lunes, 19 de julio de 2021

La grieta entre unitarios y federales - Ignacio Zubizarreta - Norberto J. Chiviló


El día sábado 5 de junio ppdo. se publicó en el suplemento Ideas del diario La Nación, un artículo del historiador Ignacio Zubizarreta, sobre el origen de la grieta actual de los argentinos, que su autor trata de encontrar en la lucha entre unitarios y federales.

A continuación el artículo:Diario La Nación



Cabe hacer algunas consideraciones al artículo que antecede. 

Zubizarreta hace referencia a las luchas entre unitarios y federales, mencionando especialmente “la brutalidad con la que los unitarios Ramón B. Estomba y Federico Rauch ‘pacificaron’ la provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Lavalle (1828/29)” y “La ‘pacificación’ que realizó Rosas algunos años más tarde en las provincias del norte y Cuyo en busca de la erradicación de la facción opuesta fue en extremo sanguinaria”. Más adelante el autor afirma que “Luego de la batalla de Caseros y el fin de la gobernación de Juan Manuel de Rosas (1852), los dirigentes de entonces no solo se encontraron con el desafío de reducir una ‘grieta’ política, sino que debían tratar de armonizar una sociedad en extremo violenta que había vivido décadas de sangrientas guerras fratricidas”.

“Tanto Justo J. de Urquiza en la Confederación Argentina como los gobernadores del Estado de Buenos Aires tuvieron que aplicar medidas conciliatorias”.

También señala que el gobernador de la provincia de Buenos Aires Pastor Obligado, tomó medidas para reducir la grieta.

Sin entrar a considerar el fondo de la cuestión, que daría para mucho, a mi entender al artículo le faltan varios hechos que ocurrieron y que deben ser tomados en el contexto histórico en el cual ocurrieron. También entiendo que posiblemente el autor del artículo, no tuvo el espacio suficiente para explayarse sobre el tema.

A mi entender, la grieta habría comenzado con el fusilamiento de Santiago de Liniers el 26 de agosto de 1810 junto a otros compañeros que se habían complotado en una contrarrevolución que ya se encontraba vencida y que no representaba ningún peligro para el gobierno patrio surgido en mayo de 1810. La ejecución del héroe de la Reconquista, ordenada por la Junta de Buenos Aires, fue fogoneada por la facción jacobina que encarnaban Mariano Moreno y Juan José Castelli.

También el desempeño  de las tropas que actuaron en el Alto Perú, mandadas por la Junta de Buenos Aires, a cargo de oficiales y personajes políticos –Juan José Castelli– integrantes de aquella facción política, que con el fusilamientos de jefes realistas y actitudes antirreligiosas que escandalizaron a la sociedad altoperuana, –a la par que a la larga provocará la pérdida de aquellos territorios–, profundizó la grieta.

Años después con el motín del general Juan G. Lavalle contra el legítimo gobernador de Buenos Aires, coronel Manuel Dorrego y la represión que se desató en el interior de la provincia contra la población adicta al gobernador depuesto y a Juan Manuel de Rosas, por parte del propio Lavalle, disponiendo el fusilamiento de Dorrego y la actuación despiadada de sus subalternos, los mencionados Estomba y Rauch, la grieta se ensanchó y provocó la guerra civil que se desató a continuación.

Es muy revelador lo escrito por Juan Manuel Beruti, cronista destacado de aquellos momentos, quien en sus Memorias (Memorias curiosas), destacó el comportamiento salvaje de las fuerzas lavallistas, en contraposición al proceder correcto de las tropas federales bajo el mando de Rosas.

Pero los atropellos contra sus opositores, no fue solamente por parte de Lavalle, sino por otros jefes unitarios como José María Paz y Gregorio Aráoz de Lamadrid, para nombrar a los más importantes. Todos ellos alzados contra los legítimos gobernadores Dorrego primero y Rosas después, quienes detentaban el manejo de las RREE de nuestro país en aquellos momentos, como así también contra gobernadores de otras provincias. No debe perderse de vista ni tomado como algo menor, que tanto Dorrego como Rosas y los otros gobernadores, detentaban legalmente su poder, mientras que los jefes unitarios mencionados accedían al poder mediante la fuerza que le daban los ejércitos bajo su mando, derrocando a las autoridades legítimas de las provincias, desatando represiones de las que ni siquiera se salvaba la población civil.

El autor del artículo se equivoca cuando afirma que “La ‘pacificación’ que realizó Rosas algunos años más tarde en las provincias del norte y Cuyo…”, ya que esa afirmación daría a entender que los ejércitos que combatieron en Cuyo y en el norte, fueron comandadas por Rosas. Ese es un error. Dejando de lado la batalla de Caseros, el comando de tropas en combate por parte de Rosas, tuvo lugar en último término con motivo de la conquista de los desiertos del sur de la provincia de Buenos Aires entre 1833/1834.

Los ejércitos federales que actuaron en Cuyo y el norte, estuvieron bajo el mando de otros jefes federales –principalmente Quiroga, Pacheco, Oribe–, pero no de Rosas.

Cabe aclarar que el mote de “salvajes” que se les dio a los unitarios, surgió del propio pueblo, motivado por el actuar –valga la redundancia– “salvaje” de aquél grupo político.

No es ningún descubrimiento que las guerras civiles –entre “hermanos”– son más crueles que las contiendas que se dan entre dos naciones y provocan grietas profundas.

Inmediatamente después de Caseros, por orden de Urquiza se fusilaron a cientos de soldados federales, cuyos cuerpos fueron colgados de los árboles a lo largo del camino que llevaba a la que había sido la residencia de Rosas en Palermo de San Benito. Ello escandalizó al pueblo de Buenos Aires, que nunca había visto nada así, como lo cuenta el mismísimo Domingo F. Sarmiento. La represión fue tremenda. Por lo que aquello del lema “Ni vencedores ni vencidos”, fue solamente eso: un lema.

Poco tiempo después de Caseros, la provincia de Buenos Aires se secesionó de la Confederación Argentina.

En el artículo se muestra al gobernador de la provincia Pastor Obligado como un funcionario con intención de cerrar la “grieta”, como si todo hubiera sido color de rosa. Durante su mandato, se fusilaron a militares federales como Jerónimo ó Gerónimo Costa –héroe éste de la defensa de la isla de Martín García en 1838, contra los franceses– entre otros, quienes habían invadido la provincia con la intención de destituirlo y que Buenos Aires, volviera al seno de la Confederación. Costa y su grupo fueron vencidos e inmediatamente fusilados sin juicio alguno, en lo que la historia se conoce como la matanza de Villamayor, acaecida el 2 de febrero de 1856, hecho éste que fue aplaudido entre otros por el mismo Sarmiento.

Por último, no quiero dejar pasar las distintas actitudes asumidas, por un lado la de los jefes militares de la Nación todos ellos de nacionalidad oriental como Wenceslao Paunero, Venancio Flores, Ignacio Rivas, Ambrosio Sandes, José M. Arredondo, Pablo Irrazábal, entre otros, mandados por el gobierno de Bartolomé Mitre para reprimir los levantamientos federales en las provincias norteñas, y por el otro el proceder del general Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, quien estaba al mando de las fuerzas federales.

Cuando se firmo la paz entre ambas fuerzas en el tratado de La Banderita (así se llamaba la estancia en la que se firmó el acuerdo)  el 20 de mayo de 1862 y llegó el momento de intercambio de prisioneros, Peñaloza entregó en perfectas condiciones la totalidad de los prisioneros que había tomado, mientras que los federales que habían sido hecho prisioneros por las fuerzas nacionales, habían sido todos pasados por las armas.

Los bárbaros” se habían comportado civilizadamente y los civilizados” como bárbaros.

                                                        Norberto Jorge Chiviló