permítame,
excelentísimo señor: eso no es cierto. Yo respondo por él.
Rosas informó a Pinedo de la denuncia que se le había
hecho y quién era el delator, y preguntó a Pinedo:
-¿Qué haría usted en mi lugar?
Pinedo le contestó:
-Yo, excelentísimo señor,
respondo por él y le ruego dé la orden de suspender inmediatamente la
ejecución, pues empieza a aclarar y todo será tarde después.
-Esta bien- dijo
Rosas -¿Usted me responde por el
comandante Bazo, general Pinedo?
-Sí, excelentísimo
señor!
-Pues bien
-dijo Rosas-, voy a ordenar en seguida
que el general Corvalán vaya en un coche y traiga aquí al comandante Bazo.
La orden se cumplió rápidamente, pues los minutos corrían
velozmente, siendo ya bastante claro.
El general Corvalán llegó al cuartel del Retiro, llamó al
jefe y le comunicó la orden que llevaba, y, junto con éste, fueron al calabozo
donde estaba Bazo, quien había tomado la resolución de no dejarse fusilar, sino
la de morir peleando cuando lo fuesen a sacar para el banquillo; así es que al
sentir que iban abrir la puerta de su calabozo se preparó. Pero nada hizo al
ver al general Corvalán y al jefe del cuartel que le decían:
-Qué tal, amigo? Le
venimos a buscar de parte de su excelencia para ir a Palermo.
Era una hermosa madrugada del mes de diciembre. Era día
claro ya cuando llegaron a casa de Rosas. Este con Pinedo, se paseaba por uno de
los corredores. El general Corvalán condujo allí al comandante Bazo y se retiro
una vez cumplida su misión.
Rosas dijo a Bazo:
-El comandante X denunció a
usted de haber sido conductor de pliegos para el general Lavalle cuando éste
marchaba para Santa Fe.
-Eso no es cierto,
excelentísimo señor. Yo no he salido de Buenos Aires.
-Es exacto lo que dice el
comandante Bazo
-afirmó el general Pinedo- y debo agregarle
que es un oficial pundonoroso que jamás se habría prestado a ello.
Siguieron conversando y Rosas terminó por decir:
-Queda usted en libertad,
señor comandante Bazo.
-Muchas gracias, excelentísimo
señor.
Rosas había observado minuciosamente, durante la
entrevista, la ropa de Bazo, y le dijo
-Noto, señor comandante, que
su ropa y su calzado están en malas condiciones.
-Es verdad, excelentísimo
señor, pero como tengo tanta familia y los tiempos están tan malos, no hay para
más.
-Espere un momento -le dijo Rosas-, y le entregó
una orden para un traje y calzado nuevos que le regalaba. Luego agregó: -Desde mañana queda usted al servicio de la
secretaría. Puede retirarse.
-Muy bien, excelentísimo
señor, y muchas gracias por todo y por la rápida justicia que se ha hecho al
salvarme la vida, obsequiarme y darme un nuevo destino.
-Nada tiene que agradecerme -le dijo el Restaurador-. La justicia no se ha acabado de hacer, pero
se hará.
Al día siguiente el comandante X era ejecutado en el
cuartel del Retiro por falso delator.
Esta medida terminó con las falsas denuncias que muchos
hacían para adelantar en sus negocios o en su carrera militar.
La nobleza del comandante Bazo llegó a tal punto, que
pidió a su esposa e hijos que cuando recordasen este episodio de su vida jamás
diesen el nombre del comandante que le calumnió y que pagó con su vida su
acción. Esa es la razón del porqué, conociéndolo, no lo mencionamos en esta
narración, pues sus descendientes cumplen el mandato de su antepasado.
En su nuevo puesto el comandante Bazo reveló una
excelente letra, lo que le valió que lo ocupara Rosas para la redacción de sus
mensajes y cosas especiales. Esto le produjo gran cansancio mental y una enfermedad
a la vista.
Al retirarse de la secretaría fue encargado de la
organización de una pequeña brigada de las tres armas, y cuando la tuvo lista
se le ordenó marchar a Entre Ríos al frente de ella. Esto ocurría a mediados
del año 1845.
Estas fuerzas iban a operar bajo las órdenes del general
Urquiza, destinándolas éste a actuar sobre la costa del río Uruguay, en donde
en uno de los muchos combates por allí realizados, estando destacado en
Gualeguay, fue herido Bazo por el fragmento de una piedra que saltó al rebotar
una bala de cañón de la escuadrilla que mandaba Garibaldi.
Al poco tiempo de partir esta expedición, un día recibió
Manuelita la visita de la esposa de Bazo, la que con todos los reparos del caso
le manifestó que tenía que recurrir a ella por una razón de fuerza mayor
producida por las grandes lluvias que acababan de caer, en que se le había
llovido toda la casa, encontrándose con algunos techos en peligro.
Manuelita la escuchó, y le preguntó que más necesitaba.
-Nada más por ahora, gracias a
Dios.
-¿Y sus chicos?
-Muy buenos todos.
-¿Van a la escuela?
-No van porque no los puedo
mandar.
-Bueno, mañana usted los manda
al colegio, y no se preocupe por ellos, porque yo arreglaré todo eso. En cuanto
a los desperfectos producidos en su casa, mañana se empezarán a arreglar.
Y así fue.
Los acontecimientos políticos tomaban un nuevo cariz y
las relaciones entre Rosas y Urquiza eran cada vez más tirantes, hasta que éste
último se pronunció contra Rosas el 1° de mayo de 1851.
Urquiza, con el ojo previsor que tenía, procedió a dar de
baja del ejército a todos los jefes y oficiales que no le eran adictos o le
eran simplemente sospechosos, tocándole por esta razón al comandante Bazo ser
dado de baja.
Como era natural, un jefe como éste no podía permanecer
inactivo, buscó la manera de poder venirse a Buenos Aires a presentarse a Rosas.
Una tarde estando a orillas del río Paraná vio venir una
chalana cargada de frutas y leña procedente de Corrientes que iba a Buenos
Aires.
Al verla le hizo señas desde la costa y al enviarle un
botecito los de la chalana, se embarcó en ella, siendo muy bien recibido y
tratado pero los malos vientos y las bajantes del río hicieron interminable el
viaje, queriendo la casualidad que el 3 de febrero de
Pocos días después el comandante Bazo observando el curso
de los acontecimientos se presentó al general Urquiza, quien al verle le dijo:
-Comandante Bazo, ¿qué hace
usted por aquí?
-El señor general me dio de
baja en Entre Ríos, y como soy militar y he llegado recién a Buenos Aires y
encuentro la situación cambiada, vengo a presentarme a V. E.
-Esta bien. ¿Posiblemente ha
de haber llegado usted tarde para presentarse a Rosas?
-Es cierto, mi general.
-Por su franqueza y lealtad
queda usted reincorporado al ejército.
Al poco tiempo el comandante Bazo, al frente de un
regimiento por él organizado, formaba parte del ejército del general Urquiza.
El 29 de junio de 1857 falleció repentinamente en una de las calles de la ciudad.