Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pag. 3
Al
momento de producirse la agresión francesa –mediante el bloqueo
impuesto al puerto de Buenos Aires– el General San Martín, a la
sazón exiliado en Francia, donde vivía en la localidad de Grand
Bourg, próxima a París, envió a Juan Manuel de Rosas, la primera
de sus cartas, fechada el 5 de agosto de 1938, iniciándose así
entre ambos Padres de la Patria, una amistad que se extendería hasta
la muerte del Libertador –ocurrida el 17 de agosto de 1850–.
Esa
primera carta decía:
"Muy
señor mío y respetable general:
Separado
voluntariamente de todo mando público el año 23 y retirado en mi
chacra de Mendoza,
siguiendo por inclinación una vida retirada, creía que este
sistema, y más que todo mi vida pública en el espacio de diez
años, me pondrían a cubierto con mis compatriotas de toda idea
de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué en mi
cálculo –a los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que,
en aquella época, mandaba en Buenos Aires (Martín Rodríguez y
Bernardino Rivadavia) , no sólo me formó un bloqueo de espías,
entre ellos a uno de mis sirvientes, sino que me hizo una guerra
poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al
mismo tiempo de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las
provincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a
quienes en general no conocía ni aun de vista, hacían circular
la absurda idea que mi regreso del Perú no tenia otro objeto que el
de derribar a la administración de Buenos Aires, y para
corroborar esta idea mostraban (con una Imprudencia poco común)
cartas que ellos suponían les escribía. Lo que dejo expuesto
me hizo conocer que mi posición era falsa y que, por
desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la
independencia, para esperar gozar en mi patria, por entonces, la
tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstancias,
resolví venir a Europa, esperando que mi país ofreciese
garantías de orden para regresar a él; la época la creí
oportuna en el año 29: a mi llegada a Buenos Aires me encontré con
la guerra civil (revolución de Lavalle); preferí un nuevo
ostracismo a tomar ninguna parte en sus disensiones, pero
siempre con la esperanza de morir en su seno.
Desde
aquella época, seis años de males no interrumpidos han
deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos de
ser útil a nuestra patria; me explicaré:
He
visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno
francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados
de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me
impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no
se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por
un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted
me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días
después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir
a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine.
Concluída la guerra, me retiraré a un rincón –esto es si mi
país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a
Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la
patria que me vio nacer–. He aquí, general, el objeto de esta
carta. En cualquiera de los dos casos –es decir, que mis servicios
sean o no aceptados–, yo tendré siempre una completa satisfacción
en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y
compatriota, que besa su mano”
JOSE DE SAN MARTlN
“Señor
brigadier general Don José de San Martín.
Buenos
Aires, enero 24 de 1839.
Apreciable
general y distinguido compatriota:
Al
leer su muy estimable, fecha 5 de agosto último, he tenido el mayor
placer, considerando por todo su contexto los nobles y generosos
sentimientos de que se halla usted animado por la libertad y gloria
de nuestra patria. Mi satisfacción habría sido completa, si me
hubiese sido posible excusar el recuerdo de los funestos sucesos que
lo obligaron a retirarse de este país, y que nos han privado, por
tanto tiempo, de sus importantes servicios; pero ¡quién sabe si
esto mismo, desmintiendo la maledicencia de sus enemigos, ha mejorado
su posición para que sean más estimables los que haga a esta
República en lo sucesivo!
Con
efecto; el tiempo y los acontecimientos, considerados en su origen,
relaciones y consecuencias, suelen ser la mejor antorcha contra las
falsas ilusiones que producen la ignorancia, la preocupación y las
pasiones. Felicito a usted por el acierto con que ha sabido hacer
conocer la injusticia de sus perseguidores, y le doy lleno de
contento las más expresivas gracias por la noble y generosa oferta
que se sirve hacerme de sus servicios a nuestra patria en la guerra
contra los franceses; pero aceptándola con el mayor gusto como desde
luego la acepto, para el caso que sean necesarios, debo manifestarle
que por ahora no tengo recelo de que suceda tal guerra, según lo
espero por la mediación de la Inglaterra, y notorios perjuicios a
las demás potencias neutrales; y, por lo mismo, al paso que me
sería grato que usted se restituyese a su patria, por tener el
gusto de concluir en ella los últimos días de su vida, me sería
muy sensible que se molestase en hacerlo, sufriendo las incomodidades
y peligros de la navegación, por el sólo motivo de la guerra que
probablemente, no se verificará; y mucho más cuando concibo que,
permaneciendo usted en Europa, podrá prestar en lo sucesivo a ésta
República sus buenos servicios en Inglaterra o Francia.
Al
hacer a usted esta franca manifestación, solo me propongo darle una
prueba del alto aprecio que me merece la importancia de su persona,
recordando lo mucho que debe a sus afanes y desvelos la independencia
de esta República, como también las de Chile y Perú; mas no exigir
a usted ninguna clase de sacrificio que le sea penoso, ni menos
que se prive del placer que podrá tener en volver cuanto antes
a ésta su patria, en donde su presencia nos sería muy grata a
todos los patriotas federales.
Los
adjuntos cuadernos impresos darán a usted una idea de los
sucesos de este país de 1838.
Que
Dios conceda a usted la mejor salud y ventura, es el voto constante
de su muy atento servidor y compatriota.
JUAN M. DE ROSAS
La
segunda carta del General San Martín:
“Exmo.
Sr. Capitán general D. Juan M. de Rosas.
Grand
Bourg, 7 leguas de París, 10 de junio de 1839.
Respetable
general y señor:
Es
con una verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24
de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis
servicios merecen; de todos modos, la aprobación de éstos por los
hombres de bien, es la recompensa más satisfactoria que uno puede
recibir.
Los
impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme me han puesto al
corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia
con el gobierno francés: confieso a usted, apreciable general, que
es menester no tener el menor sentimiento de Justicia, para mirar con
indiferencia un tal violento abuso del poder; por otra parte, la
conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en
la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándole el nombre de
verdaderos revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno
fuerte y civilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares,
ni en la de Representantes no ha habido un solo individuo que haya
exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro
gobierno, para proceder de un modo tan violento como injusto:
esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando
puede ejercerse impunemente contra un Estado débil o a la falta
de experiencia en el gobierno representativo y a la ligereza
proverbial de esta nación; pero lo que no puedo concebir es el
que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan
al extranjero para humillar su patria y reducirla a una
condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación
española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer
desaparecer.
Me
dice en su apreciable que mis servicios pueden ser de utilidad a
nuestra patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor
satisfacción; pero, y faltaría a la confianza con que usted me
honra, si no le manifestase, que destinado a las armas
desde mis primeros años, ni mi educación, instrucción ni
talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito
puede depender la felicidad de nuestro país; si un sincero
deseo del acierto y una buena voluntad fuesen suficientes
para corresponder a tal confianza, usted puede contar con ambas
cosas con toda seguridad; pero estos deseos son nulos si no los
acompañan otras cualidades.
Deseo
a usted acierto en todo y una salud cumplida, igualmente el que
me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota”.
JOSE DE SAN MARTIN