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El sable sanmartiniano legado a Juan Manuel de Rosas |
En París, el 23 de enero de 1844, el General San Martín declaraba en la cláusula tercera de su testamento “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Previamente, nos debemos
detener un breve momento en la fecha de emisión de la cláusula -23 de enero de
1844- es decir seis años antes de la muerte del gran capitán, época en la que
estaba en la plenitud de sus facultades mentales -que en realidad no demuestran
haber decaído hasta el mismo momento de su muerte- lo que evidencia la infamia
de quienes señalaron una supuesta perturbación mental del Libertador. Pero la
fecha permite otras precisiones sobre el momento político al momento en que se
redacta el testamento, en la lucha con los enemigos unitarios aliados con
Rivera. En diciembre de 1842, en Arroyo Grande, las fuerzas de Oribe arrollaron
a las del Pardejón (así llamaba Rosas a Rivera) y en abril de 1843, el
Almirante Brown bloquea el puerto de Montevideo. Frente a esta situación
Inglaterra, que había intimado al gobierno argentino el 16 de diciembre de 1842
que cesara la guerra, hace bajar al Plata buques de guerra franceses e ingleses
desde Rio de Janeiro. El Comodoro Purvis, comandante inglés en el río de la
Plata intima a Brown -invocando su condición de súbdito inglés- indicándole
“que no toleraría que la escuadra argentina cometiese acto alguno de hostilidad
para Montevideo” y hace que la toma de buques que intentaron romper el bloqueo,
fracase por la oposición de aquellos buques venidos de Rio de Janeiro que
cañonean a los barcos argentinos. Se trata de una maniobra destinada a provocar
el “casus belli”, que más adelante, provocará la guerra del Paraná. En suma, la
situación política internacional es grave para la Argentina en ese momento. La amenaza
de guerra no se ha materializado, pero su desencadenamiento es inminente.
Desde luego, la descripción
hasta aquí expuesta, es suficiente para que San Martín se exprese como lo hace en
el testamento. Cabe sin embargo observar, que no se ha producido la batalla más
difundida de la guerra del Paraná, -falta un año y casi diez meses- la Vuelta
de Obligado, por lo que es sumamente erróneo atribuir el legado, al derroche de
heroísmo argentino en dicha batalla, aunque no ha faltado heroísmo en la guerra
con los riveristas al mando de Lavalle, ni ha faltado en las luchas libradas
con los franceses aliados a aquél.
Si no han sido estas
totalmente las razones del legado, entonces ¿qué otros aspectos del gobierno de
Rosas motivan al General San Martín a dar su sable al Restaurador, teniendo en cuenta
que otros personajes, como Tomás Guido, gran amigo y oficial de su ejército,
esta con vida, y aún viven, personajes integrantes de la Primera Junta y otros
oficiales y amigos del Gran Capitán?
Nada mejor que verlo en la
correspondencia de San Martín con personas de su confianza, donde aprecia lo que
ha sucedido en la Argentina desde la revolución en adelante, y sobre el propio
Rosas y su gobierno.
En 1829, estando en
Montevideo en su único viaje de vuelta a la Patria, le escribe a Tomás Guido -ya
ha sido fusilado Dorrego- en estos términos: “Las agitaciones en 19 años de ensayos en busca de una libertad que no
ha existido, y más que todo las difíciles circunstancias en que se halla en el
día nuestro País, hacen clamar a lo general de los hombres (que ven sus
fortunas al borde del precipicio, y su futura suerte cubierta de una funesta
incertidumbre), no por un cambio en los principios que nos rigen (y que en mi
opinión es donde está el verdadero mal), sino por un gobierno vigoroso, en una palabra,
militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra, igualmente
convienen (y en esto todos) que para que el país pueda existir, es de absoluta
necesidad que uno de los partidos en cuestión desaparezca; al respecto se trata
de buscar un salvador, que reuniendo al prestigio de la victoria, el concepto
de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso salve la Patria de los
males que la amenazan”. Al mismo Guido el 6 de abril de 1830 le dirá: “En mi opinión, el Gobierno en las circunstancias
difíciles en que se ha encontrado, y que en mi concepto no han desaparecido del
todo, debe si la ocasión se presenta, ser inexorable con el individuo que trate
de alterar el orden, pertenezca a cualquiera de los dos partidos en cuestión;
pues sí no se hace respetar por una justicia firme, e imparcial, se lo
merendarán como si fuese una empanada, y lo peor del caso es que el país
volverá a envolverse en nuevos males”.
Conocedor profundo de las
fuerzas centrífugas de la Argentina, ve favorablemente los primeros meses del gobierno
de Rosas (había asumido el 7 de diciembre de 1829), pero está alerta frente a
la conocida anarquía dominante en el país hasta entonces. Veamos ahora como
juzga, ya, hacia fines del primer gobierno de Rosas, a este, según una carta
que le escribe a O'Higgins el 22 de diciembre de 1832. ”Ahora bien, Ud. debe calcular que habiendo resuelto morir antes que encargarme
de ningún mando político, y por otra parte conociendo los hombres más
influyentes en Buenos Aires, y su larga carrera de revoluciones y picardías,
como las injustas imputaciones que hace a la actual administración, yo no me
apresuraré a acceder a sus demandas para servir de pantalla a sus ambiciones”.
Dos años después, en carta a
Tomás Guido del 1 de febrero de 1834, cuando en Buenos Aires había sobrevenido la
Revolución de los Restauradores y Viamonte sustituía a Juan Ramón Balcarce, San
Martín demuestra una clara visión de los problemas de la Argentina y quienes
son los que la originan en los siguientes términos: “Los últimos acontecimientos han decidido el problema y en mi opinión
de una manera decisiva. Demostración: El foco de las revoluciones, no solo en Buenos
Aires, sino de las provincias han salido de esa Capital: en ella se encuentra
la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no
viven que de trastornos, porque no teniendo nada que perder todo lo esperan
ganar en el desorden, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se
procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es en donde un gran número
no quieren vivir sino a costa del Estado y no trabajar, etc.,etc.”
El 26 de octubre de 1836,
dos años del segundo gobierno de Rosas, San Martín le escribe a Guido nuevamente,
en estos términos: “Veo con placer la
marcha que sigue nuestra Patria: desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo
menos por muchos años) regirse por otro modo que por gobiernos vigorosos, más
claro despóticos”.
Cuando se produce la
intervención francesa en el Río de la Plata, el 3 de agosto de 1838, San Martín
escribe la primera carta a Rosas, ofreciendo sus servicios para hacer frente
los acontecimientos bélicos que pudieran producirse. De esta primera hasta la última
que escribirá el 6 de mayo de 1850, aproximadamente tres meses y medio antes de
su muerte, el Libertador le escribirá en seis oportunidades al Restaurador, que
a su vez responderá otras tantas veces. En una de estas cartas intercambiadas
con Rosas, 10 de julio de 1839, le dice a Juan Manuel después de una larga exposición
“...pero lo que no puede concebirse es
que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al
extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la
que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el
sepulcro la puede hacer desaparecer”.
Producidos los
acontecimientos que dieron lugar a la guerra del Paraná, con el fracaso de
Francia e Inglaterra coaligadas en una flota y en objetivos políticos que no
pudieron imponerse, las largas gestiones diplomáticas que sucedieron merecen,
el 27 de diciembre de 1846 esta apreciación sanmartiniana en carta a Tomás Guido
”...cada vez que veo dirigirse a nuestras
playas a estos políticos, a pesar de lo que se dice de los sinceros deseos que
estos dos gobiernos tienen de concluir definitivamente las diferencias con
nuestro país. De todos modos, yo estoy bien tranquilo en cuanto las exigencias
injustas que pueden tener estos dos gabinetes, porque todas ellas se
estrellarán contra la firmeza de nuestro Don Juan Manuel; por el contrario, mis
temores en el día son el que esta firmeza se lleve más allá de lo razonable...
En fin, Dios dé al General Rosas el acierto de conciliar la paz, y al mismo
tiempo que el honor de nuestra tierra...”
Además del justo apreciar
del Gran Capitán por los diversos aspectos de la gestión de gobierno, la
situación de las relaciones exteriores, el carácter del pueblo y las clases más
elevadas de la sociedad, demuestra sentimientos de amistad por el Restaurador,
como lo demuestra el “nuestro” de esta carta, que fue compartido también por una
persona de la talla de Guido.
Como documento final que
demuestra la identificación que San Martín tuvo con el gobierno de Rosas en
todos los aspectos, es decir, en lo político, lo económico y lo social,
transcribimos los párrafos finales de la última carta que le escribe al
Restaurador: “…y que como argentino me
llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden
y el honor restablecidos en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados
en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán
hallado”.
Esta valoración final del
Padre de la Patria, demuestra a su tumo que el testamento que dictara en 1844,
establecía que la opinión de San Martín era inapelable respecto de la bondad del
gobierno del Restaurador, y de la persona de Don Juan Manuel. Por ello fustigamos
a quienes han sido los que le atribuyeron al Libertador disminución de sus
facultades o intereses materiales para legarle el sable, porque semejante
afirmación solo tuvo intereses políticos mezquinos y constituyeron un indigno
acto de corrupción para con la Patria y sus más grandes hombres.