En el N° 684 de la revista Todo es Historia del mes de enero de 2025, fué publicado el siguiente artículo de autoría del director de este Blog, Norberto J. Chiviló, sobre el Paseo de la Ribera.
Observación: En primer término se publica el escaneo de la tapa de la revista y las páginas correspondientes al artículo.
Como su lectura puede ser dificultosa para algunas personas, por la medida de las letras, a continuación está la transcripción del artículo con letra más legible.
1757-1919 Cambios urbanísticos en Buenos Aires
Del Paseo de la
Ribera a la Avenida Leandro N. Alem
Por Norberto Jorge Chiviló
Una de las
distracciones de los habitantes de Buenos Aires, desde siempre, fue pasear por
la ribera del río de la Plata, que los porteños de la Gran Aldea denominaban
Paseo de la Ribera, del Bajo o de la Alameda y que fue el primer lugar de
esparcimiento público de los inicios de la que después sería la Reina del Plata.
La
época de antaño
En 1757 el
entonces gobernador Pedro Antonio de Cevallos Cortés y Calderón (recordemos que
en esa época Buenos Aires era una gobernación que dependía del Virreinato del
Perú y que Cevallos posteriormente sería nombrado como primer virrey del Río de
la Plata en 1776), encargó al Cabildo la construcción de un paseo arbolado, frente
al río, en lo que se llamaba “el bajo de la
ciudad”, desde el fuerte –actual Casa Rosada– hacia
el norte –Retiro–, en el que plantaron sauces.
El 2 de
noviembre de 1773 el gobernador interino Diego de Salas, mediante un Auto o Bando de buen gobierno (1) prohibió dejar animales sueltos, cortar estacas y poner ropa a
secar en ese lugar.
Ese espacio
público fue mejorado después por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo
durante su mandato (1778-1784) –al margen diremos que fue el único Virrey que gobernó
estas tierras, nacido en América y que tuvo una destacada actuación con una
importante obra de gobierno–, quien lo amplió en una calle de dos vías, convirtiéndose
luego en un paseo costanero durante la gestión del virrey Rafael de Sobremonte
y Núñez del Castillo (1804-1807).
En el lugar que
originariamente fue un saucedal, se plantaron ombúes y álamos entre otras
especies arbóreas y se hicieron bancos de ladrillos para el descanso de los
paseantes.
La extensión del
Paseo era de aproximadamente cuatro cuadras (400 metros).
En la ribera del río las lavanderas hacían su diario trabajo y también se extraía el agua, transportada por los carros de los aguateros, que con la que se juntaba en los aljibes servía para el consumo de los habitantes de la incipiente ciudad.
Durante la época estival y a partir de la bendición de las aguas cada 8 de
diciembre, el lugar de playa aledaño al paseo –uno de los principales de la
costa–, era frecuentado por bañistas para mitigar el calor de aquella época del
año. En 1809 el virrey Cisneros, dispuso en un Auto o Bando de buen gobierno, a raíz de los excesos contrarios a
la moral cristina que cometían los bañistas en la ribera, lo siguiente: “mando
que nadie entre… a bañarse por los sitios que están a la vista del Paseo del
Bajo sino de noche, observando la más posible decencia, quietud y buen orden”.
En el The British Packet, periódico editado en
inglés en Buenos Aires, en su edición del 14 de enero de 1832, comentaba lo
siguiente: “El 6 del corriente noche de Reyes, fue feriado; por la mañana cayó
una ligera llovizna que refrescó la atmósfera, y por la noche, la Alameda
estuvo extremadamente concurrida por gran número de damas.
“El domingo
pasado, al anochecer, el paseo se vio literalmente atestado; nunca lo habíamos
visto así, ni tampoco a tantas mujeres hermosas, vestidas con elegantes trajes,
que causan la admiración de los extranjeros. Sin embargo, esta alameda, es
mísera para una ciudad como Buenos Aires, y dudamos de que pueda ser
materialmente mejorada, dado que su ubicación es muy desfavorable”.
En
tiempos de Rosas
En 1844, durante
el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se contrató al ingeniero Felipe Senillosa
para que proyectara y ejecutara mejoras en el lugar.
Con ladrillos
traídos desde los hornos de los Santos Lugares de Rosas, se comenzó a levantar en
el lugar un largo murallón con verja de hierro, denominado Murallón de la
Alameda, cuyo objetivo era impedir o contener las aguas del río en las
crecientes originadas por la sudestada, que pudieran anegar la zona hasta la
calle 25 de Mayo. También se ensanchó la calle y el piso fue tratado con el
método de Mac'Adams –conocido en aquella época como “macadamizado”– que era una
técnica moderna (2); y
además se agregaron más árboles y faroles.
Un camino
arbolado con sauces y naranjos y provisto de faroles, unía el lugar con la casona
de Rosas en Palermo de San Benito. En mayo de 1849 se estableció el primer
servicio de transporte de pasajeros de la ciudad, que unió ambos lugares, por
dos diligencias que partían a las 15 y 16 horas y que se cruzaban en el camino.
Ese camino también había sido tratado con el mismo método de pavimentación y al
decir del viajero francés Xavier Marmier, quien arribó a Buenos Aires en 1850 y
publicó al año siguiente Lettres sur
l’Amerique –entre nosotros conocido como Buenos Aires y Montevideo en 1850–, “El camino que comunica Palermo
con la ciudad, sería en cualquier parte considerado un excelente camino. En
efecto; se halla apisonado como un sendero de parque inglés y alumbrado por la
noche con dos líneas de reverberos, como una avenida de los Campos Eliseos… ” (3); es de considerar que
el Paseo de la Alameda y el camino que lo unía con Palermo, habían sido tratados
con el mismo método y que también la iluminación habría sido la misma.
Senillosa, que fue quien confeccionó los planos de la nueva obra,
manifestaba en el informe que los acompañó: “La alameda principia desde la
plaza 25 de Mayo, aunque el paseo verdaderamente dicho, sólo se extiende por
ahora desde la barranca cerca de la Fortaleza hasta la prolongación de la calle
Corrientes. El muro y terraplén avanzan hacia el río hasta ponerle en línea
recta con los puntos más avanzados de la Fortaleza. De este modo el espacio
total sería de cerca de cuatro cuadras de longitud y setenta y cuatro varas de ancho. De éstas, las veinte contiguas a
los edificios quedarían para calle pública y el resto hasta la muralla sería un paseo cruzado por cinco
caminos…”.
Por esta época también comenzó el relleno de las costas, para ganar
espacio al río.
Juan Manuel
Beruti, verdadero cronista de la época, en sus apuntes que tomaba día a día y
que después fueron recopilados y editados con el nombre de Memorias curiosas, relató: “También a mediados de este mes de
diciembre de 1846, se principió a levantar una muralla desde la punta del
baluarte del Fuerte en la barranca del sur al norte, para contener las
crecientes del río y formar una hermosa alameda, que por lo menos será de larga
cinco o seis cuadras” (4).
En su Mensaje anual a la Legislatura, el 27 de diciembre de 1846, el gobernador Rosas le informaba: “El Gobierno atiende moderadamente a la obra de la Alameda. La dirección es encargada al ciudadano Ingeniero D. Felipe Senillosa. La ejecución, reparo y celo de los trabajos, están encomendados al capitán del Puerto”.
Más adelante y ya refiriéndose al acto de la colocación de la piedra fundamental el 18 de enero de 1847, Beruti sigue con su relato: “En esta tarde, en presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles, militares, ministros y cónsules extranjeros, vecinos más notables y un sinnúmero de pueblo que concurrió, en el cimiento del muro que se va a levantar y arranca del baluarte de la fortaleza que mira al Norte, en la parte de la barranca del río de la alameda, se colocó la piedra fundamental de esta obra, que fue una urna de cristal metida dentro de un cajón de piedra; la que bendijo antes el ilustrísimo señor obispo diocesano don Mariano Medrano acompañado del presidente del venerable senado del clero, señores canónigos y eclesiásticos. Fueron padrinos de la ceremonia el señor ministro de Hacienda don Manuel Insiarte y la señora doña Manuela Rosas y Ezcurra.
“Toda la alameda estaba
embanderada federalmente, y varias bandas militares, con su música, divertían a
la concurrencia.
“Se firmó un acta
autorizada por el escribano mayor de gobierno, don Rufino Basavilbaso, que fue
colocada su original en la urna; y se sacó antes una copia autorizada, que
se pasó al gobierno para que la mandase archivar donde fuera de su supremo
agrado.
“Concluido todo, pasaron
todas las autoridades a la casa de la comandancia de marina, en donde en una
gran sala elegantemente adornada con el retrato del señor gobernador y banderas estaba
colocada una espléndida mesa de refresco, entonándose varios himnos federales,
que fueron cantados por los mismos aficionados; habiendo en seguida formádose
una tertulia de baile, que duró hasta las once de la noche.
“Las monedas de varias
naciones que se colocaron y depositaron en la urna en que se colocó el acta y
otros documentos relativos a la colocación de la piedra fundamental son las
siguientes...” (5) y
allí también nombra a las personalidades tales como Manuela Rosas, Pedro
Romero, Pedro Gimeno, Pedro De Ángelis, Gregorio Lezama, Fernando Gloede, quienes
aportaron las monedas de nuestro país y de otros de América y Europa.
Sánchez Zinny, en su libro
Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y
leyenda de su vida, refiere con respecto al mismo acto, aportando mayores
datos: “Su excelencia, el Ilustre Restaurador, excusa su asistencia. Manuelita
lo representa. Ella, además, es la madrina en la ceremonia. Llega acompañada de
sus damas de honor. Muchos coches conducen a la concurrencia. Ministros del P.
E., representantes extranjeros, generales y lo más descollantes de la sociedad
federal hacen acto de presencia. Las señoras con sus trajes claros, ponen
colorido amable a la fiesta... El acto fue presidido por el ministro de Hacienda, doctor Manuel
Insiarte. Se depositó en la obra, la colección de
documentos oficiales ordenando la ejecución y la nómina de los
miembros de la H. Junta de Representantes, junto al nombre del Restaurador, encargado de las Relaciones
Exteriores de la Confederación Argentina. Colocadas en el cajón de la piedra
fundamental, en una urna de cristal, depositaron los documentos y 101 medallas
de oro, plata y cobre, desde 1644
al 1845. Además, se pusieron un billete de cada clase de moneda corriente, desde
20 pesos hasta uno” (6).
Tal como lo relata este historiador, Rosas no participó del evento. Él no era
persona a la cual gustaran los actos oficiales. De carácter retraído omitía las
tertulias, fiestas o reuniones, sobre todo donde hubiera gran concentración de
gente.
El 15 de marzo de 1848, la Legislatura bonaerense, en homenaje al Gobernador y a su esposa Encarnación Ezcurra, quien había fallecido casi diez años antes, decidió ponerle a ese paseo ribereño el nombre de la llamada “Heroína de la Federación”. Así lo comento Beruti: “En sesión de este día ha ordenado la sala de representantes, en memoria de la finada doña Encarnación Ezcurra de Rosas, mujer del señor gobernador Rosas, en consideración a su marido como a lo que ella contribuyó a la causa federal y perpetuar su memoria, lo siguiente. Artículo 1° - El paseo de la Rivera se denominará en lo sucesivo paseo de la Encarnación” (7).
Rosas no aceptó el homenaje que se realizaba en
memoria de su finada esposa y del suyo propio y solicitó que al paseo se lo
denominara “Paseo de Julio” en homenaje al mes en que se había declarado la
Independencia.
Así lo informa Beruti: “31 de octubre de 1848. Por
orden del superior gobierno el jefe de policía don Juan Moreno, en este día, ha
hecho saber al público, quedar suprimido el nombre de la calle de la Alameda
instituyéndose éste con el de ‘calle de Julio’” (8).
En el mensaje a la Legislatura
enviado por Rosas el 27 de diciembre de ese año, dirá: “Continúa la importante
obra de la ribera. Me ha sido muy grato expresaros mi más íntimo agradecimiento
por haberle designado el nombre de ‘Paseo de la Encarnación’ y porque
accedísteis benévolamente a mi súplica, de que suprimiéndose éste, se lo
denomine ‘Paseo de Julio’”. El 9 de Julio fue instituida como fecha patria
durante el gobierno de Rosas y junto con la del 25 de Mayo, fueron valoradas de
una manera especial, por lo que significaban; anualmente y durante su gobierno,
se recordaron y festejaron con solemnidad.
Estas celebraciones patrias
comenzaban con las salvas de la artillería de la fortaleza y los buques de
guerra empavesados surtos en la rada, respondidas por las de otros buques
extranjeros; se embanderaba –con la bandera nacional y la de países amigos– e
iluminaba la Pirámide de Mayo, como así también toda la ciudad. Además de la
celebración del tradicional Te Deum
en la Catedral, se sumaban actos y desfiles militares y de bandas de música,
como así también funciones teatrales –en las que los concurrentes, de pie,
cantaban el Himno– y diversos juegos para diversión para los jóvenes. Todo ello
concitaba la atención y la participación entusiasta y patriótica de toda la
población nativa y extranjera, según lo refieren las crónicas de la época.
De acuerdo a lo relatado por los
historiadores Sánchez Zinny y Adolfo Sandías podemos reconstruir lo ocurrido en
esa fecha patria, especialmente en lo que se refiere al Paseo de Julio, dejando
de lado el relato de las restantes celebraciones y actos, que tuvieron lugar
después.
Producido en la localidad
entrerriana de Concepción del Uruguay el 1° de mayo de 1851 el denominado “Pronunciamiento”
de Urquiza –contra el gobernador Rosas– se sucedieron en todo el resto del
país, pero especialmente en Buenos Aires, muestras de adhesión y aprecio de
toda la población hacia su gobernador y su gobierno, atento a que Rosas –quien
como mandatario de la provincia de Buenos Aires–, detentaba el ejercicio de las
relaciones exteriores de la Confederación Argentina.
Dos meses después de aquel
hecho, la celebración del 9 de julio, que tuvo lugar en la ciudad, cobró un
significado especial. Fue un día frio y tormentoso, con viento huracanado –que
volteó parte de la Recova–, no obstante, se realizó una gran parada militar,
con la participación de más de 8.000 soldados, formados en el cuadro de la
Plaza de la Victoria pertenecientes a los cuerpos de fuerzas de línea y los
llamados “cívicos” o Patricios de la ciudad, o simplemente “Patricios”, más el
regimiento 1° de artillería ligera al mando del coronel Martiniano Chilavert;
la formación contaba con 43 cañones tirado por mulas, correspondientes a todos
aquellos batallones. El pueblo acompañó en la ocasión a su gobernador, con
grandes demostraciones de fervor y patriotismo.
Rosas –vestido de uniforme azul
y a caballo, y en contra de la costumbre–, se puso al frente, escoltado por su
amigo Máximo Terrero, oficiando como ayudante de campo, ataviado con chaqueta y
chiripá colorado, cribado calzoncillo y grandes espuelas, seguido por seis
ayudantes y por la división Palermo desfilando al trote, apareció por el Paseo
de Julio, en marcha hacia el Fuerte. Los soldados lucían poncho rojo y
boleadoras atadas a la cintura, con los lazos en las ancas de los caballos.
La inclemencia del tiempo no amilanó
al pueblo porteño, que participó de todos los actos.
Cuenta Saldías que cuando “… apareció Rozas por el Paseo de Julio, al frente de la división Palermo. El pueblo nacional y extranjero corrió a su encuentro. Una enorme masa humana cubrió el ancho espacio, y lanzó esos ecos que conmueven el suelo con la fuerza de un cataclismo, y vibran en los aires entre ondas que sustenta el entusiasmo. Estrechado cada vez más por esa masa que sin cesar lo aclamaba; en la imposibilidad de dar un paso porque todos querían aproximarse a él y vivarlo personalmente; acusando en la rara palidez de su rostro la emoción que lo embargaba, Rozas dejó hacer al pueblo, y aquello habría interrumpido probablemente las ceremonias oficiales del día, si uno de los ayudantes de campo no hubiese a duras penas abierto con los soldados el camino por el cual Rozas siguió a pie hasta la Catedral...” (9).
Después de Caseros
Caído Rosas, y durante la
administración del Estado de Buenos Aires, –secesionada la provincia de la
Confederación Argentina–, continuó la modernización y remodelación en el paseo
con nuevas obras y mejoras.
Paulatinamente y por efecto del
limo traído por el río y sumado al relleno realizado por el hombre, hizo que surgieran
nuevas tierras ganadas al Plata y que el paseo dejara poco a poco de ser
ribereño y que con el tiempo esas tierras –entre el paseo y el río– fueran
ocupadas y se construyeran importantes edificaciones, convirtiendo a la zona en
un lugar de gran importancia en la ciudad. Aunque el llamado paseo de Julio, se
parquizó, en uno de esos espacios por iniciativa de residentes italianos se
instaló una estatua de Giuseppe Mazzini, en aquél entonces llamada plaza
Mazzini y actualmente como Plaza Roma.
En el año 1855 y en esas nuevas
tierras ganadas al río y como consecuencia del importante tráfico marítimo de
la ciudad y al aumento del calado de los barcos, se decidió la construcción de
la llamada Aduana Nueva o Aduana Taylor –por el apellido del ingeniero que la
proyectó– de forma semicircular ubicada frente al río y detrás de la Casa de
Gobierno, que contaba con un espigón o amarradero de madera de 300 metros y que
se terminó de construir dos años después. Con el tiempo, debido al oleaje del
río, la estructura de hierro del edificio y el muelle se fueron deteriorando y
fue demolido en gran parte en 1894 –ya que quedó una parte enterrada–, para dar
lugar a la construcción de Puerto Madero.
En el artículo “Cuando el río
era amable” publicado en el diario La
Nación, Germán Wille dice “…hacia la década de 1870, la gente concurría a
refrescarse masivamente a una lengua del río que se metía unos cuantos metros
en el territorio de la ciudad, entre las actuales calles Lavalle y Tucumán, más
o menos donde hoy se encuentra la Plaza Roma. El lugar era conocido
popularmente como ‘la Canaleta’. Además de balneario, este pedazo de río era
utilizado como una feria comercial. Según narra Enrique Herz en su libro Historia del agua en Buenos Aires, a la
Canaleta llegaban botes de fruteros, pescadores y verduleros, que ponían a la
venta sus productos frescos. Era común que las ‘chinas’ cocineras de la
vecindad se acercaran hasta el lugar para hacer sus compras”10.
En el año 1868, se dictó una
ordenanza, disponiéndose que los edificios cuyos frentes daban al paso de
Julio, debían tener recova. Esa ordenanza establecía detalladamente como debía
ser la recova, con informes de metraje, materiales a utilizar, etc.
A principios del siglo XX el paseo
no tenía buena reputación, pues allí había burdeles, a los cuales concurrían
los marineros que llegaban a la ciudad.
A mediados de 1903, se instaló
la monumental fuente Las Nereidas, en la intersección con la calle Cangallo
–actual calle Pte. Perón–, que originariamente había
sido emplazada en la Plaza de Mayo, pero como se exhibían esculturas de
desnudos femeninos para lo cual se utilizó mármol de Carrara, que causó
conmoción y escándalo en la población conservadora de la época, se eligió este
lugar del paseo de Julio, para ser instalada esta obra de la escultora Lola
Mora, pero en 1918 fue trasladada a su actual emplazamiento en la Costanera Sur,
más alejado de la ciudad.
En 1905 se construyó para el empresario
naviero Nicolás Mihanovich, frente a la fuente de Las Nereidas, el Palace
Hotel, de notables características para la época, ya que todas las habitaciones
contaban con calefacción y teléfono, tenía tres ascensores y sobre el techo
había un jardín. Allí se alojaban personalidades e importantes viajeros y
también se alojaron las delegaciones que vinieron a Buenos Aires, para los
festejos del Centenario, en 1910.
Por Ordenanza N° 520 del 28 de noviembre de 1919 el paseo de Julio cambió
su nombre por el fundador del radicalismo, Leandro N. Alem, denominación que
tiene hasta la actualidad. No obstante ello, a esa parte de la avenida, se la
sigue llamando “del bajo”.
Notas
1. Los llamados “Bandos de buen gobierno”, eran normas de carácter
general y de utilidad común que tenían por objeto el ordenamiento de la ciudad
o pueblos en sus variados aspectos y que debían ser cumplidas por los
habitantes, estableciendo también las penalidades o sanciones en caso
contrario. Se difundían a viva voz por los pregoneros o por la fijación de
carteles en lugares visibles.
2. El Diccionario de la Real Academia Española, define al macadán o macadam como “Pavimento de piedra machacada que una vez tendida se
comprime con el rodillo”. La palabra deriva del apellido del inventor: John
Loudon McAdam. En Buenos Aires, por las características del terreno de llanura y
debido a la inexistencia de piedras, se utilizaron conchillas, por lo cual el
camino tenía un color blanquecino y en días secos y de viento se originaba gran
polvareda.
3. Marmier, Xavier. Buenos Aires y
Montevideo en 1850. 1948. El Ateneo. página 83.
4. Beruti, Juan Manuel. Memorias
curiosas. 2001. Emecé, página 460.
5. Ibidem, página 462.
6. Sánchez Zinny, E.F. Manuelita de
Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, 2da. edición. 1942, páginas 297 y 298.
7. Beruti, página 469.
8. Beruti, página 471.
9. Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación
Argentina – Rozas y su época. 1951. Tomo III, El
Ateneo, página 406.
10. Wille, Germán, diario La Nación, 20 de mayo de 2024, página 32. https://www.lanacion.com.ar/opinion/cuando-el-rio-era-amable-nid20052024/