sábado, 1 de marzo de 2008

GLOBALIZACIÓN por Roberto Fontanarrosa

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pag. 16 

Ante la entrada de tanta basura “cultural” foránea, defendamos lo nuestro. Guardemos nuestras tradiciones. Que otras modas, costumbres, modos de vida ajenos a lo nuestro no nos contaminen. No copiemos lo que nos viene de afuera como si todo ello fuera bueno y aceptable. Cuidemos nuestro idioma, por ahí también viene la desculturización y la invasión cultural. Después no nos quejemos, la culpa no será de otros sino de nosotros mismos. Como recitaban nuestros gauchos en un Estilo de época después de la caída de Rosas: “La basura ajuera, que la Patria no es tapera” y como lo dijo el Brigadier General de la Confederación Argentina, don José de San Martín, en sus Máximas para su hija. “Serás lo que has de ser, o sino, no serás nada”.

Vemos día a día, como en el uso cotidiano se están empleando palabras foráneas, lo cual es una lástima, ya que tenemos un idioma tan rico y que hace innecesario el empleo de esas palabras. Hace un par de años el recordado humorista Roberto Fontanarrosa escribió “Globalización”, que ahora brindamos a nuestros lectores, para su análisis y meditación


Roberto Fontanarrosa - Globalizción - Periódico El Restaurador

GLOBALIZACIÓN

por Roberto Fontanarrosa


En esta época de globalización, aggiornáte o quedás afuera. ¿De qué carajo? Ni idea... Desde que a las insignias las llaman "pins", a los maricones "gays", a las comidas frías "lunchs" y a los repartos de cine "castings", Argentina no es la misma.

Ahora es mucho más moderna; durante muchos años, los argentinos estuvimos hablando en prosa sin enterarnos. Y lo que todavía es peor, sin darnos cuenta siquiera de lo atrasados que estábamos. Los chicos leían revistas en vez de "comics", los jóvenes hacían asaltos en vez de "parties", los estudiantes pegaban "posters" creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de "business" y los obreros tan ordinarios ellos, a mediodía sacaban la fiambrera en lugar del "tupper".

Yo, en la primaria, hice "aerobics" muchas veces, pero en mi ignorancia, creía que hacía gimnasia. Afortunadamente, todo esto hoy cambió; Argentina es un país moderno y a los argentinos se nos nota el cambio exclusivamente cuando hablamos, lo cual es muy importante... Cuando estudiábamos con todo para dar un parcial en la facultad, decíamos “estoy hasta las bolas o hasta las manos" cuando en realidad, no nos dábamos cuenta que estábamos "a full", que queda mucho más paquete y es un "wording" mucho más simple ¿viste?. Cuando decidíamos parar un poco para comer o tomar algo, decíamos "la cortamos y vamos al bar a comer unos carlitos o panchos"; éramos tan ignorantes que no nos dábamos cuenta que en realidad estábamos haciendo un “break"; y ahora somos más piolas: vamos a Mc Donald a comer unos "burgers"... No es lo mismo decir "bacon" que tocino, aunque tengan la misma grasa, ni vestíbulo que "hall", ni jugar al polo con ventaja que con "handicap".

Las cosas, en otro idioma, mejoran mucho y tienen mayor presencia. Desde que Nueva York (sorry NEW YORK) es la capital del mundo, nadie es realmente moderno mientras no diga en inglés un mínimo de cien palabras. Desde ese punto de vista, los argentinos estamos ya completamente modernizados. Ya no tenemos centros comerciales: ahora son todos "shoppings". Es más, creo que hoy en el mundo no hay nadie que nos iguale. Porque, mientras en otros países sólo toman del inglés las palabras que no tienen porque sus idiomas son pobres, o porque tienen lenguajes de reciente creación, como el de la Economía o la Informática, nosotros, más generosos, hemos ido más allá: Adoptamos incluso las que no nos hacían falta, lo que demuestra nuestra apertura y nuestra capacidad para superarnos. Tomando otros ejemplos, ya no decimos galletitas, sino "cookies", que queda mucho más fino, ni tenemos sentimientos, sino "feelings", que son mucho más profundos. Y de la misma manera, sacamos "tickets", compramos "compacts", usamos “kleenex", comemos "sandwichs", vamos al "pub", hacemos "footing" (nada de andar caminando así nomás) y los domingos, cuando vamos al campo, que los más modernos llaman "country", en lugar de acampar como hasta ahora, hacemos "camping". Y todo ello, con la mayor naturalidad y sin darle apenas importancia. Los carteles que anuncian rebajas, dicen "Sale 20% Off". Y cuando logramos meternos detrás de algún escenario hacemos "backstage".

Obviamente, esos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres, han cambiado nuestro aspecto, que ahora es mucho más moderno y elegante, es decir, más "fashion". Los argentinos ya no usamos calzoncillos, sino "slips" o "boxers" y después de afeitarnos, usamos "after shave", que deja la cara mucho más suave y fresca que la loción berreta que usaba mi abuelo. Tampoco viajamos más en colectivo sino en "bus"; ya no corremos: hacemos “jogging"; ya no estudiamos, hacemos "masters"; no estacionamos, utilizamos el "parking". En la oficina, el jefe ya no es el jefe, es el "boss" y está siempre en “meetings" con las "public relacions" o va a hacer "business" junto con su secretaria, o mejor, "assistant". En su maletín de mano, a diferencia de los de antes, que estaban repletos de papeles, lleva tan sólo un teléfono, una "laptop" y un "fax-modem"; minga de agenda de papel: ahora es una "palmtop"... Aunque seguramente la secretaria es de La Boca, hace "mailings" y “trainings" y cuando termina el trabajo va al gimnasio a hacer "fitness" y "aerobics". Allí se encuentra con todas sus amigas “Asistant” del "jet set", que vienen de hacerse el "lifting" y con alguna "top model" fanática del "body-fitness" y del "yoghurt light". Y cuando van a un "cocktail" piden "roast-beef" que, aunque no lo creas, es más digestivo y engorda menos que la carne.

En TV nadie hace entrevistas ni presenta como antes. Ahora hacen "interviews" y presentan "magazines", en lugar de los programas de revistas que dan mucha más presencia, aunque parezcan siempre los mismos. Si el presentador dice mucho “O.K.” y se mueve todo el tiempo, al “magazine” se lo llama "show", que es distinto que un espectáculo. Y si éste es un show porno, es decir tiene carne, se lo adjetiva "reality" para quitarle la cosa podrida que tiene en castellano. En las tandas, por supuesto, ya no nos ponen anuncios, sino "spots" que, aparte de ser mejores, nos permiten cambiar de canal o sea hacer "zapping". El mercadeo ahora es el "marketing"; las franquicias comerciales, “franchising"; el mercadismo, "merchandising", el autoservicio, el “self-service"; el escalafón, el "ranking"; la carne, "steak"; el representante, el "manager" y la entrega a domicilio, el "delivery". Ya no hay cuentapropistas sino "entrepreneurs" y el viejo y querido margen entre la compra y la venta se llama "mark up". Y desde hace algún tiempo, los importantes son "vips", los auriculares, "walk-man"; los puestos de venta, "stands"; los ejecutivos, "yuppies"; las niñeras, "baby-sitters" y los derechos de autor, "royalties". Y por supuesto ya no pedimos perdón: decimos "sorry" y cuando vamos al cine no comemos pochoclo, sino "pop-corn" que es más rico.

Para ser ricos del todo y quitarnos el complejo de país tercermundista que tuvimos algún tiempo y que tanto nos avergonzó, sólo nos queda decir "siesta" con acento americano, que es la única palabra que el español ha exportado al mundo, lo que dice mucho a favor nuestro...

COMO DIJO INODORO PEREYRA: "YA NO QUEDAN MÁS DOMADORES. AHORA TODOS SON LICENCIADOS EN PROBLEMAS DE CONDUCTA DE EQUINOS MARGINALES...”

El médico unitario que atendió a Rosas

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pags. 14 y15 




El médico unitario que atendió a Rosas
Recuerdos de familia relatados por el Dr. Mariano G. Bosch


El Dr. Mariano G. Bosch, nacido en 1865 y fallecido en 1948, fue hijo y pariente de unitarios y sobrino del médico personal de Rosas. Escribió varias obras teatrales y una historia del teatro argentino titulada “Historia de los orígenes del teatro nacional argentino” –en cuatro volúmenes–, obra muy valiosa y que fue muy bien recibida en su época. El artículo que transcribimos a continuación, que es de su autoría y relata recuerdos de familia, es muy interesante, porque además de contener detalles de la vida del Restaurador, da por tierra con lo afirmado por la historiografía oficial en cuanto a que el Jefe de la Confederación Argentina, perseguía a los unitarios. Cuando Rosas persiguió a alguien –fueran unitarios o federales, estancieros o no, etc.–, no lo fueron por su idea política o situación social, sino porque atentaban contra la unidad nacional o se aliaban a potencias extranjeras. Quienes no actuaban de esa forma eran respetados e inclusive formaban parte del círculo de amistades del Restaurador y su familia, no obstante ser de ideas unitarias, como el Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield –autor del Código Civil y reconocido jurisconsulto de su época–, asiduo concurrente a las tertulias de Manuelita Rosas –de quien se decía amigo– en la residencia de Palermo y el tío del Dr. Bosch, entre muchos otros.

He aquí el relato

El doctor don Ventura Bosch, fallecido en 1871, en cumplimiento de su deber de médico, y por cuya razón su nombre figura en la lista de los abnegados que cayeron víctimas de la fiebre amarilla, fue uno de los facultativos más queridos y respetados de Buenos Aires, antes y después de la caída de Rosas. Se hizo más notable aún, cuando a su regreso de Europa, en 1853, fundó el primer manicomio que tuvo el país, y por esto, el primero de América del Sud: el de San Buenaventura, injustamente llamado hoy de las Mercedes.

Había recibido su diploma de médico en 1836. Su casa de la calle Suipacha, a pocos metros de la iglesia de San Miguel y donde hoy día existe un colegio del Consejo, fue siempre el punto de reunión de médicos, hombres de ciencia y políticos de su época. Por allí pasaron, en busca de una palabra útil, desde Cuenca, Clara y Teodo­ro Alvarez hasta Rawson.

Tanto él como su hermano Gerardo (mi padre) y Francisco (padre del general) eran unitarios. Unitarios, lo mismo en 1840 que en 1853; y no federales renegados, como muchos que después, caído el gobernante le maldijeron, como antes le habían adulado y solicitado favores.

Eran unitarios –aunque no en la forma de los rivadavianos, ni en la que predicaban los Varela–, Echeverría escribía a don Pedro de Angelis, diciéndole que ellos querían, de buena fe, patriotismo, desinterés, la libertad, el progreso y la civilización para su país: querían extirpar de raíz, las tradiciones coloniales. Y según Juan Cruz Varela, una de éstas era la idea religiosa. (Las ideas liberales que profesaban eran las de la Revolución Francesa y los volterianos.)

Ninguno de los Bosch que he mencionado, ni muchos otros porteños, creían que ésos eran los verdaderos fundamentos del unitarismo. Pretendían simplemente que Buenos Aires fuera el asiento del gobierno, la administración, las relaciones exteriores. Acaso hubieran preferido un gobierno monárquico, pero religioso, y, sobre todo, como porteños que eran, el sometimiento absoluto de "los provincianos" a su férula indiscutible, y el reconocimiento de la importancia de su ciudad, puerta de entrada del exterior.

Fue por esta razón y por lo arraigado de tales ideas localistas, los federales, sus enemigos, se llamaban a sí mismos americanos, republicanos, ciudadanos, yendo de este modo, y muy especialmente contra los rivadavianos, a quienes acusaban de andar buscando príncipes en las cortes del Brasil y de Europa, no faltando quienes lo hicieran, en las tribus americanas, para instalarlos en un trono como el que había en Río de Janeiro. Cuando estos republicanos hablaban de hacer arraigar en el pueblo las ideas que ellos profesaban y las del federalismo a estilo norteamericano, aquéllos les contestaban siempre con "la eterna muletilla" de "no es tiempo aun, no estamos preparados", etc.

En la invitación que publicamos, para el funeral de la señora Misia Encarnación, su esposo invita: "El ciudadano don Juan Manuel de Rosas", etc. Como se ve, es para él ese título de "ciudadano" de mayor importancia y más adecuado que cualquier otro que pudiera ostentar.

El mencionado doctor don Buenaventura Bosch, unitario y hermano de unitarios, fue el médico de Rosas. Y durante las largas esperas que debía soportar a su lado (le practicaba sondajes uretrales) conversaban de asuntos políticos, y recibía no pocas bromas respecto a su unitarismo y al de su hermano Gerardo. Y en no pocas de las dificultades que tuvo con los hombres del interior, Rosas le decía:

– ¿Por qué no se van ustedes, los unitarios, con sus ideas, a arreglarme estos asuntitos?.. A ver si vuelven vivos...

El doctor Bosch fue médico de Rosas, después del norteamericano Franklin Bond, que de médico pasó a cuñado: de la unión con la hermana, nacieron Enriqueta, Franklin y Carolina Bond y Rosas, y al quedar huérfanos de padre y madre, doña Agustina, su abuela se hizo cargo de ellos. ­

Es oportuno observar aquí que el doctor don Ventura Bosch no era pariente del boticario de la Merced (que luego lo fue en Lobos), ¡y es verdaderamente sensible!, don Juan José Bosch, quien, según los datos consignados por Rivera Indarte, fue uno de los cuatro únicos que, en el plebiscito realizado en favor de Rosas para gobernante y con facultades extraordinarias, votaron en contra.

Su voto tenía un agregado curioso y viril después de su firma: "El que no tiene cola de paja". Y así le quedó de sobrenombre. Fue atacado por los federales y otros adulones, y él les contestó siempre, con artículos periodísticos o versos, que firmaba de ese modo.

El voto de don Juan José, en su boleta, decía textualmente: "Disconforme con la ley del 7 de marzo, en cuanto al tiempo, modo y forma de gobierno que ella sanciona. Muy conforme con la persona de don Juan Manuel de Rosas, mandando en la provincia bajo el imperio de la ley y como custodio de ella."

No le gustaban al hombre ni las facultades extraordinarias ni lo indefinido del plazo para gobernar. Pero le gustaba mucho Rosas.

No fue ésa la conducta de Rivera Indarte, que publica esos detalles. Veamos: en el Nº 80 del "Diario de Avisos", que dirige, anuncia en venta su Himno a Rosas, compuesto con motivo de su asunción del mando (con plebiscito y todo), y cuya música compuso el maes­tro Massini. Y publica el retrato del gobernante elegido. Y los datos­ biográficos siguientes: nació en Buenos Aires, en la calle Cuyo Nº 94, el 30 de marzo de 1793. Se educó en la escuela de don Francisco Xavier Argerich. A los 13 años peleó como voluntario contra los ingleses invasores. (Es de observar que a esa edad ingresaban al ejército muchos jóvenes que luego sentaban plaza en él.) Según el mismo biógrafo, al año siguiente de 1807, Rosas se enroló como voluntario en el regimiento de Migueletes, de caballería, y en él figuró varios años. En 1820 fue nombrado capitán de milicias, recibiendo los despachos correspondientes.

La conducta de Rivera Indarte no fue la que correspondía al adu­lón de esta época. Disgustado con el Restaurador, pasó el resto de su vida arrojando veneno, lanzando calumnias de todas clases, insultos, infamias, mentiras. Todas las que escribió han sido aprovechadas después por los soidissant historiadores, para hacer la pretendida historia de este gobernante argentino.

La posición del doctor Ventura Bosch en la casa de Rosas, como médico, le permitió conocer detalles de su vida privada, y jamás dejó sospechar que en ella hubiera algo que denotara inmoralidad, ni licencias. Misia Encarnación Ezcurra de Rosas, de ilustre abolengo, era visitada por lo más selecto que tenía la ciudad. Y de su distinción admirable y reconocida sólo ha llegado a dudar algún ignorante escritor, mal caballero, pretendiendo babosear el nombre de una ilustre matrona argentina.

Vive en Buenos Aires –y soy su amigo– un bisnieto de doña Paula Garretón de Larrazábal, a la cual tanto el desleal Mármol como escritores de piezas teatrales que quieren especular con los efectismos escénicos, ofendieron, desfigurando su verdadera personalidad de matrona. El poeta mencionado se encontró con ella en Montevideo, y al ser increpado por su insolencia, pidió perdón a la señora, alegando su pobreza como justificativo de sus licencias.

Los Rosas y los Ezcurra, sus hijos y hermanos, estaban emparentados, más o menos lejanamente, con ilustres apellidos, conocidos aun ahora, que el tiempo y las mezclas han diluido a muchos: los García Zúñiga, Anchorena, Arana, Aguirre, Terrero, Llavallol, Pereyra, Arroyo, Mansilla, Belaustegui, Sáenz, Ituarte, Peña, Trápani, Costa y Espinosa. Los López Osornio vinieron de Europa, directamente. Los Rozas, algunos de Chile, otros del Perú, quiénes de Cuyo. Todos los Rosas mamaron leche de LavaIle; de una predilecta amiga de doña Agustina; y todos los Lavalle, del seno de ésta. La desgracia hizo que después los dos tocayos fueran rivales y hasta enemigos.

Las relaciones sociales de la casa de Rosas Ezcurra eran entre las familias de Las Heras, Alvear, Olaguer Feliú, Necochea, Anchorena, Larrazábal, Maza, Rolón, Saavedra, Viamonte, Iriarte, Sáenz Peña, ViIlegas, Garretón, Torres, Alzaga, Azcuénaga, Castro, Zapiola, luego Seguí (que el íntimo amigo de Rivadavia casóse con una hermana de Rosas), Baldez, etc. El general Mansilla, una vez que enviudó, casóse con otra hermana, Agustina.

Las reuniones y saraos en lo de misia Encarnación, fueron muy selectos. Después de su muerte y pasados muchos años, su hija Manuela siguió esa tradición. Cuando actuaron las célebres compañías de ópera de Nina Barbieri, Carolina Merea y Luisa Pretti en los cuatro últimos años del gobierno de su padre, alrededor de ella se formaban núcleos sociales de gran importancia. En cuanto a las compañías, tuvieron que pasar bastantes años antes de que llegaran las que pudieran superarlas.

El padre del que estas líneas escribe, tuvo, en sociedad con otros amigos, perennemente, un palco que le permitió escuchar a todos esos admirables cantantes y conocer los estrenos famosos.

En cuanto al juicio que sobre Rosas formuló mi tío, y que, deliberadamente, han ocultado cuantos lo oyeron de mis labios, es el si­guiente:

He dicho que en casa del doctor Ventura Bosch se reunían, habi­tualmente, distinguidas personas y no pocos médicos. En una de esas reuniones dijo, probablemente, algo que se refería a la asistencia médica que le prestaba al gobernador. Preguntado, entonces, de qué se trataba, que requería tanto tiempo para cada curación, el doctor explicó que de una estrechez uretral, que le obligaba a sondarle y a dejarle la sonda colocada unos minutos.

Estos instrumentos eran de tripa y calidad bastante inferior. Lar­gas y flexibles. Y eran peligrosas de manejar.

– Mientras las dejo colocadas no me puedo mover del lado del enfermo, porque cualquier mal movimiento sería peligroso para su vida, como también lo sería una torpeza de mi mano al colocarlas. Una perforación de la vejiga podía ocasionar la muerte del paciente.

Esta declaración provocó un silencio solemne. Los oyentes meditaban. De pronto, alguien, exclamó:

– ¡Qué gran servicio haría usted al mundo, a la libertad, a nuestro país, doctor... si un día se le fuera la mano... y despachara a su paciente al otro mundo! ...Merecería una estatua de la posteridad.

Mi tío calló. Meditaba, a su vez.

– En primer lugar –dijo al rato–, el juramento que prestamos ­los médicos nos obliga a considerar al enfermo, sea quien fuere como cosa sagrada. Nos debemos a él, y hasta al sacrificio personal nos obligaría la salvación de su vida.

Hubo otro silencio. Y más campechanamente añadió:

– Por otra parte, señores, ustedes están muy equivocados respecto al general Rosas: ¡no lo conocen!... Es un cumplido caballero, es un leal amigo, al cual yo aprecio y estimo como se merece y como él a mí.


MUESTRA ITINERANTE

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pags. 8 al 10 


MUESTRA ITINERANTE 
“LA GUERRA DEL PARANA Y SUS BANDERAS”

Esta muestra itinerante –ideada y dirigida por el Sr. Antonio Testa, miembro del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas– fue llevada a todos los rincones de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, etc. y tiene como objetivo difundir la llamada Guerra del Paraná donde las tropas de la Confederación Argentina liderada por Juan Manuel de Rosas defendieron el honor nacional frente al ataque imperialista anglo-francés en los años 1845-1846. 

En ella se exponen banderas históricas argentinas, mapas, cronologías, armas, uniformes, biografías de los principales personajes históricos, etc. 

Ha sido declarada de interés cultural por diversos municipios y se ha difundido a la comunidad, estudiantes y personas amantes del pasado nacional. 

Las entidades que tengan interés en solicitar la exhibición de esta Muestra histórica pueden contactarse al:

Sr. Antonio Testa 15-4434-4617 o a

Opinión de Darwin sobre la Ciudad

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pag. 10 


Opinión de Darwin
sobre la Ciudad de Buenos Aires


La ciudad de Buenos Aires es grande y, a mi juicio, una de las de trazado más regular que hay en el mundo. Todas las calles se cortan en ángulo recto, y las paralelas equidistan unas de otras, estando­ las casas reunidas en bloques cuadrados de idénticas dimensiones­, que se llaman cuadras. Además, las casas constituyen paralelepípedos huecos, de modo tal que todas las habitaciones dan a un patio ordenado. Generalmente sólo tienen un piso, cubierto por un techo plano o azotea, provista de asientos, lugar muy frecuentado por los habitantes en verano. En el centro de la ciudad está la plaza, donde se levantan los edificios públicos, la fortaleza, catedral, etc. También aquí vivían los antiguos virreyes antes de la revolución. El conjunto general de edificios posee una gran belleza arquitectónica, aunque ninguno de ellos sobresalga en particular. 

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Carta y pedido de un lector

Agradecemos la carta que desde Cacharí, Pcia. de Buenos Aires, nos remitió el Ing. Alberto José Bondesío en la que nos dice: “Ha llegado a mis manos el Nº 1 del periódico cultural "El Restaurador". Luego de su lectura me pareció realmente muy bueno. Es por ello que desearía saber cómo puedo hacer para tener los números que salieron a continuación. Hago propicia la oportunidad para saludarlo y felicitarlo por su trabajo”

En contestación hemos mandado al lector los ejemplares pedidos y agradecemos el concepto que tiene de este medio y la felicitación que nos hizo llegar. 


La Plaza de Mayo - Su Historia

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pags. 8 al 10 


"La Plaza de Mayo"
Su Historia
PLAZA MAYOR, PLAZA DE LA VICTORIA, 
PLAZA DEL FUERTE...
ANTECESORAS DE LA PLAZA DE MAYO...

Plano donde se señalan la ubicación de las plazas y las distintas construcciones. Las calles tienen los nombres actuales para una mejor comprensión
Plano de la ubicación de las
plazas y distintas construcciones
(1)
La que actualmente conocemos como “Plaza de Mayo”, fue la Plaza Mayor cuando se fundó por segunda vez la Ciudad de Buenos Aires, por Juan de Garay en 1580. 

Queremos brindar a nuestros lectores, -con las ilustraciones anexas-, una idea de lo que fue esa Plaza en la primera mitad del Siglo XIX -hasta la caída de Rosas en 1852 aproximadamente-. En esos primeros años, prácticamente no hubieron modificaciones que sí se produjeron posteriormente con las mutilaciones que se le hicieron al Cabildo -principalmente por la apertura de la Avenida de Mayo-, la demolición de la Recova, modificaciones y demolición del Fuerte, etc. Las distintas ilustraciones que ponemos en esta nota, -algunas de las cuales son obras de importantes y conocidos pintores de la época-, muestran los distintos sectores de la Plaza, que con la ayuda de nuestra imaginación nos dará una idea de conjunto. 

Buenos Aires, como toda ciudad española en América –siguiendo las Ordenanzas de población de Felipe II–, tenía la Plaza Mayor que era la más importante; estaba enmarcada por el Fuerte, el Cabildo y la Catedral y era el lugar donde se desarrollaban los acontecimientos relevantes y de trascendencia como los desfiles, celebraciones religiosas, procesiones, etc. En las calles aledañas se encontraban las casas mas importantes por ser las mas grandes, con varios patios y mejor construidas, algunas contaban con planta alta (denominándose en aquella época como “altos de Escalada”, por ejemplo, tomando el nombre del dueño). 
A partir de 1803 una recova situada –en el medio de la plaza– a la altura de la actual calle Defensa, destinada a Mercado, dividió la Plaza Mayor en dos sectores, uno ubicado entre el Cabildo y la Recova que luego de la Invasiones Inglesas -en 1808- pasó a llamarse Plaza de la Victoria, y al otro situado entre la Recova y el Fuerte, se la llamó Plaza del Fuerte, luego denominada del Mercado y 25 de Mayo.

Plaza de la Victoria, dibujo de E. de Kretchmar. Parecería que el dibujo ha sido realizado desde la torre del Cabildo, divisándose a la derecha los Altos de Escalada, a la izquierda la Catedral y al frente la Pirámide de Mayo, 
atrás la Recova y al fondo el Fuerte y el Río de la Plata

Foto izquierda: Cabildo, Aguada de Léonie Mathis. (Nótese la falta de la Torre, como sí se la ve en las otras ilustriaciones)
Foto derecha: La Pirámide de Mayo, en la Plaza de la Victoria, embanderada con motivo de una fiesta Patria

El edificio de la Recova era de estilo morisco, con un arco central, y contaba con terraza. En esta terraza se hicieron fuertes las tropas británicas durante la jornada de la Reconquista (12 de agosto de 1806). Fue demolida a fines del Siglo XIX. Aclaramos que en algunos textos “Recova” también figura como “Recoba”. 

El Cabildo era el organismo colegiado que tenía bajo su responsabilidad el gobierno de la Ciudad, formando parte de él, los vecinos de mayor prestigio. Fue autoridad máxima de la ciudad desde 1580 hasta 1821. 

El primer edificio del Cabildo, de precaria construcción, databa de 1610. Recién entre 1725 y 1786 se construyó, bajo la dirección del jesuita Giovanni Bianchi, un edificio de dos pisos con balcón y una torre, incluyendo la sala Capitular, una capilla, oficinas de jueces y escribanos, y celdas para presos. Pero los mayores cambios posteriores son entre 1880 y 1889, que coincidieron con el trazado urbano, por lo que el edificio perdió su torre, numerosos arcos y su estilo original. El edificio actual data de 1940, cuando fue restaurado por el arquitecto Mario Buschiazzo. 

En el año 1811 y en conmemoración del primer aniversario de la revolución de Mayo se erigió un obelisco en la Plaza de la Victoria, frente al Cabildo que sufrió también diversas modificaciones a través del tiempo. 

En el solar destinado a la Iglesia Mayor, en la traza efectuada en la segunda fundación de la Ciudad, se construyó el templo católico –la Catedral– más antiguo de Buenos Aires. Desde la primera capilla de adobe de 1593 hasta la Catedral actual, hubo en este sitio seis edificios diferentes que cumplieron la función de templo mayor. La iglesia actual se completó entre 1752 y 1852. Las doce columnas de su fachada representan a los Apóstoles de Jesús. 

En el solar del Palacio de Gobierno –aledaño al Cabildo– estaba la casa de Pedro Duval, traficante de esclavos. Expropiada, en 1818 fue donada al general San Martín, quien nunca llegó a ocuparla. 

El viejo y primitivo fuerte que servía de defensa a la Ciudad, fue puesto bajo la advocación de San Juan Baltasar de Austria. Su construcción fue terminada en 1725 con la dirección de los ingenieros José Bermúdez y Domingo Petrarca. Fue sede de la residencia de los virreyes y a partir de 1810 fue también utilizada como vivienda y sede de gobierno de los titulares de los distintos gobiernos que se sucedieron hasta 1837, cuando Juan Manuel de Rosas por el contrario estableció la sede del gobierno en el edificio de la familia Ezcurra en la esquina de Bolívar y Moreno. En la segunda mitad del Siglo XIX, el Fuerte sufrió diversas reformas y demoliciones. En 1882 se dispuso su demolición para dar lugar a las obras del nuevo palacio de gobierno. Actualmente es la sede de la Presidencia de la Nación y se la conoce como la Casa Rosada.

La Catedral, Acuarela de Carlos E.Pellegrini, 1829. 
(Vista desde Bolívar e H. Yrigoyen).

Fuerte de Buenos Aires, de Carlos E. Pellegrini, 1829

El Mercado de Buenos Aires de Emeric Essex Vidal.
(Plazoleta del Mercado frente al Fuerte. Al fondo la Recova

Plaza del Fuerte y la Recova de Buenos Aires, de Léonie Mathis
(Al fondo se aprecia un edificio de Rentas denominado Altos de Escalada 
sobre lo que hoy sería Hipólito Yrigoyen entre Defensa y Balcarce)

El Cabildo y la Piramide de Mayo, Plaza de la Victoria, Aguada de Carlos E. Pellegrini, 1829. 
Es considerado el documento gráfico mas fiel que existe sobre el antiguo Cabildo.


Detalle de litografia de Pellegrini. Negocio de Sombrería.
Esquina de las actuales calles Rivadavia y Bolivar.
Un Gaucho esta probando una galera.

Vista del Cabildo y Casa de Policia de 1831. Sobre la actual calle Bolivar.
Litografía de E. Carlos Pellegrini, incluida en el álbum Recuerdos, del mismo autor.

Ilustración anterior a 1811, pues adelante se ve la plaza frente al Fuerte, a continuación la Recova 
y al fondo el Cabildo y entre ambas no figura la Pirámide de Mayo. 
Vista desde Rivadavia y Balcarce - 25 de Mayo

Plaza de la Victoria con la Pirámide de Mayo y al fondo la Recova
Vista desde la esquina de  Rivadavia y Bolívar

(1) Se han puesto el nombre de las calles de acuerdo a la actual nomenclatura para un mejor entendimiento, ya que el nombre de las calles fueron cambiando a través de los tiempos.

Rosas y Thiers

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año II N° 6 - Marzo 2008 - Pag. 4 al 7 y 11 a 13 

ROSAS Y THIERS

Rosas

A Rosas no se le ha historiado; se le ha novelado. Y se le ha novelado en folletín.

Después de más de medio siglo de terminado su gobierno, todavía se le juzga como al día de la batalla de Caseros.

Almirante Louis Leblanc
Para los tiranos de América no hay historia. Mientras dominan con la omnipotencia de su fuerza personal, no conocen otro lenguaje que el de la adulación, contrapuesto al de las diatribas de sus enemigos, generalmente publicadas en el extranjero. Y cuando caen, la adulación enmudece, los encomios quedan olvidados, y los enemigos del déspota registran como sentencia histórica la expresión de la venganza.

Por un fenómeno singularísimo, para Rosas no ha habido posteridad, y como queda dicho, la generación que sucedió a la de sus contemporáneos se aferra con obstinación en la condenación formulada por los enemigos de Rosas, obra exclusiva del odio personal, y presencia con atonía tal o cual tentativa aislada de rectificación.

El hecho tiene una explicación. Rosas es un hombre a quien le tocó desempeñar su papel después de un mito y antes de otro. Para que Rosas pueda tener jueces en su patria, es preciso que Rivadavia y Mitre recobren su naturaleza de seres morales y falibles.

Se ha intentado, es verdad, la rehabilitación de Rosas, y entre los libros que a este fin se han destinado, el de Saldías (Rosas y su Epoca) posee un rico fondo de sinceridad y de juicio, pero se le rechaza como apologético.

Mansilla ha pretendido hacer una obra imparcial, y en cierto modo lo consigue pero aparte del tono impertinente, no exento a veces de gracia, aunque más a menudo chabacano, el autor propende a lo anecdótico, y comparte el error común de no ver en Rosas sino el tipo pintoresco.

Otros hombres públicos odiados y maldecidos, han tenido la fortuna de no merecer en tal alto grado la atención preferente de las comadres de ambos sexos, amantes de explicarlo todo por la fístula…

Rosas leyó el Facundo de Sarmiento, y comprendió que allí estaba su reputación histórica. “Esto es lo más hábil que se ha escrito contra mí, dijo, y ya verá usted, señor, como nadie sabe defenderme”. Para borrar el Facundo, sería necesario escribir otro Facundo, y se ha escrito, no uno sino muchos Facundos, pero para corroborar el de Sarmiento ¿Qué es la Amalia de Mármol? ¿Y qué es la Mashorca de Ferry?

Para la memoria de Rosas pasaron los tiempos del romanticismo y de las fábulas anecdóticas recogidas por Sarmiento en Chile; pero vinieron otras modas, y el tirano siguió siendo un tipo interesante ante la curiosidad superficial y malévola.

Lombroso abrió su gabinete antropológico, se popularizaron los cuentos clínicos del Dr. Cabanés, y Rosas fue materia predilecta para los que quisieron divertirse y divertir al público, ya biografiando a Un Calígula del Siglo XIX, ya acumulando datos para concluir que Rosas es un caso de locura moral.

Yo no niego el interés, el encanto y la importancia de estas disquisiciones, y dejo a los competentes la tarea de refutarlas, si lo merecen, como no niego la belleza del Facundo; pero permítaseme recordar por vía de comparación ilustrativa que la historia clínica de los Césares no es la historia de la estupenda organización administrativa del Imperio Romano. Una de dos: o es mentira que de Augusto a Trajano, pasando por Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Othón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano y Nerva, fueron conquistadas y reducidas a provincias la Galacia, la Panfilia, los Alpes Marítimos, Asturias; la región que se extiende entre los Alpes y el Danubio; la Capadocia y las tierra de la izquierda del Rhin; la Numidia, la Mauritania, la Tracia, la Bretaña y la Dacia; o hay algo más que lujuria, crueldad, pretorianismo y locura en los anales del Imperio. Ahora bien, si lo uno interesa, no deja de interesar lo otro, y más aún la relación entre una y otra serie de hechos.

Es justamente lo que se necesitaría hacer por lo que respecta a Rosas, y no ignorar el aspecto más importante del pasado histórico, o aceptar la curiosa actitud negativa del historiador Varela quien hace un paréntesis de todo lo acontecido desde la caída de los unitarios hasta la batalla de Caseros, declarando que durante la época de Rosas no hubo historia sino una horripilante crónica de sangre y de ignominia.

Justamente lo que convendría averiguar es quién derramó la sangre de que se hace responsable personal a Rosas, y estudiar no solamente la que él derramó, sino la que derramaron sus enemigos.

Y saliendo de la esfera de las violencias, después de explicarlas con un rigor histórico que no se ha empleado, ¿no queda todavía lugar para muchas investigaciones sobre la administración, sobre las relaciones de las provincias, sobre los asuntos exteriores y sobre el adelanto o el retroceso de la cultura social?

Para historiar los tiempos de Rosas, mal conocidos y peor interpretados, harían falta muchas investigaciones globales, emprendidas con serenidad y conducidas con método. …

El autor de estas líneas no tiene la pretensión de hacer un libro completo y definitivo sobre Rosas, y aun hay más: no se lo propone. Trata solamente de un punto especial de la historia argentina, y si ha hablado de las deficiencias en la investigación de muchos de los que han estudiado a Rosas, no es para señalar un avance hacia el perfeccionamiento, sino para indicar la conveniencia de iniciar trabajos de vulgarización que rectifiquen un error muy generalizado.

No se trata de la rehabilitación de Rosas. El autor pretende la rehabilitación de la verdad histórica. En cierto sentido, Rosas le es indiferente, y si lo considera desde un punto de vista más bien simpático, es porque después de estudiar sin perjuicio un aspecto de su gestión pública, lo encuentra dotado de serenidad, juicio, previsión y patriotismo.

Yo no pretendo corregir a otros, sino patentizar que en su conflicto con el extranjero, Rosas se mostró superior a los unitarios y a los discípulos de Echeverría, así en talento, como en serenidad y en rectitud patriótica. Tomada en conjunto, es admirable la obra diplomática de Rosas, y lejos de poderse explicar como resultado de una locura moral, no lo es sino como resultado de cordura y rectitud moral en todo lo que debe constituir el fondo de las preocupaciones de un hombre público.

Debo declarar que no considero a Rosas como un gran estadista. Para serlo le faltaron muchas condiciones. Pero tampoco lo fueron Rivadavia y Mitre. Si a estos dos hombres se les juzga como poseedores de méritos superiores a los que en realidad tuvieron. Rosas resulta necesariamente muy pequeño, y si además, no sólo se atribuye a sus émulos virtudes de que carecieron, sino que a él se le cubre con el fango de la calumnia, es imposible toda ponderación justiciera.

Hecha esta salvedad de que Rosas no fue un gran estadista, creo que fue un organizador más apto que Rivadavia y Mitre. Y creo que después de haber visto mejor que ellos los problemas fundamentales de su patria, porque tenía mayor potencia cerebral, contribuyó en más alto grado a resolverlos.

EL PROBLEMA INTERNACIONAL ARGENTINO EN TIEMPOS DE ROSAS

Rosas tuvo cuestiones internacionales con Bolivia, con el Brasil, con Francia y con Inglaterra.

El conflicto con Bolivia fue uno de tantos casos de fronteras, en el que no estaba empeñado ningún interés vital argentino, y Rosas abandonó todo empeño caprichoso, dejando la resolución a la fuerza espontánea de las cosas. En lo que sí tuvo mucha decisión fue en impedir que el poder personal del general Santa Cruz lograse la desmembración del Perú y constituyese un centro que carente de elementos propios tenía que ser instrumento de las ambiciones europeas y de las del Brasil. Pero el general Santa Cruz fue victoriosamente combatido por Chile y la Argentina en el transcurso de 1838. A principios de 1839, todo peligro había desaparecido, y Rosas dejó el territorio de Tarija en manos de Bolivia, prefiriendo una buena vecindad a un inútil avance de fronteras, en lo que obró muy acertadamente.

El Brasil era antes de Rosas, como lo fue más tarde, el peligro mayor para la República Argentina. Rosas lo vió, cosa que no había hecho Rivadavia y que no hizo Mitre. Rosas combatió el peligro del Brasil, y lo habría conjurado plenamente su victoria contra Urquiza en 1852, pero la derrota de Caseros dejó abierta una vía de penetración en el Río de la Plata, que la despreocupación y la miopía de Mitre pusieron francamente a disposición del Imperio. Rosas no pudo, pues, resolver este problema capital, y su caída fue precisamente un fracaso histórico para la República Argentina. Esta, en efecto había perdido su integridad a consecuencia de las turbulencias posteriores al 25 de Mayo, y la segregación del Paraguay, favorecida por el Brasil, y la independencia del Uruguay, facilitada por la política insensata de los directoriales y rivadavistas, constituía para Brasil otro de los coadyuvantes de una política tradicional que ha consistido en extender sus territorios y darles el río de la Plata como vía de acceso al Océano. Bolívar había visto con su genial penetración que una República Argentina sin el Paraguay, era un absurdo de geografía política, pero Buenos Aires no lo comprendió, y no tuvo política de integración nacional, causa de que después no haya tenido política internacional apropiada, sobre todo durante la presidencia de Mitre. Respecto del Uruguay no había sino una conducta posible: ya que el Uruguay había dejado de ser argentino, era preciso impedir, no como resultado sentimental de una simpatía, sino como exigencia imperativa de la patria, que el Brasil dominase bajo cualquier título o pretexto en la Banda Oriental y que Europa estableciese un protectorado. Ahora bien, justamente a fines de 1837, se propuso Francia dominar en el Río de la Plata, y el Brasil, demasiado débil para estorbarlo, se hizo auxiliar de Francia, aunque intrigando por su parte para recoger en alguna forma los beneficios de la pérdida de la soberanía que implicaba para la República Argentina el establecimiento de una factoría europea en la margen oriental del Río de la Plata…


LAS RECLAMACIONES FRANCESAS

Por la ley del 10 de abril de 1821, los extranjeros con más de dos años de residencia fija en las Provincias del Río de la Plata, y los que sin esta circunstancia fueran propietarios, tenderos, artesanos y profesores en ejercicio, estaban obligados a servir en la guardia nacional.

Thiers
El cónsul general de Francia, marqués de Vins de Paysac, reclamó contra esta ley, alegando que sus disposiciones envolvían el estatuto personal del extranjero, y que era contraria a los principios vigentes en Francia.

El ministro Anchorena contestó a esto en nota del 8 de noviembre de 1830, que el extranjero residente no podía equipararse al transeúnte, pues mientras éste conservaba todos sus derechos propios como extraño al país en que se encontraba de un modo accidental, el residente era miembro de la comunidad cuyo seno había elegido libremente para establecer su domicilio, con el ánimo de no abandonarlo, y que al adquirir por esto ciertas ventajas permanentes y fundamentales, que el Estado bien podía negar si quisiera, como la de poseer bienes raíces, la de ejercer un arte o profesión, la de explotar una industria o la de vivir del comercio, celebraba un contrato por el que se sometía a las condiciones impuestas por el soberano, y que si una de ellas era la de prestar servicios con el carácter de guardia nacional, únicamente para la defensa del orden, el extranjero debía someterse a tal condición, o retirarse del país, o entrar en la categoría de simple transeúnte.

El hecho de que los ingleses no estuviesen sometidos a este servicio, se debía a una concesión graciosa, otorgada por convenio expreso celebrado entre el gobierno de la Confederación Argentina y el de la Gran Bretaña, y esta excepción de ningún modo podía entenderse como signo de poca consideración para los súbditos de la nación cuyo gobierno se hubiese abstenido de solicitar determinadas ventajas en beneficio de ellos.

El marqués de Vins de Paysac era un hombre prudente, y sobre todo, no tenía encargo especial de promover dificultades, así es que no insistió en sus reclamaciones, y la nota del ministro Anchorena fijó por entonces los términos de la cuestión.

A la muerte de Vins de Paysac, quedó encargado de los negocios consulares M. Aimé Roger, mozo de pocos años, empleado subalterno, sin experiencia, ni autoridad, ni aptitudes.

Este Roger, movido por el cónsul en Montevideo, llamado Baradère, …suscitó nuevamente la controversia de 1830, y con fecha 30 de noviembre de 1837, dictó una nota que marca los términos extremos de la insolencia. El gobierno francés, decía el casi amanuense Roger, pretendiendo tomar el tono de un Talleyrand, se consideraba con títulos suficientes para reclamar de la Confederación los mismos privilegios obtenidos por los ingleses en un tratado.

Hay que tener en cuenta que al hablar así, el regente del consulado francés se arrogaba la categoría y funciones de un agente diplomático. El marqués Vins de Paysac lo había sido, pero ni había trasmitido sus facultades a Roger, ni éste podía ser encargado de negocios por el hecho de que Vins de Paysac le hubiera querido dar tal carácter. Además Roger no entendía una sola palabra de derecho internacional. Suponiéndose portador de cartas de gabinete para el gobierno argentino, su pretensión era tan absurda que no podía ser tomada en cuenta por la secretaría de Relaciones Exteriores del general Rosas, Roger, por último, carecía de educación social, y estaba en la más absoluta impotencia para cruzar dos palabras con el jefe de una cancillería extranjera sin que se le señalase la puerta por donde salen de una casa respetable los que entran al salón llevando el sombrero puesto y las botas llenas de barro.

Sin embargo, el gobierno argentino contestó con la más irreprochable cortesía. En vez de rechazar la demanda, se limitaba a declinar toda discusión, aplazándola para cuando se hiciese un estudio de los antecedentes relativos a los casos concretos de la reclamación de Roger.

A falta de condiciones de negociador, tenía éste todas las necesarias para embrollador, y como precisamente el servicio que entonces pedía Francia a sus agentes diplomáticos y consulares en todos los países de la América Española, era el de promover dificultades, Roger fue un empleado ideal. Dirigió otra nota, plenamente aprobada por su gobierno, en la que exigió satisfacciones perentorias.

Los casos de la reclamación de Roger eran los que resumo:

1° Un tal Bacle, litógrafo suizo, empleado público del gobierno de Buenos Aires, era un ejemplar admirable de lo que se llama pretexto para molestar. Dotado de un gentil carácter, parecido al de Roger, fue adoptado con júbilo por el consulado francés, como hijo diplomático de Francia. Nunca se le había mostrado a Suiza un amor más grande por parte de la diplomacia francesa, y puede asegurarse que el esmero de Francia no volvió a desplegarse de un modo igual sino hasta el caso de la reclamación de un agiotista suizo, el Jecker cuyo crédito fraudulento sirvió de preámbulo a la intervención francesa en Méjico.

Bacle quiso conspirar y cobrar sueldo, acogerse a los beneficios de la ley 1821, y quedar exento no sólo de toda carga, sino de toda responsabilidad por sus actos en el caso de que fracasasen las maniobras políticas interiores en que estaba comprometido. Bacle era todo un suizo. Estaba convicto y confeso de manejos revolucionarios en país bárbaro, para los que se necesitaba emplear los medios bárbaros del país; pero a la hora de verse sin empleo y en la cárcel, se acordó de que era un civilizado, y exigió que se le exonerase de todo contacto impuro con aquel pueblo de gauchos. Excarcelado, murió en su casa, y al enterrarlo, hicieron los franceses una manifestación de protesta insultante contra los actos legítimos o ilegítimos, pero en todo caso pertenecientes al orden interno de la sociedad argentina, inatacables por lo mismo desde el punto de vista internacional que no podía tomar bajo su amparo al suizo gaucho. El tirano execrable toleró la manifestación con una ecuanimidad que no hubiera mostrado ningún poder civilizado. Bacle había estado en la cárcel, pero antes de estar en la cárcel había estado en un lugar del presupuesto. Además se había mezclado en asuntos políticos. Todos estos hechos constaban con toda evidencia. Pero había algo más evidente todavía: la debilidad del tirano ante los cañones de Francia, y la impunidad que podían tener como segura los franceses de la protesta.

2° Pierre Lavié, francés, era además de francés vivandero, y como tal, beneficiario del régimen odioso de Rosas. Como vivandero, había cometido algunos actos punibles, pero Lavie quería no sólo robar al país, sino burlarse de él y envolverse en los pliegues de la bandera francesa para quedar impune. Se le había condenado a una pena de seis meses de arresto, y esto era una iniquidad que el consulado francés, revisor de los actos de justicia argentina, no podía tolerar, como Deffaudis, no podía tolerar los actos de justicia de Méjico.

3° Blaise Despuys, francés, negociante, era agente del general Rivera, es decir, de un enemigo exterior del gobierno bajo cuya protección vivía y ganaba el sustento. Se le clausuró un establecimiento que explotaba para el beneficio de la grasa de potro, y reclamaba una indemnización exorbitante, que redujo después, quedando satisfecho con la suma modesta que se le asignó. Tan satisfecho quedó, efectivamente, que se hizo partidario del gobierno de Rosas.

4° Martín Sarre y N. Jourdan. Estos dos eran los únicos franceses a quienes se había exigido el servicio de guardias nacionales.

El gobierno de Buenos Aires obró con una moderación excesiva. Roger no era un agente diplomático capacitado para plantear cuestiones, y menos aún sobre puntos abandonados por Francia desde 1831; pero el Ministerio de Relaciones tuvo la complacencia de explicarle a Roger la naturaleza y alcance de los principios internacionales relacionados con sus improcedentes reclamaciones.

Roger como se ha dicho, era un empleado consular subalterno, sin cartas de gabinete que lo acreditasen con carácter diplomático. Regía interinamente el consulado por causas accidentales. Pero si no tenía personalidad ante el ministerio de Relaciones de Buenos Aires, ante la nación, y sobre todo, ante la oposición emigrada y armada, era la voz de Francia. De Francia que se proponía tener un conflicto en el Río de la Plata.

El contralmirante Leblanc, estacionado en Montevideo, apoyó la actitud del escribiente Roger, y éste dirigió una nota final exigiendo reparación amplísima, es decir, una respuesta humillante para el gobierno, o el envío inmediato de sus pasaportes.

El ministro de relaciones envió los pasaportes acompañados de una nota muy comedida (13 de marzo de 1838) en la que se manifestaba que el Gobierno abriría negociaciones con el vice–cónsul escribiente cuando éste se presentara a reanudarlas amparado por cartas que lo acreditasen con el carácter de encargado de negocios del gobierno de S.M. Burguesa.

Huelga discutir la cuestión internacional, puesto que Francia no se proponía establecer un punto de doctrina, sino alcanzar en América el puesto de potencia protectora y dejar establecido en su provecho que los agentes, diplomáticos o consulares, y hasta un simple marinero, podían tener en sus manos la dirección de los asuntos políticos, la legislación patria, la administración de justicia y el orden municipal de las barbaries americanas.

Como medio normal para el ejercicio de esta acción, se establecerían estaciones navales permanentes, cuyos jefes, de acuerdo con los agentes diplomáticos y consulares del gobierno francés declararían bloqueos pacíficos, y ejecutarían todos los actos de guerra necesarios para la consecución de los fines a que fuera necesario llegar.

Caricatura Anónima de la época,
Muestra a Rosas en su despacho trabajando
Durante la década anterior, Chateaubriand había alimentado el ensueño quimérico, pero generoso, de levantar tronos americanos. La burguesía grosera de Luis Felipe urdió una trama de mayor consistencia: su ministro Deffaudis, a quien veremos en Montevideo, estaba en Méjico preparando el bombardeo de San Juan de Ulúa; otro de esos agentes andaba por las planicies bolivianas, maquinando contra el Ecuador, Chile y Buenos Aires un plan de vastas proporciones; el contralmirante Leblanc, entretanto, fomentaba la insurrección riverista contra Oribe.

La Revue des Deux Mondes, en su número del 1° de julio de 1838, señalaba en estos términos, bien claros, la misión civilizadora de Francia: “Es preciso que las relaciones mercantiles y la seguridad de sus nacionales en el exterior no sufran durante un tiempo demasiado largo, a consecuencia de injusticias no reparadas, y que no sea necesario aguardar demasiado la satisfacción debida. A esta necesidad se une la de que los nuevos Estados de la América del Sur vean a menudo el pabellón de nuestra marina militar. Una ostentación más frecuente de nuestras fuerzas navales nos eximirá en muchos casos de tener que emprender una acción efectiva, y nuestra navegación de comercio, nuestras relaciones mercantiles y el establecimiento de los franceses en la costa opuesta del Atlántico, tomarán un inmenso desarrollo, útil para nuestros intereses y ventajoso, a la vez, para nuestra gloria; porque tenemos la convicción profunda de que el vasto continente de la América del Sur está llamado a grandes destinos, pero también estamos convencidos de que para llenarlos cumplidamente, necesita una continua infusión de las luces y de la actividad de la vieja Europa”.

Llegada del Barón de Mackau a Buenos Aires
La actividad y las luces de la vieja Europa llegarían sin duda a bordo de los buques mercantes y entrarían en las nuevas repúblicas con cada uno de los supercivilizados carpinteros, de los estupendos tenedores de libros y de los impareables curtidores que desembarcaran en Buenos Aires o en Montevideo; pero es necesario que no faltase ni un momento la acción tutelar de la marina de guerra, porque, “el sudamericano –proseguía la Revue des Deux Mondes–, raza mezclada de sangre india, negra y española o portuguesa, se cree la primera nación del mundo, y este inmenso orgullo no es el menor de sus defectos, pues produce y eterniza otros muchos. Habría que agregar que este orgullo no se justifica por cualidades suficientemente grandes, ya se trate de los individuos, ya de los pueblos, a pesar de la expulsión de los españoles. Habría que señalar en el sudamericano una deplorable falta de moralidad, que trasciende de la vida privada a la vida pública, y que es causa de la extinción de todo sentimiento patriótico. Habría que hablar de la molicie de espíritu y de cuerpo, causa de que la civilización material haya permanecido tan prodigiosamente atrasada en aquellos países, eminentemente favorecidos por la Naturaleza, y eso aun haciendo la comparación con los países menos adelantados de Europa. Sin duda habría que señalar excepciones muy honoríficas y decir que el rasero no pasa igualmente por todas las cabezas. Pero muy pocos son los que se elevan sobre aquel nivel, y los hombres que por su carácter y educación se distinguen del resto de sus conciudadanos, no son ni los más altivos, ni los más poderosos en aquellas sociedades donde domina más fácilmente el que participa de los defectos generales y el que halaga los perjuicios reinantes. Añadiríamos, sin embargo, para ser justos, que en la prolongada guerra de la independencia, que terminó con la emancipación de las antiguas colonias españolas, los americanos han dado muestras de valor frecuentemente; pero no tomaríamos a nuestro cargo la explicación de un hecho, y es que esa cualidad pueda conciliarse con el gran número de asesinatos que horrorizan a los extranjeros en la vasta extensión de la América del Sur. Por último, no emitiríamos sobre las facultades intelectuales de aquellos pueblos un juicio tan severo como el que debe recaer sobre su carácter moral, por más que estén todavía por salir a luz sus poetas, sus historiadores y sus oradores. Pero hay algo de mayor importancia que la insistencia sobre los defectos más o menos acentuados del carácter americano, y es indicar cómo y con qué deberán modificarse.”

Pero no es el momento de señalar de qué modo se proponían los europeos moralizar y civilizar a los inmorales y bárbaros americanos.

Antes de tratar este punto, conviene insistir sobre la significación de las acusaciones formuladas contra la sociedad rioplatense

LAS MEDIDAS DE RIGOR

La cuestión francesa pasó del terreno antidiplomático del pequeño burócrata Roger, al terreno extra diplomático del contralmirante Leblanc; de las palabras ofensivas a los hechos.

El 24 de marzo de 1838, el contralmirante dirigió una nota exigiendo:

1° Que se suspendiera respecto a los franceses la ley de 1821, y que el gobierno argentino tratara a los franceses como a los súbditos de la nación más favorecida en tanto que se concluía una convención;

2° Que se le reconociera al gobierno francés el derecho de entablar reclamaciones por los perjuicios irrogados a los franceses que protestaban contra actos del gobierno argentino;

3° Que se procediese sin tardanza a juzgar y sentenciar en el asunto Lavié.

El contralmirante amenazaba con las consecuencias de una negativa a escuchar las reclamaciones entabladas por el vice–cónsul.

El gobierno argentino contestó lo que debía contestar, esto es, que si no había entrado en arreglos con un empleadillo consular sin facultades para gestionar y sin capacidad intelectual para entender las cuestiones que trataba, menos aún podía dar oídos a un jefe que al frente de sus fuerzas navales pretendía arrancar resoluciones que ningún gobierno podía dictar sino después de negociaciones amistosas, entabladas en el seno de la mutua seguridad y del respeto que se deben dos naciones independientes.

Leblanc replicó declarando en estado de riguroso bloqueo al puerto de Buenos Aires y todo el litoral perteneciente a la República Argentina.

Si esto no bastara para sus fines, el contralmirante tomaría medidas cuando lo creyera conveniente.

El gobierno de Buenos Aires protestó, fundándose en estas razones:

1° El bloqueo es un acto de guerra lícito únicamente cuando se establece después de las declaraciones solemnes prescritas por el derecho internacional.

2° El contralmirante, sin autorización para ello, declaraba en estado de bloqueo los puertos y costas de un país amigo de Francia y a causa de reclamaciones que no habían sido discutidas por los dos gobiernos.

3° Aun suponiendo al contralmirante facultado por su gobierno para establecer el bloqueo, ilícito sin la previa declaración requerida, el contralmirante obraba de un modo indebido por cuanto a que el gobierno argentino estaba dispuesto a considerar las reclamaciones y prestarles la debida atención.

El contralmirante no discutió las razones de la nota argentina, ni se hizo cargo de las protestas formuladas por el ministerio de Relaciones de Buenos Aires, sino antes bien contestó en términos de reproche, diciendo que el gobierno argentino se negaba a hacer justicia por un sentimiento de amor propio, y que llegaba hasta el sarcasmo negando los hechos en que consistían sus desafueros.

El gobierno argentino, como única respuesta, envió al contralmirante y al cuerpo diplomático, copia de informes por los que constaba que sólo estaban en la cárcel Pierre Junin, marinero, reo de asesinato en la persona de Matías Cañete, y Pierre Lavié, proveedor, ladrón confeso, sentenciado también a una pena corporal, que estaba para extinguir el reo. Constaba asimismo en esos informes que sólo prestaban servicio militar seis franceses voluntarios.

El bloqueo continuaba, sin embargo.

¿Qué significaba eso?

CON LO QUE NO CONTABA FRANCIA

El contralmirante puso a un lado su careta, y habló así:

–Yo no vengo a discutir principios de derecho internacional. Vengo a imponer condiciones. Si el gobierno de Buenos Aires las acepta, levantaré el bloqueo. Dejo mis órdenes en tal sentido. Yo me marcho a Río Janeiro, que es nuestra sucursal sudamericana.

No discutir principios, imponer condiciones. Eso se hace en Africa, después del abanicazo del bey al ministro de Francia, y Francia se queda con Argelia: eso se hace en Asia para quedarse con la Indochina.

¿Y en América? También. La intención era clara, entonces y doce años después. Sólo que entre la intención y el resultado se interpuso el hecho de que América no es Africa ni es Indochina.

En ese mismo instante, otro marino francés ejercía una presión igual en Méjico. El gobierno de Méjico no la toleró, y declaró la guerra. Es decir, puso al invasor en la necesidad imprescindible de acudir a los cañones para que el atropello quedara patentizado. Pero un atropello no puede quedar patentizado cuando se trata de pueblos de fuerza muy desigual, y seis años después del bombardeo de San Juan de Ulúa, la reina Victoria, en un arbitraje inicuo, como casi todos los arbitrajes, declaró a Méjico sin derecho a indemnizaciones ni reparaciones por haber sido la parte que declaró la guerra, o en otro término, castigó a Méjico por no haber sufrido en silencio y con resignación cristiana, e hizo buenos los cañonazos de la escuadra francesa como de nación que contestaba a la guerra con la guerra.

¡Santa justicia del arbitraje!

En Guayaquil otra escuadra imponía condiciones, aceptadas por el indefenso Ecuador.

Y en Chile flameaban también las banderas de los buques bloqueadores.

Se trataba de la conquista de América o de su mediatización. Si el plan fracasó, no fue por falta de buenos deseos. Fue culpa de la falta de resolución. La noble Francia iba con miedo en su piafante cuadriga. Un día apretaba el paso, y otro día se rascaba de cabeza antes de enjaezar. Para que un plan tenga buen éxito es necesario que haya plan. Y eso le faltó a Francia desde el primero hasta el último día. Lo que no quiere decir que le faltara insolencia, y que no lacerara cada día la carne doliente de los americanos en todas las latitudes. La reacción de los americanos irritaba al agresor, lo intimidaba, pero no lo obligaba a ceder. Y todo el conflicto fue una serie de ultrajes que no pasaban a la categoría de verdaderas empresas militares, y una serie de empresas militares que no pasaban de tentativas ridículas de intimidación. ¿Y sí se hubiera hecho lo que en Argelia, preguntaba el gnomo Thiers? En primer lugar no se hizo, y en segundo lugar no se hubiera podido hacer. Y no hubiera podido hacer por dos causas: porque se necesitaba de recursos infinitamente mayores, y porque la resistencia no hubiera sido la resistencia heroica pero desesperada del africano, sino la resistencia heroica, eficaz y victoriosa de un espíritu nacional.

El gobierno francés quería imponer su protectorado en Méjico, y crear en Bolivia otro centro de dominación que se extendiera al Perú. La marina francesa sería soberana en el Océano Pacífico desde la California hasta Valdivia; en el Atlántico del Sur; en el Mar Caribe, y en el golfo de Méjico.

¿E Inglaterra? Francia no contó con Inglaterra. Y no contó con la América Española.

LOS ALIADOS DEL EXTRANJERO

“Tenemos una fe profunda, proseguía el artículo de la Revue des Deux Mondes, citado arriba, tenemos una fe profunda en todos los medios de cultura intelectual y moral, así como en los medios y re entrar en el asunto, que después de algunos añossultados de la cultura material. Creemos, para de gobierno estable y regular, conducido por espíritus ilustrados y voluntades enérgicas, la civilización penetraría hasta apoderarse de los salvajes habitantes de las llanuras de Buenos Aires, esos gauchos que viven a caballo y sin camisa, hijos degenerados de los héroes de la conquista española, que casi no tienen ya de cristianos sino el nombre, y de hombres, la forma únicamente. El español llevó los mejores vegetales y los animales más útiles de Europa para que se reprodujeran bajo aquel cielo; se aclimataran y prosperan, pero degeneran también, y vuelven al salvajismo tan pronto como la mano del hombre se retira y su mirada se vuelve hacia otra parte.”

Pero ¿en dónde están los hombres “de alta inteligencia que comprenden la necesidad que tiene su patria” de la misión civilizadora de los europeos?

¿En dónde?

Uno está en Bolivia. Es el general Santa Cruz. El general Santa Cruz, “uno de los jefes americanos más merecedores de que Europa se interese en el mantenimiento de su poder”.

El general Santa Cruz, fundador de la Confederación Peruano–Boliviana, está en pugna con las provincias del Río de la Plata a causa de la de Tarija, y los franceses quieren apoyarlo contra Buenos Aires y contra Valparaíso, aliado de Buenos Aires.

Los otros americanos de “alta inteligencia”, se hallan en Montevideo. Son los unitarios de Rivadavia, los incomprendidos redentores del Plata que inspiran al articulista de la Revue des Deux Mondes, y que llaman a las puertas de los estadistas franceses para que haciéndose éstos cargo de “la misión que les reserva el porvenir” los restituya al ejercicio del poder y destrocen con sus cañones la barbarie gaucha.


EL BLOQUEO PACÍFICO

Según Pistoye y Duverdy (Droit International. Tomo I, Págs. 376-391), “sucede frecuentemente que una potencia de primer orden, cuando tiene que pedir satisfacción a otra potencia secundaria, se limita a bloquear sus puertos, sin declararle la guerra de un modo positivo. No se ha declarado la guerra, pero se hace la guerra realmente, sólo que como el bloqueador es el más fuerte, no emplea todos los medios de ataque de que podía disponer, y hace la guerra en la medida de sus conveniencias”.

El bloqueo pacífico es pues una ficción, o más bien, dado que hay ficciones legítimas y de buena fe, un acto hipócrita. “Lo que caracteriza esta especie de bloqueo, dice Calvo, es que, aun cuando traiga aparejado para el comercio marítimo y para los que son víctimas de esa medida, las mismas consecuencias perjudiciales y los mismos efectos jurídicos, los gobiernos que lo establecen pretenden que con el bloqueo no rompan el estado general de paz entre ellos y la nación bloqueada, y que no ejercen contra ella sino una especie de presión moral destinada a ahorrarles la necesidad de recurrir a los extremos de la guerra”. (CARLOS CALVO, Droit International, Tomo IV, Pág. 187)

Las ventajas para el bloqueador son indiscutibles. En primer lugar, no tiene que emplear tropas de desembarco, ni hacer gastos de municiones. En segundo lugar, no compromete el honor de su bandera de campaña, y puede retirarse sin menoscabo para su dignidad aun en el caso de no alcanzar el fin que se propone. Y, por último, puede lograr sus fines, por inicuos que sean, sin perder el carácter de generosidad en que funda siempre su abstención de violencias de otro orden.

Todas las dificultades para el buen éxito estriba en que los neutrales acepten el daño resultante de la paralización del tráfico; pero como frecuentemente dos o más potencias, de las de mayor importancia, obran de acuerdo para emprender unidas el bloqueo, y como por solidaridad bien comprensible, la potencia o el grupo de potencias que apelan al bloqueo, encuentran buenas disposiciones y una amplia tolerancia de parte de las otras, a título de reciprocidad, el bloqueo pacífico no provoca las iras que una falta de inteligencia con los bloqueadores inspiraría a los no bloqueadores.

Los casos más notables de bloqueo pacífico, anteriores al que sufrió la Confederación Argentina, fueron el de 1827, declarado por Inglaterra, Francia y Rusia para ejercer presión en el arreglo de los asuntos del Peloponeso; el de 1831 en la desembocadura del Tajo y en diversos puntos de la costa de Portugal, para obtener las reparaciones que exigía el gobierno francés del de Lisboa por supuestos atentados contra súbditos de Luis Felipe; el que establecieron los gobiernos de Inglaterra y Francia contra Holanda para obligarla a aceptar las resoluciones de la Conferencia de Londres sobre la cuestión de Bélgica, y, por último, el de los puertos de Méjico, declarado por Francia en el mismo año de 1838, y seguido del bombardeo de San Juan de Ulúa, aunque Méjico declaró a su vez la guerra, indignado por la infamia de que era víctima…