Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 7 - Junio 2008 - Pag. 16
General Ignacio H. Fotheringham |
Anécdotas
“Cállese,
cállese... No hable usted así del mejor hombre que haya yo conocido”
Relato del General Ignacio Hamilton Fotheringham, en sus memorias “La vida de un soldado o Reminiscencias de las Fronteras”.
Los señores Juan
Nepomuceno Terrero e hijos (la firma social del año 1864), poseían varias
estancias con muchas leguas de campo flor. ¡Qué espléndidas fincas! Hoy habrán pasado
a manos ajenas, tal vez a dueños extranjeros.
"Los Cerrillos",
la antigua guarida de don Juan Manuel, era el establecimiento principal: llena
de recuerdos de ese hombre misterioso que, a pesar de tanto historiador, hoy
nadie conoce bien y yo menos que nadie.
Allá en mi tierra,
en mi pueblo (Southampton) lo creíamos un general español desterrado por
asuntos de alta política. Un hermoso tipo, de aspecto varonil y enérgico. Vivía
en The Crescent, frente a la casa de familia de Lawe, muy amiga nuestra. Una gran mansión de aspecto
serio, silencioso y triste. Nada de ruidos. Más tarde me han referido muchas
anécdotas a su respecto.
Al venirme, su
"Doña Manuelita" me regaló una hermosa frazada, grande, abrigada, con
un letrero central en bordado rojo: Federación o Muerte, Independencia.
Rosas. Viva Manuelita. La conservé por mucho tiempo. Pero, resuelto a decir
la verdad, aunque con vergüenza, confieso que la cambié en Paso de
Tirano, déspota,
sanguinario... No lo niego, pero no lo afirmo. La pobreza en que vivía,
demostraba, por lo menos, que era hombre honrado. Y un hombre honrado no puede
ser un hombre perverso...
Años después, en
1885, me encontré en Southampton con mi mujer y dos hijos mayores, Inés y
Roberto, de once y diez años, respectivamente.
El primero que me vino a visitar al Hotel Radley, fue Mr.
Mount, nuestro antiguo capellán, el viejo sacerdote que me bautizó y me bendijo
al venirme, agregando: "Que tus ovejas, Ignacio, cubran las montañas del
nuevo mundo…” Nunca pudo suponer el final
dramático de mi tentativa de estanciero ni que mis ovejas desaparecerían
substituidas por... una espada. Vino, pues, y nos invitó a comer. Fuimos. Sobre
la chimenea de su modesto comedor había una hermosa talladura de flores en
marfil, bajo gran fanal de cristal.
-Qué
hermoso - dije.
-Ah,
si -contestó-, me la regaló el general Rosas... Y yo:
- Un tirano sanguinario y criminal y…
- Cállese,
cállese... -replicó-. No hable usted así del mejor hombre que haya yo conocido:
caritativo, bondadoso, lleno de todas las virtudes cristianas.
Pues.
¿en qué quedamos?... Todavía está uno por saber qué es la historia.
"Cobarde, tú dormías”…le dice Mármol en su tremenda oda...
Y
conozco otro cuento al caso... Todos mis cuentos son fidedignos y garantidos.
En plena batalla de Caseros, el éxito era aún dudoso. Rosas hablando con un
jefe principal: "Mire, mire, esa caballería que avanza allá por la
izquierda nos va a j...' (¡Perdón por la mala letra!) En ese momento pasa un
bizarro soldado de caballería, gorra de manga, lanza, lazo y boleadoras.
"Párese amigo…", dice Rosas. Bajóse el centauro. "Traiga las
boleadoras. (Las midió con los brazos abiertos). Un poco cortas -dijo-. A caballo
y dispare" -le gritó al soldado. De un brinco en la silla y a todo
escape... Pero no hubo escape, pues con la habilidad suma sorprendente de que
estaba dotado "el primer jinete", el "primer gaucho argentino",
revoleando las boleadoras las lanzó con mano certera por encima del cráneo del
jinete y boleando el caballo de las manos, lo hizo rodar; pero el paisano,
sonriéndose, salió de pie, las riendas empuñadas… "Por lo menos -dijo
Rosas- todavía tengo el pulso bueno".
Ya
mí me parece que ningún "cobarde" haría tal hazaña.
Afuera de
Southampton, en Shirley, tenia Rosas un pequeño farm o estancia. Cuatro
vacas, algunas ovejas, pocos caballos: Los Cerrillos en miniatura, como
para recordar, acaso, a la patria. En su salón, allá en la casa de The
Crescent, tenia dos grandes sillones rojos; él ocupaba uno, el mismo
siempre y a la visita que intentaba sentarse en el otro, la detenía con un… "Dispense,
no se siente en ese sillón, pues espero al general Urquiza... "
En
las carreras o cacerías del zorro, en Inglaterra, montaba en soberbios caballos
que le prestaba lord Palmerston. Una vez rodó y salió corriendo... Asombro
general. En otra ocasión enlazó un ciervo por las astas. Otra vez asombro.
Nunca, jamás, iba a la iglesia, la única iglesia católica que había en
Southampton y, sin embargo, el viejo cura lo calificaba de "hombre lo más
bueno". Habrá que escribir sin pasión la historia de Rosas.
(1) Durante la guerra contra el Paraguay
IGNACIO
HAMILTON FOTHERINGHAM, nació en 1842 en Southampton, (ciudad donde
viviría exiliado Rosas a partir de 1852), en el sur de Inglaterra. Hijo de
familia católica emigró a