domingo, 1 de septiembre de 2013

Las sociedades secretas antes y después de Caseros

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 28 - Setiembre 2013 - Pag 5 

  

Las sociedades secretas antes y después de Caseros

                                                                       Ing. Alberto J. Bondesío

 

Sociedades secretas
El salón de Marcos Sastre, óleo de Alberto M. Rossi

    En 1834 Juan Bautista Alberti, Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Juan Thompson, Félix Frías, y otros fundaron el Salón Literario y en 1837 Esteban Echeverría juntamente con Alberdi, Gutiérrez, José Mármol, Rivera Indarte, Pastor Obligado y otros fundan la Joven Argentina o la Joven Generación Argentina que fue disuelta al año siguiente por el gobierno de Rosas.

    En 1838 Alberdi junto a otros emigrados argentinos crea en Montevideo, la Asociación de Mayo. Asimismo aparecen simultáneamente asociaciones similares en San Juan, Tucumán, Córdoba, etc. en cuyo seno trabajarán Domingo F. Sarmiento, Benjamín Villafañe, Marcos Avellaneda, Vicente Fidel López entre otros.

    Todas estas sociedades secretas tenían algo en común: realizar trabajos subterráneos, fomentando las diversas coaliciones para derrocar al gobierno de Rosas.

    Por obra de algunos miembros afrancesados de esta Asociación de Mayo, saldría la plataforma espiritual sobre la cual se levantaría posteriormente  la inautenticidad de la cultura argentina oficial con su esquema liberal postizo de ideas foráneas.

    Si en algún período de la historia argentina pudieron intentar los masones instalar sus logias en nuestra patria, el menos adecuado fue ciertamente durante el gobierno rosista, ya que, según dicen ellos, debieron dormir su “gran sueño”; porque todas las sociedades secretas, aún las que se inspiraban en fines culturales, sociales y políticos no fueron permitidas por tener la convicción que más temprano que tarde se convertirían en reductos de masones que disimulaban su filiación para poder subsistir.

    Los masones definen a Juan Manuel de Rosas -enemigo declarado de todas las sociedades secretas- como “el más bárbaro y brutal de los tiranos de América latina, el salvaje de la pampa que vomitó el infierno”.

    Después de Caseros, preocupados los porteños por los actos despóticos de Urquiza, y porque creían descubrir en él al árbitro absoluto del país, fundan un centro confabulador integrado por Miguel Estévez Seguí, José Mármol, Adolfo Alsina, Juan José Monte de Oca, José María Moreno, y algunos militares como José María Pirán, Emilio Conesa y Emilio Mitre. Era ésta una sociedad secreta de resistencia al llamado “nuevo tirano” y se llamó la logia Juan-Juan, en recuerdo, tal vez, de los mártires políticos españoles: Juan Padilla y Juan Bravo, quienes en 1521 murieron decapitados por orden del emperador Carlos V, al defender las libertades de Castilla en la famosa “sublevación de los comuneros”. Otros aluden a Juan Manuel de Rosas, cuyo doble sería Urquiza.

    Estos logistas liberales porteños integrantes de esta sociedad secreta y acicateados por Sarmiento desde Chile, se habían conjurado para eliminar criminalmente a Urquiza, que los acusaba de querer hacerse dueños de una revolución que no les pertenecía. Fueron disuadidos por Valentín Alsina y Bartolomé Mitre, quienes propusieron más bien hacer una revolución, la cual tuvo lugar el 11 de setiembre de 1852.

    A pocos días de Caseros, en su proclama del 21 de febrero de 1852 les había enrostrado Urquiza que “con inaudita impavidez reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece, de una victoria en que no han tenido parte, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición y anárquica conducta”.

    En 1856, durante el gobierno porteño de Pastor Obligado, aparece una nueva sociedad secreta denominada Juan-Juanes, que se constituyó como un verdadero “control del Estado”, para descubrir todo alzamiento o conspiración contra dicho gobierno separatista. Debido a sus denuncias, fueron sacrificados por el ministro de Guerra, Coronel Bartolomé Mitre, muchos ciudadanos; así fueron pasados por las armas los prisioneros de guerra y fusilados, el 2 de febrero de 1856, los jefes que querían la unión de la secesionada Buenos Aires, con la Confederación Argentina de Urquiza, entre ellos 130 oficiales y el “héroe de Martín García” el general Jerónimo Costa, a quien, en 1838 el comandante de la escuadra francesa le había perdonado la vida en premio al “increíble heroísmo demostrado” en la defensa de nuestro territorio nacional.

    Comentando tal asesinato dirá el “civilizador” Sarmiento: “Como trofeo del fusilamiento nos queda la ruin y mohosa espada de Costa. El carnaval ha principiado”.

    Alberdi, en cambio, condenará estos hechos al afirmar que “el país que fusila como a salteadores a sus generales, tomados prisioneros en guerra civil, se pone en la picota a los ojos del mundo civilizado”.

    Después de Caseros, los emigrados venían dispuestos a imponer su bárbaro despotismo ejerciendo actos más deleznables que aquellos que decían combatir.

     Este grupo, representante del tan decantado "espíritu" de Caseros y que capitaneaban Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, José Mármol, Ángel Somellera, Vicente Fidel López, los Alsina y otros dominaron la prensa, las cámaras y el gobierno y los que no pensaban como ellos quedaron excluidos de la vida pública. Estos mismos fueron los que se apresuraron a incinerar, en el patio de la casa de Rosas, el rico archivo de nuestra historia para que no pudiera oponerse el testimonio de los documentos a las calumnias y falacias que ellos escribían en lo que dio llamarse la “historia oficial”.

    Este “espíritu de Caseros” de los facciosos del porteñismo liberal, masón y disolvente mantuvo por varios años la tónica de una política de odio y de separatismo que ocasionó gravísimos daños al país y que, a más de cien años de distancia, se ha renovado en nuestra historia.

    Tal grupo gobernante en Buenos Aires, escribe Ernesto Palacio, hallaba solaz en la vejación sistemática de los sentimientos públicos y de las creencias religiosas; y la prensa oficial se mofaba de los católicos, injuriaba todo lo español y afectaba un irritante extranjerismo”.

    El despotismo ilustrado de los “próceres liberales” a través de sus Sociedades imponía el terror a la ciudadanía.

    Sarmiento en  el Senado de la Nación, el 13 de julio de 1875, al referirse a los asesinatos de los generales Dorrego, Benavídez y Virasoro expresaba: “En estos asesinatos estaba mezclado todo el partido liberal”.

    Durante los diez años posteriores a Caseros fueron fundándose distintas logias que respondían a la Gran Logia de la Masonería Argentina fundada el 9 de marzo de 1856 y a la que pertenecieron todos los personajes liberales que mencionamos en este trabajo.