Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 15 - 25 de Mayo de 2010 - Pags. 12 a 14
EDICION DEL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
Grupos políticos y sociales en Buenos Aires hacia 1810
Por el Dr. Sandro F. Olaza Pallero
Cabildo Abierto, Óleo de Juan Manuel Blanes |
1. Introducción
Como bien dijo Ricardo Zorraquín Becú:
“Todo acontecimiento
político es la obra de un grupo humano que lo prepara y lo realiza, y que
también procura justificarlo ante los demás”. Ya, en los festejos del
Bicentenario de
2. Las fuerzas sociales
tradicionales
En
las provincias del Río de
Pueden reducirse a tres las fuerzas
que gravitaron permanentemente en las provincias de
a)
b) La segunda fuerza social que mantenía la cohesión y dirigía la existencia de
las comunidades indianas fue la administración real. En forma similar a todo
sistema de gobierno, existía en el nuevo mundo una organización burocrática en
contacto más o menos estrecho con la población.
c) La tercera fuerza social, con presencia en el régimen indiano estaba formada
por los vecinos principales y por los cabildos, que eran su órgano de
expresión. El derecho de vecindad era un estado social respetable. Se obtenía
siendo domiciliado en una ciudad, como jefe de familia y propietario urbano.
Para desempeñar oficios concejiles no podía “ser elegidas ningunas personas,
que no sean vecinos, y el que tuviere casa poblada, aunque no sea encomendero
de indios, se entienda ser vecino” (Recop., 4, 10, 6).
El pueblo quiere saber de qué se trata. Óleo de Ceferino Carnacini |
3. Los grupos sociales porteños
a principios del siglo XIX
El
equilibrio se perdió bruscamente en el último tercio del siglo XVIII. Sus
causas fueron la expulsión de
Todo ello obligó al fortalecimiento
del Estado y a ampliar la maquinaria burocrática –medidas típicas de los Borbones
descendientes de Luis XIV– en detrimento de
La rivalidad se agudiza en las épocas
del marqués de Sobre Monte y Santiago de Liniers, a lo largo de un proceso que
conduce al motín del 1° de enero de 1809. Esta última fue una tentativa
realizada por los integrantes más encumbrados de la sociedad porteña para lograr
la exclusividad de un poder que consideraban peligrosamente detentado.
Los miembros del cabildo desterrado
fueron Martín de Álzaga, alcalde de primer voto; Esteban Villanueva, síndico
procurador; Olaguer Reynals, comandante de catalanes y alférez real; Francisco
Neyra y Arellano, capitán de gallegos, y Juan Antonio de Santa Coloma, capitán
de vizcaínos, ambos regidores. El fracaso del movimiento produjo el
desprestigio del cuerpo capitular y la dispersión de sus miembros, quienes no
pudieron gravitar mayormente en los sucesos de 1810.
Una carta anónima, dirigida a
Francisco Juanicó el 26 de mayo de 1810, dice que “Álzaga no quiso asistir [al cabildo] por estar
arrestado, aunque los patricios lo fueron a convidar”. Es digno de
destacar que, ese grupo estaba constituido casi exclusivamente por comerciantes
que dirigían a la vez el cabildo y el consulado, aunque accidentalmente fueran
también comandantes de los cuerpos formados por peninsulares.
El episodio del 1° de enero de 1809
puso en evidencia las transformaciones que se produjeron durante los últimos
años de la dominación hispánica entre los sectores dirigentes de la vida
bonaerense. Si los vecinos más destacados fuero vencidos –y con ellos las
tropas peninsulares que los apoyaban y que fueron disueltas–, no por ello quedó
prestigiado el gobierno, cuya incapacidad para defenderse fue notable.
Los ganadores indiscutibles fueron los
militares agrupados en los batallones criollos, es decir, un elemento social
nuevo que hasta entonces no figuraba como factor real de poder. El ejército en
la época colonial estaba formado por milicias constituidas por los mismos
vecinos o por sus familiares, o bien lo integraban tropas regulares cuyos
mandos –ya profesionales– pertenecían naturalmente a la organización administrativa
y a la clase de los funcionarios.
Además, eran los virreyes quienes
tenían el mando de esas tropas, diseminadas generalmente a lo largo de las
fronteras para prevenirse de los ataques portugueses. La aparición de aquella
nueva fuerza militar obedece a un conjunto de factores que al ubicarlos en
posición tan destacada la convirtió en el árbitro de los acontecimientos.
Las invasiones inglesas provocaron la
militarización de la sociedad en cuerpos militares organizados por su
procedencia y etnias. Sus jefes fueron nombrados por elección, convirtiendo a
esa organización en una democracia militar, a decir de Bartolomé Mitre.
Por último, la falta de comunicación fluida con la metrópoli y la imposibilidad de ésta de enviar tropas –por ser indispensables para luchar contra los franceses– hicieron que el ejército regular en Buenos Aires quedara reducido a muy pocas plazas. El 24 de mayo de 1810, las fuerzas de los regimientos Fijo y Dragones ascendían a 371 hombres, mientras que los regimientos urbanos tenían en la misma fecha, un total de 2979 hombres.
Este cúmulo de circunstancias convirtió naturalmente a los cuerpos de Patricios
y Arribeños en un factor de poder con el cual tenían que contar las autoridades
para defenderse y los revolucionarios para triunfar. Pero su misma importancia,
y la gravitación que habían tenido sus jefes en sucesos anteriores, dieron a
esos grupos la sensación de que ellos podían dejar de ser un elemento dirigido
para convertirse realmente en un factor de dirección.
Los batallones criollos estaban
formados por jóvenes de todas las clases sociales, reunidos por un común
sentimiento patriótico que los impulsaba a defender su tierra de los enemigos
exteriores. En 1810 estos grupos militares van a ser el factor decisivo en la
conquista del poder.
No fue este último el único elemento
nuevo que surge en el virreinato, y sobre todo en Buenos Aires, al final de la
dominación hispánica. Otros núcleos, que no identifican ni confunden con el
vecindario capitular y que tampoco son exclusivamente criollos, aparecen en el
cambiante escenario social aportando su mayor cultura y notorias preocupaciones
políticas.
La mayor riqueza, el boato de los
funcionarios y las comunicaciones más frecuentes con Europa despertaron un
ansia de progreso y de elevación que, en muchos casos, trató de satisfacerse
con el grado universitario. Entonces, dentro de una población cada vez más
numerosa y más rica, aparecen personalidades que se elevan gracias a su
preparación, capacidad o fortuna, hasta firmar todas ellas –a veces sin
advertirlo– un sector que trataba de igualar a los más encumbrados de la
sociedad.
Se puede afirmar que es la clase
media, o bien, adoptando una terminología universalmente aceptada, son los
burgueses que aspiran a sobresalir. Este cambio se había dado en Europa y no
extraña que sucediera también en Buenos Aires de principios del siglo XIX,
auspiciado por una literatura que critica los privilegios de la nobleza y
exalta en cambio los valores intelectuales.
Los nuevos elementos son generalmente
universitarios –abogados, médicos, escribanos y también sacerdotes– imbuidos
del ideario de
Tampoco son militares, sino excepcionalmente, constituyen una fuerza distinta que va a destacarse por su cultura y por la difusión de un pensamiento modernista e innovador, en medio de una sociedad que hasta entonces carecía de preocupaciones intelectuales. Belgrano y Castelli eran hijos de italianos; Moreno y Vieytes de inmigrantes españoles; Larrea y Matheu eran catalanes.
La superioridad de su cultura les daba argumentos suficientes para querer
participar en la conducción del país, al cual veían dirigido por funcionarios o
grupos con menos capacidad sin la formación que ellos consideraban
indispensable. Entre tanto, ocupaban cargos secundarios o desempeñaban sus
respectivas profesiones, sin dejar por ello de difundir la ideología iluminista
en los periódicos que fundaron.
Mientras los criollos, que
generalmente integraban los cuadros miliares, pretendían ya la emancipación de
su país y la exclusividad de su gobierno, los burgueses sólo aspiraban a
participar del poder, con el objeto de aplicar el ideario reformista que
simultáneamente estaban aprendiendo y divulgando. En el primero de esos grupos
es fácil ubicar a quienes lucharon contra los ingleses y luego defendieron a
Liniers frente al cabildo (Cornelio de Saavedra, Juan Martín de Pueyrredón,
Martín Rodríguez, los Balcarce, Viamonte, etc.).
Los más activos, y los que
evidenciaron mayor decisión en su empeño por lograr un cambio político, estaban
dirigidos por Belgrano y Castelli, y sus reuniones se verificaban en las
residencias de Rodríguez Peña y Vieytes. Paralelamente otros, como Moreno,
Larrea y Matheu, intervenían en el movimiento del 1° de enero de 1809,
tendiente a formar una junta de gobierno similar a las de España, manteniendo
el influjo del grupo capitular.
Y mientras éstos últimos se atraían,
por esa misma actitud, la inquina de los militares, Belgrano y los suyos
lograban aproximarse a los jefes patricios a raíz de la tentativa –efectuada en
julio de 1809– de resistir la asunción del mando por Baltasar Hidalgo de
Cisneros. Martín Rodríguez en su Memoria, da la lista de las personas que se
reunieron en su casa y luego en la de Rodríguez Peña los días 19 y 20 de mayo.
En ella figuran Saavedra, Francisco
Antonio Ocampo, Florencio Terrada, Viamonte (todos jefes militares), Belgrano,
Castelli, Beruti, Chiclana, Juan José y Francisco Paso, Vieytes y Donado. Cabe
aclarar que no es posible establecer una absoluta separación entre cada uno de
esos grupos políticos y sociales, en una población diminuta y compacta como lo
era Buenos Aires.
Pero es evidente que si se trata de analizar con cierta precisión el ambiente de 1810, no es posible dejar de tener en cuenta la influencia respectiva de esos sectores más elevados, ni la aparición de un grupo que responde a un fenómeno entonces universal que se ha llamado, precisamente, la revolución burguesa del siglo XVIII.
Primera Junta de Gobierno |
Jorge
María Ramallo, al profundizar el estudio de los grupos políticos
revolucionarios, distingue tres corrientes, que se fueron delineando a partir
de las invasiones británicas y dieron cuenta, en distintas ocasiones, de sus objetivos.
Un primer grupo, conducido por Álzaga,
estaba integrado principalmente por españoles europeos –como Larrea y Matheu–,
pero contaba con adherentes criollos –como Moreno y Julián de Leiva–. Su
objetivo era la defensa del virreinato contra la dominación extranjera y su
plan de independencia estaba condicionado a la pérdida de España o al
predominio de los españoles europeos.
El segundo grupo, liderado por
Castelli –integrado por Belgrano, Vieytes y Paso–, intentó llegar a la
independencia utilizando vías distintas, según las ocasiones. Ya sea entrando
en contacto con los jefes de la invasión británica, o posteriormente
propiciando el plan de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de
Fernando VII, para finalmente coincidir con el tercer grupo en mayo de 1810.
El tercer grupo era liderado por
Cornelio Saavedra, el de los “Patricios”,
originado en la lucha contra los ingleses y fortalecido en la defensa del
virrey Liniers durante los sucesos del 1° de enero. Este grupo tuvo papel
decisivo en mayo de 1810, junto con el anterior.
Ramallo al estudiar la composición de
Según Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo
Martiré, se discute acerca de la intervención del pueblo en este movimiento, y
aunque el problema no ha sido enfocado en todos los casos desde un mismo punto
de vista, conviene en señalar algunas opiniones de nuestros historiadores.
Para Ricardo Levene, fue una “minoría dinámica…con capacidad de
irradiación sobre la inmensa masa”. Ricardo Zorraquín Becú dijo que
el pueblo no tenía función alguna dentro de los resortes legales, salvo el hecho
de que con su número pudiera ejercer presiones sobre las autoridades. Roberto
H. Marfany reduce los alcances del hecho a un “pronunciamiento militar”, dado que fue en
los cuarteles donde se incubó el movimiento, y sostiene que tanto la
instalación de
5.
Conclusión
Del cabildo abierto cuya doctrina
política era acorde a la tradición espiritual e intelectual española, surgió
Para libertarnos / de las Anarquías / y
los Francmasones / de
Fuentes:
MARFANY, Roberto H., El cabildo de Mayo,
Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1961.
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRÉ, Eduardo, Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Librería Histórica Perrot, Buenos Aires, 2005.
ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo, “Los grupos sociales en