Diario Clarín del 29 de setiembre de 2024
El 29 de setiembre de 2024, en la página 63 del diario Clarín, en la columna "Pido la palabra - Testimonios" se publicó el artículo "El estanciero que logró la suma de poder público"
Por disentir con algunos de los conceptos allí expresados, y como el artículo carecía de firma, le mandé una carta al director del diario, Sr. Héctor Magnetto" al correo electrónico institucional@grupoclarin.com
Hasta el momento no recibí ningún acuse de recibo, ni contestación, pero en el caso de recibir alguna respuesta, la misma será publicado en este blog.
Aquí el texto del artículo:
El estanciero que logró la suma del poder público
“Nuestro hermano Juan Manuel, indio rubio y gigante que vino
al desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado, y que jineteaba y
boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas,
yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los
indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando
los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos”. Estela
Ferreyra, “Próceres de papel y héroes olvidados en la Independencia argentina”.
Año 2013. Fragmento. (La cita, de un aparente aborigen, no es compartida por
ninguno de los historiadores que han rastreado, estudiado e investigado la vida
del poderoso estanciero bonaerense. Un dato más que confirma que aún hoy, a
casi un siglo y medio de su muerte, la figura de Juan Manuel de Rosas sigue
envuelta en ardorosas polémicas. Algunos lo nominan por su rango de brigadier
general y otros sólo lo ven como un tirano. Fue derrotado en Caseros por
Urquiza, quien siguió facilitándole su manutención en su destierro en una
granja en Southampton. Sus restos fueron repatriados en 1989, hace 35 años, por
el presidente Carlos Menem. Gobernó la provincia de Buenos Aires entre
1829-1852 y a partir de 1835 lo hizo con “la suma del poder público”.)
Aquí el texto del correo electrònico enviado
Villa Ballester,
13 de octubre de 2014.
Sr. Director del diario Clarín,
Sr. Héctor Magnetto
De mi mayor consideración.
Soy
suscriptor de ese diario y el día domingo 29 de setiembre pdo. leí la nota
aparecida en la pág. 63, en la columna “Pido la palabra - Testimonios”:
titulada “El estanciero que logró la suma del poder público”, y como la misma
carece de firma, le remito a Ud. esta carta, con las siguientes consideraciones.
Me
extraña –aunque no tanto-, que se escriba sobre nuestra historia con tanta
ligereza y desconocimiento de los hechos históricos, lo que ya comprobé en
ediciones anteriores.
La
nota comienza con una frase de un “aparente aborigen, no es compartida por
ninguno de los historiadores que han rastreado, estudiado e investigado la vida
del poderoso estanciero bonaerense” y en el epígrafe de la ilustración de
Rosas, que acompaña la nota, dice: “Rosas. ¿Hermano de indios?”.
La
frase en cuestión pertenece ni más ni menos que al “aparente aborigen”, cacique
Cipriano Catriel y se encuentra publicada en la obra “Roca y Tejedor” de Julio A. Costa, 2da. parte, 2da. edición, (Talleres
Gráficos Mario, Buenos Aires, 1927). Me interesaría que el autor de la nota
me informara quienes son los “historiadores que han rastreado, estudiado e
investigado la vida del poderoso estanciero bonaerense”, según su opinión y por
lo visto me parece que tanto no la han rastreado ni estudiado y menos aún
investigado.
Se
ignora, o mejor dicho se quiere ignorar que Rosas, fue para la población
indígena un verdadero padre y hermano, ya que cuando pudo trató de protegerlos
y ayudarlos, para integrarlos a la civilización, ya sea intentando asentar
algunas tribus cerca de los fortines, para evitar que fueran atacados y
masacrados por otras tribus enemigas y más belicosas. También les proveyó de
elementos de labranza, bueyes, semillas y demás implementos, para que se
asentaran en el territorio y dejaran de ser nómades. Los integró al ejército, otorgándoles
grados militares. Los hizo vacunar contra la viruela -con la vacuna descubierta
a fines del siglo XVIII por el científico inglés Edward Jenner-, ya que ese mal
ocasionaba estragos en las poblaciones indias. En el diario “El Lucero”, de Buenos Aires, del 4 de
enero de 1832, salió publicada la noticia de la distinción que la Sociedad Real
Jenneriana de Londres decidió otorgar al gobernador Juan Manuel de Rosas y a
los médicos que la aplicaban, designándolo Miembro Honorario de esa Sociedad,
“en obsequio de los grandes servicios que ha rendido a la Humanidad,
introduciendo con el mejor éxito la vacuna entre los indígenas del país”.
Adolfo
Saldías cuenta en su obra “Historia de la
Confederación Argentina”, (Librería El Ateneo Editorial, 1952), refiriéndose
a un parlamento que Rosas mantuvo en Tandil con los indios pampas (fines de
1825, principios de 1826) que “en esas circunstancias se había desarrollado la
viruela en algunas tribus. Como resistieron la vacuna Rosas citó ex profeso a
los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los
indios en tropel estirasen el brazo, por manera que en menos de un mes
recibieron casi todos el virus”.
En
una carta que Rosas envió al cacique Catriel, le decía con respecto al
suministro de la vacuna: “Ustedes son los que deben ver lo que mejor les
convenga. Entre nosotros los cristianos este remedio es muy bueno, porque nos
priva de la enfermedad terrible de la viruela, pero es necesario para
administrar la vacuna que el médico la aplique con cuidado…hay cosas que el
grano que ha salido es falso y en tal caso el médico debe hablar la verdad para
que el vacunado sepa que no le ha prendido bien que el grano que el que le ha
salido es falso, para que con este aviso sepa que para el año que viene debe
volver a vacunarse ...Después de esto si quieren ustedes que vacune a la gente
puede el médico empezar a hacerlo…”, de esta forma Rosas deja que sean los
indígenas quienes opten por aplicarse la vacuna, señalándoles que para los
cristianos el “remedio era bueno”, a la par resaltaba la actuación del médico,
quien era la persona que podría indicar sobre la administración y evolución de
la vacuna. Además promovía la entrada del médico a las tolderías para tratar
otras enfermedades de las tribus indias.
El
inglés Sir Woodbine Parish citó en su libro “Buenos
Aires y las Provincias del Río de la Plata” (Editorial Hachette), que en
uno de los parlamentos efectuado por Rosas en la Chacarita de los Colegiales
hacia 1831, se suministró la vacuna a muchos indios que integraban la comitiva
de caciques pampas y vorogas. En el lugar existían también otros alojamientos
especiales destinados para indios enfermos.
Como
bien lo dijo Catriel, mientras Rosas fue gobernador, los indios se mantuvieron
en paz, ya que el gobernador aplicó la llamada política del “trato pacífico”, por
la cual el gobierno les proveía de ganado y otros elementos para su
subsistencia como yerba, azúcar, ropa, tabaco, potrancas, etc., alejándolos del
malón, que tanto daño ocasionaban a las poblaciones cercanas a la frontera, con
la destrucción e incendios de las viviendas y el asesinato de sus pobladores y llevando
cautivos, especialmente mujeres y niños. Los indígenas desollaban la planta de
los pies de los cautivos, para evitar las fugas, y las mujeres o bien eran
utilizadas por los indios para los placeres de la cama y para mejorar su raza o
eran utilizadas por las chinas como sirvientas. Caído Rosas, los distintos
gobiernos, descuidaron el problema indígena, por lo cual volvieron los malones
que asolaron distintas poblaciones.
El
buen trato mantenido por Rosas con los indios, le permitió recuperar cautivos,
a cambio de animales y otros bienes.
Debería
saberse que siendo niño, Rosas se afincó en las estancias fronterizas de sus
familiares, por lo cual tuvo contacto permanente con los niños indios,
aprendiendo sus juegos y su idioma, lo que le permitió tener cabal conocimiento
del mundo indígena y el respeto y ascendiente sobre los mismos, reconocido por
escritores que no son sus partidarios, y asimismo debemos recordar que redactó
un diccionario y gramática de la lengua pampa.
Hay
muchos testimonios sobre el comportamiento del gobernante porteño con respecto
a sus amigos indígenas. Así Panguitruz Güer -o Gnor- (Zorro), hijo del cacique
ranquel Painé Güer, quien siendo niño fue hecho bautizar por Rosas, quien le
dio su apellido, por lo cual Pangitruz, pasó a llamarse Mariano Rosas, nombres
que usó el resto de su vida, trabajó en la estancia El Pino –propiedad de
Rosas-, donde aprendió a leer y escribir y realizar distintas tareas camperas,
llegando a ser con el paso de los años, cacique ranquel. Mariano vistió como un
gaucho durante su vida. Lucio Victorio Mansilla cuenta en su libro “Una excursión a los indios ranqueles”
(Espasa-Calpe Argentina S.A., 1944), acerca de su encuentro personal con
Mariano, que "Mariano Rosas conserva el más grato recuerdo de veneración
por su padrino; hablaba de él con el mayor respeto, dice que cuanto es y sabe
se lo debe a él; que después de Dios no ha tenido otro padre mejor; que por él
sabe cómo se arregla y compone un caballo parejero; cómo se cuida el ganado
vacuno, yeguarizo y lanar, para que se aumente pronto y esté en buenas carnes
en toda estación; que él le enseñó a enlazar, a pialar y a bolear a lo gaucho. Que
a más de tales beneficios le debe el ser cristiano, lo que le ha valido ser muy
afortunado en sus empresas".
Hacia
1835, un año después de haber concluido la campaña al desierto, llega a los pagos
de Azul, la noticia de que Rosas asumía de nuevo el gobierno, por lo que el 24
de junio aparece en la Guardia del Azul una cabalgata de cuarenta jinetes
indios encabezados por los caciques Catriel, Cachul y Nicasio para festejar. El
primero embrazaba un gran retrato de Rosas y se dirigieron todos a la plaza del
poblado donde Catriel pronunció un discurso frente a numeroso público
"Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis hermanos
moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel, no viviríamos como
vivimos en fraternidad con los cristianos. Mientras viva Juan Manuel pasaremos
una vida tranquila al lado de nuestras mujeres e hijos. Las palabras de Juan
Manuel son lo mismo que la palabra de Dios. Todos los que están aquí saben que
lo que Juan Manuel nos dijo ha sido cierto. Nunca nos mintió”. Ello surge de “Partes detallados de la expedición al
desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833, escritos comunicaciones y discursos”,
recopilados por el coronel Juan Antonio Garretón, (Eudeba, 1975).
En
el N° 457 de la revista Caras y Caretas
del 6 de julio de 1907, se publicó una nota escrita por Alberto Tena, quien
entrevistó al cacique Jacinto Primero -nieto del cacique Paraná Calvao-, que por
aquél entonces contaba con 94 años, que había venido a la Capital en compañía
de su hija María Coliqueo, para implorar que no se lo desalojara de la tierra
que ocupaba en Los Toldos ya que “…esa tierra le fué dada por don Juan Manuel
de Rozas en premio a los servicios guerreros de innúmeras batallas en las
cuales su cabello flotante fue abrasado por la pólvora… Describe a Rozas, de
quien fue amigo y capitán…” en la entrevista afirmó que “Hace sesenta años que
cultiva doce cuadras de campo en Los Toldos; a ellas le ha entregado todas sus
fuerzas viriles, todos sus bravos sudores. Y ahora tratan de echarlo a la calle
en plena ancianidad, fatigado, después de haber esgrimido medio siglo la lanza
al servicio del gobierno, después de haber poseído toda la llanura, adquirida
hoy por empresas inglesas y súbditos italianos…”
En
cuanto al ascendiente de Rosas sobre los pueblos indios dan fe muchos
personajes, entre ellos Charles Darwin, quien integraba la expedición comandada
por Fitz Roy en su travesía alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle, desembarcó
en la desembocadura del río Negro en agosto de 1833, y se dirigió al campamento
de Rosas a orillas del río Colorado, durante la campaña al Desierto, donde se
entrevistó con Rosas, resaltando en el libro “Diario del viaje del Beagle”, que escribió años después contando
sus experiencias, y refiriéndose a los indios que acompañaban a la expedición,
que “Supuse que el general Rosas tenía cerca de seiscientos aliados indios”. Muchos de los cuales llevaban a sus familias.
“Pero
hubo otro método que lo extraemos de otro hecho histórico: a fines de 1878 ya
muerto Rosas, y durante la Campaña al Desierto de Roca, el cacique Vicente
Pincen (Pin-Then que significa dueño del decir, hablar bien), es tomado
prisionero y el coronel Villegas lo remite a Buenos Aires donde es alojado en
el cuartel del Batallón 6 de Infantería de línea siendo visitado por
personalidades como Roca, Estanislao Zevallos y otros para escuchar de labios
del cacique sus hazañas en el desierto que al parecer sabía relatar muy bien
haciendo honor a su nombre. En uno de sus cuentos, Pincen recordó que en su
juventud llegó a conocer a Don Juan Manuel de Rosas, expresando ‘Juan Manuel
ser muy bueno pero muy loco: nos regalaba potrancas, pero un gringo nos debía
tajear el brazo, según él era un gualicho grande contra la viruela y algo de
cierto debió ser porque no hubo más viruela por entonces’. De ese recuerdo de
Pincen, parece desprenderse otra metodología para inducir a la vacunación. Un
pequeño chantaje. Iban los suministros, pero después iba la vacuna.”, en “Rosas y sus relaciones con los indios”
de Jorge O. Sulé, (Editorial Corregidor,
2007).
Podemos
mencionar entre otros, a los siguiente autores, o bien adherentes a la
“historia oficial”, antirrosistas o bien neutrales -omito mencionar a autores
“rosistas”-, quienes se refirieron a la consideración y ascendiente que Rosas
tenía sobre las tribus indias: el uruguayo Alejandro Magariños Cervantes, en “Estudios históricos, políticos y sociales
sobre el Río de la Plata”, (Tipografía
de Adolfo Blondeau, París, 1854), manifestó entre otras cosas: "El
grande americano [Rosas], …niveló a sus compatriotas con el chaleco de grana,
el bigote y la patilla federal, y sobre todo, con el roce de las últimas clases
con las más ilustradas y opulentas. ¡Vergüenza da decirlo!...se alió con los
indios salvajes del Chaco y de la Pampa, manumitió a los negros esclavos…";
el comerciante inglés William Mac Cann, quien en la versión argentina “Viaje a caballo por las provincias
argentinas”, (Hyspamérica, 1985), expresó: "Se calcula en tres mil, el
número de indios de lanza que pueden considerarse adictos a las autoridades de
Azul y Tapalquén, pero, en caso necesario, esa cantidad podría duplicarse
apelando a los caciques de Tierra adentro, que tienen una altísima idea del
poder y la grandeza del general Rosas"; el historiador inglés Frederick
Alexander Kirkpatrick, en su obra “A
history of the Argentine Republic” publicada por la Universidad de Cambridge en 1931 y en su versión en castellano
publicada en el mismo lugar y año, con el título “Compendio de Historia Argentina”, escribió sobre Rosas “…le habían
rodeado de un prestigio casi principesco entre los gauchos y los indios del sur…
este joven caudillo, capaz y decidido, hombre educado, de familia
aristocrática, al mismo tiempo que hombre de negocios afortunado, y también el
camarada y jefe de gauchos y de caciques indios… este jinete atlético este
capitán de indios y de gauchos…”; el político radical Dermidio T. González en
su obra “El hombre - Reedición de la obra
y apuntes históricos - Documentos y hechos desconocidos de la historia
argentina", (Arturo E. López
editor, Buenos Aires, 1912), manifestó “Rosas ha sido pues el gobernante
más popular que se ha conocido en el país y puede asegurarse que nadie le ha
igualado hasta ahora. El entusiasmo cunde en todas partes y especialmente en la
provincia de Buenos Aires y hasta en las tolderías de los indios que tienen
confianza 'en la palabra de Juan Manuel que era como la de Dios' ";
Domingo F. Sarmiento en el “Facundo”,
dice cuanto a la actitud del gobernador con los indios: "Para intimidar la
campaña, atrajo a los fuertes del Sud algunas tribus salvajes, cuyos caciques
estaban a su órdenes" y en el artículo titulado "Protesta", publicado en “Crónica” el 23 de diciembre de 1849, destaca la influencia de
Rosas entre "los salvajes de la pampa", y dice: "El [Rosas] ha
vivido toda su vida en contacto con las pampas; hizo su fortuna en el negocio
pacifico, tráfico con los indios; para cuyo objeto lo creyeron idóneo los
gobiernos sucesivos de Las Heras, Rivadavia y Dorrego. Él tiene grande
influencia entre los salvajes de la pampa, con quienes no tengo yo, pues los
títulos universitarios no valen gran cosa para ser respetado de los salvajes de
cara cobriza o blanca, no importa. Es permitido, pues, creer por todos estos
antecedentes, que don Juan Manuel Rosas, si no es enteramente salvaje, mucha
afinidad debe tener con ellos…"; y por último –para no extenderme más- voy
a concluir con la opinión de Ricardo Rojas en “Historia de la Literatura Argentina”, (Editorial Losada, Buenos Aires,
1948), donde manifestó: "Hay quienes dicen que Rosas era la barbarie,
frente a la civilización representada por sus selectos enemigos; pero esto es
dar a una frase de valor polémico en su tiempo un alcance de verdad científica
que sus propios autores no pretendieron para ella cuando la lucha había pasado.
Que Rosas representaba el sentimiento del país, no puede negarse, porque tuvo
la adhesión de Buenos Aires y de las provincias, de los caudillos y de los
pueblos, de la burguesía y de la plebe, de los indios y de los gauchos, de los
negros libertos y de muchos blancos europeos”.
Sin
más, saludo al Sr. Director, con la mayor consideración.
Norberto Jorge Chiviló - periódicoelrestaurador@yahoo.com.ar