sábado, 1 de marzo de 2008

San Martín y el bloqueo francés

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pag. 3 


SAN MARTIN Y EL BLOQUEO FRANCÉS

Al momento de producirse la agresión francesa –mediante el bloqueo impuesto al puerto de Buenos Aires– el General San Martín, a la sazón exiliado en Francia, donde vivía en la localidad de Grand Bourg, próxima a París, envió a Juan Manuel de Rosas, la primera de sus cartas, fechada el 5 de agosto de 1938, iniciándose así entre ambos Padres de la Patria, una amistad que se extendería hasta la muerte del Libertador –ocurrida el 17 de agosto de 1850–. 

Esa primera carta decía:

"Muy señor mío y respeta­ble general:
Separado voluntariamente de todo mando público el año 23 y retirado en mi chacra de Mendoza, siguiendo por inclinación una vida retirada, creía que este sistema, y más que todo mi vida pú­blica en el espacio de diez años, me pondrían a cubier­to con mis compatriotas de toda idea de ambición a nin­guna especie de mando; me equivoqué en mi cálculo –a los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires (Martín Ro­dríguez y Bernardino Rivada­via) , no sólo me formó un bloqueo de espías, entre ellos a uno de mis sirvientes, si­no que me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tra­tando al mismo tiempo de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las pro­vincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a quienes en general no cono­cía ni aun de vista, hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenia otro objeto que el de derri­bar a la administración de Buenos Aires, y para corro­borar esta idea mostraban (con una Imprudencia poco común) cartas que ellos su­ponían les escribía. Lo que dejo expuesto me hizo cono­cer que mi posición era fal­sa y que, por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstan­cias, resolví venir a Europa, esperando que mi país ofre­ciese garantías de orden pa­ra regresar a él; la época la creí oportuna en el año 29: a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la gue­rra civil (revolución de Lavalle); preferí un nuevo ostracismo a tomar ninguna parte en sus disensiones, pe­ro siempre con la esperanza de morir en su seno.

Desde aquella época, seis años de males no interrum­pidos han deteriorado mi constitución, pero no mi mo­ral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me ex­plicaré:

He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis cir­cunstancias y la de que no se fuese a creer que me su­pongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de de­licadeza que usted sabrá va­lorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días des­pués de haberlas recibido me pondré en marcha para ser­vir a la patria honradamen­te, en cualquier clase que se me destine. Concluída la guerra, me retiraré a un rin­cón –esto es si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a Eu­ropa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer–. He aquí, general, el objeto de esta carta. En cualquiera de los dos casos –es decir, que mis servicios sean o no aceptados–, yo tendré siempre una completa sa­tisfacción en que usted me crea sinceramente su apa­sionado servidor y compa­triota, que besa su mano”

JOSE DE SAN MARTlN



Juan Manuel de Rosas le contesta

“Señor brigadier general Don José de San Martín.
Buenos Aires, enero 24 de 1839.



Apreciable general y distinguido compatriota:

Al leer su muy estimable, fecha 5 de agosto último, he tenido el mayor placer, considerando por todo su contexto los nobles y generosos sentimientos de que se halla usted animado por la libertad y gloria de nuestra patria. Mi satisfacción habría sido completa, si me hubiese sido posible excusar el recuerdo de los funestos sucesos que lo obligaron a retirarse de este país, y que nos han privado, por tanto tiempo, de sus importantes servicios; pero ¡quién sabe si esto mismo, desmintiendo la maledicencia de sus enemigos, ha mejorado su posición para que sean más estimables los que haga a esta República en lo sucesivo!

Con efecto; el tiempo y los acontecimientos, considerados en su origen, relaciones y consecuencias, suelen ser la mejor antorcha contra las falsas ilusiones que producen la ignorancia, la preocupación y las pasiones. Felicito a usted por el acierto con que ha sabido hacer conocer la injusticia de sus perseguidores, y le doy lleno de contento las más expresivas gracias por la noble y generosa oferta que se sirve hacerme de sus servicios a nuestra patria en la guerra contra los franceses; pero aceptándola con el mayor gusto como desde luego la acepto, para el caso que sean necesarios, debo manifestarle que por ahora no tengo recelo de que suceda tal guerra, según lo espero por la mediación de la Inglaterra, y notorios perjuicios a las demás potencias neutrales; y, por lo mismo, al paso que me sería grato que usted se restituyese a su patria, por tener el gusto de concluir en ella los últimos días de su vida, me sería muy sensible que se molestase en hacerlo, sufriendo las incomodidades y peligros de la navegación, por el sólo motivo de la guerra que probablemente, no se verificará; y mucho más cuando concibo que, permaneciendo usted en Europa, podrá prestar en lo sucesivo a ésta República sus buenos servicios en Inglaterra o Francia.

Al hacer a usted esta franca manifestación, solo me propongo darle una prueba del alto aprecio que me merece la importancia de su persona, recordando lo mucho que debe a sus afanes y desvelos la independencia de esta República, como también las de Chile y Perú; mas no exigir a usted nin­guna clase de sacrificio que le sea penoso, ni menos que se prive del placer que po­drá tener en volver cuanto antes a ésta su patria, en donde su presencia nos se­ría muy grata a todos los pa­triotas federales.

Los adjuntos cuadernos im­presos darán a usted una idea de los sucesos de este país de 1838.

Que Dios conceda a usted la mejor salud y ventura, es el voto constante de su muy atento servidor y compatriota.

JUAN M. DE ROSAS


La segunda carta del General San Martín:

“Exmo. Sr. Capitán general D. Juan M. de Rosas.
Grand Bourg, 7 leguas de Pa­rís, 10 de junio de 1839.

Respetable general y señor:

Es con una verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de éstos por los hombres de bien, es la recompensa más satisfactoria que uno puede recibir.

Los impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme me han puesto al corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés: confieso a usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimiento de Justicia, para mirar con indiferencia un tal violento abuso del poder; por otra parte, la conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándole el nombre de verdaderos revo­lucionarios; ella no pertene­ce a un gobierno fuerte y ci­vilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de Representantes no ha habido un solo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro go­bierno, para proceder de un modo tan violento como injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacio­nal, cuando puede ejercerse impunemente contra un Es­tado débil o a la falta de ex­periencia en el gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pe­ro lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extran­jero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer des­aparecer.

Me dice en su apreciable que mis servicios pueden ser de utilidad a nuestra patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor sa­tisfacción; pero, y faltaría a la confianza con que usted me honra, si no le manifes­tase, que destinado a las ar­mas desde mis primeros años, ni mi educación, ins­trucción ni talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito pue­de depender la felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una bue­na voluntad fuesen suficien­tes para corresponder a tal confianza, usted puede con­tar con ambas cosas con toda seguridad; pero estos deseos son nulos si no los acompañan otras cualidades.

Deseo a usted acierto en to­do y una salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota”.

JOSE DE SAN MARTIN