Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 21 - Diciembre 2011 - Pag. 16
Crónica de atentados (última parte)
Por la Prof. Beatriz C. Doallo
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Yrigoyen saludando al
pueblo desde la carroza presidencial |
Un
anarquista contra Yrigoyen
El 12 de octubre de 1928 Hipólito
Yrigoyen asumió su segundo mandato como Presidente. A su primera presidencia
(1916-1922), se la había estimado reparadora, en parte, de los males sociales
que impedían a la Argentina
convertirse en una democracia bien consolidada. Pero en 1928 Yrigoyen, ya de 77
años, carecía de energía y la toma de decisiones, lenta en el primer período,
resultó nula en el segundo, ocasionando su desprestigio y gran malestar social.
En esas críticas circunstancias, que conducirían a la revolución del 6 de
septiembre de 1930, tuvo lugar un atentado contra su vida. El presidente vivía en
una modesta casa de la calle Brasil 1039 donde, a las 11:30 de la mañana del 24
de diciembre de 1929, subió a un auto con su chofer habitual, Eudosio Giffi,
para ir a la Casa Rosada.
Junto a Yrigoyen se sentó su médico particular, el Dr. Osvaldo Meabe, y al lado
del chofer se ubicó el subcomisario Alfredo Pizzia Bonelli, jefe de la
custodia. Seguido por otro auto en el cual viajaba el personal policial de
custodia, Giffi condujo por Brasil hasta cruzar la calle Bernardo de Irigoyen,
donde estaba de facción el agente Carlos María Sicilia. Al pasar frente al
Hotel “Tigre”, Brasil 924, un individuo salió del zaguán revólver en mano y
disparó cinco tiros contra el automóvil. El chofer zigzagueó para no presentar blanco
mientras el subcomisario Pizzia, herido en el abdomen, y los custodios,
repelían el ataque. El agente Sicilia corrió al lugar y fue herido en una
pierna, y el atacante resultó muerto de cinco balazos. El sujeto fue
identificado como Gualterio Marinelli, italiano,
de 44 años, residente desde 1905 en el país y de profesión mecánico dental.
La
policía constató que integraba un grupo anarquista llamado “Nueva Era”, y que
había practicado tiro al blanco con el revólver incautado, comprado 20 días
antes. El proyectil extraído al subcomisario Pizzia y otro de la puerta del
auto procedían de esa arma. En el taller del mecánico dental, que éste había
vendido dos semanas antes del hecho, depositando el dinero en un Banco, se
halló un testamento escrito de su puño y letra en el que dejaba cuanto poseía a
su concubina “pues circunstancias de la
vida pueden colocarme en situación de no volverla a ver”.
El
juez que intervino en la causa pidió al Presidente un informe sobre lo
ocurrido, e Yrigoyen, que había sido comisario desde 1872 a 1877, lo envió con
muy clásico y preciso estilo policial.
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Pese
al cúmulo de pruebas acerca de la culpabilidad de Marinelli en el atentado, su
muerte abrió paso a muchas suposiciones que supo aprovechar la prensa
opositora. Se insistió en que no era el autor del ataque sino un transeúnte
casual al que la custodia del Presidente había acribillado en tanto el auténtico culpable huía. En algunos periódicos
se informó que, además de Marinelli, habían sido muertos dos custodios, lo cual
no era exacto: el subcomisario Pizzia y el agente Sicilia, que no integraba la
custodia presidencial, se recuperaron de sus heridas. Otra versión afirmaba que
Marinelli intentaba acercarse al auto para entregar a Yrigoyen una carta del
personal de un hospital en que estuviera internado, pidiendo una mejora salarial.
La carta no se encontró y la dotación
del hospital aseguró no haber confiado al ex paciente reclamo alguno. Las dudas
persistieron al punto de que un año después, ya depuesto el gobierno y bajo la
presidencia de facto del general José
Félix Uriburu, la
Corporación de Protésicos Dentistas, a la que había
pertenecido el mecánico dental ultimado, lo homenajeó colocando sobre su tumba
una placa con la inscripción “ A
Gualterio Marinelli - Vox populi, vox
dei. ¡Salve!”
El atentado contra Yrigoyen fue el último
acaecido en la Argentina
contra un mandatario.
En el año 1948, durante la primera presidencia
del general Perón, civiles disidentes gestaron un complot que incluía el
asesinato de Perón y de su esposa, María Eva Duarte, la ocupación de radios, la
toma de Teléfonos del Estado y de oficinas públicas, etc., todo ello destinado
a sembrar desconcierto en la población y, con la ventaja de la sorpresa,
adueñarse del poder por medio de una “Junta
Revolucionaria”. Para la intentona era imprescindible a los conjurados
contar con personal de las fuerzas armadas. Una mujer, amiga de un brigadier,
llevó a éste a una reunión de la “Junta
Revolucionaria”, donde le explicaron el plan subversivo y le pidieron su
colaboración. El militar fingió estar de acuerdo, pero de inmediato comunicó lo
que ocurría a sus superiores y éstos a la Presidencia. El
Ministerio del Interior dispuso que personal policial se infiltrara
entre los subversivos y se solicitó a un juez federal autorización para
instalar micrófonos y aparatos de grabación en una casa y un departamento. A
una nueva reunión de la “Junta
Revolucionaria”, el brigadier concurrió acompañado de cuatro oficiales de
policía, a los que presentó como
militares de alta graduación.
En un principio
se había elegido el 12 de octubre para la insurrección, pero luego se decidió
que el 23 de octubre se fijaría la fecha definitiva. Ese día el juez federal
que estaba al tanto de la investigación dictó órdenes de arresto contra los
conspiradores.
En una casa de
la calle Tinogasta al 3000 se detuvo a la mayoría de ellos, ocupados en
redactar la Proclama Revolucionaria,
a otros en un departamento de la avenida Quintana, y al resto en una finca de
las afueras de la Capital,
donde se halló gran cantidad de armas, granadas y explosivos que pensaban
utilizar durante el alzamiento.
Así concluyó un
intento de sedición contra el poder constitucional, que, de acuerdo a los planes,
comenzaría con el asesinato del Presidente y de su esposa.
La quimera de
cambiar formas de gobierno recurriendo al crimen ha dado origen a una sabia frase del
intelectual español Juan Goytisolo -escritor y periodista, considerado uno de los mejores exponentes de
la narrativa española en el siglo XX-. “Matar
a un hombre para defender a una idea no es defender una idea, es matar a un
hombre”.
(1) Hipólito Yrigoyen
asomado a la ventanilla de un tren en viaje proselitista hacia Santa Fe en 1926.