REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En el portal del diario La Nación, sección Opinión del 8 de enero de 2013, fue publicado el siguiente artículo, sobre los malones
Chile y la Argentina: ¿hacia una crisis mapuche?
Por Rolando Hanglin
En Chile y la Argentina, los que manipulan el mito del genocidio mapuche están jugando con fuego
En la edición correspondiente al 30 de diciembre de 2012, el lector Javier Bulló escribió a LA NACION: "He visitado el Parque Nacional de Lihuel Calel, en la Provincia de la Pampa, y allí se explica que la economía de los pueblos originarios de la región se basaba en los malones"
Empecemos por el principio. ¿Qué era un
malón, también conocido como invasión entre el año 1500 y el año 1885, en el
territorio denominado genéricamente "las pampas", abarcando desde la
cordillera de los Andes hasta el Río de la Plata, en la franja central de la
República Argentina?
Un malón consistía en un ataque masivo de
la caballería india. Los guerreros o conas podían ser un reducido batallón de
diez hombres o una tropa gigantesca de cinco o diez mil lanceros. Estaban
encabezados por sus ulmén o jefes de guerra y, en segundo plano, los
lugartenientes, capitanejos o caciquillos. Entre estos hombres se entreveraban
también muchos blancos, cristianos o huincas, que convivían con los indios a
raíz de distintos conflictos con la sociedad "blanca". Algunos eran
prófugos, otros delincuentes, otros perseguidos políticos como el famoso
coronel puntano Manuel Baigorria, que fue cacique ranquel y tuvo familia entre
la paisanada, del mismo modo que los tres hermanos Sáa, antepasados de los actuales
políticos puntanos, Alberto y Adolfo Rodríguez Saá.
El malón estaba protagonizado, pues, por
un grupo de guerreros a caballo, armados de lanza tacuara con su moharra de
fierro, cada uno de los cuales llevaba una tropilla propia, de espléndidos caballos.
En el momento del asalto, el guerrero saltaba al lomo de su pingo mejor, el
caballo de combate. Y así entraba a los pueblos, lanza en mano. Los hombres
eran asesinados mediante lanzazos y golpes de bola. Las mujeres jóvenes, sin
mayor alternativa, eran secuestradas. Su destino era servir de esclavas de cama
de algún cacique o guerrero prominente. Los niños eran robados para servir de
esclavos o (hay que decir la verdad) para criarlos como hijos. Viejos y viejas
eran rápidamente sacrificados. Mientras tanto, la chusma (grupo de aborígenes
no combatientes, es decir jovencitas, muchachos o niños y otros) colaboraban
arreando el ganado. Mientras se prendía fuego a las casas, grandes tropas de
vacunos y yeguarizos (hasta 50 mil cabezas) eran conducidos por el camino de
los chilenos, histórica rastrillada que atravesaba la pampa y conformaba un
sendero de 100 metros de ancho, hundido a 50 cm. de profundidad, con la huella
de innumerables pisadas y el "rastrillar" de miles de lanzas, ya que
los indios llevaban su arma principal amarrada a la muñeca, y la arrastraban
por los médanos y los guadales del camino hasta la isla de Choele-Choel y los
parajes de invernada del Neuquén , donde aquella hacienda robada hacía su
última escala antes de pasar a Chile, donde a veces era "exportada"
(¡) por barcos británicos del Pacífico. En el camino quedaban (obvio) miles de
paisanos argentinos asesinados, sus casas quemadas, y sus mujeres e hijas
violadas o secuestradas para siempre.
El malón estaba protagonizado, pues, por
un grupo de guerreros a caballo, armados de lanza tacuara con su moharra de
fierro, cada uno de los cuales llevaba una tropilla propia, de espléndidos
caballos.
Esto es lo que era un malón. Que se
anunciaba con el grito terrorífico de los guerreros, aquel ulular golpeándose
la boca con la palma de la mano, y el "ya-ya-yaaaaaa" que aún hoy
saben pronunciar los niños araucanos de la Patagonia, jugando a la guerra.
Así fueron los malones de Salto, Rojas,
Bahía Blanca, Dolores, Río Cuarto. Así está relatado en la historia, a lo largo
de 300 años de guerra étnica.
¿Puede describirse al malón como una
actividad económica? No. Básicamente, se trataba de una acción armada contra la
población civil indefensa, que incluía homicidio, robo de hacienda, incendio de
propiedades, secuestro de personas y otros crímenes. Las acciones de este tipo
han merecido, a lo largo de la historia y en todas las naciones, los castigos
más severos.
También vale decir que, para poner fin a
los malones, el Ejército Argentino se tomó no menos de 60 años (desde 1820 a
1880) recurriendo por fin a la táctica del "malón contra malón", es
decir atacando a los caciques en sus propias tolderías, incendiando viviendas y
diezmando familias. Hay una amplia crítica histórica, política y moral sobre
estos hechos. Que, por otra parte, no fueron un capricho privado del General
Julio Roca sino una Campaña de ocupación definitiva del territorio, ordenada
por el presidente Avellaneda a partir de una ley del Congreso. No se
enfrentaron, en esta contienda, dos bandos, sino muchos, pues hubo alianzas,
rupturas y guerrillas variadas. Actuaron los indios amigos como Coliqueo,
Pincén y Catriel, los indios chilenos instalados en Salinas Grandes como
Calfucurá y luego sus hijos Reuquecurá y Namuncurá (a la cabeza de la
Confederación Indígena, un embrión de Estado) y otras parcialidades. Los
llamados "indios gauchos" (sin jefatura) y numerosas partidas de
cristianos entre prófugos, delincuentes, marginales, rebeldes, refugiados
políticos como el ya mencionado Baigorria ("Condor Petiso" entre los
ranqueles) que fue un verdadero cacique blanco en las tolderías.
Cabe decir también que los aborígenes
americanos defendían la tierra en que habían nacido, y donde fueron rudamente
atacados por los españoles -primero- y los argentinos y chilenos después de
1810. En general, no reconocían el concepto de propiedad privada, Estado o
territorio nacional. En cambio, los araucanos de Chile sí se consideraban
titulares de una región definida, la Araucanía, y la defendieron con singular
temple militar, hasta el punto de que el Imperio Español terminó
reconociéndoles una frontera, la del río Bío-Bío.
Cuando se produce la independencia de la
Argentina y Chile, numerosas indiadas pasan la cordillera y se instalan en la
Argentina, no sin pedir autorización a los gobiernos (al parecer Calfucurá la
solicitó de Rosas) entre otros motivos porque habían combatido por el bando
español y temían la revancha de los patriotas. En nuestro país, los araucanos
penetran desde el Siglo XVIII y muy acentuadamente a partir de 1830, cuando
Calfucurá ataca a la tribu de los vorogas argentinos, cuyos jefes son
degollados y su población anexada.
Puede decirse que todas las agrupaciones,
conocidas en aquel tiempo como indiadas, constituían un mestizaje de razas y
lenguas: se adquirían mujeres por compra, pacto, rapto o secuestro, tanto
indias como cristianas, y los guerreros de una comunidad pasaban a otra si no
se hallaban a gusto. Las distintas etnias conocidas como tehuelches, serranos,
puelches, querandíes, fueron sometidas por jefaturas araucanas y prevaleció en
las pampas la lengua chilena. Este proceso se conoce como Araucanización de la
Pampa. La Argentina enfrentó una guerra larga y sangrienta contra el malón,
hasta que en 1879 se produce la Campaña al Desierto de Roca. Los indios
argentinos no fueron exterminados ni mucho menos, sino integrados como
ciudadanos de nuestro país. Los irreductibles, encarcelados en Martín García o
dispersados hacia el Sur y la Cordillera, donde no había hacienda que robar ni
pueblos que incendiar.
En aquella guerra, imperó por ambos
bandos la ley del degüello: no se tomaban prisioneros sino que se ejecutaba
sumariamente a todos los vencidos. Al final, sin embargo, grandes jefes
históricos como Pincén, Epumer, Namuncurá e Inacayal fueron encarcelados en
Martín García. Es decir que se respetaron sus vidas. Pasada la conflagración,
se los liberó.
La República Argentina atravesó un
gravísimo problema de supervivencia en la Guerra al Malón (título del libro del
comandante Manuel Prado, que relata lo sucedido con todos sus matices) y lo
superó recién en la década de 1880, cuando se estabiliza la Organización
Nacional.
Todo esto viene a cuento de lo sucedido
la semana pasada en Chile. Una horda supuestamente mapuche, integrada por 20
hombres encapuchados, atacó la hacienda del Sr. Werner Luchsinger y su esposa,
la señora Vivian MacKay. Los dos gringos fueron asesinados. Luego se incendió
la cabaña, donde más tarde encontrarían los dos cadáveres.
Dada la composición demográfica de la
Patagonia argentina (numerosos inmigrantes de Escocia, Gales, Irlanda y
Alemania) tememos que se pueda incubar un fenómeno paralelo a ambos lados de
los Andes. Hay personajes que le dicen a los criollos: "Negro, esta tierra es
tuya! Sacá a los gringos, poneles un piquete para que paguen peaje antes de
pasar la tranquera, ocupale las casas...! ¡Que se vuelvan a Europa!". Los
que reciben este mensaje, en la Argentina, normalmente son nietos de chilenos,
pero fermenta en su alma la idea de que "el extranjero" los ha
despojado de algo propio. Y todo este asunto genera odio, envidia, sentimientos
de revancha, violencia.
En Chile y la Argentina, los que
manipulan el mito del genocidio mapuche están jugando con fuego. Los mapuches
no son otros que los araucanos de la historia, aquellos que con Lautaro y
Caupolicán le impusieron una frontera a la España Imperial. Gente aguerrida,
con una mística especial: 900.000 viven en Chile y 150.000 en nuestro país.
Atención: vivimos en repúblicas criollas,
regidas por constituciones democráticas que consagran la propiedad privada. Si
alguien tiene algo que reclamar, debe presentarse al juez competente con la
documentación histórica, jurídica, periodística, etnográfica, que lo acredite
respecto de alguna zona o predio.
En Chile se habla de la intervención del grupo argentino Quebracho, que no nos consta. En la fecha del doble homicidio (Luchsinger) se conmemoraba el quinto aniversario de la muerte del estudiante mapuche Matías Catrileo, que aparentemente fue abatido por carabineros en una finca privada, también perteneciente a la familia Luchsinger.
"A mi prima Vivian MacKay la
quemaron viva. Si llegan a mi casa, los voy a disparar a todo dar. Los voy a
balear a todos. No les tengo ningún miedo", amenaza Alan Cooper, vecino y
pariente de las víctimas. El ministro de Interior, don Andres Chadwick, dice:
"Enfrentamos a un enemigo fuerte, poderoso y organizado". Ya existe
una Asociación de Víctimas de la Violencia Rural en Araucanía. La Confederación
de Dueños de Camiones de Chile se declara en estado de alerta porque sus
cargueros deben atravesar la "zona roja" del conflicto. Palabras del
presidente Piñera: "Esta lucha no es contra un pueblo en especial y menos
contra el pueblo mapuche. Es una lucha contra una minoría de delincuentes,
terroristas y violentistas".
Chilenos y argentinos deben analizar este asunto con extremo cuidado. Hay una historia que enseña cómo pueden descarrilarse las cosas. Lo que menos necesitamos es otra guerra étnica.