REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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por Oche Califa
En 1819, con apenas veintiséis años, el después famoso Juan Manuel de Rosas se consagró con denuedo a la tarea de redactar dos precisos trabajos de instrucciones para los encargados de las propiedades rurales de su familia, socios y parientes.
Uno de ellos es el conocido "Instrucciones para los mayordomos de estancias"; al otro lo tituló "Instrucciones para los encargados de las chacras".
Los manuscritos de ambos fueron recibidos de manos de Manuelita Rosas por Adolfo Saldías, que los publicó en 1882 en el diario La Libertad.
Al primero lo editó, luego, en una separata, que en 1908 tuvo una primera reedición.
No pasó lo mismo con el segundo, que quedó oculto para la posteridad en un tomo encuadernado del diario.
De allí lo rescató y editó en 2002 José Eizykovicz, con la inclusión de la noticia preliminar de Saldías y una introducción que le pertenece. Así alcanzó el formato de libro, bajo el pequeño sello editorial La Era. Lo cierto es que al cabo de casi dos siglos, estas disposiciones de Rosas a sus subalternos carecen de utilidad práctica.
No obstante, la difusión de su existencia colabora en el mayor entendimiento de nuestro pasado y del desarrollo de la actividad agrícola.
País ganadero
Pero la inserción cerealera en los mercados exteriores estuvo precedida de esforzadas décadas de actividad labradora dirigida a abastecer el mercado interno, en un territorio todavía acotado por la preeminente actividad ganadera y el hostigamiento indígena, un país en el que las levas compulsivas dejaban repentinamente sin mano de obra a la actividad y cuando la tecnología era aún primitiva.
En este capítulo de la historia rioplatense resulta destacable la instalación de las chacras San Genaro e Independencia -propiedad de los Rosas- en el año de redacción de las instrucciones que nos ocupan.
La segunda, más importante, se situó frente a la estancia Los cerrillos, en el actual partido de San Miguel del Monte, aunque sobre la orilla sur del río Salado (zona todavía tutelada por los indios).
En ellas se sembró trigo, maíz, papas y legumbres en importante cantidad: Eizykovicz estima que debió tener bajo trigo entre 500 y 700 hectáreas.
Como sucedió con otras chacras grandes, también sirvió de amparo a pequeños labradores de subsistencia situados en sus alrededores, que además constituían su mano de obra estacional.
No eran, todavía, extranjeros sino migrantes del interior, sobre todo de Santiago del Estero y Córdoba. Rosas los calificó como "los mejores para la doma y la labranza... y los más perseguidos".
Estos contingentes migratorios nativos también han sido poco advertidos por la historia de la agricultura -al menos por su difusión masiva-, y así suele darse todo el mérito del desarrollo de la actividad a las colonias europeas.
Tono imperativo
Las instrucciones que nos ocupan contienen cinco capítulos. El primero trata de la doma de novillos para convertirlos en bueyes; el segundo se denomina "Aradas" y el tercero, "Preparación de tierras y siembra".
Un largo capítulo siguiente está dedicado a la siega y a la trilla con caballos. El último lo constituyen recomendaciones generales.
En todos ellos, don Juan Manuel parece articular un arsenal de saberes tradicionales con otro surgido de su observación personal, lo que en verdad asombra dada su juventud.
La meticulosidad y el tono imperativo en la redacción ya alertan sobre el carácter de quien gobernará durante más de dos décadas los destinos del país.
Interés histórico
Estas páginas, interesantes para el lector curioso, como se ha dicho, no poseen hoy mayor validez.
No obstante, tal vez alguna que otra regla o consideración tenga todavía cierta vigencia.
El hombre de campo actual juzgará si ésta es una de ellas: "Con la rastra debe andar un hombre inteligente y no uno que no lo sea, pues el que no lo sea, mejor acomodado queda en el arado que en la rastra".
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