Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 17 - Diciembre 2010 - Pags. 4 y 5
El general Lavalle y su Ejército Libertador, vistos por José María Paz
El general unitario José María Paz, en sus Memorias, se
refiere al general Lavalle y a su Ejército Libertador, con las siguientes
palabras:
“Educado en la escuela militar del
general San Martín, se había nutrido con los principios de orden y de
regularidad que marcaron todas las operaciones de aquel General… El general
Lavalle, el año 1826, que lo conocí, profesaba una aversión marcada no sólo a
los principios del caudillaje, sino a los usos, costumbres y hasta el vestido
de los hombres de campo o gauchos, que eran los partidarios de ese sistema: era
un soldado en toda forma.
Imbuido de estas máximas, presidió la
revolución de Diciembre del año 28, y tanto que quizá fue vencido por haberlas
llevado hasta la exageración. Despreciaba en grado superlativo las milicias de
nuestro país y miraba con el más soberano desdén a las puebladas. En su opinión
la fuerza estaba sólo con las lanzas y los sables de nuestros soldados de
línea, sin que todo lo demás valiese un ardite.
Cuando las montoneras de López y Rosas
lo hubieron aniquilado en Buenos Aires, abjuró de sus antiguos principios y se
plegó a los contrarios, adoptándolos con la misma vehemencia con que los había
combatido. Se hizo enemigo de la táctica y fiaba todo el suceso de los combates
al entusiasmo y valor personal del soldado. Recuerdo que en Punta Gorda,
hablando del entonces comandante Chenaut, le conté que había organizado en años
anteriores y disciplinado hasta la perfección un regimiento en la provincia de
San Juan, pero que desgraciadamente este regimiento, por causas que no es del
caso analizar, se condujo muy mal en la acción de Rodeo del Chacón. “Por eso
mismo” -me contestó-, “que se habían empeñado en darle mucha disciplina, es que
se condujo cobardemente”. Hasta en su modo de vestir había una variación
completa. Años antes lo había conocido haciendo alarde de su traje
rigurosamente militar y atravesándose el sombrero a lo Napoleón; en Punta Gorda
y en toda la campaña vestía un chaquetón si era invierno y andaba en mangas de
camisa si era verano, pero sin dejar un hermoso par de pistolas con sus
cordones pendientes del hombro. Llegó a decir que no volvería a ponerse
corbata.
Esta vez quería el general Lavalle
vencer a sus contrarios por los mismos medios con que había sido por ellos
vencido, sin advertir que ni su educación, ni su genio, ni sus aptitudes podían
dejarlo descender a ponerse al nivel de ellos.
Al través del vestido y de los modales
afectados del caudillo se dejaban traslucir los hábitos militares del soldado
del ejército de la independencia”.
EL EJERCITO LIBERTADOR
“En el ejército libertador (de Lavalle), en tiempo de la campaña de Entre Ríos, y juzgo que lo mismo fue después, no se pasaba lista, no se hacía ejercicio periódicamente, no se daban revistas. Los soldados no necesitaban licencia para ausentarse por ocho o quince días, y lo peor es que estas ausencias no eran inocentes, sino que las hacían para ir a merodear y devastar el país. Eran unas verdaderas expediciones militares en pequeño, para las cuales los soldados nombraban oficiales que los mandasen de entre ellos mismos, cuya duración era la de la expedición. De aquí resultaba que una cuarta parte del ejército estaba fuera de las filas, porque andaba a seis, doce, veinte o más leguas; de modo que cuando se quería que estuviese reunido era preciso ocurrir a arbitrios ingeniosos… El juego era la diversión universal, y me han asegurado que se hizo distribución de naipes a los cuerpos No se crea que el general Lavalle obraba sin objeto, pues lo tenía y llegó a conseguir lo que se proponía, que ere atraer a los correntinos, embriagándolos con una abundancia, con una licencia que no habían conocido para hacerlos pasar el Paraná sin que se acordasen de su tierra. Al mismo tiempo quería presentarse en las otras provincias como un caudillo popular y condescendíente, como un hombre, en fin, que era todo lo contrario del Lavalle de los años 1828 y 1829.
La distribución de vestuarios se hacía de dos modos: alguna vez se le daban al jefe de división, que los repartía bien o mal, según se le antojaba, y otras muchas venían los cuerpos formados al Cuartel General, donde el general en persona iba dando a cada soldado poncho, chaqueta, camisa, etc. He oído mil veces celebrar, como un acto de extraordinaria habilidad, el fraude que hacían algunos soldados retirándose de las filas después que habían recibido un vestuario, para formarse en otro lugar, adonde no había llegado la distribución, para que se le diese otro; hubo alguno que obtuvo tres, cuatro o más vestuarios, logrando además los aplausos de sus jefes por este raro rasgo de ingenio... La distribución de raciones participaba del mismo desorden que todo lo demás; la yerba y el tabaco se sacaban por tercios y sin cuenta ni razón. ¿Y la carneada? Se hacía a discreción; no hay idea de tal desperdicio, ni será fácil imaginarse cuánto se perdía inútilmente. Basta decir que donde campaba el ejército desaparecían como por encanto numerosos rebaños y se consumían, sin aprovecharlo, rodeos enteros...”