lunes, 17 de mayo de 2021

Mariano Moreno - Decreto de supresión de honores

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Encontramos este artículo que fue publicado en el diario La Prensa el 6 de diciembre de 2009, en la columna "Los fantasmas del pasado" de Armando Alonso Piñeiro, sobre el Decreto de supresión de honores. 

Grotesco estilo de un decreto
por Armando Alonso Piñeiro 

Decreto de supresión de honores
Óleo sobre tela pintado por Pedro Subercaseaux



Ayer se cumplieron prácticamente dos siglos -en realidad, 199 años- del famoso decreto de supresión de honores dictado por Mariano Moreno para oponerse al presidente de la Junta de Gobierno, Cornelio Saavedra. Ello ocurrió al día siguiente de un episodio sin importancia, pero exagerado por sus contemporáneos y agigantado por la posteridad, ocurrido en el Cuartel de Patricios.

¿Qué había sucedido, exactamente? La noche anterior se celebró un banquete para conmemorar el triunfo memorable de Suipacha, victoria conseguida semanas antes, en noviembre. Ignacio Núñez, un joven de militancia morenista y conocido por su antipatía hacia Saavedra, cuenta en sus Noticias Históricas que el secretario de la Junta no pudo ingresar en el banquete, negándose a pedir el permiso correspondiente al centinela. Al rato se enteró del brindis de un tal Atanasio Duarte, quien algo excedido de copas, tomó una corona de dulce y la colocó en la cabeza de la esposa de Saavedra (de la esposa, no del presidente), farfullando: “¡Viva el Emperador de América!”.

Moreno tomó su pluma y redactó el injustamente famoso decreto: “Se prohíbe todo brindis, viva o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. Si estos jóvenes son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian bocas que han sido profanadas con elogios de los tiranos.

No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas y por objetos generales concernientes a la pública felicidad.

Toda persona que brindase por algún individuo particular de la Junta será desterrado por seis años.

“Habiendo echado un brindis don Atanasio Duarte, con que ofendió la probidad del presidente y atacó los derechos de la patria, debía perecer en un cadalso; por el estado de embriaguez en que se hallaba, se le perdona la vida; pero se le destierra perpetuamente de esta ciudad, porque un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país.”

Este decreto es la expresión de un seudo sentido democrático irrisorio, que incluso rozaba el ridículo. No hay que olvidar que Mariano Moreno se caracterizaba -a pesar de su ausencia en las Invasiones Inglesas y de sus dudas el mismo 25 de Mayo de 1810- por un jacobinismo que más tarde, desaparecido él mismo, recogieran Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, con actos de verdadero terrorismo, como se los denominaría en el siglo en que vivimos.

El estilo grotesco del decreto de marras -tan absurdamente elogiado prácticamente por todos los historiadores- se aprecia en toda su amplitud en la citada frase: “No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas y por objeto generales concernientes a la pública felicidad”. Y se extendía la expresión chocarrera: “Desde este día queda concluido todo ceremonial de iglesia con las autoridades civiles; éstas no concurren al templo a recibir incienso, sino a tributarlos al Ser Supremo”.

El jacobismo terrorista de Mariano Moreno se multiplicó en numerosos documentos, como las instrucciones de la Junta de Gobierno, cuyo estilo es inequívocamente moreniano. Más allá de quién haya sido el responsable de su muerte, es indudable que su vocación revolucionaria antidemocrática tuvo que haber exasperado a sus compañeros de gobierno.

Así, cuando la conjura cordobesa inmediatamente posterior a la revolución de Mayo fue debelada, el secretario de la Junta justificó sus métodos de 1789: “*... como los revolucionarios franceses (...) cuando lo exige la salvación de la patria, debe sacrificarse sin reparo hasta el ser más querido”. Parece explicable, entonces, que extinguida su estrella, Cornelio Saavedra haya dejado por escrito su opinión terminante: “El sistema robesperriano que se quería adoptar en ésta, la imitación de la Revolución Francesa que intentaba tener por modelo, gracias a Dios que ha desaparecido”.

Claro que no desaparecería para siempre, porque algunos fantasmas del pasado suelen tener el capricho de regresar.