REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Por Roberto de Laferrère
Juan Manuel de Rosas (c. 1830). Dibujo de la casa Ch. Decaux |
IV - LOS CARGOS CONTRA ROSAS DEL DOCTOR LAVALLE
COBO
En
su artículo de “
- Fue enemigo de
- No colaboró en la guerra con el
Brasil.
- Mantuvo comunicaciones con el
comodoro Venancourt.
- Solicitó a las fuerzas navales
extranjeras y al gobierno uruguayo el apresamiento de
- Procedió como si
- Ofreció en pago de la deuda
nacional las islas Malvinas.
El examen de estos cargos
nos permitirá establecer su exactitud o su importancia.
Rosas y
Como prueba de que “Rosas
fue enemigo de
La frase podrá ser
“pálida”, pero su sentido es claro. Rosas no fue enemigo de
De su culto por
El caso de Cornelio
Saavedra es el más elocuente, y bueno es recordarlo ahora. Había sufrido las
persecuciones de aquel partido jacobino, cuyos herederos ideológicos lo
desconocen, aun hoy, como primera figura de
“Ayer, a las ocho de la noche, murió
repentinamente en casa de su hermana, el Sr. Don Cornelio Saavedra. Este Sr.
fue presidente de la primera junta gubernativa de Buenos Aires en
Llegado meses después al
gobierno, Rosas dio el siguiente decreto de honores póstumos al “prócer
desconocido”:
“Buenos Aires, diciembre 16 de 1829. – El
primer comandante de patricios, el primer presidente de un gobierno patrio,
pudo sólo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias
calamitosas en que el país se hallaba. Después que ellas han terminado, sería
una ingratitud negar a un ciudadano tan eminente el tributo de honor rendido a
su mérito, y a una vida ilustrada con tantas virtudes, que supo consagrar
entera al servicio de su patria. El gobierno, para cumplir un deber tan
sagrado, acuerda y decreta:
“Art. 1°. – En el cementerio del Norte se levantará, por
cuenta del gobierno, un monumento en que se depositarán los restos del
Brigadier General D. Cornelio Saavedra. Art. 2°. Se archivará en
Ese fue el homenaje de
Rosas al jefe de
Poco después moría en
Buenos Aires Don Feliciano Chiclana, y el gobierno del “enemigo de la
revolución de Mayo” lanzó en su homenaje este otro decreto, que también nos
habla claro de su adhesión al movimiento emancipador:
“Buenos Aires, enero 16 de
1930. – Aunque los nombres de los primeros ciudadanos no tuvieron la gloria de
ser los autores de la independencia de
Rosas y la guerra con el Brasil
El doctor Lavalle Cobo
supone que la actuación de Rosas durante la guerra con el Brasil fue nula u
hostil al gobierno de que dependía como Comandante Militar de Campaña. Es un
error más del doctor Lavalle Cobo. Rosas sabía, sin embargo, que seríamos
separados de
Pero no es verdad que
hostilizara al gobierno, como luego lo harían los unitarios en circunstancias
más difíciles para el país por la importancia mayor del enemigo. El gobierno de
Las Heras le había encomendado la organización de la defensa militar de la
costa sur, hacia Bahía Blanca y Patagones, puntos ya amenazados por los barcos
imperiales. Cuatro oficiales brasileños habían desembarcado en una corbeta con
el conocido designio de sublevar a los indios.
Rosas cumplió su misión con
extraordinaria rapidez, comprometiendo a los caciques a mantenerse en paz con
el gobierno nacional y fijando con ellos una nueva línea de fronteras.
Destruída con esto toda posibilidad de un acuerdo militar con los indios, la
empresa naval brasileña sufrió un recio descalabro en la costa de Bahía Blanca,
al desembarcar sus tropas. Atacados con piquetes de voluntarios y blandengues
que mandaba el capitán Molina –a cuyas órdenes había puesto Rosas 200 hombres,
después de reforzar con cañones la batería de la costa– los invasores fueron
derrotados y destruídos, reembarcándose poco después y abandonando la empresa.
(Saldías, “Historia de
Rosas y Venancourt
1829. Los unitarios asaltan
el poder en Buenos Aires y fusilan a su gobernador, pero no llegan a ejercer el
gobierno en la provincia, reducidos, poco después del golpe de mano, a la
defensa de la ciudad, que sitia Rosas, al mando de las fuerzas nacionales. En
los propios suburbios de Buenos Aires el llamado gobierno de Lavalle es
resistido a tal punto que sus tropas escasean y se ve forzado a exigir el
servicio militar de los extranjeros, que nunca han intervenido antes en
nuestras luchas civiles. Se aplican así, torcidamente las leyes de 1821 y 1823,
y se aplican a los franceses, quienes las resisten. El cónsul francés, señor
Mendeville, sin representación diplomática para reclamar en una cuestión de esa
índole, se dirige a los sediciosos –que también carecen de facultades para
aplicar las leyes– y opone su veto al alistamiento en el batallón de “Los
Amigos del Orden”. Díaz Vélez rechaza la reclamación del cónsul porque, como
Rivadavia, antes, y Rosas, después, no reconoce en un funcionario de su especie
el carácter público exigido por el derecho de gentes para tratar cuestiones de
Estado. Es un conflicto entre usurpadores. Las dos partes en litigio actúan
fuera de su órbita. Pero los franceses son más fuertes y, prevalidos de su
poder, asaltan los barcos argentinos y se quedan con ellos, a la espera de que
se atiendan sus reclamaciones. El doctor Lavalle Cobo, que supone a Rosas en
“complicidad” con el comodoro Venancourt se indigna ante esto, olvidándose de
que en el mismo artículo aplaude la complicidad de Lavalle con el almirante
Leblanc. Considera distintos los casos. Y, en efecto, lo son.
Es evidente que en 1829 el
comodoro Venancourt, conforme a su pensamiento de que los desórdenes americanos
debían ser resueltos algún día por los europeos, aprovecha la oportunidad
brillante que le brinda la anarquía unitaria para iniciar una política que
satisfagan las ambiciones francesas en el Río de
Rosas no es un caudillo de
ambiciones vulgares que pacte alianzas desdorosas con el extranjero, para
resolver pleitos partidarios. De serlo nada le hubiera impedido llegar a un
acuerdo concreto con Venancourt, como los unitarios de 1838. La comunicación al
comodoro que el doctor Lavalle Cobo reproduce triunfalmente es su mejor defensa
contra los cargos que se le han venido formulando desde hace años con motivo de
este episodio. Si el doctor Lavalle Cobo hubiese leído bien el documento, no lo
habría publicado. Por su contenido y su tono, por la representación que invoca
y las exigencias que, en definitiva, formula, ese documento no sólo no abre una
negociación de carácter político, sino que también la hace absolutamente
imposible, reduciendo al comodoro a la situación de un auxiliar de las
autoridades nacionales que han sido desconocidas por una montonera militar
sublevada. Es de su deber dirigirse al Almirante, como delegado de
Rosas habla en su nota en
nombre de “
Delegado de esta autoridad
legítima, Rosas se dirige oficialmente al Comodoro Venancourt y en tono de
gobernante, pero bajo las formas más amables y corteses del estilo protocolar,
le reclama la entrega de los barcos argentinos, dilatando el momento en que
esta entrega habrá de realizarse, porque naturalmente carece de los medios
materiales para hacerse cargo de los barcos. Está tierra adentro y en campaña.
“Encontrándose –dice–
suficientemente autorizado por el poder
soberano de
Le da instrucciones, en
suma, y “le agradece” en nombre “de
Yo pregunto a los que
muestran estas palabras como reveladoras de una alianza política entre Rosas y
Venancourt en que podía consistir esa alianza, después de la comunicación que
conocemos, excluyente de cualquiera otra solución que no fuese el
reconocimiento por el comodoro francés del gobierno legítimo y el acatamiento
de su autoridad, con la devolución de los barcos. Pero el comodoro comprendió
que con el Comandante de Campaña no había posibilidad alguna de acuerdo, si no
rectificaba su conducta y deshacía lo hecho. Prefirió, pues, presionar más
enérgicamente sobre el titulado gobierno de Lavalle, como lo hizo, hasta
imponerle la humillación contenida en la convención firmada por Juan Andrés
Gelly como delegado de los sediciosos.
En materia de
comunicaciones a los almirantes franceses, cabe, entretanto, reproducir la del
general Lavalle a Leblanc, en diciembre de 1839, donde puede leerse lo que
sigue:
“Yo encuentro que los
auxilios que se han prestado hasta ahora (por el gobierno de Francia) no son
suficientemente eficaces y en consecuencia exijo: un millón de francos para los gastos de guerra, la destrucción de
la batería de Rosario y la ocupación del Paraná”.
Como se ve, los casos son
distintos.
Rosas y la sublevación de Rosales
En 1830, el general Rosas
gobernaba en la provincia de Buenos Aires, “con la regularidad –dice Sarmiento
en “Facundo”– que hubiera podido hacerlo otro cualquiera”. Pero los unitarios
conspiraban ya, no obstante la normalidad del gobierno, y esto prueba que si,
antes del conflicto internacional, fue Rosas enérgico alguna vez, obró también
por reacción contra los anarquistas y en defensa del orden.
El general Lavalle
organizaba ya la invasión de Entre Ríos con un ejército reclutado en
Rosales, al abandonar la
organización militar argentina y huir hacia el extranjero con un barco ajeno,
cometía, además de una defección, un delito común que sólo en su pensamiento o
en sus propósitos podía estar vinculado a la política del país. En el momento
de huir era sólo un delincuente y solicitar su detención por aquellas fuerzas
navales no significaba sino eso: la detención de un delincuente que huye con un
barco robado. En sumo, se solicitaba la cooperación en una función de policía
marítima.
Podría acusarse a Rosas de
imprudencia, si la captura del barco pirata por los extranjeros hubiera
representado un peligro de hecho para el país, pero es evidente que ese peligro
no existía. Cuando años más tarde los unitarios se aliaron a los marinos
extranjeros que capturaron para sí la escuadra argentina y utilizaban sus
barcos en la guerra contra nosotros mismos –el “San Martín”, con este mismo
nombre, libró combates contra los argentinos – el peligro del avasallamiento
del país por las fuerzas navales extranjeras era visible e inminente. La
captura en cambio, de la “Sarandí”, reintegraba a la armada nacional el barco
sustraído. Nada más. Con eso no intervenían los extranjeros en las luchas
domésticas. El mismo sentido y el mismo alcance, de colaboración con las
autoridades argentinas, hubiera tenido la toma por Venancourt de los barcos
sublevados en el Paraná, que también había intentado Rosas. Si Venancourt no
prestó esa colaboración fue porque sus intenciones eran otras: de pescador en
río revuelto. Pero fue Rosas quien lo puso en su sitio.
Fue Rosas también, ya
gobernador de Buenos Aires, quien sin comprometer ninguno de sus derechos
soberanos, obtuvo la reintegración de la “Sarandí” a la armada, al requerir su
entrega del gobierno de Montevideo. Los uruguayos lo mandaron de vuelta,
conforme a los mismos principios internacionales que aplicó hace poco el
gobierno argentino, devolviendo a España el vapor “Cabo San Antonio”, que había
venido sublevado a nuestro puerto.
Rosas y los derechos argentinos a
En este punto el doctor
Lavalle Cobo le formula a Rosas un cargo que, de ser valedero, le
correspondería al gobierno de Juan Ramón Balcarce. Consiste en decir que “Rosas
no procedía como si la soberanía de estos territorios (del Sur) nos
perteneciera”, en virtud de que “el gobierno (de Balcarce) dirigía al ministro
de Relaciones Exteriores de Chile la siguiente nota que revela (¿en Balcarce?)
inseguridad en lo que respecta a
El doctor Lavalle Cobo
reproduce parte de la nota en que nuestro ministro comunica a su colega
trasandino “de orden del gobierno de Buenos Aires” (de Balcarce) que “sería convenientísimo al más favorable y
breve éxito (de la campaña al desierto) que Chile anticipase al mes de
diciembre su cooperación lo más posible que el tiempo diese, internando sus
fuerzas hasta los ríos Neuquén y Negro, que para ese tiempo deben obrar por
ellos los de esta República”.
El doctor Lavalle Cobo es
injusto con el general Balcarce y su ministro Maza. En aquellos años, las
aspiraciones chilenas a
“Marzo 27 de 1848:
“Después que usted, en la
memoria que está escribiendo, haya presentado los títulos de soberanía de
“Tanto más importante es
esto cuanto que, si se admitiese como cierta la doctrina del señor Bello y
otros publicistas, se abrirá margen a los poderes europeos para ocupar los
territorios no ocupados en América por su falta de población, y para sostener
tal usurpación. Desde este punto de vista debe usted esmerarse en que su
trabajo sea completo; defendiendo la posesión y justo título que todos los
gobiernos de América tienen a sus territorios, aun cuando no estén poblados
hoy, y muy especialmente el de esta República, a todas las tierras de
En 1864, Chile reducía sus
pretensiones a Punta Arenas y al Estrecho y para defenderlas designó a
Lastarria Ministro Plenipotenciario en Buenos Aires. En los años corridos desde
la reclamación de Arana, los chilenos habían elucubrado nuevos proyectos de
colonización, pero circunscriptos siempre al Estrecho y revelaban tanta
inseguridad en esto mismo que no habían avanzado un solo paso en 17 años ni
atrevídose a iniciar aspiración alguna fuera del territorio que ocuparon por
instigación de Sarmiento. No pretendían ni siquiera la totalidad del Estrecho y
en 1865, Lastarria propuso “como transacción, la división del Estrecho de Magallanes en la bahía Gregorio…” Y
como un diario de su país le atribuyese intenciones sobre
“De esta manera Chile
tendría la prosperidad de toda la península de Brunswick, en que está situada
la colonia de Punta Arenas, y en la que hallaría todos los elementos necesarios
para su desenvolvimiento”.
“Fijando V.E. la vista en
la costa del Estrecho –continuaba el señor Frías– observará que Chile posee ya
más de la mitad del territorio que lo forma; avanzando hasta el istmo de la
península se extendería aún más hacia el Oriente, quiero decir hacia la boca
del Atlántico. Quedaría esta República (Chile) en posesión de las dos terceras
partes del terreno disputado”. (Nota del señor Frías al Ministro de Relaciones
Exteriores de Chile, de 1° de octubre de 1872, publicada en el Apéndice a
Es decir que, enviado a
tratar la grave cuestión del territorio invadido, el Plenipotenciario de
Sarmiento concedía otros territorios, en gestión oficial. Así nacieron
oficialmente las aspiraciones de Chile a nuestros dominios. Ante la debilidad
notoria del enemigo se ampliaron y concretaron sus exigencias. En la respuesta
a Frías, el ministro Ibáñez propuso “dividir por mitad todo el territorio de
Pero en 1833, época de
Balcarce y de la campaña de Rosas contra los indios del Desierto, ningún gobierno
chileno había pensado siquiera en la posibilidad de arrebatarnos tierra a
través de los Andes. Condenar a Balcarce en 1833, porque no previó los
caprichos de la fantasía chilena, y absolver, a la vez, a Sarmiento que hostigó
esa fantasía en 1843 y le dio nuevas alas en 1872, desde
Rosas, por otra parte,
estaba en campaña cuando la comunicación de Maza a su colega trasandino. Salió
de Monte en marzo; la comunicación es de abril. Por último, ¿qué peligro podía
significar la presencia del ejército chileno por resolución nuestra sobre los
ríos Negro y Neuquén si en la misma, la primavera del año 33, como dice Maza en
su nota, el ejército argentino estaría en la misma región?
Rosas y las islas Malvinas
Los que, en nombre del
espíritu nacional –la inmensa mayoría de los argentinos– reclamamos la
reivindicación de nuestros derechos a las Malvinas, no nos hemos detenido nunca
a considerar las ventajas positivas que nos aportaría su reintegración al país.
Esas tierras tienen para nosotros un valor ante todo sentimental, es decir principalmente
vinculado al sentimiento de la dignidad argentina, ofendida por los piratas
ingleses con un acto inicuo de despojo por la fuerza. Es en el despojo donde
reside el agravio, y es el agravio lo que subleva el sentimiento nacional y lo
ha movido, tantas veces, a exigir una reparación, desgraciadamente imposible,
por ahora.
Así pues, los argentinos
hemos hecho de las Malvinas una cuestión, no de conveniencia, sino de honor. No
hicimos la misma cuestión, aunque también se lastimasen nuestros sentimientos,
cuando al adoptar la política del arbitraje admitieron nuestros gobiernos ceder
otros territorios, en virtud de laudos adversos, a los vecinos que los habían
puesto en litigio. Hemos sido dañados, sin duda, por esa política de debilidad
y de transacción, pero no ofendidos. Es una política desventurada, no
deshonrosa, que acatamos por voluntad propia, no por imposición extraña.
Si
Esa era, en tanto, la
situación del país, en 1842 y 43, cuando vino a Buenos Aires el señor Falconet,
a exigirnos el pago de la deuda con Inglaterra, garantizada por todo el
territorio nacional.
Así habíamos sido
hipotecados por Rivadavia.
El doctor Lavalle Cobo
acusa a Rosas. Pero ¿de qué lo acusa? ¿De haber renunciado a los derechos
argentinos sobre las islas? ¡No! Ni podría acusarlo de ese crimen sin caer en
contradicción con su propio informante, el doctor Pedro Agote, cuyas noticias
son las únicas que invoca en su relato. En el artículo del doctor Lavalle Cobo
nada hay que no esté consignado en el Informe sobre el Crédito Público del
doctor Agote; pero en el informe del doctor Agote hay mucho más de lo que el
doctor Lavalle Cobo consigna en su artículo.
Las notas de Insiarte,
ministro de Rosas, proclaman, precisamente, como lo dice Agote, el
reconocimiento de los derechos argentinos a las Malvinas por el gobierno
inglés, como cuestión previa a cualquier otra. El doctor Lavalle Cobo omite
este “detalle”, tal vez porque no le ha atribuido importancia. Pero la omisión
no interesa. El hecho es ese, y lo que importa es el hecho, no la forma
literaria como haya sido presentado. Tampoco interesa que en el artículo se
cite mal al doctor Agote y se sustituya, por error, al transcribir sus
palabras, la expresión “pago de la deuda” con la de “pago de los servicios
adeudados”. Es fundamentalmente distinto, desde luego, pero este error también
es subsanable, pues cabe siempre la rectificación en los términos para poner
las cosas en su sitio.
El doctor Lavalle Cobo
también ignora en su artículo cuál era la garantía del empréstito y no resulta
entonces de su relato que el ofrecimiento de las Malvinas en “pago de la deuda”
–no de los servicios adeudados– significaba levantar la hipoteca hecha por los
rivadavianos, sobre todo el territorio nacional, instituido en garantía de la
deuda. El relato del doctor Lavalle Cobo es, pues, incompleto. Quien no
conozca, en sus distintos aspectos, la historia del empréstito y las
condiciones atroces en que fue contratado por los unitarios, no entenderá nunca
la actitud de Don Juan Manuel en 1843 y 44.
Hay que completar ese
relato, con ayuda de Agote, Garrigós, Agustín de Vedia – los tres unitarios– y
algunos documentos de la época.
Cómo se contrató el empréstito
La ley que autorizó el
empréstito inglés de 1.000.000 de libras (5.000.000 de pesos fuertes) es de
Y agrega el doctor Agote:
Así quedaba hipotecado al
pago de la deuda todo el territorio nacional.
La compra de las onzas de oro
Al aproximarse el 12 de
enero de 1827 –fecha del vencimiento del 5° semestre– el Gobierno de Rivadavia
descubre que ha contraído un compromiso terrible. Sus financistas han fracasado
y sus dificultades son enormes. Se convino entonces en comprar onzas de oro que
valían 19 pesos. “Era preciso guardar secreto –dice Agote– para que no se
advirtiese que había en alguna parte necesidad urgente de ese oro y subiese su
valor en plaza".
Pero no se guardó secreto.
El Ministro de Hacienda aseguraba ante el Congreso “que el 12 de enero de 1827
serían pagados puntualmente en Inglaterra
Los rivadavianos seguían
haciendo de las suyas. El país salvó su crédito, pero debió comprar las onzas
con un papal depreciado en casi un 300% y esa depreciación fabulosa benefició a
los felices vendedores. ¿Quiénes eran ellos? Tal vez algunos de los adinerados
ciudadanos que el 6 de agosto de 1827, encabezados por Rivadavia, se obligaron
a garantizar el pago de los intereses y amortización, hasta un año después de
terminada la guerra con el Brasil.
Esta garantía,
naturalmente, jamás se hizo efectiva.
Lo que entró al país del empréstito inglés
El servicio de la deuda se
suspendió en el sexto semestre (Vedia, ob. cit.) y en fecha 9 de septiembre de
1827 (Agote, pág. 17) el gobierno de
La verdadera causa del fusilamiento de Dorrego
Oigamos lo que,
relativamente a las angustias que estos desaciertos crearon al gobierno del
Coronel Dorrego, dice el doctor Garrigós, en el informe que elevó al Directorio
del Banco de
“El Presidente de
“El Gobierno de
“Encontraba el Tesoro
exhausto, sin poder echar mano del crédito por los arbitrios de empréstitos
exteriores o en la plaza, arbitrios que ya se habían empleado y que de seguro
ante la situación política que el país cruzaba no prometían buen éxito y menos
realización inmediata…”
Para hacer frente a esta
situación de ruina, agravada por la
necesidad de pagar los dividendos del empréstito hasta el 12 de enero de 1828,
Dorrego se vio forzado a autorizar la venta en Londres de las fragatas “Asia” y
“Congreso”.
Pero fue lapidario con
quienes habían engendrado ese estado de cosas y no dejaron de conocerse en el
país los pormenores del arreglo que, para crear el Banco Nacional, se había
hecho con los “propietarios” del Banco de
Dorrego denunció también,
en su primer mensaje a
“Pero el gobierno se
encuentra con un recurso de la expresada compañía, recibido por el último
paquete, en que reclama a la provincia la cantidad de 52.520 libras esterlinas (262.600 pesos fuertes) por
los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos extranjeros y la
conducta escandalosa de un hombre público del país que prepara esta
especulación, se enrola en ella, y es tildado de dividir su precio, nos causa
un amargo pesar”.
Muchos años más tarde, Don
Juan María Gutiérrez, también unitario, pero no hombre de negocios, descubría y
confesaba que Dorrego fue un patriota y que su sangre había manchado para
siempre la historia de su partido.
El empréstito y el motín de diciembre
El motín de Lavalle,
instrumento ciego en manos ocultas, fue costeado con los dineros del Banco
Nacional. De su tesoro salieron también los 275.000 pesos con que, bajo el
gobierno sedicioso de diciembre, se gratificó a los coroneles del ejército
sublevado “teniendo en vista –dice el
decreto que lo ordena– la necesidad de ponerlos a cubierto de los sucesos
venideros” (Registro Ofic. De 1829. Decreto citado por Groussac, “Estudios de
Historia Argentina”, pág. 205).
Cómo ofreció Rosas las Malvinas
Rosas llega por segunda vez
al gobierno en 1835. Las islas Malvinas nos han sido tomadas por Inglaterra
años atrás. Los unitarios, enceguecidos por su odio de facciosos, se convierten
en los auxiliares de las ambiciones extranjeras. Desde 1838 en adelante, la
guerra, el bloqueo francés de dos años y la desconfianza en un país así
anarquizado, arruinan la economía, el comercio, las finanzas nacionales y
nuestro crédito exterior. Cuando la guerra va a concluir, Inglaterra y Francia
la prolongan, como hemos visto, con sus agresiones, que luego sus gobiernos
reconocen injustas. A las intimaciones de Mandeville, y los atropellos
estudiados de Purvis, se suma la oposición de Falconet en Buenos Aires. Los acreedores ingleses, Baring Brothers y
Cía. acuden embozadamente al cobro compulsivo de la deuda, cuya garantía es
todo el territorio nacional. Ellos insinúan, según Saldías, la entrega, en
pago, de las islas Malvinas, que son parte de ese territorio, criminalmente
comprometido por los financistas unitarios.
Rosas hace frente a la
situación y desbarata la maniobra. Su ministro Insiarte, en nota de febrero 17
de 1843, comunica a Falconet, que ha asumido oficialmente la iniciativa por
medio de su ministro en Londres. ¿En qué consiste ella? Reconozca el gobierno
inglés los derechos argentinos a las Malvinas y podrá entonces el gobierno
responder con esa parte de nuestro territorio a los compromisos contraídos
insensatamente por Rivadavia y del Carril. Es el doctor Pedro Agote quien así
lo establece en términos claros: “Esta nota (la primera de Insiarte a Falconet
) abunda en consideraciones acerca de los derechos de
“El ministro doctor
Insiarte –dice luego el doctor Agote (pág. 18)– en nota de 20 de marzo de 1844
reitera el ofrecimiento de las islas Malvinas e insiste en la legitimidad de
los derechos de
Pero, ¿podría Lord Aberdeen
reconocer la usurpación de Inglaterra? Evidentemente, no. La condición previa
impuesta por Rosas significaba en el orden de los principios una afirmación
rotunda de los derechos argentinos y en la práctica era de realización
imposible, porque proponía lo que los ingleses no podían aceptar. Ganó tiempo,
entre tanto; paralizó los apremio de Falconet y le quitó al enemigo uno de los
pretextos que utilizaba para crearnos el
conflicto deseado. Inglaterra no aceptó, desde luego, la proposición del
ministro Insiarte, hecha por órgano de Moreno, y algún tiempo después, en
alianza con los franceses y como supremo recurso de intimidación, cometieron
sus marinos lo que se ha llamado “el robo de la escuadra argentina”; bloquearon
nuestras costas, invadieron el país por el río Paraná e intentaron reducirnos
por la fuerza.
Pero las Malvinas no fueron
cedidas en derecho a los ingleses.
Entre tanto, Varela y sus amigos de Montevideo gestionaban la
desmembración de Entre Ríos y Corrientes y Sarmiento incitaba a los chilenos a
que ocuparan el Estrecho de Magallanes con la doctrina de que “un territorio
limítrofe pertenecerá a aquel de dos estados a quien su ocupación aproveche sin
dañar ni menoscabar los intereses de otro”. Así, “en odio a Rosas, que era un
accidente de la política argentina, se atacaba la integridad de
Estos eran los patriotas,
los nacionalistas auténticos…
V - CONCLUSION
Rosas, figura patricia, “de
rasgos imperiales, clásicos en toda forma”, “recio, gubernamental, inclemente”
en su “lucha abierta y ruidosa con nacionales y extranjeros para consolidar su
poder en el centro de una gran capital histórica” (Vicente F. López), “fue lo que el país quiso
que fuese” (Zinny). Campeón del “honor nacional” (San Martín), resistió “gloriosamente a las
pretensiones de una potencia europea” (Sarmiento), cuyas agresiones fueron “la
más escandalosa violación del derecho de gentes” (Lamartine). “Sin arredrarse
del poder de nuestros enemigos” (Necochea) , desde un gobierno que “ fuere lo que fuere, es nacional” en “presencia de
“Proclamó altamente su
programa político, la reconstrucción del virreynato de Buenos Aires” (Salvador
María del Carril), en cuya ejecución sus adversarios le combatieron, concitando
contra él “todas las antipatías que el mismo objeto” despertaba en su facción, aliada, “por un
indigno espíritu de partido” (San Martín), “con todo elemento europeo
que venga a prestarle su apoyo” (Sarmiento).
“Reincorporó
“El temple de su voluntad,
la firmeza de su genio, la energía de su inteligencia no son rasgos suyos, sino
del pueblo que él refleja en su persona” (Alberdi), pueblo que lo acompañó
siempre en sus empresas, oponiéndose activa o pasivamente a sus enemigos, cuyo
ejército, ya en 1829 sintió el vacío a su alrededor y llegó, desde Buenos
Aires, “a la ciudad de Córdoba, sin que una sola persona se hubiese puesto en
inteligencia” con sus jefes (Paz). “Nunca hubo gobierno más popular, más deseado ni más sostenido por la opinión”
(Sarmiento) que el suyo de 1835. La campaña “libertadora” de 1840 sólo encontró
adictos a Rosas en el camino, “hordas de esclavos” (¡), “muy contentos con sus
cadenas” (Lavalle). En las vísperas de
Caseros, los nuevos “libertadores” de la provincia de Buenos Aires, ante la
“absoluta concurrencia de todos los habitantes de la campaña a las filas del
tirano” (César Díaz), se quejaban “de que no habían encontrado en ella la menor
cooperación, la más leve simpatía” (Urquiza), confesando “que el prestigio de
su poder en 1852 era tan grande o mayor tal vez de lo que había sido diez años
antes y que la sumisión y aun la confianza del pueblo en la superioridad de su
genio no le habían abandonado jamás” (César Díaz).
Y este “perfecto hombre de
Estado” (Brossard), que “conocía los secretos de los gabinetes europeos” hasta
el punto de que “no había gobierno en Europa tan bien informado como el de
Rosas ni tan ilustrado por sus agentes” (Thiers); este defensor de América,
cuya energía probó “que
Hasta hoy las calumnias y
las imposturas “a designio” han triunfado en la historia oficial, embaucando a
las generaciones y volviendo contra la verdad aun a los hombres de buena fe,
como el doctor Lavalle Cobo. Por lealtad
a maestros que no fueron leales con sus discípulos, las leyendas engañosas se
siguen propalando a todos los vientos.
Nadie está exento de culpa, sin embargo, entre los que pregonan el
error, porque las pruebas de la verdad aparecen a la vista y se conocen los
documentos que demuestran cómo la historia ha sido falsificada deliberadamente.
Dejemos a un lado a Sarmiento, que confesó más de una vez, con cinismo
“genial”, sus propias supercherías y desfachateces, y a Alberdi, que mintió
siempre, y se contradijo, por principio dialéctico. El criterio de la
mistificación histórica erigida en sistema fue
definido por Salvador María del Carril, en carta a Lavalle, con más
claridad y brillo literario que cualquiera de los otros conspiradores. Esa
carta es una página que explica toda la historia escrita por los unitarios y
sus discípulos. Hay que releerla siempre. Yo aconsejo su lectura al doctor
Lavalle Cobo. Ella dice:
“Incrédulo como soy de la
imparcialidad que se atribuye a la posteridad; persuadido como estoy de que
esta gratuita atribución no es más que un consuelo engañoso de la inocencia, o
una lisonja que se hace nuestro amor propio o nuestro miedo; cierto como estoy,
por último, por el testimonio que me da
la historia, de que la posteridad consagra y recibe las disposiciones del
fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevivió, y que enfoca los
reclamos y protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fue
creído, juro y protesto que no dejaría de hacer nada de útil por tan vanos
temores. Si para llegar es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla;
y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a
los muertos, según dice Maquiavelo. Los hombres son generalmente gobernados por
ilusiones, como las llamas de los indios por hilos colorados”.
He aquí el espíritu con que
ha sido escrita la historia del país por los impostores que vencieron,
sedujeron y sobrevivieron para mentir y embrollar, engañando a los vivos y a
los muertos. Son muchos todavía los hombres de buena fe que se dejan gobernar,
en sus juicios y opiniones, como las llamas de los indios, por arabescos
retóricos. Pero no somos pocos los que, reaccionando contra el escepticismo
corrosivo que destilan las palabras transcriptas, mantenemos viva nuestra fe en
la virtud soberana de la verdad y en su triunfo final sobre las supercherías de
una literatura cada día menos afortunada en sus tentativas maliciosas. Creemos
también en la eficacia de nuestros esfuerzos y no tememos la contradicción que
tenga del lado de los adversarios, a quienes quisiéramos ver más activos en la
defensa de sus historias.
“Día llegará –pensamos como Don Juan Manuel en el
destierro– en que, desapareciendo las sombras, solo queden las verdades, que no
dejarán de conocerse, por más que quieran ocultarse entre el torrente oscuro de
las injusticias”.
Abril de 1939.