Por la Profesora Beatriz
Celina Doallo
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Medalla acuñada con motivo del Centenario (1) |
Félix Rubén García Sarmiento entró en el
Parnaso literario con el nombre de Rubén Darío (1867-1916). Su estilo original,
el ardiente lirismo de su poesía, ejerció notable influencia sobre la
literatura universal. Nicaragüense, amaba a la Argentina donde pasó
extensos períodos; su ofrenda a la nación americana que festejaba sus primeros
cien años de libertad consistió en concluir su poema “Canto a la
Argentina”, abandonado y retomado largo tiempo. En esos
versos Darío hace una vehemente apología del rol de la inmigración europea en
el progreso del país. Aludiendo a la conflictiva situación socio-económica y
política en Europa, incita a los extranjeros a venir a estas tierras, donde la
paz reinante es promisoria de pacífico futuro para quienes lleguen dispuestos a
sumar su esfuerzo.
¡Exodos!¡
Exodos! Rebaños / de hombres, rebaños de gentes / que teméis los días huraños, /
que tenéis sed sin hallar fuentes / y hambre sin el pan deseado, / y amáis la
labor que germina, / los éxodos que han salvado: / ¡hay en la tierra una
Argentina! / He aquí la región del Dorado, / he aquí el Paraíso terrestre...”.
Según censos y estadísticas, en 1910 el país
tenía 6.586.022 habitantes, de los
cuales 1.314.163 residían en Buenos Aires.
La mayor cantidad de inmigrantes era italiana, casi 1.000.000, con alrededor de
800.000 españoles en segundo lugar.
En un territorio de 2.776.655,5 Km2 -no se
incluían los 11.960 Km2 del Archipiélago de las Malvinas- había 20 millones de
hectáreas sembradas con trigo, lino y maíz. La producción totalizaba 1.200
millones de pesos, de los cuales 30 millones correspondían a carnes enfriadas;
el resto concernía a 700.000 toneladas de harina, 100.000 toneladas de azúcar y
400 millones de litros de vino de Cuyo. La red de ferrocarriles comprendía
27.715 kms., en un 90% privados; ya existían las terminales ferroviarias de
Retiro y del Once. El telégrafo serpenteaba desde la capital hacia la pampa y
las provincias del litoral, el noroeste y la zona mediterránea. Se
contabilizaban 30.000 talleres y pequeñas fábricas, las Pymes de entonces, con
300.000 obreros. Desde 1907 se conocía la existencia de petróleo en Comodoro
Rivadavia: una perforación para extraer agua había hecho surgir el oro negro y
se iniciaba su extracción. El tendido eléctrico cubría la ciudad de Buenos
Aires con focos de alumbrado público y se extendía a las localidades aledañas.
El adelanto edilicio era notable, sobre todo
en la capital y ciudades importantes del interior. En Buenos Aires se habían
inaugurado el Palacio del Congreso en1906 y el teatro Colón el 25 de mayo de
1908; estaban muy avanzadas la construcción del Puerto Nuevo y la canalización
del Riachuelo.
El gobierno preparaba desde 1908 el programa
de festejos del Centenario de la
Revolución de Mayo; se encargaron obras a diversos artistas,
destacándose los cuadros realistas de Cesáreo Bernaldo de Quirós y los
impresionistas de Fernando Fader. Se alentaba a la población a entonar el Himno
Nacional en actos deportivos, estudiantiles, reuniones académicas y mitines
partidarios; se daban conferencias en las plazas para explicar el significado
de la conmemoración de Mayo, lo que hoy se llama “concientizar a las masas”.
Se engalanaba a Buenos Aires. Un artículo del
diario La Prensa, en los primeros
días del mes de mayo de 1910, informaba que
“para el jueves próximo se piensa tener terminada la colocación de los arcos de
luz y alegóricos en la Avenida
de Mayo, calles Florida, Pellegrini, Irigoyen y bulevar Callao. Las plazas
serán adornadas con arcos de luz y profusamente embanderadas. Es urgente que la Municipalidad
termine la colocación de los cables que tiende debajo de las aceras de la Avenida de Mayo, a fin de
que los propietarios puedan tener tiempo para colocar aquellas en buenas
condiciones durante el transcurso de la semana. Se nota verdadera emulación en
el comercio para presentar los frentes más vistosos.”
Desde el 17 de noviembre de 1909 era Jefe de
Policía el coronel Luis J. Dellepiane, a quien el Ejecutivo instó a prevenir
cualquier hecho que pudiera perturbar los actos programados para la celebración
del Centenario. La cantidad de efectivos policiales resultaba insuficiente; un
decreto creó 900 plazas de vigilantes, 100 de bomberos y 90 de agentes de Investigaciones,
con lo que se reforzó el personal y se atendieron los actos oficiales,
desfiles, espectáculos y festejos populares. Muchos ciudadanos se presentaron
espontáneamente a la Jefatura
de Policía ofreciendo su concurso material para secundar la acción de los
efectivos durante los actos y fiestas; Dellepiane aceptó esta ayuda e instituyó
“La Policía del Centenario”, munida de una
credencial para ser reconocida en cualquier intervención.
Las autoridades ponían todo el empeño en
hacer realidad las estrofas del “Canto a la Argentina”
entregadas por Rubén Darío:
“Argentina,
el día que te vistes / de gala, en que brillan tus calles / y no hay aspectos
ni almas tristes / en alturas, pampas y valles...”
Pero nuestro país, pese al adelanto,
continuaba siendo, fuera de los límites de la ciudad de Buenos Aires,
territorio de caudillos que lo manejaban a su arbitrio, y en capitales y
ciudades de provincias no había tanto entusiasmo ni se destinó al Centenario
tanto presupuesto; incontables municipios limitaron el festejo del día 25 a izar la bandera en el
mástil de la plaza principal, entonar el Himno si habían conseguido una
fanfarria militar para la música, y un discurso del Intendente, si éste había
conseguido quien se lo escribiese.
El año 1910 no comenzó bajo los mejores
auspicios. La aparición del cometa Halley y el temor de que el 11 de enero
colisionara contra la Tierra,
destruyéndola, causó una ola de suicidios. Pasado el susto, la atención se
trasladó al Colegio Electoral -antecesor de la ley Sáenz Peña- y la elección
presidencial a realizarse en marzo. Tras el fallecimiento, el 12 de marzo de
1906, del Dr. Manuel Quintana, presidía la república el cordobés José Figueroa
Alcorta, cuyo objetivo era acabar con “el
régimen”, la hegemonía del general Julio A.
Roca. El ex mandatario intentó una coalición con Hipólito Yrigoyen, jefe
de la Unión Cívica
Radical y promotor de un conato revolucionario en 1905, pero finalmente la U.C.R. se abstuvo y logró el
triunfo la fórmula del partido Unión
Nacional impulsada por Figueroa Alcorta; Roque Sáenz Peña y Victorino de la Plaza asumirían el 12 de
octubre de 1910.
Entre el cometa y las elecciones pasó casi
desapercibido el primer vuelo de un avión en el país: el 6 de febrero de 1910
un aviador, Ponzelli, se elevó 10 metros en un recorrido de 200.
Aunque todas las presidencias tienen sus
buenos y malos momentos, a la de Figueroa Alcorta le cupo, siquiera hasta la
mitad del siglo XX, el dicho popular de que
“le tocó bailar con la más gorda”. Presidía una nación que, de acuerdo a
los parámetros de la época, ocupaba el 7º lugar entre las más progresistas del
mundo. Un país agroexportador cuya capital exhibía opulencia y optimismo, y
también grietas y fisuras del descontento de amplios sectores excluídos. El
impulso substancial a nuestro desarrollo se debía a la mano de obra de la
inmigración. Pero junto con labriegos, operarios y profesionales europeos había
llegado la plaga que también asolaba al Viejo Continente: el anarco-
sindicalismo, el anarquismo creando organizaciones so pretexto de resguardar
los derechos de la clase trabajadora, o infiltrándose en las asociaciones ya
existentes. En Buenos Aires y Rosario halló un buen caldo de cultivo, no en los
inmigrantes llegados desde 1880 sino en los hijos de éstos, hacinados en
conventillos y con problemas salariales y de sanidad. La lucha del proletariado
contra el capital se tornó violenta: se distribuían abiertamente una treintena
de periódicos anarquistas, ocurrieron atentados, incendios, y huelgas que
afectaron la economía, principalmente la de los obreros que perdían jornales.
En 1907 hubo 254 paros, 151 en 1908 y la cifra iba en ascenso en 1909 cuando el
1º de mayo, celebrando el Día del Trabajo, una manifestación de 2000 hombres
desató graves disturbios en la plaza Lorea. Duramente reprimidos por la Policía Montada,
apodada despectivamente “los cosacos”,
el saldo fue de cinco manifestantes muertos a balazos y medio centenar de
heridos. El gobierno dictó el estado de sitio, centenares de agitadores fueron
encarcelados, y el coronel Ramón L. Falcón, entonces Jefe de Policía, envió al
Ejecutivo un proyecto de modificación de las leyes de Residencia, Ciudadanía y
de Legislación sobre Delitos de Imprenta. La aprobación de estas reformas causó
la expulsión de muchos extranjeros, hizo de Falcón el peor enemigo de los
anarquistas y el desquite no se hizo esperar.
El 14 de noviembre Falcón asistió, en el
Cementerio de la Recoleta,
al sepelio de Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional.
Al regreso, en carruaje abierto y en compañía de su secretario, Alberto
Lartigau, de 20 años, Simón Radowisky, un joven anarquista, arrojó una bomba
dentro del coche, matando a ambos.
Este era el contexto en que se gestaba la
celebración del 25 de mayo de 1910. Quienes revivimos el Campeonato Mundial de
Fútbol de 1978 recordamos que en esos días en que nuestro país centraba la
atención universal por el evento deportivo, mientras internamente transcurrían
tiempos aciagos de atentados y represión, al pueblo no le preocupaba mucho el
resultado del campeonato; la tensión estaba puesta en desear “que no pase nada malo”. Por lo que
resulta comprensible que hubiera notorio desinterés popular por la celebración
del Centenario: se temía violencia. Mayo de 1910 tuvo su cuota de disturbios,
pero de menor cuantía y casi todos promovidos por estudiantes. Aún hubo otro
susto provocado por el cometa Halley antes de marcharse, cuando el 18 de mayo
nuestro planeta atravesó su cola, aunque sin consecuencias.
Las autoridades ultimaban los preparativos y
atendían la llegada de los delegados extranjeros. Había que agasajar con
banquetes, paseos y recepciones a cincuenta embajadores enviados desde otros
tantos países. La infanta española Isabel de Borbón llegó en el vapor “Alfonso XII”, y se convirtió en el
personaje del año. Al diputado francés Georges Clemenceau, apodado “El tigre”, lo entusiasmó nuestro
Zoológico y criticó el centro de la capital “demasiado
obstruído por carruajes”. Al físico italiano Guillermo Marconi, inventor de
la telegrafía sin hilos, lo homenajearon la comunidad científica argentina y la
colectividad italiana.
El día 25 hubo
un soberbio desfile militar y una fastuosa velada en el teatro Colón, pero el
festejo no concluyó ahí; ya con menos visitantes, el Centenario siguió
celebrándose hasta fines de mayo. De los muchos obsequios que recibió el país
por sus primeros cien años de emancipación, todavía seguimos admirando -y
utilizando- el que trajo la
Infanta Isabel en la bodega del “Alfonso XII”: los hermosos sillones que adornan el Salón Dorado
del teatro Colón.