Por el Dr. Oscar J. C. Denovi
En mayo de 1808, apenas iniciado el
mes, se producirá un acontecimiento de la historia europea, que no tendrá
parangón con ningún otro ocurrido antes de esa época, ni después de ella.
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Napoleón Bonaparte (A) |
La causa de ese fenómeno, será el por
entonces secular enfrentamiento entre Inglaterra y Francia, y que se verá
reforzado por el fortalecimiento político experimentado por la Francia con el ascenso de
Napoleón al poder, que alimenta en los primeros años del siglo XIX, una
escalada militar agudizada por los planes napoleónicos de dominación, que
conducían a una inevitable guerra entre ambas potencias. El
bloqueo continental impuesto por el Gran Corso al comercio inglés, se veía
fisurado por la acción de un pequeño país enclavado en la península Ibérica,
que alguna vez había estado unido a España, pero con la ayuda de Inglaterra
había recobrado su autonomía respecto de aquella y cumplía un papel de auxilio
en la introducción de mercadería inglesa en el continente. Portugal, este
pequeño Estado, resultaba un obstáculo para los planes de Bonaparte, y entonces
se concibe la invasión que marcará el comienzo del ocaso del emperador de la Francia.
Hacia 1780, cuando aún se estaba un tanto
lejos de los años referidos, ante el principio enunciado por Inglaterra de que
ningún neutral podía desafiar a un beligerante, realizando un comercio del que
estaba excluido en tiempos de paz, Francia opuso el principio de la
“neutralidad armada”, en la que proclamaba que “buques libres, hacen mercaderías
libres”.
Gran Bretaña, declara también que la
simple comunicación de un bloqueo bastaba a los fines de su efectividad,
estableciendo la figura jurídica del “bloqueo sobre el papel”, que muchos años
más tarde sirviera para el bloqueo al Río de la Plata en dos oportunidades.
Todos estos “principios” apuntaban a establecer los derechos de los
beligerantes protagonistas de esa lucha entre ambos países separados por el Mar
del Norte. En esa línea de creación de derechos, el 16 de mayo de 1806 la Gran Bretaña comunicó
a los Estados neutrales, que las costas desde el río Elba hasta Brest se
encontraban bloqueadas “en el papel”, y desde Ostende hasta la desembocadura
del río Sena en forma efectiva. Napoleón respondió a esto el 27 de noviembre de
ese año, estableciendo el bloqueo en el papel de las Islas Británicas. El 7 de
enero del año siguiente, se declaraba por parte del gabinete inglés, legítima
presa a todo navío que comerciase con Francia, y el 11 de noviembre extendía el
bloqueo a todos los puertos de Francia y sus aliados, lo que incluía los
puertos americanos pertenecientes a España, y a esto contesta el gobierno
Francés que todo buque que se sometiera a la “order in council” del ministerio
inglés, sería considerado británico, y por lo tanto legítima presa para
Francia.
Todas estas medidas excedían las
posibilidades de Francia e Inglaterra, ninguna estaba en condiciones de hacerla
cumplir, en todos lados y al mismo tiempo.
“La separación de los procesos
históricos americanos de los europeos, no obedece sino a un criterio equivocado
acerca de la verdadera naturaleza de la vida política y económica
internacional. El centro de la monarquía española estaba en Europa. Sus
destinos se jugaban desde la corte, estuviese ésta en Aranjuez o Bayona.”, dice
Diego Luís Molinari.
La
Casa Real
española en el ojo de la crisis
Carlos IV, rey de España, estaba
totalmente dominado por María Luisa, su esposa, que a su vez cobijaba a Godoy,
el ministro que manejaba los asuntos del Estado español, con la injerencia de
esta mujer del rey.
La pareja del rey y su esposa, habían
tenido un hijo, Fernando, que había tenido una infancia triste, creciendo débil
y enfermizo, Puesto a los dieciocho años bajo el cuidado del canónigo Juan de
Escoiquiz, éste se ocupó de fomentar en Fernando, un odio profundo por Godoy,
quien reforzaba el que había anidado en su espíritu por el ambiente enfermizo
que se vivía en el casi inexistente ambiente familiar, agravado por el
político. Casado Fernando con su prima María Antonia de Nápoles, acrecentó este
sentimiento contrario a Godoy, pues la princesa, conocía muy bien los servicios
prestados por Godoy a Napoleón, a quien odiaba, e influyó sobre Fernando en el
mismo sentido. El 21 de mayo de 1806 María Antonia falleció, dejando al joven
príncipe Fernando desamparado, odiado por su madre y perseguido por Godoy.
Una serie de intrigas palaciegas,
había hecho mutar al ambicioso Godoy de su posición pro francesa -gravitó en
ello la suspensión de las negociaciones sobre el reparto de Portugal, de la que
él esperaba surgiera la soberanía hereditaria que había de tocarle en suerte- y
el 6 de octubre de 1806 lanzó un manifiesto convocando al pueblo a tomar las
armas, sin identificar el enemigo para el que debía armarse, pero quedaba
tácito que dicho enemigo era Napoleón. Pero esta maniobra se frustró, al perder
en la batalla de Jena el ejército ruso y sus aliados. El emperador ruso, había
sido la tabla de salvación esperada por Godoy, para vencer a Napoleón. Este a
su vez, advertido que su antiguo servidor había intentado una maniobra en su
contra, aprovechó la circunstancia para hacer de Godoy el más sumiso de sus
admiradores. Obtuvo de Godoy que España se sumara a Francia al bloqueo
continental contra Gran Bretaña, obteniendo al mismo tiempo reforzar el poderío
militar francés con los aportes militares de España, y como si esto fuera poco
aún, admitió el primer ministro ambicioso y traidor a su patria, que José
Bonaparte fuera el rey de Nápoles. Cuando Godoy advirtió que quedaba en
descubierto ante Bonaparte, quiso ganarse a su causa al príncipe Fernando
ofreciéndole en casamiento a su cuñada, prima del rey. Fernando, aconsejado por
Escoiquiz y los duques del infantado y San Carlos, rechazó la proposición de su
enemigo, a quien odiaba desde niño, y sus consejeros lo indujeron a escribirle
a Napoleón para obtener un casamiento con una mujer de la familia Bonaparte.
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Carlos IV - Fernando VII (B) |
Al año de haber recibido estos
consejos, Fernando le escribía a Napoleón denunciando la desolación en que
vivía. Dice Vicente Sierra al respecto: “Carta semejante, escrita a un monarca
extranjero por un príncipe heredero, sin anuencia de sus padres, se convirtió
en manos de Napoleón en un arma poderosa contra su autor, sobre todo en
momentos en que hacía creer a Godoy que, olvidando su mal paso, había llegado
el momento de satisfacer sus ambiciones, a cuyo fin se gestaba en París el
tratado para la partición de Portugal”.
Dominada toda Europa continental, o
casi toda según veremos por el Gran Corso, luego que en Tilsit arreglara sus
diferencias con los emperadores de Rusia y Prusia, sólo Gran Bretaña se oponía
a la Francia
napoleónica.
Resaltaba en esta situación como una
antorcha encendida en una noche de luna nueva en invierno, el pequeño país
enclavado en la península Ibérica e íntegramente rodeado por España: Portugal.
El 27 de octubre de 1807 se concluyó
el Tratado de Fontainebleau. Por él, Portugal era dividido en dos, el Norte
(entre el Duero y el Tajo) se asignaría cuando se lograra la paz general, y el
Sur se dividiría en dos reinos autónomos. Para lograr esto, España autorizaba a
Francia a pasar con sus ejércitos por territorio español, y en territorio
español las unidades de esa nacionalidad se sumarían a las fuerzas francesas. Las
colonias portuguesas pasarían a ser de ambas potencias signatarias, y Carlos IV
adoptaría el título de Emperador de las dos Américas.
La impopularidad de Godoy crecía, y
llegaba a su cúspide cuando fue nombrado jefe de la Casa Militar del rey,
príncipe, generalísimo y almirante, Casi el rey.
Por encima de él, tenía un rey que al
decir de uno de los historiadores españoles, “no tenía ni el talento ni la
energía que el trono y las circunstancias demandaban” (1) imputándole uno de
sus biógrafos, ser “tímido, irresoluto, indolente, falto de previsión”
rematando esta suma de debilidades, con que “no determinaba sino por el juicio
de otros” (2).
Los tejes y manejos de Godoy, la
vinculación que tenía con la reina, o la difusión interesada de esta relación
con fines de desprestigiar la corona española, -hay desacuerdos entre los historiadores-,
hizo del ministro, el sujeto más odiado de la España de principios del siglo XIX. Los
escándalos supuestos o reales de la reina, la pasividad de Carlos IV,
deslizaron en segundo término el odio hacia aquellos reyes, y por oposición
despertaron las simpatías hacia el príncipe de Asturias, el joven Fernando,
cuyas vicisitudes familiares reforzaban esa simpatía, que se unía de esa
manera, a la que provocaba su juventud.
El pueblo tomaba partido por el
príncipe. Mientras esto ocurría, las tropas españolas aliadas a tropas de la Francia se preparaban para
la invasión a Portugal, ante la amenaza concreta, el príncipe regente de
Portugal Don Juan, el 20 de octubre de 1807 cierra los puertos para los navíos
de Gran Bretaña.
Inglaterra por medio de un personaje
muy conocido para los rioplatenses años después, lord Strangford, actúa con su
acostumbrada energía, amenaza a los portugueses en la persona de sus reyes, y
consigue firmar un tratado por el que la corte portuguesa será trasladada a
Brasil bajo protección británica, obteniendo la firma del mismo el 22 de
octubre.
He aquí el artículo primero de ese
tratado: “....en el caso que se cerraran los puertos de Portugal a la bandera
inglesa, sería establecido un puerto en la isla de Santa Catalina, o en otro
lugar en las costas del Brasil, para donde las mercaderías inglesas pudiesen
ser libremente importadas en navíos ingleses, pagando los mismos derechos que
pagaban actualmente en Portugal, y durante el acuerdo hasta nuevo ajuste”. En
una magnífica aplicación práctica, los ingleses aprovechaban la circunstancia
para proteger sus intereses, estableciéndose en forma directa en el contrabando
que se practicaba en el Río de la
Plata.
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Juan IV de Portugal (C) |
Portugal ratificó el tratado el 9 de
noviembre. El día 19 las tropas españolas al mando del general Juan Garrafa,
junto a las francesas al mando del general Junot, cruzaban la frontera hispano
portuguesa. El 27, la familia real lusitana era perentoriamente obligada a
embarcarse, cosa que recién realiza el matrimonio real, el príncipe regente
Juan y su esposa, Carlota Joaquina, hermana de Fernando de España, el día 29,
seguidos por su corte y un séquito de ochocientas personas. La conminación
británica había sido confiada a dos hombres de renombre en ese tipo de
acciones, el contralmirante Sidney Smith y el ya mencionado lord Strangford.
“Está consumada una de las mayores vergüenzas de la historia portuguesa. La
larga serie de humillaciones a que el gobierno del príncipe regente nos
sometió, cerrábase con esta fuga cobarde y este abandono de Portugal, sin
organización y sin defensa.” (3)
Al día siguiente de haber partido de
Lisboa el matrimonio real, entran en la capital de Portugal las tropas
francesas al mando de Junot. Apenas veintitrés días después, el 22 de diciembre
entraba en España el segundo cuerpo de observación de la Gironda, al mando del
general DuPont, quien después se establece en Valladolid, ya en los primeros
días de 1808. El 9 de enero una fuerza de treinta mil hombres al mando del
mariscal Moncey, cruzaba la frontera franco española, y se desplaza hasta
Burgos donde se estaciona el 10 de febrero. La excusa, para este importante
movimiento del aparato bélico de la
Francia, era el rechazo a un eventual ataque ingles a Cádiz.
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La carga de los mamelucos (D) |
Pero, lo que ocurría es que Napoleón
preparaba el terreno para destronar la corona española, y con ese objeto nombra
como lugarteniente en España a su cuñado, Joaquín Murat, duque de Berg. El 16
de febrero el general Darmagnac ocupaba Pamplona, el 28 del mismo mes el
general Duhesme entraba en Barcelona. En marzo, el total de tropas francesas en
España sumaban cien mil hombres.
La penetración de tropas francesas en
España continuará, y para esta época de marzo de 1808, ya se evidencia muy
claramente la postura a favor de Fernando del pueblo español. Godoy advierte
que ésta es irreversible y que el odio más marcado recae sobre él. Dada la
condición adquirida por Napoleón por el tratado de Fontainebleau, y el poderío
militar francés en territorio español, facilitado por dicho tratado, la
situación de Godoy era sumamente peligrosa. El manifiesto del 6 de octubre de
1806, por el que España podía haberse puesto en contra de Napoleón si la suerte
de las armas en Jena hubiese sido opuesta, hacía que el respaldo de Godoy en
Napoleón trastabillase, pero también operaba en dirección de que Napoleón,
quien quería borrar del mapa a los Borbones, aprovechase el antecedente para
sacarse de encima el matrimonio real moralmente corrupto, y ese primer ministro
que no le iba en saga a aquel matrimonio. El emperador, envía un mensaje con
las quejas que tenía contra la corte española, en la que va descubriendo el
juego con el que sometería a España. La parte final del mismo, especie de
resumen de todo el anterior contenido decía: “Que en razón de la posibilidad de
que se produzcan desórdenes a causa de una colisión entre los dos partidos, Su
Majestad Imperial no podía hacer otra cosa que solicitar de Su Majestad
Católica ciertas garantías contra toda clase de eventualidades, las que,
independientemente de la voluntad de S.M.C. podían perturbar la paz interior
del reino, al mismo tiempo que su sistema político de gobierno, y que estando S.M.I.
obligado a guardarse de estos posibles acontecimientos, no puede hacer menos
que tomar fuertes posiciones en las provincias españolas limítrofes con Francia
y que la situación puede llegar al punto de verse obligado a establecer
gobiernos militares en ellas y a ocuparlas por el término de un año después de
la celebración y consolidación de la paz; que en ejecución de estas medidas S.M.I.
el emperador no puede hacer menos que afrontar esas dificultades
considerándolas como efectos de una situación precaria y extraordinaria, tanto
como la que allí ha de existir y que, aunque S.M.I. podría encontrar en los
precedentes históricos y en motivos políticos una justificación para agregarlas
a su Imperio, o por lo menos establecer entre las dos naciones un estado
neutral que constituya un parachoques entre una y otra, se limita a indicar un
cambio favorable a ambos partidos, consistente en ceder todo el Portugal a
cambio de las provincias fronterizas con Francia…”
Semejante documento daba un feroz
golpe a Godoy, y anunciaba la tormenta que no tardaría en estallar.
La presencia militar francesa había
sido bien recibida por los españoles. Muchos creían que los franceses venían a
apoyar a Fernando, en contra del matrimonio y de Godoy.
La familia real se alojó en Aranjuez,
a raíz de la delicada situación, ordenándose a la tropa disponible concentrarse
alrededor de la misma para su protección.
La presencia en el Palacio, dio lugar
a que la inquietud pública se sensibilizara y entonces diversos rumores la
afectaban y la hacían mantener alerta, concentrando observadores para ver los
movimientos que se pudieran observar en el Palacio.
Como la suspicacia aumentaba y se
rumoreaba la partida de la corte a América, el rey emitió el 16 de marzo un
manifiesto donde explicaba que el ejército de “mi querido aliado el emperador
de los franceses, cruza mi reino con las más pacíficas y amistosas intenciones.
La concentración de guardias no tiene otra razón que la protección de la
persona real, y no acompañarme en un viaje que la malicia os ha inducido a
considerar necesario”.
Pero en la noche del 17, desconfiados
integrantes de los grupos que se juntaban a observar los movimientos en el
palacio, viendo que del palacio de Godoy salía un coche, se intentó identificar
al viajero. La escolta trató de evitarlo y sonó un tiro, que concentró aún más
la multitud, la que exasperada invadió el palacio de Godoy saqueándolo e
incendiándolo.
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Motín de Aranjuez. Grabado de la época (E) |
Durante esa noche la familia real
debió presentarse varias veces ante la multitud, que demostró sus preferencias
por Fernando. Este episodio fue denominado el motín de Aranjuez. Carlos IV, que
había depositado en Godoy las riendas de su gobierno, de pronto se enfrentó con
la realidad de su impopularidad y la absoluta falta de autoridad que devenía de
su gestión, comprobaba la popularidad del hijo que él no había valorado nunca,
y entonces reunió sus ministros para comunicar su abdicación. El 19 de marzo, hizo
redactar por el ministro Cavallero el respectivo decreto, que en presencia de
la corte le entregó a Fernando. La noticia recorrió toda España como si hubiera
dispuesto de medios de comunicación sólo conocidos muchos años después, tal el
júbilo que provocó en su pueblo. Fernando VII era rey de España. ¡Viva Fernando
el deseado!
La farsa de Bayona
Murat, quien avanzaba hacia Madrid
después de cruzar la sierra de Guadarrama, se encuentra con la novedad del
motín de Aranjuez. Como precisa información, envía al general Bailly de
Montión, quien debía entrevistarse con Carlos en aquella ciudad.
Carlos le entrega una carta que había
escrito para Napoleón, para que la entregase al emperador.
Esa carta, en que Carlos desnuda su
vileza invocando que se veía “obligado a renunciar a su corona... echándose en
brazos del gran monarca su aliado, sometiéndose enteramente a la disposición de
él, que es el único que puede resolver su felicidad,... se declaraba resuelto a
conformarse con todo lo que el mismo gran hombre desee disponer en cuanto a
nosotros y cuanto concierne a mi destino, el de la reina y el príncipe de la
paz”, nombre este último con que se conocía a Godoy.
Napoleón se encontró de pronto con que
sus planes se facilitaban. La prensa oficial de París no reconocía la
abdicación y declaraba que el trono de España se hallaba vacante.
Bailly de Montión aconsejó a Carlos, y
el pusilánime rey emitió un documento antidatándolo al 21 de marzo, donde
declaraba nulo y sin valor el decreto de abdicación.
Fernando era recibido en Madrid con
júbilo popular, de un pueblo que, como había ocurrido en Aranjuez, se inclinaba
hacia su juventud y cifraba en ella la recuperación del vigor del gobierno que
llenaba sus ansias de realización. Las primeras medidas adoptadas por el rey, eran
bien recibidas, corregían las impopulares adoptadas por Godoy. Confusa situación
para Fernando, quien advertía que su situación era difícil, parecía que se
aclaraba, cuando es invitado a entrevistarse en Burgos con el emperador, por el
general Savary. El 10 de abril Fernando se puso en viaje con su comitiva. Dejó
en Madrid una Junta de Gobierno a cargo de su tío el infante Don Antonio. Al
llegar a Burgos no encuentra a Bonaparte y entonces sigue viaje hasta Vitoria.
Anoticiado que el emperador ha viajado a Bayona, Fernando espera, y el 17 de
abril recibe una carta del emperador. En ella, dechado de hipocresía, Napoleón
le decía a Fernando, que no podía reconocer la abdicación de su padre, ni
reconocer su legitimidad como rey, sin realizar una investigación profunda.
Fernando, aún contra la opinión de algunos de los miembros de su comitiva,
decide ir a Bayona. Los vecinos de Vitoria al ver el carruaje listo para
partir, se opusieron en forma tumultuosa y pretendieron cortar los tiros.
Fueron apaciguados, decreto del rey
mediante, en que expresaba su confianza en Napoleón. El 19 de abril partió Fernando
hacia Bayona. Allí quedaría preso. Como preso estaba su padre, aunque no aún en
Bayona, estaba en el Escorial, preso de sí mismo.
Mientras tanto Murat se manejaba con
prepotencia provocando reacciones que iban subiendo de tono. Las tropas
francesas, se comportaban mudando su trato cordial de los primeros tiempos, a
impaciencia con imposiciones que iban generando una creciente resistencia de la
población española. El primero de mayo, Murat es silbado a su paso por las
calles de Madrid. Los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde habían comenzado una
conspiración que crecía entre los militares.
El día 2, grupos de patriotas armados
se reunían frente al palacio real. El rumor decía que se llevarían a Bayona a
miembros de la familia real, por eso esos grupos estaban allí. Diversos
movimientos se registran, cuando alguien entró en el edificio y a poco salió
gritando: “¡Traición! ¡Nos han llevado al rey y quieren llevarnos a todas las
personas reales! ¡Mueran los franceses!” Y desde un balcón otro gritó: “¡A las
armas! ¡Se llevan al infante!” Cuando los carruajes iban a comenzar su marcha,
la multitud se lanzó sobre ellos y cortó los tiros, sin gobierno los carruajes
arrollaron lo que tenían a su frente, entre ellos un edecán de Murat. Tropas
francesas llegaron, y Murat ordenó barrer con metralla a la muchedumbre. Pocas
horas después se luchaba en todos los barrios de la ciudad. Manolas y chisperos
armados de pistolones, cuchillos, navajas y piedras, deshacían las cargas de
los polacos y los mamelucos. Las tropas españolas se mezclaban con el pueblo.
Hacia la noche, los franceses se habían impuesto. Una comisión militar, dispuso
el fusilamiento de todos los prisioneros. Centenares de patriotas cayeron en
las puertas del Retiro, en el Prado, en la montaña del Príncipe Pío, en la casa
del Campo y la Moncloa.
Un alcalde de un modesto pueblo,
Móstoles, al enterarse de los sucesos del 2 de mayo, en Madrid, lanzó su
declaración de guerra a Napoleón. La Junta
Suprema ese año en la Metrópoli, lo mismo que la Junta de Mayo en Buenos
Aires, en mayo de 1810, al advertir que el imperio había quedado sin rey y sin
gobierno, proclamó el principio de que: “El Pueblo reasume su soberanía, o sea,
su poder de crear gobierno”. (4)
(1) Aguado Bleye, Pedro y Alcázar
Molina, Cayetano: “Manual de Historia de España”.
(2) Muriel, Andrés: “Historia de
Carlos IV”, Tomo II, citados por Pigretti, Domingo Antonio, “Juntas de Gobierno
en España durante la invasión Napoleónica”.
(3) Pereira Da Silva, citado por
Vicente Sierra,”Historia de la
Argentina”, Tomo IV.
(4) Vicente Sierra, “Historia de la Argentina”, Tomo IV.
(A) Napoleón en su estudio
de las Tullerías. Óleo de Jaques L. David, 1812. Galería Nacional de Arte,
Washington.
(B) Carlos IV, Óleo de
Francisco de Goya, c. 1789. Museo del Prado, Madrid. - Fernando
VII. Óleo de Francisco de Goya, 1814. Museo Municipal de Bellas Artes,
Santander.
(C) Juan VI, Príncipe Regente y
luego Rey de Portugal. Óleo pintado por José Leandro de Carvalho.
(D) El 2 de mayo de 1808, la
carga de los mamelucos. Óleo de Francisco de Goya, 1814. Museo del Prado,
Madrid.
(E) Caída y prisión del Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, en el Motín
de Aranjuez según un grabado de la época.