REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En el portal del diario La Nación, del 24 de abril de 2012, fue publicado este interesante artículo sobre Rosas.
Cosas sobre Rosas
Por Rolando Hanglin
Uno opina, acerca sobre Juan Manuel de Rosas lo que le han explicado en su casa, o lo que le contaron en la escuela.
Hoy día no aparece el tema Rosas en los diarios, revistas o la tele, de manera que -salvo que tenga un motivo especial- el argentino medio estima que Rosas fue "un tirano sangriento que mandaba degollar a sus opositores" o un "nacionalista cabal, continuador de San Martín y precursor de Perón".
Sea como fuere, estas breves noticias pueden interesar al lector. Ante todo, cabe aclarar que el título de "Restaurador de las Leyes" no se entiende bien en la terminología actual. Hoy diríamos que Rosas fue un hombre decidido a restablecer la ley y el orden. Cabe recordar que fue designado gobernador de Buenos Aires después del fusilamiento de Manuel Dorrego por orden de Juan Lavalle (ver federales contra unitarios) y al cabo del largo período de anarquía que va de 1810 a 1830.
HECHOS
Rosas nació el 30 de marzo
de 1793, en la casa grande del finado don Clemente López de Osornio, en la
vereda norte de la calle Santa Lucía, hoy Sarmiento. La madre fue doña Agustina
López y el padre un joven militar, don León Ortiz de Rosas. Al nacer el
varoncito y chillar como un marrano, el gallardo teniente del regimiento de Infantería
de Buenos Aires se calzó el uniforme completo. Abriéndose paso entre el pulpero
don Ignacio, el mulato José, las esclavas negras Feliciana, Damiana, Pascuala,
Teodora y otras, y la india libre Juliana, todas criadas de la familia, corrió
hasta el cuartel con su calzón azul, su chupa, vuelta y collarín encarnado con
botones blancos. Buscaba al capellán, pero como nadie le respondiera atrapó al
cura del batallón tercero, doctor Pantaleón Rivarola. Pensaba que un vástago de
los Ortiz de Rosas debía ser militar y católico desde el primer día de su vida.
De Juan Manuel adelante, Agustina tuvo 20 hijos, de los cuales vivieron 10.
CRUELES RECUERDOS
En lo de López, aún se
recordaba la tragedia de don Clemente. El padre de Agustina, un típico
estanciero militar de aquel tiempo feroz, poseía un establecimiento llamado
"El Rincón de López". Estaba en contacto con la frontera india. En un
malón de 1783, don Clemente y su hijo Andrés (de 26 años) fueron degollados por
los pampas.
El primer Ortiz de Rosas
que se recuerda fue don Bartolomé, caballero de la orden de Santiago, que dejó
partir a las Indias, en 1742, a su hijo Domingo. Luego vinieron virreyes,
capitanes, alcaldes y gobernadores.
Don León, el padre de Juan
Manuel, era un joven aventurero. Se alistó con una expedición de don Juan de la
Piedra en 1785, hacia el Río Negro, en pleno territorio indio. Allí degollaron
a numerosos guerreros, mujeres y niños de la tribu de Francisco. León fue
tomado prisionero. Le esperaba una ejecución por la muerte lenta, pero el
Virrey Loreto ofreció canjearlo por un hermano del cacique Negro, que mantenía
cautivo. Luego se ajustaron las paces.
COMBATE A LOS 13 AÑOS
Rosas atravesó su bautismo
de fuego a los 13 años. Al producirse las invasiones inglesas de 1806, al mando
del muy diplomático y seductor William Carr Beresford, que dejó amigos por
todas partes, muchos porteños se quedaron sin reacción, y otros derramaron
lágrimas de impotencia como Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Santiago de Liniers.
Luego, se produce la
gloriosa Reconquista (13 de agosto de 1806) y Rosas actúa como niño servidor de
cañón, encargado de conducir cartuchos. Al día siguiente de la victoria, el
francés Liniers (hombre del ancien régime, conservador, leal a España, luego
Virrey, luego renuente a la Revolución de Mayo y fusilado de manera inicua)
felicita al joven Rosas, le da una carta para doña Agustina, le augura una gran
carrera militar, etc. Recordando a Liniers, un Rosas ya anciano escribía:
"¡Liniers! Ilustre, noble, virtuoso, a quien yo tanto he querido y he de
querer por toda la eternidad, sin olvidarlo jamás."
NO LE GUSTÓ LA REVOLUCION
DE MAYO
En otras palabras, Rosas
reaccionó visceralmente, cuando era casi un niño, contra las Invasiones
Inglesas. Como todo español bien nacido.
El General Beresford, que
había sido un gobernador templado, quedó prisionero en Buenos Aires y, luego,
en Luján. Gran número de comerciantes británicos, que se habían instalado ya en
la Argentina, descontando el éxito de la nueva autoridad inglesa, se radicaron
definitivamente aquí: por ejemplo, los hermanos John y William Parish
Robertson. Cientos de prisioneros británicos desertaron y se instalaron como
paisanos cualesquiera en ranchos de la pampa. Tal el caso del suboficial
irlandés Peter Campbell, que al parecer olvidó el idioma inglés: fue matrero,
maloneó con los indios y terminó como incorruptible ayudante de los hermanos
Parish Robertson. Y por último, caudillo federal.
Cuando los ingleses
invadieron Buenos Aires y Montevideo, en 1806-1807, había muchos irlandeses en
sus filas, enrolados contra su voluntad. Era costumbre británica, y de las
autoridades militares, reclutar a jóvenes de Irlanda acusados de algún delito
político o vulgar, y la condena consistía en servir al Ejército o la Marina de
Guerra, sobre todo esta última, lo cual no deja de asemejarse a la leva de los
paisanos argentinos. El hecho es que numerosos irlandeses, católicos y
antibritánicos, se encontraron de pronto en el Río de la Plata. Región española
de la misma religión, donde eran inducidos por los vecinos a desertar. Y lo
hicieron masivamente, tanto es así que el bueno de Beresford (irlandés también,
y hasta se lo sospechaba católico) tuvo que imponer la pena de muerte a los
desertores de la tropa británica o aquellos que los sedujeran (¿) en esa
dirección. (Más pormenores de esta cuestión se encuentran en "Historias
Ignoradas de las Invasiones Inglesas", de Roberto Elissalde, incluyendo la
aventura de los Paley, los Lynch y otras familias tradicionales irlando-argentinas).
Los cientos de
comerciantes, desertores, contrabandistas y granjeros ingleses arribados entre
1806 y 1807, sembraron una semilla de liberalismo, independencia y
constitución. Tanto así, que Beresford fue asistido en su fuga, cuando se
encontraba bajo arresto domiciliario en Luján, por dos argentinos: Saturnino
Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla. Este último, agente del venezolano
Francisco de Miranda, precursor de la Independencia Iberoamericana. En otras
circunstancias y en otra nación, lo de estos hombres sería alta traición, o
sea: fusilamiento.
De todos modos, el
caballeresco Beresford permaneció en Montevideo y no volvió a la carga en 1807
(cuando la Segunda Invasión) cumpliendo con el código de capitulación militar,
propio de aquellas épocas, en las cuales el vencido juraba no levantar otra vez
las armas contra el vencedor.
Entiéndase bien: el
vencedor de la Reconquista, en 1806, era España, y no la Argentina, república
nonata.
En los días siguientes, el
fermento ideológico sembrado por los ingleses germinó en Buenos Aires, donde
los jóvenes jacobinos de la Sociedad Patriótica distribuían panfletos,
proclamaban la libertad, y parloteaban incansablemente en casa de Mariquita
Sánchez de Thompson y su marido, que a pesar del apellido era un militar
español.
Escribía don Tomás M. de
Anchorena: "Nos hemos defendido de los ingleses sin ningún auxilio
español, y hemos emprendido un gobierno a nombre del rey cautivo don Fernando
VII, para después, cuando recobrase la libertad, brindarle su justo homenaje.
De este modo era como yo oía discurrir entonces a patriotas de primera figura
en nuestro país. No sé si algunos habían leído alguna cosa de política moderna,
ni sé que hubiera otra que el Pacto Social de Rousseau, traducido al castellano
por el famoso señor Mariano Moreno, cuya obra sólo puede servir para disolver
los pueblos, formando de ellos grandes conjuntos de locos furiosos y de
bribones. Así discurrían muchos de los que estaban al frente del movimiento
separatista".
Esto escribía Anchorena, primo
de don Juan Manuel y su amigo íntimo. En cuanto a Rosas, así lo dice Carlos
Ibarguren: "La mayoría de los jóvenes contemporáneos de Rosas abrazaron la
nueva causa, para combatir por el triunfo de la revolución. Y hasta
sacrificaron su tranquilidad, su fortuna y su vida. Mientras que, en las década
de 1810 a 1820, esa juventud brega por la independencia o trabaja exaltada por
los ideales de libertad en la prensa o la tribuna, Rosas permanece
completamente ajeno. El joven Juan Manuel se retrae, se empeña en labores
rurales que lo enriquecen, se encierra en su estancia y contempla como simple
espectador, desde lejos, los tumultos de la lucha y las proezas de la
epopeya".
Luego, aclara el propio
Juan Manuel: "Ninguno de mis padres, ni yo, ni mis hermanos o hermanas,
hemos sido contrarios a la causa de la independencia americana" (Carta a
Josefa Gómez, 2 de mayo de 1869, Museo de Luján).
Es verdad -dice Ibarguren-
que Rosas no actuó contra el movimiento separatista de España, pero no pudo
ocultar su fastidio ante el desorden y los tumultos: "Los bienes de la
asociación han ido desapareciendo insensiblemente desde que nos declaramos
independientes. Los tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que
precedieron al 25 de mayo".
Otra carta a Josefa Gómez
(Museo de Luján, fecha 1868, Southampton): "En más de 50 años en estas
repúblicas, hemos podido ver la marcha de la enfermedad política que se llama
revolución, cuyo término es la descomposición del cuerpo social".
Para Rosas, "los
tiempos mejores y tranquilos fueron antes de 1810, en los que la subordinación
estaba bien puesta, el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrasaba:
había unión "¿Necesidades de la Provincia? Seguridad y respeto. Asegurar
la propiedad de los hacendados y evitar una guerra con los indios, negociando
la paz con ellos. "Acostumbrándose a vivir en guerra, los indios formarían
escuela militar para ella, y acaso adoptarían el plan de consumir el poder del
ejército por medio de la guerra de recursos. No debemos olvidar que aún estamos
en revolución, que aún hay conspiradores, y que vemos a los hombres llevar sus
venganzas y resentimientos hasta seducir a los salvajes y hacerlos sus
instrumentos. Lejos, pues, de nosotros un proyecto de expedición (contra los
indios de la Pampa). La paz es lo que conviene a la provincia". Atención:
es palabra de Rosas, estanciero de fronteras en 1820. No hablaba de oído.
Ascendido a coronel de
caballería el 7 de octubre de 1820, Rosas proclama: "¡Sed precavidos, mis
compatriotas, pero más que todo sedlo para con los innovadores, los
tumultuarios y enemigos de la autoridad!...¡Odio eterno a los tumultos!...¡Amor
al orden!...¡Obediencia a las autoridades constituidas!".
SE FORMAN LOS MALONES
Queda dicho que don Juan
Manuel era remiso a una guerra con los pampas, ya que sospechaba que estos
jinetes y lanceros podrían formar una temible caballería ligera. Cosa que, en
efecto, sucedió. No obstante, ni Rosas ni el singular evangelizador de Kakel-
Huincul, el hacendado Francisco Ramos Mexía, lograron mantener el equilibrio de
pactos y malones, regalos apaciguadores y visitas gentiles a los astutos
caciques.
Un informe del coronel don
Pedro Andrés García, enviado por la Primera Junta en 1810 a inspeccionar las
guardias de fronteras, reportó lo siguiente: "Existe un desorden general
en las campañas, considerando a los llamados labradores y a los vagos. Todos
estos forman una parte importante de nuestra población rural. En el curato de
Morón, que está casi a las puertas de la ciudad, se cuentan 622 familias, y
acaso una tercera parte de estas puede entrar en la clase de estos dudosos
labradores. Lo mismo, los demás partidos. ¿Y qué podemos esperar de estos
hombres, habituados desde la infancia a todos los vicios y la más destructiva
holgazanería? Las más sabias leyes, la más rigurosa policía, no funcionarán
jamás sobre una población esparcida en campos inmensos, y sobre unas familias
que pueden mudar su domicilio con la misma facilidad que los beduinos o los
pampas. Muchos de nuestros campestres, cuyas costumbres no distan demasiado de
los salvajes, se han familiarizado con ellos, y atraídos por el deseo de vivir
a sus anchas, salen a efectuar correrías en nuestras haciendas. Hay otros que,
temiendo el castigo de sus delitos, se domicilian generosamente entre los
indios. Estos tránsfugas, cuyo número es muy considerable y crece
incesantemente, les instruyen en el uso de nuestras armas, e incitan a que
ejecuten robos y se atrevan a hacer correrías en nuestras haciendas. ¡Cuánto no
debemos temer a estos indios, acaudillados y dirigidos por nuestros mismos
soldados!".
El coronel García estaba
registrando, sin saberlo, un cambio antropológico de proyección crucial. En las
llanuras despobladas, desde Buenos Aires a Mendoza en el sentido E-O, desde
Chaco hasta Tierra del Fuego en el sentido N-S, se reunían varios elementos de
combustión histórica:
1. Los pampas y tehuelches,
de origen argentino.
2. Los araucanos de Chile,
que cruzaban la cordillera y se lanzaban a la caza de ganado cimarrón para
venderlo del otro lado de la Cordillera.
3. Millones de vacas y
yeguarizos silvestres, en un país de grandes ríos y llanuras fértiles.
4. La disposición de
insumos militares útiles como el hierro, aportado por los españoles, ideal para
blindar la punta de las chuzas o lanzas.
5. La abundancia de hombres
blancos sin domicilio, refugiados de las guerras civiles. Por ejemplo: los
Pincheira chilenos, cuatro hermanos hispánicos que perdieron la contienda de la
Independencia y pasaron al Plata. El unitario coronel puntano Manuel Baigorria,
que se arrimó con sus hombres a los ranqueles. Los hermanos Saa, también
puntanos, de historia parecida. Los chilenos Carreras.
6. Todo este gentío fue
aglutinado culturalmente por los araucanos chilenos, con su disciplina militar
y su lenguaje sencillo y práctico. Tehuelches, blancos, españoles, argentinos,
uruguayos, se adaptaron a la Civilización del Cuero. Los araucanos dejaron su
"ruca" de piedra y adoptaron el toldo portátil. Se enseñorearon del
caballo, alimento autoportante y arma de guerra, alcanzando su máxima expresión
en la Confederación de Salinas Grandes, encabezada por el chileno Juan
Calfucurá, que había entrado a nuestro país en 1833.
7. Toda esta cuenca
inexplorada, conocida como Tierra Adentro o El Desierto, cumplió un papel
dramático en Argentina desde 1780 hasta 1880. Es cierto que Rosas realizó,
finalmente, una expedición al desierto con Facundo Quiroga y el Fraile Aldao.
Pero su idea inicial consistía en pactar, a toda costa, con los pampas
argentinos.
NO LE GUSTABA BUENOS AIRES
A pesar de que había nacido
en esta ciudad y aquí tenía su casa, Rosas no gustaba del ambiente porteño en
el período 1806-1820. Por empezar: en 1806, la población, fácilmente
conquistada por los ingleses, acogió con aparente cordialidad a los nuevos
amos: "Abriéronse amablemente las salas para recibir a los jefes y
oficiales británicos, que se paseaban por la calle del bracete con las Marcos,
las Escalada y las Sarratea: las autoridades juraron fidelidad al general
Beresford, las comunidades religiosas dedicaron laudatorias y lo mismo el prior
de Santo Domingo, Fray Ignacio Grela, quien hizo desde el púlpito el panegírico
del gobierno británico. Pero, en el fondo, el espíritu público despechado
temblaba sediento de venganza", (Alejandro Gillespie, Buenos Aires y el
Interior)
Conviene aclarar que Rosas
no tenía nada de antibritánico. Durante su larga administración (1829-1852)
respetó y consultó a los ingleses. Llegado el momento, se exiló en Southampton,
donde sus amistades fueron británicas y sus peones ingleses, en la Burgess
Farm, durante 25 años. Al morir, designó albacea a Lord Wellington. En el
poder, privilegió fuertemente al Consul General en Buenos Aires, Mr. Woodbine
Parish, quien fue designado coronel de la Confederación, ciudadano argentino
honorario, y luce los colores celeste y blanco. ¡En su escudo de familia!
¿AMIGO DE LOS INDIOS?
Más de un lector conoce la
orden escrita del Restaurador: "Si se capturan algunos indios, lo mejor es
fusilarlos en el monte y en caliente, como corresponde, dejando uno sólo vivo
para declarar".
Esto fue en 1833, cuando no
se tomaban prisioneros. Se degollaba a los heridos y rehenes para ahorrar balas,
pues eran pocos los fusiles disponibles. Rosas llegó a esta filosofía después
de incontables malones, choques y desentendimientos con las indiadas, a las que
podríamos describir como etnia criolla mestiza, de predominio araucano.
El caso es que Rosas defendió
con energía a sus aliados, los "indios amigos" pampas y tehuelches.
Sigamos a don Carlos Ibarguren: "Rosas había manifestado su absoluta
oposición a que se atacara a los indios pampas, calificando ese intento como la
empresa más arriesgada, peligrosa y fatal, capaz de concluir con la existencia,
el honor y el resto de fortunas que han quedado en la campaña". Al no
obtener respuesta, se dirigió al gobernador Martín Rodríguez: "He hablado
a usted con la franqueza propia de un hombre que marcha de buena fe; pero
usted, mi querido don Martín, continúa escondiéndome mucho su corazón. Algo
podía usted haber hablado sobre las entradas a los indios, por usted y otros
que tengan más lucimiento que yo. He hecho seguir muy lejos el rastro de los
indios del último gran malón y, por los rumbos que conozco, me afirmo que no
son Pampas, ni Ranqueles, los que han robado estas fronteras. Por eso clamo al
cielo: nuestras operaciones militares no deben ofender a los Pampas, que son
nuestros amigos y merecen nuestra protección".
Rosas fue autor de un libro
titulado: "Diccionario y Gramática de la Lengua Pampa". Otro:
"Instrucciones para los mayordomos de las estancias". Y además,
cartas innumerables que forman una verdadera biografía por correo.
Con respecto al supuesto
temperamento antibritánico de Rosas, cabe señalar que el Restaurador preparó su
retirada, antes de Caseros, con el Cónsul General inglés Don Robert Gore.
Acondicionó 19 cajones de documentos -señal de que ya la veía venir- en su casa
y en casa de Gore. Después de la derrota, acudió a este último domicilio sin
dudas, y el mucamo le abrió, aunque no estaban los patrones. Rosas se tiró a
dormir como en casa propia, hasta la llegada de Gore, que muy pronto lo
encauzó, por medio de una chalupa, con todos sus cajones de documentos, su
familia y algunos allegados, hasta las naves británicas ancladas en el Río de
la Plata, custodiando los intereses de Su Majestad.
Aquí terminan estos apuntes sobre el Restaurador, sin tocar la Vuelta de Obligado, ni el Bloqueo Francés, ni la batalla de Caseros.