martes, 1 de marzo de 2011

Anécdotas . Juan Bazo

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 18 - Marzo 2011 - Pags. 8 y 9 

ANÉCDOTAS

El comandante Juan Bazo

El escritor Manuel Bilbao (h) en “Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires”, publicado en el año 1934, relata la siguiente anécdota, que habría tenido lugar en 1840 durante la invasión del Gral. Lavalle, a la cual se hizo referencia en el artículo de tapa de nuestro número anterior.

Juan Bazo
Soldados federales

La cruzada libertadora mandada por el general Lavalle para derrocar al gobierno de Rosas inició su invasión a la provincia de Buenos Aires, desembarcando en San Pedro el 5 de agosto de 1840, y mediante una rápida marcha llegó a las puertas de la capital, de donde inició el 6 de septiembre su retirada al norte, sufriendo las derrotas del Quebracho Herrado y Famaillá, que concluyeron con su ejército, y poco después, el 9 de octubre de 1841 en Jujuy, con la vida de Lavalle.

La sorpresa que causó la rápida marcha no fue aprovechada por el jefe unitario, al que, probablemente, le fallaron los elementos con que creía contar y que en el momento preciso no le respondieron.

Las comunicaciones militares con Santa Fe eran activísimas cuando el ejército de Oribe marchaba detrás del de Lavalle. Los partes y órdenes iban y venían con gran celeridad. Se desconfiaba de todo y se procedía sin contemplaciones con los sospechosos y dudosos de cualquier clase y categoría que fuesen, tanto militares como civiles, porque las circunstancias así lo exigían.

En esos momentos un jefe, que acababa de llegar del norte, manifestó que tenía que comunicar algo grave a Rosas, siendo recibido enseguida por éste. Manifestó el recién llegado que durante su regreso de uno de los viajes al norte se había encontrado con el comandante Bazo en un día de calor muy grande, poniéndose a conservar con él a la sombra de un árbol, donde, sacando un chifle de su recado, le convidó con agua con coñac, lo que le sentó muy bien y les amenizó la charla, durante la cual dijo que llevaba unas comunicaciones para Lavalle.

Se tocó la caña de su bota y agregó: “Aquí las llevo.”

-Yo cumplo con mi deber de buen federal a comunicárselo a V. E. en estos momentos en que hay que dudar de todo.

-¿Está usted seguro de lo que me dice, señor comandante?- le interrogó Rosas.

-¡Segurísimo, excelentísimo señor!

-Puede retirarse.

Inmediatamente Rosas ordenó la prisión del comandante Bazo, siendo conducido al cuartel del Retiro, donde se le puso una barra de grillos y, previos los auxilios espirituales, fuese fusilado al salir el sol.

El comandante Bazo recibió la orden en momentos que se sentaba a cenar, cansado y a medio vestir, pues recién llegaba de su oficina. La señora le preguntó qué pasaba, y Bazo le contestó que no sabía, pero que tenía orden de presentarse al cuartel del Retiro. Se despidió de ella y se marchó en seguida.

El tiempo transcurría sin que en su casa se supiera nada de lo que podría ocurrirle, lo que hizo que su esposa doña Juana Nin, alarmada al pasar el tiempo sin que su esposo regresara, resolviera, a pesar de la hora -eran más de las once de la noche-, ir a casa de su vecino y amigo el general Pinedo que, como ella, vivía en la calle Tucumán entre Florida y Maipú, para contarle lo que pasaba y sus temores de que su esposo fuese víctima de alguna intriga que pusiera en peligro su vida.

Pinedo la escuchó y le dijo:

-¡No puede ser! tranquilícese. Ahora mismo salgo para averiguar lo que ocurre. Váyase tranquila y espere.

El general partió en seguida, acompañado de su asistente, dirigiéndose al cuartel del Retiro, donde se informó de todo.

Inmediatamente después de esto se fue a Palermo, donde, cuando llegó, todo el mundo dormía.

Hizo llamar al oficial de guardia y, por intermedio de éste, avisar a Manuelita, quien al poco tiempo le recibió y le dijo que su tatita dormía y que a esa hora ella no se atrevía a despertarle.

Pinedo le insistió y le contó la gravedad del caso, pues si no se procedía con rapidez sería tarde al día siguiente.

En vista de esto, Manuelita despertó a Rosas y le dijo que hacía eso por pedido del general Pinedo, que acababa de llegar y se lo pedía por un asunto muy urgente.

Rosas hizo pasar a Pinedo y le dijo;

-¿Qué ocurre, mi general?

-Disculpe vuestra excelencia si me he permitido llegar hasta usted a estas horas, pero acabo de informarme que el comandante Juan Bazo, jefe del Detal, va a ser fusilado en el cuartel del Retiro por orden de vuestra excelencia, y como faltan muy pocas horas para esto, es que quiero informarle de quién es Bazo.

-Es cierto -dijo Rosas-; por traidor.

-Permítame, excelentísimo señor: eso no es cierto. Yo respondo por él.

Rosas informó a Pinedo de la denuncia que se le había hecho y quién era el delator, y preguntó a Pinedo:

-¿Qué haría usted en mi lugar?

Pinedo le contestó:

-Yo, excelentísimo señor, respondo por él y le ruego dé la orden de suspender inmediatamente la ejecución, pues empieza a aclarar y todo será tarde después.

-Esta bien- dijo Rosas -¿Usted me responde por el comandante Bazo, general Pinedo?

-Sí, excelentísimo señor!

-Pues bien -dijo Rosas-, voy a ordenar en seguida que el general Corvalán vaya en un coche y traiga aquí al comandante Bazo.

La orden se cumplió rápidamente, pues los minutos corrían velozmente, siendo ya bastante claro.

El general Corvalán llegó al cuartel del Retiro, llamó al jefe y le comunicó la orden que llevaba, y, junto con éste, fueron al calabozo donde estaba Bazo, quien había tomado la resolución de no dejarse fusilar, sino la de morir peleando cuando lo fuesen a sacar para el banquillo; así es que al sentir que iban abrir la puerta de su calabozo se preparó. Pero nada hizo al ver al general Corvalán y al jefe del cuartel que le decían:

-Qué tal, amigo? Le venimos a buscar de parte de su excelencia para ir a Palermo.

Era una hermosa madrugada del mes de diciembre. Era día claro ya cuando llegaron a casa de Rosas. Este con Pinedo, se paseaba por uno de los corredores. El general Corvalán condujo allí al comandante Bazo y se retiro una vez cumplida su misión.

Rosas dijo a Bazo:

-El comandante X denunció a usted de haber sido conductor de pliegos para el general Lavalle cuando éste marchaba para Santa Fe.

-Eso no es cierto, excelentísimo señor. Yo no he salido de Buenos Aires.

-Es exacto lo que dice el comandante Bazo -afirmó el general Pinedo- y debo agregarle que es un oficial pundonoroso que jamás se habría prestado a ello.

Siguieron conversando y Rosas terminó por decir:

-Queda usted en libertad, señor comandante Bazo.

-Muchas gracias, excelentísimo señor.

Rosas había observado minuciosamente, durante la entrevista, la ropa de Bazo, y le dijo

-Noto, señor comandante, que su ropa y su calzado están en malas condiciones.

-Es verdad, excelentísimo señor, pero como tengo tanta familia y los tiempos están tan malos, no hay para más.

-Espere un momento -le dijo Rosas-, y le entregó una orden para un traje y calzado nuevos que le regalaba. Luego agregó: -Desde mañana queda usted al servicio de la secretaría. Puede retirarse.

-Muy bien, excelentísimo señor, y muchas gracias por todo y por la rápida justicia que se ha hecho al salvarme la vida, obsequiarme y darme un nuevo destino.

-Nada tiene que agradecerme -le dijo el Restaurador-. La justicia no se ha acabado de hacer, pero se hará.

Al día siguiente el comandante X era ejecutado en el cuartel del Retiro por falso delator.

Esta medida terminó con las falsas denuncias que muchos hacían para adelantar en sus negocios o en su carrera militar.

La nobleza del comandante Bazo llegó a tal punto, que pidió a su esposa e hijos que cuando recordasen este episodio de su vida jamás diesen el nombre del comandante que le calumnió y que pagó con su vida su acción. Esa es la razón del porqué, conociéndolo, no lo mencionamos en esta narración, pues sus descendientes cumplen el mandato de su antepasado.

En su nuevo puesto el comandante Bazo reveló una excelente letra, lo que le valió que lo ocupara Rosas para la redacción de sus mensajes y cosas especiales. Esto le produjo gran cansancio mental y una enfermedad a la vista.

Al retirarse de la secretaría fue encargado de la organización de una pequeña brigada de las tres armas, y cuando la tuvo lista se le ordenó marchar a Entre Ríos al frente de ella. Esto ocurría a mediados del año 1845.

Estas fuerzas iban a operar bajo las órdenes del general Urquiza, destinándolas éste a actuar sobre la costa del río Uruguay, en donde en uno de los muchos combates por allí realizados, estando destacado en Gualeguay, fue herido Bazo por el fragmento de una piedra que saltó al rebotar una bala de cañón de la escuadrilla que mandaba Garibaldi.

Al poco tiempo de partir esta expedición, un día recibió Manuelita la visita de la esposa de Bazo, la que con todos los reparos del caso le manifestó que tenía que recurrir a ella por una razón de fuerza mayor producida por las grandes lluvias que acababan de caer, en que se le había llovido toda la casa, encontrándose con algunos techos en peligro.

Manuelita la escuchó, y le preguntó que más necesitaba.

-Nada más por ahora, gracias a Dios.

-¿Y sus chicos?

-Muy buenos todos.

-¿Van a la escuela?

-No van porque no los puedo mandar.

-Bueno, mañana usted los manda al colegio, y no se preocupe por ellos, porque yo arreglaré todo eso. En cuanto a los desperfectos producidos en su casa, mañana se empezarán a arreglar.

Y así fue.

Los acontecimientos políticos tomaban un nuevo cariz y las relaciones entre Rosas y Urquiza eran cada vez más tirantes, hasta que éste último se pronunció contra Rosas el 1° de mayo de 1851.

Urquiza, con el ojo previsor que tenía, procedió a dar de baja del ejército a todos los jefes y oficiales que no le eran adictos o le eran simplemente sospechosos, tocándole por esta razón al comandante Bazo ser dado de baja.

Como era natural, un jefe como éste no podía permanecer inactivo, buscó la manera de poder venirse a Buenos Aires a presentarse a Rosas.

Una tarde estando a orillas del río Paraná vio venir una chalana cargada de frutas y leña procedente de Corrientes que iba a Buenos Aires.

Al verla le hizo señas desde la costa y al enviarle un botecito los de la chalana, se embarcó en ella, siendo muy bien recibido y tratado pero los malos vientos y las bajantes del río hicieron interminable el viaje, queriendo la casualidad que el 3 de febrero de 1852 a la tarde llegase a esta ciudad en momentos en que se producía la derrota de Caseros y que Rosas se embarcaba para Inglaterra.

Pocos días después el comandante Bazo observando el curso de los acontecimientos se presentó al general Urquiza, quien al verle le dijo:

-Comandante Bazo, ¿qué hace usted por aquí?

-El señor general me dio de baja en Entre Ríos, y como soy militar y he llegado recién a Buenos Aires y encuentro la situación cambiada, vengo a presentarme a V. E.

-Esta bien. ¿Posiblemente ha de haber llegado usted tarde para presentarse a Rosas?

-Es cierto, mi general.

-Por su franqueza y lealtad queda usted reincorporado al ejército.

Al poco tiempo el comandante Bazo, al frente de un regimiento por él organizado, formaba parte del ejército del general Urquiza.

El 29 de junio de 1857 falleció repentinamente en una de las calles de la ciudad.