domingo, 1 de diciembre de 2013

El atentado a la Iglesia de San Ignacio

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VIII N° 29 - Diciembre 2013 - Pag. 15 

 El atentado a la Iglesia de San Ignacio

Por la Prof. Beatriz C. Doallo

Frente de la Iglesia de San Ignacio. Reparto de velas para las fiestas de San Martín. Gouache de Léoni Mathis.


Días atrás la ciudadanía de nuestro país, consternada y al margen del credo religioso que profesara cada uno de sus integrantes, tomó conocimiento de un episodio que indigna: la Iglesia de San Ignacio, sita en Bolívar 225 esquina Alsina, en la ciudad de Buenos Aires, había sido objeto de un ataque vandálico. Un grupo de estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires se introdujo en la Iglesia por un túnel que la une a dicho colegio y cometió destrozos, hizo pintadas agraviantes en piso y paredes y quemó un altar. Los jóvenes autores de este ultraje fracasaron en su intención de incendiar el templo, propósito evidenciado por el combustible líquido que arrojaron sobre los bancos. 

La Iglesia de San Ignacio constituye el límite norte del Colegio Nacional Buenos Aires, con el que tiene comunicación interna por varios túneles. Esta circunstancia era, al parecer, desconocida por los estudiantes compañeros de Miguel Cané, dado que en su gratísimo libro de recuerdos “Juvenilia” no la menciona entre las estratagemas realizadas para escapar del colegio. 

El templo se comenzó a construir en 1710; sirvió como Catedral provisoria y fue importante escenario de la lucha durante las invasiones inglesas. Allí se atrincheró en 1811 el Regimiento de Patricios a causa de la “rebelión de las trenzas”, cuando jefes y soldados se negaron a cumplir la orden del gobierno de cortarse las coletas que usaban como distintivo.

No es el ocurrido hace pocos días el primer atentado que sufre esta Iglesia.

En febrero de 1875, durante el gobierno del Dr. Nicolás Avellaneda, el Arzobispo de Buenos Aires Federico Aneiros la entregó oficialmente a la Orden de San Ignacio de Loyola. Esto originó una campaña liberal contra los jesuitas, que derivó en violenta protesta de un sector de la población. El 25 de febrero unas mil personas al grito de “¡Abajo el Obispo!” y “¡Abajo los jesuitas!” irrumpieron en la Curia Eclesiástica ocasionando importantes destrozos. Reprimidos por la policía, los manifestantes se encaminaron a la Iglesia de San Ignacio, ingresaron rompiendo las puertas de la sacristía y destruyeron bancos y ornamentos. Nuevamente asediados por la fuerza policial, abandonaron el templo y se dirigieron al Colegio del Salvador, perteneciente a la orden jesuita y sito en la manzana comprendida por las calles Riobamba, Lavalle, Tucumán y Callao. Allí forzaron puertas y ventanas y, ya dentro del edificio, cometieron saqueos en los dormitorios, la capilla y las cocinas. En el transcurso del ataque resultaron lesionados tres sacerdotes, que debieron huir para salvar sus vidas. La violenta turba apiló muebles y les prendió fuego, originando un pavoroso incendio; afortunadamente, las llamas no alcanzaron a la valiosa Biblioteca.

Un batallón de la Guardia Nacional acudió en refuerzo de la policía, y la refriega que siguió tuvo como saldo un muerto y varios heridos entre los saqueadores. Ante la magnitud de los hechos el presidente Avellaneda decretó el estado de sitio en la ciudad y convocó a un millar de Guardias Nacionales para garantizar el orden. Una colecta pública y la ayuda financiera del gobierno hicieron posible la reconstrucción del colegio y la reparación de los daños sufridos por la Iglesia de San Ignacio. La justicia absolvió a los manifestantes detenidos en número de setenta y ocho; la campaña contra la entrega de la Iglesia a la Orden de los jesuitas continuó, pero ya no hubo más disturbios. 

Es de esperar que los jóvenes que perpetraron el reciente atentado contra el templo hayan comprendido, aunque tardíamente, que les es necesario aprender y poner en práctica los valores morales que los convertirán en ciudadanos dignos.