martes, 1 de diciembre de 2009

La historia en broma... y no tan en broma

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 16  

 La historia en broma... y no tan en broma



Dos gratos aniversarios

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 16  

DOS GRATOS ANIVERSARIOS.

La repatriación de los restos del Restaurador 





El 30 de setiembre de 1989, aproximadamente a las 9.45 hs. llegaron a Rosario, los restos repatriados de Juan Manuel de Rosas, donde fueron recibidos por las autoridades nacionales y provinciales y por sus descendientes. Después de un acto oficial realizado en el Monumento a la Bandera, fueron embarcados en el Patrullero Murature -donde se colocaron en la popa-, escoltados por los patrulleros Chubut y Tierra del Fuego. Al pasar la flotilla por la Vuelta de Obligado, aproximadamente a las 5 de la tarde, fue saludado por una salva de veintiún cañonazos y por numerosos fuegos artificiales; una hora mas tarde, la flotilla llegó a San Pedro. A las 9 de la noche pasó por Baradero y aproximadamente a medianoche, por debajo del puente Zárate-Brazo Largo. Ya sea en Rosario, Vuelta de Obligado, San Pedro, Baradero y en toda la costa, fueron innumerables las muestras de la adhesión popular.  El 1º de octubre, a las 11.15 horas hacía entrada el patrullero Murature en el puerto de Buenos Aires, por la Dársena Norte. Los restos del Restaurador fueron desembarcados y depositados en una cureña del Regimiento 1 de Patricios, saludados nuevamente por veintiún cañonazos, las sirenas de los barcos y los honores rendidos por las Fuerzas Armadas. En la Ciudad de Buenos Aires, esperaban los restos de tan insigne patriota 5.000 gauchos venidos de todos los confines de la patria agrupados en la Federación Gaucha Argentina con sus gallardetes que indicaban su lugar de origen y los Colorados del Monte, 500 granaderos y 500 efectivos de la Escuela de Caballería, quienes acompañaron los restos de Rosas a lo largo de la travesía desde el puerto, pasando por Av. Madero, Av. de Mayo, Av. 9 de Julio, Av. del Libertador, Av. Callao, Av. Las Heras y Junín, hasta el cementerio de la Recoleta, donde después de un acto presidido por el entonces Presidente de la Nación, Dr. Carlos S. Menem, fueron depositados en la bóveda de la familia Ortiz de Rozas. Desde su desembarco y durante todo el trayecto hasta llegar al cementerio de la Recoleta, el féretro, fue cubierto por claveles rojos y flores coloradas, arrojadas tanto desde los balcones, como por el público que esperaba en el cordón de la vereda. Al ingresar los restos al cementerio, una escuadrilla de cuatro aviones Mirage pasaron en vuelo rasante, en señal de homenaje. Ese día la ciudad se tiñó de rojo. Después de 112 años, los restos de Rosas, descansaron definitivamente en Buenos Aires.

 

Monumento a Rosas

Monumento a Rosas

Diez años después, esto es el 8 de noviembre de 1999, y en cumplimiento de la ley 24.520, sancionada en julio del 95, se inauguró en la Plaza Intendente Seeber, ubicada en la intersección de las Avs. del Libertador y Sarmiento, en Palermo, el monumento a Juan Manuel de Rosas, en terrenos que habían sido de su propiedad y que después de su caída le fueron injustamente confiscados.

El monumento de una altura de quince metros, se encuentra coronado por una escultura ecuestre de Rosas , "mezcla de gaucho y militar", que fue realizada en bronce por el escultor catamarqueño Ricardo Dalla Lasta y que tiene cuatro metros de alto. El pedestal, donde están escritas la cláusula 3º del testamento de San Martín y una reproducción de su sable legado al Restaurador y alegorías al combate de la Vuelta de Obligado y la Guerra del Paraná, al Pacto Federal de 1831 y a la Campaña del Desierto, está revestido en granito.

Isabel La Católica

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 15 

Isabel añadía a su testamento tres días antes de morir, (25 de Noviembre de 1504), el siguiente codicilo:

Isabel La Católica


"Item, por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas (Por la Santa Sede apostólica) las islas e tierra firme del mar Oceano, descubiertas e por descubrir, nuestra principal intención fué, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alexandro Sexto, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesion, de procurar inducir e traer los pueblos de ellas a les convertir a nuestra santa Fe Católica, e embiar a las dichas islas y tierra firme prelados e religiosos e clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la Fe Católica y los enseñar y doctrinar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene: por ende suplico al Rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido, que así lo hagan e cumplan, y que este sea su principal fin.

"Y que en ello pongan mucha diligencia, y que no consientan ni den lugar que los indios vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes. Mas manden que sean bien e justamente tratados; y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las dichas letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido e mandado".   

Para pensar - Alonso Piñeiro - Día de la Raza

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 15   

Para pensar

Publicado en el diario “La Prensa” el día 11 de octubre de 2009, en la columna “Los fantasmas del pasado”

El Día de la Raza

Por Armando Alonso Piñeiro

Aquí estamos, una vez más, en vísperas del aniversario del Descubri­miento de América. Es decir, se ce­lebrará mañana el Día de la Raza, lo quieran o no los racistas que irónica­mente reivindican el imperialismo de las civilizaciones precolombinas. Incas, aztecas, apaches, sioux, mapu­ches eran agrupaciones divididas en castas y caracterizadas por sus ritos sanguinarios, sus luchas fratricidas y sus bárbaras expansiones imperia­les en detrimento de sus vecinos.

Muchos siglos más tarde, un pre­sidente argentino, -el radical Hipó­lito Yrigoyen- firmó en 1916 un de­creto fundamental, declarando el 12 de octubre como fiesta nacional. Curiosa y lamentablemente, en ninguna parte del documento, en ninguna parte de sus tres considerandos, se menciona la expresión “Día de la Raza”, que surgiría espontáneamente al poco tiempo como expresión de la voluntad popular. Sí, reconoce el decreto que "El descu­brimiento de América es el aconte­cimiento más trascendental que ha­ya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues todas las reno­vaciones posteriores derivan de este asombroso suceso, que a la par que amplió los límites de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu". De manera que, en pri­mer lugar, quienes afirman que Yri­goyen bautizó el 12 de octubre co­mo Día de la Raza adolecen, por cierto, de ignorancia elemental.

Pero vaya y pase la insipiencia. Lo grave es que aquellos opuestos a la conmemoración se basan en la pre­tendida creencia de un "genocidio" español sobre los aborígenes, algo que nunca existió y que no puede ser probado documentalmente. Por añadidura, ni siquiera existía la ne­cesidad de tal genocidio -palabra mal empleada, puesto que nació a me­diados del siglo XX-, ya que en la época precolombina no existían elementos aplicables a una matanza ge­neralizada e indiscriminada, salvo las que hicieron los propios pueblos indigenistas. Como lo escribiera Ju­lián Marías, los habitantes de este continente "no tenían noción de su existencia, de su conjunto, de su al­cance. No se conocían, no habían re­corrido su cuerpo, no podían hablar entre sí. Se hablaban centenares, aca­so millares de lenguas, la mayoría de las cuales se reducían a pequeños territorios, a tribus aisladas que no te­nían nada en común".

Ahora bien. Quienes están en contra del Día de la Raza incurren en una grave actitud racista, y deben ser denunciados ante el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI) al cometer un acto de dis­criminación en perjuicio de la raza, es decir, de la raza humana. Equivo­car raza por racismo es otro acto de ignorancia. Hace exactamente dos años, Hipólito Solari Yrigoyen afir­mó con acierto que intentar cam­biar la denominación tradicional del 12 de Octubre perpetra el aludido delito, pues no existe ningún fundamento que "autorice a invo­car que el Día de la Raza que se re­cuerda en la Argentina exalte a alguna etnia en desmedro de otras, si­no que las incluye a todas como in­tegrantes de la raza humana. La denominación lleva implícita, por lo tanto, un reconocimiento de nues­tro pluralismo étnico y cultural".

El Día de la Raza es, por otra par­te, el nacimiento de la etnia criolla, que no se hubiera creado si no fue­ra por la empresa colombina, por el respeto escrupuloso -entre otros méritos- del gobierno peninsular ante las costumbres indígenas. Tan es así que un siglo después del Des­cubrimiento, el gobierno de Felipe II, por intermedio del Consejo de Indias, se negó a imponer obligatoriamente el idioma castellano -lue­go conocido como español- con estas sabias palabras del monarca re­firiéndose a los aborígenes: "No pa­rece conveniente forzarlos a aban­donar su lengua natural, sólo habrá que disponer unos maestros para los que quieran aprender".

Cuando elementos ajenos a la concordia y la comprensión de la historia pretenden enarbolar pen­dones de hostil oposición, cuando se intenta deslucir la gesta inmortal con bastardas apelaciones a falsas reivindicaciones indigenistas, el 12 de Octubre nos viene a recordar que el heroísmo de la España eterna sig­nificó fundar un Nuevo Mundo a la faz del mundo clásico y sentar los principios humanos de una nueva dignidad humana, basada en la fu­sión de dos razas ávidas de mutuo conocimiento. Sobre este hecho se erige toda la grandeza del Descubri­miento y la Colonización, regados con la roja sangre común de ambos linajes, el talento y el empuje, la fie­ra convicción y la honda pulsación, en definitiva el secreto latido de la historia que nos impone su legado desde los arcanos ancestrales del pa­sado solidario.


El levantamiento en el sur

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 12 a 14  

El levantamiento en el sur de la provincia (octubre de 1839)

                                                                                   Por Norberto J. Chiviló

Prudencio Ortiz de Rozas- Óleo de José Roldán

Con motivo de de haberse cumplido hace un poco mas de un año y medio, 170 años del bloqueo por fuerzas navales francesas al “puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina…” (28 de marzo de 1838), publicamos en el Nº 6 de este periódico el artículo titulado ”El defensor de la independencia nacional”, comentamos allí como se había llegado al primer atropello de nuestra incipiente soberanía nacional por parte de una potencia europea y cuales habían sido sus causas aparentes y reales.

Las causas aparentes fueron aquellas que se esgrimieron por parte de Francia para justificar su agresión y darle un tinte de legítima; una era su pretensión de que se la reconociera como nación mas favorecida, situación de la que solo gozaba la Gran Bretaña en virtud de un tratado que ésta había firmado con las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1825 y otra la pretensión de que se eximiera a sus naturales de prestar el servicio de las armas. Hablamos de “causas aparentes”, pues solo eran el pretexto de las causas reales: el expansionismo francés fogoneado por su monarca Luis Felipe de Orléans con la búsqueda de nuevas tierras en donde establecer sus colonias y la apertura de nuevos mercados para colocar sus productos manufacturados.

La empresa no les resultó fácil ni sencilla, como en un principio creyeron, porque estas tierras estaban gobernadas por una persona –Juan Manuel de Rosas– de una voluntad inquebrantable y un férreo patriotismo, que no retrocedió “un tranco de pollo” ante la prepotencia extranjera.

En el Nº 8 se dedicó también el artículo de tapa de autoría del Dr. Denovi, para destacar la heroica defensa de la Isla Martín García, atacada por las fuerzas bloqueadoras francesas el 11 de octubre de 1838, que en mayor número (550 atacantes contra 125 defensores) y con mayores elementos, doblegaron a los esforzados defensores mandados por el Tte. Cnel. Jerónimo Costa y el Sgto. Mayor Juan Bautista Thorne. La valiente defensa de la isla, fue reconocida por el comandante francés Hipólito Daguenet, quien en una actitud de hidalguía, en una carta que dirigió a Rosas, encomió el desempeño de las fuerzas argentinas en la defensa del territorio cuyo cuidado sus autoridades le habían confiado.

El conflicto no fue tampoco sencillo para la Confederación Argentina, pues Francia era en esos momentos una de las principales potencias y desarrolló una serie de actos para doblegar a la Confederación Argentina.

Así, los franceses, visto que el bloqueo no les reportaba los beneficios esperados, de una y otra forma trataron de crearle a nuestro país, conflictos externos e internos.

Entre los conflictos externos podemos citar en primer lugar el apoyo que Francia siguió dando al Mariscal Santa Cruz, (“el gran amigo de Francia en el Nuevo Mundo”, como lo llama la prensa de París) quien al frente de la Confederación Peruano-Boliviana, había invadido el norte de nuestro país; por otro lado también promovieron la renuncia forzada del Presidente legítimo del Estado Oriental, don Manuel Oribe –aliado de Rosas– y el encumbramiento de don Fructuoso Rivera en la presidencia del país hermano, aliado también a elementos unitarios establecidos en Montevideo.  

También pagaron para que “auxiliares” nativos ayudaran a Francia.

Trataron de crear conflictos internos tentando a varios gobernadores de la Confederación (Santa Fé, Córdoba, Santiago del Estero, la Rioja, Catamarca, Corrientes, etc.), en algunos casos mediante el envío de un agente confidencial ante los gobernadores de Santiago del Estero, Catamarca y la Rioja, para que se pronunciaran contra Rosas, –quien como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, detentaba el ejercicio de la relaciones exteriores de la Confederación Argentina, y era inconmovible en su defensa de la soberanía nacional– o que por lo menos se mantuvieran neutrales en el conflicto. Ese agente, Juan Pablo Dubué, posteriormente fué apresado en Mendoza y sometido a sumario. Recibido el sumario por Rosas, este ordena el fusilamiento del agente francés, quien es ajusticiado el 21 de agosto de 1839.

También los franceses dieron su apoyo irrestricto al partido unitario en su lucha contra Rosas y el partido federal que representaban a la nacionalidad argentina.

Rosas debió comandar ese barco –la Confederación Argentina– en medio de tormentas manteniendo el timón con mano firme y a la vez evitar que el navío se resquebraja e hiciera agua por todos lados.

Debió actuar con mano firme y muchas veces sin contemplaciones.

En Montevideo residía una importante comunidad de “exiliados” unitarios quienes el 20 de diciembre de 1838, formaron la “Comisión Argentina” presidida por el Gral. Martín Rodríguez y que integraron Julián Segundo de Agüero, Florencio Varela, Valentín Alsina y otros, al que adhirieron posteriormente, prestigiosos militares como Lavalle, Chilavert y Paz. Esta Comisión busca que el General Juan Lavalle encabece la lucha armada contra Rosas. En su momento, Lavalle había sido crítico de la ocupación francesa a la isla de Martín García y la de los emigrados argentinos unitarios que la apoyaron, pero luego dejó de lado sus pruritos patrióticos y se puso a las órdenes de Fructuoso Rivera y por ende de los franceses, recibiendo de éstos ayuda en dinero, medios y transporte.

El 2 de julio de 1839, Lavalle con su división desembarca en Martín García, ocupada por los franceses, y de allí tres días después pasa a Entre Ríos, no encontrando en esa provincia la adhesión de la población. Dirá el unitario Francisco Pico. “No hay en Entre Ríos una sola montonera a favor del ejército libertador (así llamaban al ejército de Lavalle). La autoridad de los libertadores no se siente fuera de su campo”.

Fracasada la empresa de Lavalle en Entre Ríos, se dirige a Corrientes, donde su gobernador Pedro Ferré se pronuncia contra Rosas el 6 de octubre de 1839 y pide el apoyo del jefe de la escuadra bloqueadora francesa, para el envío de esa escuadra por el Paraná, pero los franceses no acceden por serles dificultosa la navegación en ese río y la existencia de una batería argentina en Rosario.

Domingo Cullen, después del fallecimiento del caudillo Estanislao López ocurrido el 15 de junio de 1838, es designado gobernador de Santa Fe, cargo que ejercerá durante tres meses. Ya con anterioridad había entrado en contacto con el gobernador correntino Genaro Berón de Astrada y con los franceses para lograr el levantamiento del bloqueo a su provincia y llegar a un entendimiento con los invasores –había colaborado también con Dubué– , lo cual es conocido por Rosas. Posteriormente, Cullen será apresado y fusilado el 21 de junio de 1839 en la posta de Arroyo del Medio.

El 31 de diciembre de 1838, el gobernador correntino Berón de Astrada y el “presidente” oriental Fructuoso Rivera, firman un tratado secreto de alianza ofensiva y defensiva, cuyo destinatario era evidentemente Rosas, a quien declaran la guerra a fines de febrero de 1839. El 31 de marzo de 1839 el Gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, leal a la Confederación, después de invadir Corrientes derrota en Pago Largo a su gobernador, quien es muerto en la acción.

El complot era amplio y complejo como el lector podrá apreciar. En Buenos Aires también se conspiraba contra Rosas y no pocos federales participan de él. Debía realizarse un levantamiento en la ciudad y en la campaña del sur de la provincia donde los hacendados estaban descontentos no solo por los problemas económicos que el bloqueo les ocasionaba, sino también por la política de Rosas sobre la tierra pública. Ese movimiento insurreccional debía realizarse simultáneamente cuando Lavalle al mando de sus fuerzas marchara sobre Buenos Aires. Rosas tuvo conocimiento del complot en la ciudad y hace arrestar el 24 de junio de 1839, al joven coronel Ramón Maza, quien era una pieza clave e importante en el mismo, junto con otros conspiradores. Ramón era hijo del Presidente de la Legislatura Manuel Vicente Maza, quien también estaba involucrado en el complot amigo éste personal de Rosas de toda la vida. Tres días después Manuel Vicente Maza, es asesinado por desconocidos de una puñalada en el pecho, mientras se encontraba redactando su renuncia en su despacho de la Legislatura. Al amanecer del día 28, es fusilado Ramón por orden de Rosas.

Asesinato de Manuel V. Maza - Óleo de Franklin Rawson
Según algunos historiadores ese asesinato del Presidente de la Legislatura fue ordenado por Rosas, mientras que otros opinan que fue obra del fanatismo mazorquero y otros dicen que fueron enviados unitarios temerosos de que Maza delatara, –para salvar a su hijo–, a quienes estaban complotados. Mi humilde opinión es, teniendo en cuenta la personalidad de Rosas, una persona frontal y que no andaba con subterfugios ni con vueltas, que si hubiera sido su intención castigar la traición de Manuel Vicente Maza, lo hubiera hecho, ordenando directamente su fusilamiento, como así ordenó el fusilamiento de Ramón y no recurriendo a terceras personas.

A raíz de esos hechos se ordenó un sumario, que Rosas ordenó suspender poco después atento la gran cantidad de personas complotadas. Dirá Rosas: “De otro modo, habría sido preciso ordenar la ejecución de no pocos federales y unitarios de importancia”.

Como hemos visto fracasó la conjura de Ramón Maza en la Ciudad, Lavalle no se decidió a desembarcar en las costas de Buenos Aires y marchar contra la Ciudad, sino que por el contrario, se dirigió con su “Legión Libertadora” a Entre Ríos, donde pierde un precioso tiempo y por el otro lado el levantamiento de los hacendados tiene que adelantarse de la fecha prevista. Sobre este último hecho vamos a referirnos de ahora en mas en este artículo.

El bloqueo francés le produce al gobierno de la provincia de Buenos Aires pérdidas importantes. El movimiento portuario se reduce notablemente, ya que no se puede exportar ni importar y en consecuencia los derechos aduaneros se ven mermados notablemente. Escasean muchos artículos que se importaban de uso diario entre ellos la harina y otros suntuarios como prendas, artículos de tocador, vinos, etc. Pero abunda la carne y el pueblo llano come solamente carne. Las clases mas acomodadas se ven impedidas de adquirir artículos importados que estaban acostumbradas a comprar.

El gobierno debe equilibrar las finanzas públicas y solo aumentan los gastos destinados a la defensa.

El principal producto de exportación de la época era el producto de la explotación ganadera: la carne salada o tasajo, el sebo y en mayor medida los cueros.

Debido al bloqueo, los estancieros y saladeristas se ven impedidos de poder vender y exportar su producción, en síntesis, los cueros se pudren en las barracas.

Familiares y amigos de Rosas, le aconsejan arreglar rápidamente la cuestión con los franceses, porque el bloqueo pone en riesgo el capital de los hacendados. Juan Nepomuceno Terrero, su amigo y socio le informaba: “Las pilas de cueros se están pudriendo. Si sigue el bloqueo terminaremos por arruinarnos. Debes transar con los franceses”

Rosas era uno de los hacendados mas importantes de la provincia y el bloqueo también lo perjudica económicamente, pero no es hombre de anteponer su interés particular ni de clase al interés de la Patria y de la Nación. A Rosas solo le interesa el honor de la Argentina. He aquí también su grandeza como gobernante. No es hombre que se deje amedrentar por los cañones de una poderosa flota invasora, como es la francesa en ese momento histórico.

Esta actitud de Rosas trastocará –un siglo mas tarde–  el pensamiento de todos los sostenedores del materialismo histórico marxista, quienes no podrán explicar esta oposición y enfrentamiento de Rosas a los de su misma clase social y por el contrario justificarán a quienes se aliaron a la potencia colonialista.

La llamada “historia oficial” designa ese levantamiento como el de “Los Libres del Sur” al que le asigna connotaciones patrióticas y libertarias, cuando en realidad las connotaciones no son otras que económicas y comerciales y que se da en el marco de un conflicto internacional y en connivencia de los insurrectos con la potencia que en ese momento agredía injustamente y esto hay que recalcarlo, a la Confederación Argentina, y era y esto hay que decirlo también con todas las letrasUNA TRAICION A LA PATRIA.

Pedro Castelli
En esas circunstancias se produce el levantamiento de los hacendados acaudillados por Pedro Castelli, hijo del vocal de la Primera Junta Gubernativa, el Doctor Juan José Castelli, apoyado principalmente por el comandante Manuel Rico –2do. jefe del regimiento 5º– y por el militar –de origen francés– Ambrosio Crámer.

El levantamiento que debía estallar el 6 de noviembre de 1839 se adelanta algunos días, sabiendo los complotados que Rosas ya tenía conocimiento de ello. Se produce así el 29 de octubre en horas de la madrugada en Dolores con el pronunciamiento de Rico y el día 2 de noviembre en Chascomús por el Comandante José Mendiola y tiene en esos dos pueblos sus focos principales.

Reclaman la ayuda de Lavalle y su ejército y piden también al contraalmirante francés Louis Leblanc, jefe de las fuerzas bloqueadoras, el envío de naves francesas a la boca del río Salado para apoyarlos.

Volanta utilizada por Prudencio Rosas 
en la batalla de Chascomús
Rosas que no se ha quedado dormido, envía a su hermano Prudencio al mando de una disciplinada y bien armada fuerza a quien se le agrega después una fuerza militar al mando del Cnel. Nicolás Granada y otros jefes, en busca de los insurrectos, a quienes vence el 7 de noviembre en Chascomús, después de tres horas de combate y tres días después se recupera Dolores y el día 14 recuperan Tandil. Al día siguiente Prudencio Rosas escribe al edecán de su hermano Juan Manuel, el Coronel Manuel Corvalán, dando cuenta de las novedades: "El principal cabecilla motinero salvaje unitario Pedro Castelli había sido encontrado en una isleta de monte y, habiéndose resistido a entregarse, fue necesario matarle y cortarle la cabeza, que me fue presentada, la que reconocida por mí, por infinitos que lo conocían y por un peón que lo acompañaba, y que había sido aprehendido, la remitió el general que firma a Dolores para que el comandante político y militar de ese pueblo la coloque en un palo en medio de la plaza del pueblo, lugar donde estalló el motín, para escarmiento de esos malvados salvajes unitarios".­

El comandante Rico y unos 900 hombres después de la derrota, se dirigieron al Salado y embarcaron en las naves francesas que los esperaron, siendo trasladados a Montevideo, siendo posteriormente incorporados a las fuerzas militares comandadas por el Gral. Lavalle.


Fuentes

Historia de la Confederación Argentina, de Adolfo Saldías.

“Traición en el Sur” por Beatriz C. Doallo, publicado en la “Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” Nº 61.

“Los Libres de Sur: Una conspiración de hacendados”, por Luis C. Alen Lascano, publicado en la “Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” Nº 66.

Mac Cann y su conversación con Rosas

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 10 y 11

Anécdotas

El inglés Mac Cann y su conversación con Rosas en Palermo en 1848

Residencia de Rosas en Palermo, hacia 1850. Acuarela de Carlos Sívori, MHN 


William Mac Cann, era un hombre de negocios inglés, que vino a estas tierras en 1842. En un largo viaje a caballo, visitó las estancias del sur de Buenos Aires, propiedad de sus connacionales, llegando hasta la frontera con los indios. Cuando regresó a Buenos Aires, fue acusado en la Sala de Representantes, de ser espía inglés. Se entrevistó con Rosas en Palermo (1848), quien le dio toda clase de seguridades para realizar su viaje a caballo por el litoral y Córdoba. En 1853 publicó en Londres sus impresiones sobre el estado general de la Confederación, finanzas, población y costumbres, que tituló “Two Thousand miles’ride through te Argentine Provinces”. A continuación transcribimos la parte pertinente de su visita a la residencia de Rosas en Palermo y su conversación con el gobernante argentino.

 

…Cuando me presenté de visita en su residencia, en­contré reunidas, bajo las galerías y en los jardines, a mu­chas personas de ambos sexos que esperaban despachar sus asuntos. Para todo aquel que deseaba llegar hasta el gene­ral Rosas en carácter extraoficial, la hija del Dictador, doña Manuelita, era el intermediario obligado. Los asuntos personales de importancia, como confiscaciones de bienes, destierros y hasta condenas de muerte, se ponían en sus ma­nos como postrer esperanza de los caídos en desgracia. Por su excelente disposición y su influencia benigna, doña Manue­lita era para con su padre, lo que la emperatriz Josefina fue para Napoleón.

En la casa del general Rosas se conservaban algunos resabios de usos y costumbres medioevales. La comida se servía diariamente para todos los que quisiesen participar de ella, fueran visitantes o personas extrañas; todos eran bienvenidos. La hija de Rosas presidía la mesa y dos o tres bufones, (uno de ellos norteamericano) divertían a los huéspedes con sus chistes y agudezas. El general Rosas rara­mente concurría y cuando aparecía por allí, su presencia era señal de alegría y regocijo general porque en esos momentos se despreocupaba de las cuestiones de gobierno, pe­ro no participaba de la mesa porque sólo hacía una comida diariamente. La vida de Rosas era de ininterrumpida labor: personalmente despachaba las cuestiones de Estado más nimias y no dejaba ningún asunto a la resolución de los demás si podía resolverlo por sí mismo. Pasaba de ordinario las no­ches sentado a su mesa de trabajo; a la madrugada, hacia una ligera refacción y se retiraba a descansar. Me dijo un vez doña Manuelita que sus preocupaciones más amargas provenían del temor de que su padre se acortara la vida por su extremosa contracción a los negocios Públicos.

Mi primera entrevista con el general Rosas tuvo lugar en una de las avenidas de su parque, donde, a la sombra de los sauces, discurrimos por algunas horas. Al anochecer me llevó bajo un emparrado y allí volvió sobre el interminable tema político. Vestía en esta ocasión una chaqueta de marino, pantalones azules y gorra, llevaba en la mano una larga vara torcida. Su rostro hermoso y rosado, su aspecto macizo (es de temperamento sanguíneo), le daban el aspecto de un gentilhombre de la campaña inglesa. Tiene cinco pies y tres pulgadas de estatura y cincuenta y nueve años de edad. Se refirió al lema que llevan todos los ciudadanos: '''Viva la Confederación Argentina! Mueran los salvajes unitarios!", y me dijo que lo había adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social, pero que, en momentos de excitación popular, había servido para economizar muchas vidas; que era un testimonio de confraternidad, y para afirmado, me dió un violento abrazo. La palabra "mueran" quería expresar el deseo de que los unitarios fueran destruidos como partido político de oposición al gobierno. Era verdad que muchos unitarios habían sido ejecutados, pero solamente porque veinte gotas de sangre, derramadas a tiempo, evitaban el derramamiento de veinte mil. No deseaba, dijo, ser considerado un santo, ni tampoco que se hablara mal de él ni deseaba ninguna clase de alabanzas.

Aludiendo a mis propósitos de viajar a través de las provincias y juzgar por mí mismo del estado del país, me dijo que todo lo que él quería y lo deseaba el país entero era que se hablara con positiva verdad; no era él hombre de secretos, él hablaba a la faz del mundo, y aquí se irguió con orgullo, echó la gorra hacia atrás y levantó la frente como diciendo: "Yo desafío al mundo todo".

Volviendo a la intervención del Lord Howden. Rosas se mostró asombrado de que Inglaterra hubiera olvidado a tal punto su propio interés para darse la mano con Francia en una cruzada contra la República Argentina, enajenándose las simpatías del pueblo, que siempre fueron mayores por los ingleses que por los franceses. Me hizo presente que el reconocimiento de la independencia de la República por la Gran­ Bretaña, quince años antes de que lo hiciera Francia, había despertado en este pueblo sentimientos de gratitud hacia Inglaterra y observó que el carácter de los ingleses era más abierto y sus costumbres más morales que las de los franceses. Luego se extendió sobre las ventajas que ofrecía el país para la emigración de todo el exceso de población de Gran Bretaña y habló de la excelente situación en que colocaba a los inmigrantes el tratado de 1825, por el cual, en realidad, ­gozaban de mayores ventajas que los ciudadanos nativos.

Al referirse a la misión de Mr. Hood, advirtió que el gabinete de Londres decía "no abrigar ningún interés ni propósito egoísta", no obstante lo cual los franceses habían omitido la palabra "egoísta" y él consideraba esto muy significativo porque Francia tenía designios ulteriores en favor de ciertos miembros de su real familia, con relación a estos países. Todo lo que estas repúblicas necesitan –prosiguió– ­es intercambio comercial con alguna nación fuerte y poderosa como Gran Bretaña, la cual, en recompensa de los beneficios comerciales, podría beneficiados con su influencia moral. Esto era lo que querían, y nada más. No querían nada que oliera a protectorado ni afectara en lo más mínimo su libertad e independencia nacional, de las que eran muy celosas y no renunciarían un solo átomo. Este sentimiento lo exteriorizó vigorosamente en su lenguaje y ademanes. Al terminar la frase apretó el dedo pulgar de la mano derecha contra el dedo índice, como si tomara un pelo entre las uñas, y como diciendo: "No, ni tanto como ésto".

Como siguiéramos caminando por el parque, levantó la vista y observó las refacciones de albañilería que se hacían ante nosotros. Alguien podría preguntar –me dijo– para qué se edificó esta casa en estos lugares. El la había edificado con el propósito de vencer dos grandes obstáculos: ese edificio empezó a construirse durante el bloqueo francés; como el pueblo se encontraba en gran agitación, él había querido calmar los ánimos con una demostración de confianza en un porvenir sólido, y, erigiendo su casa en un sitio poco favorable, quería dar a sus conciudadanos un ejemplo de lo que podía hacerse cuando se trataba de vencer obstáculos y se tenía la voluntad para vencerlos.

Había notado mi desconfianza en punto a la seguridad personal de que podría gozar en mi proyectado viaje al norte, y reconoció que era muy natural, puesto que me aprestaba a visitar regiones adonde los ingleses habían llevado la guerra y donde sin duda existiría alguna indignación contra los ex­tranjeros, pero me dió la seguridad de que ningún extranjero sería insultado ni molestado, porque el gobierno había impartido órdenes estrictas a ese respecto. Refiriéndose a los representantes que habían mirado con desconfianza mis investigaciones, me dijo que él, en cierto sentido, se alegraba de lo ocurrido porque eso probaba que los miembros de la Sala te­nían el coraje de decir lo que pensaban, siempre que no hicieran ataques de carácter personal. Hizo largos comentarios a este propósito, refiriéndolo a las especies corrientes de que no había libertad de palabra en la Sala de Representantes. Y, por otra parte –agregó riendo–, si uno o dos han hablado contra usted, y los demás no lo han hecho, quiere decir que usted tiene la mayoría en su favor.

Si, con todo, yo me encontraba decidido a dar un galope a través del país, de unas mil o dos mil millas, lo cual, ni me lo aconsejaba ni me lo desaconsejaba –me ofrecía todas las facilidades que yo quisiera y con ello cumplía un acto de justicia corriente porque había dado facilidades semejantes a otros individuos.

El trato del general Rosas era tan llano y familiar, que muy luego el visitante se sentía enteramente cómodo, y la facilidad y tacto con que trataba los diferentes asuntos, ganaban insensiblemente la confianza de su interlocutor. El extranjero más prevenido, después de apartarse de su presencia, debía sentir que las maneras de ese hombre eran espontáneas y agradables. Me relató varios episodios de su vida juvenil y me dijo que su educación había costado a sus padres unos cien pesos, porque solamente fué a la escuela por espacio de un año y su maestro acostumbraba a decirle: –Don Juan, no se haga mala sangre por cosas de libros; aprenda a escribir con buena letra, su vida va a pasar en una estancia, no se preocupe mucho por aprender.

La hija de Rosas, que posee grandes atractivos, dispone de muchos recursos para cautivar a sus visitantes y ganar su confianza.

Manuelita. Daguerrotipo
En una de mis visitas a la casa, como su padre se encontrara ocupado, montó en seguida a caballo, y juntos nos echamos a galopar a través del bosque. Es una excelente amazona y me dejaba atrás con tanta frecuencia, que se me hacía imposible espantarle los mosquitos del cuello y los brazos, como me lo ordenaba la cortesanía. Ya anochecido se nos reunió Rosas y continuó hablando de política hasta la media noche. Mientras nos paseábamos por los corredores del patio, vino doña Manuelita corriendo hacia su padre, y rodeándole el cuello con sus brazos, le reconvino cariñosamente por haberla dejado sola y por quedarse hasta esas horas en el frío de la noche. Se llamó entonces a un empleado de la casa para que me acompañara hasta la ciudad y, antes de que yo mon­tara a caballo, doña Manuelita corrió a buscar una capa de su padre e insistió en que me la pusiera para abrigarme, porque amenazaba un viento pampero.

Fuente: José L. Busaniche, “Lecturas de historia argentina”, Bs. As. 1938. 

La policía en la época de Rosas

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 8 y 9 

La Policía de Buenos Aires durante los mandatos de Rosas

Por la Profesora Beatriz Celina Doallo


Sereno de Buenos Aires en 1830
El 8 de diciembre de 1829 Juan Manuel de Rosas asumió el cargo de Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires. Su primer acto de gobierno fue confirmar como Jefe de Policía al coronel Gregorio Ignacio Perdriel, nombrado por Viamonte el 1º de septiembre del año anterior.

Uno de los problemas más urgentes a resolver era la indefensión de la campaña. Dividida en diez distritos o secciones, cada una bajo el mando de un Comisario, éste contaba solamente con cinco efectivos a sus órdenes, por lo que poco podían hacer contra salteadores y cuatreros.

En enero de 1830 se amplió a veintiuna las secciones, se nombró igual número de Comisarios de Campaña y se elevó a nueve, incluyendo un sargento y un  cabo, la cantidad de personal en cada Comisaría. El nuevo ordenamiento de los distritos fue el siguiente:

1. San José de Flores y Morón - 2. San Isidro, San Fernando y Las Conchas - 3. Capilla del Señor y Pilar - 4. Villa de Luján y su Guardia - 5. San Antonio de Areco y su Fortín - 6. San Pedro y Baradero - 7. Arrecifes y Salto - 8. San Nicolás de los Arroyos - 9. Pergamino y Rojas - 10. Quilmes - 11. Ensenada - 12. Magdalena - 13. Cañuelas y San Vicente - 14. Matanza - 15. Navarro - 16. López - 17. Monte - 18. Ranchos - 19. Chascomús - 20. Dolores - 21. Los Montes Grandes.

Hasta el 5 de diciembre de 1832, en que finalizó su primer mandato, Rosas hizo frecuentes recorridas de inspección por la campaña. La muy extensa que realizó entre diciembre de 1830 y febrero de 1831 tuvo por resultado la gradual sustitución de los Comisarios por Jueces de Paz. Estos, además de su tarea específica de resolver litigios, se hicieron cargo de otras muchas, puesto que en aquella época la policía no se limitaba a perseguir malandrines. Competía a sus funciones la administración del cementerio local, los carros fúnebres, las cárceles, la limpieza y reparación de calles y caminos, la organización de fiestas cívicas, el cobro de multas y el alumbrado público.

Otra medida que impulsó el gobernador fue la eliminación de las pulperías volantes, carromatos cargados de bebidas alcohólicas que se trasladaban de un pueblo a otro, fomentando la ebriedad y el juego, con su secuela de delitos contra las personas y la propiedad. Un decreto de Rosas del 18 de febrero de 1831 prohibió este tipo de comercio, ordenando que, transcurridos 40 días, Jueces de Paz y Comisarios decomisasen la mercadería, la vendieran en pública subasta y su monto ingresara en la Tesorería Policial; en cuanto a los conductores de los carromatos, serían arrestados y multados.

El alumbrado público estaba a cargo de contratistas, quienes lo obtenían por licitación pública. Un decreto del 26 de octubre de 1830 dividió la ciudad de Buenos Aires en cuatro secciones, cada una a cargo de un contratista distinto. Este debía disponer que los faroles estuvieran encendidos desde una hora después de ponerse el sol hasta las 12 de la noche, excepto las noches de luna  llena, en que el encendido debía tener lugar dos horas después de haber salido la luna y hasta dos horas antes de ocultarse.

La policía se ocupaba de multar al contratista por faroles apagados, encendidos fuera de horario o rotos. Romper faroles era una de las diversiones de la muchachada de entonces y el contratista estaba obligado a repararlos de inmediato para evitar una sanción.

Un “Aviso de la Policía fijado en los muros en abril de 1832 informó a los habitantes de la ciudad que el Jefe de Policía había recibido orden del Gobernador de arrestar y multar a todo individuo al que se le oyera proferir palabras obscenas en la calle o lugar público.

El mejoramiento de los servicios policiales se incrementó con la creación del Cuerpo de Serenos y la transformación del de Celadores, instituído en 1826, en Vigilantes de Día de la Ciudad. Serenos y Vigilantes patrullaban de a pie y en marzo de 1831 se creó, como refuerzo, la Compañía de Caballería Auxiliar de la Policía. Esta agrupación, regida por reglamentos militares, existió hasta 1836, en que se la sustituyó por los Vigilantes a Caballo, cuerpo que siguió en funciones hasta bien entrado el siglo XX y se perpetúa en la actual Policía Montada.

El coronel Perdriel falleció el 3 de marzo de 1832 y quedó a cargo interino de la Jefatura de Policía el Oficial 1º  Bernardo Victorica. El 17 de diciembre de 1832, finalizado el primer mandato de Rosas, asumió la gobernación el brigadier general Juan Ramón Balcarce; Victorica continuó interinamente como Jefe de Policía  hasta el 1º de abril de 1833, en que Balcarce nombró para ese puesto al coronel Juan Correa Morales y Victorica retomó el suyo de Oficial 1º.

Tras el asesinato del general Facundo Quiroga en Barranca Yaco (Córdoba) el 16 de febrero de 1835, y la conmoción pública que el crimen ocasionó, Rosas aceptó un nuevo mandato, que le fue otorgado por ley del 7 de marzo seguido de un plebiscito; asumió el 13 de abril de 1835 con la Suma del Poder Público. Por entonces era Jefe de Policía el general Lucio Norberto Mansilla, cuñado de Rosas, quien renunció el 6 de abril de ese año, entregando la Jefatura, en forma interina, a Victorica. Rosas no modificó su status y lo mantuvo como Jefe interino de Policía hasta 1845. Bernardo Victorica (1790-1864), uruguayo de nacimiento, fue leal al Restaurador, aunque supo proteger a muchos unitarios, entre ellos José Mármol, quien no vaciló en denigrarlo en su novela “Amalia”.

Durante el segundo mandato de Rosas, a excepción de los años 1841 y 1842 que fueron pacíficos para la provincia de Buenos Aires, ocurrieron hechos que condujeron a una cierta militarización de la policía. Cronológicamente, los sucesos fueron los siguientes:

* Guerra contra la Confederación Peruana Boliviana (1837-1839)

* Bloqueo del puerto de Buenos Aires por la escuadra francesa (1838-1840)

* Levantamiento del gobernador de Corrientes, Genaro Berón de Astrada (1838)

* Conjura de Maza (1839)

* Levantamiento de los hacendados del Sur de la Pcia. de Buenos Aires (1839)

* Invasión del ejército comandado por el general Juan Lavalle. (1839)

* Coalición del Norte (1840-1841)

* Campaña del Litoral del general José María Paz (1841)

* Sitio de Montevideo (1843-1851)

* Pronunciamiento de Urquiza, aliado a Brasil y Uruguay (1851)

El orden y la seguridad de la ciudad seguían a cargo de los Cuerpos de Serenos, Vigilantes de Día y Vigilantes a Caballo. A partir de 1842 las dos primeras agrupaciones fueron convertidas en batallones y hacían las rondas con acompañamiento de fusileros. Para incrementar el número de efectivos policiales, que ya era de 527, se estableció que los Alcaldes de barrio y Tenientes de Alcalde pasaran a revistar como Auxiliares de Policía.

El 25 de febrero de 1844 Rosas prohibió por decreto el juego de Carnaval, considerándolo “opuesto a la cultura social”. Los detractores de Rosas han hecho hincapié en la abolición del Carnaval, destacando ese decreto como un caso emblemático de la supuesta represión contra la ciudadanía que ejercía su gobierno. Una lectura de los antecedentes basta para entender que la población tenía motivos sobrados para temer los pocos pero turbulentos días del juego de Carnaval, que distaba de ser “inocente diversión popular”, según se lo calificó en 1853 cuando se lo volvió a autorizar.

El proyecto de suprimir el Carnaval se originó bajo autoridades hispánicas, impulsado por el clero. Tras la Revolución de Mayo hubo en 1811 una gestión del Cabildo ante la Junta, alegando ser el Carnaval una costumbre de los bárbaros. La Junta prometió un Bando con la prohibición, alguno de sus integrantes se negó a avalarlo y el Carnaval continuó celebrándose con abusos cada vez mayores, que la policía intentaba morigerar. El 12 de febrero de 1825, siendo gobernador Dorrego, un “Aviso de la Policía conminaba a los padres de familia y en general a todos los ciudadanos, “en nombre de la decencia, la ilustración y el orden, a desterrar la costumbre degradante de jugar con agua y huevos en las calles, imponiendo severa prohibición a sus hijos y domésticos, para no dar lugar a que se tomen medidas que han de ser desagradables.”

Durante el primer mandato de Rosas se trató de encauzar el Carnaval; el ministro Tomás Guido pautó al Jefe de Policía Perdriel, en un comunicado de fecha 3 de febrero de 1830, los excesos que debían ser penados con arresto y multa. Durante el segundo mandato del Restaurador, un decreto del 8 de junio de 1836 autorizaba el juego “los tres días que preceden al miércoles de Ceniza, desde las 2 de la tarde hasta el toque de oración, anunciado con tres cañonazos desde la Fortaleza la iniciación y la finalización del mismo.” Podía arrojarse “agua limpia y huevos con agua de olor”; se sobreentendía que los huevos debían ser de gallina, pero algunos chistosos  interpretaron que podían ser de ñandú, y para colmo de males, los llenaban con aguas nauseabundas. Otro párrafo del decreto especificaba que el juego “no debía jugarse de casa en casa sino dentro de ellas, o de las calles a las casas, o viceversa, debiendo las puertas de aquéllas estar cerradas durante el juego.” Esta advertencia era a los efectos de evitar el ingreso de gente ajena a la vivienda y las peleas, robos, destrozos y heridos que ocasionaban estas invasiones patoteriles. En el decreto se especificaba la prohibición de utilizar disfraces con “vestimentas del sexo contrario, de militares, sacerdotes o personas ancianas”.

Este decreto no frenó los desmanes durante el Carnaval: se continuó arrojando  huevos de ñandú con agua sucia, se inflaban vejigas de animales para llenarlas con agua y golpear con ellas a los transeúntes, o, elegida una víctima, le tiraban un balde con agua y luego la rociaban con harina. El general Mansilla protagonizó un episodio que a poco concluye en un duelo, cuando arrojó a una dama un  huevo con agua de olor, con tan mala fortuna que le dió en el rostro y le rompió un diente.

El 21 de enero de 1845 Rosas designó Jefe de Policía al general Pablo Alemán, con lo que finalizó el largo interinato de Victorica, quien se retiró de la Institución. Alemán falleció el 22 de septiembre de ese mismo año y la Jefatura recayó, en forma interina, en el Oficial 1º Juan Moreno. Como ocurriera con Victorica, el Restaurador lo mantuvo como Jefe interino de Policía hasta el fin de su gobierno.

Moreno demostró dotes de buen investigador; en noviembre de 1845 se hallaron restos de un cuerpo humano descuartizado y las pesquisas del flamante Jefe de Policía establecieron prontamente la identidad del muerto, la de los autores de su asesinato y desmembramiento, y los motivos del crimen. Los restos pertenecían a Antonio Pose, un peón español, los asesinos resultaron ser sus caseros, un matrimonio formado por José Omar Rodríguez Jardín y Tomasa Santalla, y el motivo fue apoderarse de los ahorros del inquilino, 2100 pesos. Rodríguez Jardín fue fusilado el 3 de enero de 1846 y la esposa condenada a 5 años de prisión. Otra pesquisa que llevó a cabo Moreno con rapidez y éxito fue la de una estafa perpetrada contra la Casa de la Moneda falsificando la firma de Rosas, en diciembre de 1851. (1)

En octubre de 1849 los habitantes de la ciudad de Buenos Aires pudieron observar la primera bomba de incendio en funciones. La había hecho traer desde Francia un industrial, Juan Blaumstein, para sofocar posibles incendios en un molino a vapor de su propiedad, y ofreció su uso a la policía, si en alguna ocasión era necesaria. La oportunidad de comprobar la eficacia del artefacto se presentó con el incendio de una fábrica de muebles; el comisario de la seccional informó a Moreno que “el fuego que hubiera demorado todo el día para ser apagado, en tres horas estuvo concluído.”

El día del combate de Caseros la defensa de la ciudad había sido encomendada al general Lucio N. Mansilla con milicias urbanas, que resultaron impotentes  para evitar el saqueo de comercios y viviendas por parte de las tropas brasileñas, uruguayas y correntinas. Moreno no abandonó su despacho en el edificio junto al Cabildo, anterior residencia del Obispo de la Ciudad que el gobernador Martín Rodríguez asignó al Departamento de Policía en marzo de 1823. (2) En las cuatro comisarías de la ciudad permanecieron los Comisarios con unos pocos agentes; los batallones de Serenos y Vigilantes, y los Alcaldes de Barrio y Tenientes de Alcalde estaban en el campo de batalla, fueron tomados prisioneros tras la derrota, y recién se reintegraron a sus funciones a fines de febrero.

Vicente López, nombrado Gobernador provisional por Urquiza, designó el 5 de febrero Jefe interino de Policía al coronel Blas Pico, y el día 15 asumió la Jefatura Manuel José Guerrico, quien cesanteó a Moreno y a los cuatro comisarios, y, asesorado por el ministro Valentín Alsina, anuló la casi totalidad de los decretos de Rosas referidos a la organización y atribuciones de la policía.

Uno de las ordenanzas que sobrevivió y que, con el paso del tiempo, cayó en el  olvido, prohibía utilizar las aceras como depósito de mercaderías, o para exhibición o venta de las mismas, y facultaba a la policía para multar al infractor. En la actualidad, los transeúntes que debemos sortear esos obstáculos agradeceríamos a los Gobiernos Comunales que la pusieran nuevamente en vigencia.

  

(1) Ver “La gran estafa-El robo a la Casa de la Monedaen el Nº 4 de El Restaurador, septiembre de 2007.

(2) En ese viejo edificio, que fue demolido para abrir paso a la Avenida de Mayo, continuó funcionando el Departamento de Policía hasta el 11 de marzo de 1889 en que se inauguró la actual sede de Moreno 1550.

Acuarela de Pellegrini, donde se aprecia lindero al Cabildo el edificio de la Jefatura de Policía