jueves, 20 de julio de 2023

La unidad nacional de Rosas

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

197


Libre navegación de los ríos



En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El siguiente artículo se publicó en el periódico Juan Manuel de Rosas  N° 1 de octubre de 1986.


Con la suma del poder a la unidad nacional

Por Jaime González Polero 


La unidad nacional
Rosas. Autor desconocido. Pintura sobre marfil,
6 x 5 cms. Marco de madera de época.


El 13 de abril de 1835, rodeado de dramáticas circunstancias JUAN MANUEL DE ROSAS asumía por segunda vez el Gobierno como Jefe de la Confederación Argentina. Reclamado por la opinión general de la ciudad y campaña e investido con la Suma del Poder, inauguraba el más esforzado y proficuo período histórico de la época. Su dilatada y necesaria actuación, afianzó la Unidad Nacional facilitando la formación del Estado. 

Con anterioridad, Rosas había ejercido el mando desde 1829 a 1832 y con el uso de las facultades extraordinarias, restableciendo el orden y las leyes conculcadas por la disociación unitaria y la guerra civil, debió enfrentar a los ejércitos de Paz y de Lavalle, a los cuales sometió con la valiosa ayuda del caudillo federal del interior General Juan Facundo Quiroga. 

Paralelamente, el Restaurador había proyectado, previa restitución de la tranquilidad de los pueblos y la autoridad de los respectivos gobiernos, proceder mediante actos jurídicos serios, a la reunificación de las originales Provincias Unidas: "Su plan consistió en redactar un pacto de Confederación, que una vez aceptado por las provincias no les permitiese nunca más salirse de la Unión; y por el encargo de las Relaciones Exteriores, provisto de facultades extraordinarias crear, a las buenas o a las malas, pero siempre teniendo en cuenta la ley de su parte, la amplia jurisdicción de una magistratura nacional suprema”. (1)

Este plan primigenio, luego sería ratificado y ampliado, el que junto a las consideraciones políticas explicitadas en su famosa “Carta de la Hacienda de Figueroa” (Diciembre de 1834 a Quiroga), fueron piedras angulares de la futura Constitución Nacional. La unión la lograría con la suscripción del Pacto Federal de 1831 el más importante de los pactos preexistentes entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y luego Corrientes, al que paulatinamente se fueron adhiriendo las demás provincias.

Rosas fue coherente al proponer el Pacto Federal, el que no obstante haber sido resistido en 1830, luego en 1831, las provincias federadas amenazadas por la campaña bélica del General Paz, lo aceptaron inmediatamente. Pero para comprender el porqué del necesario otorgamiento de la suma del poder, es indispensable recordar que, al devolver las facultades extraordinarias en 1832, el hecho obligó a Rosas a no seguir gobernando, con lo cual su obra integradora quedó interrumpida; volviéndose al poco tiempo, por la defección de los gobernantes que le sucedieron, a la anarquía y al peligro de disolución nacional.

Por ello en 1835, ante la situación imperante, comprobados los alcances del siniestro “plan de sangre y escándalo”, denunciado en Noviembre de 1834 por el entonces enviado argentino en Londres Dr. Manuel Moreno, ante los asesinatos de los gobernadores Latorre y Quiroga, las conspiraciones del Litoral y el Norte en pleno desarrollo y las amenazas de regresión a la dependencia europea, el Restaurador no podía aceptar nuevamente el Gobierno si no era investido con la suma del poder, considerando que a esa altura de los acontecimientos, de grave peligro interior y exterior, las facultades extraordinarias eran insuficientes.

En aquel momento, la suma del poder no solo era necesaria para terminar con la violencia interna y preservar la integridad territorial e ir formando el Estado a través de una Presidencia fuerte e integradora, sino también para restaurar el orden consuetudinario, perturbado por las elucubraciones unitarias y liberales que trastocaron las tradicionales instituciones de la sociedad, para compatibilizarlas con los “nuevos tiempos''. Por eso, la vigencia de las antiguas leyes españolas, como de las leyes y decretos nacionales y provinciales posteriores a 1810, a través del poder supremo de Rosas, fueron tomando coherencia, inaugurando un régimen que fue ejemplo de republicanismo con sentido netamente americano. 

Contrariamente a lo sostenido por los historiógrafos liberales, en sus folletinescas crónicas de la “sangrienta tiranía” la vilipendiada Suma de Poder fue tan indispensable como legítima, dado que fue votada primero por la Legislatura y luego ratificada mediante un prolijo plebiscito. Por otra parte, jamás fue utilizada discrecionalmente, pues Rosas continuó en su gobierno sometiéndose al régimen representativo, tratando de legitimar sus actos mediante el apoyo legislativo; las excepciones en que hizo uso de ellas fueron contadas y adoptadas ante casos graves o de interés trascendental, tales como la sanción de la Ley de Aduanas; el juzgamiento como Juez Supremo de los asesinos de Quiroga (verdadero caso federal) y el delito eclesiástico por escándalo grave y robo sacrílego de Camila 0'Gorman y el Cura Gutiérrez. ‘‘Los fusilamientos que ordenara personalmente, lo fueron en su carácter de Jefe del Ejército y por imperio de la ley marcial” (2).

Rosas que carecía de cálculos mezquinos, no estuvo dispuesto a la aceptación del gobierno de cualquier manera, siempre prefirió llamar las cosas por su nombre; por ética, temperamento y convicción reclamó la suma del poder, sin importarle el costo político que ello implicaba; así en una de sus tantas renuncias a la Legislatura decía: “...sin facultades extraordinarias, el poder de los enemigos podríalo en el caso de atropellar la ley para salvar el orden, o desacreditarse permitiendo la anarquía dentro del respeto de la ley”; precisamente esto último es lo que hicieron siempre sus enemigos y los liberales que le sucedieron a partir de 1852, quienes en nombre de la “libertad”, la “civilización”, la “constitución” y los “grandes destinos’’; asolaron, mataron y burlaron la voluntad de los pueblos, con una saña tan feroz como sus hipócritas conductas.

Durante los 17 ajetreados años que duró su segundo gobierno, se concretaron metas trascendentales: La Ley de Aduanas de 1835 en defensa de las economías regionales y de protección a la producción local contra la competencia extranjera; la consolidación de las fronteras; el reconocimiento de la navegación exclusiva de los ríos interiores para la Confederación Argentina y los triunfos diplomáticos y de guerra más importantes, jamás igualados en nuestra historia, como lo fueron la firma de las Convenciones Arana-Mackau de 1840, Arana-Southern de 1849 y Arana-Le Predour de 1850; en pie de igualdad con los reinos de Francia e Inglaterra. La Unidad Nacional: la consiguió, más que por la derrota de los unitarios y el sometimiento por la fuerza, a través de su prédica constante, por medio de una permanente correspondencia con los gobiernos provinciales, en una esmerada y convincente dialéctica, sin precedentes, sostenida por el ejemplo de su conducta y la lógica de sus conclusiones de estadista.

A Rosas solo le faltaba liquidar el viejo pleito con el Brasil, cuando estaba a punto de conseguirlo, lo frustró su lugarteniente Urquiza, que se pasó al enemigo y con éste se vino a Buenos Aires, donde en Caseros la patria perdió sus mejores posibilidades de grandeza. Pero la obra de Rosas sería imperecedera; desde aquel 1820 en que apareció venciendo a la anarquía a 1852, en que entregó las provincias unificadas a su ocasional vencedor, le permitió a Urquiza convocar el “Acuerdo de San Nicolás”, el que pudo suscribirlo con todos los gobernadores de Rosas. Lamentablemente, la unidad de Urquiza no fue la misma; mezclado con los unitarios en el gobierno, sobrevendría el cisma y de nuevo la anarquía y la guerra civil, para luego, sepultada definitivamente la Confederación, dar paso a la República Liberal, subsidiaria de la extranjería, que terminaría recién en 1945, pero esto es otra historia.

No obstante nos quedó lo fundamental de JUAN MANUEL DE ROSAS: su sentido ético de la política, su ejemplo en el fiel acatamiento al principio de la autoridad y a las leyes; su magistratura aglutinadora y la importancia de su acendrado nacionalismo, que debemos tomar como ejemplo todos los argentinos, sobre todo, en momentos tan graves como los de aquel lejano 1835.  

1 y 2) Julio Irazusta “Ensayo sobre Rosas” Ed. Megáfono 1935.