jueves, 31 de marzo de 2022

Invasiones inglesas - Sobremonte

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En el periódico El Tradicional  N° 64, de febrero de 2006, se publicó este artículo sobre el marqués de Sobremonte.


1806 - Bicentenario de la Reconquista - 2006

Los Protagonistas (I)

El Virrey Sobremonte, un desafortunado estratega

por el Dr. Ismael R. Pozzi Albornoz


Sobremonte
Marqués Rafael de Sobremonte
(1745 - 1827)


Seguramente ningún otro funcionario de la época colonial concita mayor prevención e inquina que el destinatario de esta nota, siendo indudablemente su desacertada conducción durante la invasión inglesa de junio de 1806, la que reiteró en el nuevo ataque británico del año siguiente, lo que le significó ese baldón que aun hoy perdura. Y sin embargo, oportunamente, el Cabildo  porteño, genuino órgano de representación popular, supo oficiar al Rey en tono de súplica “... que se digne por un efecto de su paternal amor dispensar a estas Provincias la gracia de conferir el mando en propiedad al Marqués de Sobremonte, pues que en ello se interesa nada menos que la felicidad pública, el bien de estos remotos vasallos y la prosperidad del Estado” (1), dando con esto una prueba de la mucha estima que por entonces se le tenía. Por eso, frente a tan opuestos pareceres bien vale preguntarse ¿quién fue en realidad este controvertido personaje?, y para obtener una respuesta justa nada mejor que esbozar una semblanza del mismo.


Un nobilísimo origen

Nació en Sevilla el 27 de noviembre de 1745, hijo del marqués Raimundo de Sobremonte y de doña María Ángela Núñez Carrasco Angulo y Ramírez de Arellano. Su aristocrática prosapia no ameritaba un origen ancestral, porque era fruto del liberal criterio instrumentado por los Borbones tendiente a premiar con tales concesiones regias el esfuerzo y la lealtad demostrados por los más eficientes servidores de la corona. Así un real decreto del 19 de enero de 1761 había conferido el marquesado a don José de Sobremonte (2), en reconocimiento a su ímproba tarea como gobernador de Cartagena de Indias, y a su muerte, el 6 de marzo de 1764, pasó a su hermano Raimundo quien era oidor en la Real Audiencia sevillana y que lo ostentó hasta su óbito, el 24 de agosto de 1775, en que el título revirtió en la persona de nuestro biografiado cuando no había cumplido todavía los treinta años de edad. Para entonces el flamante marqués ya había acumulado una interesante experiencia, pues desde el 19 de septiembre de 1759 revistaba con estado militar al haber ingresado en esa fecha al cuerpo de las Reales Guardias Españolas, pasando luego al Nuevo Mundo en 1761 consecuente con su ascenso a teniente de infantería y destinado al Regimiento Fijo de Cartagena. Pero el inhóspito clima tropical mortificó su salud, y luego de tres años de guarnición en aquel punto debió regresar a la Península en busca de cura para sus dolencias, desembarcando el 24 de junio de 1764. Ya recompuesto, se le comunicó su traslado al norte de África agregado al Regimiento de Victoria, recalando en la plaza de Ceuta. Allí se desempeñó a satisfacción de sus superiores, alcanzando las jinetas de capitán el 4 de abril de 1769; y cuando su unidad fue movilizada para reforzar la guarnición americana de Puerto Rico, con ella marchó a dicha plaza, donde permaneció por espacio de un lustro. Puntilloso cumplidor de las estrictas Ordenanzas vigentes, disciplinado y capaz, sus valedores en la corte hicieron presente tales condiciones ante el soberano, quién lo gratificó con el cargo de Secretario en la Inspección de Infantería mediante una real orden del 19 de octubre de 1776. En tales funciones se encontraba, y gestionando su ascenso a teniente coronel con el visto bueno de sus superiores, don Nicolás de Labarre y el Conde de O’Reilly, cuando le fue comunicada otra regia disposición, datada en 29 de enero de 1779, designándolo Secretario en el flamante Virreinato del Río de la Plata. Así, el 1° de enero del año siguiente, y luego de un demorado viaje, tomó posesión de sus nuevas funciones, contando Buenos Aires con otro distinguido vecino y el virrey Vértiz y Salcedo con un nuevo y laborioso colaborador.


Impecable y progresista funcionario

Finalmente el 23 de junio de 1781 recibió los despachos del grado militar que solicitara, y la buena noticia de que habiendo Vértiz sugerido al Rey la división en dos intendencias de la extensa gobernación del Tucumán, proponía para que se hiciera cargo de la de Salta a Sobremonte en virtud de que “... su buena conducta es constante y notoria a todos, su inteligencia en asuntos militares cabal, su desempeño en lo que está a su cargo pundonoroso, activo y muy eficaz; y le descubro también una particular inclinación a la formación de estos Cuerpos de Milicias, y a cuanto concierne para su arreglo, tratando estas materias con perfecta inteligencia...”(3) . Pero cuando finalmente el 7 de agosto de 1783 se decretó la partición propuesta, fue a la de Córdoba, cuya jurisdicción además de ese territorio mediterráneo abarcaba los de La Rioja, San Juan, San Luis y Mendoza, adónde marchó Sobremonte; por haberse destinado a Salta al antiguo y diligente gobernador del Tucumán don Andrés de Mestre.

Trece años permaneció en aquel cargo, desde el 7 de noviembre de 1784 al 6 de noviembre de 1797, concretando allí la mejor gestión realizada por un funcionario español (4). Es que su tarea como gobernador intendente fue realmente ponderable en todos los aspectos de la administración que regenteó.

Así, desde el punto de vista militar priorizó la lucha contra el indio buscando terminar con el flagelo de sus constantes malones; con tal propósito mejoró y reforzó los fortines existentes en su jurisdicción, de modo que para 1795 los incipientes asentamientos que se establecieron aparecían protegidos por una línea que encadenaba a los de Las Tunas, Santa Catalina, Loreto, San Rafael de Loboy, San Carlos del Tío, Pilar, San Fernando de Sampacho, San Bernardo, San José del Bebedero y San Lorenzo del Chañar, teniendo su sede la Comandancia General de Frontera en el de Punta del Sauce (5). Para proveer a su defensa organizó y depuró las tropas, integrándolas en 77 compañías que formaban cinco regimientos con un total de 5.770 hombres.

En cuanto a la obra pública, aun hoy pueden verse en Córdoba capital las huellas de su gestión y desde la terminación del famoso “cal y canto” (o “la cañada” al decir de los lugareños) que contiene y regula las aguas del riacho famoso evitando sus cíclicos desbordes, hasta el trazado del casco urbano con su plaza principal y el primer paseo llamado entonces de La Alameda y que hoy lleva su nombre, se nota el empuje de ese empeño edilicio. Y otro tanto sucedió en el interior de su jurisdicción, siendo prueba de ello la apertura de un camino real que llegando a la ciudad de Mendoza pasaba por la de San Luis. En materia de educación levantó veinte escuelas en diferentes curatos rurales y propuso aumentar la cantidad de cátedras en la Universidad para mejorar la ilustración de sus gobernados, incrementando también los subsidios destinados al Colegio de Montserrat. La creación de la Enfermería de Mujeres en el hospital de los padres betlemitas y de una primera farmacia (actualmente expuesta en el museo de la capilla de San Roque) fueron testimonios de su preocupación por la salud pública. Finalmente, su labor civilizadora se perpetuó en un número de fundaciones como no las realizó ningún otro. Así, habiéndose encontrado oro en San Luis erigió en esos yacimientos las poblaciones de Guachi en el cerro de San Bartolomé y La Carolina. Mientras que a la vera del mencionado camino real levantó otros cinco pueblos: los cordobeses de La Luisiana, La Carlota, Concepción del Río Cuarto, Corocorto y el de San Carlos en Mendoza. Tan brillante gestión tuvo su premio, pues a su término y a instancia de su apoderado en la corte, Antonio de Larrazábal, solicitó y obtuvo del monarca ser dispensado del juicio de residencia “en consideración a la notoria integridad en que se ha conducido en su gobierno, sin queja de persona alguna”.


Un nuevo destino

Con tales antecedentes no sorprendió que cuando el virrey Antonio Olaguer Feliú fue llamado a Madrid para hacerse cargo del Despacho Universal de Hacienda, junto con la designación del Marqués de Avilés como su sucesor, en la real orden del 10 de noviembre de 1797 se dispusiera que Sobremonte ascendiera a Subinspector General de las Tropas veteranas y de milicias del Río de la Plata y Cabo subalterno de aquel.

Nuevamente desarrolló una ímproba tarea, mejorando la instrucción y disciplina de las tropas confiadas a su jefatura, al punto que pronto estuvo en condiciones de emprender una campaña contra los portugueses que usurpaban parte del territorio oriental, a los que enfrentó, luego de una agotadora marcha de más de cien leguas bajo el abrasador sol estival, obligándolos a retirarse hasta la costa norte del río Yaguarón, y recuperando las poblaciones de Cerro Largo y Melo. Sin embargo su mejor aporte lo constituyó la redacción de un célebre plan o Reglamento para las Milicias disciplinadas de Infantería y Caballería del Virreinato de Buenos Aires, que aprobado el 14 de enero de 1801 por Su Majestad casi sin modificaciones fue “mandado observar inviolablemente”. Incluso para verificar en los hechos la nueva organización y práctica contenidas en ese cuerpo normativo, el 10 de mayo de ese año se realizó en la costa uruguaya un simulacro de desembarco y ataque a Montevideo (6) a cargo de una fuerza capitaneada por Liniers, que fue repelida por las tropas defensoras del lugar alistadas a órdenes de Sobremonte, quien probó en la ocasión tener una notable capacidad militar y don de mando.

Se encontraba precisamente en aquella ciudad cuando el 11 de abril de 1804 falleció el virrey Joaquín del Pino y Rosas, y la Real Audiencia, a cargo transitorio del gobierno, cumpliendo con lo legalmente establecido procedió a abrir los pliegos de providencia o “de mortaja” fechados en julio de 1800, y como el candidato señalado en el primero de ellos, Juan Antonio Montes, ya había muerto, se rompieron los lacres del segundo haciéndose público que Carlos IV designaba virrey interino al Marqués de Sobremonte. De inmediato el nombrado se trasladó a Buenos Aires y recibió el mando el 28 de abril, adquiriéndolo en propiedad el 6 de octubre.


El previsible ataque inglés

Llevaba pues más de dos años de ejercicio en la máxima función virreinal cuando se produjo la primera invasión formal de los británicos. Y fue en el contexto de este delicado trance cuando afloró cierta inexplicable faceta de su personalidad, representada por una pertinaz contradicción que afectó todo lo vinculado con la conducción de las operaciones destinadas a repeler ese ataque, desconcertando con órdenes encontradas a la propia tropa y facilitando el triunfo del enemigo.

Comenzó por desoir la clara advertencia que el gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, le había hecho ya el 12 de junio en el sentido de haberse avistado por la vigía de Maldonado “… una escuadra compuesta de ocho buques que a pesar de lo fosco o neblina del horizonte opinó el tercer Piloto de la Armada don José Acosta y Lara ... ser navíos o fragatas de guerra, las cuales pueden desde luego creerse fundadamente son enemigos...”(7); y cuando en la noche del martes 24 la presencia intimidante de esas naves le fue confirmada por Liniers desde su puesto en la Ensenada de Barragán, recién entonces atinó a ordenar que se activara el servicio de señales por faroles que ponía en alerta a las lanchas cañoneras y navíos fondeados en el estuario.

Luego, al día siguiente, partió con numerosa comitiva hasta el Riachuelo donde había decidido se constituyera la principal línea defensiva de la ciudad, ordenando el desplazamiento hacia allí de un fuerte contingente de tropas veteranas y de milicias, así como de numerosas piezas de artillería, indicando que el único objetivo sería la protección a todo trance del puente de Gálvez (el actual Pueyrredón lindante con el partido de Avellaneda) paso que comunicaba al ejido urbano con el Sur, desde dónde venían marchando los enemigos. Pero sin embargo al anochecer de esa misma jornada, cuando Miguel de Azcuénaga, comandante de los Voluntarios de Infantería, solicitó al responsable de la defensa del mismo, coronel ingeniero hidráulico Eustaquio Giannini, órdenes de cómo proceder porque los ingleses habían llegado a la orilla opuesta, obtuvo por respuesta “... que hicieran lo que quisieran o pudieran, pero que ante todo debía cumplirse la orden de Su Excelencia de quemar el puente”.

Otro tanto aconteció con el empleo que hizo de la artillería. Porque si bien inicialmente –como ya se señaló- tanto en la orilla norte del Riachuelo como en sus aledaños Sobremonte ordenó emplazar numerosas piezas de diferentes calibres, incluidas las que había traído consigo el Subinspector Pedro de Arce en su repliegue desde Quilmes, formando así una potencial barrera de fuego prácticamente infranqueable; en la noche del 26 de junio mandó retirar tres cañones de “a 4” y un obús, que eran justamente los elementos de mayor poder ofensivo, con destino al Fuerte, sin dar razón para ello y dejando seriamente desprotegido el sitio, que así fue batido fácilmente al otro día.

Sin embargo nada superó al pésimo ejemplo que terminó dando ante sus mismos subordinados, quienes terminaron por abandonarlo. Cuando los invasores iniciaron el ataque al puente de Gálvez, el virrey resolvió trasladarse desde la casa de Antonio Dorna donde había pernoctado hasta lo que llamó lugar “próximo” al combate: la quinta de los padres betlemitas ubicada a 45 cuadras de donde se luchaba. Ubicado en el mirador de la misma y siguiendo con su anteojo de campaña las operaciones, iba exponiendo a los oficiales que los acompañaban los diferentes momentos de la acción, cargando a su relato con un énfasis triunfalista tal que terminó por asentir cuando su yerno, Miguel Marín, se dirigió exaltado a la tropa con un: “A ellos hijos, que retroceden”, siguiéndose una movilización de todo ese efectivo, unos 1.300 jinetes, con Sobremonte a la cabeza, convencidos esos hombres que atravesarían el Riachuelo por el Paso Chico atacando al enemigo por su retaguardia, el que al quedar entre dos fuegos sería aniquilado. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando, ya entrando la columna por la calle Larga de Barracas (actual avenida Montes de Oca), se ordenó enfilar con rumbo a la ciudad y llegando a sus arrabales torcer con dirección noroeste hasta los corrales del Miserere (hoy Plaza Once de Septiembre) ubicados a más de legua y media del lugar donde continuaban combatiendo los defensores de Buenos Aires. Aumentando el general desconcierto cuando desde allí se ordenó proseguir sin pausas hasta el Monte de Castro (barrio de Floresta), en donde, haciendo finalmente un alto, les manifestó Su Excelencia la intención de dirigirse a Córdoba acompañado por su familia que en ese lugar se le había reunido. La respuesta de esa tropa fue inmediata, y el mismo Marqués en carta remitida a Ruiz Huidobro, fechada en Cañada de la Cruz el 1° de julio, claramente la explica: “Se me desertó la gente, y quedando reducido a unos 150 hombres me retiré a Luján para establecer mi campamento”.

Por último, y con apenas diferencia de horas, designó el 26 de junio en Barracas como jefe de la plaza de Buenos Aires al coronel de ingenieros José Pérez Brito, señalándole que debía defenderla “sin reparar en los perjuicios que pudiese ocasionar en la ciudad y sus edificios”, para reemplazarlo poco después por el brigadier José Ignacio de la Quintana a quien, desde el Monte de Castro, le ofició en cambio: “... haga lo que buenamente pueda, no sea cosa que por hacer una resistencia obstinada tenga que sufrir la ciudad y su vecindario”.

Estos ejemplos mencionados son más que elocuentes para ilustrar la extraña conducta de Sobremonte al diseñar su estrategia militar, factor que, insistimos, contribuyó no poco a facilitar el momentáneo triunfo de los invasores.


NOTAS

(1) ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (en adelante AGN), Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1803-1804, Leg.18, f. 317.

(2) Según LUIS ENRIQUE AZAROLA GIL el título fue oficialmente creado por Real disposición expedida en el palacio de Buen Retiro el 6 de marzo de 1761 por su majestad Carlos III, instituyéndose un “mayorazgo de la casa de su apellido que radicaba en Aguilar del Campo, actual provincia de Palencia”, cfr. del citado autor. Apellidos de la patria vieja, Buenos Aires, 1942, p, 27.

(3) Carta N° 430 del virrey Juan José de Vértiz a José de Gálvez, cit. por JUAN BEVERINA en Las invasiones inglesas al Río de la Plata, 1806-1807, Tomo I, Círculo Militar, Volumen 244 - 245, Buenos Aires, Taller Gráfico de Luis Bernard, 1939, p. 533.

(4) En realidad su gestión se inició oficialmente el 29 de noviembre de 1783, pero por acuerdo del virrey Vértiz con el intendente general Francisco de Paula Sanz, Sobremonte fue subrogado en el cargo por el doctor José Joaquín Contreras, al considerar aquellas autoridades que su presencia al frente de la Secretaría del Virreinato resultaba imprescindible para la conclusión de ciertos asuntos pendientes de importancia para el real servicio.

(5) Ver mi artículo Un histórico fortín: Punta del Sauce, publicado en “El Tradicional”, Año 6, No 51, mayo de 2003, p.1 y 12.

(6) Este tipo de operaciones tan común en la capacitación de los ejércitos modernos causó entonces sensación, al respecto puede leerse con provecho un artículo de JUAN BEVERINA titulado Un simulacro de desembarco en Montevideo en 1801, aparecido en “La Prensa”, Buenos Aires, Año LXI, N° 20. 968, del 12-1-1930, segunda sección, p. 2, col. 1 a 3.

(7) AGN, IX, 26-7-7.