Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IX N° 33 - Diciembre 2014 - Pags. 8 y 9
El Padre Pepe, el Papa Francisco y Nuestra Señora de Luján
Por Fabián D'Antonio (Propietario de Ediciones Fabro)
“En este día en que se celebra a Nuestra
Señora de Luján, celestial Patrona de la Argentina, deseo hacer llegar a todos
los hijos de esa querida tierra argentina mi sincero afecto, a la vez que pongo
en manos de la Santísima Virgen todas sus alegrías y preocupaciones”. Papa
Francisco
Sentado en el living del departamento del historiador Osvaldo Guglielmino de la calle Montevideo a metros de la avenida Santa Fe, de la Capital Federal, café de por medio, y como testigo un amigo en común, Miguel Ángel Lentino, nos dimos cita para la firma del contrato por la edición y comercialización del libro “Manuel Dorrego. Civilización y Barbarie” que don Osvaldo había editado en los años ’70 y que, ahora nosotros volvíamos a lanzar al mercado.
De repente el dueño de casa se dirige hacia su frondosa biblioteca, toma dos tomos viejos, de color marrón, tapa dura, sin títulos e incluso un poco carcomidos por el paso del tiempo y algún roedor intelectual.
Nos cuenta que esos libros habían pertenecido a José Hernández y que llegaron a sus manos por intermedio de un sobrino nieto del autor del “Martín Fierro”.
Abrí uno de los tomos y me asumió la perplejidad al ver que en un papel biblia amarillento decía: “Historia de Nuestra Señora de Luján. Su origen, su santuario, su villa, sus milagros y su culto. Por un sacerdote de la Congregación de la Misión. Tomo Primero. Buenos Aires. Imprenta de Pablo E. Coni, especial para obras. Calle Alsina 60. MDCCCLXXXV”. Nada más y nada menos.
Como es costumbre cuando se lo escucha a don Osvaldo en estos temas, podemos cerrar los ojos e introducirnos en la Argentina gaucha, entre poemas, historias y anécdotas, con atrapantes desenlaces.
Comenzó a relatarnos que la zona oeste del Gran Buenos Aires estaba habitada por indios y que era común, en esa época, que algunos sacerdotes intentaran, con sus prédicas, evangelizarlos. Uno de estos religiosos era un sacerdote francés de nombre Jorge María Salvaire que había sido condenado a muerte por los lugareños porque creían que él era el responsable de la peste que los azotaba por esos tiempos. Cuando éste se encontraba rodeado por varios indios montados a caballo y prontos con sus lanzas a ejecutarlo, llegó al lugar un muchacho que le dijo a su padre, que era el jefe, que ese hombre al que estaban por matar lo había salvado, tiempo atrás, de las armas de los soldados. Es así que el sacerdote se salvó por lo que consideró como un milagro y prometió a la Virgen que construiría un Santuario.
También nos contó el anfitrión que tiempo después, junto con Fermín Chávez y luego de mucho investigar, descubrieron que el mismo sacerdote Jorge María Salvaire había sido el autor de este magnífico libro.
Mientras don Osvaldo me hablaba yo ya estaba pensando en cómo reeditarlo.
Por Víctor Lupo, compañero que conocí hace un par de años, pude conocer a otro gran compañero, trabajador incansablemente por el prójimo y los desprotegidos, por su inclusión en un ambiente extremadamente difícil, por la lucha contra el flagelo del paco, el Padre Pepe. Él es un militante de la Fe que trabaja denodadamente día a día en la villa La Cárcova de José León Suárez y lo hace con pasión. Junto a Víctor solemos concurrir a misa los domingos en la Capilla de la villa "Nuestra Señora de Luján" donde el Padre Pepe nos enseña a transitar la vida desde un lugar distinto y con experiencias enriquecedoras.
Al término de la misa un grupo de personas (feligreses de la villa, amigos del Padre y otros visitantes) nos juntamos a almorzar, donde cada uno colabora con algo. Desde la mano de obra, los que menos tienen, hasta alguna tira de asado o algunos chorizos y unos tintos y gaseosas los que podemos. Y se arma una hermosa familia. En ese lugar todos somos iguales, no existe la “civilización y la barbarie”, es una mezcla gustosa entre cantos, risas y prolongadas sobremesas.
Fue uno de esos domingos que le comenté al Padre Pepe acerca del encuentro que había tenido con la Virgen a través de los libros de don Osvaldo y de mi decisión de reeditarlo y le pregunté si le gustaría hacer el prólogo a la segunda edición. No dudó ni un instante y me dijo que le parecía maravilloso que se pudiera volver a editarlo.
Pusimos manos a la obra y comenzamos con mucho entusiasmo. Lo primero que hicimos fue digitalizar todo el libro, tipeando todos sus textos y escaneando todas sus imágenes, que por cierto son maravillosas. Gracias a Dios, el proyecto se pudo materializar.
La Editorial Fabro organiza, desde hace cuatro años, un viaje anual a Italia para promover el Pensamiento Nacional más allá de las fronteras de la Patria. Se realizan presentaciones de libros de nuestro fondo editorial, se distribuyen en las librerías de Roma y Milán que venden libros en lengua castellana y se busca alguna editorial italiana que le interese editar en el mercado local alguno de nuestras obras. Con mucho esfuerzo se va logrando una consolidación de los objetivos.
En el corriente año se programó el viaje para el mes de marzo ya que una de las actividades principales fue la presentación de nuestros libros que tienen como tema principal los Derechos Humanos. El 24 de marzo en la Casa de la Cultura de la Embajada Argentina en Roma presentamos “Quebrantos. Historias del exilio argentino en Italia”, que tiene a Deliana Fanego como compiladora y “En el nombre de sus sueños. Historias de hijos de desaparecidos” de Tatiana Sfiligoy y Danilo Albín. Luego viajamos a Milán con similares objetivos y después también a Costa d’Oneglia, continuando con nuestra tarea “belgraniana”.
En otras de las charlas con el Padre Pepe, con el viaje a Italia ya establecido, le expresé mi deseo de entregarle un libro de la Virgen de Luján a nuestro Papa Francisco. No me aseguró nada pero me dijo que iba a trasmitir mi pedido.
Por suerte, mi deseo se cumplió! Plaza de San Pedro, en el Vaticano, 6.30 hs. de la mañana del 11 de abril de 2014; revoloteaban las palomas y gaviotas sobre el cielo despejado. En el ingreso, la Guardia Suiza con sus clásicas y llamativas vestimentas impedían el paso. Debíamos esperar diez minutos. Las rejas nos separaban en el portón que se encuentra al costado izquierdo de San Pietro. Con traje y maletín en mano me cercioré que mi apellido figurase en el escueto listado que el guardia atesoraba.
Puntuales como suelen ser los suizos, a las 7.40 hs. nos dejaron ingresar. Éramos cuarenta y cinco personas. Yo estaba solo. Caminamos alrededor de cien metros, pasamos una arcada y a nuestra izquierda apareció “Santa Marta”, un edificio de cinco pisos en cuya planta baja, al fondo, se encuentra la bella y moderna capilla.
Tomé asiento en la segunda fila a la derecha del altar visto de frente.
Un cura nos explicó cómo debíamos comportarnos, nos expresó que estaba prohibido tomar fotografías y hacer filmaciones mientras se daba misa.
Unos minutos de espera en un silencio estremecedor, cuando de repente ingresó Francisco a metros de mi posición, hacia la izquierda.
En ese instante tomé conciencia de dónde estaba y con quién. Varias lágrimas se derramaron por mis mejillas y una energía especial se apoderó de mí. Sentí que Nuestra Señora de Luján estaba ahí. Lo percibí.
El Papa celebró la misa, habló en la homilía del demonio y las tentaciones y desarrolló las tres causas fundamentales. Nos advirtió: “¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de Jesús? La tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y contagia a otro, se transmite a otro, trata de ser comunitaria. Y, al final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica…” (Recomiendo que la lean, Homilía del 11 de abril de 2014 en Santa Marta).
Al término de la misa, Francisco se retiró y a los pocos minutos volvió con túnica blanca y se sentó a nuestra izquierda, solo. Nos quedamos todos en silencio, cada uno con sus pensamientos y plegarias. Al cabo de varios minutos se levantó y se dirigió al lugar por donde habíamos ingresado, donde nos esperaba para saludarnos.
En mi maletín llevaba el libro de Nuestra Señora de Luján, y otros de nuestra editorial, además de varios Rosarios para ser bendecidos, cosa que quedó sellada con la realización de la misa.
Aprecié que el saludo de cada persona que pasaba era efímero, entonces decidí quedarme dentro de la Capilla tomando fotografías, haciendo tiempo para ser el último de la fila. No podía haber hecho semejante viaje con tremendo libro -tiene 770 páginas y encuadernado para esta ocasión- para estar sólo diez segundos.
Llegó mi turno, estábamos Francisco y yo, detrás de él los guardias. Con gran emoción estreché su mano y sentí una inmensa paz, esa paz que sólo él es capaz de transmitir.
Le entregué el libro de la Virgen, hablamos de varias cosas, me dijo que el tema de la edición de libros del Pensamiento Nacional era muy importante para recordar el pasado y poder entenderlo. Le recordé al Padre Pepe y nos estrechamos en un abrazo fuera de todo protocolo. Y para finalizar un beso a la italiana. Habrán sido tres o cuatro minutos -para mí- históricos.
Qué más se puede pedir. Que la Virgen nos haya elegido para reeditar este libro y haber estado con Francisco en el Vaticano es algo que llevaré grabado en mi corazón por el resto de mi vida.