Publicado en el Periódico El Restaurador - Año X N° 38 - Marzo 2016 - Pags. 10 a 12
Bicentenario de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América el 9 de Julio de 1816
Carnaval en la época de Rosas
por Norberto
Jorge Chiviló
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Candombe. Pedro Figari (1) |
Se llama carnaval -también conocido
como carnestolendas- a la fiesta popular que tiene lugar durante los tres días anteriores
al Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma cristiana.
En los cuarenta días de la Cuaresma
que preceden al Sábado Santo, los cristianos se preparan -con actos de
penitencia y reflexión- para la celebración de la Pascua, fecha esta que se
fija teniendo en cuenta determinadas posiciones del sol y la luna y por ello la
fecha varía cada año en el calendario, por lo cual el inicio de la Cuaresma y
el carnaval tienen lugar entre los meses de febrero o marzo.
Es una fiesta de permisividad y
descontrol que tiene su origen en las fiestas paganas romanas llamadas
bacanales o saturnales, que se realizaban en honor a los dioses, como Baco dios
del vino y Saturno. En esos días los esclavos eran liberados de sus
obligaciones y tenían ciertas libertades. Esas fiestas se extendieron luego a
toda Europa.
Algunos historiadores remontan el
origen de la festividad a Egipto y Sumeria, miles de años antes del inicio de
la era cristiana.
El carnaval, se llama así a partir
del cristianismo, ya que como fiesta de diversión y descontrol fue admitida
como compensación a los sacrificios que la Cuaresma exigía a los creyentes.
Lo que se podría llamar el carnaval
moderno apareció en Italia durante la Edad Media, donde consistía
principalmente en fiestas realizadas en las calles, con desfiles de disfraces y
máscaras que usaban los participantes para no ser reconocidos.
El carnaval en la Gran Aldea
Con la llegada de españoles y
portugueses al nuevo continente a fines del siglo XV y principios del XVI, la
costumbre se instaló también aquí.
En Buenos Aires, los bailes con
disfraces y máscaras allá por 1771, por disposición del gobernador Juan José de
Vértiz y Salcedo, se desarrollaron en La
Ranchería, construcción de madera y paja, que fue el primer teatro con el que
contó la incipiente ciudad.
Algunos excesos en las diversiones
carnavalescas, molestaron a algunos habitantes, quienes se dirigieron en queja
al mismísimo Carlos III, rey de España, quien expidió dos reales órdenes, una
de las cuales prohibía los bailes y por la otra encomendaba al gobernador
prevenir y reprimir el "escandaloso desarreglo de costumbres", que
tales bailes ocasionaban.
Vértiz apeló, invocando que en
España, los bailes no estaban prohibidos y que él no había advertido que se
hubieren producido actos escandalosos o contrarios a la moral.
Tres años después Carlos III hizo
saber al virrey que los bailes de carnaval en La Ranchería debían concluir.
Pero esas medidas no significaron el
fin de las fiestas carnavalescas.
También el hecho de que en el
hemisferio sur, los carnavales se daban en el verano, se popularizaron los juegos
con agua.
Ésta sacada del pozo o del aljibe, era
acopiada desde días antes a la fiesta y en esos días, era arrojada desde las
azoteas o desde las ventanas con jarras, baldes, cántaros, latas, jeringas de
desproporcionadas dimensiones, vejigas y otros utensillos que fueran aptos para
tal fin. Pero no siempre se utilizaba el agua limpia, ya que a veces se usaba
también aguas servidas o con basura. También se usaron huevos hechos de cera, o
bien de gallina, de pato o de avestruz, vaciados y luego llenados con agua y
perfume, llamadas "aguas de olor", que eran los objetos más
"finos" que se utilizaban en la ocasión. La diversión no estaba
exenta de excesos, ya que los huevos muchas veces eran arrojados sin vaciar, es
decir tal como los proveía la naturaleza o aún podridos… o llenados con aguas sucias
o fétidas… o aún cocidos. La harina y las cenizas eran también infaltables en
las lides carnavalescas.
En esos días de fiesta, los
aguateros eran muy solicitados para la provisión del "vital" líquido.
Toda persona que se aventuraba a
salir a la calle recibía los inevitables
baldazos de agua u otros elementos con las mojaduras y enchastres
consiguientes y que puede el lector imaginarse, ello no obstante las
advertencias que las autoridades hacían cada año en el sentido que debían ser
respetados los individuos que no se plegaban al juego.
Las personas que no querían
"disfrutar" del carnaval, esos días abandonaban la ciudad y se iban
al campo, mientras que otros que no tenían esa posibilidad, se encerraban en
sus casas.
No obstante que el virrey Arredondo
a fines del siglo XVIII había prohibido "los juegos con agua, harina,
huevos y otras cosas", por lo visto las prohibiciones de nada sirvieron,
pues según las crónicas, los que más se divertían eran los que debían velar por
el cumplimiento de estas disposiciones, esto es los empleados de policía.
Muchas veces los huevos se
convertían en verdaderos "proyectiles", que ocasionaron lesiones, lo
que provocaba advertencias de la policía.
La fiesta no hacía distingo de sexo,
edad, raza, educación o condición social ya que todos participaban y se
divertían por igual. También nadie se salvaba de los baldazos y mojaduras, ya
sean doctores, militares, comerciantes, mujeres, ancianos, niños, etc.
Las niñas de la "sociedad",
con gran acopio desde muchos días antes de suficiente material
"bélico" -léase: cualquier objeto que pudiere contener agua- , ayudadas
por las sirvientas negras y mulatas se enfrascaban en verdaderas batallas a
baldazo limpio defendiendo las azoteas de sus casa, convertidas en verdaderos
"cantones", contra los jóvenes disfrazados que en grupos recorrían la
ciudad, tratando de tomar esas "fortalezas", penetrando en las casas
y cometiendo alguna "tropelía" contra las "niñas", actos que
ofendían el pudor entonces vigente.
No faltaban las personas que
montadas a caballo, llegaban a la ciudad con la intención de divertirse a costa
del prójimo y que al recibir mojaduras desde ventanas o azoteas, no dudaban en
penetrar en la casa con la cabalgadura, con los daños que ello ocasionaba en
las viviendas.
Durante el gobierno de Balcarce se
había dispuesto "que todo individuo puede regocijarse y divertirse sin
faltar al decoro, ni cometer excesos que son opuestos a la civilización del
pueblo de Buenos Aires; y que al mismo tiempo que es permitido a todo individuo
el jugar con la moderación debida, le es prohibido usar de máscaras, dirigirse
contra persona que no se manifieste dispuesta a esta diversión, y acometer aún
las que lo estén de un modo que pueda inferirles grave mal; asaltar de modo
alguno ninguna casa o azotea; pues siempre de esto provienen riñas y desgracias
que deben precaverse".
Existían disposiciones anteriores
-de fines de noviembre de 1821- que imponían castigos a los infractores, como
el de trabajos forzados llamados "trabajos públicos" por determinada
cantidad de días según la falta cometida, como también era sancionado el de uso
de armas o proferir insultos a transeúntes o decir palabras obscenas en la vía
pública.
Hombres expectables, como el
gobernador Manuel Dorrego, los generales Carlos María de Alvear, Enrique Martínez,
Miguel E. Soler, Lucio Norberto Mansilla y el mismo Rosas y otros, en su
juventud, gustaban de los juegos de carnaval.
Octavio C. Battolla cuenta en La sociedad de antaño: "Una tarde
el general Mansilla [se refiere a Lucio Norberto] acertó, con mano diestra y admirable vista, un huevazo al único diente
de una vieja que asomaba en ese instante por una ventanilla de enfrente.
Excusado es decir que tan bamboleante reliquia le quedó colgando y que la
curiosa vecina solo pudo vengarse llamándolo ¡bandido! a pulmón lleno, en medio de lágrimas y maldiciones".
Especial participación tuvieron los habitantes de procedencia
africana, quienes reunidos en "naciones negras", según su origen (Congo,
Angola, Moros, Benguela, Mozambiques, etc.), se reunían en sus sitos o
sociedades, ubicados principalmente en los barrios de Monserrat, Mondongo, San
Telmo, del Tambor, donde celebraban sus ritos de origen africano y bailaban los
candombes y danzaban al ritmo de los tamboriles y otros instrumentos de aquél origen
en las calles de la ciudad con sus sensuales danzas y movimientos, denunciado
por sacerdotes y funcionarios como pecaminosos.
Cada año, ante la proximidad de la
fiesta, el debate se reiniciaba, con las advertencias del juez de policía que
señalaba las penas a que se harían pasibles quienes cometieran excesos, y también
con las quejas de muchos vecinos por las costumbres "detestables", como
los pedidos hechos por diarios y periódicos para que la población se comportara
de manera más civilizada y evitara los excesos. Así, la Gaceta Mercantil en 1823, publicaba "Esta saturnalia empieza
mañana, y es de esperar que en ella no tengamos que lamentar ningún exceso que
refluya en desdoro de la civilización argentina".
Pero a pesar
de todo, los porteños se negaban a dejar de lado costumbres ya muy arraigadas.
Alberdi, en el semanario La Moda, saludaba la llegada del carnaval “Gracias a Dios que nos
vienen tres días de regocijo, de alegría”, para concluir, en el mismo artículo,
redoblando la apuesta: “Ni que fuera de cristal la moral para romperse de un
huevazo”
El carnaval se cerraba el día martes
con una denominada ceremonia llamada "Día del Entierro", donde en
cada barrio se colgaba un muñeco hecho de paja y género, que representaba a
Judas, que luego era quemado con regocijo de todos los vecinos.
Los hermanos John y William Parish Robertson, de nacionalidad inglesa,
estuvieron en nuestro país en las dos décadas posteriores a la revolución de
Mayo. A su regreso a su país y en 1843 publicaron las experiencias que habían
vivido en estas tierras. Definieron al carnaval porteño como un "corto período de locura", locura que se
acrecentaba al paso de los días, según contaron. "Empezaba con
solapada moderación. Iba uno por la calle y de pronto una bonita mujer, sentada
tras la reja de su ventana, lo rociaba con agua de colonia; poco después podía
verse algún dandy arrojando
agua de rosas hacia el interior de un balcón …De pronto el pasante se sentía
literalmente empapado, no con agua de mille fleurs, sino con agua común.
Y apenas se detenía de mal humor tratando de secarse, otra descarga súbita del
otro lado de la calle le caía como una ducha… las señoras bajaban de la azotea a la puerta de calle, para estar más
seguras de poder empapar algún determinado
individuo, elegido
de antemano entre los que veían en la calle… Pero debo decir que
el domingo y el lunes, aquello no era nada en comparación con el martes,
verdadero Derby de la semana de Carnaval. Como si los dos primeros días
se hubieran empleado simplemente en un ensayo de fuerzas, la terrible batalla
se daba el tercero y último día. Hubiérase dicho entonces que Buenos Aires era
una ciudad de manicomios y que todos los ocupantes de estos últimos hubiesen
sido puestos en libertad".
Según estos viajantes,
en esos días, la sensualidad de las mujeres afloraba pues "los vestidos de
las mujeres [a raíz de las
mojaduras] se adherían al cuerpo y a sus formas".
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Candombe federal. Martín Boneo (2) |
El carnaval durante el gobierno de Rosas
La fiesta de carnaval principiaba
cada día cerca del mediodía, con el estruendo del cañón, disparado desde el
Fuerte y finalizaba con otro cañonazo disparado a la hora de la oración,
aproximadamente a las 6 de la tarde.
Durante el primer gobierno del
Restaurador (1829-1832) y en los primeros años del segundo (a partir de 1835),
las costumbres de los habitantes de Buenos Aires, siguieron siendo las mismas,
en cuanto a lo que al juego con agua se refiere, con todos los excesos
imaginables.
En esta época, el Judas que se
quemaba el Día del entierro, representaba a
algún enemigo del Restaurador, generalmente a un unitario exiliado. El lugar
principal donde se desarrollaba este acto, era la plaza de Monserrat, lugar al
que llegaban las carretas cargadas de productos que provenían de las provincias.
La "ceremonia" era
presenciada por los conductores de las carretas, la numerosa peonada que se
encontraba siempre en el lugar, reseros, payadores, familias que vivían en las
inmediaciones, gente de color que vivía en el barrio del Mondongo, soldados y
donde no faltaban funcionarios y aún el mismísimo Restaurador luciendo muchas
veces su poncho pampa, montados éstos en caballos que tenían adornos de plata y
recados criollos y llevando en sus testeras de plumas rojas y cintas del mismo
color también en la cola.
Cuenta Battolla, que en aquella
época: "Los huevos de olor, pregonábalos los vendedores a los gritos de:
¡Huevitos de olor / Pá las niñas que tienen calor! ¡Huevitos de cera / Pá las
niñas que tiene pulsera!".
El Decreto reglamentando la fiesta del carnaval
Pese a las exhortaciones a la
prudencia, que se hacía a los habitantes de la ciudad, evidentemente los
festejos y extralimitaciones fueron en aumento, por lo que el gobernador Rosas,
por medio de un decreto del 8 de julio de 1836, -por lo demás, muy detallista y
que demuestra la participación personal del gobernante en su redacción, intentó
encauzar las aguas hacia una fiesta civilizada-, reglamentó la fiesta y juegos
del carnaval. El decreto decía así:
"Artículo 1°: El juego de carnaval solo será permitido
en los tres días que preceden al de Ceniza, principiando en cada día a las dos de la tarde, cuya hora se anunciará por
tres cañonazos en la Fortaleza, y concluyendo al toque de la
oración, tendrán lugar otros tres cañonazos.
"Artículo 2°: En las casas en que se juegue desde
las azoteas o ventanas, deberá, mantenerse la puerta de calle cerrada durante las horas de diversión, y abrirse tan solamente en los momentos precisos para los casos de servicio necesario.
"Artículo 3°:
El juego que se haga desde las azoteas, ventanas ó puertas de calle, solo podrá ser con agua sin ninguna otra mezcla, o con los huevos comunes de olor, y de
ninguna manera con los de avestruz.
"Artículo 4°:
Los que jueguen por las calles a caballo o a pié, o en rodado, solo podrán usar
de los expresados huevos comunes de olor. Los mismos, como también los que
jueguen desde las azoteas, ventanas o puertas para usar de cohetes y buscapiés,
deberán sacar permiso por escrito
al Jefe de Policía bajo su firma.
"Artículo 5°:
Nadie jugando por la calle, podrá asaltar ninguna casa ni forzar alguna de sus
puertas o ventanas, ni pasar de sus umbrales para adentro, ni a pié ni a
caballo, en continuación del juego.
"Artículo 6°: Tampoco se podrá jugar
de casa a casa por los interiores de ella.
"Artículo 7°: Queda igualmente prohibido el uso de las máscaras, el
vestirse en traje que no corresponda á su sexo, el presentarse en clase de
farsante, pantomimo, o entremés, con el traje o insignias de eclesiástico,
magistrado, militar, empleado público o persona anciana.
"Artículo 8°: Para las diversiones públicas
que puedan tener lugar en la noche, de la oración para adelante, se
sacará previamente el correspondiente permiso del Jefe de Policía por escrito bajo su firma.
"Artículo 9°: El que infringiese cualquiera de los artículos de este decreto, será castigado a juicio y discreción del Gobierno, como corresponda
según las circunstancias del caso, y al mismo tiempo obligado a subsanar los daños y
prejuicios particulares que hubiere causado por su infracción, en caso de ser reclamados".
En
su mensaje anual a la Legislatura el Gobernador al dar cuenta del dictado del mencionado
decreto, decía: "Una de las máximas que presiden la marcha del Gobierno,
es, que ha sido instituido para hacer la felicidad presente, y abrir el camino
de la futura. Partiendo de este principio ha reglado el juego del carnaval, y
tiene la satisfacción de manifestar a los señores representantes, que las
disposiciones tomadas para precaver los excesos, no sólo han dado más amplitud
a la alegría, proporcionando que todas las clases puedan participar de la
diversión, sino que en el último, tan lejos de que se haya experimentado el
menor desorden de los acostumbrados, no hubo una sola queja. El mismo
Gobernador mezclado con el pueblo, tomó parte en su contento".
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Baile de negros. Pedro Figari (3) |
La prohibición del carnaval
Evidentemente el ardor del porteño
no cejó pese al decreto que ponía límites a los juegos del carnaval, y los
atropellos seguían produciéndose cada año en aquellas fechas, por lo que el
gobierno se vio en la necesidad de prohibirlos mediante el decreto del 22 de
febrero de 1844, que decía:
"Las costumbres
opuestas a la cultura social y al interés del Estado suelen pertenecer a todos
los pueblos o épocas. A la Autoridad pública corresponde designarles
prudentemente su término
"Con perseverancia
ha preparado el Gobierno, por medidas convenientes, estos resultados respecto
de la dañosa costumbres del juego de Carnaval en los tres días previos al
Miércoles de Ceniza; y Considerando:
“Que esta preparación
indispensable ha sido eficaz por los progresos del país en ilustración y
moralidad.
“Que semejante
costumbre es inconveniente a las habitudes de un pueblo laborioso e ilustrado.
“Que el tesoro del
Estado se grava y son perjudicados los trabajos públicos.
“Que la industria, las
artes y elaboraciones en todos los respectos sufren por esta pérdida de tiempo
en diversiones perjudiciales.
“Que redundan notables
perjuicios a la agricultura y muy señaladamente a la siega de los trigos.
“Que se perjudican las
fortunas particulares, y se deterioran y ensucian los edificios en las ciudades
por el juego sobre las azoteas, puertas y ventanas.
“Que la higiene pública
se opone a un pasatiempo de que suelen resultar enfermedades.
“Que las familias
sienten otros males por el extravío indiscreto de sus hijos, dependientes o
domésticos.
“Por todas estas
consideraciones, el Gobierno ha acordado y decreta:
"Art. 1°: Queda abolido y prohibido para siempre el juego de Carnaval.
"Art. 2°: Los contraventores sufrirán la pena de tres años
destinados a los trabajos públicos del Estado. Si fuesen empleados públicos,
serán además privados de sus empleos".
Con esta resolución
quedó sellada por largo lapso la suerte del carnaval ya que la fiesta fue
restablecida 13 años después.
Fuentes:
"Archivo Americano y Espíritu de
la prensa del mundo" N° 12, mayo 31 de 1844
"Mensajes de los gobernadores de
la provincia de Buenos Aires 1822-1849", Vol. 1, Archivo Histórico de la
Provincia de Buenos Aires "Ricardo Levene", La Plata, 1976.
Battolla, Octavio C.,
"La sociedad de antaño", Emecé Editores, Bs. As., 2000.
Parish Robertson, John y
William, "Cartas de Sudamérica",
Buenos Aires, Emecé, 1950.
Sáenz Quesada, María. "Tristezas
y alegrías del carnaval", La Nación 18 de febrero de 2011.
Soler Cañas, Luis. "Viejos
carnavales porteños", Revista Todo es Historia N° 22, Buenos Aires,
febrero de 1969.
www.curiosamonserrat.com.ar
(1) Candombe, Óleo sobre cartón (61 x 81 cm, sin
fecha) de Pedro Figari (1861 - Montevideo - 1938). Museo Histórico Nacional de Montevideo.
(2) Candombe federal en época de Rosas. Martín Boneo
(1829-1915), Museo Histórico Nacional.
(3) Baile de negros. Óleo sobre cartón de Pedro Figari . Museo Histórico Nacional.