viernes, 22 de enero de 2021

Testamento de San Martín

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

17 

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Encontramos este artículo del  Dr. Oscar Denovi, publicado en la revista "El Resero" N° 28 del año 2005, sobre el  Testamento de San Martín.

Un testamento definitorio de la historia patria
por el Dr. Oscar Denovi

El sable sanmartiniano legado a Juan Manuel de Rosas

En París, el 23 de enero de 1844, el General San Martín declaraba en la cláusula tercera de su testamento “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

Previamente, nos debemos detener un breve momento en la fecha de emisión de la cláusula -23 de enero de 1844- es decir seis años antes de la muerte del gran capitán, época en la que estaba en la plenitud de sus facultades mentales -que en realidad no demuestran haber decaído hasta el mismo momento de su muerte- lo que evidencia la infamia de quienes señalaron una supuesta perturbación mental del Libertador. Pero la fecha permite otras precisiones sobre el momento político al momento en que se redacta el testamento, en la lucha con los enemigos unitarios aliados con Rivera. En diciembre de 1842, en Arroyo Grande, las fuerzas de Oribe arrollaron a las del Pardejón (así llamaba Rosas a Rivera) y en abril de 1843, el Almirante Brown bloquea el puerto de Montevideo. Frente a esta situación Inglaterra, que había intimado al gobierno argentino el 16 de diciembre de 1842 que cesara la guerra, hace bajar al Plata buques de guerra franceses e ingleses desde Rio de Janeiro. El Comodoro Purvis, comandante inglés en el río de la Plata intima a Brown -invocando su condición de súbdito inglés- indicándole “que no toleraría que la escuadra argentina cometiese acto alguno de hostilidad para Montevideo” y hace que la toma de buques que intentaron romper el bloqueo, fracase por la oposición de aquellos buques venidos de Rio de Janeiro que cañonean a los barcos argentinos. Se trata de una maniobra destinada a provocar el “casus belli”, que más adelante, provocará la guerra del Paraná. En suma, la situación política internacional es grave para la Argentina en ese momento. La amenaza de guerra no se ha materializado, pero su desencadenamiento es inminente.

Desde luego, la descripción hasta aquí expuesta, es suficiente para que San Martín se exprese como lo hace en el testamento. Cabe sin embargo observar, que no se ha producido la batalla más difundida de la guerra del Paraná, -falta un año y casi diez meses- la Vuelta de Obligado, por lo que es sumamente erróneo atribuir el legado, al derroche de heroísmo argentino en dicha batalla, aunque no ha faltado heroísmo en la guerra con los riveristas al mando de Lavalle, ni ha faltado en las luchas libradas con los franceses aliados a aquél.

Si no han sido estas totalmente las razones del legado, entonces ¿qué otros aspectos del gobierno de Rosas motivan al General San Martín a dar su sable al Restaurador, teniendo en cuenta que otros personajes, como Tomás Guido, gran amigo y oficial de su ejército, esta con vida, y aún viven, personajes integrantes de la Primera Junta y otros oficiales y amigos del Gran Capitán?

Nada mejor que verlo en la correspondencia de San Martín con personas de su confianza, donde aprecia lo que ha sucedido en la Argentina desde la revolución en adelante, y sobre el propio Rosas y su gobierno.

En 1829, estando en Montevideo en su único viaje de vuelta a la Patria, le escribe a Tomás Guido -ya ha sido fusilado Dorrego- en estos términos: “Las agitaciones en 19 años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido, y más que todo las difíciles circunstancias en que se halla en el día nuestro País, hacen clamar a lo general de los hombres (que ven sus fortunas al borde del precipicio, y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre), no por un cambio en los principios que nos rigen (y que en mi opinión es donde está el verdadero mal), sino por un gobierno vigoroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra, igualmente convienen (y en esto todos) que para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los partidos en cuestión desaparezca; al respecto se trata de buscar un salvador, que reuniendo al prestigio de la victoria, el concepto de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso salve la Patria de los males que la amenazan”. Al mismo Guido el 6 de abril de 1830 le dirá: “En mi opinión, el Gobierno en las circunstancias difíciles en que se ha encontrado, y que en mi concepto no han desaparecido del todo, debe si la ocasión se presenta, ser inexorable con el individuo que trate de alterar el orden, pertenezca a cualquiera de los dos partidos en cuestión; pues sí no se hace respetar por una justicia firme, e imparcial, se lo merendarán como si fuese una empanada, y lo peor del caso es que el país volverá a envolverse en nuevos males”.

Conocedor profundo de las fuerzas centrífugas de la Argentina, ve favorablemente los primeros meses del gobierno de Rosas (había asumido el 7 de diciembre de 1829), pero está alerta frente a la conocida anarquía dominante en el país hasta entonces. Veamos ahora como juzga, ya, hacia fines del primer gobierno de Rosas, a este, según una carta que le escribe a O'Higgins el 22 de diciembre de 1832. ”Ahora bien, Ud. debe calcular que habiendo resuelto morir antes que encargarme de ningún mando político, y por otra parte conociendo los hombres más influyentes en Buenos Aires, y su larga carrera de revoluciones y picardías, como las injustas imputaciones que hace a la actual administración, yo no me apresuraré a acceder a sus demandas para servir de pantalla a sus ambiciones”.

Dos años después, en carta a Tomás Guido del 1 de febrero de 1834, cuando en Buenos Aires había sobrevenido la Revolución de los Restauradores y Viamonte sustituía a Juan Ramón Balcarce, San Martín demuestra una clara visión de los problemas de la Argentina y quienes son los que la originan en los siguientes términos: “Los últimos acontecimientos han decidido el problema y en mi opinión de una manera decisiva. Demostración: El foco de las revoluciones, no solo en Buenos Aires, sino de las provincias han salido de esa Capital: en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven que de trastornos, porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es en donde un gran número no quieren vivir sino a costa del Estado y no trabajar, etc.,etc.”

El 26 de octubre de 1836, dos años del segundo gobierno de Rosas, San Martín le escribe a Guido nuevamente, en estos términos: “Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria: desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse por otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro despóticos”.

Cuando se produce la intervención francesa en el Río de la Plata, el 3 de agosto de 1838, San Martín escribe la primera carta a Rosas, ofreciendo sus servicios para hacer frente los acontecimientos bélicos que pudieran producirse. De esta primera hasta la última que escribirá el 6 de mayo de 1850, aproximadamente tres meses y medio antes de su muerte, el Libertador le escribirá en seis oportunidades al Restaurador, que a su vez responderá otras tantas veces. En una de estas cartas intercambiadas con Rosas, 10 de julio de 1839, le dice a Juan Manuel después de una larga exposición “...pero lo que no puede concebirse es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.

Producidos los acontecimientos que dieron lugar a la guerra del Paraná, con el fracaso de Francia e Inglaterra coaligadas en una flota y en objetivos políticos que no pudieron imponerse, las largas gestiones diplomáticas que sucedieron merecen, el 27 de diciembre de 1846 esta apreciación sanmartiniana en carta a Tomás Guido ”...cada vez que veo dirigirse a nuestras playas a estos políticos, a pesar de lo que se dice de los sinceros deseos que estos dos gobiernos tienen de concluir definitivamente las diferencias con nuestro país. De todos modos, yo estoy bien tranquilo en cuanto las exigencias injustas que pueden tener estos dos gabinetes, porque todas ellas se estrellarán contra la firmeza de nuestro Don Juan Manuel; por el contrario, mis temores en el día son el que esta firmeza se lleve más allá de lo razonable... En fin, Dios dé al General Rosas el acierto de conciliar la paz, y al mismo tiempo que el honor de nuestra tierra...”

Además del justo apreciar del Gran Capitán por los diversos aspectos de la gestión de gobierno, la situación de las relaciones exteriores, el carácter del pueblo y las clases más elevadas de la sociedad, demuestra sentimientos de amistad por el Restaurador, como lo demuestra el “nuestro” de esta carta, que fue compartido también por una persona de la talla de Guido.

Como documento final que demuestra la identificación que San Martín tuvo con el gobierno de Rosas en todos los aspectos, es decir, en lo político, lo económico y lo social, transcribimos los párrafos finales de la última carta que le escribe al Restaurador: “…y que como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado”.

Esta valoración final del Padre de la Patria, demuestra a su tumo que el testamento que dictara en 1844, establecía que la opinión de San Martín era inapelable respecto de la bondad del gobierno del Restaurador, y de la persona de Don Juan Manuel. Por ello fustigamos a quienes han sido los que le atribuyeron al Libertador disminución de sus facultades o intereses materiales para legarle el sable, porque semejante afirmación solo tuvo intereses políticos mezquinos y constituyeron un indigno acto de corrupción para con la Patria y sus más grandes hombres.