martes, 1 de marzo de 2016

Crónica sobre el carnaval de British Packet and Argentine News

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año X N° 38 - Marzo 2016 - Pags. 13 y 14 

 Bicentenario de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América  el  9 de Julio de 1816  


Carnaval en la época de Rosas 

Crónicas sobre el carnaval porteño publicadas en el British Packet and Argentine News

 

British Packet

En el periódico semanal, de lengua inglesa, The
British Packet and Argentine News, fundado por el inglés George Thomas Love, publicado en Buenos Aires desde 1826 a 1858 (ver ER 28 pág.4), cuya recopilación, traducción y notas fueron realizadas por Graciela Lapido y Beatriz Spota de Lapieza Elli, editado en 1976 por la Edit. Solar/Hachette de Buenos Aires, en la Colección Dimensión Argentina, bajo el título "The British Packet - De Rivadavia a Rosas 1826-1832", encontramos las siguientes crónicas sobre los carnavales en Buenos Aires, en los años 1828 a 1832, es decir durante las gobernaciones de Manuel Dorrego, Juan Lavalle y Juan M. de Rosas (en su primer período). 

De su lectura, el lector, podrá tener una idea, sobre las costumbres y las diversiones de los habitantes de la antigua y ya lejana Buenos Aires.

 

18 de febrero de 1828, N° 80

La policía ha comunicado a la población que se prohíbe arrojar agua y huevos en las calles, desde las terrazas y ventanas de las casas durante las fiestas, por ser contrario a la decencia y a las buenas costumbres; solicita que los padres de familia controlen a sus hijos y sirvientes y advierte que los contraventores serán encarcelados hasta que haya terminado el carnaval. La música, los bailes y cualquier otro entretenimiento racional serán permitidos en la plaza y en las calles. De acuerdo con la actividad demostrada por el actual jefe de policía, señor Perdriel, se descuenta que las anteriores disposiciones serán estrictamente cumplidas. Nosotros, en general, somos decididos enemigos de cuanto impida el entretenimiento de la gente, pero la práctica seguida hasta ahora de arrojar agua, huevos, etc., es indigna de una nación civilizada, Es a la vez desagradable y torpe y confiamos en el buen sentido de la población para que se suprima por completo y los encantos de la música y el baile ocupen su lugar, como en otros países. La costumbre de arrojar agua en las calles ha decrecido mucho en los últimos años y ha quedado confinada solamente al interior de unas pocas casas.

El carnaval comenzará mañana y terminará el martes. Antes, toda la "gente tranquila" se veía obligada a trasladarse al campo o a permanecer en su casa durante estos días, para evitar escenas desagradables.

 

7 de marzo de 1829, N° 135

Los encantadores deportes de esta festividad terminaron ¡gracias a Dios! la noche del martes pasado, dándonos un respiro hasta el año próximo. Los que jugaban con agua, y con cáscaras de huevo llenos de agua, tuvieron carta blanca por algunos días más de lo acostumbrado en muchos años, para infinito deleite de los admiradores de estos "elegantes" entretenimientos y completo disgusto de los que son menos refinados. Ocurrieron muchos accidentes serios; cerca de la playa, un marinero inglés recibió un pistoletazo en la cara, de un oficial de policía al que según se dijo, le había arrojado agua. El herido fue llevado al hospital. Muchachos y muchachas de toda condición, tipo y calidad, se reunieron, armados con jeringas y cáscaras de huevo cargadas, formando un grupo… (que)  Valientemente acosaban a todas las damas que se ponían a su camino. Cerca de nosotros una recibió en la cara un huevazo que la aturdió por un momento y la multitud que contemplaba la escena se rió. Las damas patrocinan y se unen a espectáculos que dejarían perplejo aún a un incivilizado neozelandés.

Cabe preguntarse si la ley no puede actuar en estos casos, dado que todos los otros medios parecen haber fracasado. Un amigo con buen humor observó que a él no le importaba una mojadura de una linda joven, pero que lo asaltaran muchachos superaba toda su paciencia, olvidando que estos personajes integran la tropa de los jugadores de Carnaval, de la cual las damas son los oficiales generales. Es bastante humillante para un hombre orgulloso ser mojado con un baldazo de agua sin poder quejarse; esto lo hace parecer muy tonto, pero debe correr ese riesgo o recluirse durante los tres días de Carnaval, como lo hacen muchos.

No pretendemos pecar de cínicos en nuestras opiniones y haríamos cualquier cosa para promover el entretenimiento de la gente, pero cualquier persona racional debe admitir que los juegos de Carnaval, como lo practican aquí, son a veces más que desagradables, brutales, porque provocan peleas y otros perjuicios. Si personas respetables los practican, no deben ser suprimidos, sino sustituidos por alguna otra recreación, que dé satisfacción a todos excepto al infatuado tirador de agua.

Las contingencias a las que hemos estado sujetos durante los juegos eran insignificantes si uno se cuidaba de apartarse, en lo posible, del "campo de las hostilidades"; nosotros, sin embargo, no escapamos enteramente; por ejemplo, el domingo por la mañana, en la calle, una dama nos tiró un huevo que nos dio en el lugar "más cercano al corazón"; demostró ser, sin embargo, un mal tiro y cayó sin hacer daño; otra dama cruzó la calle, al anochecer, y arrojó el contenido de una jarra llena de agua sobre nuestra sagrada persona, acompañándolo con la exclamación "Recuerdos de Marcelina", confundiéndonos con otro. El lunes y martes recibimos algunas pocas salpicaduras, de las que nuestra dignidad no nos permite informar.

 

27 de febrero de 1830, N° 184

El Carnaval comenzó el 21del corriente y concluyó el 23. Los que jugaron con agua fueron numerosos, tantos como los del año pasado. Esta costumbre, sin embargo, ha declinado en forma evidente en comparación con años anteriores, aunque todavía falta bastante para que quienes no gustan tener su traje mojado o recibir una andanada de huevos llenos de agua no se vean obligados a permanecer encerrados durante los tres días de Saturnalia. En estos días, las representantes del bello sexo, blanco y negro, se convierten en verdaderas Amazonas, ayudadas en este encantador deporte por el otro sexo, desafiando los reproches de los malhumorados que se han atrevido a calificar al modo de "jugar al Carnaval" en este país, como deplorable, degradante e indecente. Por nuestra parte, no siendo nativos, no tenemos ninguna opinión que ofrecer, pero, de todos modos, estaríamos de acuerdo con la respuesta de Hamlet a Horacio:

"Aunque he nacido en este país y estoy hecho a sus estilos, me parece que sería más decoroso quebrantar esta costumbre que seguirla".

Unas pocas tentativas se hicieron en el Carnaval de este año, por grupos de enmascarados, para desfilar por las calles con música, etc., como se practica en varias partes del continente europeo, pero no fueron alentados por los más civilizados, que, por el contrario, los empaparon con agua y los acosaron.

No tenemos noticia de ningún accidente grave. El último día fue, como de costumbre, el peor -perdón- el mejor de los tres días de diversión y son muchos, en esta ciudad, nativos y extranjeros, los que se regocijarían de corazón si no se repitieran nunca más. Nosotros escapamos a todas las asechanzas, excepto a un huevazo arrojado con mucha puntería desde la azotea de una casa situada sobre la playa, en momentos en que nos vanagloriábamos de haber eludido todas las emboscadas. Nuestra dignidad nos impidió acusar recibo de este tiro, aunque nos golpeó cerca de una parte vital, c'est à dire, el corazón.

 

19 de febrero de 1831, N° 235

Los tres días saturnales comenzaron el domingo y terminaron el último martes. Abundaron los huevos llenos de agua y las mojaduras.

Hombres y muchachos recorrían las calles vendiendo proyectiles.

En Montevideo "se manejan mejor estas cosas". Allí la policía previno que toda persona sorprendida arrojando estos huevazos será arrestada.

Sería perder el tiempo argumentar contra el desagradable modo de jugar al carnaval en Buenos Aires; bastará decir que hombres y mujeres de todas las clases, todos los colores y todas las edades participan de este deporte. Existe una perfecta igualdad, la gente educada se codea con la que no lo es, de tal manera que se confunden, dando lugar a un espectáculo de locura y extravagancia que asombraría aún a los salvajes.

Una cantidad de extranjeros de ambos sexos se mezcla en la batahola y son más entusiastas tiradores de agua que los nativos mismos. Esto puede sorprender a muchos, pero no por eso es menos cierto.

Muchachos, chicos y niños "ya muy crecidos" tienen 3 días de combate, los que, gracias a Dios, han concluido por este año.

Sin embargo, algunos tiros fortuitos se cambiaron la noche siguiente.

Las calles estaban muy concurridas, en especial en la vecindad de la plaza de la Victoria, y varios jóvenes, con botellas de agua perfumada, rociaban a las traviesas niñas; las que no tenían la protección de sus casas eran hermoso objeto de castigo. Pero varias de ellas estaban pertrechadas de igual modo con pequeñas botellas de agua, escondidas bajo sus chales; una batalla animada comenzó y muchos de los asaltantes fueron obligados a refugiarse en las tiendas.

Las calles, en la noche del jueves, presentaban un singular contraste con las de días anteriores.

 

Carnaval en la época de Rosas
Candombe. Pedro Figari (1)

10 de marzo de 1832, N° 290

Si Byron hubiera visto un carnaval de Buenos Aires, su musa, sin duda, se habría inclinado a denunciar su grosería.

            Nosotros, como extranjeros y extraños a estas costumbres, nos abstendremos, por el momento, de expresar la opinión que nos merecen y nos limitaremos sólo a dar los detalles. Los que participan de los juegos de carnaval en Buenos Aires han tenido tres hermosos días de batalla. Por la ley del carnaval éste no debería haber comenzado hasta el domingo pero, ya el viernes a la noche, algunos jóvenes negros y negras, como francotiradores, arrojaban agua y otros se dedicaron a hacerlo el sábado por la noche, víspera del importante día.

Durante la semana prepararon para la acción depósitos de agua y de cáscaras de huevos, bañadas en yeso. Se agregaron, del mismo modo, jeringas, como una especie de artillería para cubrir el ataque. El domingo comenzaron las operaciones activas y por la tarde rugían con considerable furia hombres y mujeres, muchachos y muchachas de todas las clases, de todos los tamaños y de todos los colores, desde el negro azabachado del Congo a otros de tinte más claro; ocupaban las azoteas, los balcones, las ventanas, etc., de casi todas las casas, arrojando agua sobre los transeúntes y recibiendo, en respuesta, descargas de huevos, en medio de la confusión y desconcierto que como se puede suponer crearía tal escena. Esto continuó el lunes y el martes. En la tarde del lunes, algunas damas de tez crepuscular, pertenecientes a una brigada que había tomado posiciones en la casa de un profesor de música, decidieron dejar su trinchera e invadieron la calle, armadas de cántaros y latas llenas de agua, con el propósito de perseguir a algunos jóvenes de su mismo color indeleble, que habían estado jugando con ellas con jeringas y con cáscaras de huevos. Fue una salida mal aconsejada, pues las bellas damiselas se vieron obligadas a retroceder, pero les cortaron la retirada y se refugiaron en el patio de nuestra residencia, adonde fueron instantáneamente seguidas por sus rivales. Una movida acción tuvo lugar entonces. Una tina con agua ubicada en el patio, se convirtió en objeto de gran disputa entre los beligerantes; las damas fueron sumergidas bien a fondo y debieron pedir clemencia. Ambas partes estaban demasiado entusiastamente trenzadas en la guerra, como para escuchar nuestros reclamos por esta intempestiva irrupción en territorio neutral, pero después de la batalla se retiraron tranquilamente, con sus armas y pertrechos.

El apasionamiento de las mujeres carnavaleras es asombroso. Les parece imposible resistir la tentación de arrojar agua y lanzarse al asalto con ardor nelsoniano.

Vimos una negra, entrada en años, a la que creeríamos incapaz de reír en toda su vida, arrojando agua sobre cada uno de los que pasaban por la calle, como si fuera algo natural, como parte de un credo o como si le hubiera sido impuesto a manera de penitencia, conservando al mismo tiempo el más impenetrable semblante.

Los huevos llenos de agua se vendían en las calles durante el carnaval. El martes por la mañana, una copiosa lluvia empañó estos deportes, pero amainó por la tarde y recomenzaron con vigor. Unos pocos enmascarados y disfrazados recorrieron las calles, pero fueron empapados. El espíritu de la mascarada parece no haber llegado a esta parte del mundo. El carnaval da lugar a una cantidad de visitas entre los jugadores, que se reúnen en una casa favorablemente ubicada para la diversión o lo que podría llamarse una posición estratégica. Si las mujeres de Buenos Aires dieran el ejemplo y se abstuvieran de esta insensata diversión de arrojar agua pronto desaparecería la costumbre.

No hemos sabido que ocurriera ningún percance. Esto, por lo menos honra a Buenos Aires, considerando lo agitado y rudo del juego. Nos sentimos muy felices cuando llegó el martes y la máscara de la noche se cerró sobre esta escena tan incivil, al menos por este año.

No tenemos motivos para quejamos de ninguna agresión durante la campaña, salvo unos pocos huevos que nos fueron arrojados, pero erraron la puntería; recibimos algunas ligeras salpicaduras, principalmente cuando nuestra casa se convirtió en campo de batalla, como relatamos más arriba.

(1) Candombe. Óleo sobre cartón (60 x 80,5 cm, Circa 1922-33) de Pedro Figari. Museo Histórico Nacional de Montevideo.