REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
En el N° 85 de la revista El Tradicional del mes de abril de 2008 se publicó un interesante artículo del Dr. Diego I. Sarcona, sobre un tema poco conocido sobre un intento de asesinar al general San Martín.
ASESINAR A SAN MARTÍN
por el Dr. Diego I. Sarcona
Los integrantes de la comisión Militar presidida por Bernardo O’ Higgins se miraron consternados. Es que en la sesión reservada de aquella tarde de fines de septiembre de 1816 nadie podía creer lo que escuchaba. En el recinto, el tiempo se detuvo. Afuera, la ciudad seguía con ritmo enfermizo los preparativos para la partida del Ejército de los Andes hasta que caída la noche cientos de hombres abocados a innumerables tareas se abandonaban al descanso. El invierno había finalizado y se abría la cordillera. La batalla contra el tiempo debía vencerse bajo el temor de una invasión realista desde Chile. Sin embargo, San Martín había decidido anticiparse y dar el primer gran paso: llevar la guerra tras las inmensas montañas.
Por aquella época la suerte de la revolución en las Provincias Unidas era incierta. El peligro de una expedición represiva remitida desde España amenazaba el esfuerzo de los gobiernos que a duras penas alcanzaban estabilidad política. Los enfrentamientos intestinos, primero con el jefe oriental Artigas, y luego con los caudillos de otras provincias desviaban grandes recursos de la verdadera lucha por la libertad. En el Norte, la inminencia de una nueva irrupción realista había cobrado más esfuerzo con la derrota de Sipe Sipe y en Chile, luego de cinco años de revolución, los españoles retomaban el poder luego de vencer a los patriotas trasandinos en Rancagua.
A partir de mediados de 1816, Cuyo se había transformado en la esperanza de una revolución que pocos días atrás había manifestado su voluntad de romper con Fernando VII, sus sucesores y la Metrópoli “y con toda otra dominación extranjera”, agregado días después al solemne Acta. La obstinada idea de Buenos Aires de batir a los los realistas del Perú a través de la ruta del Norte había mutado gracias a la coincidencia entre San Martín y Pueyrredón, designado Director Supremo. Se dejaría reservado a aquel ejército el papel de contención de las sucesivas incursiones enemigas y se nutriría un nuevo frente al oeste para transformarlo oportunamente en una ofensiva. El plan era claro. Invadir Chile y luego de vencer la resistencia española allende los Andes, atacarlos por tierra y mar en el centro del poder en Lima. Con esa idea desde mediados de 1814, el Libertador había obtenido su designación como Gobernador de Cuyo, integrada en aquel tiempo por Mendoza, San Juan y San Luis. Con el increíble esfuerzo y sacrificio del pueblo, San Martín había transformado la región y comprometido sus recursos humanos y materiales en una campaña que aseguraría la libertad de Sudamérica y la suerte de la revolución.
Frente a tan angustiante situación y a escasos tres meses del inicio de la campaña, los miembros de la comisión, reunidos para analizar la conducta de algunos oficiales, no pudieron ocultar la gravedad del asunto ante la impactante confesión del capitán Francisco Bermúdez y del Ayudante mayor Luis Reyes quienes hablaban de la insurrección de los Cuerpos N° 8 y N° 11; de llevar a cabo una revolución para desplazar a San Martín como jefe del Ejército de Los Andes, e incluso del proyecto de matarlo. “Asesinar a San Martín”. Esas palabras golpearon a todos y lo hicieron en lo más hondo porque no se trataba de un atentado preparado por los realistas. Esto venía de adentro, de las mismas filas del ejército patriota e involucraba a altos jefes de dicha fuerza.
En efecto, se mencionaba al teniente coronel José María Rodríguez y al sargento mayor Enrique Martínez, aunque quizás la sorpresa más grande de todos fue que del sumario iniciado por dicho organismo surgió un nombre que provocará -como lo hizo entre los asistentes a la reservada sesión- gran asombro en el lector: Juan Gregorio de Las Heras.
De la detenida lectura del sumario iniciado -un documento muy poco conocido y estudiado que forma parte del reservorio existente en el Museo Mitre- y la reconstrucción de los hechos efectuada a partir de las declaraciones tomadas a los involucrados y testigos, se puede concluir que: Juan Gregorio Las Heras, jefe del N”11; José María Rodríguez, jefe del batallón o “piquete” del N° 8 que tenía su asiento en Mendoza, y Enrique Martínez, agregado a este cuerpo meses atrás, se habrían reunido desde mediados de 1816 en más de una oportunidad en una actitud francamente conspirativa para deponer a José de San Martín.
El movimiento habría alcanzado su grado de mayor fermentación a fines de julio en momentos en que este último se dirigía a Córdoba para conferenciar con el Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, acerca del plan de invasión a Chile. En este sentido, uno de los declarantes afirmó escuchar de boca del mismo Las Heras -en una oportunidad en que éste se hallaba con Martínez- que la ida de San Martín a Córdoba iba a traer resultados... pero amigo lo hemos de joder... de lo que surge el momento elegido para el golpe.
Para ello, habría conversado con los oficiales del N° 11 quienes le ratificaron su disposición y el contacto con Martínez quien les había asegurado la concurrencia del N° 8 en la conspiración. También, el movimiento habría tenido ramificaciones en San Juan y San Luis, hecho probado por la correspondencia capturada entre los involucrados y otros oficiales que se habrían sumado a la conjura.
Pero sin dudas, lo más grave de toda la trama es que surgió entre los conspiradores la idea de asesinar al Libertador. Esta instancia está demostrada en el expediente, señalándose además el momento en que el magnicidio tendría lugar y el nombre de su autor. El crimen se efectuaría en Mendoza una noche en la que San Martín asistiría a casa de Rodríguez a una reunión de la Academia (¿logia?). A tal efecto este último tenía preparadas dos pistolas y sería ayudado por los procesados Bermúdez y Reyes que vigilarían y eventualmente reducirían a quienes acompañaran al jefe del Ejército de Los Andes encargándose, además de avisar a Martínez cuando estuviera cumplida la tarea a fin de movilizar al N° 8. Allí, aparentemente se iniciaría el movimiento pero, prevenido de la maniobra, San Martín no concurrió aquella noche y el complot, denunciado por parte de sus protagonistas y descubierto a tiempo, no se produjo.
Pero lo que resulta notable es el giro inesperado que tomó la investigación a poco de iniciarse por la actitud del propio San Martín, pidiendo se detenga la misma. Decía a la Comisión explicando su conducta: Justos y poderosos motivos a favor del bien de la América me han impulsado (como lo hago) a prevenir a V.S. (Bernardo O’Higgins) mande suspender todo procedimiento en la causa seguida al capitán Francisco Bermúdez y al Ayudante Toribio Reyes, y demás que resultan en ella; cuya causa me la remitirá V.S. para con ella dar parte al Supremo Director.
No sabemos pues mucho más de la situación de lo que surge de los documentos a que hago referencia. No obstante ello, se puede ensayar alguna explicación de los motivos que pudieron haber tenido los involucrados.
El Regimiento N° 8, aunque con otros jefes, ya había participado en otra sublevación, la de Fontezuelas, el 3 de abril de 1815 cuando el Ejército del Norte al mando de Ignacio Alvarez Thomas se alzó contra la autoridad del Director Supremo, Carlos María de Alvear. Casi solitario, el N°8 tomó partido por el director. Por eso el gobierno que reemplazó a este último, luego de su caída, destituyó a sus jefes, los oficiales Balbastro –pariente de Alvear- Montes y Lacasa. Rodríguez era oficial de ese cuerpo aunque no lo alcanzó la medida y a fin de ese mismo año quedó a cargo de uno de los batallones siendo destinado a Mendoza. Rodríguez y Alvear se conocían y tenían trato.
A nadie escapa que este último y San Martín estaban fuertemente distanciados por irreconciliables diferencias políticas y personales. A partir de todos estos acontecimientos ¿pudo Rodríguez, cercano al ex director haber guardado algún resentimiento contra San Martín? Según surge de las declaraciones que se instruyeron en el sumario, éste sentía gran celo por la actitud de aquél hacia sus granaderos. Otros declararon que era díscolo y no obedecía y así lo declamaba abiertamente y que varías veces había afirmado su intención de asesinar a San Martín.
También surge de la investigación que Rodríguez efectuaba algún tipo de maniobra de corrupción que se identifica en el sumario como “robo de firmas” y que el Libertador habría tomado conocimiento de las mismas.
Otra curiosidad muy picante es que el jefe del Regimiento N° 8, este cuerpo compuesto por batallones que al igual que el comandado por Rodríguez estaban dispuestos en otros destinos, era Manuel Dorrego, quien fue detenido y expatriado en diciembre de ese mismo año por criminales y escandalosos actos de insubordinación y altanería ... a más de otros gravísimos incidentes que reservo según le dice Antonio Beruti, subinspector general del Ejército, a José de San Martín en oficio del 23 de diciembre de 1816 en un sumario instruido por el Ministerio de Guerra a aquel oficial. ¿Habría estado involucrado Manuel Dorrego en la conspiración contra San Martín? ¿Serían éstos “los gravísimos incidentes” a que se hace referencia? Cuenta Beruti en dicha comunicación que Dorrego, le protestó con la mayor osadía que consentiría primero ser fusilado (ciertamente premonitorio) que continuar sirviendo bajo las órdenes del general del Ejército de Cuyo, obviamente en referencia a San Martín.
Respecto a Las Heras, era éste un bravo oficial, muy considerado por la tropa y por el propio San Martín por sus acciones militares. Fue jefe del cuerpo de Auxiliares de Chile enviado por Buenos Aires para sostener la revolución en aquel país, peleando en más de media docena de combates e incluso en la derrota chilena en Rancagua y la mano derecha de San Martín en la Campaña de Los Andes mandando la columna que cruzó por el paso de Uspallata. Demostró su valor en Chacabuco y Maipú y salvó de ser un desastre la derrota de Cancha Rayada. Tal buen concepto tenía el Libertador que al recibir el oficio de la Comisión poniéndolo en conocimiento del sumario que se instruía y pidiéndole el arresto de los complotados, resolvió rechazar el mismo con relación a éste con las siguientes palabras: “...pero no así para el coronel Juan Gregorio de Las Heras en razón a que las citas del oficial Reyes no las creo suficientes para arrestar a un jefe de mérito”. Sin embargo, era evidente que San Martín ya no confiaba en su lealtad y por eso había dispuesto, meses atrás, su reemplazo en la jefatura de dicho cuerpo y la designación de Toribio de Luzuriaga en su lugar, orden que no tuvo efecto precisamente al tomar conocimiento de la disconformidad de los oficiales y tropa al conocer la inminencia de la separación de su jefe, a quien veneraban.
¿Pudo la idea de su reemplazo haberlo decidido en su actitud conspirativa? En su actuación en Chile ¿se involucró de algún modo en la puja de poder que dividió a aquel país entre los seguidores de O’Higgins y de Carrera?, y ¿pudo haber decidido su participación en la revuelta que San Martín haya depositado su entera confianza y amistad en el primero y desconocido al segundo? Preguntas de difícil respuesta aunque luego de repasar los Andes y en la campaña al sur de ese país, Las Heras tuvo algunos roces con O’Higgins por la indisciplina de sus subordinados. Lamentablemente no sabemos mucho respecto a su motivación por la circunstancia apuntada más arriba. Sin embargo, el de Mendoza no fue el único episodio que lo habría tenido como protagonista.
Liberado Chile y ya en el Perú, a mediados de octubre de 1821 fue denunciada una nueva conspiración en la que estaban involucrados muchos oficiales del Ejército de los Andes. La misma también proyectaba atentar contra la vida de San Martín y tendría su origen -según nos dice el historiador Ernesto Fitte que estudió aquel episodio- en el malestar, mezcla de cansancio y descontento que alcanzaron algunos oficiales. Varios historiadores más cercanos en el tiempo encuentran una explicación más atendible. La Municipalidad de Lima había resuelto repartir un premio en dinero a jefes y oficiales por sus servicios en atención a un orden de mérito preestablecido que, aparentemente, no satisfizo a algunos. Entre ellos figuraban Las Heras y Martínez. A fines de 1821 San Martín escribía con amargura a O'Higgins “Las Heras, Enrique Martínez y Necochea me han pedido su separación, y marchan creo para esa... (Chile). Según he sabido, no les ha gustado que los no tan rancios veteranos, como ellos se creen, fuesen igualados a los demás. En fin, estos antiguos jefes se van disgustados. ¡Paciencia!”. Mitre, quien entrevista a Las Heras en Chile en 1849 afirma de boca de éste -y a la vez confiesa su renuencia- que habían sido muchos los oficiales involucrados en la conspiración. El historiador peruano Paz Soldán en 1868 va más allá y da nombres de los implicados: Las Heras y Martínez están entre ellos. Rufino Guido, hermano de Tomás, amigo y compañero de San Martín, confirmando la existencia del complot sostuvo que los mencionados no se atrevieron a dar el golpe porque nunca contaron con los segundos jefes y menos con la tropa.
Retirado del Perú e inmerso en la política interna, Las Heras se identificó con el grupo unitario. En 1824 fue designado gobernador de Buenos Aires y reunió el Congreso que allanaría la llegada al poder de Bernardino Rivadavia como presidente de una nación organizada bajo el sistema unitario, de efímera vida. En el Buenos Aires de aquel entonces, “San Martín” era una mala palabra por haber desobedecido años antes al gobierno que lo reclamaba para ser el verdugo de la lucha de facciones. Respecto a Enrique Martínez, una carta de San Martín a Tomás Guido de fecha 1? de febrero de 1834 deja bien en claro el concepto que éste se había formado de aquél, al enterarse que había sido designado ministro de Guerra por el gobernador de Buenos Aires, Juan Ramón Balcarce: “...¿cuál sería mi sorpresa cuando supe que la flor y nata de la chocarrería pillería (de chocarrero: tramposo, grosero), de la más sublime inmoralidad y de la venalidad de la más degradante, es decir que el ínclito y nunca bien ponderado Enrique Martínez había sido nombrado a uno de los ministerios? Desde este momento empecé a tener por el país, pero aún me acompañaba la esperanza de que los otros dos ministros (aunque para mí desconocidos) si se respetan un poco, pondrían un dique a las intrigas y excesos de su colega y manifestarían a Balcarce la incompatibilidad de la presencia de un hombre como Martínez con la opinión y honor de todo gobierno...”
Fuera de este concepto que habla por sí sólo, San Martín tuvo siempre una actitud generosa e incluso algo displicente frente a estas traiciones, entendiendo seguramente que las personas eran circunstanciales frente a la gran obra que se había impuesto. En este sentido, la suspensión de las investigaciones respecto del intento de Mendoza no es el único ejemplo de ello. En Chile, luego de la sorpresa de Cancha Rayada y al no tener certeza de la suerte de las fuerzas del ejército -que resultaron intactas- muchos patriotas chilenos, entendiendo con la derrota la vuelta del poder español, comprometieron su lealtad a la causa, dándole la espalda a San Martín y poniéndose en contacto con Osorio, el jefe realista.
Luego de Maipú y la victoria definitiva, decenas de cartas que testimoniaban aquella traición cayeron en poder de San Martín. Éste -según cuenta en sus memorias su edecán, el joven oficial irlandés O'Brien- salió de la ciudad de Santiago hacia un paraje conocido con el nombre de Salto, se sentó en una silla y leyéndolas una a una -tomándose la cabeza en oportunidades- las entregó al fuego que devoró junto con la ingratitud y egoísmo humanos aquellas pruebas de la traición, no tomando San Martín represalia alguna contra aquellas personas.
Respecto al episodio conspirativo del Perú, que tenía como protagonista a sus queridos oficiales, escribía a Guido en septiembre de 1822: “...tenga usted presente que por muchos motivos no puedo ya mantenerme en mi puesto sino bajo condiciones contrarias a mis sentimientos y a mis convicciones más firmes. Voy a decirlo: una de ellas es la inexcusable necesidad a que me han estrechado -si he de sostener el honor del ejército y su disciplina- de fusilar algunos jefes, y me falta el valor de hacerlo con compañeros que me han seguido en los días prósperos y adversos”.
Está claro que no lo hizo. Finalmente resta preguntarnos: ¿Qué hubiera pasado de llevarse a cabo la conspiración y la muerte de San Martín? ¿Hubiera sido la misma la suerte del Ejército de los Andes, la exitosa campaña y la liberación sudamericana sin un San Martín?
Muchos de los episodios de revolución que lo tuvieron como protagonista estuvieron determinados por sus decisiones personales y ellas resultaron fundamentales. El impulso que dio a su plan continental y la forma de ejecutarlo; la inclaudicable convicción -pese a todos los obstáculos- de la necesidad superior de seguir con la campaña aun hasta el punto de la desobediencia a un gobierno que le ordenaba ser el instrumento de la guerra civil; su decisión de alejarse del Perú en el momento oportuno y no confrontar con Bolívar, más fuerte en su posición y evitar así un seguro enfrentamiento entre los dos Libertadores, etc., fueron determinaciones concordantes con sus virtudes y propósitos. Estas decisiones que hacen a la trascendencia de su figura ¿las habrían tomado otros?