Rosas, el Republicano - Parte 2
por Norberto Jorge Chiviló
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Dibujo y grabado de Juan Alais. Buenos Aires, 1836. |
Manuelita ¿princesa federal?
Defensor de la ley y el orden y vencedor de la anarquía en octubre de 1820, la figura de Rosas se agiganta día a día y toma importante gravitación en el escenario político del país. Nueve años después accede a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, gozando de gran consenso entre sus conciudadanos. Su persona representa la tan ansiada paz, la legalidad y el orden. En 1831 con la firma del Pacto Federal y la creación de la Confederación Argentina, comienza en serio la unidad nacional y su figura pasa así a ser nacional. Su prestigio no cesa de crecer y es un hombre a quienes todos sus conciudadanos, cualquiera fuese su clase social, lo consideran indispensable para el mantenimiento de tales valores y por lo tanto irremplazable en ese momento de la historia argentina.
Sus enemigos también lo consideran la figura más importante del partido federal y por lo tanto tratarán de eliminarlo ya que lo consideraban un escollo en el camino para acceder al poder. El intento más serio proviene de los emigrados argentinos residentes en Montevideo, quienes desde la prensa incitan al magnicidio del gobernante porteño. "Es acción santa matar a Rosas" era el título de una nota periodística publicada en "El Nacional", que teorizaban sobre las ventajas que sobrevendrían después de la muerte violenta de Rosas. El nombre de otro periódico editado en Montevideo era "Muera Rosas".
En el año 1941 la Sociedad Anticuarios del Norte de la ciudad de Copenhague de la cual Rosas estaba asociado, le envía una caja conteniendo medallas. Esa caja es interceptada en el camino -posiblemente en Montevideo- y convertida por los enemigos del Gobernador en una verdadera "máquina infernal" que es como se la conoce en la historia (ER N° 8, pág. 5) ya que en ella colocan 16 pequeños cañoncitos de bronce -dispuestos en forma circular como rayos en una rueda y con su boca mirando hacia afuera- con una bala cada uno y que por un sistema de ganchos y resortes dispararían todos juntos ante la apertura de la caja, matando o hiriendo a quien la abriera y también a quienes estuvieran a su alrededor.
El hecho es, que la caja no fue abierta por su destinatario -Rosas- sino por su hija Manuelita y que el sistema falló, no produciéndose disparo alguno.
Pasados los primeros momentos de estupor, se sucedieron actos religiosos y de regocijo popular, por haber salvado su vida el Restaurador y ese atentado fallido, alertó a muchos ciudadanos acerca de cuáles hubieran sido las consecuencias que se hubieran producido si ello no hubiera sido así y el gobernador Rosas hubiere perecido en el atentado. ¿Qué hubiera pasado con la Confederación Argentina?, ¿Quién hubiera reemplazado al Gobernador?..., esas fueron algunas de las preguntas que se hicieron los hombres de aquella época.
A una invitación de José María Roxas y Patrón, se reunieron los hombres más espectables del partido federal, entre los que habían legisladores, militares, personas de la administración y otros para analizar las consecuencias que se producirían ante la muerte violenta de Rosas y la crisis política que ello ocasionaría y como conjurar los peligros que le sobrevendrían.
Roxas y Patrón se dirigió a los reunidos con las siguientes palabras: "El general Rozas, es la columna de la federación. Si él cae en el estado de guerra y de odios en que se halla el país, quedarán en pie en ésta y en otras provincias varias influencias relativas, pero ninguna tendrá el poder suficiente, no ya para asegurar el régimen federal que sostenemos y que libramos al tiempo y a los acontecimientos, pero ni siquiera para luchar con las dificultades que surgirán inmediatamente de las divisiones y de los celos que explotarían nuestros enemigos para propiciarse un triunfo fácil. El dilema para nosotros es éste: o bien nos fijamos en la persona a la cual rodearemos en el caso en que haya que substituir al general Rozas, y le pedimos a éste anticipadamente la recomiende a la consideración de los principales federales de las demás provincias, y hacemos nosotros otro tanto para que el designado cuente sobre una base esencialmente nacional, sin la cual sería todo efímero y peligroso; o bien nos resolvemos, una vez producida la catástrofe que no podemos evitar, a caer bajo el dogal de nuestros enemigos, después de vagar errantes en un dédalo de ambiciones y de desgracias. Ninguno de nosotros puede ni debe vacilar, con tanto menos motivo cuanto que la experiencia de una parte, y el sentimiento de las altas conveniencias, de la otra, nos están indicando la persona alrededor de la cual se agruparían todos los federales de la República: la señorita Manuela de Rozas".
Esas palabras no tomaron de sorpresa a los presentes, ya que la "Niña de Palermo", tal como se la llamaba a Manuelita en aquella época, gozaba de muy buena imagen, no solo entre los federales, sino también entre sus adversarios. Manuelita, lo mismo que su madre -Encarnación- había sabido ganarse la confianza, no solo de la población de la provincia, sino también de los extranjeros que arribaron a estas costas. Persona de buen trato, afable, sabía cómo tratar a la gente. Conocedora como su padre del sentir sobre todo de las clases bajas. Era también la intermediaria ante este a quien acudían los que trataban de obtener clemencia hacia algún condenado.
Contrariamente a su hermano Juan, alejado de la Ciudad y atento al cuidado de las tareas del campo, Manuelita estaba en contacto permanente con su padre, conociendo también temas de la administración pública y oficiando muchas veces como "primera dama", representándolo ya en actos oficiales como privados. Un embajador británico la definió como ejerciendo el rol de "verdadera ministro y secretaria" de su padre, el Gobernador.
Se convino en pasar una nota a Rosas dándole cuenta de la reunión y solicitándoles los recibiera al día siguiente, lo que así ocurrió.
Después de escuchar la exposición de Roxas y Patrón, Rosas agradeció las buenas intenciones manifestadas por estos hombres, pero se opuso a lo que en la práctica era establecer un gobierno o monarquía hereditaria. Rosas era un republicano y contrario al nepotismo y con las siguientes palabras, así se lo hizo saber a los presentes: "Como ustedes lo dicen, es cierto que la niña está impuesta de los asuntos de la administración y de la marcha que ellos deben seguir, y han de seguir, pero es más cierto que lo que ustedes pretenden es nada menos que el gobierno hereditario en nuestro país, el cual ya ha aventado tres o cuatro monarquías porque eran hereditarias".
Debemos aclarar también que el aquellos momentos, el régimen monárquico estaba más extendido en el mundo que el republicano y que con el poder que tenía Rosas en el país, si esa hubiera sido su intención, no le hubiera sido difícil su instalación.
Muchos años más tarde (diciembre de 1884) Manuela Rosas en carta que le envió al Dr. Adolfo Saldías, y en contestación a la pregunta que el escritor le hiciera refiriéndose a este tema, le escribió: "Me pregunta usted quiénes fueron los que representaron al general Rozas la necesidad de que les indicase su sucesor para el caso en que se repitiese con éxito la tentativa de la máquina infernal; y quién, entrando en consideraciones políticas de trascendencia, indicó la conveniencia de que el sucesor fuese yo misma... De lo primero se habló en la sala de representantes. La indicación de que el sucesor fuese yo misma fue del señor José M. Roxas y Patrón, en carta a mi padre, quien lo rechazó de todo punto, como que un hombre de su alcance ni por un momento pudo desconocer la impropiedad de tal idea, y que era inadmisible. Sin duda que nació de la distinción y del cariño con que ese buen e inolvidable amigo me favoreció desde mis primeros años".
Paseo de Julio
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Fuerte
de Buenos Aires, visto desde la rivera norte. Emeric Essex Vidal, 1816 |
Una de las distracciones de los habitantes de Buenos Aires, desde siempre, fue pasear por la ribera del río de la Plata, que los porteños denominaban Paseo de la Rivera o de la Alameda o del Bajo y que fue el primer lugar de esparcimiento público.
En 1757 el entonces Gobernador Pedro Antonio de Cevallos Cortés y Calderón (recordemos que en esa época Buenos Aires era una gobernación que dependía del Virreinato del Perú y que Cevallos posteriormente sería nombrado en 1776 como primer virrey del Río de la Plata), encargó al Cabildo la construcción de un paseo arbolado, en lo que se llamaba el bajo de la ciudad, desde el fuerte hacia el norte (actual Casa Rosada hacia Retiro), arbolándoselo con sauces.
Ese espacio público fue mejorada después por el Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo durante su mandato (1778-1784) -al margen diremos que fue el único Virrey que gobernó estas tierras, nacido en América y que tuvo una destacada actuación con una importante obra de gobierno-, convirtiéndose en un paseo costanero durante la gestión del Virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo (1804-1807).
En el lugar que originariamente fue un saucedal, se plantaron ombúes y álamos entre otras especias arbóreas y se hicieron bancos de ladrillos para el descanso de los paseantes.
La extensión del Paseo era de aproximadamente cuatro cuadras.
En la ribera del río -el río llegaba a lo que actualmente es la Av. Leandro N. Alem- se lavaba la ropa y del río se extraía el agua, transportada por los carros de los aguateros, que junto con el agua de los aljibes servía para el consumo de los habitantes de aquella Buenos Aires.
Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y a partir de 1844, se designó al Ing. Felipe Senillosa para que proyectara y ejecutara mejoras en el lugar.
Con ladrillos traídos desde los hornos de Santos Lugares (actual Ciudad de Gral. San Martín y localidad de San Andrés), se comenzó a levantar sobre este paseo un largo murallón con verja de hierro -denominado Murallón de la Alameda-, que contuviera las aguas del río e impidiera su avance hasta la calle 25 de Mayo, sobre todo en época de sudestada. Se ensanchó la calle y el piso fue tratado con el método de Mac'Adams (conocido en aquella época como "macadamizado" que era un método moderno). Al paseo se le agregaron árboles y faroles.
Un camino arbolado con sauces y naranjos y provisto de faroles, unía el lugar con la casa de Rosas en Palermo de San Benito. En mayo de 1849 se estableció el primer servicio de transporte de pasajeros que unió ambos lugares, por dos diligencias que partían a las 15 y 16 horas y que se cruzaban en el camino.
Don Felipe Senillosa, que fue autor de los planos, manifestaba en el informe que los acompañó: "La alameda principia desde la plaza 25 de Mayo, aunque el paseo verdaderamente dicho, sólo se extiende por ahora desde la barranca cerca de la Fortaleza hasta la prolongación de la calle Corrientes. El muro y terraplén avanzan hacia el río hasta ponerle en línea recta con los puntos más avanzados de la Fortaleza. De este modo el espacio total sería de cerca de cuatro cuadras de longitud y setenta y cuatro varas de ancho. De éstas, las veinte contiguas a los edificios quedarían para calle pública y el resto hasta la muralla sería un paseo cruzado por cinco caminos…".
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Vista de la ribera de Buenos Aires desde la actual
esquina de las avenidas Leandro N. Alem y Corrientes. Pintura de Rudolf Julius Carlsen (1812-1892) C. 1847 |
Juan Manuel Beruti, en "Memorias curiosas", relata: "También a mediados de este mes de diciembre de 1846. Se principió a levantar una muralla desde la punta del baluarte del Fuerte en la barranca del sur al norte, para contener las crecientes del río y formar una hermosa alameda, que por lo menos será de larga cinco o seis cuadras". En su Mensaje anual a la Legislatura, el 27 de diciembre de 1846, el Gobernador Rosas le informaba: "El Gobierno atiende moderadamente a la obra de la Alameda. La dirección es encargada al ciudadano Ingeniero D. Felipe Senillosa. La ejecución, reparo y celo de los trabajos, están encomendados al capitán del Puerto".
Más adelante y ya refiriéndose al acto de la colocación de la piedra fundamental, Beruti sigue su relato: "El 18 de enero de 1847. En esta tarde, en presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles, militares, ministros y cónsules extranjeros, vecinos más notables y un sinnúmero de pueblo que concurrió, en el cimiento del muro que se va a levantar y arranca del baluarte de la fortaleza que mira al Norte, en la parte de la barranca del río de la alameda, se colocó la piedra fundamental de esta obra, que fue una urna de cristal metida dentro de un cajón de piedra; la que bendijo antes el ilustrísimo señor obispo diocesano don Mariano Medrano acompañado del presidente del venerable senado del clero, señores canónigos y eclesiásticos. Fueron padrinos a la ceremonia el señor ministro de hacienda don Manuel Insiarte y la señora doña Manuela Rosas y Ezcurra.
Toda la alameda estaba embanderada federalmente, acompañando a su alegría varias bandas de música militares, que divertían la concurrencia.
Se firmó una acta autorizada por el escribano mayor de gobierno, don Rufino Basavilbaso, que fue colocada su original en la urna; y se sacó antes una copia autorizada, que se pasó el gobierno para que la mandase archivar donde fuera de su supremo agrado.
Concluido todo, pasaron todas las autoridades a la casa de la comandancia de marina, en donde en una gran sala elegantemente adornada con el retrato del señor gobernador y banderas estaba colocada una espléndida mesa de refresco, entonándose varios himnos federales, que fueron cantados por los mismos aficionados; habiendo en seguida formádose una tertulia de baile, que duró hasta las once de la noche.
Las monedas de varias naciones que se colocaron y depositaron en la urna en que se colocó el acta y otros documentos relativos a la colocación de la piedra fundamental son las siguientes..." y allí Beruti nombra a las personalidades que aportaron las monedas -contemporáneas de nuestro país y de distintos países de América y Europa-, entre otros a Manuela Rosas, Pedro Romero, Pedro Gimeno, Pedro de Ángelis, Gregorio Lezama, Fernando Gloede.
Sánchez Zinny, en su libro "Manuelita de Rosas y Ezcurra...", refiere con respecto al acto: "Su excelencia, el Ilustre Restaurador, excusa su asistencia. Manuelita lo representa. Ella, además, es la madrina en la ceremonia. Llega acompañada de sus damas de honor. Muchos coches conducen a la concurrencia. Ministros del P. E., representantes extranjeros, generales y lo más descollantes de la sociedad federal hacen acto de presencia. Las señoras con sus trajes claros, ponen colorido amable a la fiesta... El acto fue presidido por el ministro de hacienda, doctor Manuel Insiarte. Se depositó en la obra, la colección de documentos oficiales ordenando la ejecución y la nómina de los miembros de la H. Junta de Representantes, junto al nombre del Restaurador, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Colocadas en el cajón de la piedra fundamental, en una urna de cristal, depositaron los documentos y 101 medallas de oro, plata y cobre, desde 1644 al 1845. Además, se pusieron un billete de cada clase de moneda corriente, desde 20 pesos hasta uno".
Tal como lo relata este escritor, Rosas no concurrió al acto. El Restaurador, no era persona a la cual gustaran los actos oficiales. De carácter retraído omitía las reuniones donde hubiera gran concentración de gente.
La esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra, había fallecido varios años atrás (20 de octubre de 1838) y la Legislatura en su homenaje y el de su esposo, había decidido ponerle su nombre al Paseo. Así comenta, Beruti el cambio de nombre del Paseo que ocurrió, un año y casi dos meses después de aquél acto encabezado por Manuelita: "El 15 de marzo de 1848. En sesión de este día ha ordenado la sala de representantes, en memoria de la finada doña Encarnación Ezcurra de Rosas, mujer del señor gobernador Rosas, en consideración a su marido como a lo que ella contribuyó a la causa federal y perpetuar su memoria, lo siguiente. Artículo 1° - El paseo de la Rivera se denominará en lo sucesivo paseo de la Encarnación".
Rosas no aceptó el homenaje que se realizaba en memoria de su esposa y solicitó que al paseo se lo denominara "Paseo de Julio" en homenaje del mes en que se había declarado la Independencia.
Así lo informa Beruti: "31 de octubre de 1848. Por orden del superior gobierno el jefe de policía don Juan Moreno, en este día, ha hecho saber al público, quedar suprimido el nombre de la calle de la Alameda instituyéndose éste con el de "calle de Julio".
En el mensaje a la Legislatura enviado por Rosas el 27 de diciembre de 1848, dirá: "Continúa la importante obra de la ribera. Me ha sido muy grato expresaros mi más íntimo agradecimiento por haberle designado el nombre de "Paseo de la Encarnación" y porque accedísteis benévolamente a mi súplica, de que suprimiéndose éste, se lo denomine "Paseo de Julio".
Así se lo denominará hasta que por Ordenanza N° 520 del 28 de noviembre de 1919 se le cambiará por el nombre del fundador del radicalismo, Leandro Nicéforo) Alem, denominación que tiene hasta la actualidad.
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Paseo de Julio - Daguerrotipo c. 1846/1850 |
Escrupulosidad en el manejo de los dineros públicos
En la administración de los dineros públicos, el Gobierno de Rosas, fue de lo más escrupuloso y detallista. La recaudación y la distribución de las rentas públicas fue de lo más transparente y exacto.
"El manejo de los caudales públicos, otro tema inagotable de quejas contra los gobiernos mejor constituidos, -dirá "El Archivo Americano" N° 13 del 20 de julio de 1844- no presenta entre nosotros ningún flanco á la censura, no solamente por el celo con que son administrados, sino por la claridad y publicidad de las cuentas. Todas las operaciones de las oficinas de recaudación y de contabilidad pasan diariamente bajo los ojos del público, y llegan a manos de los Sres. Representantes, cuando han sufrido ya esta primera prueba, que bastaría por si sola a alejar cualquier sospecha contra la fidelidad de los administradores. Tantas son las precauciones que ha tomado el General Rosas para evitar la malversación y el fraude, que el hombre más experto en esta clase de manejos, no podría burlarlas sin ser sentido.
Agréguese a esto que la ley del presupuesto tiene su más rigoroso y exacto cumplimiento, y lo único que puede hacer el Gobierno es gastar menos de lo que le ha sido acordado".
Durante su gobierno se dio diaria, amplia y transparente publicidad de las cuentas del Estado, propio de una buena y honesta administración como corresponde a una verdadera República.
Saldías en su "Historia de la Confederación Argentina", dice: "Rosas puso en práctica y conservó invariablemente un sistema de administración que, por la sencillez y por el método al cual estaba subordinado, como por la calidad de las personas encargadas de conducirlo, ofrecía positivas garantías y proporcionaba al último hombre del común el medio fácil de conocer diariamente la verdad acerca de la recepción, distribución e inversión de todos los ingresos que formaban el Tesoro Público... Desde luego, el movimiento controloreado de la contaduría, receptoría y tesorería general... y sujeto por la propia concurrencia de las operaciones de detalle y por la publicidad diaria de estas últimas, a una exactitud que no podía violarse impunemente. Pero sobre todo la publicidad, la amplia publicidad de las cuentas del Estado, que constituye uno de los principales deberes de todo gobierno regular, como que es una regla esencial y un signo visible de buena administración. Así, en cualquier número que se tome de La Gaceta Mercantil se encontrará partida por partida, y con una precisión y claridad que exceden al escrúpulo, el estado diario de la tesorería general, de la receptoría y el informe de la contaduría sobre cada una de las cuentas examinadas. Y en la misma Gaceta y en el Registro Oficial el estado mensual de la circulación de billetes de tesorería; el balance de letras de receptoría; el recuento practicado de cada uno de los billetes y letras existentes, conformes con los cargos de la contaduría; la cantidad de billetes en circulación de la casa de moneda; las entradas y salidas de la caja de depósitos; el estado de los fondos públicos, el de la deuda clasificada, etcétera. Todas las reparticiones y oficinas de la administración estaban como abiertas de par en par a la mirada y al conocimiento del público, aun por lo que hacía a ciertos detalles sobre la inversión de los fondos votados anualmente para las eventualidades de la administración, que por lo general callan los gobiernos".
Anualmente y mientras ejerció el poder, siempre sometió las cuentas públicas a la consideración de la Legislatura, ya que en este punto, como decía en el Mensaje que le remitió el 27 de diciembre de 1844 "El Gobierno os presenta las cuentas de la Provincia en 1844. Examinadlas y pronunciad, honorables representantes, vuestro soberano fallo. Sabéis que no me considero investido con la suma del poder en la administración del caudal público".
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José M. Ramos Mejía |
José M. Ramos Mejía, escritor antirrosista, en “Rosas y su tiempo”, dirá: “No me hubiera animado, en otro tiempo, a llamar las cosas por sus nombres, es decir en alta voz que en el manejo de los dineros públicos y a la luz de la documentación, Rosas no fue un ladrón vulgar como afirman sus enemigos. Pesaba sobre mí el concepto popular, hecho carne en la mente de dos generaciones por la pluma fulgurante de Rivera Indarte y por el procedimiento administrativo sin control efectivo con que operaba la Dictadura. Todavía después buscaba frases tortuosas en los mil recursos del lenguaje para ocultar mi verdadero sentir y no cumplir con el deber de expresarlo, aunque fuese tímidamente. Recuerdo que mis escrúpulos estrujaban el lenguaje para sacar una forma satisfactoria a la pasión política, hasta que por fin triunfó la probidad histórica y estampé el pensamiento con franqueza: en el manejo de los dineros públicos, Rosas no tocó jamás un peso en provecho propio, vivió sobrio y modesto y murió en la miseria; la raza argentina de antiguo cuño fue así hasta en sus tiranos”. Agustín de Vedia, pariente del general Mitre -quien había afirmado que "como administrador de los caudales públicos lo tengo -a Rosas- por un ladrón, como lo ha declarado la justicia..."- dirá estas esclarecedoras palabras contradiciendo a su pariente: “El mecanismo de la contabilidad, la publicidad y la regularidad con que Rosas procedió en el manejo de los caudales públicos, llama realmente la atención”.
En una carta que Antonino Reyes le envía a Rosas el 22 de enero de 1876, le comenta: "Hace poco hablando con un amigo me dijo que el gobierno de Buenos Aires comisionó hace algún tiempo a un Sr. Fox, casado con una hija del Dr. Somellera, para revisar las cuentas de la pasada administración del General Rosas y que éste en su informe al Gobierno decía que ningún reparo tenía que hacer por encontrarlas irreprochables, esto me llenó de satisfacción como que conozco la religiosidad de V. E. en todo lo que concernía al manejo de los dineros del Estado”.
Evaristo Carriego, ante tal circunstancia también opinará “El estado no pudo adjudicarse los bienes de Rosas, sin justificar previamente que Rozas había defraudado al Tesoro en beneficio personal, determinando con precisión la suma de que había echado mano con aquel objeto. ¿Y quién ha visto esa prueba? Cuando intentaron justificar los decantados desfalcos, no hallaron un solo antecedente; los libros de la Contaduría, abiertos delante de las ávidas miradas de los fiscales de Rozas, burlaron sus esperanzas. Los libros mostraron que los 4.000.000 de $ m/c, sobre que versaba el cargo contra aquel habían sido invertidos en uso público. ¿Con qué derecho pudo, pues, el Estado adjudicarse sin cuenta ni razón los bienes de Rozas?”.
El economista, Dr. José A. Terry (Ver ER N° 18, pág. 7) opinará: "El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador".
Todos deben respetar la ley
Para Rosas no había familiares, amigos o correligionarios, en lo que se refiere al cumplimiento de la ley, ellos no eran distintos a otros conciudadanos.
En el "Archivo Americano" N° 13 del 20 de julio de 1844, podemos leer: "... Aquellos parientes suyos que han querido usar en el Gobierno de su prerrogativas de familia, y que han contado sobre el afecto que Rosas les profesaba, para sobreponerse a la ley que él ha establecido, los ha puesto en prisión o desterrado: su hermano mismo se encontraba entre los refugiados en Montevideo".
Juan Manuel Beruti en "Memorias curiosas", relata los siguientes hechos, que demuestran la justicia de Rosas sobre la aplicación de sanciones a familiares y personal del ejército:
El primer caso corresponde a un hecho que involucraba a su hermana: "El juez de paz de la parroquia del Pilar dio cuenta al señor gobernador de algunas tropelías que había hecho su señora hermana, doña Gregoria, mujer de don Felipe Ezcurra, a algunos vecinos de la parroquia, y la contestación al juez del señor gobernador, que llegó a mis manos una copia que me facilitó un vecino a quien se la dio el juez, es la siguiente.
"Señor juez de paz de la parroquia del Pilar. Buenos Aires febrero 19 de 1844. Al alcalde del cuartel 47 don Francisco San Martín. El juez de paz que firma con fecha de ayer ha recibido un decreto de su excelencia el excelentísimo señor gobernador de la provincia brigadier don Juan Manuel de Rosas del tenor siguiente. Febrero 17 de 1844. Vuelva al juez de paz de la parroquia del Pilar para que cumpliendo con sus obligaciones quite por la fuerza el caballo, lo entregue al que lo cobra con suficiente poder y haga saber a doña Gregoria Rosas el serio desagrado del gobernador de la provincia por su avanzada, atrevida, insolente conducta, y que será tratada como merece, si vuelve a faltar en lo menor a los respetos debidos por las leyes a las autoridades; y respecto del alcalde, reconvéngasele severamente, por haber dejado ultrajar y atropellar brutalmente la autoridad que inviste sin haber llenado sus deberes. Hágase saber por el enunciado juez de paz esta resolución al indicado alcalde; y a doña Gregoria Rosas, apercibiéndose a ésta seriamente en orden a su conducta ulterior; y lo transcribe a usted para conocimiento, y dejar cumplida la superior disposición. Dios guarde a usted muchos años. Domingo Diana".
El otro caso es la sanción que se aplica a un general del ejército: "El 10 de diciembre de 1847. Por decreto de este día ha sido don José María Oyuela destituido del empleo de general que obtenía en los ejércitos de la república y borrado de la lista militar por haber insultado a las seis de la tarde en la calle pública del Perú el día 20 de noviembre último al señor encargado de negocios y cónsul general de S. M. F. la reina de Portugal, comendador don Leonardo de Souza Leite Acevedo, resultando de haber quedado dicho señor Souza maltratado de un golpe en la cabeza con una fuerte contusión, que recibió de un golpe que le dio con el cabo de un chicote (rebenque) un hombre que en momento se le acercó de a caballo, que no conoció, y echó a correr diciendo al pegarle este pícaro portugués ha de querer ser primero que un general de la nación; pues la disputa fue, por querer al encontrarse uno y otro, ser preferido al pasar la vereda con la derecha; pero se averiguó que Oyuela lo hizo con prevención que tenía al cónsul portugués".
Otro caso, de los muchos que pueden señalarse es la de José Rivera Indarte. Este singular personaje del cual ya me ocupé en el artículo "La reencarnación de Rivera Indarte... y otras mentiras sobre Rosas", publicado en el N° 12 de este periódico, fué un fervoroso y exaltado federal y rosista a tal punto que escribió entre otras piezas el "Himno Federal", el "Himno de los Restauradores", además de escribir en varios periódicos de Buenos Aires, donde toda alabanza a los federales a Rosas es poca, incluso publicó una biografía del Gobernador, con el retrato de este al frente. Creyendo que su adhesión al sistema federal y a Rosas, lo ponían a salvo de todo, cometió varios delitos por los cuales primero fue separado de la Universidad en setiembre de 1831, a la que reingresó a su petición para "recuperar su honor", a mediados de 1832. Posteriormente fue acusado de robar la corona de la Virgen de Nuestra Señora de las Mercedes y de otros hurtos y fué puesto en prisión en un pontón. Después de recobrar la libertad se exilió en Montevideo y desde allí, como por arte de magia se puso al servicio de los unitarios y desde entonces comenzó a escribir contra quien tiempo antes había alabado de todas formas.
La exaltada adhesión de Rivera Indarte al sistema federal y a Rosas, no lo puso a cubierto o a salvo de la sanción penal que le cupo por haber violado la ley.
Podemos afirmar también que el Gobernador de Buenos Aires, era más estricto respecto de los federales que con los enemigos unitarios.
Rosas asume responsabilidades
Previo a la ejecución de la joven Camila O'Gorman y del cura Gutiérrez -lo que será objeto de un artículo que publicaremos en el futuro en este periódico-, Rosas se hizo asesorar por varios juristas, -entre ellos por Vélez Sársfield-, para determinar si correspondía la aplicación de una pena y cuál sería la misma, quienes le aconsejaron y dictaminaron la aplicación de la pena capital. No obstante ello, pasado ya varios años Rosas asumió su única, total y absoluta responsabilidad por tal acto de gobierno, desvinculando a terceros de la misma.
Corría el año 1869, se encontraba en ejercicio de la presidencia de la Nación, Domingo F. Sarmiento, su ministro del Interior era el Dr. Dalmacio Vélez Sársfield, quien era cuestionado por la prensa opositora que le imputaba su participación veinticinco años atrás en aquél lamentable dictamen.
Vélez Sársfield para despegarse de la situación, requirió la intervención de la Sra. Josefa Gómez, amiga del exgobernante, con quien mantenía asidua correspondencia. En la contestación a la carta en la que Gómez le requería mayores precisiones sobre aquella cuestionada decisión, Rosas le contestó el 2 de setiembre de dicho año: "No es cierto que el señor doctor don Dalmacio Vélez Sársfield, ni alguna otra persona, me aconsejara la ejecución de Camila O’Gorman y del cura Gutiérrez. Durante presidí el gobierno provincial bonaerense encargado de las relaciones exteriores, y con la suma del poder por la ley goberné puramente según mi conciencia. Soy pues, único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como los malos, de mis errores y de mis aciertos".
Rosas no era de tirar la piedra y esconder la mano, actitud muy común entre los gobernantes y funcionarios de todas las épocas, sobre todo cuando de medidas desacertadas o antipopulares se refiere, porque por el contrario, para los aciertos los "responsables" se multiplican.
Continuará