Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 16 - Setiembre 2010 - Pag. 3
OPINIONES
El historiador João Pandiá
Calógeras nació en Río de Janeiro el 19 de junio de 1870 y falleció en Petrópolis, el 21 de abril de 1934.
Se graduó de ingeniero a los veinte años, fué geólogo,
político y destacado historiador brasilero.
Fué autor de la Ley
Calógeras, que regula la propiedad de las minas,
distinguiendo la propiedad del suelo y del subsuelo, estableciendo el derecho
del estado para la expropiación del subsuelo para su explotación. También estudió
la sustitución de la gasolina por el alcohol.
Fué diputado federal en varias oportunidades por Minas Gerais y también ministro de Agricultura, Comercio e Indústria en 1914 y de Hacienda en 1916. Reorganizó el Banco
de Brasil.
Integró varias misiones diplomáticas de su país a las 3º
y 4º Conferencias Panamericanas de 1906 y 1910 realizadas respectivamente en
Río de Janeiro y Buenos Aires y en 1918 formó parte de la delegación de su país
a la Conferencia
de Paz de Versalles, al término de la Primera Guerra Mundial.
Al retornar a su país, fué designado por el presidente Epitácio Pessoa como Ministro de Guerra, cargo que ejerció durante tres años
(1919-1922), siendo el primer civil en ejercerlo en la historia republicana del
Brasil. Al frente del Ministerio realizó una destacada labor de modernización y
ampliación del ejército, organizando las escuadrillas
de aviones de observación, bombardeo y caza e intensificando la construcción de
cuarteles, para lo cual contó con la colaboración de una misión militar
francesa.
En
1928, fue electo presidente de la Sociedad
Brasilera de Ingeniería.
En
1930 apoyó la candidatura a la presidencia de Gertulio Vargas.
Fue
autor de numerosas obras como “Las minas del Brasil y su legislación”, “La
política monetaria del Brasil”, “La política exterior del Imperio”, “Problemas
de gobierno”, “Problemas de administración”, “Nuevos rumbos económicos”,
“Concepto cristiano del trabajo”, “Formación histórica del Brasil”, etc.
Actualmente,
muchos establecimiento educativos del Brasil llevan su nombre en su homenaje.
Calógeras fue un hombre simple, que
vivió para servir lealmente a su país, muy adelantado a su tiempo y que dejó
profundas huellas en el escenario político, administrativo y cultural.
He aquí la opinión de João Pandiá Calógeras, sobre Juan Manuel de Rosas,
volcada en su obra “Formação Histórica do Brazil”
La campaña de panfletos, artículos de
diarios, revistas, libros, inundó América y Europa, y consiguió colocar a la Argentina, a sus
autoridades, y principalmente a su dictador bajo la apariencia de una tierra de
monstruos inauditos. Contra esto protestaban los ministros diplomáticos, tanto
europeos como americanos, mostrando las mentiras de las acusaciones y demostrando
que numerosos compatriotas suyos vivían y prosperaban en la paz y el progreso.
Estadísticas eran publicadas probando el rumbo creciente de la riqueza del
país. Documentos eran divulgados evidenciando que, en los guarismos de las
terribles hecatombes que se decían efectuadas por el rosismo, figuraban las
bajas de los combates entre las parcialidades contendoras, y estas mismas muy
aumentadas; que muchas personas indicadas como asesinadas, estaban
perfectamente vivas y en absoluta salud y tranquilidad. Nada de eso valió para
detener la calumnia, y hasta el día de hoy Rosas es tenido como el más vil de
los degolladores.
«La Sociedad Restauradora»
contaba en su seno ciudadanos prominentes de la capital. Es posible y natural
que incluyese algunos facinerosos y fanáticos. En momentos de exaltación
pública y de despiadada exacerbación de pasiones, hay siempre una turba de
criminales y de malhechores que emerge de los «bas-fond» de la sociedad,
prontos a los peores excesos, sin que para tal cosa necesiten incitaciones,
órdenes o instrucciones de los jefes autorizados de los movimientos políticos.
La honra de la Historia exige que sean
revistos tales juicios difamatorios. Sin duda el período era de crueldad y de
ausencia de piedad; mas ocurrían tales crímenes en ambos grupos partidarios, y
en cuanto a Rosas, parece haber tenido uno de los corazones menos caldeados en
la práctica de tales horrores, de los más propensos a evitar el sufrimiento
humano. La base de las acusaciones, de las mentiras y exageraciones se encuentra
en el odio de partido, en el «o’te-toi de lá que je móy mette», el venenoso
rencor de enemigos de espíritu mezquino incapaces de hacer lo que él realizó.
Ciertamente que no era un jefe blando
o de manos leves: poseía un genio voluntarioso, un carácter incapaz de
doblegarse; era cruel como todos sus semejantes en esa época en la Argentina. Pero
era también un estadista, un hombre de ideales y de ejecución, cualidades que
no se encuentran tan frecuentemente como sería de desear.
Los principales autores de ese
ambiente de exageraciones y calumnias fueron los miembros de la «Comisión
Argentina» unitaria, de Montevideo. Entre ellos se hallaban hombres de alto
valer por su cultura, talento y coraje. Cegábalos empero la pasión partidaria.
Es posible probar que traicionaron a su patria, apelando a la invasión
extranjera y al oro francés para vencer a su propia tierra natal, con el solo
propósito de cumplir sus miras egoístas de militantes de un grupo político.
Rosas entre tanto, defendió la libertad e independencia y el respeto propio de la Confederación.