viernes, 1 de junio de 2012

Hipólito Bouchard

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 23 - Junio 2012 - Pags. 14 a 16 

Corsarios de la Independencia sudamericana

Primera Parte: Hipólito Bouchard

                                                                       Por la Prof. Beatriz C. Doallo


Corsarios americanos
Hipólito Bouchard

La palabra corso es italiana y significa carrera veloz. Se la relaciona a la rapidez de las naves de los corsarios, tanto para aparecer por sorpresa y atacar otro navío o una ciudad marítima como para escapar de ser apresados. Eran piratas con un barniz de legalidad otorgado por alguna nación que consideraba rentable participar de las ganancias del saqueo. A cambio, reyes o gobernadores permitían que la nave exhibiera su bandera y la patente de corso, protegiéndolos de la horca a la que se condenaba a los piratas.

En la Constitución argentina de 1853, el artículo 86, inciso 18 del Capítulo III incluyó entre las facultades otorgadas al Presidente de la Nación la de conceder la patente de corso, pero ya desde la Revolución de Mayo nuestro país tenía corsarios.

André Paul Bouchard nació en Bermes, cerca de Saint-Tropez, el 15 de enero de 1782. Muy joven se incorporó a la marina mercante de Francia y fue después segundo comandante de un buque corsario francés. Participó en batallas contra los ingleses durante las guerras napoleónicas y en 1809 llegó a Buenos Aires en uno de sus viajes de corso, le gustó el país, hizo amistades y se quedó aquí. Lo llamaban Paulito o Polito, de donde surgió el Hipólito con el que entró por la puerta grande de nuestra historia.

Los patriotas necesitaban marinos y el 1º de febrero de 1811 entregaron a Bouchard la capitanía del bergantín “25 de Mayo” con 108 hombres y 18 cañones. Formó parte de la primera escuadrilla naval al mando de Juan Bautista Azopardo, derrotada el 2 de marzo en el combate de San Nicolás.

Se constituyó una segunda escuadrilla, Bouchard recibió el mando de otro navío, el “Santo Domingo”, pero nunca entró en acción ya que poco después se firmó un armisticio y se desmanteló la escuadra.

En 1812  Bouchard casó con una joven porteña, Norberta Melo, al tiempo que José de San Martín preparaba en el Retiro el Regimiento de Granaderos a Caballo. Frustrado como marino, Bouchard decidió ser soldado: se enroló, fue aceptado y se lo nombró teniente. El 3 de febrero de 1813, durante el combate de San Lorenzo, se destacó por su valentía, se apoderó de la bandera realista, y la Asamblea Constituyente lo premió otorgándole la ciudadanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata y el grado de capitán de Granaderos.

Con el Regimiento de Granaderos Bouchard cruza los Andes y combate en el Ejército del Alto Perú. En 1814  el Director Supremo, Carlos María de Alvear, lo da de baja -díjose que contra su voluntad- y lo hace regresar a Buenos Aires. Alvear había decidido utilizar la ley sobre patentes de corso heredada de España y armar una flotilla corsaria con la fragata “Hércules”, capitaneada por el marino irlandés Guillermo Brown (1777-1857), y las corbetas “Halcón” y “Constitución”. Brown había sido nombrado teniente coronel de la incipiente armada nacional por el Director Gervasio Antonio de Posadas, tío de Alvear. Con la “Hércules” como nave insignia, y bajo las órdenes de Brown, Bouchard, puesto al mando de la “Halcón”, participa en la recuperación de la isla de Martín García y en la trascendental batalla de Montevideo. Siguiendo el plan de Alvear, Brown y su flotilla se trasladan al Pacífico en 1815 para realizar una expedición corsaria en apoyo del Ejército Libertador. Al atravesar el Cabo de Hornos se hunde la corbeta “Constitución”; las dos naves restantes atacan el 21 de enero de 1815 el puerto de El Callao, en el Perú, la mayor fortificación portuaria hispana en América del Sud. Brown y Bouchard hunden la fragata “Fuente Hermosa” y capturan otra, la “Consecuencia”. Ya con tres navíos, Brown decide atacar Guayaquil, pero cae prisionero y es Bouchard quien lo rescata actuando como hábil negociador. Suben hacia el norte hasta las islas Galápagos, donde Bouchard decide abandonar la expedición. Regresa a Buenos Aires el 8 de septiembre, entrega al gobierno la corbeta “Halcón” y la fragata “Consecuencia” y en noviembre es ascendido a Sargento Mayor de Marina.

Emilio Biggeri
La Argentina, Emilio Biggeri

En marzo de 1817 el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón otorga a Bouchard patente de corso y el mando de la fragata “Consecuencia”, rebautizada “La Argentina”, con la que, en junio de ese año, Bouchard atraviesa el Atlántico. Luego de doblar el Cabo de Buena Esperanza, encuentra frente a las costas de Madagascar naves de traficantes con las bodegas repletas de negros prisioneros condenados a la esclavitud. Bouchard pone en práctica la doctrina de la libertad sancionada por la Asamblea del año 1813, libera a los cautivos y, luego de combates contra piratas chinos y malayos, sigue viaje hacia las Islas Filipinas, dominio español. Desde el 13 de enero de 1818 y durante dos meses, bloquea Manila y hunde 16 buques españoles.

Desde Manila, Bouchard se dirige hacia Hawai, llega a Honolulú el 17 de agosto de 1818 y en ese puerto encuentra otra nave de pabellón argentino, la corbeta “Santa Rosa de Chacabuco”. Este barco también tenía patente de corso, pero su tripulación se había amotinado y luego de saquear aldeas chilenas y peruanas había vendido la nave al rey Kameha Meha 1º, monarca de las islas Sandwich. Bouchard devolvió lo pagado, cubrió los gastos en que habían incurrido los desertores, a cuyos cabecillas hizo fusilar, y fue más allá de sus atribuciones firmando, en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata, un convenio de amistad y colaboración con el rey, por lo que Hawai se convirtió en el primer país fuera de América en reconocer la soberanía argentina.

La intención de Bouchard era dirigirse hacia las posesiones españolas de California. Cometió el error de decirlo en voz alta en Honolulú; lo oyó un norteamericano, capitán de un ballenero, quien zarpó de inmediato y dio aviso al gobernador de la Alta California. De manera tal que el fuerte más artillado de Norteamérica lo estaba esperando en noviembre de 1818, cuando “La Argentina” y la “Santa Rosa de Chacabuco”  atacaron San Carlos de Monterrey, la capital. Los  españoles lograron capturar la “Santa Rosa” y, entusiasmados, festejaban el triunfo, en momentos en que Bouchard volvía a atacar, esta vez por tierra: se apoderó del fuerte y de la ciudad y los mantuvo en su poder durante una semana.

Después de este rotundo éxito Bouchard realiza, en enero de 1819, una seguidilla de ataques contra fortificaciones españolas en puertos que entonces eran de menor cuantía: Santa Bárbara, Acapulco, San Blas, Sonsonate y Realejo, que en la actualidad pertenece a Nicaragua. En el curso de esas incursiones captura otros dos barcos. Mientras repara daños en sus naves en una isla, Cedros, recibe noticias de Chile; en el país recientemente liberado, San Martín prepara la expedición emancipadora al Perú y necesita barcos para atacar, entre otras plazas fuertes, la principal, El Callao.

Bouchard decide colaborar con San Martín, pone proa hacia el sur con sus cuatro naves y llega el 9 de julio de 1819 a Valparaíso. Pero allí le aguarda una ingrata sorpresa: el general Bernardo O`Higgins, Director Supremo de Chile, ha decretado el embargo de todos los buques corsarios que llegaran a Valparaíso, a fin de enganchar  marineros para tripular la flota chilena en formación. Este decreto sirve de excusa al marino inglés Thomas Cochrane, a cargo del transporte naval del Ejército Libertador, para apresar a Bouchard y apoderarse de sus buques y del cuantioso botín que traen.

Bouchard permanece cinco meses encerrado en una prisión. Su antiguo camarada del Regimiento de Granaderos a Caballo -más tarde general- Mariano Necochea, se entera del hecho por tripulantes de “La Argentina” -entre los que se halla un joven de 19 años de nombre Tomás Espora- y  lo pone en libertad en una audaz operación tipo comando. Bouchard recobra el mando de “La Argentina”, que ha sido desmantelada y le han quitado el armamento para convertirla en carguero, y marcha al Perú sirviendo a la expedición como transporte de tropas.

Corsarios americanos

En febrero de 1822, bajo el Protectorado de San Martín tras la toma de Lima y del Callao, tres naves de guerra españolas -las fragatas “Prueba” y “Venganza” y la corbeta “Alejandro”- siguen siendo una amenaza cerca de las costas peruanas. Cochrane, comandante de la armada chilena, se lanza en su persecución pero los capitanes de las fragatas deciden entregarse en Guayaquil al gobierno del Perú. San Martín ordena que ambos navíos se unan a la recién creada flota peruana y que la fragata “Prueba” quede al mando de Bouchard.

En una carta a O'Higgins fechada el 26 de junio de 1822 San Martín le explica uno de sus proyectos: ...estoy resuelto, como he dicho a V. anteriormente, a que las fragatas Prueba y Venganza y la goleta Macedonia salgan de ésta a principios de agosto con destino a Europa a arruinar del todo el comercio español.”

Cuando nuestro prócer escribía estas líneas, América del Sud estaba libre de la dominación hispana desde México hasta el Cabo de Hornos. Solamente quedaban fuerzas realistas aisladas en Colombia y en la sierra peruana. Para acordar la convergencia de las tropas de Simón Bolívar y las de San Martín a efectos de barrer esos focos hostiles tiene lugar, en julio de 1822, la entrevista de Guayaquil entre los dos Libertadores, luego de la cual San Martín -usando la terminología política actual- se hace a un lado. La expedición corsaria a Europa no se realiza y Bouchard, bajo las órdenes del almirante inglés Martin George Guise, nombrado comandante de la armada peruana, continúa la campaña hasta que la batalla de Ayacucho, en 1824, pone fin a la guerra contra España. Guise se retira y Bouchard queda a cargo de la armada del Perú, donde se radica de manera definitiva. En 1831 anuncia su retiro y el gobierno del presidente Agustín Gamarra lo premia con la propiedad de una gran hacienda, “San Javier de Nazca”, cerca de la localidad de Palpa.

Bouchard rebautiza a la hacienda con el nombre de “La buena suerte”, la convierte en un establecimiento azucarero y dedica a su manejo el resto de su vida. Esta llega a su fin de forma trágica y paradójica: en enero de 1843 el corsario que liberó a centenares de africanos de una futura esclavitud, muere asesinado en el transcurso de una revuelta por un esclavo mulato.