miércoles, 1 de marzo de 2017

La mano blanca de Marcó del Pont

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XI N° 42 - Marzo 2017 - Pag. 15 


La blanca mano de Marcó del Pont

José de San Martín





Francisco Casimiro Marcó del Pont Díaz Ángel y Méndez, nació en Vigo, Espeña en 1770 y falleció en las provincias Unidas del Río de la Plata en 1819, donde se encontraba prisionero. Fue el último de los gobernadores de la Gobernación de Chile

 




            Cuando Álvarez Condarco en diciembre de 1816, se presentó ante Marcó del Pont -caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, de la de San Hermegildo y de Isabel la Católica-, para entregarle el oficio que le había dirigido el general San Martín, anoticiándolo de la firma del Acta de la Independencia, el militar español le dijo al emisario, más o menos, lo siguiente: "Yo firmo con mano blanca, y no como la de vuestro general, que es negra", haciendo alusión de esa forma a lo que ellos consideraban como una traición de San Martín, por haber desertado de la causa de España, para venir a servir a la revolución americana.

            Dos meses después, cuando ya había sido tomado prisionero y conducido a Santiago, al Palacio Episcopal, que ocupaba San Martín, fue  llevado a presencia de su vencedor, estaba vestido con uniforme de teniente general, calzón corto, medias de seda, zapatos de terciopelo con hebillas de oro, un poncho corto y un sombrero muy fino, mientras que el general patriota lo recibió vestido muy simplemente con su levita azul.

            El capitán José Aldao, quien lo había tomado prisionero, se dirigió a su Jefe: "Excelentísimo señor: tengo el honor de presentar a Vuestra Excelencia al Teniente General Don Francisco Marcó del Pont, Presidente de Chile, prisionero de las armas de la Patria".

            El general San Martín, se acercó entonces al prisionero y le dijo: "A ver esa blanca mano, Señor Don Francisco Marcó"; éste al verse sorprendido por esas palabras, balbuceó una respuesta .

            Después de abrazarlo para tranquilizarlo y de un buen rato de conversación, San Martín le manifestó que se encontraba entre caballeros que respetaban el derecho de guerra y que nada debía temer por su seguridad personal y custodiado de dos edecanes lo hizo conducir al Consulado donde se habían preparado unas habitaciones para su alojamiento.