jueves, 1 de septiembre de 2011

Atentados presidenciales a Figueroa Alcorta y de la Plaza

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año V N° 20 - Setiembre 2011 - Pag. 16 

Crónica de atentados (3ª. parte)

En la reseña de atentados a presidentes argentinos, que se publicaron en los dos últimos números de este periódico, se han detallado cronológicamente aquellos realizados contra Sarmiento (22/8/1873), Roca (1/5/1886) y Quintana (11/8/1905). El efectuado contra Quintana fue el primer acto de violencia anarquista hacia uno de nuestros mandatarios. La anarquía, sistema político y social según el cual el individuo debe liberarse de toda tutela gubernativa, y el comunismo, doctrina tendiente a colectivizar los medios de producción, a la repartición de bienes de consumo según las necesidades de cada uno y a la supresión de las clases sociales, saturaron muchas mentes europeas desde una treintena de años antes del fin del siglo XIX. La corriente inmigratoria iniciada en 1880 trajo a nuestro país, junto con miles de hombres y mujeres que buscaban paz y trabajo, a individuos portadores de ambas ideologías, que hallaron aquí fácil expansión a causa de los conflictos desatados por la insensibilidad de sucesivos gobiernos, interesados en el progreso económico de la nación pero indiferentes al reclamo popular por una mejor calidad de vida.

Atentados contra presidentes
Figueroa Alcorta


1) Una bomba para Figueroa Alcorta 

El Dr. Quintana falleció el 12 de marzo de 1906; le sucedió el vicepresidente, Dr. José Figueroa Alcorta, quien residía con su familia en una casa de la calle Tucumán 848. En el mes de febrero de 1908, en el interior de una canasta con frutas enviada a la esposa del Presidente se encontró una bomba rudimentaria, lista para estallar a determinada hora, cuyo mecanismo -un reloj despertador, papel de lija y fósforos- no funcionó. Al atardecer del 28 de febrero llegó el Dr. Figueroa Alcorta desde la Casa de Gobierno y al apearse del coche, un individuo que, fingiendo resguardarse de la  llovizna, estaba en el zaguán de la casa lindera, le arrojó un paquete y echó a correr. Del bulto salía humo y el Presidente atinó a alejarlo de sí con un golpe del pie y entrar rápidamente en su casa. El cochero, viendo que el  sujeto huía por la calle Tucumán, alertó con sus gritos a un policía, el oficial Luís Ayala, que caminaba por esa arteria. Ayala detuvo al agresor, que intentó herirlo con un cuchillo; logró desarmarlo y, con dos agentes que acudieron a su silbato, lo condujo a la comisaría. El paquete se estaba quemando, lo apagaron con un baldazo de agua y, examinado en la dependencia policial, resultó ser un cilindro de latón con clavos, remaches, balas de  revólver y frascos con ácidos; el artefacto pesaba 6 kgs. y no estalló porque el choque contra la acera no rompió los frascos, aunque los gases causaron el humo y el incendio de los papeles de diario en que estaba envuelto.

El detenido era un salteño de 21 años, de nombre Francisco Solano Rojas, obrero de la construcción y ex afiliado a una asociación gremial de índole comunista. La bomba, preparada en la habitación que alquilaba en la calle Avellaneda 352, la había llevado esa tarde en tranvía hasta la Casa de Gobierno para arrojarla al Presidente cuando ingresara a la misma. No pudo hacerlo porque el Dr. Figueroa Alcorta ya estaba dentro y decidió intentar el ataque en su domicilio de la calle Tucumán. Lamentó haber fallado en su propósito: eliminar al Presidente para que un cambio de gobierno solucionara la penosa situación de la clase obrera.

Enjuiciado, Solano Rojas recibió una condena a 20 años de prisión, reforzada con 10 días de reclusión solitaria en los aniversarios del atentado. En la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras trabó relación con Salvador Planas y Virella, el tipógrafo catalán que atentara contra el Presidente Manuel Quintana. El 6 de enero de 1911 Planas y Solano Rojas, junto con otros 12 presos, se fugaron por un túnel cavado en el jardín y nunca fueron recapturados.


Victorino de la Plaza - El doctor Confucio


2) Un “justiciero” contra “El doctor Confucio”

El 9 de agosto de 1914 falleció el presidente Roque Sáenz Peña y se hizo cargo del Ejecutivo el vicepresidente, Dr. Victorino de la Plaza. Ultimo representante del llamado “Régimen presidencialista” o simplemente “Régimen” -período que concluiría al entregar la presidencia a Hipólito Yrigoyen en 1916-  de la Plaza era una persona introvertida; su costumbre de hablar en voz muy baja y con los ojos entrecerrados le valió el apodo de “Doctor Confucio”.

El 9 de julio de 1916, en ocasión de cumplirse el primer centenario de la Independencia, presenciaba desde la Casa Rosada el desfile militar. Eran las tres y media de la tarde y pasaba la última formación del desfile cuando, de entre la multitud que llenaba la Plaza de Mayo, salió un hombre que disparó un tiro de revólver hacia el balcón en que estaba el Presidente. La bala dio contra una moldura, el individuo intentó disparar otra vez pero ya algunos circunstantes se apresuraban a desarmarlo. El agresor estuvo a punto de ser linchado y la policía debió esforzarse para rescatarlo, en tanto “el doctor Confucio” seguía presidiendo, inmutable, los actos conmemorativos.

En la comisaría, el sujeto, de nombre Juan Mandrini, porteño y soltero, alegó que su intento de asesinar al Dr. de la Plaza tenía por motivo vengar a Lauro y a Salvatto, a quienes consideraba injustamente ejecutados.

El caso de Lauro y Salvatto, dos pescadores, que, por encargo de la esposa de un  hombre adinerado, Carlos Livingston, asesinaron a éste de manera atroz y fueron condenados a muerte, había conmocionado a la opinión pública. La explicación de Mandrini ante las autoridades hizo dudar de su cordura; le hicieron pericias médicas que concluyeron en que padecía de poca capacidad de raciocinio pero tenía conocimiento de sus actos. Se le enjuició, no por tentativa de homicidio sino por disparo de arma de fuego, y lo condenaron a 1 año y 4 meses de cárcel. 

Algunos historiadores señalan que el Presidente ordenó liberar a su agresor por considerarlo un hombre enfermo. No fue así. Mandrini no estuvo en una cárcel sino que se lo mantuvo preso en una Alcaidía policial; el 1º de febrero de 1918, habiendo cumplido su condena, se lo puso en libertad.