REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Se suele designar con el nombre de guerra fría a una
situación de prolongada situación de dos o más estados o bloques enfrentados
por intereses contrapuestos tratan de producirse daños sin agresión militar
directa y en la que no se aplican las normas del estado de guerra.
Los historiadores recuerdan que a este término lo inventó en
1947 el periodista Herbert B. Swope para su empleo en un discurso del senador norteamericano
Barnard M Baruch y lo adoptó otro periodista, Wálter Lípomann, en una obra a la
que tituló “La guerra fría. Estudio de la política exterior de los Estados
Unidos”. Es de conocimiento público que con motivo de actitudes soviéticas en
la Europa oriental esta política se instrumentó en 1947 mediante la llamada “doctrina
Truman”, de ayuda a los países europeos que quisieran salarse del comunismo,
poco tiempo después de que Winston Churchill, en su ya célebre discurso en la
Universidad de Fulton (Missouri) en el mes de marzo de 1949, llamara la atención
sobre aquello que calificó de “telón de acero". Los Principales impulsores
de la política de la guerra fría ha sido por el lado norteamericano el
embajador F. Kennan en 1946 y por el lado soviético el ideólogo Andrei Jdanov
en 1947.
Aunque concebido para referirse a la confrontación entre las
dos mayores superpotencias, que encarnan los dos bloques en que se ha dividido
el espectro de las supremacías internacionales, el término fue también empleado
con relación a la disputa entre la Unión Soviética y la China roja y se podría
aplicar a los enfrentamientos entre Grecia y Turquía, que se hallen en
conflicto permanente por la cuestión de Chipre y de la plataforma continental
del mar Egeo. Por la misma razón, la subsistencia de tensiones políticas entre
nuestro país y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, después de
terminadas las operaciones militares de la contienda del Atlántico sur, permite calificar a estas tensiones como
un nuevo caso de guerra fría. Después de terminadas esas operaciones se han
producido varios hechos de hostigamiento contra nuestro país por el gobierno
británico en aquel espacio y éste a su vez ha considerado irritantes algunos
hechos de nuestro gobierno. Recordemos aquellos de mayor resonancia.
Fire Focus
El 11 de febrero de 1988 el Reino Unido anunció la operación
Fire (Falkland Islands Reinforcement Exercise)
Focus, los ejercicios militares británicos que se realizaron en las Malvinas
del 7 al 31 de marzo de aquel año. El gobierno argentino, empecinado en impedir
aquellos ejercicios, podía adoptar con tal propósito varias medidas o
reacciones.
Una de ellas era la
protesta diplomática dirigida al gobierno británico por intermedio del Brasil,
que representa nuestros intereses en Londres desde 1892; esta medida ro tenía
posibilidades de éxito.
Otra respuesta consistía en la realización de idénticas
maniobras en lugares cercanos, es decir frente a las Malvinas. Reacciones de
esta clase, sin embargo, resultan peligrosas porque estando cercanos los
ejércitos se hacen más posibles los incidentes; se debe recordar que en el año
1914 un alistamiento militar parecido, la movilización rusa, originó a su vez
la movilización alemana y fue elemento detonante de la Gran Guerra, a la que hoy
se llama inexactamente Primera Guerra Mundial. Pero nuestro gobierno se limitó
a anunciar algo diferente, la proclamación del estado de vigilancia y alerta
defensiva con el alistamiento de unidades navales y áreas, una respuesta
teórica que no tuvo ningún efecto
práctico.
Otra reacción hubiera consistido, como algunos pedían, en la
confiscación de los bienes británicos radicados en nuestro país. Una medida de esta
naturaleza, la incautación de empresas alemanas, había sido aplicada por
nuestro gobierno al declararse en guerra con Alemania en 1945. Y la Corte
Suprema de Justicia argentina había convalidado este proceder, apoyada, en el
hecho del estado. de guerra de los poderes bélicos del presidente de la Nación.
Pero en 1988 el estado de Guerra entre la Argentina y el
Reino Unido había cesado de hecho; por otro lado había que tener en cuenta que
en 1945 la Alemania vencida y destrozada no podía aplicar represalia alguna para
responder a la confiscación de sus bienes; en cambio, en 1983 la Gran Bretaña
con sus asociados del Mercado Común Europeo le podía producir a nuestro país un
daño mayor que el que representara la confiscación de los bienes británicos.
El recurso ante la OEA
Nuestro gobierno prefirió en este caso el camino de los
recursos ante los organismos internacionales pero demostró al plantearlos una
absoluta falta de habilidad. Se llevó la cuestión al Consejo Permanente de la
Organización de Estados Americanos (OEA) pero este Órgano carecía y carece de
competencia para ordenar al Reino Unido, que no es parte integrante del mismo,
la suspensión de sus maniobras; la resolución de este Consejo del 1° de marzo
de 1988 se limitó a expresar su preocupación y su esperanza de que la Gran
Bretaña considerara su decisión. Esto era solamente un apoyo teórico pero no era
el apoyo que nuestro gobierno necesitaba. Y el miembro principal de la OEA, los
Estados Unidos de América, se negó a acompañar con su voto esta resolución.
Fue omitida la vía del Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca, que procede ante un hecho o situación que pueda poner en peligro la paz
de América (Art. 6°) un acuerdo que había sido aplicado con éxito cuando los
Estados Unidos se consideraron amenazados por la construcción en Cuba de
emplazamientos para lanzar misiles que podrían trasportar cabezas nucleares en
octubre de 1962.
El recurso ente las Naciones Unidas
Al mismo tiempo nuestra Cancillería acudió ante la
Organización de las Naciones Unidas. A ella había acudido también Corea del Sur
ante la decisión de la Unión Soviética de realizar maniobras militares en
ciertas islas del Pacífico que ambos estados consideran que les pertenecen.
En nuestro caso no podía recurrirse a la Corte Internacional
de Justicia, tribunal Judicial de las Naciones Unidas, no solamente porque se
trata de un asunto urgente si también por no existir tratado que nos ligue con
el Reino Unido para someter las controversias a ese tribunal (por ello fue que
nuestro gobierno no aceptó en 1965 la demanda inglesa por la Antártida ante ese
órgano Judicial.
La Cancillería argentina, por tal motivo, llevó primeramente
el asunto al Comité de los 24 o Comité de Descolonización, el cual pidió sin
éxito al Reino Unido que reconsiderara su decisión, y lo discutió en la
Conferencia de Desarme de Ginebra que no tenía poder para impedir los ejercicios
militares británicos.
Acto seguido presentó una nota al secretario general en la
que expresaba su protesta por esos ejercicios (lo que fue replicado por el
Reino Unido en comunicación al mismo secretario rechazando la protesta). Y
algunos días después, luego de obtenida la inoperante resolución de la OEA y habiendo
comenzado las maniobras inglesas, solicitó reunión del Consejo de Seguridad.
En este órgano la Gran Bretaña tiene el derecho de oponer el
veto a cualquier proyecto de resolución que no sea de procedimiento por cuya causa
nuestra Cancillería decidió presentarlo el caso como cuestión Informativa, algo
ineficaz ante un cuerpo que es de naturaleza ejecutiva y que se ha concebido para
la acción.
¿Para qué procedía de esta manera nuestra Cancillería, que
desde un principio sabía que no habría de lograr efecto práctico? Sencillamente
para utilizar una tribuna desde la cual recriminar al gobierno inglés. El
resultado fue un combate al estilo del de Don Quijote contra los molinos de
viento, algo para consumo interno, destinado al público argentino que mira las
pantallas de televisión. Causó desilusión la endeblez de los argumentos que se
esgrimieron ante aquel Consejo por nuestro canciller.
Contrariamente a lo que llegó a decirse en nuestros ámbitos
gubernativos no hubo ningún pronunciamiento en favor de la Argentina porque en
razón de presentarse el caso como cuestión informativa no se votó.
Inglaterra salió fortalecida de este debate, pudo
recuperarse parcialmente de la parlamentaria derrota que había sufrido al
discutirse el caso de las Malvinas en la Asamblea General.
Lo que pudo utilizarse
Se debe señalar que no se utilizó el recurso de la
Resolución Unión Pro Paz del año 1950, que permite a la Asamblea General de las
Naciones Unidas, en la que ningún miembro pudo oponer el veto, actuar en todo caso
en que exista una amenaza a la paz y no hubiera podido lograrse una decisión
del Consejo de Seguridad por falta de unanimidad de sus miembros permanentes.
Por esta vía había sido resuelta en 1958 la cuestión de Suez
cuando la Gran Bretaña y Francia, junto con Israel, atacaron a Egipto; la Asamblea
General por 64 votos contra 5 exigió el inmediato cese del fuego y los
franceses e ingleses se retiraron del territorio egipcio.
Esta era una vía dificultosa en el caso de los ejercicios
militares británicos porque en febrero y marzo de 1988 no se hallaba reunida la
Asamblea General, en la que la Argentina había obtenido una amplia mayoría de
votos favorables al tratarse el caso de las Malvinas en años anteriores. Pero aunque
corriendo contra el tiempo hubiera podido lograrse una reunión de emergencia de
esa Asamblea si se empleaba el esfuerzo y el dinero que se gastaron pocos
meses después con el objeto de obtener
los votos necesarios para que el canciller argentino de aquel entonces fuera
elegido presidente de la Asamblea General...
Las maniobras británicas sin embargo, muy publicitadas y
estentóreas, no tenían suficiente gravedad como para exigir una reunión del Consejo
de Seguridad o de la Asamblea General. A la vez parecía comprensible la
irritación de nuestros gobernantes. Pero la irritación es mala consejera cuando
no existe paridad de fuerzas. Por tal motivo nuestra Cancillería se debía
limitar en aquel caso a formular su protesta diplomática y no acusar el impacto
de las maniobras; debía restarles importancia. Puesto que el objetivo de esos
ejercicios era la disuasión, esta respuesta resultaba ser la única sensata y es
la que más hubiera sorprendido y decepcionado al gobierno inglés.
Última parte
En la controversia de las Malvinas: la Gran Bretaña tuvo que
enfrentarse no solamente con nuestro país sino igualmente con el grupo de los
países hispanoamericanos; había ocurrido
así en diversos órganos de las Naciones Unidas. Por esta causa decidió aplicar
la regla de dividir para reinar que en una vieja práctica en el ámbito de las
relaciones internacionales, tratando de anular la solidaridad que a la
Argentina le han prestado hasta ahora la mayoría de los estados de
Iberoamérica.
Aviones Ingleses en Montevideo
Mientras se realizaban las maniobras británicas en las
Malvinas, el 9 de marzo de 1988 un avión militar del Reino Unido, que desde la
isla Ascensión se dirigía a Puerto Argentino, comunicó encontrarse en situación
de emergencia y aterrizó en Montevideo. ¿Era realmente una emergencia? Parecía
más bien una simulación para conocer las reacciones del gobierno uruguayo. Ese
gobierno no podía negarse a permitir el aterrizaje pero el problema lo iba a
producir la salida del avión.
Se debía analizar si persistía el estado de guerra entre la
Argentina y Gran Bretaña: si subsistía la guerra el Uruguay, como país neutral
, se encontraba obligado por el derecho a internar la tripulación militar y a
retener el aparato hasta el fin de la contienda; en cambio, si la guerra había
concluido no les podía negar la salida. El gobierno uruguayo entendió que éste
era el caso y permitió la salida aunque exigiendo que el avión no se dirigiera
a las Malvinas sino que retornara a la Ascensión.
Después de que salió
la aeronave de su territorio el gobierno oriental no se preocupó en averiguar
dónde se había dirigido realmente. Pero tiempo después, el 10 de febrero de
1989, se ha repetido la misma escena y otro avión británico en viaje al
archipiélago austral ha tocado tierra en un aeródromo de Montevideo. Y el
gobierno uruguayo que impusiera las mismas exigencias que en el caso anterior,
al comprobar que este otro avión inglés no se había dirigido a la Ascensión
sino a las Malvinas, al advertir que se le esteba usando como punto de apoyo para molestar a la Argentina,
se ha considerado obligado a formular su protesta al Reino Unido, el que
contestó con evasivas. Era otro movimiento de piezas en este juego de ajedrez
internacional.
El carguero “Indiana”
En estos días el gobierno inglés Intenta establecer un
servicio regular de trasporte entre las Malvinas y Ja América sudatlántica. Es
con este propósito que el carguero "Indiana” se presentó en el puerto de
Montevideo el 19 (ilegible) de enero de 1989. Este es un buque de trasporte
matriculado en las Bahamas pero es prácticamente lo mismo que si fuera
británico, porque el archipiélago de las Bahamas fue colonia inglesa
independizada recién en 1973 y sigue vinculado comercialmente a su madre patria;
el buque es propiedad de empresas pesqueras que operan en las aguas situadas alrededor
de las Malvinas.
También en este caso el gobierno uruguayo no le podía negar la entrada puesto que el derecho internacional les reconoce a todos los navíos privados el derecho de acceso a los puertos sin necesidad de tratado o autorización previa.
Tiene, sin embargo, ese gobierno el derecho de negar el
permiso para un servicio regular de trasporte en cuyo caso el navío no puede regresar
en forma periódica a un puerto oriental.
En su primer arribo el capltán del carguero negó que fuera
su intención establecer un servicio continuado entre las islas Malvinas,
Montevideo y Punta Arenas, pero el 18 de marzo de este mismo año ha regresado e
Montevideo luego de intentar el acceso a un puerto del Brasil, cuyo gobierno le
negó la entrada; el uruguayo, en cambio, ha permitido el acceso pero no ha
permitido la descarga.
¿Cuánto ha de durar esta situación? Bastaría un cambio de
gobierno, ya fuera en el Brasil, en el Uruguay o en la Argentina para que todo esto
se modifique. ¿Cuántos otros “Indianas” arribarán al puerto de Montevideo?
¿Cuántos continuarán llegando sin obstáculos al puerto chileno de Punta Arenas?
Los convenlos de pesca
Por su parte, el gobierno del Reino Unido considera
irritantes los convenios que el gobierno argentino celebró con Bulgaria y la
Unión Soviética en 1988 para la pesca en aguas del Atlántico sur, porque ha
entendido que con ello se intenta introducir a la Unión Soviética como aliado de
la Argentina en la controversia de las Malvinas.
La verdad es que dichos convenios, resistidos por muchos
argentinos, no le han servido para nada a nuestro país en su conflicto con el
Reino Unido porque la URSS no encuentra beneficio alguno en contender en esa zona
con Gran Bretaña ni con sus aliados del Tratado del Atlántico Norte, un espacio
geopolítico que ahora se está intentando extender hacia el sur. Pero a su vez
el Reino Unido proclamó en octubre de 1988 una zona de conservación pesquera y
Ede plataforma -de plataforma continental, de 200 millas alrededor de las
Malvinas (aunque haciendo efectiva por ahora dicha zona de pesca en la
dimensión de 150 millas) y a partir de ese hecho está otorgando numerosos
permisos para pescar en la región. Ello ha producido irritación en nuestro
país.
Entre nosotros se ha llegado a afirmar que esta proclamación
pesquera es la reacción británica ante los convenios argentino búlgaro y
argentino-soviético mencionados, pero mejor parece ser el hecho tendiente a
aportar recursos económicos para sufragar los grandes gastos de construcción de
un aeropuerto y de mantenimiento de
tropas en las Malvinas; podría decirse, que también para ofrecer algún progreso
a la hasta ahora abandonada colonia del Atlántico sur, en la que se quiere
radicar nuevos pobladores con el propósito encubierto de su posible
independencia.
Lo importante es que son muchos los pesqueros que hoy están
operando sin medida y con licencia británica en los alrededores de las Malvinas
(entre ellos muchos nacionales de países amigos de la Argentina y cuyos
gobernantes no pueden, por tratarse de buques privados, prohibirles esa
actividad) con lo que se produce una depredación marina en las aguas que cubren
nuestra plataforma continental.
Nuestra Cancillería no encontró el camino para la solución
de este problema que nos produce agravio muy superior a las maniobras inglesas
de 1988, ante una pretensión británica que abarca espacios muy cercanos a la
costa argentina de la Tierra del Fuego, disminuyendo el ámbito correspondiente
a nuestra zona de pesca y de plataforma continental. Seguimos impasibles ante
este daño y mientras tanto esa riqueza íctica, que podría ser compartida, se
encuentra expuesta a una gravísima disminución.
La política de la torpeza
Ciertas modalidades de la política exterior han podido ser señaladas
como la diplomacia de las cañoneras o la diplomacia del dólar o como la
política del garrote o la del buen vecino; la que fuera aplicada por la Cancillería
argentina que terminó de actuar en julio de 1989 podría ser presentada como
la política de la torpeza. Pocos momentos antes de iniciarse las maniobras
británicas de 1988 en las Malvinas “The Dally Telegraph” de Londres, diario
conservador que es normalmente partidario de la primer ministra Thatcher, en su
edición del 5 de marzo de aquel año había dicho: “Pero deba resultar deseable
para Gran Bretaña mantener la cuestión de las Malvinas a le temperatura
internacional más baja posible. Por lo tanto, parece un acto de insensatez
permitir que el Ministerio de Defensa realice su inminente ejercicio de
refuerzos en el Atlántico Sur”.
Sus opiniones, sin embargo, no estaban en lo cierto; la
conducta política del gobierno británico resultaba coherente. Porque dicho
gobierno no quiere que se arregle el conflicto como lo pretende la Argentina,
es decir devolviendo las islas usurpadas: por eso no trataba de enfriar sino de
mantener candente el litigio. Y por eso también las respuestas de nuestro
canciller de aquel entonces resultaban contraproducentes para los intereses
argentinos porque contribuían a aumentarla tensión.
Cualquier experto en el arte de la política internacional
sabe muy bien que cuando se pretende iniciar una negociación es necesario
eliminar todos los elementos irritantes. Hay que tender un puente entre los
adversarios y no un “telón de acero". Si se quería lograr que el Reino
Unido aceptara sentarse ante una mesa de negociación no se debía llevarlo a una
enojosa polémica, no se le debían arrojar piedras, como se hizo, ante los
integrantes de una gran asamblea internacional. Ni se debía continuar aplicando
aquella vieja política francesa que solamente ve en la Gran Bretaña a “la
pérfida Albión”...
Uno de los pecados más reprochables en la presidencia argent
¡na que concluyera en julio de 1989 ha sido la política exterior.
El ocaso de la guerra fría
Estamos asistiendo en nuestros dlas a lo que parece ser el ocaso
de la guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética; estamos en
presencia de un cambio en la evolución política de la humanidad. Se ha dicho que
ha pasado demasiado tiempo para que termine esa guerra fría; también es tiempo
de que se termine en el Atlántico sur. Se objetará que está pendiente el
espinoso litigio de la soberanía en los archipiélagos ya sudatlánticos pero la
historia diplomática nos enseña que cuando dos pueblos han estado en guerra sin
que ninguno de los dos haya sojuzgado al otro es lo normal que ellos reanuden
primeramente sus relaciones y después discutan sus diferencias.
Al mismo tiempo hay que advertir que el apresuramiento en conseguir un arreglo puede resultar contraproducente. No se debe olvidar el apuro del recién instalado gobierno argentino de 1973 en solucionar la cuestión del Plata y de nuestro gobierno debutante en 1984 en finiquitar la controversla del canal Beagle, lo que se tradujo en convenios inconvenientes para nuestro país. Mas no debe esperarse un arreglo de este centenario litigio mientras no hayan concluido en forma estable nuestros enfrentamientos con la Gran Bretaña.