REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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¿Qué había sucedido, exactamente? La noche anterior se celebró
un banquete para conmemorar el triunfo memorable de Suipacha, victoria
conseguida semanas antes, en noviembre. Ignacio Núñez, un joven de militancia
morenista y conocido por su antipatía hacia Saavedra, cuenta en sus Noticias
Históricas que el secretario de la Junta no pudo ingresar en el banquete, negándose
a pedir el permiso correspondiente al centinela. Al rato se enteró del brindis
de un tal Atanasio Duarte, quien algo excedido de copas, tomó una corona de
dulce y la colocó en la cabeza de la esposa de Saavedra (de la esposa, no del presidente),
farfullando: “¡Viva el Emperador de América!”.
Moreno tomó su pluma y redactó el injustamente famoso
decreto: “Se prohíbe todo brindis, viva o aclamación pública en favor de
individuos particulares de la Junta. Si estos jóvenes son justos, vivirán en el
corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian bocas que han sido profanadas
con elogios de los tiranos.
“No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos,
por la gloria de nuestras armas y por objetos generales concernientes a la
pública felicidad.
“Toda persona que brindase por algún individuo
particular de la Junta será desterrado por seis años.
“Habiendo echado un brindis don Atanasio Duarte, con que
ofendió la probidad del presidente y atacó los derechos de la patria, debía
perecer en un cadalso; por el estado de embriaguez en que se hallaba, se le
perdona la vida; pero se le destierra perpetuamente de esta ciudad, porque un
habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la
libertad de su país.”
Este decreto es la expresión de un seudo sentido democrático
irrisorio, que incluso rozaba el ridículo. No hay que olvidar que Mariano
Moreno se caracterizaba -a pesar de su ausencia en las Invasiones Inglesas y de
sus dudas el mismo 25 de Mayo de 1810- por un jacobinismo que más tarde,
desaparecido él mismo, recogieran Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo,
con actos de verdadero terrorismo, como se los denominaría en el siglo en que
vivimos.
El estilo grotesco del decreto de marras -tan absurdamente
elogiado prácticamente por todos los historiadores- se aprecia en toda su
amplitud en la citada frase: “No se podrá brindar sino por la patria, por sus
derechos, por la gloria de nuestras armas y por objeto generales concernientes
a la pública felicidad”. Y se extendía la expresión chocarrera: “Desde este día
queda concluido todo ceremonial de iglesia con las autoridades civiles; éstas
no concurren al templo a recibir incienso, sino a tributarlos al Ser Supremo”.
El jacobismo terrorista de Mariano Moreno se multiplicó en
numerosos documentos, como las instrucciones de la Junta de Gobierno, cuyo
estilo es inequívocamente moreniano. Más allá de quién haya sido el responsable
de su muerte, es indudable que su vocación revolucionaria antidemocrática tuvo
que haber exasperado a sus compañeros de gobierno.
Así, cuando la conjura cordobesa inmediatamente posterior a
la revolución de Mayo fue debelada, el secretario de la Junta justificó sus
métodos de 1789: “*... como los revolucionarios franceses (...) cuando lo exige
la salvación de la patria, debe sacrificarse sin reparo hasta el ser más
querido”. Parece explicable, entonces, que extinguida su estrella, Cornelio
Saavedra haya dejado por escrito su opinión terminante: “El sistema
robesperriano que se quería adoptar en ésta, la imitación de la Revolución
Francesa que intentaba tener por modelo, gracias a Dios que ha desaparecido”.
Claro que no desaparecería para siempre, porque algunos
fantasmas del pasado suelen tener el capricho de regresar.