viernes, 1 de septiembre de 2017

Anécdotas - Un gallego de ...Cádiz

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XI N° 44 - Setiembre 2017 - Pags. 12 a 14 

Anécdotas

Un gallego de… Cádiz



Aproximadamente a fines de los años 30 o principios de los años 40 del S XIX, arribó al Río de la Plata, un músico español y empresario de teatro, llamado Francisco Gambín. Después de pasar por Montevideo, donde le habían hablado del Nerón del Plata -como llamaban allí a Juan Manuel de Rosas- y debido a las continuas luchas en la vecina orilla entre blancos y colorados, decidió trasladarse a Buenos Aires y tentar nueva suerte por estos lares. 

Portaba una misiva de recomendación de Manuel Oribe -jefe de los blancos- para su amigo Rosas. 

Después de arribar a puerto y con la divisa federal prendida en el ojal de su casaca, se presentó al capitán del puerto Pedro Ximeno, para dirigirse de inmediato a la residencia del gobernador en Palermo, portando la importante carta de recomendación.

Después de recibirlo y mirarlo de arriba abajo y de leer la carta de Oribe, Rosas le preguntó:

¿Usted es gallego?

No, señor, — le contestó don Francisco, sonriendo maliciosamente; — soy nativo de Cádiz.

Bueno, — afirmó Rozas, impaciente, — gallego de Cádiz. 

No, señor, — le retrucó nuestro hombre, achacando a ignorancia geográfica la afirmación de su excelencia; — andaluz de Cádiz.

¿Y por qué usa la divisa? — le preguntó Rozas, que seguía observándolo, sin hacer caso de la rectificación.

¡La divisa! — exclamó don Francisco, palideciendo ante aquella mirada escrutadora. 

Uso la divisa porque... — agregó, tartamudeando, sin hallar en su solfa una nota que armonizara con la pregunta.

Esa divisa, — le dijo entonces Rozas, con un fruncimiento de cejas que más lo estremeciera,— no la usan los gallegos si no son federales probados, ¿entiende?, y usted ha de ser uno de tantos que por adulonería se la ponen. Sáquesela no más y espere a que yo se lo ordene para ponérsela… En fin, ¿qué quiere? — volvió a preguntarle bruscamente.

Pues yo he venido, excelentísimo señor, porque se me ha dicho que su excelencia desea que le formen una banda militar y yo podría...

Anécdotas de Rosas
Niño tocando el pífano

— ¿Quién se lo ha dicho?

Últimamente el coronel Ximeno.

¿Usted es músico?

Sí, excelentísimo señor.

¿Y qué instrumento toca?

Puedo decir que casi todos, excelentísimo señor, mal que bien; pero, mi especialidad es la flauta aguda, — añadió don Francisco, con cierto tufillo pedantesco.

¡Aguda! — exclamó su excelencia sorprendido. — ¡Flauta aguda!... ¿Qué instrumento es ese? — preguntó, como si extrañara el denominativo.

Este, excelentísimo señor, — repuso el músico, quien, por lo que pudiera ocurrir o por lo que potes contingere, como él me decía, lo llevaba en el bolsillo, y desenfundó un diminuto instrumento de ébano con varios agujeritos.

Rozas se lo tomó, hizo como si lo examinara prolijamente y devolviéndoselo:

¿Luego lo que usted toca es el pito? — le preguntó, un si es o no es burlesco.

Flauta aguda, excelentísimo señor... — replicó don Francisco — Flauta aguda,— repitió, — a que algunos dan, impropiamente, el nombre de pífano (1).

No jorobe, amigo,— le contestó Rozas, tomando de nuevo el instrumento y haciendo que lo examinaba más detenidamente, — este es un pito, — y soplando en el primer agujero produjo una nota chillona, para añadir en seguida: — ¿No ve que es un pito?

Don Francisco quiso protestar de nuevo; pero se contuvo porque con «aquel hombre» no había discusión posible. (Después supo que se lo había estado «fumando» (2)). Por otra parte, fuera pito o fuera flauta, — flauta o pito, — nada le importaba con tal de conseguir su objeto.

Bueno, excelentísimo señor, será pito, — contestó transigiendo. — En Europa y en algunas partes de América, — añadió, con cierta importancia comunicativa, — ese …instrumento es indispensable en las bandas. No hay banda que no lo tenga ya.

A ver, toque — le insinuó Rozas, devolviéndoselo.

¡Solo, señor! — exclamó don Francisco. — No se acostumbra.

¿Y a mí qué me importa que no se acostumbre? — le replicó Rozas impaciente. — A ver, ¡toque!... ¿o es que no sabe?

¡Que no sé! — volvió a exclamar don Francisco, indignado por lo que él consideraba «una» de las mayores ofensas que pudieran hacerle. (Decirle a él, a don Francisco Gambín, que no sabía tocar su instrumento favorito... ¡No faltaba más!) — Pues, bien, excelentísimo señor, — barbotó, en un suspiro de conmoción profunda, — por complaceros allá va y …perdonad sus muchas faltas, como se dice en los sainetes.

Y poniéndose en postura y alzando la mirada, cómo si implorase en ella a sus dioses penates, produjo una escala «brava» y la emprendió en seguida con un solo de flautín. Y fue tan del agrado del excelentísimo señor y aun del «competentísimo» don Eusebio de la Santa Federación (3) que acudido había y seguía con gesticulaciones payasescas aquellas notas «chillonas», que, inmediatamente, don Francisco quedó nombrado «músico mayor de Palermo», con la obligación de formar la referida banda militar que serviría de retreta y para dar «conciertos» en el histórico puente del lago, donde atracaba el famoso vaporcito de ruedas (4).

Pues manos a la obra, —se dijo don Francisco, satisfecho de su suerte y de lo bien que lo había tratado su excelencia, para añadir, en el colmo de su gozo: — Si ya decía yo que no era tan fiero el león como lo pintan!

Y, en un periquete, a este quiero y a aquel desahucio, formó su banda marcial con los más hábiles cornetas que en Palermo había.

Y, fue una tarde, — de verano, por más señas, — en que, adiestrados ya sus discípulos «magistralmente», se dispuso, rebosante de orgullosa vanidad, darle, a su excelencia, «la gran sorpresa del siglo». Así, pues, dirigióse, cautelosamente, muy cautelosamente, a las habitaciones en que su excelencia, solía recibirlo cuando estaba de buen humor.

Ya verán, ya verán — iba diciendo «in mente» — cómo se pone el «héroe del desierto» cuando oiga...

Y engolfado en la prematura satisfacción que la agradable sorpresa les produciría a cuantos le oyeran «su banda», aquí entro y allí salgo, logró, por fin dar con una puerta tras la cual le pareció oír la voz de su excelencia. Abre, y …efectivamente, el «héroe del desierto » allí estaba, en aquella habitación, conversando familiarmente, «muy familiarmente», — añadía don Francisco, — con una hermosa dama.

¡Eh! — le gritó Rozas al verlo, frunciendo el ceño. — ¿Cómo se atreve? ¿Qué quiere? — clavando en él la mirada terriblemente fría de sus ojos azules.

Pues… —articuló don Francisco, tartamudeando y temblando como perro chino en invierno, — ¡nada,señor!... Es que la banda... Sí, señor, la banda ya está dispuesta esperando a que su excelencia quiera... — y salió de allí a todo escape, gesticulando, accionando y murmurando: — ¡Me fusila! No hay más que me fusila el tirano... Lo he leído en su actitud... El león es más fiero de lo que lo pintan... — Y aquí caigo y allí me levanto, llegó al puente, en el que, firme, lo esperaba «su» banda de cornetas.

Atención, muchachos, — les gritó con la voz trémula y ademanes descompasados de mando. — Atención, he dicho, — añadió, enarbolando su diminuto instrumento a guisa de batuta. — ¡Vamos, que ya viene su excelencia! A ver, tres por cuatro… El minué nacional. ¡Mucho cuidado! ¡Mucho cuidado!

Y señalando el compás con el referido instrumento, la emprendió con su flautín «dele que le das», cuando vio venir a su excelencia, acompañado de Manuelita y otras damas; de los representantes del cuerpo diplomático francés, — con los que su excelencia acababa de ajustar el tratado de paz; — el ministro Arana; oficiales de guardia, y otras personas que, a distancia respetuosa, prestaban curiosa atención, como aquéllos, a las bien combinadas y ejecutadas armonías de la banda, que tocaba la pieza favorita de Rozas, como nunca se había oído en Palermo.

Anécdotas de Rosas
«En aquel momento, — me decía el viejo músico, —deseaba que me tragase la tierra. Yo hacía cuanto me era dable para pasar desapercibido, escondiéndome detrás de los muchachos y repitiendo «in mente» mientras soplaba en mi instrumento: Me fusila... ¡No hay más que me fusila! cuando oigo la voz del tirano que me llama: «¡Maestro!», sonando en mis oídos como si fuera la trompeta de Jericó. Había llegado el momento terrible de castigar mi indiscreción, mi imperdonable imprudencia, y no me atrevía a moverme cuando su excelencia gritó, imperativo: «¡Cese la música!» La música cesó con sorpresa para todos, y «¡Maestro!» volvió a repetir el tirano, llamándome impaciente... Ya no había escapatoria: cuando menos, cuando menos, doscientos azotes en… Santos Lugares.

« — ¿A mí, señor? — le pregunté, más muerto que vivo.

« — Sí, a usted — me contestó, riendo de una manera para mí incomprensible, — a usted, el del pitito.

«No había más remedio que acudir, y así lo hice, cabizbajo, resignado como carnero que llevan al matadero, con cara de espectro y mi instrumento «en la diestra temblorosa ».

« — Vea, — me dijo aquel hombre imponente, cuando me tuvo a su lado, — usted merece...

« — Perdón, excelentísimo señor, — balbuceé, sin dejar que concluyera. — ¡Yo no he visto nada!... ¡Son visiones!... — gemí, desolado.

«— ¡Está usted loco, señor músico!  — exclamó su excelencia, para añadir: — ¡Qué perdón ni qué visiones!... Merece usted, según la opinión de todos, por lo bien que ha organizado la banda, un premio.

« — ¡Un premio, señor!'... ¡Excelentísimo señor!... — dije, creyendo que soñaba.

« — Sí, pues, — recalcó Rozas, — tome, — añadió, mostrándome una reluciente onza con su busto.

« — Y yo — repuso don Eusebio de la Santa Federación, solemnemente vestido de mariscal — te condecoro, porque ya lo mereces, con nuestra sagrada divisa, —poniéndome en el ojal el cintillo rojo, añadiendo: — A ver, gallego de Cádiz, repite conmigo: ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes unitarios!

« — ¡Con que... una onza! — balbuceé, asombrado peripatéticamente, después de repetir la leyenda, no acertando a tomar la recompensa a mis desvelos, mientras don Eusebio, con sus gesticulaciones ridículamente graves e irónicas, me condecoraba. — ¡Cuánta bondad, excelentísimo señor!... Y yo que creía...

« — No creas nada, desgraciado, — me dijo el bufón de Palermo; — ni lo que veas con tus propios ojos, ni lo que palpes con tus propias manos, porque todo te saldrá al revés.

« — ¡Siga la música! — ordenó su excelencia cuando yo, tomando y besando fervorosamente la aurífera moneda, volví a «mi» banda repitiendo «in pecto»: Si bien dice el refrán que no es tan fiero el león como lo pintan.

« Y ya en el puente, aturdido, pasmado, asombrado, no pudiendo contener los impulsos de mi conmoción infinita, dirígime a mis subordinados y barbotando las palabras, les dije: Muchachos, griten conmigo: «¡Viva el excelentísimo general don Juan Manuel de Rozas!» «¡Viva!» «¡Viva el héroe del desierto y gran restaurador de las leyes!» «¡Viva!» «¡Federación o muerte!»

« Y los cornetas terminaron el estribillo: «Mueran los salvajes unitarios!...» en tanto que, su excelencia y la compañía tomaban asiento en el vaporcito de ruedas que empezó a «navegar» en el estrecho y corto lago a los acordes de «mi» banda, en la que, en ese instante, descollaban deliciosamente, las notas agudas de mi pitito»


Notas

(1) El pífano -vulgarmente llamado también pito-  es un instrumento musical de viento, consistente en una pequeña flauta muy aguda y estridente, que se toca atravesada -el instrumento se coloca transversalmente al cuerpo del ejecutante y se sujeta con las dos manos- , utilizada generalmente en las bandas militares, para la infantería, acompañadas por un tambor. El instrumento es cilíndrico con siete orificios circulares, siendo uno destinado a soplar y los restantes a los dedos. 

Es originario del medioevo, siendo los suizos quienes lo introdujeron en sus regimientos, adoptado luego por franceses, extendiéndose también al resto de las bandas militares europeas, pasando más tarde a América.

(2) "...lo había estado "Fumando" =  "...lo había estado cargando".

(3) Eusebio de la Santa Federación, era un bufón que vivía en la residencia que Rosas tenía en Palermo y con el cual entretenía a sus visitantes.

(4) Ver ER N° 19 de junio de 2011. 


Fuente.

Rafael Barreda "De mis recuerdos", en la revista "Caras y caretas" N° 986 del 25/8/1917, titulada "El tirano Rozas y su músico mayor - El del pitito".