miércoles, 1 de diciembre de 2010

Convención Arana - Mackau

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 17 - Diciembre 2010 - Pags. 1 a 3 

Hechos y personajes de la Confederación Argentina

A 170 AÑOS DE LA FIRMA DE LA CONVENCION ARANA-MACKAU

                                                                       Por Norberto Jorge Chiviló

Convención Arana-Mackau
Felipe Arana (1)


El día 29 de octubre se han cumplido 170 años de la firma de la Convención (o Tratado) Arana-Mackau, por la cual se puso fin a la primera intervención francesa en el Río de la Plata, que se había iniciado a fines de marzo de 1838, con el bloqueo por una potente escuadra gala al “puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina”.

Ese conflicto que duró dos años y medio fue una prueba de fuego para la Confederación Argentina –así se llamaba nuestro país en aquella época– .

En el número 6 de éste periódico relatamos las causas y alternativas que llevaron al inicio del primer enfrentamiento de nuestro país con esa potencia europea posterior a la guerra por la independencia. El conflicto además de una causa aparente cual era la pretensión francesa de que sus nacionales no prestaren el servicio en la milicia como sí lo prestaban otros extranjeros residentes, con excepción de los ingleses, eximidos por un tratado, y se diera a su país el trato de nación mas favorecida, también tenía otros antecedentes, como ser el apoyo brindado por Francia al mariscal Andrés Santa Cruz quien se encontraba al frente de la Confederación Peruana-Boliviana, y era enemigo del gobernante porteño Juan Manuel de Rosas; el expansionismo francés; las ansias de reverdecer las épocas napoleónicas, etc.

En el número 8, se analizó también parte del desarrollo del mismo; así historiamos el ataque francés a la pequeña guarnición argentina de la isla Martín García, comanda por Jerónimo Costa, secundado por Juan Bautista Thorne y el valeroso y honroso comportamiento de las tropas nacionales, que merecieron el reconocimiento del comandante francés. Siguiendo con el desarrollo histórico de los acontecimientos en el Nº 13 nos referimos al levantamiento de los hacendados del sur de la provincia, que la historia oficial denomina “Los libres de sud”, levantamiento que tuvo su origen en los perjuicios económicos que a esos hacendados, les ocasionaba el bloqueo, al impedirles la exportación de cueros y carne salada y el descontento originado entre los mismos por la política seguida por Rosas con respecto a la tierra pública.

Durante esos dos años y medio que duró el conflicto, nuestra patria vio amenazada su independencia y su honor nacional.

Fueron tiempos en el que la Confederación Argentina, a cuyo frente como encargado del manejo de la relaciones exteriores se encontraba en manos del Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, debió enfrentar no solo a una de las potencias más importantes del mundo en esos momentos, con todos los medios militares y económicos que ella disponía, sino también a quienes en estas tierras fueron sus auxiliares, los integrantes del partido unitario, quienes no repararon en los medios y que con ayuda francesa promovieron todo tipo de conjuras, levantamientos y “expediciones libertadoras”, tendientes a desalojar del poder al gobernante porteño, –quien era el firme defensor de la independencia y el honor nacional–, para someter a nuestro país a una “condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española…” como dijera el Gral. José de San Martín en una carta dirigida a Rosas el día 10 de junio de 1839 (ver texto completo de la misma en ER Nº 6, pág. 3).

Con fuerza, coraje, determinación y patriotismo, Rosas, fue poco a poco venciendo a sus enemigos internos y haciendo frente a los externos, creciendo  su prestigio, logrando la adhesión de toda la población y de muchos de los que habían sido contrarios e indiferentes.

Ese prestigio no fue solo considerado en nuestro país, sino también en toda América y en Europa, donde no hubo diario que no hablara de él y de aquél pequeño país sudamericano, que osaba oponerse a las pretensiones de la segunda potencia marítima de aquél entonces.

Así “El Nacional” de Lisboa del 4 de enero de 1840 decía: “Admiramos la firme decisión con que el gobierno de la Confederación Argentina resiste a las injustas pretensiones del orgulloso gabinete de las Tullerías, y esperamos ver el día en que todas las repúblicas del continente americano formen entre sí una liga cerrando sus puertas a los buques de la nación que pretende oprimirlas”.

La Liga Americana” de Río de Janeiro, del 30 de enero del ese año, también decía: “Estamos viendo a los franceses atacar la libertad e independencia de nuestros vecinos los argentinos y lo que es más, ir a Montevideo a dar auxilio a un partido político, para tener aliados que los ayuden en la empresa contra el heroico general Rosas, que no hace más que defenderse de una injusta invasión reconocida como tal por todas las naciones”. En España, “El Nacional” de Madrid expresaba: “No es con poca admiración que observamos los heroicos y felices esfuerzos que está haciendo la Confederación Argentina contra las injustas pretensiones de Luis Felipe, y ojalá que nuestra posición nos permitiese ayudarlos con otra cosa más que nuestros deseos”.

También el gobernador porteño recibió la adhesión de otros gobernantes del continente, así el presidente peruano Agustín Gamarra le dirá a Rosas: “He tenido dos ocasiones de admirar la constancia y el vigor de Ud. en medio de los conflictos interiores de que ha estado rodeada su administración. Son éstas las de sus esfuerzos contra Santa Cruz, y ahora la nobleza de su conducta en la guerra contra los franceses. Mucho se deben prometer la República Argentina y la América entera de hombres como Ud. de que en verdad necesita algunos”.

La firmeza de Rosas en no dejarse atropellar por ninguna potencia, por mas poderosa que fuera, haría recapacitar a la larga al gobierno francés –que en un principio no había previsto tal circunstancia–, de que no era la prepotencia y la fuerza el medio adecuado para tratar con el férreo gobernante argentino.

La prolongación del conflicto, –que en sus inicios los galos consideraron de fácil resolución– los gastos consiguientes y los nulos resultados obtenidos en esa guerra de conquista, los convencieron, que debían tomar otro camino, del que habían seguido hasta ese momento. Así el gobierno francés, después de dar vueltas y vueltas al asunto, decidió enviar como agente o ministro plenipotenciario al vicealmirante Ange René Armand, Barón de Mackau, para tratar, ahora sí, de igual a igual, como correspondía, con el Gobierno argentino, dando a la Confederación Argentina, el trato de un estado soberano.

Ya ello era una victoria para Rosas, porque él así ya lo había propuesto desde el principio del conflicto, pues nunca se había negado a negociar, por el contrario, pero para ello era necesario tratar con un agente diplomático debidamente acreditado y no con un simple agente consular, como lo era el    Vicecónsul Aimé Roger que carecía de las facultades diplomáticas que lo habilitaran para negociar y firmar un tratado con las autoridades argentinas y que sólo se amparaba detrás de una importante e impresionante escuadra al mando del vicealmirante Leblanc, y que fueron los responsables del establecimiento del bloqueo y con esa agresión, de la iniciación del conflicto.

Según lo consideraba Rosas y las prácticas diplomáticas de los países civilizados, los tratados debían firmarse entre dos potencias, en igualdad de condiciones como países soberanos, en plena libertad y sin ninguna presión de fuerza.

Rosas, gobernante de un país joven daba de esta forma una lección de diplomacia a una antigua y poderosa nación.

Juan Lavalle (2)
Mientras tanto, a mediados de 1840, Lavalle al frente de un ejército indisciplinado al que pomposamente se lo llama “Ejército Libertador” o “Legión Libertadora”, después de sufrir una derrota en el litoral, se embarcó con sus tropas en los navíos de la escuadra francesa, desembarcando el 5 de agosto al sur de San Pedro, en la provincia de Buenos Aires, y luego avanzó hacia el sur. Al enterarse el Restaurador de ese traslado de su adversario por la flota francesa y su desembarco en San Pedro, dirá: “El hombre se nos viene, y lo que es peor, se nos viene sin que podamos detenerlo”; ello en razón de que había despachado sus tropas al litoral para combatir contra Lavalle y que ya por algún tiempo no podría contar con ellas para enfrentarlo ahora en Buenos Aires. Así, la situación de Rosas, no era la mejor.

A fin de preparar la defensa, juntar hombres y adiestrarlos, y dirigir las operaciones militares, a partir del día 17 de agosto, el Restaurador se instaló en el campamento de los Santos Lugares de Rosas (actual localidad de San Andrés, Ptdo. de Gral. San Martín, ver ER Nº 14), dejando al frente del gobierno, a su Canciller Manuel Arana como gobernador delegado.

También en la ciudad de Buenos Aires, se había preparado un dispositivo de defensa para el caso que Lavalle hubiera intentado atacar la ciudad y así la situación no era distinta a la de los Santos Lugares, ya que faltaban tropas y se temía la acción de grupos de unitarios a favor de Lavalle y los franceses. Circulan patrullas y alguna tropa que siembran el terror entre quienes pueden ser adictos al general unitario. Se cometen crímenes que han sido espontáneos y colectivos. Algunas personas –aproximadamente 20– son asesinadas por federales fanáticos. Se viven días de gran tensión y convulsión donde se despiertan las pasiones y muchas veces, se producen también venganzas personales, ajenas a la política.

Pero en su marcha a lavalle no le va nada bien, el 9 de setiembre le escribe a su esposa: “Esta carta te va a hacer llorar…No encontré sino hordas de esclavos, tan envilecidos como cobardes y muy contentos con sus cadenas… En medio de tierras sublevadas o indiferentes, sin bases, sin punto de apoyo, la moral empieza a resentirse”.

Sin el apoyo popular de la campaña, Lavalle avanza, alcanzando Merlo el día 23, –a 6 leguas de Buenos Aires y a 4 de los Santos Lugares–. Sorpresivamente allí detuvo su marcha, y no se decidió a atacar, porque la población se mantuvo leal al gobernador y no se sumó al ejército “libertador” como los emigrados en Montevideo le habían hecho creer. Se encuentra desmoralizado, porque sabe así que no podrá contar con ninguna sublevación de la población a su favor, sino que por el contrario, la misma le es totalmente adversa. Entonces a principios de setiembre, se repliega y retira lentamente hacia el norte, ocupando la ciudad de Santa Fe el día 25 la que saquea.

El 11 de octubre Lavalle ha vuelto a escribir a su mujer: “No concibas muchas esperanzas, porque el hecho es que los triunfos de este ejército no hacen conquistas sino entre la gente que habla; la que no habla y pelea nos es contraria y nos hostiliza como puede. Este es el origen de tantas y tan engañosas ilusiones sobre el poder de Rosas, que nadie conoce hoy como yo. Mi situación no es muy halagueña en medio de países contrarios, con un ejército muy debilitado que carece de todo, abandonado por los franceses y traicionado por el odio ciego y por la insensatez de los otros aliados, te figuras que hago un prodigio con solo mantenerme, prodigio que no podrá continuar muchos días... Espero abrazarte pronto... porque en estas tierras de m... no hay quien me mate por el terror que inspiramos”.

Cuando el unitario Villafañe le reprocha a Lavalle la falta de disciplina de su ejército, este le contestará: “…¡Disciplina en nuestros soldados! ¡No! ¿Quieren matar? ¡Déjelos que maten! ¿Quieren robar? ¡Déjelos que roben!”

Note el lector que en la primera carta transcripta, Lavalle dice no haber encontrado sino “esclavos… muy contentos con sus cadenas”, ¿que quiere decir esto?, que la población estaba muy contenta con el gobierno de Rosas y en la segunda carta habla del “terror que inspiramos”. El terror proveniente de las acciones de los unitarios, siempre será silenciado o minimizado por la llamada “historia oficial” y de otros historiadores y escritores, quienes si bien quieren distanciarse de tal corriente histórica, prácticamente siguen sus pasos.

Mientras tanto, Mackau había llegado a Montevideo el 23 de setiembre de 1840, después de dos meses de navegación –había salido el 24 de julio comandando una flota de 36 barcos y 6.000 hombres–, y allí, los emigrados unitarios y representantes del gobierno de esa ciudad, lo visitaron, con la intención de ponerlo de su parte, pero éste, considerándolos solamente como auxiliares, utilizables en determinadas circunstancias, solo se hallaba interesado en poner fin a la controversia con la Confederación Argentina, porque la situación europea se encontraba difícil para Francia, ya que enfrentaba una poderosa alianza de Inglaterra, Prusia, Rusia y Austria y en cualquier momento podría surgir allá una contienda que le obligara a volver a aquel continente y por ello se dirigió a Buenos Aires, a donde arribó el 12 de octubre.

Colección Rosatto
Plato con el retrato de Rosas (3)
Cuando Mackau llegó frente a Buenos Aires, invitó en correctos términos al Ministro Arana, –quien como ya se dijo se encontraba en ese momento a cargo del gobierno–, a conferenciar en la nave capitana. Así, desde el 14 al 29 de octubre de 1840 se realizaron negociaciones entre los dos gobiernos, Felipe Arana, Canciller de la Confederación, por un lado y el Vicealmirante Mackau, por el Reino de Francia, por el otro, a bordo del bergantín Boulonnaise, anclado cerca de la Recoleta, navío este que en sus mástiles ostentaba las banderas de ambos países, como signo de neutralidad.

Todos los días por la mañana un bote llevaba al Dr. Arana a bordo de la nave para realizar las conversaciones y lo devolvía a tierra por la noche, oportunidad en la que el Canciller argentino hablaba con Rosas sobre lo tratado durante la jornada, poniéndose de acuerdo en la estrategia a seguir en las conversaciones.

Por fin, el día 29 se firmó la Convención y Rosas la ratificó desde su campamento de los Santos Lugares de Rosas dos días después.

El pabellón argentino, izado al tope del navío Alcmene, fue saludado por toda la escuadra francesa con 21 cañonazos, los que fueron también contestados con descargas de artillería desde el Fuerte. En reciprocidad, también fue izado el pabellón francés en el campamento de los Santos Lugares de Rosas. El vicealmirante y demás personalidades francesas fueron recibidas y agasajadas en el Fuerte de Buenos Aires, y días después, el 8 de noviembre, Rosas y las autoridades argentinas retribuyeron la visita, donde también son recibidos y agasajados a bordo del Alcmene (ver en este número “Anécdotas”).

En Buenos Aires, la población se mostró jubilosa por el cese de las hostilidades y la paz firmada, realizándose manifestaciones populares con festejos en toda la ciudad, con bombas de estruendo en la alameda, bandas militares, repique de campanas, etc.

En cambio, en la otra orilla del Plata, en Montevideo, tanto las autoridades como los emigrados argentinos de la “Comisión Argentina”, criticaron la firma de la Convención, considerándola “ignominiosa para Francia y aleve para sus aliados”. El Nacional, calificará a la Convención de “horrible y traidora”.

Dos meses mas tarde de la firma de la Convención, Charles Lefebvre de Becourt fue reconocido como encargado de negocios interino y cónsul de Francia en la Confederación Argentina y en febrero de 1842 Manuel de Sarratea, fue designado por nuestro gobierno como Ministro Plenipotenciario ante el Reino de Francia.

El haber sido tratada la Confederación Argentina como una potencia soberana, por parte de Francia y haber firmado un tratado de igual a igual y entre dos potencias, significó una importante victoria para nuestro país y quien la gobernaba, transformando a Rosas en defensor de la independencia americana, reconocido como tal en el mundo entero.

También los ecos del conflicto resonaron en el norte del continente, el periódico “El Noticioso de Ambos Mundos”, de Nueva York, dijo lo siguiente: “Hemos visto al gobierno de Montevideo dar favor y ayuda a los injustos agresores (franceses), lo mismo que a los descontentos de Buenos Aires refugiados allí... En medio de esto un héroe vemos brillar: este héroe es el presidente de Buenos Aires, el general Rozas. Llámenle enhorabuena tirano sus enemigos; llámenle déspota, nada nos importa todo esto; él es un patriota, tiene firmeza, tiene valor, tiene energía, tiene carácter y no sufre la humillación de su patria”.

Finalizado el conflicto con la firma de la Convención, la Junta de Representantes de la provincia, dispone que se recopilen e impriman todos los antecedentes de la cuestión con la confederación peruana boliviana y el bloqueo francés. También dispone darle al gobernador los títulos de Gran Mariscal, creando el cargo con el título de “excelencia”, con un sueldo de seis mil pesos anuales y una escolta de un oficial, dos ayudantes y treinta hombres. Hay otros proyectos creando los títulos de Héroe del Desierto y Defensor heroico de la Independencia americana y designar el mes de octubre como mes de Rosas. Todos estos títulos son rechazados por el Gobernador.

Pero no podemos dejar de destacar la importante labor llevada a cabo también por el Canciller de la Confederación, el Dr. Felipe Arana, quien conjuntamente con Rosas formaban un equipo imbatible en cuestiones diplomáticas.

Arana había nacido en Buenos Aires el 23 de agosto de 1786, estudió en el Real Colegio de San Carlos, realizando entre otros, estudios de teología. En la Real Universidad de San Felipe de la Ciudad de Santiago de Chile, se recibió de Doctor en Leyes. Intervino en los sucesos revolucionarios de mayo de 1810, en el Cabildo Abierto del día 22, siendo uno de los patriotas mas decididos. Fue un jurista talentoso, muy respetado, habiendo sido miembro, como vocal, de la Cámara de Apelaciones -que era el tribunal superior de la provincia- a partir de 1830. Siempre perteneció al Partido Federal. En 1828 presidió la Sala de Representantes bonaerense apoyando a Manuel Dorrego y luego de su fusilamiento, siguió a Rosas.

Cuando el Restaurador asumió por segunda vez su cargo de gobernador de la provincia el 30 de abril de 1835, nombró a Arana como su Ministro de Relaciones Exteriores. Al frente de la Cancillería se desempeñó magníficamente, con gran sabiduría y patriotismo, diestro en el manejo diplomático. Además del tratado firmado con Mackau, intervino casi diez años después en la firma de otros dos tratados ampliamente favorables a los intereses de nuestra nación, tratados que pusieron fin a la intervención anglofrancesa iniciada en 1845 y me estoy refiriendo a los tratados Arana-Southern firmado con los ingleses el 24 de noviembre 1849 y el tratado Arana-Lepredour, suscripto con los franceses en 31 de agosto de 1850.

En varias oportunidades, fue Gobernador Delegado de la provincia, ante la ausencia en la Ciudad de Buenos Aires del Gobernador Rosas.

El cargo de Canciller lo ostentó hasta poco después de Caseros, ya que Urquiza lo mantuvo en el cargo hasta el 6 de abril de 1852, fecha en que fue nombrado miembro del Consejo de Estado. Al poco tiempo se retiró de la vida pública y pasó a residir en su estancia.

Fue una persona de bien, modesta en sus costumbres y respetado también por sus adversarios. Rosas, quien tenía gran aprecio por él, cariñosamente lo llamaba “Felipe Batata”.

Falleció en Buenos Aires el 11 de julio de 1865.

 

Fuentes:

“El gran bloqueo” de Antonio E. Castello, Revista “Todo es Historia” Nº 182, de julio de 1982.

“Historia de la Confederación Argentina” de Adolfo Saldías.

“Historia Argentina” de José M. Rosa.

Crónica Histórica Argentina”, Edit. Codex.

“Las otras Tablas de Sangre” de Alberto Ezcurra Medrano, Edit. Haz, Buenos Aires, 1952.

“Juan Manuel de Rosas” de Manuel Gálvez, Edit. Claridad, Buenos Aires, 1997.

(1) - Felipe Benicio de la Paz Arana y Andonaegui (Felipe Arana), Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 23 de agosto de 1789 - Buenos Aires, República Argentina, 11 de julio de 1865. Dibujo de Ch. Decaux.

(2) Juan Galo de Lavalle. 17 de octubre de 1797 – 9 de octubre de 1841. 

(3) Plato con la efigie de Rosas. Colección Rosatto.