REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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EL CHALECO FEDERAL
por el Dr. Guillermo Palombo
Chaleco federal. Perteneció al coronel Juan Luís González |
El
chaleco, prenda de vestir, por lo común sin mangas, que se abotona al cuerpo,
llega hasta la cintura, cubriendo el pecho y la espalda, y se coloca encima de
la camisa. Su historia es bien conocida: la “chupa”, que en el antiguo traje
militar español se llevaba bajo la casaca, cubriendo el tronco del cuerpo, con
cuatro faldillas de la cintura abajo y con mangas ajustadas, sin forrar o
forradas, a veces con delantera de distintas telas y con contracarteras, andando
el tiempo, al reducirse las faldillas y perder las mangas, se convirtió en
“chupetín”, y, finalmente, dio lugar al chaleco. En el Río de la Plata primero
siguieron la moda francesa y, desde comienzos del siglo XIX, el gusto inglés.
Los hubo cruzados y con solapas anchas. Pero ¿cuándo, cómo y dónde nació el uso
del chaleco punzó, tan de moda en la época federal?.
Juan
Manuel de Rosas, autor de la novedad, se ha encargado de explicarlo en una
carta a su primo Tomás Manuel de Anchorena, del 25 de diciembre de 1838, en la
que refiriéndose a su regreso de la expedición al río Colorado, le dice: "Yo
traje del desierto el cintillo colorado en el sombrero y el chaleco colorado”,
agregando que “algunos paisanos siguieron la moda: a nadie se obligó”.
Y,
por último, refiere que al tener que colocarse luto por la muerte de su esposa Encarnación
-ocurrida ese año 1838-, decidió no quitarse el chaleco ni el cintillo porque consideró
que a la finada le hubiera gustado que lo llevase. El uso del chaleco punzó se expandió
rápidamente. En 1835 lo lució públicamente el jefe de Policía, que fue uno de los
primeros socios de la Sociedad Popular Restauradora. Y tal vez por este hecho,
Sarmiento, que no conocía el pormenor que dejo expuesto, en su obra “Argirópolis”,
afirma que en 1833 “se decretó el uso de un chaleco colorado”, adjudicándole
la originalidad a dicha sociedad.
El uso del chaleco luego se generalizó, al punto que no dejaron de advertirlo extranjeros como Teogene Page, en 1840, Henri Southern y Mariano Berdugo en 1841, o Samuel Greene Arnold en 1848, y de puntualizarlo conocidos escritores locales como Lucio V. Mansilla y Vicente G. Quesada. Por supuesto, lo llevaba Rosas, a quien describen llevándolo en 1851, bien *colorado” o “de merino punzó”, su sobrino Mansilla y el español Benito Hortelano, respectivamente.
El
uso devino finalmente obligatorio, según deducimos de un oficio dirigido por el
juez de paz de San Pedro al jefe de Policía, del 5 de noviembre de 1846, que menciona
la existencia de “disposiciones superiores” que mandaban el uso del chaleco, al
igual que del cintillo y de la divisa punzó. Fue una excepción a esas
disposiciones el doctor Francisco Saguí cuñado de Rosas, -casado con su hermana
Andrea, y unitario-, quien no fue molestado por no llevarlo.
"El Sr. Zemborain y su hija", óleo sobre tela de Cayetano Descalzi, 1843 (1)
He
consultado en el Archivo General de la Nación los inventarios de las tiendas de
Santiago Grondona, Rufino Aráoz, Carlos Stagno, Pedro Chiapella, Agustín Novaro
o Bartolomé Pittaluga, correspondientes a principios del año 1852, que incluyen
varios tipos de chalecos entre las mercaderías que vendían. De acuerdo al
material básico con que se tejía cada tipo de tela -nacionales o extranjeras-
podemos dividirlas en telas de seda, de lana y de algodón. En el rubro de las
telas de seda estaban los chalecos de raso (seda lustrosa) que cotizaban entre
25 y 40 pesos, cuya calidad se distinguía en ordinarios, regulares, finos y de
medida; los de terciopelo (de más cuerpo que el raso), por su parte, se
valuaban en 50 pesos y finalmente estaban los de pana, tela más basta que la
anterior. En el renglón de las telas de lana, estaban los chalecos de paño (variante
industrial aquella) cuyo precio oscilaba entre 5 y 90 pesos, según fueran
ordinarios o finos; y, después, los de merino (tejido de lana escogida y
peinada) cuyo precio era de 25 pesos. En el rubro correspondiente a los
chalecos de tela de algodón estaban los de cotonia, que valían entre 7 y 10 pesos
y los de estambre, justipreciados en 22 pesos. Los géneros para chaleco también
se vendían en corte (para cortar): el de merino a 30 pesos y el de raso a 50
pesos, como consta los tenía en su domicilio el platero José Troncoso. De ello
se deduce que los de contección eran, obviamente, más baratos. Los botones, de
seda, se vendían a 8 pesos la gruesa Quizás solamente los poderosos lucían el
lujoso chaleco de raso de seda, pero la multiplicidad de calidades de telas y diversidad
de precios (que he expresado en pesos de la moneda corriente de la época), como
surge de los datos que dejo expuestos, favorecían su uso por todas las clases
sociales.
Por
ejemplo, en 1848, el soldado Manuel López, que era un peón de campo, lucía uno
de paño colorado con botones amarillos. Por otra parte, el uso de una u otra
clase de tela dependía no solo del poder adquisitivo de quien la usara sino
también de la estación del año para la que se destinaba la ropa: el terciopelo
y la pana son clásicas telas de invierno y la cotonia (algodón) típica de la temporada
estival.
Sobre los modelos en uso ilustran las pocas prendas de época que se conservan y la iconografía. El chaleco original que perteneció al general Lucio Norberto Mansilla, se conserva en el Museo Histórico Nacional, y el retrato correspondiente a un estanciero con chaleco federal, de Adolfo D'Hastrel, se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes (ver ilustración al costado). Para 1835, siguiendo el canon europeo, estaban de moda los “de cuello doblado”, formando con la orilla externa del cuello un óvalo en lugar de una V, como se había usado hasta entonces. Así surge de un artículo aparecido en el periódico “La Moda” dirigido por Juan Bautista Alberdi y editado en Buenos Aires en ese año.
El
chaleco punzó dejó de usarse después de la batalla de Caseros, por imposición
de las autoridades que sucedieron a Rosas. Juan Manuel Beruti, anotó en sus
memorias, que los chalecos “se mandaron quitar” el 4 de febrero de 1852 y lo
ratifica en mayo. Pero, en realidad, las razones de la supresión fueron
expuestas por el gobierno provisorio de Buenos Aires, que encabezó Vicente
López, en decreto de 15 de febrero de ese año, que si bien declaró libre el uso
o no del cintillo federal, dejó constancia en el considerando de la disposición
gubernativa que aquel emblema no tenía la “mancha oprobiosa” que alcanzaba al chaleco, la cinta
y divisas preceptuados “por un tirano de execrable recuerdo” como “signos todos
de la voluntad despótica de un solo hombre”. El cintillo federal conservó, no
obstante su vigencia, si bien optativa, como un símbolo indeleble de unidad
nacional.
(1) En esta obra se puede apreciar que el Sr. Zemborain luce el chaleco federal y sobre su saco tiene la divisa. Su hija luce un moño también de color punzó.