lunes, 31 de julio de 2023

Guerra de Malvinas - Errores cometido por el mando argentino

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En el diario La Prensa de los días 11,12 y 13 de noviembre de 1986, se publicó un reportaje al Contralmirante Horacio Mayorga, sobre aspectos importantes de la guerra de Malvinas


 De un cronista de la guerra   austral 


Guerra de Malvinas
Contralmirante Horacio Mayorga
A fines de 1982 la Armada ordenó al contralmirante Horacio Mayorga escribir un relato de las operaciones navales en la guerra austral. Para cumplir esa tarea Mayorga investigó “tiro por tiro” cada uno de los enfrentamientos navales con los británicos junto a los integrantes de la Comisión de Análisis de Acciones de Combate (COAC) de la Marina de Guerra.

Esa investigación se realizó sobre los informes de las unidades que combatieron en el Atlántico sur y sus conclusiones fueron volcadas en una serie de volúmenes cuya publicación no fue autorizada hasta la fecha por la Armada. Lo que sigue son los tramos principales del diálogo mantenido con el contralmirante Mayorga sobre aspectos salientes de la guerra. Muchas conclusiones que surgieron en su trascurso cobran especial relevancia ante las últimas medidas dispuestas por Londres en torno al archipiélago que reactualizan su carácter de zona potencialmente conflictiva.


1ra. parte

La derrota de Malvinas se originó en las imprevisiones de la etapa de defensa


¿Cuál es el factor decisivo en la derrota de Malvinas?

— En mi criterio la mayor parte de la derrota se gesta en la imprevisión de la etapa de defensa. Es que la defensa no se preparó para el combate, porque las premisas con que se fue a Malvinas fueron tres: primero, que Gran Bretaña no vendría a pelear, sino a negociar; segundo, que los Estados Unidos no aceptarían la extensión del conflicto a un área normalmente pacificada; y tercero, que la comunidad latinoamericana prestaría apoyo total a esa gesta descolonizadora. Esto figura en el descargo del almirante Anaya ante el Consejo Supremo. El total de la Junta Militar también pensaba que Inglaterra no vendría a pelear. La idea era por lo tanto invadir y dejar 500 hombres, que es una modificación de un viejo plan consistente en tomar las islas, dejar 50 hombres y volverse. De allí que la defensa no se preparara para el combate.

¿Qué otros factores conspiraron contra la planificación de la defensa?

— La preparación de la defensa estuvo también limitada por el secreto con que se llevó adelante la recuperación de las islas. También influyó en forma negativa el que la toma de las islas ocurriese inesperadamente. La recuperación del archipiélago se adelantó como consecuencia del incidente que desató Davidoff, el chatarrero que fue a desguasar las estaciones balleneras. Sobre este punto resulta fundamental señalar que Davidoff le había pedido a los propios ingleses que le “chartearan” el “Endurance”. Los ingleses se negaron, porque iban a desactivar el buque y Davidoff recurrió a Chile. Allí es cuando la Argentina decide prestarle ayuda y cuando los británicos lo quieren expulsar comienza la escalada. Entonces los planes para la toma de Malvinas que eran preventivos y debían estar listos para octubre se deben anticipar y se urge a los tres o cuatro hombres que con sus ayudantes trabajan en ellos. La Junta pide los planes para julio y son preparados sin inconvenientes, ya que se trata de una operación anfibia de las que la Marina hace todos los años. La Armada sola podía tomar las islas, pero la dificultad de la operación reside en la mala relación interfuerzas. Así que se pide al Ejército que embarque una sección —al mando del teniente coronel Seineldín— y se hace participar a la Fuerza Aérea. La Aeronáutica debía simular que se descomponía un avión en la pista y tomar el aeródromo, pero esto no se pudo hacer por falta de sorpresa. El gobernador estaba prevenido de que nuestra flota había zarpado los últimos días de marzo y la pista fue bloqueada.


Episodio significativo 

¿Cómo se manifestaron los desacuerdos interfuerzas?

— El desajuste que fue en aumento con el correr de los días se pone de manifiesto con ejemplos como el siguiente. El aeródromo fue tomado por la infantería de marina y quedó a cargo del ejército. Cuando los aviones logran bajar después de despejada la pista de los obstáculos que sembraron los británicos, la Fuerza Aérea se hizo cargo de la radio y las operaciones. Pero ya al primer día, en una punta de la pista hay un edificio con un letrero grande que dice “Base Aérea Militar Malvinas” —la que opera la Fuerza Aérea— y en la otra hay otro letrero que dice: “Estación Aeronaval Malvinas”. Durante la planificación este punto de discordia se dejó de lado. El brigadier Plessel y el almirante Lombardo lo dejaron de lado. Sin embargo sus respectivas fuerzas quisieron la pista pee ellas. Pero este fue uno de los hechos. El siguiente es que el operador de Fuerza Aérea le negó el aterrizaje al avión en que llegaba el almirante García Boll, comandante de la Aviación Naval y una de las autoridades de la toma de Malvinas. En ese momento la identificación de los aviones la hacía el buque de la Armada “Santísima Trinidad” y el operador de la Aeronáutica niega el aterrizaje, porque, según afirma, sólo pueden hacerlo los aviones autorizados por la Fuerza Aérea Argentina. Este hecho ocurrido a los minutos de haber empezado la toma de Malvinas da el indicio de lo que vendría después, porque a lo largo de toda la guerra no sólo hubo desinteligencia, sino que faltó además la coordinación necesaria. Finalmente el comandante de infantería de marina se presentó en el aeródromo y advirtió que si no dejaban bajar al avión del almirante García Boll haría desalojar el lugar por sus tropas. El oficial más antiguo de la Fuerza Aérea autorizó el aterrizaje.


La extensión de la pista

Además de ese incidente, la pista ha originado más de un interrogante como, por ejemplo, el motivo por el que no fue prolongada ¿Cuál fue la causa de que no se la ampliase?

— La extensión de la pista aparece en los planes del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), pero ese teatro que podía haberse organizado con antelación no cumplió con él o por el secreto de la operación. Cada vez que uno de los cuatro planificadores de la toma de Malvinas le decía a la Junta: “Tomarlas es fácil, pero ¿qué hacemos después?”; recibía siempre la misma respuesta: “el después no es asunto de ustedes; planifiquen la toma y nada más”. De manera que estos hombres no pueden ordenar previsiones para lo que sigue. Por ejemplo no se alistaron minas en calidad y cantidad para ser fondeadas en los accesos al puerto; muchas unidades fueron sorprendidas por la toma del archipiélago y las naves que estaban en reparaciones no pudieron ser alistadas. La fuerza de submarinos no tenía listas todas sus unidades. Las unidades de la Fuerza Aérea se distribuyeron a lo largo de la costa con la munición lista en ese momento, pero que no era toda la necesaria para la guerra. En el caso particular de la pista no hubo previsiones hasta los primeros días de abril en que el comandante del TOAS las dispone. También aquí se produce la descoordinación: la Fuerza Aérea contrata directamente al “Río Cincel”, al que carga con combustible, motoniveladoras y chapas de aluminio. Ese buque llega a Malvinas y desembarca en los primeros días de abril, pero la pista no se alarga sin que haya precisiones de por qué no se da cumplimiento a la orden. La causa alegada es que había que hacer grandes movimientos de tierra, pero de haberse tomado las previsiones necesarias esto podría haberse resuelto. Prueba de ello es que los ingleses 30 días después de que recuperaron el archipiélago habían alargado la pista y operaban aviones “Phanton” que son mucho más pesados que los nuestros. En resumen, todo esto sucedió porque los planificadores de la toma de las islas no estaban autorizados a tomar las medidas para defenderlas. Sin embargo, si lo hubiesen estado, habrían tomado las medidas de logística necesarias para 500 hombres, puesto que el plan original era dejar únicamente ese número de efectivos. Así el TOAS es creado, tiene a su cargo la defensa de las islas y va recibiendo —a veces sin enterarse por anticipado— refuerzos de tropas que no eran las que se habían fijado inicialmente. Como la defensa activa no estuvo estudiada antes del 2 de abril en principio se decide enviar 5.000 hombres —una brigada— y el propio general Menéndez informa al continente que no necesita más efectivos para la defensa. Requiere sólo un regimiento más, pero después de la visita de Galtieri a las islas le mandan una brigada completa con lo que totaliza 11 mil hombres. Esa acumulación desordenada tiene una finalidad disuasoria, pero Londres continúa enviando buques y comenzamos a enterarnos de los aprestos bélicos, las confiscaciones de barcos y la salida de dos submarinos nucleares el 2 de abril, y de otros dos el día 4.


Las tareas de inteligencia

Si la logística sufrió tropiezos serios por las imprevisiones, ¿de qué inteligencia se disponía para evaluar los movimientos del enemigo?

— Nosotros teníamos en Gibraltar gente que observaba los movimientos de la flota y eso nos mantuvo la información actualizada. Esta información fue recogida por elementos de la Armada y colaboradores que no eran de la Armada. Además en la isla Ascensión buques argentinos hicieron un estudio del tráfico radiotelegráfico de los británicos y las observaciones de una de nuestras naves, el “Río de la Plata”, constituyen una tarea estupenda; informa sobre la cantidad, calidad y hasta los nombres de los destructores ingleses que irían a combatir en el Atlántico sur. En ese sentido debe destacarse que los ingleses llegan a Ascensión con algún plan ya tomado, pero con escasas precisiones. Calculan que si tienen que pelear van a comenzar por las Georgias, sin embargo hasta la mitad del trayecto —esto es hasta el 20 de abril— creen que no se va allegar a la lucha, sino que las Naciones Unidas intervendrán.


 2da. parte

A partir del 2 de abril se cambió sin planes la defensa de las islas


Además de las imprevisiones de la defensa, ¿qué otras circunstancias contribuyeron a la derrota argentina?

— No había caso de ganar esa guerra, porque las islas iban a quedar cercadas por mar por la flota británica y nosotros no podríamos disputarles el dominio del aire. En ese sentido merece destacarse que los ingleses llevaron inicialmente al conflicto 24 aviones “Harrier” a los que posteriormente agregaron una quincena. Ellos siempre tuvieron menos de un tercio de los aviones que tenía la Argentina, no obstante lo cual fueron dueños del aire en los momentos decisivos. Tuvieron esa primacía porque con menos máquinas podían permanecer más tiempo sobre el archipiélago.

El tema de la extensión de la pista aparece de manera recurrente, ¿cuál fue su importancia en la guerra?

— Si la pista hubiese sido prolongada, los ingleses jamás habrían tenida la supremacía aérea sobre las islas. En ese caso, pudiendo operar aviones de combate desde las islas, los portaaviones hubiesen tenido que alejarse y los “Harrier” no habrían logrado mantenerse sobre Malvinas tanto tiempo como lo hacían. En el terreno de las hipótesis tenemos que volver siempre a la preparación de la defensa. Es que si la defensa hubiese sido planeada de otra manera, previéndose el envío de once mil hombres, la extensión de la pista y la posibilidad de operar aviones de combate y no sólo de adiestramiento como sucedió, el desenlace del conflicto habría variado. Debe tenerse en cuenta en ese sentido que a partir del 2 de abril se cambia sin planes la decisión de defender las islas. Los planes se hacen días después y contemplan una serie de medidas que llegan tarde. El alargue de la pista llega tarde, las minas llegan tarde y hasta la selección de los buques para trasportar el apoyo logístico se hace tarde. Los buques no habían sido seleccionados porque no se iba a pelear. Como no se pensaba combatir tampoco se pensó en mandar tantos hombres y por lo tanto tampoco hubo revisiones para el apoyo logístico. Pero la situación cambia y eso es lo que vuelve difícil comprender por qué perdemos la guerra. Es que cuando decidimos poner 5.000 efectivos en las islas debemos también llevar la comida para los 5.000 hombres, la artillería para los 5.000 hombres, los helicópteros para los 5.000 hombres, etcétera.

Jugada maestra

¿En qué medida complica ese panorama la zona de exclusión?

— La jugada maestra de los ingleses es la zona de exclusión. La anuncian para el 12 de abril y para esa fecha sólo dos buques argentinos habían llegado a Malvinas, llevando desordenadamente una cantidad de aprovisionamientos. La Junta decide entonces no enviar más barcos para evitar un hundimiento que entorpeciera las negociaciones y comienza a aprovisionarse a las islas por aire. Por eso es que la logística comienza a quedarse atrás con las necesidades de las tropas de Malvinas. Ante esa situación recurrimos tan apresuradamente a cualquier buque que ni siquiera movilizamos militarmente a la tripulación. Además los buques están tan mal elegidos que ni por el calado ni por su longitud pueden atracarse al muelle de Puerto Argentino y hay que alijarlos. En el muelle, como la resistencia no se había calculado, se rompen tablones y como las grúas son pocas (porque 500 hombres no iban a necesitar tantos abastecimientos) el buque tiene que cambiar de posición para desembarcar lo que tiene a proa y a popa. Por otra parte como no hay automotores no se pueden desalojar los “containers” que se ponen en el muelle.


Realidad de las bajas inglesas

Además de los detalle poco conocidos sobre la deficiencia logística, faltan precisiones sobre los combates. ¿Cuántas bajas se produjo, por ejemplo, a la flota británica?

—El tonelaje de barcos británicos hundidos —esto es desaparecidos de la superficie por completo— es 35.320 correspondiente a 6 buques. El 53,9 por ciento del total —19.046 toneladas correspondientes al “Sheffield” y al “Atlantic Conveyor”— fueron hundidos por acción exclusiva de la aviación naval. El 18,4 por ciento 6.500 toneladas correspondientes al “Ardent” y al “Antelope”— fueron hundidos en operativos conjuntos de la aviación naval y la Fuerza Aérea. Y el 27,7 por ciento —9.774 toneladas del “Coventry” y el “Sir Galahad” — por acción exclusiva de la Fuerza Aérea. ¿Por qué hablo de buques hundidos? Es que en el comienzo de la guerra empezaron los “éxitos” argentinos: habíamos derribado cuatro aviones, habíamos hundido dos buques, las fragatas se iban humeando. Pero hay que considerar que los ingleses al iniciarse el conflicto tenían sólo dos portaaviones y siete u ocho buques para bombardear Malvinas y que el resto lo reciben después. De modo que si hubiéramos hundida v averiado tantos buques no se hubiesen presentado todas las noches a bombardear Puerto Argentino.

Cómo se respondía a esos ataques?

— Para contestar ese fuego no teníamos alcance suficiente. Toda nuestra artillería —los obuses de 105 y demás— eran de corto alcance e inadecuados para tirar a blancos móviles como los barcos. Cuando se trajeron cañones “Sofma” —de fabricación argentina de 155— las fragatas empezaron a tomar distancia. Al principio teníamos uno. Después sumamos un segundo y al final de la guerra un tercero que al desembarcar del avión se enterró y no lo pudimos sacar más de ahí. Y los tiros..., porque hubo cosas como esta: les mandamos los proyectiles pero no las espoletas. ¿Por qué? Porque el sistema logístico estaba dividido en tres: lo que pedía el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. De manera que podía darse el caso de que una fuerza recibiera cartas, budines y coca cola y la otra no recibiera el equipo para vestirse. Había un estado mayor con representantes de las tres fuerzas, pero Menéndez se comunicaba con Galtieri antes que con el comandante Lombardo, y el brigadier Castellano lo hacía directamente con Lami Dozo. Realmente no hay ninguna acción conjunta. Entonces en los aviones de marina se pasan los elementos para el Batallón de Infantería de Marina (BIM) 5 que siempre esta seco, siempre come caliente y siempre dispone de lo que necesita. Por eso tiene esa actuación tan lucida. Sin embargo, esto no ocurre con fuerzas del Ejército y no por falta de espíritu combativo. Lo que sucede es que no están acostumbrados a pelear en ese terreno como lo está el BIM 5 que es de Río Grande. Sabe entonces cuántas veces hay que cambiarse de medias para no tener los pies mojados y evitar el pie de trinchera, mientras el Ejército no tiene esa experiencia. Cuando la adquiere pide abastecimientos, pero ¿quién se los iba a llevar? La Fuerza Aérea o la Aviación Naval, pero cada una daba prioridad a su fuerza.


3ra. parte

En Malvinas hubo dos comandos operando sin coordinación efectiva


Hubo diversos casos de desinteligencia entre las tres armas durante la guerra austral, ¿cuál fue el más notorio?

—Una de las demostraciones más cabales de la falta de coordinación que aparece es la creación, a instancias de la Fuerza Aérea, de la Fuerza Aérea Sur que se instala en Comodoro Rivadavia y actúa paralelamente al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), comandado por el almirante Lombardo. Esta Fuerza Aérea Sur incluye en sus planes el apoyo al TOAS, pero en los hechos libra la guerra contra los ingleses por su cuenta: prepara y lanza ataques que decide por cuenta propia, algunos de los cuales ni siquiera fueron pedidos por Malvinas. De manera que hay dos comandos operando sobre el mismo teatro sin coordinación efectiva. Tanto es así que hay oportunidades en que Malvinas les dice no está enterada de los objetivos que están atacando ni de los daños producidos y en otros casos no baten los blancos que pide Malvinas. Contrariamente los británicos encargaron al almirante Fieldhouse la operación “Corporate” —de reconquista del archipiélago— y le subordinaron generales y brigadieres.

¿Qué consecuencias tuvo esa falta de coordinación en el desempeño de nuestras fuerzas?

— Como para la Aeronáutica el ataque a blancos navales no es una operación frecuente, sino más bien secundaria, la Armada destacó aviadores navales a los distintos grupos de combate de la Fuerza Aérea Sur para explicar a los pilotos cómo se baten objetivos navales. Se les dio a los pilotos de la Fuerza Aérea todos los detalles de los destructores, los misiles, alcance y efectividad de los radares y la manera de atacar a los buques. Se les explicó que las bombas debían ser de cola retardada o con paracaídas, etcétera. La Fuerza Aérea recibió toda la información, pero no la puso en práctica, sino que decidió atacar según su leal saber y entender, esto es, con una aproximación muy baja constante sobre el objetivo. La aproximación correcta es acercarse muy bajo para no ser detectado por el radar o alcanzado por el fuego de defensa y elevarse en la última parte de la trayectoria, lanzándose en picada sobre el buque. Entonces se arroja una bomba que tome en diagonal al buque y lo pueda penetrar de arriba hacia abajo con un espoleteado casi instantáneo de 0,12 de segundo para que explote dentro del barco y con la cola retardada de manera que el avión pueda pasar y la explosión no lo alcance. Pero la Fuerza Aérea decidió hacer toda la aproximación y también el lanzamiento rasante con lo cual las espoletas no se armaron por falta de distancia. Además el espoleteado estaba equivocado, porque lo pusieron en algunos casos a 12 segundos.

¿Por qué hicieron eso?

— Porque confiaron más en su método y desestimaron las enseñanzas de la aviación naval. El resultado fue que hubo cerca de 19 impactos de bombas que no explotaron, mientras que la aviación naval tuvo sólo 2 impactos de bombas que no alcanzaron a estallar.

Si esas 19 bombas hubieran explotado, ¿cuántos habrían sido los buques hundidos?

— No se sabe, pero seguramente muchos más.

¿Pero se conocen los buques que recibieren los impactos?

— Sabemos qué barcos fueron alcanzados, porque el avión que viene detrás del que lanza la bomba ve lo que pasa. Y además los británicos dan esa información, aunque la Fuerza Aérea sostiene que no admitieron todos los impactos recibidos. A través de nuestros informes nos dimos cuenta de que los ingleses informaron sobre la mayoría. Pudieron haber ocultado alguno, pero lo cierto es que la Fuerza Aérea da por hundidos buques impactados dos veces por bombas que no estallaron. Sin embargo, a ningún barco de guerra le causan averías serias esa clase de impactos, porque tiene todos los equipos duplicados. Si las bombas hubieran explotado habríamos sacado de servicio muchos más buques, pero —y esto es fundamental— no hubo tantos barcos atacados. Los buques fueron atacados cuando Gran Bretaña ya había desembarcado sus tropas; y después del desembarco la suerte de Puerto Argentino estaba sellada. Por otra parte, tanto la Fuerza Aérea como la Aviación Naval se dedicaron a hundir buques de guerra que no eran el objetivo correcto. Lo correcto era atacar el portaaviones para quitar a las tropas todo apoyo aéreo.

Pero el portaaviones no fue atacados por nuestro submarino?

— El submarino nunca atacó al portaaviones. Además los torpedos fallaron todos y fueron lanzados contra destructores.

De sus palabras se desprende que los ataques aéreos tuvieron una efectividad real que contrasta con la publicidad que alcanzaron. ¿Qué conclusión se saca de esa experiencia?

— La conclusión es que tenemos que ir a una doctrina conjunta. Por otra parte, la enseñanza que de lo ocurrido saca la Armada es opuesta a la que saca la Fuerza Aérea. La Fuerza Aérea extrae la conclusión de que con aviones puede barrer cualquier flota del mar, porque le produjo daño a los barcos ingleses. Sin embargo, lo cierto es que dos portaaviones chicos con no más de 30 aviones tomaron las Malvinas. Claro que esto se produjo en condiciones muy especiales. También debe ser puntualizado que la flota cuando fue atacada estaba en las islas y no pudo percibir con sus radares la aproximación de los aviones. Por lo tanto la afirmación de que la Fuerza Aérea puede barrer cualquier flota no es válida en mar abierto, porque la flota detecta el avión.

Pero los ataques con Exocet se realizaron en mar abierto.

— Esos ataques tuvieron éxito en primer lugar por el arma empleada y la profesionalidad de los atacantes y en segundo lugar porque los ingleses fueron a la guerra sin haber tenido ellos tampoco su etapa de defensa bien cumplida. No trajeron, entonces, aviones de alerta temprana —que son en realidad un gran radar con alas— y que vuelan sobre la flota para detectar cualquier avión que se aproxime aunque sea en vuelo rasante. Si hubiesen dispuesto de esta alerta temprana habrían podido usar la defensa antimisil en el caso del “Sheffield” y el “Atlantic Conveyor”. En resumen, ¿quién ganó esta guerra? El que tenía submarinos atómicos y portaaviones. Nosotros desde el continente, por desgracia, no barrimos ninguna flota del mar. Y nuestra flota no pudo barrer a la británica, porque no tenía cómo combatir submarinos atómicos.

¿Cómo puede un país como el nuestro contar con una fuerza que le permita controlar su mar continental?

— Necesitamos aviones de exploración que capten, registren y analicen toda señal de la existencia de submarinos y barcos que puedan explotar esos contactos. Pero mientras haya submarinos nucleares ningún país latinoamericano, desgraciadamente, va a ser soberano sobre su plataforma continental.

¿Cuál es el arma de defensa contra un submarino nuclear?

— Es un submarino caza submarino, que no necesariamente debe ser nuclear. Puede ser como nuestros submarinos modernos. En estos momentos tenemos 2 y hay 2 en construcción. Con ellos podemos llevar algún peligro a los submarinos nucleares, pero el desequilibrio es tan grande, que se necesita un sistema de defensa muy amplio con sonoboyas, etcétera.

Además de las desinteligencias operativas, usted señalaba las divergencias existentes al evaluar las enseñanzas de la guerra.

— Sí, las conclusiones sobre esta guerra son distintas y poco profesionales algunas. Decir que con aviones se puede liquidar a la flota encierra la idea de obtener la mejor asignación presupuestaria. Y no se ajusta a la verdad, ya que las marinas rectoras siguen fabricando portaaviones. De no ser así los Estados Unidos y la Unión Soviética, por ejemplo, no seguirían botando portaaviones, sino que producirían muchos más aviones. Pero la Fuerza Aérea, que es partidaria de ese último criterio, no dice sin embargo, que no tiene bombarderos estratégicos, vale decir, de largo alcance. Y aquí comete el mismo error que el Ejército al suponer que con muchos efectivos se gana peso político. En este punto hay que recordar el establecimiento de las grandes guarniciones alrededor de Buenos Aires. Pero esto, obviamente, no mejora la profesionalidad.

viernes, 21 de julio de 2023

El Código Negro

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

200


En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista Abogados del mes de agosto de 2001, del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal fué publicado el artículo siguiente.


 El Código Negro 

 por el Dr. Amadeo D. Bonzo 

El Código Negro
Mercado de esclavos. Siglo XVI

He pasado varios días pensando la conveniencia de insertar el título así como está encabezado, creyendo que a los que se sientan inclinados a inquerir sobre su existencia, los moviera posteriormente, un sano afán de extender y completar los muy lógicos vacíos que este gran tema pueda convocar a los colegas de éste Colegio Público. Como se dice, se trata de un pequeño ensayo, en la cierta esperanza de que en otras publicaciones, otros espíritus inquietos corrijan, amplíen o suplan lo que aquí se dijo, o se dijo mal. Hasta el dictado de la Real Cédula del 31 de mayo de 1789, no existía reglamentación sobre la situación del esclavo. Vino a constituir un Code Noir de la monarquía española. Se le llamó el “Código Negro Carolino”, con sustanciales diferencias entre el francés y el español. Ambos códigos fueron resistidos por los dueños de los esclavos, patrones duros en zonas como La Habana, Caracas y Santo Domingo. En la zona del Río de la Plata la trata no fue tan severa como en aquellas zonas. En América las relaciones entre amo y esclavo se rigieron por el “Código de las Siete Partidas”, Título XXI y “Leyes de Indias” que en general, tendieron a establecer ciertas formas de protección para la gente de color. Esta Real Cédula es todo un código, con preámbulo y 14 capítulo que intentaban abarcar la vida toda de la población negra: alimentos, vestuario, educación, ocupación, diversiones, enfermerías, matrimonios de esclavos, penas correccionales, exceso de los dueños o mayordomos, atendiendo debidamente la Corona a “esta clase de individuos del género humano”. El espíritu del código era en su idea general, un tránsito hacia cl hombre libre, recortando los poderes de los amos, inaceptables ya en las postrimerías del siglo XVII.

El mejor trato en estas tierras no pudo significar de ningún modo el trato igualitario. Por las citas legales y otras reglamentaciones podemos apreciar el muy largo camino que aún debía transitar este pueblo, incluyendo todas las etnias de origen. Su lectura puede hoy mover a incredulidad y aniquila, a nuestro criterio, todo vestigio de humanidad con que se creía estaba imbuida dicha legislación. Las citas que transcribiré encierran, a pesar de su intención benigna u orientadora, una finalidad impropia de hombres de leyes autotildados de humanistas.

En Buenos Aires el virrey y la Audiencia se concretaron solamente a acusar recibo de la Real Cédula, quedando en el papel como tantas otras leyes que se juraron pero que no se cumplieron, a mérito del simple hecho de la gran distancia que separaba España de Indias.

A modo de ejemplo, esta citación con cierta vis cómica observa en la ley segunda que: se prohíbe bajo las más severas penas las nocturnas y clandestinas concurrencias que suelen formar en las casas de los que mueren o de sus parientes para orar o cantar en memoria de aquel, ni hacer la metempsicosis o transmigración de las almas, a su amada patria que es para ellos el paraíso más delicioso.

La ley octava asienta que el negro o mulato primerizo que levante la mano, palo o piedra a cualquier blanco, sea castigado con la pena de cien azotes y dos años de presidio, a ración y sin sueldo con grillete al pie y el tercerón o cuarterón y sus hijos puestos a la vergüenza pública por seis horas en la plaza. Juan Probst nos dice que en Catamarca se llegó a azotar a un mulato por haberse descubierto que sabía leer y escribir.

Los negros y sus mezclas estaban excluidos de los beneficios de la educación. Únicamente se les debía enseñar la doctrina cristiana “todos los días y fiesta de precepto” (esta obligación fue incluida en la Real Cédula del 31 de mayo de 1789 — Cap. 1). Las mujeres no podían portar oro, sedas, mantos y perlas. Los blancos que se mezclaban con negros por matrimonio participaban de la infamia legal, no podían andar de noche por las ciudades, villas y lugares, no podían tener tratos con indios. Las penas que se aplicaban a los cimarrones fugitivos eran excesivamente crueles. Aún después de nuestra declarada libertad de vientres y el progresismo en las ideas emancipadoras, por un edicto de 1824, ciertos bailes como el candombe fueron prohibidos y se los castigaba con un mes de trabajos públicos. Debió ser por escuchar a Concolorcorvo, quien describe que “se reducen a menear la barriga y las caderas con mucha deshonestidad y que las acompañan siempre con gestos ridículos y un canto que parece un aullido”.

Si con motivo de este pequeño artículo se llegase a suscitar proposiciones que discrepen o adhieran al contenido como a sus citas, el que firma al pie habrá logrado la finalidad que tuvo a esta iniciativa.


Bibliografía

El Negro en la Argentina —presencia y negación. Varios autores. Editores de América Latina.

La trata de negros en el Río de la Plata. Universidad de Buenos Aires (EUDEBA). Elena F. S. de Studer. 1965. Código Negro Carolino 1784.

Javier Malagón Barceló. Ediciones “El Taller”. Santo Domingo. 1974. Su lectura en la Academia Nacional de la Historia. Todo es Historia. Revista N 393. Abril 2000. “Porqué se extinguieron los esclavos negros”.

Capilla de los Negros. Chascomús.

San Pedro Claver. Apóstol de los Negros. 26/6/1580 — 8/9/1654.

La rehabilitación de Rosas - Manuel Gálvez

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Manuel Gálvez

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El siguiente artículo de Manuel Gálvez se publicó en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año 1 N° 1 de enero de 1939.


La rehabilitación de Rosas
por Manuel Gálvez
Juan Manuel de Rosas

Creo que ya podemos afirmar, sin ser ilusos o demasiado optimistas, que don Juan Manuel de Rosas ha sido rehabilitado en casi todos los aspectos de su obra y de su personalidad. Salvo algunos descendientes de unitarios, y algunos demócratas sin sentido histórico que juzgan el pasado con el eriterio del presente, apenas hay persona culta que ignore cómo Rosas salvó al país de la anarquía, lo unió y lo organizó y lo defendió, con patriotismo ejemplar, contra las potencias extranjeras que lo atacaron. Nadie ignora, igualmente, y por haberlo leído en un libro escrito por un enemigo —me refiero a “Rosas y su tiempo”, de José María Ramos Mejía—, que en los años de su gobierno la provincia de Buenos Aires conoció la verdadera prosperidad, pues había trabajo para todos, no existía la miseria y el pueblo era feliz,
Pasó la época en que a Rosas se le consideraba un gaucho bruto, incapaz, como creía Groussac, que no podía comprenderle, de escribir un discurso; o un gobernante ladrón, como decían los unitarios. Todos reconocen hoy su enorme talento, su honradez, su capacidad de dirección y organización.
¿Qué falta, Pues, para la rehabilitación completa de Rosas? Sólo esto: demostrar que no fue el sanguinario que se cree. Algún día se convencerá el país de que sus enemigos fueron más sanguinarios que él. En las Memorias del General Iriarte, aun inéditas, se relatan las bárbaras matanzas de paisanos realizadas durante la dictadura de Lavalle. El General Paz, según cuenta King, hacía fusilar todas las noches a varios individuos. El joven historiador Alberto Ezcurra Medrano tiene que ampliar sus interesantes “tablas de sangre” de los unitarios.
Pero para rehabilitar a Rosas en este punto, es preciso revelar las traiciones de los unitarios, que se unían con el extranjero contra su patria. En este sentido el espléndido libro de Font Ezcurra, documentado, serio, austeramente escrito, es de la mayor eficacia. Falta insistir en que los “asesinatos” de que lo acusan a Rosas no fueron sino actos de guerra. La casi totalidad de esos “asesinatos’’ se produjeron en los años 40 y 41, mientras Buenos Aires debía luchar contra los traidores que se habían unido al extranjero. Hay un documento que lo prueba: el proceso a Cuitiño y a los demás mazorqueros. El decreto ordena procesarlos por los crímenes cometidos durante los años 40 y 42. No habla ese decreto de crímenes anteriores ni posteriores.
¿Eran crímenes? No. Eran actos de guerra. Los hombres de la policía de Rosas entraban en las casas a buscar pruebas de la complicidad de los unitarios con los traidores de Montevideo. A veces, alguien se resistía o se insolentaba con la autoridad. Y entonces no faltaba un bofetón, cuya réplica atraía el balazo o la puñalada, el que hizo justicia en los traidores.
Y si pensamos en la magnitud de las traiciones de Florencio Varela, de Lavalle, de Sarmiento, de casi todos los unitarios, nos es preciso reconocer que Rosas fue demasiado benigno. Clemenceau, por simples sospechas, llenó las cárceles de Francia durante la Gran Guerra y fusiló a mucha gente. ¿Qué no habría hecho si los enemigos de su política se hubieran abiertamente aliado con Alemania?

El Quebracho

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

198


Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El siguiente artículo se publicó en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año 1 N° 2 y 3 de marzo de 1939.


93° Aniversario de "El Quebracho"

El Instituto de Estudios Federalista de Santa Fe, organismo que damos cuenta en otra sección de la Revista, resolvió realizar un acto recordatorio en el lugar denominado “El Quebracho”, sobre la costa del río Paraná, dos leguas al Norte de San Lorenzo en la provincia citada. Allí se trabó, el día 4 de junio de 1846, un combate entre las fuerzas de la Confederación al mando del general Mansilla y la escuadra anglo-francesa, que venía custodiando un convoy de buques mercantes, de regreso de Corrientes.Veamos algunos antecedentes y consecuencia de ese hecho de armas:

A fines del año 1843 y principios de 1844, Florencio Varela había realizado en Londres una de esas gestiones diplomáticas que no se conocen a fondo jamás, porque la documentación muestra tan sólo lo que no compromete. Aparentemente, Varela fue a Londres a sondear el ánimo de Lord Aberdeen y a proponerle al gobierno de Inglaterra –y paralelamente al de Francia– una mediación en la lucha que sostenían los dos partidos en la Banda Oriental, cada uno de ellos apoyado por los países vecinos, la Confederación y Brasil. Entre otros planes o proyectos de pacificación, Varela conversaría sobre su descabellado Estado mesopotámico, formado por Corrientes y Entre Ríos, a pesar del rechazo del general Paz.

Hasta ahí Varela no se excedía demasiado en su carácter de proscripto de ayer y de hoy que anda por las cancillerías despertando intereses bajo los cuales cobijar una elegante repatriación y hasta recuperación de situaciones perdidas.

Leyendo la Autobiografía de Florencio Varela y la credencial del gobierno de Montevideo para que el emigrado argentino gestionara en Inglaterra la paz, se traiciona la pluma del “infortunado peregrino” Varela y de Santiago Vázquez, ministro uruguayo.

Con el desenfado propio…de Florencio Varela, éste dice lisa y llanamente que el Ministro de Relaciones Exteriores en ese entonces, era dirigido y despachado por él, de lo que se infiere que Vázquez, el ministro, se limitaba a pasar en limpio los borradores de Varela.

¿A qué fue Varela a Londres? A demostrar ante los ingleses “las ventajas que la paz produciría para los intereses comerciales y fabriles de Inglaterra”, y luego, ya guiñando maliciosamente el ojo, continúa la credencial diciendo que la persona que va, es decir Florencio Varela “conoce prácticamente el actual estado de estos países, sus necesidades, sus recursos y las miras del Gobierno”, para terminar señalando la conveniencia de que cualquier paz que se realice debe serlo “con la garantía de Gran Bretaña”; en otra comunicación con Vázquez, o sea Varela, que “la naturaleza misma del negocio que motiva la comisión conseja que se trate más bien privadamente”.

Descorriendo los velos de la fraseología diplomática, es ya evidente que Florencio Varela fue a Londres, llamado por Londres y pagado por Londres, para asesorar al gobierno inglés sobre “el actual estado de estos países, sus necesidades, sus recursos”; para sugerir las mejores operaciones diplomáticas bajo cuya máscara, Inglaterra recolonizaría el Plata; para ilustrar, para aconsejar y para indicar el procedimiento a seguir. Era menos que un intrigante desterrado: era un ganapán de la cancillería inglesa.

Lord Aberdeen no recibió a Varela como se recibe en todas las cancillerías del mundo a los desterrados políticos que van a intrigar contra los gobiernos de sus patrias.

No. Lo recibió como a su auditor en los asuntos del Plata, y si bien para el público escuchó a Varela con displicencia, en privado tomó nota de las confidencias de aquel renegado y poco tiempo después, de acuerdo con Guizot, jefe del gobierno francés, se produce la oficialización de la intervención armada de Inglaterra y Francia en el Río de la Plata.

* * *

Los llamados mediadores, Ouseley, por Inglaterra y Deffaudis, por Francia, pidieron al gobierno de Rosas suspendiera su apoyo material y moral a Oribe en nombre de tres argumentos-pretextos: 1°. Que Inglaterra había garantizado la independencia de la Banda Oriental; 2°. Que la guerra civil era muy cruenta, y 3°. Que los intereses de la “civilización” se perjudicaban con el bloqueo de la cuenca del Plata y era menester abrir la navegación del Paraná y Uruguay.

El primer argumento se extraía de un hecho falso. Inglaterra había mediado en el tratado de 1828 de paz con el Brasil (precisamente había mediado para quitarnos para siempre el Uruguay), pero hubiera sido indigno de la diplomacia inglesa cometer la torpeza de garantizar la independencia de un Estado que le sirve a Inglaterra para que la cuenca del Plata sea algo disputado y no dominado efectivamente por un solo país.

Por otra parte, si la Confederación apoyaba a un partido político oriental, el de Oribe, lo hacía por la misma razón que Brasil, Francia e Inglaterra apoyaban al partido contrario.

El segundo argumento era de hacer torcer a risa a toda persona de buen sentido y regular información. ¡Los franceses y los ingleses horrorizados por la crueldad de nuestras guerras! Un día se escribirán las crueldades de las guerras coloniales, especialmente de Francia: el francés en Argelia, en Túnez, en Siria, en Indochina se convierte en un energúmeno cruel y despiadado; Maupassant ha descripto en páginas maestras las infamias a que se entrega el colonizador cuando “civiliza” a los negros. El hombre francés y en general el europeo, sufre el histerismo colonial, corrompe todo lo que toca y contagia de las más ominosas enfermedades a los indígenas. En cuanto a Inglaterra, ya en la época en que Lord Aberdeen se roía las uñas y batía los aires con deprecaciones contra las degollatinas de unitarios y federales, Inglaterra –repito- ya había, en esa época, puesto en práctica en la India la costumbre de hacer cavar inmensos pozos para sepultar vivos a los prisioneros.

En cuanto al tercer argumento, el de la libre navegación de los ríos, era en realidad el que interesaba. Conviene hacer notar que la intervención de Francia y de Inglaterra en todos los países débiles, se produce a iniciativa de comerciantes que se establecen en un lugar para esquilmar a los nativos y prontamente exigen que la bandera de sus respectivos países venga a proteger su comercio de tóxicos y bizuterías.

En la plaza de Montevideo se habían establecido comerciantes que intercambiaban cueros, lana y otros productos del litoral argentino y éstos fueron los que interesaron a Francia en que forzara los pasos del Paraná a fin de que los buques mercantes trajeran de Corrientes, en especial, productos que se habían encarecido en Montevideo a consecuencia del bloqueo impuesto por Rosas.

* * *

Los tres pretextos fueron rechazados por Felipe Arana, y como los delegados de Aberdeen y de Guizot tenían instrucciones para emplear la fuerza “para obligar a los beligerantes a que acepten la mediación”, sucedió que a mediados de mayo de 1845 se oficializó la intervención armada que ya de hecho había comenzado en 1843.

Antes que otra cosa los invasores se decidieron a conquistar el litoral argentino. La escuadra anglofrancesa se interna en el Paraná, sostiene combates con baterías apostadas en la costa y fuerza los pasos de la Vuelta de Obligado, Tonelero, San Lorenzo, donde las guarniciones organizadas por el general Mansilla, hacen conocer a los veteranos de muchas guerras coloniales, cuál era el espíritu de los nativos de esta parte de América. La escuadra anglofrancesa siguió castigada a lo largo del Paraná y fue en 4 de junio de 1846, cuando de regreso un convoy de buques mercantes a los que venía custodiando, tuvo que librar el más violento de los combates con las baterías que en “El Quebracho”, barranca cercana a San Lorenzo (provincia de Santa Fe) había colocado Mansilla.

No quedó ileso más que un buque extranjero. El fuego mortífero de la costa averió la flota invasora y en lo sucesivo ni los comerciantes interesados ni los jefes  militares, se animaron a avanzar ni una milla más adentro de las bocas del Paraná. Las pérdidas habían sido considerables: un pailebot cargado con mercaderías por valor de cien mil duros, fue incendiado y los 12 buques de guerra de los aliados debieron bajar precipitadamente el río.

Puede afirmarse que la batalla de “El Quebracho” y la carta de San Martín fecha 25 de diciembre de 1845, es decir medio año antes de aquel hecho de armas, pusieron fin a la intervención anglofrancesa y a toda tentativa de recolonizar el Río de la Plata. En dicha carta, San Martín contestó a los requerimientos de los comerciantes ingleses para que los informase sobre los resultados de la intervención, diciéndoles que la empresa sería absurda e imposible mientras un hombre del temple de Rosas y una masa como la que lo acompañaba estuviera dispuesta a resistir.

El gobierno inglés, impuesto del resultado desgraciado de su aventura, cambió de procedimientos y terminó celebrando –después de largas vicisitudes diplomáticas– el tratado Arana-Southern en 1849, donde entre otras estipulaciones, el pabellón argentino debía ser saludado por 21 cañonazos. Más tarde, en 31 de agosto del 50, se firmó un tratado análogo con Francia.

* * *

El pueblo con las armas en la mano, dirigido por un hombre de Estado, defendió la integridad nacional y, en un aspecto de ésta, la facultad de todo Estado soberano, de disponer de sus ríos y costas interiores. Es por Vuelta de Obligado y por Quebracho que los ingleses y franceses comprendieron cómo era de “victoria a la Pirro” eso de forzar los pasos de un río navegable, cuando en sus costas no hay un reyezuelo africano sino un pueblo organizado y fuerte al que no se podría engañar con cajitas de música y con espejos. 

Al pueblo no, ni a sus soldados, ni a su conductor; pero esa regalía, ese privilegio de disponer de los ríos interiores, que los soldados de Mansilla defendieron con sus vidas en El Quebracho, fue después miserablemente vendido por los vencedores de Caseros.

En efecto, Rosas hizo reconocer por los ingleses y franceses, en los tratados citados, que “la navegación del río Paraná era una navegación interior de la Confederación Argentina y sujeto solamente a sus leyes y reglamentos”.

En cambio, Urquiza firmó tratados con Brasil, con Estados Unidos, con Inglaterra, con Francia en 1853 y en 1856, abrió los ríos Paraná y Uruguay a los buques de pabellón extranjero, sin reservarse derechos ni privilegios, de ninguna especie, y abdicando de las regalías que son connaturales al Estado, cuyas son las costas que bañan los ríos interiores. El Estado argentino no puede obligar, por ejemplo, a una empresa naviera que para su navegación por el Paraná deba tomar personal argentino, ni podría impedir que esa compañía sea extranjera y así otra serie de renuncios por los cuales fue estéril la sangre derramada en “El Quebracho”.

El Homenaje

Invitado el Instituto por la entidad organizadora del homenaje, resolvió invitar a sus asociados para que concurrieran al lugar arriba indicado; dispuso también la colocación de una placa en la cruz que el Centro santafecino hizo erigir, y designó al teniente coronel Evaristo Ramírez Juárez para que hiciera uso de la palabra en nombre de nuestra asociación.

El acto se realizó ante numeroso público y excursionistas llegados de Rosario, San Lorenzo y Santa Fe, además de los asociados del Instituto. Transcribimos a continuación el discurso del doctor José María Funes pronunciado en nombre del centro de Estudios Federalistas y que explica con elocuencia e inteligencia, el alcance y el significado de estas recordaciones históricas sobre hechos de armas silenciados por la crónica política que escribieron los vencedores con el nombre de Historia.


Discurso del doctor José María Funes.

Dijo el doctor Funes:

Señores:

El Instituto de Estudios Federalistas, recién organizado en la Capital de la Provincia por antiguos cultores y noveles estudiosos de la Historia ha querido iniciar sus actividades con un acto de justicia: la celebración del combate de “El Quebracho”; y discerniéndome un honor que me enaltece, me ha confiado la grata misión de dirigiros la palabra en la inauguración del monumento recordatorio.

En este lugar, sobre estos montículos que denuncian la ubicación de las viejas trincheras, hace noventa y tres años, otros argentinos se aprestaban a sostener un duelo formidable, en que se jugaría el honor, la soberanía y la integridad nacionales.

¿Por qué iba a alterarse la paz eglógica de tan poéticas regiones?

Es menester formular la pregunta, ya que, desgraciadamente, son muy pocos los coetáneos que conocen el episodio. La enseñanza de nuestro pretérito, no obstante haber perdido mucho del pasionismo con que se la impartió durante más de medio siglo, se resiente aún del “criterio selectivo” –usemos el término más benévolo– con que se sigue exagerando las bondades de ciertos prohombres y negando las de sus contrarios; a extremo tal, que, mientras la memoria de algunos patriotas yace aún en el olvido, no faltan estatuas a los extranjeros, y lo que es peor, a algún pirata que asaltó los puertos de este mismo río.

Evoquemos brevemente el suceso que nos congrega.

En 1845, los gobiernos de Inglaterra y Francia, halagados por algunos dirigentes del unitarismo con ofertas vergonzosas, creyeron fácil presa los territorios del Plata y decidieron intervenir en sus contiendas. Sus escuadras combinadas, sin previa declaración de guerra, capturaron sorpresivamente los pequeños buques de Brown, subieron por el Paraná y, tras rudo bombardear las baterías de la Vuelta de Obligado, lograron desmantelarlas; obteniendo un triunfo que no pudo deshonrarnos, ya que era notable la superioridad numérica y cualitativa de su armamento. Tenazmente hostilizada, cada vez que se detuvo, por las partidas de artillería volante que la seguían por la costa, logró adelantarse y llegar a Corrientes; cuyo gobernador Don Joaquín Madariaga, obcecado por el odio partidista, olvidaba su nacionalidad y los compromisos del Pacto Federal para aliarse al extranjero que intentaba aminorar nuestro patrimonio con una nueva desmembración territorial.

Realizado el intercambio comercial, protegido por las fuerzas invasoras, el convoy desanduvo el camino bajo el temor de que nuevas posiciones le estorbasen el retorno.

Esa preocupación puede constatarse en las cartas de los tenientes Robins y Marelly, oficiales, respectivamente, del “Firebrand” y el “San Martín”, surtos frente a Santa Fe, y es clara prueba de que el encuentro de Obligado –victoria material de los agresores, pero moral de los argentinos– no reportó gran ventaja a los primeros.

Sobre esta terraza le esperaba el general Mansilla, repuesto ya de su herida y empeñado en mostrar que si las armas argentinas eran inferiores a las de Francia e Inglaterra, no lo era el coraje, la constancia, ni el patriotismo de quienes las empuñaban.

Estos eran los soldados que ya habían defendido las costas de Buenos Aires, la guarnición de Rosario, agregada al entrar en territorio de Santa Fe, y las tropas que le envió el gobernador de esta Provincia, Don Pascual Echagüe, al regresar de su victoriosa campaña en el Chaco.

Cautelosamente, el enemigo se detuvo dos leguas arriba de estas fortificaciones, adonde fue Mansilla a cañonearlo el 28 de mayo, obligándole a alejarse. Pero, constreñido a luchar o a quedar embotellado, el comando de las fuerzas aliadas decidió aprovechar el viento norte y el 4 de junio embocó el difícil paso. Los buques de guerra se adelantan para enfrentar las baterías de “El Quebracho” y facilitar a los otros su desfile entre ellos y las islas.

Mansilla arenga a sus hombres agitando el oriflama de Belgrano y sobre esta barranca, en que acabamos de entonar a lo alto las notas solemnes y religiosas del Himno, empiezan a oírse otros sones, no tan armónicos pero sí magníficos: los bajo- profundos de los gruesos cañones, los agudos de los clarines de guerra y el coro de la fusilería. El mayor Visto dirige las posiciones del sur; en las del norte, Santa Coloma se bate como quien es; y en el centro, el bravo Thorne, que disputaría a Chilavert el título de primer artillero de la Confederación, asesta cuidadosamente sus piezas y, al final, es herido por un casco de granada. El mayor Lencinas, ubicado al comienzo en la retaguardia con las fuerzas de Santa Fe, acude luego, humilde y fiel, a donde le ordena su jefe; que, admirado del comportamiento de sus hombres, les pondera especialmente en el parte enviado al general Echagüe al concluir la batalla.

Mientras los bronces, orquestados por la batuta de Marte, cantan la bárbara sinfonía, los buques salvan como pueden el duro trance. Pero son muchos y, además, los soldados argentinos apuntan mejor que en Obligado y la suerte por ende, es distinta.

Unas naves se incendian; otras se hunden; otras retroceden y chocan entre sí. La confusión es grande y complica la maniobra, varándose algunos barcos, que, para zafar, arrojan al agua los ricos cargamentos fletados por el comercio enemigo. Al fin, pasan los demás y tras ellos se van las escuadras agresoras, abandonando a los nuestros el laurel de la jornada.

 El “pueblo de gauchos” como dijera por aquellos años un diputado francés, se ha batido “en heros”, demostrando al invasor que el “río como el mar” –al nombrar del aborigen– ancha entrada abierta a los hombres de buena voluntad, no era, sin embargo, cosa de nadie, aprovechable por el primero que llegase, como en la época de los descubrimientos. Así lo informan a sus respectivos Gabinetes, que un poco tarde se enteran del valor e importancia de esta “nueva y gloriosa nación” y de la habilidad y fortaleza de su gobernante; destacados cada día más en el concierto mundial, según el testimonio irrecusable del autor de “Facundo”; “A Rosas debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses el mundo civilizado y puéstola en contacto más inmediato con la Europa, forzando a sus sabios y a sus políticos a contraerse a estudiar este mundo trasatlántico”.

El heroísmo criollo decide a los políticos de Francia e Inglaterra a disminuir sus hostilidades y a gestionar arreglo. La segunda levanta el bloqueo al año siguiente, dado fin a su cuarta invasión y poco más tarde firma la paz en la convención Southern-Arana; en cuyo artículo primero, a más de la devolución de Martín García y de las naves apresadas durante el conflicto, se incluye el compromiso de la orgullosa Albión de saludar nuestra bandera con una salva de 21 cañonazos, cláusula exigida como un desagravio a la Patria por el hombre que regía genialmente sus destinos.

¡Cómo se comprende así, señores, el testamento del Libertador del Sur, en que lega su espada a Rosas, que tanto nos chocara a todos la primera vez que lo leímos, porque creíamos que éste era el más vil de los hombres; según se nos repetía en la escuela, tal vez para que ignorásemos sus méritos, al par que las ignominias y hasta las traiciones de sus enemigos! ¡Cómo se valoran, también, aquellas palabras del Gran Capitán: “La satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla!”

¡Cómo se aprecia, sobre todo, el entusiasmo de aquellos guerreros, criollos de ley, que peleaban sin descanso y morían muchas veces obscuramente, si bien satisfechos! Porque tenían conciencia de su deber de ciudadanos que amaban con intensidad y desinterés a su país al que sabían bien guardado por la mano fuerte del gran Dictador. Por eso vivaban a éste defendiendo aquél, pues, como ha escrito el historiador Ibarguren, “Rosas era sentido por esos hombres como la encarnación de su patria; de su tierra, en la que galopaban con libertad de dueños, y del espíritu criollo de la pampa…”

* * *

Señores:

Si la historia, como ha dicho un clásico, es “maestra de la vida”, deduzcamos la lección emergente del acontecimiento rememorado. Ello es muy necesario, porque atravesamos una etapa en que se han aflojado los resortes que impulsaron a nuestros mayores en la defensa de su tierra, de su tradición y de sus ideales. El ambiente argentino ha cambiado mucho, a causa de la enorme corriente inmigratoria, que aprovechando la puerta, demasiado amplia, de nuestro preámbulo constitucional, arrojó a nuestras playas, sin control ni medida, junto a muchos pobladores buenos, no pocos indeseables. El cosmopolitismo resultante enfrió nuestros santos ardores: el idealismo, heredado de España, y el amor al terruño, heredado del indio; sentimientos que, en parte, han sido substituidos por un materialismo antihumano y por una indiferencia enervante.

Hay que reaccionar contra esta decadencia moral, siendo muy eficaz, a tal fin, la fuerza alentadora del ejemplo. Revivamos las grandes figuras de la unión nacional, argentinas cien por ciento, hoy día ignoradas por incomprendidas o calumniadas, que se jugaban enteras en defensa del país; para que los nuestros sepan cuan poderoso es un pueblo que ama de veras su dignidad e independencia y vuelvan a inspirarse en los nobles motivos que engrandecen la vida. En las nuevas generaciones renacerán, entonces, las antiguas virtudes, se afirmaran el carácter patrio y serán capaces de mantener lozanos los laureles conquistados por sus antecesores.

jueves, 20 de julio de 2023

La unidad nacional de Rosas

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

197


Libre navegación de los ríos



En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El siguiente artículo se publicó en el periódico Juan Manuel de Rosas  N° 1 de octubre de 1986.


Con la suma del poder a la unidad nacional

Por Jaime González Polero 


La unidad nacional
Rosas. Autor desconocido. Pintura sobre marfil,
6 x 5 cms. Marco de madera de época.


El 13 de abril de 1835, rodeado de dramáticas circunstancias JUAN MANUEL DE ROSAS asumía por segunda vez el Gobierno como Jefe de la Confederación Argentina. Reclamado por la opinión general de la ciudad y campaña e investido con la Suma del Poder, inauguraba el más esforzado y proficuo período histórico de la época. Su dilatada y necesaria actuación, afianzó la Unidad Nacional facilitando la formación del Estado. 

Con anterioridad, Rosas había ejercido el mando desde 1829 a 1832 y con el uso de las facultades extraordinarias, restableciendo el orden y las leyes conculcadas por la disociación unitaria y la guerra civil, debió enfrentar a los ejércitos de Paz y de Lavalle, a los cuales sometió con la valiosa ayuda del caudillo federal del interior General Juan Facundo Quiroga. 

Paralelamente, el Restaurador había proyectado, previa restitución de la tranquilidad de los pueblos y la autoridad de los respectivos gobiernos, proceder mediante actos jurídicos serios, a la reunificación de las originales Provincias Unidas: "Su plan consistió en redactar un pacto de Confederación, que una vez aceptado por las provincias no les permitiese nunca más salirse de la Unión; y por el encargo de las Relaciones Exteriores, provisto de facultades extraordinarias crear, a las buenas o a las malas, pero siempre teniendo en cuenta la ley de su parte, la amplia jurisdicción de una magistratura nacional suprema”. (1)

Este plan primigenio, luego sería ratificado y ampliado, el que junto a las consideraciones políticas explicitadas en su famosa “Carta de la Hacienda de Figueroa” (Diciembre de 1834 a Quiroga), fueron piedras angulares de la futura Constitución Nacional. La unión la lograría con la suscripción del Pacto Federal de 1831 el más importante de los pactos preexistentes entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y luego Corrientes, al que paulatinamente se fueron adhiriendo las demás provincias.

Rosas fue coherente al proponer el Pacto Federal, el que no obstante haber sido resistido en 1830, luego en 1831, las provincias federadas amenazadas por la campaña bélica del General Paz, lo aceptaron inmediatamente. Pero para comprender el porqué del necesario otorgamiento de la suma del poder, es indispensable recordar que, al devolver las facultades extraordinarias en 1832, el hecho obligó a Rosas a no seguir gobernando, con lo cual su obra integradora quedó interrumpida; volviéndose al poco tiempo, por la defección de los gobernantes que le sucedieron, a la anarquía y al peligro de disolución nacional.

Por ello en 1835, ante la situación imperante, comprobados los alcances del siniestro “plan de sangre y escándalo”, denunciado en Noviembre de 1834 por el entonces enviado argentino en Londres Dr. Manuel Moreno, ante los asesinatos de los gobernadores Latorre y Quiroga, las conspiraciones del Litoral y el Norte en pleno desarrollo y las amenazas de regresión a la dependencia europea, el Restaurador no podía aceptar nuevamente el Gobierno si no era investido con la suma del poder, considerando que a esa altura de los acontecimientos, de grave peligro interior y exterior, las facultades extraordinarias eran insuficientes.

En aquel momento, la suma del poder no solo era necesaria para terminar con la violencia interna y preservar la integridad territorial e ir formando el Estado a través de una Presidencia fuerte e integradora, sino también para restaurar el orden consuetudinario, perturbado por las elucubraciones unitarias y liberales que trastocaron las tradicionales instituciones de la sociedad, para compatibilizarlas con los “nuevos tiempos''. Por eso, la vigencia de las antiguas leyes españolas, como de las leyes y decretos nacionales y provinciales posteriores a 1810, a través del poder supremo de Rosas, fueron tomando coherencia, inaugurando un régimen que fue ejemplo de republicanismo con sentido netamente americano. 

Contrariamente a lo sostenido por los historiógrafos liberales, en sus folletinescas crónicas de la “sangrienta tiranía” la vilipendiada Suma de Poder fue tan indispensable como legítima, dado que fue votada primero por la Legislatura y luego ratificada mediante un prolijo plebiscito. Por otra parte, jamás fue utilizada discrecionalmente, pues Rosas continuó en su gobierno sometiéndose al régimen representativo, tratando de legitimar sus actos mediante el apoyo legislativo; las excepciones en que hizo uso de ellas fueron contadas y adoptadas ante casos graves o de interés trascendental, tales como la sanción de la Ley de Aduanas; el juzgamiento como Juez Supremo de los asesinos de Quiroga (verdadero caso federal) y el delito eclesiástico por escándalo grave y robo sacrílego de Camila 0'Gorman y el Cura Gutiérrez. ‘‘Los fusilamientos que ordenara personalmente, lo fueron en su carácter de Jefe del Ejército y por imperio de la ley marcial” (2).

Rosas que carecía de cálculos mezquinos, no estuvo dispuesto a la aceptación del gobierno de cualquier manera, siempre prefirió llamar las cosas por su nombre; por ética, temperamento y convicción reclamó la suma del poder, sin importarle el costo político que ello implicaba; así en una de sus tantas renuncias a la Legislatura decía: “...sin facultades extraordinarias, el poder de los enemigos podríalo en el caso de atropellar la ley para salvar el orden, o desacreditarse permitiendo la anarquía dentro del respeto de la ley”; precisamente esto último es lo que hicieron siempre sus enemigos y los liberales que le sucedieron a partir de 1852, quienes en nombre de la “libertad”, la “civilización”, la “constitución” y los “grandes destinos’’; asolaron, mataron y burlaron la voluntad de los pueblos, con una saña tan feroz como sus hipócritas conductas.

Durante los 17 ajetreados años que duró su segundo gobierno, se concretaron metas trascendentales: La Ley de Aduanas de 1835 en defensa de las economías regionales y de protección a la producción local contra la competencia extranjera; la consolidación de las fronteras; el reconocimiento de la navegación exclusiva de los ríos interiores para la Confederación Argentina y los triunfos diplomáticos y de guerra más importantes, jamás igualados en nuestra historia, como lo fueron la firma de las Convenciones Arana-Mackau de 1840, Arana-Southern de 1849 y Arana-Le Predour de 1850; en pie de igualdad con los reinos de Francia e Inglaterra. La Unidad Nacional: la consiguió, más que por la derrota de los unitarios y el sometimiento por la fuerza, a través de su prédica constante, por medio de una permanente correspondencia con los gobiernos provinciales, en una esmerada y convincente dialéctica, sin precedentes, sostenida por el ejemplo de su conducta y la lógica de sus conclusiones de estadista.

A Rosas solo le faltaba liquidar el viejo pleito con el Brasil, cuando estaba a punto de conseguirlo, lo frustró su lugarteniente Urquiza, que se pasó al enemigo y con éste se vino a Buenos Aires, donde en Caseros la patria perdió sus mejores posibilidades de grandeza. Pero la obra de Rosas sería imperecedera; desde aquel 1820 en que apareció venciendo a la anarquía a 1852, en que entregó las provincias unificadas a su ocasional vencedor, le permitió a Urquiza convocar el “Acuerdo de San Nicolás”, el que pudo suscribirlo con todos los gobernadores de Rosas. Lamentablemente, la unidad de Urquiza no fue la misma; mezclado con los unitarios en el gobierno, sobrevendría el cisma y de nuevo la anarquía y la guerra civil, para luego, sepultada definitivamente la Confederación, dar paso a la República Liberal, subsidiaria de la extranjería, que terminaría recién en 1945, pero esto es otra historia.

No obstante nos quedó lo fundamental de JUAN MANUEL DE ROSAS: su sentido ético de la política, su ejemplo en el fiel acatamiento al principio de la autoridad y a las leyes; su magistratura aglutinadora y la importancia de su acendrado nacionalismo, que debemos tomar como ejemplo todos los argentinos, sobre todo, en momentos tan graves como los de aquel lejano 1835.  

1 y 2) Julio Irazusta “Ensayo sobre Rosas” Ed. Megáfono 1935.

Rosas y la libre navegación de los ríos

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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Libre navegación de los ríos



En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El siguiente artículo se publicó en el periódico Juan Manuel de Rosas  N° 1 de octubre de 1986.


ROSAS y la libre navegación de los ríos

Por Juan Carlos Occhiuzzi Agrelo


Libre navegación de los ríos
Pedro de Ángelis
Conocer el pasado es un inexcusable deber del patriotismo; solamente en él podemos hallar explicación a los acontecimientos que se produjeron en el país durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y en los posteriores al 3 de febrero de 1852. La confrontación de documentos de acontecimientos que tuvieron decisiva influencia en el desarrollo histórico y político argentino, ponen en evidencia la existencia de dos concepciones opuestas generadoras de pasiones fuertes y exaltadas que concluyó con el predominio de una de ellas que en la década del 60 terminó la era de “gauchos” y los “caudillos”, produciendo el retorno de capitales británicos en busca de oportunidades en la Argentina (1).

A partir de entonces se materializó “el desarrollo argentino como un con de la empresa comercial británica y de la elevación de los ingresos reales de Gran Bretaña” (2). La sujeción económica de la Argentina al Reino Unido y la vocación europeizante del régimen que sustituyó al de la Confederación Argentina imprimió en las Relaciones exteriores una política que excluyó a la Argentina de su hábitat natural, Latinoamérica, al volcar su acción preferentemente hacia Europa.

El 20 de abril de 1849, en el “Journal des Debats’’ bajo el título de “El General Rosas y la cuestión del Plata", trata el punto de vista europeo sobre la soberanía territorial de los ríos en Sur América y se podrá hallar en esa publicación elementos constitutivos para analizar los acontecimientos que sacudieron a nuestra patria con motivo de la intervención extranjera en el Rio de la Plata entre los años 1838 y 1850. Durante estos doce años de tramitaciones farragosas, pobladas de sutilezas y falsías, esgrimiendo los grandes principios de libertad, civilización y democracia, se escondían las pretensiones de Fruc1uoso Rivera de constituir con el apoyo de los imperialismos europeos, la Federación Uruguaya integrada por Uruguay, Entre Ríos y Corrientes por una parte, la solapada intención de Urquiza de constituir la República Mesopotámica, con Entre Ríos, Corrientes, Misiones y la posible incorporación de Santa Fe y por el otro lado el Paraguay que procuraba el reconocimiento de su independencia con apoyo brasileño; todo ello conjuntamente con la pretensión francesa de establecer en Montevideo una “colonia francesa” a la que serviría de base los emigrantes vasco-franceses radicados en ella.

Por otra parte el gran valle del Plata cuya única salida comercial se encuentra prácticamente en su parte inferior, incluida algunos de los territorios más ricos del Imperio Brasileño. Para Río de Janeiro abandonar el dominio de ambas márgenes del Rio de la Plata en manos poco amigas, sin asegurarse para sí la libre navegación de los ríos equivalía a trabar para siempre el progreso de aquellas regiones” (3).

El establecimiento de la libre navegación de los ríos interiores en nuestra constitución, nos coloca en presencia de un acontecimiento que luego del casi siglo y medio de producido, su proyección y su influencia sobre el desarrollo geopolítico del presente involucra “cuestiones candentes de política” cuya dilucidación nos permitirá analizar el presente desde una óptica positiva para el futuro, analizando todas las premisas e hipótesis que entran en la consideración de esta cuestión, particularmente la polémica desatada entre Pedro de Ángelis, que actuaba por orden de Juan Manuel de Rosas y Juan Bautista Alberdi, sobre la libre navegación de los ríos interiores de la República estrechamente vinculado a su posterior desarrollo geopolítico en la hoy denominada Cuenca del Plata. La publicación de las ideas de Rosas a través de la pluma de de Ángelis en el “Archivo Americano’, permitió exponer en forma eficaz la causa argentina a todas las partes involucradas. 

A consecuencia de la derrota de la Confederación Argentina en los campos de Caseros, ante una fuerza internacional, el antiguo Virreinato del Rio de la Plata que, en 1810, tenía una sola frontera en todo el complejo hídrico del río de la Plata; la colonial española-brasileña, hoy en la Cuenca del Plata hallamos ocho fronteras a saber: Bolivia con Brasil, Paraguay y Argentina; Paraguay con Brasil y Argentina; Uruguay con Brasil y Argentina y la Argentina con Brasil, condicionando cualquier emprendimiento hídrico-eléctrico o caminero que queramos hacer aguas abajo en esa Cuenca; porque nuestros ríos están internacionalizados por obra y gracia del artículo 26 de nuestra Constitución Nacional, dando supremacía al Brasil en una política buscada desde los tiempos de la colonia y apoyada no solo por Inglaterra sino también por los Estados Unidos de Norteamérica como lo evidencia la nota de Henry Wise al Secretario de Estado Calhoun del 12 de enero de 1845 donde dice: “El tema favorito de todos aquellos a quienes trato es el de una “Política Americana”. Esta tiene para ellos el mismo significado que yo quisiera darle. Los Estados Unidos y Brasil son las hermanas mayores de Norte y Sudamérica y son moralmente responsables por todas las familias del nuevo mundo. Me reclaman la intervención de los Estados Unidos en los asuntos de Montevideo y Buenos Aires y mi respuesta favorable es que el Brasil debe tener preferencia para ofrecer sus buenos oficios y medias en Sudamérica (4).

La enjundiosa defensa de los derechos argentinos a controlar y tutelar las vías fluviales que cruzan el territorio nacional en ejercicio de irrenunciable soberanía, sostenida por Rosas, fue agotada luego de la batalla de Caseros con el reconocimiento de la independencia del Paraguay por parte de la confederación Argentina bajo el gobierno de Urquiza el 15 de Julio de 1852 y ratificada por ley el 4 de junio de 1856.

De esta forma la posesión originaria de duración incesante, pasa a carecer de realidad al hacer dimisión de sus derechos, la autoridad suprema, a los espacios geográficos debatidos y queda convalidada su internacionalización con la sanción de la Constitución de 1853, amparada por Urquiza y propiciada por Juan Bautista Alberdi, quién sostenía:

“El enemigo capital de la unidad pura de la República, no es Don Juan Manuel de Rosas, sino el espacio de doscientas mil leguas cuadradas en que se deslice, como gota de carmín en el rio Paraná; el puñadito de nuestra población de un millón escaso". (5)

Y refiriéndose a los ríos, para defender la libre navegación afirmaba; “Esos caminos que andan son otro medio de internar la acción civilizadora de Europa. Los ríos que se navegan son como si no existieran. Hacerlos del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobre es como tenerlos sin navegación. Proclamad la libertad de sus aguas y para que sea permanente, para que la mano inestable de nuestros gobiernos no derogue hoy lo que acordó ayer, firmad tratados perpetuos de libre navegación”. (6)

Con el evidente propósito de vencer la resistencia producida por la prédica de de Ángelis, que había apoyado su tesis en los principios enunciados por Vattel, Chitty y Vico, aconsejaba Alberdi en su fiebre libertaria; “Para escribir estos Tratados no leáis a Wattel ni a Martens, no recordéis el Elba y el Mississipi. Leed el libro de las necesidades de América del Sud y lo que ellas dicten. La Aduana es la prohibición, es un impuesto que debiera borrarse de las rentas Sudamericanas. No más exclusiones, ni clausura, sea cual fuere el color que se invoque. No más exclusivismos en nombre de la Patria. Abrid sus puertas de par en par a la entrada majestuosa el mundo, sin discutir si es por concesión o por derecho y para pre venir cuestiones abridlas antes de discutir”. (7) 

Y es así como fueron abiertas las venas líquidas de nuestra patria a cuantos quisieran surcarlas con sus proas, sin tener siquiera la compensación de la reciprocidad de algún beneficiario agradecido. Si alguna consideración especial lo justificara, creemos hallar explicación válida en tres elementos de juicio que pueden conducirnos a ello. El reconocimiento de la independencia del Paraguay que, hasta 1852, el Gobierno de la Confederación Argentina consideraba provincia integrante de la jurisdicción argentina. La aspiración secular del imperio del Brasil a la libre navegación de sus barcos por aguas interiores argentinas y a la apertura de los puertos interiores al comercio de los buques extranjeros, afanosamente buscada por las potencias ultramarinas utilizando para ello, cuanto medio político, económico y militar tuvieran a su alcance. 

Todos estos antecedentes que vistos aisladamente pueden conducir a conclusiones divergentes, constituyen en su conjunto factores gravitantes de capital importancia que marcaron la impronta de la política exterior argentina, cuyo nacimiento se produce el 3 de febrero de 1852. 

 

(1 y 2) H.S. Ferns “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX”. 

(3 y 4) John F. Cady “La intervención extranjera en el Río de la Plata". 

(5, 6 y 7) Juan Bautista Alberdi. “Bases…”.