El día sábado 5 de junio ppdo. se publicó en el suplemento Ideas del diario La Nación, un artículo del historiador Ignacio Zubizarreta, sobre el origen de la grieta actual de los argentinos, que su autor trata de encontrar en la lucha entre unitarios y federales.
Cabe hacer algunas consideraciones al artículo que antecede.
Zubizarreta hace referencia a las luchas entre unitarios y federales, mencionando
especialmente “la brutalidad con la que los unitarios Ramón B. Estomba y
Federico Rauch ‘pacificaron’ la provincia de Buenos Aires durante la
gobernación de Lavalle (1828/29)” y “La ‘pacificación’ que realizó Rosas
algunos años más tarde en las provincias del norte y Cuyo en busca de la
erradicación de la facción opuesta fue en extremo sanguinaria”. Más adelante el
autor afirma que “Luego de la batalla de Caseros y el fin de la gobernación de
Juan Manuel de Rosas (1852), los dirigentes de entonces no solo se encontraron
con el desafío de reducir una ‘grieta’ política, sino que debían tratar de
armonizar una sociedad en extremo violenta que había vivido décadas de
sangrientas guerras fratricidas”.
“Tanto Justo J. de Urquiza en la Confederación
Argentina como los gobernadores del Estado de Buenos Aires tuvieron que aplicar
medidas conciliatorias”.
También señala que el gobernador de la provincia de
Buenos Aires Pastor Obligado, tomó medidas para reducir la grieta.
Sin entrar a considerar el fondo de la cuestión,
que daría para mucho, a mi entender al artículo le faltan varios hechos que
ocurrieron y que deben ser tomados en el contexto histórico en el cual
ocurrieron. También entiendo que posiblemente el autor del artículo, no tuvo el
espacio suficiente para explayarse sobre el tema.
A mi entender, la grieta habría comenzado con el
fusilamiento de Santiago de Liniers el 26 de agosto de 1810 junto a otros
compañeros que se habían complotado en una contrarrevolución que ya se
encontraba vencida y que no representaba ningún peligro para el gobierno patrio
surgido en mayo de 1810. La ejecución del héroe de la Reconquista, ordenada por
la Junta de Buenos Aires, fue fogoneada por la facción jacobina que encarnaban
Mariano Moreno y Juan José Castelli.
También el desempeño de las tropas que actuaron en el Alto Perú,
mandadas por la Junta de Buenos Aires, a cargo de oficiales y personajes
políticos –Juan José Castelli– integrantes de aquella facción política, que con
el fusilamientos de jefes realistas y actitudes antirreligiosas que
escandalizaron a la sociedad
altoperuana, –a la par que a la larga provocará la pérdida de aquellos
territorios–, profundizó la grieta.
Años después con el motín del general Juan G.
Lavalle contra el legítimo gobernador de Buenos Aires, coronel Manuel Dorrego y
la represión que se desató en el interior de la provincia contra la población
adicta al gobernador depuesto y a Juan Manuel de Rosas, por parte del propio
Lavalle, disponiendo el fusilamiento de Dorrego y la actuación despiadada de
sus subalternos, los mencionados Estomba y Rauch, la grieta se ensanchó y
provocó la guerra civil que se desató a continuación.
Es muy revelador lo escrito por Juan Manuel Beruti,
cronista destacado de aquellos momentos, quien en sus Memorias (Memorias curiosas), destacó el comportamiento salvaje de
las fuerzas lavallistas, en contraposición al proceder correcto de las tropas federales
bajo el mando de Rosas.
Pero los atropellos contra sus opositores, no fue
solamente por parte de Lavalle, sino por otros jefes unitarios como José María
Paz y Gregorio Aráoz de Lamadrid, para nombrar a los más importantes. Todos
ellos alzados contra los legítimos gobernadores Dorrego primero y Rosas
después, quienes detentaban el manejo de las RREE de nuestro país en aquellos
momentos, como así también contra gobernadores de otras provincias. No debe
perderse de vista ni tomado como algo menor, que tanto Dorrego como Rosas y los otros gobernadores,
detentaban legalmente su poder, mientras que los jefes unitarios mencionados
accedían al poder mediante la fuerza que le daban los ejércitos bajo su mando, derrocando
a las autoridades legítimas de las provincias, desatando represiones de las que
ni siquiera se salvaba la población civil.
El autor del artículo se equivoca cuando afirma que
“La ‘pacificación’ que realizó Rosas algunos años más tarde en las provincias
del norte y Cuyo…”, ya que esa afirmación daría a entender que los ejércitos
que combatieron en Cuyo y en el norte, fueron comandadas por Rosas. Ese es un
error. Dejando de lado la batalla de Caseros, el comando de tropas en combate por
parte de Rosas, tuvo lugar en último término con motivo de la conquista de los
desiertos del sur de la provincia de Buenos Aires entre 1833/1834.
Los ejércitos federales que actuaron en Cuyo y el
norte, estuvieron bajo el mando de otros jefes federales –principalmente Quiroga,
Pacheco, Oribe–, pero no de Rosas.
Cabe aclarar que el mote de “salvajes” que se les
dio a los unitarios, surgió del propio pueblo, motivado por el actuar –valga la
redundancia– “salvaje” de aquél grupo político.
No es ningún descubrimiento que las guerras civiles
–entre “hermanos”– son más crueles que las contiendas que se dan entre dos
naciones y provocan grietas profundas.
Inmediatamente después de Caseros, por orden de Urquiza se fusilaron a cientos de soldados federales, cuyos cuerpos fueron
colgados de los árboles a lo largo del camino que llevaba a la que había sido
la residencia de Rosas en Palermo de San Benito. Ello escandalizó al pueblo de
Buenos Aires, que nunca había visto nada así, como lo cuenta el mismísimo
Domingo F. Sarmiento. La represión fue tremenda. Por lo que aquello del lema
“Ni vencedores ni vencidos”, fue solamente eso: un lema.
Poco tiempo después de Caseros, la provincia de
Buenos Aires se secesionó de la Confederación Argentina.
En el artículo se muestra al gobernador de la provincia Pastor Obligado como un funcionario con intención de cerrar la “grieta”, como si todo hubiera sido color de rosa. Durante su mandato, se fusilaron a militares federales como Jerónimo ó Gerónimo Costa –héroe éste de la defensa de la isla de Martín García en 1838, contra los franceses– entre otros, quienes habían invadido la provincia con la intención de destituirlo y que Buenos Aires, volviera al seno de la Confederación. Costa y su grupo fueron vencidos e inmediatamente fusilados sin juicio alguno, en lo que la historia se conoce como la matanza de Villamayor, acaecida el 2 de febrero de 1856, hecho éste que fue aplaudido entre otros por el mismo Sarmiento.
Por último, no quiero dejar pasar las distintas actitudes asumidas, por un lado la de los jefes militares de la Nación –todos ellos de nacionalidad oriental como Wenceslao Paunero, Venancio Flores, Ignacio Rivas, Ambrosio Sandes, José M. Arredondo, Pablo Irrazábal, entre otros–, mandados por el gobierno de Bartolomé Mitre para reprimir los levantamientos federales en las provincias norteñas, y por el otro el proceder del general Ángel Vicente Peñaloza, el “Chacho”, quien estaba al mando de las fuerzas federales.
Cuando se firmo la paz entre ambas fuerzas en el tratado de La Banderita (así se llamaba la estancia en la que se firmó el acuerdo) el 20 de mayo de 1862 y llegó el momento de intercambio de prisioneros, Peñaloza entregó en perfectas condiciones la totalidad de los prisioneros que había tomado, mientras que los federales que habían sido hecho prisioneros por las fuerzas nacionales, habían sido todos pasados por las armas.
Los “bárbaros” se habían comportado civilizadamente y los “civilizados” como bárbaros.
Norberto Jorge Chiviló