martes, 25 de mayo de 2010

La semana de mayo

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 15 - 25 de Mayo de 2010 - Pags. 15 y 16  

 EDICION DEL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO 

 


LA SEMANA DE MAYO

Contada día a día por el porteño Juan Manuel Beruti (1777-1856) en las “Memorias curiosas”

 

El 19 de mayo de 1810. Con motivo de haber llegado un barco inglés procedente de Gibraltar, con la infausta noticia de haberse perdido la ciudad de Sevilla, capital de las Andalucías, y sido tomada por los franceses la mayor parte de la España y que la Junta suprema de la nación representante de la soberanía ya no existía. El Cabildo de Buenos Aires con acuerdo de los jefes militares y demás vecinos y ciudadanos condecorados determinaron poner a cubierto estas provincias del Río de la Plata de las asechanzas e insultos de nuestros enemigos máxime viéndonos sin representación soberana legítima, pues ésta había caducado con la pérdida de Sevilla, e igualmente la autoridad del excelentísimo señor virrey por falta de aquella de la cual dependía; y por lo mismo determinaron hacérselo saber a su excelencia para que en su virtud abdicara el mando en el excelentísimo Cabildo, para que éste con anuencia del pueblo tratase de formar el gobierno que debíamos adoptar.

Efectivamente el excelentísimo Cabildo en este mismo día lo representó al virrey verbalmente por diputados que le mandó, que fue el señor alcalde de primer voto quien así lo hizo, pero el virrey para deliberar llamó a los comandantes de los cuerpos y ante el alcalde les dijo le manifestasen su parecer, a lo que contestaron diciéndole abdicara el mando, pues el pueblo así lo pedía, y de oponerse a ello, daba lugar a un tumulto exponiendo al pueblo y su persona y por lo mismo debía obviarla, propendiendo a la paz, unión y buena armonía.

Oído por el virrey esto, por boca de Saavedra comandante patricios y que no tenía remedio, contestó al señor alcalde que para contestar a su solicitud se lo hiciera saber el excelentísimo Cabildo por oficio, que él contestaría; y a Saavedra y demás comandantes suplicó lo mirasen como era debido, considerando tenía familia y por lo mismo le señalasen un sueldo para poderse sostener retirado con su mujer e hijos, en caso de no dársele mando alguno; a cuya súplica se le dijo no tuviera cuidado que se le señalaría su correspondiente renta para que se pudiera mantener con su familia con la decencia que su persona y carácter merecía en caso de no ocupársele; con lo que quedó conforme y allanado.

El 21 de mayo el excelentísimo Cabildo, desde su sala capitular, mandó dos diputados al virrey con el oficio donde le manifestaban los motivos que habían para que abdicara el mando en el excelentísimo Cabildo, y que el pueblo así lo pedía, a cuyo oficio contestó, por los mismos diputados en otro oficio, diciendo: Se hiciera un congreso general o cabildo público y lo que resultase en pluralidad de votos, sobre si debía o no soltar el mando, estaba pronto a ejecutar; cuya facultad y permiso para hacer dicho congreso daba al excelentísimo Cabildo.

La multitud de pueblo que estaba en la plaza, no sabiendo lo que había contestado el virrey, pues tardaba el Cabildo en manifestarlo, gritó por tres veces al Cabildo lo declarase a cuyos gritos salió el síndico procurador de ciudad al balcón y dijo: estaba todo allanado. A esto se contestó por el pueblo quería saber si el excelentísimo señor virrey había soltado el mando y así categóricamente lo manifestase. A esto dijo el síndico:

Señores: el excelentísimo señor virrey está allanado y dispuesto a cuanto diga el Cabildo, y categóricamente lo ha insinuado así. No tengan vuestras mercedes recelo, que este excelentísimo Ayuntamiento mira por el pueblo y arreglará todo, retírense todos a sus casas que no hay novedad, pues todo corre por manos del Cabildo; a cuyas razones dichas se retiró, y el inmenso pueblo prorrumpió: Viva el Cabildo. Con lo cual se concluyó y el pueblo se retiró.

El 22 de mayo de 1810. Amanecieron puestas centinelas en las bocacalles que entran en la plaza con orden de no dejar entrar a ninguna persona que no presentase la esquela de convocación que el Cabildo pasó la tarde antes a los que habían de votar en el congreso, y esto se hizo por obviar tumultos en la plaza.

Efectivamente a las nueve de la mañana, ya estaban los convocados en Cabildo, a cuyas horas se abrió la sesión, proponiéndose primeramente: Si el gobierno del excelentísimo señor virrey de estas provincias había caducado o no, en virtud de haber cesado, y no existir la suprema autoridad de donde dimanaba la suya, y si debía abdicar el mando en el excelentísimo Cabildo.

Después de lo cual se procedió a que cada uno de los del concurso diera su parecer, lo que hecho por el orden que correspondía, se ponía por escrito y lo firmaba el individuo para su constancia, y luego se leía públicamente a los demás del congreso, y entraba otra; cuya operación duró hasta las doce y media de la noche, en que se concluyó.

El 23 de mayo. En virtud de haber resultado en el congreso de ayer, por la mayor pluralidad de votos, el que el excelentísimo señor virrey debía de abdicar el mando en el excelentísimo Cabildo por haber fenecido su gobierno, por no existir la suprema Junta Central de España, de donde dimanaba su autoridad; se pasó diputación a dicho señor excelentísimo haciéndosele saber, quien enterado de ello se conformó, e inmediatamente abdicó el mando en el excelentísimo Cabildo firmando el acta de su abdicación mandando a todos los cuerpos reconocieran a dicho excelentísimo Cabildo por gobernador y capitán general de estas provincias, en vistas de lo cual el Cabildo, como que ya residía en sí el mando superior, mandó hacerlo saber por bando público, para inteligencia de todos; cuyo bando se publicó por las calles acostumbradas de esta ciudad para inteligencia del pueblo, a son de cajas y tambores, y con todas las tropas y formalidades de uso, el cual salió después de las oraciones, concluyéndose a las seis y media de la noche, con lo cual quedó reconocido dicho excelentísimo Cabildo de gobernador y capitán general al que se le hicieron inmediatamente los honores de tal, y poniéndosele la guardia de honor, de una compañía de soldados con bandera, en las puertas de sus casas consistoriales; con lo cual quedó el pueblo pacífico.

El 24 de mayo de 1810. El excelentísimo Cabildo, en virtud de las facultades que el pueblo le dio en el Cabildo abierto, procedió a nombrar los sujetos que habían de componer la Junta de gobierno que se iba a instalar, y nombró de presidente de ella al excelentísimo señor virrey don Baltasar Hidalgo de Cisneros; y vocales a los señores doctor don Juan José Castelli, abogado de esta Real Audiencia; a don Cornelio Saavedra, comandante de Patricios; al doctor Juan [Nepomuceno de] Sola, cura de la parroquia de Nuestra Señora de Monserrat; y a don José Santos Incháurregui, del comercio de esta ciudad, los cuales pasaron al Cabildo y prestaron el juramento de cumplir bien con sus empleos tomándoselo ante todo el Ayuntamiento el señor alcalde de primer voto, lo que concluido se retiraron al Fuerte e inmediatamente se quitó la guardia de honor al Cabildo y se mandó al palacio del presidente en donde se echó bandera, se hizo salva de artillería, hubo repique general de campanas, y a la noche iluminación general en la ciudad; todo lo cual se hizo saber al público por bando; advirtiéndose en él que esta Junta era provisional ínterin llegaban los diputados de las provincias para entonces instalar la suprema del reino.

El [día] 25 [de mayo] con motivo de una representación que hicieron un considerable número de vecinos, los comandantes y varios oficiales de los cuerpos voluntarios por sí y a nombre del pueblo pidiendo no ser de su agrado la elección que se hizo por el excelentísimo Cabildo de los sujetos que componen la Junta; pero para esto ya había renunciado el presidente y demás vocales, por habérselo hecho presente el Cabildo la noche antes diciéndoles renunciasen la elección para no exponer al pueblo a un tumulto, que estaba dispuesto a no admitirlos aunque fuera a rigor de la fuerza, pues ellos anulaban la elección hecha por el Cabildo pues a éste no se le había dado facultad por el pueblo para hacerlo sino únicamente para tomar el mando de la capitanía general y no para formar la Junta, pues ésta se había de hacer a la voluntad del pueblo.

Efectivamente hoy mismo se hizo nueva elección por el pueblo, y resultó de presidente nombrado a don Cornelio Saavedra y comandante general de armas; y vocales al doctor don Juan José Castelli, al doctor don Manuel Belgrano, secretario del real Consulado, don Miguel Azcuénaga, comandante de milicias provinciales de infantería, doctor don Manuel Alberti, cura de la parroquia de San Nicolás, don Domingo Matheu y don Juan José Larrea. Comerciantes y secretarios de ella los doctores don Juan José Paso y don Mariano Moreno. Cuyos sujetos fueron inmediatamente conocidos por el excelentísimo Cabildo los cuales juraron también en la sala capitular sus empleos e mediatamente se hizo saber al público por bando. Se enarboló bandera en el Fuerte, éste hizo salva, hubo repique general e iluminación en la ciudad.

Primera Junta Gubernativa, según una publicación de principios del siglo XX

Luego que juraron sus empleos los vocales de la Junta, salió al balcón del Cabildo el presidente Saavedra, arengó al pueblo a la fidelidad, paz y armonía, y lo que remató gritó el pueblo viva la Junta.

El contento fue general con esta elección pues fue hecha a gusto del pueblo, y al contrario la primera que causó el mayor disgusto, que expuso a la ciudad a perderse.

El [día] 26 de mayo de 1810. Fueron todos los tribunales y autoridades eclesiásticas civiles y militares al Cabildo, y juraron obediencia a la Junta, que se halla en la sala capitular.

En [día] 27 [de mayo]. Todas las tropas de artillería, infantería y caballería formaron un cuadro en la plaza, salió la Junta, el presidente los arengó y juraron obediencia; y luego hicieron una descarga de artillería y fusilería con lo cual se concluyó.

El [día] 30 [de mayo] se hizo una solemne función en la catedral y se cantó el Tedéum en acción de gracias por la instalación de la Junta, la que asistió a ella con todos los tribunales; y pontificó el señor obispo; y dijo el sermón el doctor don Diego de Zavaleta habiendo ocupado la Junta el lugar preminente donde residían los señores virreyes.

No es posible que mutación como la anterior se haya hecho en ninguna parte con el mayor sosiego y orden, pues ni un solo rumor de alboroto hubo, pues todas las medidas se tomaron con anticipación a efecto de obviar toda discordia, pues las tropas estuvieron en sus cuarteles, y no salieron de ellos hasta estar todo concluido, y a la plaza no asistió más pueblo que los convocados para el caso, teniendo éstos un cabeza que en nombre de ellos, y de todo el pueblo daba la cara públicamente y en su nombre hablaba; cuyo sujeto era un oficial segundo de las reales cajas de esta capital don Antonio Luis Beruti. Verdaderamente la revolución se hizo con la mayor madurez y arreglo que correspondía no habiendo corrido ni una sola gota de sangre, extraño en toda conmoción popular, pues por lo general en tumultos de igual naturaleza no deja de haber desgracias, por los bandos y partidos que trae mayormente cuando se trata de voltear los gobiernos e instalar otros; pero la cosa fue dirigida por hombres sabios, y que esto se estaba coordinando algunos meses hacía; y para conocerse los partidarios se habían puesto una señal que era una cinta blanca que pendía de un ojal de la casaca, señal de la unión que reinaba, y en el sombrero una escarapela encarnada y un ramo de olivo por penacho, que lo uno era paz y el otro sangre contra alguna oposición que hubiera, a favor del virrey.

Revolución de Mayo - Grupos políticos

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 15 - 25 de Mayo de 2010 - Pags. 12 a 14  

 EDICION DEL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO 


Grupos políticos y sociales en Buenos Aires hacia 1810

Por el Dr. Sandro F. Olaza Pallero

Óleo de Juan Manuel Blanes
Cabildo Abierto, Óleo de Juan Manuel Blanes


1. Introducción

Como bien dijo Ricardo Zorraquín Becú: “Todo acontecimiento político es la obra de un grupo humano que lo prepara y lo realiza, y que también procura justificarlo ante los demás”. Ya, en los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo, es necesario investigar como estaba formada la población porteña y cuales fueron los sectores que intervinieron en ese movimiento, ya para dirigirlo o para oponerse.

2. Las fuerzas sociales tradicionales

En las provincias del Río de la Plata la población era extraordinariamente heterogénea, a pesar de su bajo número y su reducida densidad. La sociedad hispánica se dividía en múltiples clases que poseían diversos estatutos jurídicos.

Pueden reducirse a tres las fuerzas que gravitaron permanentemente en las provincias de la América española, y que asumieron la función directiva. Estas fuerzas sociales fueron la Iglesia, el gobierno y los cabildos.
a) La Iglesia, como corporación formada por la jerarquía eclesiástica y las órdenes religiosas, constituía en América un poder que daba normas de vida conformes a la verdad revelada. Sus ministros tenían la principal función de convertir a los indios a la fe católica.   
b) La segunda fuerza social que mantenía la cohesión y dirigía la existencia de las comunidades indianas fue la administración real. En forma similar a todo sistema de gobierno, existía en el nuevo mundo una organización burocrática en contacto más o menos estrecho con la población.  
c) La tercera fuerza social, con presencia en el régimen indiano estaba formada por los vecinos principales y por los cabildos, que eran su órgano de expresión. El derecho de vecindad era un estado social respetable. Se obtenía siendo domiciliado en una ciudad, como jefe de familia y propietario urbano. Para desempeñar oficios concejiles no podía “ser elegidas ningunas personas, que no sean vecinos, y el que tuviere casa poblada, aunque no sea encomendero de indios, se entienda ser vecino” (Recop., 4, 10, 6).

 

Óleo de Ceferino Carnacini
El pueblo quiere saber de qué se trata. Óleo de Ceferino Carnacini

3. Los grupos sociales porteños a principios del siglo XIX

El equilibrio se perdió bruscamente en el último tercio del siglo XVIII. Sus causas fueron la expulsión de la Compañía de Jesús, la secularización de muchas rentas eclesiásticas, el creciente centralismo administrativo impuesto desde la metrópoli, el régimen de las intendencias con su superioridad sobre los cabildos, los nuevos servicios públicos y los organismos administrativos recientemente creados.

Todo ello obligó al fortalecimiento del Estado y a ampliar la maquinaria burocrática –medidas típicas de los Borbones descendientes de Luis XIV– en detrimento de la Iglesia y de los grupos sociales que hasta entonces habían ejercido su poder. Desde fines del siglo XVIII se produce un enfrentamiento entre el cabildo porteño, la Real Audiencia y el virrey.

La rivalidad se agudiza en las épocas del marqués de Sobre Monte y Santiago de Liniers, a lo largo de un proceso que conduce al motín del 1° de enero de 1809. Esta última fue una tentativa realizada por los integrantes más encumbrados de la sociedad porteña para lograr la exclusividad de un poder que consideraban peligrosamente detentado.

Los miembros del cabildo desterrado fueron Martín de Álzaga, alcalde de primer voto; Esteban Villanueva, síndico procurador; Olaguer Reynals, comandante de catalanes y alférez real; Francisco Neyra y Arellano, capitán de gallegos, y Juan Antonio de Santa Coloma, capitán de vizcaínos, ambos regidores. El fracaso del movimiento produjo el desprestigio del cuerpo capitular y la dispersión de sus miembros, quienes no pudieron gravitar mayormente en los sucesos de 1810.

Una carta anónima, dirigida a Francisco Juanicó el 26 de mayo de 1810, dice que “Álzaga no quiso asistir [al cabildo] por estar arrestado, aunque los patricios lo fueron a convidar”. Es digno de destacar que, ese grupo estaba constituido casi exclusivamente por comerciantes que dirigían a la vez el cabildo y el consulado, aunque accidentalmente fueran también comandantes de los cuerpos formados por peninsulares.

El episodio del 1° de enero de 1809 puso en evidencia las transformaciones que se produjeron durante los últimos años de la dominación hispánica entre los sectores dirigentes de la vida bonaerense. Si los vecinos más destacados fuero vencidos –y con ellos las tropas peninsulares que los apoyaban y que fueron disueltas–, no por ello quedó prestigiado el gobierno, cuya incapacidad para defenderse fue notable.

Los ganadores indiscutibles fueron los militares agrupados en los batallones criollos, es decir, un elemento social nuevo que hasta entonces no figuraba como factor real de poder. El ejército en la época colonial estaba formado por milicias constituidas por los mismos vecinos o por sus familiares, o bien lo integraban tropas regulares cuyos mandos –ya profesionales– pertenecían naturalmente a la organización administrativa y a la clase de los funcionarios.

Además, eran los virreyes quienes tenían el mando de esas tropas, diseminadas generalmente a lo largo de las fronteras para prevenirse de los ataques portugueses. La aparición de aquella nueva fuerza militar obedece a un conjunto de factores que al ubicarlos en posición tan destacada la convirtió en el árbitro de los acontecimientos.

Las invasiones inglesas provocaron la militarización de la sociedad en cuerpos militares organizados por su procedencia y etnias. Sus jefes fueron nombrados por elección, convirtiendo a esa organización en una democracia militar, a decir de Bartolomé Mitre.

Por último, la falta de comunicación fluida con la metrópoli y la imposibilidad de ésta de enviar tropas –por ser indispensables para luchar contra los franceses– hicieron que el ejército regular en Buenos Aires quedara reducido a muy pocas plazas. El 24 de mayo de 1810, las fuerzas de los regimientos Fijo y Dragones ascendían a 371 hombres, mientras que los regimientos urbanos tenían en la misma fecha, un total de 2979 hombres.

Este cúmulo de circunstancias convirtió naturalmente a los cuerpos de Patricios y Arribeños en un factor de poder con el cual tenían que contar las autoridades para defenderse y los revolucionarios para triunfar. Pero su misma importancia, y la gravitación que habían tenido sus jefes en sucesos anteriores, dieron a esos grupos la sensación de que ellos podían dejar de ser un elemento dirigido para convertirse realmente en un factor de dirección.        

Los batallones criollos estaban formados por jóvenes de todas las clases sociales, reunidos por un común sentimiento patriótico que los impulsaba a defender su tierra de los enemigos exteriores. En 1810 estos grupos militares van a ser el factor decisivo en la conquista del poder.

No fue este último el único elemento nuevo que surge en el virreinato, y sobre todo en Buenos Aires, al final de la dominación hispánica. Otros núcleos, que no identifican ni confunden con el vecindario capitular y que tampoco son exclusivamente criollos, aparecen en el cambiante escenario social aportando su mayor cultura y notorias preocupaciones políticas.  

La mayor riqueza, el boato de los funcionarios y las comunicaciones más frecuentes con Europa despertaron un ansia de progreso y de elevación que, en muchos casos, trató de satisfacerse con el grado universitario. Entonces, dentro de una población cada vez más numerosa y más rica, aparecen personalidades que se elevan gracias a su preparación, capacidad o fortuna, hasta firmar todas ellas –a veces sin advertirlo– un sector que trataba de igualar a los más encumbrados de la sociedad.         

Se puede afirmar que es la clase media, o bien, adoptando una terminología universalmente aceptada, son los burgueses que aspiran a sobresalir. Este cambio se había dado en Europa y no extraña que sucediera también en Buenos Aires de principios del siglo XIX, auspiciado por una literatura que critica los privilegios de la nobleza y exalta en cambio los valores intelectuales.

Los nuevos elementos son generalmente universitarios –abogados, médicos, escribanos y también sacerdotes– imbuidos del ideario de la Ilustración. No se confunden con los sectores más elevados, pues muchos de ellos carecen de arraigo en la población y no pertenecen a las familias tradicionales.           

Tampoco son militares, sino excepcionalmente, constituyen una fuerza distinta que va a destacarse por su cultura y por la difusión de un pensamiento modernista e innovador, en medio de una sociedad que hasta entonces carecía de preocupaciones intelectuales. Belgrano y Castelli eran hijos de italianos; Moreno y Vieytes de inmigrantes españoles; Larrea y Matheu eran catalanes.

La superioridad de su cultura les daba argumentos suficientes para querer participar en la conducción del país, al cual veían dirigido por funcionarios o grupos con menos capacidad sin la formación que ellos consideraban indispensable. Entre tanto, ocupaban cargos secundarios o desempeñaban sus respectivas profesiones, sin dejar por ello de difundir la ideología iluminista en los periódicos que fundaron.

Mientras los criollos, que generalmente integraban los cuadros miliares, pretendían ya la emancipación de su país y la exclusividad de su gobierno, los burgueses sólo aspiraban a participar del poder, con el objeto de aplicar el ideario reformista que simultáneamente estaban aprendiendo y divulgando. En el primero de esos grupos es fácil ubicar a quienes lucharon contra los ingleses y luego defendieron a Liniers frente al cabildo (Cornelio de Saavedra, Juan Martín de Pueyrredón, Martín Rodríguez, los Balcarce, Viamonte, etc.).

Los más activos, y los que evidenciaron mayor decisión en su empeño por lograr un cambio político, estaban dirigidos por Belgrano y Castelli, y sus reuniones se verificaban en las residencias de Rodríguez Peña y Vieytes. Paralelamente otros, como Moreno, Larrea y Matheu, intervenían en el movimiento del 1° de enero de 1809, tendiente a formar una junta de gobierno similar a las de España, manteniendo el influjo del grupo capitular.     

Y mientras éstos últimos se atraían, por esa misma actitud, la inquina de los militares, Belgrano y los suyos lograban aproximarse a los jefes patricios a raíz de la tentativa –efectuada en julio de 1809– de resistir la asunción del mando por Baltasar Hidalgo de Cisneros. Martín Rodríguez en su Memoria, da la lista de las personas que se reunieron en su casa y luego en la de Rodríguez Peña los días 19 y 20 de mayo.

En ella figuran Saavedra, Francisco Antonio Ocampo, Florencio Terrada, Viamonte (todos jefes militares), Belgrano, Castelli, Beruti, Chiclana, Juan José y Francisco Paso, Vieytes y Donado. Cabe aclarar que no es posible establecer una absoluta separación entre cada uno de esos grupos políticos y sociales, en una población diminuta y compacta como lo era Buenos Aires.

Pero es evidente que si se trata de analizar con cierta precisión el ambiente de 1810, no es posible dejar de tener en cuenta la influencia respectiva de esos sectores más elevados, ni la aparición de un grupo que responde a un fenómeno entonces universal que se ha llamado, precisamente, la revolución burguesa del siglo XVIII.

Primera Junta de Gobierno
4. Los grupos políticos revolucionarios

Jorge María Ramallo, al profundizar el estudio de los grupos políticos revolucionarios, distingue tres corrientes, que se fueron delineando a partir de las invasiones británicas y dieron cuenta, en distintas ocasiones, de sus objetivos.

Un primer grupo, conducido por Álzaga, estaba integrado principalmente por españoles europeos –como Larrea y Matheu–, pero contaba con adherentes criollos –como Moreno y Julián de Leiva–. Su objetivo era la defensa del virreinato contra la dominación extranjera y su plan de independencia estaba condicionado a la pérdida de España o al predominio de los españoles europeos.

El segundo grupo, liderado por Castelli –integrado por Belgrano, Vieytes y Paso–, intentó llegar a la independencia utilizando vías distintas, según las ocasiones. Ya sea entrando en contacto con los jefes de la invasión británica, o posteriormente propiciando el plan de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, para finalmente coincidir con el tercer grupo en mayo de 1810.

El tercer grupo era liderado por Cornelio Saavedra, el de los “Patricios”, originado en la lucha contra los ingleses y fortalecido en la defensa del virrey Liniers durante los sucesos del 1° de enero. Este grupo tuvo papel decisivo en mayo de 1810, junto con el anterior.

Ramallo al estudiar la composición de la Junta Patria del día 25 y las siguientes designaciones civiles y militares, advierte cómo aparecen representados los tres grupos revolucionarios.

Según Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martiré, se discute acerca de la intervención del pueblo en este movimiento, y aunque el problema no ha sido enfocado en todos los casos desde un mismo punto de vista, conviene en señalar algunas opiniones de nuestros historiadores.

Para Ricardo Levene, fue una “minoría dinámica…con capacidad de irradiación sobre la inmensa masa”. Ricardo Zorraquín Becú dijo que el pueblo no tenía función alguna dentro de los resortes legales, salvo el hecho de que con su número pudiera ejercer presiones sobre las autoridades. Roberto H. Marfany reduce los alcances del hecho a un “pronunciamiento militar”, dado que fue en los cuarteles donde se incubó el movimiento, y sostiene que tanto la instalación de la Junta del 24 y su destitución, como la elección de la Junta Patria, fueron provocadas por la actividad castrense.

 


5. Conclusión

Del cabildo abierto cuya doctrina política era acorde a la tradición espiritual e intelectual española, surgió la Junta Patria, adornada con esos principios para el cumplimiento del mandato soberano. La poesía anónima de la época que publicó Roberto H. Marfany en su estudio El cabildo de Mayo dice:

La Provisional / Y Gubernativa / Junta que ha formado / Buenos Ayres, viva.

Para libertarnos / de las Anarquías / y los Francmasones / de la Francia impía.

La Provisional / Y Gubernativa / Junta que ha formado / Buenos Ayres, viva.

 

Fuentes:
MARFANY, Roberto H., El cabildo de Mayo, Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1961.

TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRÉ, Eduardo, Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Librería Histórica Perrot, Buenos Aires, 2005.

ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo, “Los grupos sociales en la Revolución de Mayo”, en Historia N° 22, Buenos Aires, 1961.

Revolución de Mayo - Prolegómenos

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 15 - 25 de Mayo de 2010 - Pags. 9 a 11  

 EDICION DEL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO 


Prolegómenos de Mayo de 1810 en Europa

Por el Dr. Oscar J. C. Denovi


En mayo de 1808, apenas iniciado el mes, se producirá un acontecimiento de la historia europea, que no tendrá parangón con ningún otro ocurrido antes de esa época, ni después de ella.

Napoleón Bonaparte (A)

La causa de ese fenómeno, será el por entonces secular enfrentamiento entre Inglaterra y Francia, y que se verá reforzado por el fortalecimiento político experimentado por la Francia con el ascenso de Napoleón al poder, que alimenta en los primeros años del siglo XIX, una escalada militar agudizada por los planes napoleónicos de dominación, que conducían a una inevitable guerra entre ambas potencias. El bloqueo continental impuesto por el Gran Corso al comercio inglés, se veía fisurado por la acción de un pequeño país enclavado en la península Ibérica, que alguna vez había estado unido a España, pero con la ayuda de Inglaterra había recobrado su autonomía respecto de aquella y cumplía un papel de auxilio en la introducción de mercadería inglesa en el continente. Portugal, este pequeño Estado, resultaba un obstáculo para los planes de Bonaparte, y entonces se concibe la invasión que marcará el comienzo del ocaso del emperador de la Francia.

Hacia 1780, cuando aún se estaba un tanto lejos de los años referidos, ante el principio enunciado por Inglaterra de que ningún neutral podía desafiar a un beligerante, realizando un comercio del que estaba excluido en tiempos de paz, Francia opuso el principio de la “neutralidad armada”, en la que proclamaba que “buques libres, hacen mercaderías libres”.

Gran Bretaña, declara también que la simple comunicación de un bloqueo bastaba a los fines de su efectividad, estableciendo la figura jurídica del “bloqueo sobre el papel”, que muchos años más tarde sirviera para el bloqueo al Río de la Plata en dos oportunidades. Todos estos “principios” apuntaban a establecer los derechos de los beligerantes protagonistas de esa lucha entre ambos países separados por el Mar del Norte. En esa línea de creación de derechos, el 16 de mayo de 1806 la Gran Bretaña comunicó a los Estados neutrales, que las costas desde el río Elba hasta Brest se encontraban bloqueadas “en el papel”, y desde Ostende hasta la desembocadura del río Sena en forma efectiva. Napoleón respondió a esto el 27 de noviembre de ese año, estableciendo el bloqueo en el papel de las Islas Británicas. El 7 de enero del año siguiente, se declaraba por parte del gabinete inglés, legítima presa a todo navío que comerciase con Francia, y el 11 de noviembre extendía el bloqueo a todos los puertos de Francia y sus aliados, lo que incluía los puertos americanos pertenecientes a España, y a esto contesta el gobierno Francés que todo buque que se sometiera a la “order in council” del ministerio inglés, sería considerado británico, y por lo tanto legítima presa para Francia.

Todas estas medidas excedían las posibilidades de Francia e Inglaterra, ninguna estaba en condiciones de hacerla cumplir, en todos lados y al mismo tiempo.

“La separación de los procesos históricos americanos de los europeos, no obedece sino a un criterio equivocado acerca de la verdadera naturaleza de la vida política y económica internacional. El centro de la monarquía española estaba en Europa. Sus destinos se jugaban desde la corte, estuviese ésta en Aranjuez o Bayona.”, dice Diego Luís Molinari.

 

La Casa Real española en el ojo de la crisis

Carlos IV, rey de España, estaba totalmente dominado por María Luisa, su esposa, que a su vez cobijaba a Godoy, el ministro que manejaba los asuntos del Estado español, con la injerencia de esta mujer del rey.

La pareja del rey y su esposa, habían tenido un hijo, Fernando, que había tenido una infancia triste, creciendo débil y enfermizo, Puesto a los dieciocho años bajo el cuidado del canónigo Juan de Escoiquiz, éste se ocupó de fomentar en Fernando, un odio profundo por Godoy, quien reforzaba el que había anidado en su espíritu por el ambiente enfermizo que se vivía en el casi inexistente ambiente familiar, agravado por el político. Casado Fernando con su prima María Antonia de Nápoles, acrecentó este sentimiento contrario a Godoy, pues la princesa, conocía muy bien los servicios prestados por Godoy a Napoleón, a quien odiaba, e influyó sobre Fernando en el mismo sentido. El 21 de mayo de 1806 María Antonia falleció, dejando al joven príncipe Fernando desamparado, odiado por su madre y perseguido por Godoy.

Una serie de intrigas palaciegas, había hecho mutar al ambicioso Godoy de su posición pro francesa -gravitó en ello la suspensión de las negociaciones sobre el reparto de Portugal, de la que él esperaba surgiera la soberanía hereditaria que había de tocarle en suerte- y el 6 de octubre de 1806 lanzó un manifiesto convocando al pueblo a tomar las armas, sin identificar el enemigo para el que debía armarse, pero quedaba tácito que dicho enemigo era Napoleón. Pero esta maniobra se frustró, al perder en la batalla de Jena el ejército ruso y sus aliados. El emperador ruso, había sido la tabla de salvación esperada por Godoy, para vencer a Napoleón. Este a su vez, advertido que su antiguo servidor había intentado una maniobra en su contra, aprovechó la circunstancia para hacer de Godoy el más sumiso de sus admiradores. Obtuvo de Godoy que España se sumara a Francia al bloqueo continental contra Gran Bretaña, obteniendo al mismo tiempo reforzar el poderío militar francés con los aportes militares de España, y como si esto fuera poco aún, admitió el primer ministro ambicioso y traidor a su patria, que José Bonaparte fuera el rey de Nápoles. Cuando Godoy advirtió que quedaba en descubierto ante Bonaparte, quiso ganarse a su causa al príncipe Fernando ofreciéndole en casamiento a su cuñada, prima del rey. Fernando, aconsejado por Escoiquiz y los duques del infantado y San Carlos, rechazó la proposición de su enemigo, a quien odiaba desde niño, y sus consejeros lo indujeron a escribirle a Napoleón para obtener un casamiento con una mujer de la familia Bonaparte.

Carlos IV - Fernando VII (B)
Al año de haber recibido estos consejos, Fernando le escribía a Napoleón denunciando la desolación en que vivía. Dice Vicente Sierra al respecto: “Carta semejante, escrita a un monarca extranjero por un príncipe heredero, sin anuencia de sus padres, se convirtió en manos de Napoleón en un arma poderosa contra su autor, sobre todo en momentos en que hacía creer a Godoy que, olvidando su mal paso, había llegado el momento de satisfacer sus ambiciones, a cuyo fin se gestaba en París el tratado para la partición de Portugal”.

Dominada toda Europa continental, o casi toda según veremos por el Gran Corso, luego que en Tilsit arreglara sus diferencias con los emperadores de Rusia y Prusia, sólo Gran Bretaña se oponía a la Francia napoleónica.

Resaltaba en esta situación como una antorcha encendida en una noche de luna nueva en invierno, el pequeño país enclavado en la península Ibérica e íntegramente rodeado por España: Portugal.

El 27 de octubre de 1807 se concluyó el Tratado de Fontainebleau. Por él, Portugal era dividido en dos, el Norte (entre el Duero y el Tajo) se asignaría cuando se lograra la paz general, y el Sur se dividiría en dos reinos autónomos. Para lograr esto, España autorizaba a Francia a pasar con sus ejércitos por territorio español, y en territorio español las unidades de esa nacionalidad se sumarían a las fuerzas francesas. Las colonias portuguesas pasarían a ser de ambas potencias signatarias, y Carlos IV adoptaría el título de Emperador de las dos Américas.

La impopularidad de Godoy crecía, y llegaba a su cúspide cuando fue nombrado jefe de la Casa Militar del rey, príncipe, generalísimo y almirante, Casi el rey.

Por encima de él, tenía un rey que al decir de uno de los historiadores españoles, “no tenía ni el talento ni la energía que el trono y las circunstancias demandaban” (1) imputándole uno de sus biógrafos, ser “tímido, irresoluto, indolente, falto de previsión” rematando esta suma de debilidades, con que “no determinaba sino por el juicio de otros” (2).

Los tejes y manejos de Godoy, la vinculación que tenía con la reina, o la difusión interesada de esta relación con fines de desprestigiar la corona española, -hay desacuerdos entre los historiadores-, hizo del ministro, el sujeto más odiado de la España de principios del siglo XIX. Los escándalos supuestos o reales de la reina, la pasividad de Carlos IV, deslizaron en segundo término el odio hacia aquellos reyes, y por oposición despertaron las simpatías hacia el príncipe de Asturias, el joven Fernando, cuyas vicisitudes familiares reforzaban esa simpatía, que se unía de esa manera, a la que provocaba su juventud.

El pueblo tomaba partido por el príncipe. Mientras esto ocurría, las tropas españolas aliadas a tropas de la Francia se preparaban para la invasión a Portugal, ante la amenaza concreta, el príncipe regente de Portugal Don Juan, el 20 de octubre de 1807 cierra los puertos para los navíos de Gran Bretaña.

Inglaterra por medio de un personaje muy conocido para los rioplatenses años después, lord Strangford, actúa con su acostumbrada energía, amenaza a los portugueses en la persona de sus reyes, y consigue firmar un tratado por el que la corte portuguesa será trasladada a Brasil bajo protección británica, obteniendo la firma del mismo el 22 de octubre.

He aquí el artículo primero de ese tratado: “....en el caso que se cerraran los puertos de Portugal a la bandera inglesa, sería establecido un puerto en la isla de Santa Catalina, o en otro lugar en las costas del Brasil, para donde las mercaderías inglesas pudiesen ser libremente importadas en navíos ingleses, pagando los mismos derechos que pagaban actualmente en Portugal, y durante el acuerdo hasta nuevo ajuste”. En una magnífica aplicación práctica, los ingleses aprovechaban la circunstancia para proteger sus intereses, estableciéndose en forma directa en el contrabando que se practicaba en el Río de la Plata.

Juan IV de Portugal (C)
Portugal ratificó el tratado el 9 de noviembre. El día 19 las tropas españolas al mando del general Juan Garrafa, junto a las francesas al mando del general Junot, cruzaban la frontera hispano portuguesa. El 27, la familia real lusitana era perentoriamente obligada a embarcarse, cosa que recién realiza el matrimonio real, el príncipe regente Juan y su esposa, Carlota Joaquina, hermana de Fernando de España, el día 29, seguidos por su corte y un séquito de ochocientas personas. La conminación británica había sido confiada a dos hombres de renombre en ese tipo de acciones, el contralmirante Sidney Smith y el ya mencionado lord Strangford. “Está consumada una de las mayores vergüenzas de la historia portuguesa. La larga serie de humillaciones a que el gobierno del príncipe regente nos sometió, cerrábase con esta fuga cobarde y este abandono de Portugal, sin organización y sin defensa.” (3)

Al día siguiente de haber partido de Lisboa el matrimonio real, entran en la capital de Portugal las tropas francesas al mando de Junot. Apenas veintitrés días después, el 22 de diciembre entraba en España el segundo cuerpo de observación de la Gironda, al mando del general DuPont, quien después se establece en Valladolid, ya en los primeros días de 1808. El 9 de enero una fuerza de treinta mil hombres al mando del mariscal Moncey, cruzaba la frontera franco española, y se desplaza hasta Burgos donde se estaciona el 10 de febrero. La excusa, para este importante movimiento del aparato bélico de la Francia, era el rechazo a un eventual ataque ingles a Cádiz.

La carga de los mamelucos (D)
Pero, lo que ocurría es que Napoleón preparaba el terreno para destronar la corona española, y con ese objeto nombra como lugarteniente en España a su cuñado, Joaquín Murat, duque de Berg. El 16 de febrero el general Darmagnac ocupaba Pamplona, el 28 del mismo mes el general Duhesme entraba en Barcelona. En marzo, el total de tropas francesas en España sumaban cien mil hombres.

La penetración de tropas francesas en España continuará, y para esta época de marzo de 1808, ya se evidencia muy claramente la postura a favor de Fernando del pueblo español. Godoy advierte que ésta es irreversible y que el odio más marcado recae sobre él. Dada la condición adquirida por Napoleón por el tratado de Fontainebleau, y el poderío militar francés en territorio español, facilitado por dicho tratado, la situación de Godoy era sumamente peligrosa. El manifiesto del 6 de octubre de 1806, por el que España podía haberse puesto en contra de Napoleón si la suerte de las armas en Jena hubiese sido opuesta, hacía que el respaldo de Godoy en Napoleón trastabillase, pero también operaba en dirección de que Napoleón, quien quería borrar del mapa a los Borbones, aprovechase el antecedente para sacarse de encima el matrimonio real moralmente corrupto, y ese primer ministro que no le iba en saga a aquel matrimonio. El emperador, envía un mensaje con las quejas que tenía contra la corte española, en la que va descubriendo el juego con el que sometería a España. La parte final del mismo, especie de resumen de todo el anterior contenido decía: “Que en razón de la posibilidad de que se produzcan desórdenes a causa de una colisión entre los dos partidos, Su Majestad Imperial no podía hacer otra cosa que solicitar de Su Majestad Católica ciertas garantías contra toda clase de eventualidades, las que, independientemente de la voluntad de S.M.C. podían perturbar la paz interior del reino, al mismo tiempo que su sistema político de gobierno, y que estando S.M.I. obligado a guardarse de estos posibles acontecimientos, no puede hacer menos que tomar fuertes posiciones en las provincias españolas limítrofes con Francia y que la situación puede llegar al punto de verse obligado a establecer gobiernos militares en ellas y a ocuparlas por el término de un año después de la celebración y consolidación de la paz; que en ejecución de estas medidas S.M.I. el emperador no puede hacer menos que afrontar esas dificultades considerándolas como efectos de una situación precaria y extraordinaria, tanto como la que allí ha de existir y que, aunque S.M.I. podría encontrar en los precedentes históricos y en motivos políticos una justificación para agregarlas a su Imperio, o por lo menos establecer entre las dos naciones un estado neutral que constituya un parachoques entre una y otra, se limita a indicar un cambio favorable a ambos partidos, consistente en ceder todo el Portugal a cambio de las provincias fronterizas con Francia…”

Semejante documento daba un feroz golpe a Godoy, y anunciaba la tormenta que no tardaría en estallar.

La presencia militar francesa había sido bien recibida por los españoles. Muchos creían que los franceses venían a apoyar a Fernando, en contra del matrimonio y de Godoy.

La familia real se alojó en Aranjuez, a raíz de la delicada situación, ordenándose a la tropa disponible concentrarse alrededor de la misma para su protección.

La presencia en el Palacio, dio lugar a que la inquietud pública se sensibilizara y entonces diversos rumores la afectaban y la hacían mantener alerta, concentrando observadores para ver los movimientos que se pudieran observar en el Palacio.

Como la suspicacia aumentaba y se rumoreaba la partida de la corte a América, el rey emitió el 16 de marzo un manifiesto donde explicaba que el ejército de “mi querido aliado el emperador de los franceses, cruza mi reino con las más pacíficas y amistosas intenciones. La concentración de guardias no tiene otra razón que la protección de la persona real, y no acompañarme en un viaje que la malicia os ha inducido a considerar necesario”.

Pero en la noche del 17, desconfiados integrantes de los grupos que se juntaban a observar los movimientos en el palacio, viendo que del palacio de Godoy salía un coche, se intentó identificar al viajero. La escolta trató de evitarlo y sonó un tiro, que concentró aún más la multitud, la que exasperada invadió el palacio de Godoy saqueándolo e incendiándolo.

Caida de Godoy
Motín de Aranjuez. Grabado de la época (E)
Durante esa noche la familia real debió presentarse varias veces ante la multitud, que demostró sus preferencias por Fernando. Este episodio fue denominado el motín de Aranjuez. Carlos IV, que había depositado en Godoy las riendas de su gobierno, de pronto se enfrentó con la realidad de su impopularidad y la absoluta falta de autoridad que devenía de su gestión, comprobaba la popularidad del hijo que él no había valorado nunca, y entonces reunió sus ministros para comunicar su abdicación. El 19 de marzo, hizo redactar por el ministro Cavallero el respectivo decreto, que en presencia de la corte le entregó a Fernando. La noticia recorrió toda España como si hubiera dispuesto de medios de comunicación sólo conocidos muchos años después, tal el júbilo que provocó en su pueblo. Fernando VII era rey de España. ¡Viva Fernando el deseado!

 

La farsa de Bayona

Murat, quien avanzaba hacia Madrid después de cruzar la sierra de Guadarrama, se encuentra con la novedad del motín de Aranjuez. Como precisa información, envía al general Bailly de Montión, quien debía entrevistarse con Carlos en aquella ciudad.

Carlos le entrega una carta que había escrito para Napoleón, para que la entregase al emperador.

Esa carta, en que Carlos desnuda su vileza invocando que se veía “obligado a renunciar a su corona... echándose en brazos del gran monarca su aliado, sometiéndose enteramente a la disposición de él, que es el único que puede resolver su felicidad,... se declaraba resuelto a conformarse con todo lo que el mismo gran hombre desee disponer en cuanto a nosotros y cuanto concierne a mi destino, el de la reina y el príncipe de la paz”, nombre este último con que se conocía a Godoy.

Napoleón se encontró de pronto con que sus planes se facilitaban. La prensa oficial de París no reconocía la abdicación y declaraba que el trono de España se hallaba vacante.

Bailly de Montión aconsejó a Carlos, y el pusilánime rey emitió un documento antidatándolo al 21 de marzo, donde declaraba nulo y sin valor el decreto de abdicación.

Fernando era recibido en Madrid con júbilo popular, de un pueblo que, como había ocurrido en Aranjuez, se inclinaba hacia su juventud y cifraba en ella la recuperación del vigor del gobierno que llenaba sus ansias de realización. Las primeras medidas adoptadas por el rey, eran bien recibidas, corregían las impopulares adoptadas por Godoy. Confusa situación para Fernando, quien advertía que su situación era difícil, parecía que se aclaraba, cuando es invitado a entrevistarse en Burgos con el emperador, por el general Savary. El 10 de abril Fernando se puso en viaje con su comitiva. Dejó en Madrid una Junta de Gobierno a cargo de su tío el infante Don Antonio. Al llegar a Burgos no encuentra a Bonaparte y entonces sigue viaje hasta Vitoria. Anoticiado que el emperador ha viajado a Bayona, Fernando espera, y el 17 de abril recibe una carta del emperador. En ella, dechado de hipocresía, Napoleón le decía a Fernando, que no podía reconocer la abdicación de su padre, ni reconocer su legitimidad como rey, sin realizar una investigación profunda. Fernando, aún contra la opinión de algunos de los miembros de su comitiva, decide ir a Bayona. Los vecinos de Vitoria al ver el carruaje listo para partir, se opusieron en forma tumultuosa y pretendieron cortar los tiros. Fueron apaciguados, decreto del rey mediante, en que expresaba su confianza en Napoleón. El 19 de abril partió Fernando hacia Bayona. Allí quedaría preso. Como preso estaba su padre, aunque no aún en Bayona, estaba en el Escorial, preso de sí mismo.

Mientras tanto Murat se manejaba con prepotencia provocando reacciones que iban subiendo de tono. Las tropas francesas, se comportaban mudando su trato cordial de los primeros tiempos, a impaciencia con imposiciones que iban generando una creciente resistencia de la población española. El primero de mayo, Murat es silbado a su paso por las calles de Madrid. Los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde habían comenzado una conspiración que crecía entre los militares.

El día 2, grupos de patriotas armados se reunían frente al palacio real. El rumor decía que se llevarían a Bayona a miembros de la familia real, por eso esos grupos estaban allí. Diversos movimientos se registran, cuando alguien entró en el edificio y a poco salió gritando: “¡Traición! ¡Nos han llevado al rey y quieren llevarnos a todas las personas reales! ¡Mueran los franceses!” Y desde un balcón otro gritó: “¡A las armas! ¡Se llevan al infante!” Cuando los carruajes iban a comenzar su marcha, la multitud se lanzó sobre ellos y cortó los tiros, sin gobierno los carruajes arrollaron lo que tenían a su frente, entre ellos un edecán de Murat. Tropas francesas llegaron, y Murat ordenó barrer con metralla a la muchedumbre. Pocas horas después se luchaba en todos los barrios de la ciudad. Manolas y chisperos armados de pistolones, cuchillos, navajas y piedras, deshacían las cargas de los polacos y los mamelucos. Las tropas españolas se mezclaban con el pueblo. Hacia la noche, los franceses se habían impuesto. Una comisión militar, dispuso el fusilamiento de todos los prisioneros. Centenares de patriotas cayeron en las puertas del Retiro, en el Prado, en la montaña del Príncipe Pío, en la casa del Campo y la Moncloa.

Un alcalde de un modesto pueblo, Móstoles, al enterarse de los sucesos del 2 de mayo, en Madrid, lanzó su declaración de guerra a Napoleón. La Junta Suprema ese año en la Metrópoli, lo mismo que la Junta de Mayo en Buenos Aires, en mayo de 1810, al advertir que el imperio había quedado sin rey y sin gobierno, proclamó el principio de que: “El Pueblo reasume su soberanía, o sea, su poder de crear gobierno”. (4)


(1) Aguado Bleye, Pedro y Alcázar Molina, Cayetano: “Manual de Historia de España”.

(2) Muriel, Andrés: “Historia de Carlos IV”, Tomo II, citados por Pigretti, Domingo Antonio, “Juntas de Gobierno en España durante la invasión Napoleónica”.

(3) Pereira Da Silva, citado por Vicente Sierra,”Historia de la Argentina”, Tomo IV.

(4) Vicente Sierra, “Historia de la Argentina”, Tomo IV.


(A) Napoleón en su estudio de las Tullerías. Óleo de Jaques L. David, 1812. Galería Nacional de Arte, Washington.

(B) Carlos IV, Óleo de Francisco de Goya, c. 1789. Museo del Prado, Madrid. - Fernando VII. Óleo de Francisco de Goya, 1814. Museo Municipal de Bellas Artes, Santander.

(C) Juan VI, Príncipe Regente y luego Rey de Portugal. Óleo pintado por José Leandro de Carvalho.

(D) El 2 de mayo de 1808, la carga de los mamelucos. Óleo de Francisco de Goya, 1814. Museo del Prado, Madrid.

(E) Caída y prisión del Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, en el Motín de Aranjuez según un grabado de la época.

Rosas y el 25 de Mayo

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 15 - 25 de Mayo de 2010 - Pag. 8  

EDICION DEL BICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO

 Rosas y el 25 de Mayo 

por Norberto Jorge Chiviló


El día 16 de diciembre de 1829, a los pocos días de haber asumido por primera vez la gobernación de la provincia, Rosas, dictó un decreto póstumo de honores y homenaje a Cornelio Saavedra, hombre decisivo y primera figura de la revolución de Mayo y Presidente de la Primera Junta, quien había fallecido el 29 de marzo de ese año, olvidado por las autoridades del gobierno de Lavalle.

El decreto dice así: “Buenos Aires, diciembre 16 de 1829. – El primer comandante de patricios, el primer presidente de un gobierno patrio, pudo sólo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias calamitosas en que el país se hallaba. Después que ellas han terminado, sería una ingratitud negar a un ciudadano tan eminente el tributo de honor rendido a su mérito, y a una vida ilustrada con tantas virtudes, que supo consagrar entera al servicio de su patria. El gobierno, para cumplir un deber tan sagrado, acuerda y decreta:

“Art. 1°. En el cementerio del Norte se levantará, por cuenta del gobierno, un monumento en que se depositarán los restos del Brigadier General D. Cornelio Saavedra. Art. 2°. Se archivará en la Biblioteca pública un manuscrito autógrafo del mismo Brigadier General, con arreglo a lo que previene  el decreto de 6 de octubre de 1821. Art. 3°. Comuníquese y publíquese. – Rosas. – Tomás Guido.”

La fotografía que ilustra esta nota corresponde al monumento levantado en cumplimiento de dicho decreto, en el cementerio del Norte –actual Recoleta–, ubicado a escasos ochenta metros de la entrada y sobre su calle principal.

El día 13 de enero de 1830, se realizaron en la Iglesia de la Merced, solemnes funerales en memoria de Saavedra, al cual concurrieron además del Gobernador Rosas, sus ministros Guido y Balcarce, generales, jefes y oficiales.

Días más tarde, y ante el fallecimiento de otro de los personajes de Mayo de 1810, don Feliciano A. Chiclana, Rosas dictó este otro decreto de homenaje al prócer:

“Buenos Aires, enero 16 de 1930. – Aunque los nombres de los primeros ciudadanos no tuvieron la gloria de ser los autores de la independencia de la Patria, pertenecen a la historia, encargado de transmitirlos a la posteridad; el gobierno reconoce como un deber sagrado perpetuar su memoria, tributando un justo homenaje de gratitud a aquellos varones esforzados que supieron encontrar recursos en sólo su genio para arrancar la patria de manos de sus opresores. Entre estos beneméritos patriotas, ocupa, sin duda, un distinguido lugar el Dr. D. Feliciano A. Chiclana, cuyas virtudes cívicas lo hicieron sobreponerse a las circunstancias azarosas de los memorables días de Mayo de 1810, contribuyendo muy particularmente al grande acontecimiento que trastornó la faz política de un mundo entero. Estos justos motivos han impulsado al gobierno a decretar lo siguiente: Art. 1°. En el cementerio del Norte se levantará, por cuenta del Gobierno, un monumento en que se depositarán los restos del Dr. D. Feliciano A. Chiclana. Art. 2°. Se depositará en la Biblioteca pública un manuscrito autógrafo del mismo Dr. Chiclana, con arreglo a lo que previene el decreto del 6 de octubre de 1921. Art. 3°. Comuníquese y publíquese.  – Rosas – Tomás Guido”.

También en los documentos públicos durante el período rosista, los mismos iban encabezados por una leyenda que señalaba entre otros, los años transcurridos desde la Revolución de Mayo: “(tantos) años de la Libertad…”; así por ejemplo en una carta dirigida a los “Argentinos engañados por el salvaje unitario Juan Lavalle”, dice así “¡Viva la Confederación Argentina! / Santos Lugares de Rosas, octubre 31 de 1840 / Año 31 de la Libertad / 25 de la Independencia / y 13 de la Confederación Argentina”.

El 25 de mayo de 1836, ante el cuerpo diplomático que se había reunido en el Fuerte de Buenos Aires, para saludarlo con motivo de un nuevo aniversario de la fecha patria, Juan Manuel de Rosas, pronunció el siguiente discurso que al decir del historiador Julio Irazusta en “Vida Política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia”, Tomo III (Edic. de 1975). “No se podrá negar que este discurso encierra una notable hermenéutica de la  revolución argentina. Tal vez la más próxima a la verdad. Ella es la que mejor enlaza los destinos del país independiente, con las tradiciones del pasado colonial. La que mejor concilia el hecho de la emancipación, con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo. La única que salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva en la declaración de la independencia por los mismos hombres, sobre poco más o menos, que habían jurado lealtad a Fernando VII. Jamás el Estado argentino se pensó a sí mismo, por el órgano de sus magistrados supremos, con más nobleza y racionalidad en la alocución maya de Rosas”.

He aquí el discurso de Rosas -que publicó la Gaceta Mercantil N° 3893 el 27 de mayo de 1836-:

“¡Qué grande, señores, y que plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil novecientos diez! ¡Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, había caducado de hecho y de derecho. No para revelarnos contra nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecernos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarnos con mejor éxito en sus desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida la España.

Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo abierto celebrado en esta ciudad en 22 de mayo de mil ochocientos diez, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra y gloria intensa del pueblo porteño. Pero ¡ah!... ¡Quien lo hubiera creído!... Un acto tan heróico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la Nación española, y a su desgraciado Monarca: un acto que ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fué interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente.

Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobremanera la gloria del pueblo argentino, pues que ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución, hasta que cansados de sufrir males sobre males, sin esperanza de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición anegada en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por quienes debían economizarla mas que la suya propia, nos pusimos en manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera.

El Cielo, señores, oyó nuestras súplicas. El cielo premió aquel constante amor del orden establecido, que había excitado hasta entonces nuestro valor, avivado nuestra lealtad, y fortalecido nuestra fidelidad para no separarnos de la dependencia de los Reyes de España a pesar de la negra ingratitud con que estaba empeñada la Corte de Madrid en asolar nuestro país. Sea pues nuestro regocijo tal cual lo manifestáis en las felicitaciones que acabáis de dirigir al gobernador por tan fausto día; pero sea renovando aquellos sentimientos de orden, de lealtad y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heróico en sostén y defensa de la causa Nacional de la Federación, que ha proclamado toda la república. De esta causa popular bajo cuyos auspicios en medio de las dulzuras de la paz, y de la tranquilidad, podamos dirigir nuestras alabanzas al Todo Poderoso y aclamar llenos de entusiasmo y alegría.

Viva el Veinte y Cinco de Mayo

Viva la Confederación Argentina

Mueran los Unitarios impíos”