miércoles, 29 de enero de 2025

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem - Revista Todo es Historia - Chiviló

En el N° 684 de la revista Todo es Historia del mes de enero de 2025, fué publicado el siguiente artículo de autoría del director de este Blog, Norberto J. Chiviló, sobre el Paseo de la Ribera.

Observación: En primer término se publica el escaneo de la tapa de la revista y las páginas correspondientes al artículo.

Como su lectura puede ser dificultosa para algunas personas, por la medida de las letras, a continuación está la transcripción del artículo con letra más legible.


Revista Todo es Historia
revista Todo es Historia 682
Paseo de la Ribera

Paseo de la Alameda

Paseo de la Encarnación

Paseo de la alameda

Juan manuel de Rosas

Paseo del bajo

Encarnación Ezcurra

Paseo de la alameda


1757-1919 Cambios urbanísticos en Buenos Aires

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem

Por Norberto Jorge Chiviló

 

Una de las distracciones de los habitantes de Buenos Aires, desde siempre, fue pasear por la ribera del río de la Plata, que los porteños de la Gran Aldea denominaban Paseo de la Ribera, del Bajo o de la Alameda y que fue el primer lugar de esparcimiento público de los inicios de la que después sería la Reina del Plata.

 

La época de antaño

En 1757 el entonces gobernador Pedro Antonio de Cevallos Cortés y Calderón (recordemos que en esa época Buenos Aires era una gobernación que dependía del Virreinato del Perú y que Cevallos posteriormente sería nombrado como primer virrey del Río de la Plata en 1776), encargó al Cabildo la construcción de un paseo arbolado, frente al río, en lo que se llamaba “el bajo de la ciudad”, desde el fuerte –actual Casa Rosada– hacia el norte –Retiro–, en el que plantaron sauces.

El 2 de noviembre de 1773 el gobernador interino Diego de Salas, mediante un Auto o Bando de buen gobierno (1) prohibió dejar animales sueltos, cortar estacas y poner ropa a secar en ese lugar.

Ese espacio público fue mejorado después por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo durante su mandato (1778-1784) –al margen diremos que fue el único Virrey que gobernó estas tierras, nacido en América y que tuvo una destacada actuación con una importante obra de gobierno–, quien lo amplió en una calle de dos vías, convirtiéndose luego en un paseo costanero durante la gestión del virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo (1804-1807).

En el lugar que originariamente fue un saucedal, se plantaron ombúes y álamos entre otras especies arbóreas y se hicieron bancos de ladrillos para el descanso de los paseantes.

La extensión del Paseo era de aproximadamente cuatro cuadras (400 metros).

En la ribera del río las lavanderas hacían su diario trabajo y también se extraía el agua, transportada por los carros de los aguateros, que con la que se juntaba en los aljibes servía para el consumo de los habitantes de la incipiente ciudad. 

Durante la época estival y a partir de la bendición de las aguas cada 8 de diciembre, el lugar de playa aledaño al paseo –uno de los principales de la costa–, era frecuentado por bañistas para mitigar el calor de aquella época del año. En 1809 el virrey Cisneros, dispuso en un Auto o Bando de buen gobierno, a raíz de los excesos contrarios a la moral cristina que cometían los bañistas en la ribera, lo siguiente: “mando que nadie entre… a bañarse por los sitios que están a la vista del Paseo del Bajo sino de noche, observando la más posible decencia, quietud y buen orden”.

En el The British Packet, periódico editado en inglés en Buenos Aires, en su edición del 14 de enero de 1832, comentaba lo siguiente: “El 6 del corriente noche de Reyes, fue feriado; por la mañana cayó una ligera llovizna que refrescó la atmósfera, y por la noche, la Alameda estuvo extremadamente concurrida por gran número de damas.

“El domingo pasado, al anochecer, el paseo se vio literalmente atestado; nunca lo habíamos visto así, ni tampoco a tantas mujeres hermosas, vestidas con elegantes trajes, que causan la admiración de los extranjeros. Sin embargo, esta alameda, es mísera para una ciudad como Buenos Aires, y dudamos de que pueda ser materialmente mejorada, dado que su ubicación es muy desfavorable”.

 

En tiempos de Rosas

En 1844, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se contrató al ingeniero Felipe Senillosa para que proyectara y ejecutara mejoras en el lugar.

Con ladrillos traídos desde los hornos de los Santos Lugares de Rosas, se comenzó a levantar en el lugar un largo murallón con verja de hierro, denominado Murallón de la Alameda, cuyo objetivo era impedir o contener las aguas del río en las crecientes originadas por la sudestada, que pudieran anegar la zona hasta la calle 25 de Mayo. También se ensanchó la calle y el piso fue tratado con el método de Mac'Adams –conocido en aquella época como “macadamizado”– que era una técnica moderna (2); y además se agregaron más árboles y faroles.

Un camino arbolado con sauces y naranjos y provisto de faroles, unía el lugar con la casona de Rosas en Palermo de San Benito. En mayo de 1849 se estableció el primer servicio de transporte de pasajeros de la ciudad, que unió ambos lugares, por dos diligencias que partían a las 15 y 16 horas y que se cruzaban en el camino.
Ese camino también había sido tratado con el mismo método de pavimentación y al decir del viajero francés Xavier Marmier, quien arribó a Buenos Aires en 1850 y publicó al año siguiente Lettres sur l’Amerique –entre nosotros conocido como Buenos Aires y Montevideo en 1850, “El camino que comunica Palermo con la ciudad, sería en cualquier parte considerado un excelente camino. En efecto; se halla apisonado como un sendero de parque inglés y alumbrado por la noche con dos líneas de reverberos, como una avenida de los Campos Eliseos… ” (3); es de considerar que el Paseo de la Alameda y el camino que lo unía con Palermo, habían sido tratados con el mismo método y que también la iluminación habría sido la misma.

Senillosa, que fue quien confeccionó los planos de la nueva obra, manifestaba en el informe que los acompañó: “La alameda principia desde la plaza 25 de Mayo, aunque el paseo verdaderamente dicho, sólo se extiende por ahora desde la barranca cerca de la Fortaleza hasta la prolongación de la calle Corrientes. El muro y terraplén avanzan hacia el río hasta ponerle en línea recta con los puntos más avan­zados de la Fortaleza. De este modo el espacio total sería de cerca de cuatro cuadras de longitud y setenta y cuatro varas de ancho. De éstas, las veinte contiguas a los edificios quedarían para calle pública y el resto hasta la muralla sería un paseo cruzado por cinco caminos…”.

Por esta época también comenzó el relleno de las costas, para ganar espacio al río.

Juan Manuel Beruti, verdadero cronista de la época, en sus apuntes que tomaba día a día y que después fueron recopilados y editados con el nombre de Memorias curiosas, relató: “También a mediados de este mes de diciembre de 1846, se principió a levantar una muralla desde la punta del baluarte del Fuerte en la barranca del sur al norte, para contener las crecientes del río y formar una hermosa alameda, que por lo menos será de larga cinco o seis cuadras” (4).

En su Mensaje anual a la Legislatura, el 27 de diciembre de 1846, el gobernador Rosas le informaba: El Gobierno atiende moderadamente a la obra de la Alameda. La dirección es encargada al ciudadano Ingeniero D. Felipe Senillosa. La ejecución, reparo y celo de los trabajos, están encomendados al capitán del Puerto”.

Más adelante y ya refiriéndose al acto de la colocación de la piedra fundamental el 18 de enero de 1847, Beruti sigue con su relato: En esta tarde, en presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles, militares, ministros y cónsules extranjeros, vecinos más notables y un sinnúmero de pueblo que concurrió, en el cimiento del muro que se va a levantar y arranca del baluarte de la fortaleza que mira al Norte, en la parte de la barranca del río de la alameda, se colocó la piedra fundamental de esta obra, que fue una urna de cristal metida dentro de un cajón de piedra; la que bendijo antes el ilustrísimo señor obispo diocesano don Mariano Medrano acompañado del presidente del venerable senado del clero, señores canónigos y eclesiásticos. Fueron padrinos de la ceremonia el señor ministro de Hacienda don Manuel Insiarte y la señora doña Manuela Rosas y Ezcurra.

“Toda la alameda estaba embanderada federalmente, y varias bandas militares, con su música, divertían a la concurrencia.

“Se firmó un acta autorizada por el escribano mayor de gobierno, don Rufino Basavilbaso, que fue colocada su original en la urna; y se sacó antes una copia autorizada, que se pasó al gobierno para que la mandase archivar donde fuera de su supremo agrado.

“Concluido todo, pasaron todas las autoridades a la casa de la comandancia de marina, en donde en una gran sala elegantemente adornada con el retrato del señor gobernador y banderas estaba colocada una espléndida mesa de refresco, entonándose varios himnos federales, que fueron cantados por los mismos aficionados; habiendo en seguida formádose una tertulia de baile, que duró hasta las once de la noche.

“Las monedas de varias naciones que se colocaron y depositaron en la urna en que se colocó el acta y otros documentos relativos a la colocación de la piedra fundamental son las siguientes...” (5) y allí también nombra a las personalidades tales como Manuela Rosas, Pedro Romero, Pedro Gimeno, Pedro De Ángelis, Gregorio Lezama, Fernando Gloede, quienes aportaron las monedas de nuestro país y de otros de América y Europa.

Sánchez Zinny, en su libro Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, refiere con respecto al mismo acto, aportando mayores datos: “Su excelencia, el Ilustre Restaurador, excusa su asistencia. Manuelita lo representa. Ella, además, es la madrina en la ceremonia. Llega acompañada de sus damas de honor. Muchos coches conducen a la concurrencia. Ministros del P. E., representantes extranjeros, generales y lo más descollantes de la sociedad federal hacen acto de presencia. Las señoras con sus trajes claros, ponen colorido amable a la fiesta... El acto fue presidido por el ministro de Hacienda, doctor Manuel Insiarte. Se depositó en la obra, la colección de documentos oficiales ordenando la ejecución y la nómina de los miembros de la H. Junta de Representantes, junto al nombre del Restaurador, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Colocadas en el cajón de la piedra fundamental, en una urna de cristal, depositaron los documentos y 101 medallas de oro, plata y cobre, desde 1644 al 1845. Además, se pusieron un billete de cada clase de moneda corriente, desde 20 pesos hasta uno” (6). Tal como lo relata este historiador, Rosas no participó del evento. Él no era persona a la cual gustaran los actos oficiales. De carácter retraído omitía las tertulias, fiestas o reuniones, sobre todo donde hubiera gran concentración de gente.

El 15 de marzo de 1848, la Legislatura bonaerense, en homenaje al Gobernador y a su esposa Encarnación Ezcurra, quien había fallecido casi diez años antes, decidió ponerle a ese paseo ribereño el nombre de la llamada Heroína de la Federación. Así lo comento Beruti: “En sesión de este día ha ordenado la sala de representantes, en memoria de la finada doña Encarnación Ezcurra de Rosas, mujer del señor gobernador Rosas, en consideración a su marido como a lo que ella contribuyó a la causa federal y perpetuar su memoria, lo siguiente. Artículo 1° - El paseo de la Rivera se denominará en lo sucesivo paseo de la Encarnación” (7).

Rosas no aceptó el homenaje que se realizaba en memoria de su finada esposa y del suyo propio y solicitó que al paseo se lo denominara “Paseo de Julio” en homenaje al mes en que se había declarado la Independencia.

Así lo informa Beruti: 31 de octubre de 1848. Por orden del superior gobierno el jefe de policía don Juan Moreno, en este día, ha hecho saber al público, quedar suprimido el nombre de la calle de la Alameda instituyéndose éste con el de ‘calle de Julio’” (8).

En el mensaje a la Legislatura enviado por Rosas el 27 de diciembre de ese año, dirá: “Continúa la importante obra de la ribera. Me ha sido muy grato expresaros mi más íntimo agradecimiento por haberle designado el nombre de ‘Paseo de la Encarnación’ y porque accedísteis benévolamente a mi súplica, de que suprimiéndose éste, se lo denomine ‘Paseo de Julio’”. El 9 de Julio fue instituida como fecha patria durante el gobierno de Rosas y junto con la del 25 de Mayo, fueron valoradas de una manera especial, por lo que significaban; anualmente y durante su gobierno, se recordaron y festejaron con solemnidad.

Estas celebraciones patrias comenzaban con las salvas de la artillería de la fortaleza y los buques de guerra empavesados surtos en la rada, respondidas por las de otros buques extranjeros; se embanderaba –con la bandera nacional y la de países amigos– e iluminaba la Pirámide de Mayo, como así también toda la ciudad. Además de la celebración del tradicional Te Deum en la Catedral, se sumaban actos y desfiles militares y de bandas de música, como así también funciones teatrales –en las que los concurrentes, de pie, cantaban el Himno– y diversos juegos para diversión para los jóvenes. Todo ello concitaba la atención y la participación entusiasta y patriótica de toda la población nativa y extranjera, según lo refieren las crónicas de la época.

De acuerdo a lo relatado por los historiadores Sánchez Zinny y Adolfo Sandías podemos reconstruir lo ocurrido en esa fecha patria, especialmente en lo que se refiere al Paseo de Julio, dejando de lado el relato de las restantes celebraciones y actos, que tuvieron lugar después.

Producido en la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay el 1° de mayo de 1851 el denominado “Pronunciamiento” de Urquiza –contra el gobernador Rosas– se sucedieron en todo el resto del país, pero especialmente en Buenos Aires, muestras de adhesión y aprecio de toda la población hacia su gobernador y su gobierno, atento a que Rosas –quien como mandatario de la provincia de Buenos Aires–, detentaba el ejercicio de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.

Dos meses después de aquel hecho, la celebración del 9 de julio, que tuvo lugar en la ciudad, cobró un significado especial. Fue un día frio y tormentoso, con viento huracanado –que volteó parte de la Recova–, no obstante, se realizó una gran parada militar, con la participación de más de 8.000 soldados, formados en el cuadro de la Plaza de la Victoria pertenecientes a los cuerpos de fuerzas de línea y los llamados “cívicos” o Patricios de la ciudad, o simplemente “Patricios”, más el regimiento 1° de artillería ligera al mando del coronel Martiniano Chilavert; la formación contaba con 43 cañones tirado por mulas, correspondientes a todos aquellos batallones. El pueblo acompañó en la ocasión a su gobernador, con grandes demostraciones de fervor y patriotismo.

Rosas –vestido de uniforme azul y a caballo, y en contra de la costumbre–, se puso al frente, escoltado por su amigo Máximo Terrero, oficiando como ayudante de campo, ataviado con chaqueta y chiripá colorado, cribado calzoncillo y grandes espuelas, seguido por seis ayudantes y por la división Palermo desfilando al trote, apareció por el Paseo de Julio, en marcha hacia el Fuerte. Los soldados lucían poncho rojo y boleadoras atadas a la cintura, con los lazos en las ancas de los caballos.

La inclemencia del tiempo no amilanó al pueblo porteño, que participó de todos los actos. 

Cuenta Saldías que cuando “… apareció Rozas por el Paseo de Julio, al frente de la división Palermo. El pueblo nacional y extranjero corrió a su encuentro. Una enorme masa humana cubrió el ancho espacio, y lanzó esos ecos que conmueven el suelo con la fuerza de un cataclismo, y vibran en los aires entre ondas que sustenta el entusiasmo. Estrechado cada vez más por esa masa que sin cesar lo aclamaba; en la imposibilidad de dar un paso porque todos querían aproximarse a él y vivarlo personalmente; acusando en la rara palidez de su rostro la emoción que lo embargaba, Rozas dejó hacer al pueblo, y aquello habría interrumpido probablemente las ceremonias oficiales del día, si uno de los ayudantes de campo no hubiese a duras penas abierto con los soldados el camino por el cual Rozas siguió a pie hasta la Catedral...” (9). 


Después de Caseros

Caído Rosas, y durante la administración del Estado de Buenos Aires, –secesionada la provincia de la Confederación Argentina–, continuó la modernización y remodelación en el paseo con nuevas obras y mejoras.

Paulatinamente y por efecto del limo traído por el río y sumado al relleno realizado por el hombre, hizo que surgieran nuevas tierras ganadas al Plata y que el paseo dejara poco a poco de ser ribereño y que con el tiempo esas tierras –entre el paseo y el río– fueran ocupadas y se construyeran importantes edificaciones, convirtiendo a la zona en un lugar de gran importancia en la ciudad. Aunque el llamado paseo de Julio, se parquizó, en uno de esos espacios por iniciativa de residentes italianos se instaló una estatua de Giuseppe Mazzini, en aquél entonces llamada plaza Mazzini y actualmente como Plaza Roma.

En el año 1855 y en esas nuevas tierras ganadas al río y como consecuencia del importante tráfico marítimo de la ciudad y al aumento del calado de los barcos, se decidió la construcción de la llamada Aduana Nueva o Aduana Taylor –por el apellido del ingeniero que la proyectó– de forma semicircular ubicada frente al río y detrás de la Casa de Gobierno, que contaba con un espigón o amarradero de madera de 300 metros y que se terminó de construir dos años después. Con el tiempo, debido al oleaje del río, la estructura de hierro del edificio y el muelle se fueron deteriorando y fue demolido en gran parte en 1894 –ya que quedó una parte enterrada–, para dar lugar a la construcción de Puerto Madero.

En el artículo “Cuando el río era amable” publicado en el diario La Nación, Germán Wille dice “…hacia la década de 1870, la gente concurría a refrescarse masivamente a una lengua del río que se metía unos cuantos metros en el territorio de la ciudad, entre las actuales calles Lavalle y Tucumán, más o menos donde hoy se encuentra la Plaza Roma. El lugar era conocido popularmente como ‘la Canaleta’. Además de balneario, este pedazo de río era utilizado como una feria comercial. Según narra Enrique Herz en su libro Historia del agua en Buenos Aires, a la Canaleta llegaban botes de fruteros, pescadores y verduleros, que ponían a la venta sus productos frescos. Era común que las ‘chinas’ cocineras de la vecindad se acercaran hasta el lugar para hacer sus compras”10.

En el año 1868, se dictó una ordenanza, disponiéndose que los edificios cuyos frentes daban al paso de Julio, debían tener recova. Esa ordenanza establecía detalladamente como debía ser la recova, con informes de metraje, materiales a utilizar, etc.

A principios del siglo XX el paseo no tenía buena reputación, pues allí había burdeles, a los cuales concurrían los marineros que llegaban a la ciudad.

A mediados de 1903, se instaló la monumental fuente Las Nereidas, en la intersección con la calle Cangallo –actual calle Pte. Perón–, que originariamente había sido emplazada en la Plaza de Mayo, pero como se exhibían esculturas de desnudos femeninos para lo cual se utilizó mármol de Carrara, que causó conmoción y escándalo en la población conservadora de la época, se eligió este lugar del paseo de Julio, para ser instalada esta obra de la escultora Lola Mora, pero en 1918 fue trasladada a su actual emplazamiento en la Costanera Sur, más alejado de la ciudad.

En 1905 se construyó para el empresario naviero Nicolás Mihanovich, frente a la fuente de Las Nereidas, el Palace Hotel, de notables características para la época, ya que todas las habitaciones contaban con calefacción y teléfono, tenía tres ascensores y sobre el techo había un jardín. Allí se alojaban personalidades e importantes viajeros y también se alojaron las delegaciones que vinieron a Buenos Aires, para los festejos del Centenario, en 1910.

Por Ordenanza N° 520 del 28 de noviembre de 1919 el paseo de Julio cambió su nombre por el fundador del radicalismo, Leandro N. Alem, denominación que tiene hasta la actualidad. No obstante ello, a esa parte de la avenida, se la sigue llamando “del bajo”.

 

Notas

1. Los llamados “Bandos de buen gobierno”, eran normas de carácter general y de utilidad común que tenían por objeto el ordenamiento de la ciudad o pueblos en sus variados aspectos y que debían ser cumplidas por los habitantes, estableciendo también las penalidades o sanciones en caso contrario. Se difundían a viva voz por los pregoneros o por la fijación de carteles en lugares visibles.

2. El Diccionario de la Real Academia Española, define al macadán o macadam como “Pavimento de piedra machacada que una vez tendida se comprime con el rodillo”. La palabra deriva del apellido del inventor: John Loudon McAdam. En Buenos Aires, por las características del terreno de llanura y debido a la inexistencia de piedras, se utilizaron conchillas, por lo cual el camino tenía un color blanquecino y en días secos y de viento se originaba gran polvareda.

3. Marmier, Xavier. Buenos Aires y Montevideo en 1850. 1948. El Ateneo. página 83.

4. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. 2001. Emecé, página 460.

5. Ibidem, página 462.

6. Sánchez Zinny, E.F. Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, 2da. edición. 1942, páginas 297 y 298.

7. Beruti, página 469.

8. Beruti, página 471.

9. Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina – Rozas y su época. 1951. Tomo III, El Ateneo, página 406.                                     

10. Wille, Germán, diario La Nación, 20 de mayo de 2024, página 32. https://www.lanacion.com.ar/opinion/cuando-el-rio-era-amable-nid20052024/