REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta seccción en la que incluiremos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años, que redescubrimos justamente "revolviendo" nuestra biblioteca.
Hoy encontré en la "Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas" N° 6 de diciembre de 1940, un artículo muy interesante, sobre el tema "Origen de nuestro federalismo".
Origen de nuestro federalismo
por Ricardo Font Ezcurra
El brindis de
Duarte no fue sólo efecto del alcohol, ni el diplomático alejamiento de Moreno,
en su doble significado, fruto de superficiales disidencias. La necesidad de
crear un gobierno que indispensablemente debía sustituir al destituido, dividía
a los integrantes de la Junta de Mayo en dos tendencias irreductibles y
antagónicas: monárquica una y republicana la otra, dentro ambas del más
riguroso centralismo.
La transición
pacífica y substancial de súbditos de la monarquía española a ciudadanos
independientes del ex monarca, realizada jurídicamente en cuatro días y sin que
ningún acontecimiento cruento o espectacular sirviera de rotunda solución de
continuidad, fue fundamental pero poco perceptible.
Por eso se continuó sin violencia la tradición colonial, al hacerse extensiva a todo el virreinato la nueva autoridad que en Buenos Aires había sustituido al Virrey. En algunos decretos de la Junta se lee: “Y en consecuencia ha expedido por reglas generales de invariable observancia de todas las provincias las siguientes declaratorias...” Y la expedición “que debía auxiliar a las provincias interiores” y la de Belgrano al Paraguay, Corrientes y Banda Oriental, tuvieron como principal y casi única finalidad, someter a los remisos en prestarle acatamiento.
Ese unitarismo o
centralización, contra el que chocó desde el primer momento la extensión y
configuración geográfica del inmenso virreinato, contó con el asentimiento
general de los hombres de Buenos Aires, concretándose su disidencia a la opción
entre la monarquía y la república.
La Junta Grande
reducida al Triunvirato y concretado éste en el Directorio, y el Estatuto
Provisional sancionado en reemplazo del Reglamento Provisorio realizaban esta
aspiración unitaria y centralista. (1)
Y esta forma
unitaria de los gobiernos iniciales se hubiera perpetuado, y tal vez impuesto
en definitiva –sobre todo de adoptarse el régimen monárquico virtualmente aceptado
en el Congreso de Tucumán–, a no haber hecho su aparición un elemento nuevo,
auténtico producto de nuestra nacionalidad en potencia que, encarnando el ideal
republicano, habría de gravitar profundamente en nuestra estructuración
institucional.
Este elemento
nuevo que aparece a partir de 1810 es el núcleo-provincia, esas numerosas
entidades autónomas que se formaran en las distintas comarcas teniendo como
centro las ciudades, y en que se fragmentará el Virreinato del Río de la Plata,
sin que autoridad alguna les hubiera determinado sus límites territoriales ni
sus derechos políticos, y cuya resistencia a Buenos Aires haría fracasar las
reiteradas tentativas de dar forma constitucional a ese régimen unitario de la
primera hora.
¿Cuál es la causa
de la aparición de estos entes autónomos? ¿Qué origen tuvo el núcleo-provincia?
¿De dónde procedían sus elementos integrantes y cuáles fueron las causas que
presidieron a su desarrollo, que, juntamente con el prestigio de sus
gobernadores o caudillos, debía darles esa consistencia autonómica definitiva
que alteraría profundamente la fisonomía política del antiguo virreinato?
La cédula
ereccional de 1776 que elevó la Gobernación de Buenos Aires a Virreinato del
Río de la Plata, integró territorialmente a éste con las siguientes ciudades y
regiones: GOBERNACIONES: Buenos Aires, que comprendía el Uruguay,
Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, La Patagonia, y parte del Chaco; Asunción y
la Provincia de Guayra; Córdoba del Tucumán, constituida por Salta,
Tucumán, La Rioja, Catamarca, Córdoba y parte del Chaco. Y las PROVINCIAS: del Alto
Perú (Cochabamba, Potosí, La Paz y Chuquisaca) y de Cuyo (Mendoza,
San Juan y San Luis).
Todas estas ciudades
y pueblos diseminados en dilatadas comarcas y distantes entre sí, fueron
puestos por Real Cédula, bajo el gobierno inmediato del virrey, gobernador y
capitán general y supremo presidente de la Real Audiencia, con
residencia en Buenos Aires. Carecían de derechos políticos o de representación
ante éste y sólo existía en ellas un cuerpo colegiado para su administración
edilicia y judicial: el Cabildo. El virreinato español es la concepción más
rigurosa de centralismo o unitarismo. La autoridad del Virrey no reconocía más
limitación que la del Rey.
Durante sus
treinta y cuatro años escasos de vida, la autoridad virreinal se hizo efectiva
en toda esa enorme extensión. Ocurrida la caducidad de ésta y reemplazado el
Virrey por la Junta de Mayo, ese territorio que el dominio español había
mantenido unido y sometido fue disgregándose paulatinamente y desconociendo
cada vez más, la autoridad de Buenos Aires.
Puede decirse que
al movimiento emancipador de Mayo siguieron numerosos movimientos emancipadores
locales. Estos que no fueron de resistencia a la revolución, sino a la
hegemonía de la Junta (2), se acentuaron luego a raíz de la expulsión de los
diputados del interior que habían concurrido a la capital en virtud de la
circular del 27 de mayo de 1810, y que dejaba a las ciudades que ellos
representaban, sin participación alguna en el gobierno revolucionario.
Rechazado el
Reglamento Provisorio y triunfante el golpe de estado del Triunvirato que
decretó la disolución de la Junta Conservadora, los diputados del interior, que
pasaron a integrarla al disolverse la Junta Grande, fueron compelidos con
palabras injuriosas y en término perentorio a dejar Buenos Aires y regresaron a
sus respectivas ciudades, llevando a ellas la señal de alarma contra las ilegítimas
aspiraciones de dominación porteña.
Las ciudades del
interior reaccionaron contra esa usurpación y esta resistencia, que fue el
toque de dispersión, es el hito auténtico que marca el punto inicial
de nuestro federalismo.
El origen de nuestro
federalismo, inorgánico y revolucionario, reside exclusivamente en el
levantamiento de las ciudades del interior contra Buenos Aires, en su reacción
disociante e igual y contraria a la centralizante, contra el absolutismo
porteño.
No es exacto que
su punto de partida sea la creación de las Juntas Provinciales, dejada luego
sin efecto, que, al establecer diferencias jerárquicas entre ciudades
principales y subalternas, provocó el levantamiento de unas contra otras. Las
Juntas Provinciales creadas por la Orden Superior de 10 de febrero de 1811 se
constituyeron hacia la mitad de dicho año y los diputados fueron expulsados el
7 de diciembre. En los pocos meses que mediaron entre uno y otro hecho, no se
produjeron en el país “levantamientos” de ninguna ciudad contra otra y que
pudieran influir o trascender en nuestra organización futura.
Por lo demás, el
art. 2°. de la extensa “Orden Superior” que las creaba, establecía lo
siguiente:
“Que en la Junta
residirá in solidum toda la autoridad del gobierno de la Provincia, siendo de
su conocimiento todos los asuntos que por las leyes y ordenanzas pertenecen al
Presidente, o al Gobernador Intendente; pero con entera subordinación a esta
Junta Superior”.
Esta “entera
subordinación” de las Juntas Provinciales a la de Buenos Aires, aleja toda idea
federal.
Algunos autores
por equivocada inferencia analógica pretenden que nuestro federalismo tiene su
origen remoto en las autonomías regionales españolas, lo que es absurdo. Nada
tiene que ver el fuero de Aragón o el estatuto vascongado, con nuestras
ciudades cuya legislación y ancestralismo étnico era uniforme.
Creen varios que
su causa reside en la acción de los Cabildos. Sin considerar imposible que
éstos hayan asumido en el primer momento la dirección de la resistencia a
Buenos Aires, lo cierto es que nuestro federalismo se consolidó después de su
abolición.
Otros admiten y
sostienen una extraña semejanza con los Estados Unidos de Norte América.
Nuestro origen federal difiere profundamente del norteamericano. En el nuestro,
un todo grande el Virreinato, se dividió en numerosas partes pequeñas, algunas
de las cuales por virtud de un Pacto Federal, el del 4 de enero de 1831, se
unieron luego, formando la actual Confederación Argentina.
Es decir que
primero hubo disociación total y luego asociación parcial. En Norteamérica,
numerosos estados pequeños y algunas provincias quitadas a los estados vecinos
formaron un todo grande.
La ilusoria aspiración bonaerense de gobernar por sí sola todas las demás ciudades unida al acentuado carácter monárquico de sus directivas que equivocadamente la “minoría ilustrada” le había impreso, acrecentaron, principalmente en el litoral, esos focos de franca y abierta resistencia a Buenos Aires que fueron creando alrededor de las ciudades núcleos comarcanos con fisonomía propia que adquirían día a día una autonomía proporcionada a sus posibilidades económicas y que, la impotencia o incapacidad de la autoridad nacional para mantener el orden general y jerárquico y la necesaria cooperación entre capital y provincias y frenar las ambiciones separatistas de éstas, consolidaría definitivamente.
En los primeros
años de su aparición en nuestra historia, las palabras unidad y federación
no tenían la acepción que se les atribuye actualmente y que adquirirían
mucho después. La primera era sinónimo de monarquía y la segunda de república.
El lema o divisa
de los caudillos provinciales “Viva la Federación” no significaba otra cosa que
“Viva la República”, porque era expresión de esa resistencia democrática de las
ciudades del interior a la política absorbente y monarquizante de Buenos Aires.
Algunos años más
tarde, don Juan Manuel de Rosas, con su clara perspicacia política,
puntualizaría en carta a Fecundo Quiroga esa divergencia encuadrándola en esas
dos palabras antagónicas:
“Por este
respecto, que creo la más fuerte razón de convencimiento soy yo
Federal, y lo soy con tanta más razón cuanto de que estoy persuadido que la Federación
es la forma de gobierno más conforme con los principios democráticos con
que fuimos educados en el estado colonial, sin ser conocidos los vínculos y los
títulos de Aristocracia, como en Chile, Lima, etc., en cuyos Estados los
Marqueses, los Condes y Los Maiorazgos constituían una jerarquía, que se acomoda
más a las máximas del régimen de unidad y la sostienen”.
En la sesión
celebrada el 19 de julio de 1816 en el Congreso Nacional reunido en Tucumán, se
trató la forma de gobierno que debía adoptar la nueva nación, cuya
independencia se había proclamado diez días antes. El diputado Serrano se opone
al sistema federal (pag. 237, Tomo I, A.C.A.) y convencido de la necesidad del
orden y la unión propone la monarquía temperada. La mayoría de los diputados se
inclina hacia la monarquía y el restablecimiento de la Casa de los Incas
(Azevedo, Castro, Thames, Ribera, Pacheco Loria, etc.)
En la sesión del 6
de agosto de 1816 (pág. 242) se renovó la discusión sobre la forma de gobierno
y el diputado por Buenos Aires doctor Tomás Manuel de Anchorena pronunció un
discurso político exponiendo los inconvenientes del sistema monárquico y señaló
como el único medio de conciliar todas las dificultades, “en su concepto” la federación
de provincias.
En el Congreso de
Tucumán ningún diputado habla de República. Los que no eran monárquicos
dicen: Federación.
“En abril de 1836
– dice Predere (“Iconografía de Rosas” pág. 33) – se izó en el Fuerte una
bandera con las inscripciones siguientes: “Federación o Muerte”, “Vivan los
Federales”, “Mueran los Unitarios”, y adornada con los gorros de la Libertad”.
Estos en realidad no eran otra cosa que los gorros frigios que simbolizan la
República.
La decidida
resistencia de las ciudades del interior revela a la “minoría selecta” su
impotencia para imponer su premeditada dominación, impotencia que hacen
extensiva a todo el país. Y en la infundada creencia de que el pueblo
argentino no contaba con elementos suficientes para organizar un gobierno
propio que pudiera sostener y consolidar la independencia y dominar eso que
ellos llaman “anarquía”, intentaron traer ese gobierno “de afuera”. (3)
Y como no era
posible importar un Director o un Presidente extranjero, pensaron, con toda
lógica dentro de ese orden de ideas, en el protectorado y la monarquía.
Primero fue la
misión de Rivadavia y Belgrano a Europa en procura de un rey.
Luego la de Manuel
José García a Río de Janeiro a mendigar el protectorado inglés. “En 1815 el
Director, General Carlos M. de Alvear le escribía al ministro inglés en Río de
Janeiro: La experiencia de cinco años había hecho ver de un modo indudable a
todos los hombres de juicio y de opinión que este país no estaba ni en edad
ni en estado de gobernarse por sí mismo” y concluía diciéndole: “que se
necesitaba de una mano exterior que lo dirigiese y contuviese en la esfera del
orden. Fundado en estas consideraciones y en el odio que todos manifestaban por
la dominación española, proponía convertir a las Provincias Unidas en Colonia
autonómica de la Inglaterra, si ésta se dignaba recibirlas como tales”. (4)
Y más tarde las
gestiones de Valentín Gómez en Francia en busca de un príncipe coronable en
estas provincias.
En la orientación
dada a la política nacional por medio de estas misiones originadas en el
presunto complejo de inferioridad argentino y en la correlativa necesidad de
traer el gobierno “de afuera” se prescindió invariablemente de las demás
provincias. La presuntuosa minoría unitaria-monárquica, la oligarquía
directorial bonaerense, decidía por sí y ante sí de la suerte futura de la independencia
de la nueva nación que ella era incapaz de defender, llegando en su medrosa
incomprensión hasta considerar posible, no ya el humillante protectorado, sino
también la incorporación de las Provincias del Río de la Plata a la monarquía del
Imperio del Brasil.
Así lo demuestran
las “Instrucciones Reservadísimas” votadas por el Congreso, trasladado de
Tucumán a Buenos Aires, el 4 de septiembre de 1816, a los dos meses de haberse
declarado la independencia:
“Si se le exigiese
al Comisionado que estas Provincias se incorporen a las del Brasil se opondrá
abiertamente manifestando que sus instrucciones no se extiende a este caso, y
exponiendo cuantas razones se presenten para demostrar la imposibilidad de esta
idea, y de los males que ella produciría al Brasil. (Pero si después de
apurados todos los recursos de la política y del convencimiento insistiesen en
el empeño, les indicará [como una cosa que sale de él, y que es lo más tal vez
a que podrán prestarse estas provincias] que formando un estado distinto del
Brasil, reconocerán por su monarca al de aquél mientras mantenga su corte en
este continente, pero bajo una Constitución que les presentará el Congreso;
y en apoyo de esta idea esforzará las razones que se han apuntado en las
instrucciones que se le dan por separado de éstas y demás que puedan tenerse en
consideración). Mas cualquiera que sea el resultado de esta discusión lo
comunicará inmediatamente al Congreso por conducto del Supremo Director”. (5)
Este hecho
demuestra que la minoría unitaria de Buenos Aires consideraba que el país
carecía de los medios necesarios para realizar el pensamiento de Mayo, y
explica su impresionante impasibilidad ante la desmembración territorial.
El monarquismo
imperante en Buenos Aires desde las postrimerías del Triunvirato dista mucho de
ser una exagerada leyenda, un “subterfugio diplomático” para ganar tiempo, una
“simulación” para salvar la independencia, como se ha pretendido y asume formas
precisas y caracteres profundos bien distintos de los que habitualmente se le
atribuyen.
Belgrano de vuelta
en Buenos Aires de la misión que juntamente con Rivadavia lo llevara a Europa,
informa al Congreso lo siguiente:
“…Segundo, que
había acaecido una mutación completa de las ideas en la Europa en lo respectivo
a la forma de gobierno: Que como el espíritu general de las naciones en los
años anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo
todo: Que la nación Inglesa con el grandor y magestad a que se ha elevado, no
por las armas y riquezas, sino por una constitución de Monarquía temperada
había estimulado a las demás a seguir su ejemplo: Que la Francia la había
aceptado: Que el Rey de Prusia por sí mismo, y estando en el goce de un poder
despótico había hecho una revolución en su reino, y sujetándose a bases
constitucionales, iguales a los de la nación Inglesa; y que esto mismo habían
practicado otras naciones”.
“Tercero, que
conforme a estos principios en su concepto la forma de gobierno más conveniente
para estas provincias sería la de monarquía temperada“. (6)
Y en la sesión
secreta del 12 de noviembre de 1819 el Congreso resolvió aceptar la forma
monárquica de gobierno admitiendo como monarca de estas provincias, el príncipe
adquirido en Europa por Don Valentín Gómez.
El acta respectiva
dice así:
“Reunidos los
señores Diputados en la Sala de Sesiones a la hora acostumbrada, los Señores
Diputados encargados en comisión de formalizar el proyecto de las condiciones
bajo las cuales había de admitirse la propuesta hecha por el Ministerio de
Negocios Extrangeros de París para establecer en las Provincias Unidas una
Monarquía constitucional cuyo punto había sido ventilado con la mayor detención
en las tres sesiones anteriores, y resuelto en la última la admisión de aquél condicionalmente,
hicieron presente a la Sala hallarse en estado de dar cuenta de su comisión.
Leído por tres veces el proyecto que presentaron por escrito, se hicieron en
general algunas observaciones y se procedió enseguida a considerar
separadamente cada condición de las nueve que aquél contenía…”
“Se examinaron por
su orden la tercera y cuarta condición y fueron aprobadas en los términos
siguientes: 3°. “Que la Francia se obligue a prestar al Duque de Luca una
asistencia entera de cuanto se necesite para afianzar la monarquía en estas
Provincias y hacerla respetable…4°. Que estas Provincias reconocerán por su
monarca al Duque de Luca bajo la constitución política que tienen jurada; a
excepción de aquellos artículos que no sean adaptables a una forma de gobierno
monárquico hereditaria; los cuales se reformarán del modo constitucional que
ellas previenen”. (7)
La “máscara” de
Fernando VII se transformaba por imposición directorial en un rey de carne y
hueso.
En el libro
“Rivadavia y la simulación monárquica”, editada por la Junta de Historia y
Numismática Americana, su autor Don Carlos Correa Luna pretende que las
gestiones de Rivadavia y Belgrano no fueron otra cosa que una “habilísima
simulación” para salvar la Revolución de Mayo. Don Vicente Fidel López, por su
parte, las llama “vergonzosa comedia”.
En presencia de
estas actas secretas y de las instrucciones Reservadas y Reservadísimas,
redactadas y votadas para los “de casa”, no es lícito hablar de simulación. Era
mucho simular. Pero si Rivadavia, Belgrano y Valentín Gómez estaban realmente
representando una comedia, es de justicia reconocer que actuaron con tanta
eficacia que lograron desencadenar a las Provincias contra Buenos Aires.
El mismo día, 12
de noviembre de 1819, que en Buenos Aires el Congreso Nacional daba principio
de ejecución a sus proyectos monárquicos votando, como queda probado, la
aceptación del Duque de Luca para monarca de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, en el otro extremo del país Don Bernabé Aráoz derrocaba al gobernador
directorial y asumía el mando de su provincia que a poco convertiría en “La
República Independiente de Tucumán”.
Nuestras guerras
civiles se reducen en lo principal, siendo lo accesorio lo que en ellas puso la
pasión o el interés local, a la lucha por imponer su predominio, entre estas
dos tendencias: la unitaria-monárquica representada por los hombres de Buenos
Aires y la republicana-federal que sostenían los núcleos provinciales por medio
de sus gobernadores o caudillos que ellos mismos se habían dado.
El proceso de esas
luchas se había mantenido latente, diferido podemos decirlo, a la necesidad de
combatir unidos por la gran causa de la independencia. San Martín, con muy buen
criterio, prefirió combatir a los realistas que bajar al litoral a presentar
batalla a la montonera.
Y cuando la
independencia se hubo consolidado por esta “desobediencia”, los
federales-republicanos “invadieron la provincia de Buenos Aires para libertarla
del Directorio y del Congreso que pactaba la coronación de un príncipe europeo
en el Río de la Plata contra la opinión de los pueblos”, y al materializar
victoriosamente su oposición en la Cañada de Cepeda, su doctrina adquirió forma
precisa en el Tratado de Pilar.
El motín de
Arequito, primera sublevación en masa de un ejército nacional, es seguramente
el hecho más importante de nuestras guerras civiles, que al restar la fuerza al
Supremo Director, hizo posible el triunfo de las montoneras en Cepeda y la
desaparición, para siempre, de las pretensiones unitario-monárquicas. Y no
puede dudarse, de que sus funestos errores, lógico fruto de su permanente
divorcio con la masa popular en la que nunca creyó y siempre despreció
sinonimándola con la barbarie, conducían fatalmente a la disolución nacional,
este hecho precipitó en forma incontenible los acontecimientos.
Su causa
determinante no fue otra que la enunciada por uno de sus principales autores,
el general José María Paz: “Entre tanto; qué se proponía el gobierno abandonando
las fronteras del Perú y renunciando a las operaciones militares, tanto allí
como en los puertos del Pacífico? Era para oponerla a algunos cientos de
montoneros santafecinos, o para apoyar la coronación del Príncipe de Luca?”
A raíz de la
sublevación de Arequito: “Luego que en Córdoba se supo el cambio del ejército,
el Gobernador Doctor Don Manuel Antonio Castro abdicó el mando y fue elegido
popularmente el Coronel Don José Díaz como Gobernador provisorio. Casi al mismo
tiempo, y sin que hubiera habido acuerdo ni la menor combinación, sucedía en
Santiago del Estero el movimiento que colocó en el mando al Coronel don Felipe
Ibarra, que rige hasta hoy en aquella provincia, y en San Juan se sublevaba el
batallón núm. 1 de Los Andes. El Coronel Alvarado ocurrió desde Mendoza con el
Regimiento de Granaderos a Caballo, para sofocar la rebelión, pero tuvo que
volverse de medio camino y ganar Chile a toda prisa, temeroso de que se
comunicase el contagio. En Mendoza y demás pueblos hubo también cambios de
gobierno, reemplazando a los nombrados por el Gobierno Nacional, los elegidos
por el pueblo. Los pueblos subalternos imitaron a las capitales y se desligaron
enseguida constituyéndose en provincias separadas. De este tiempo data la
creación de las trece que forman la República, hasta que vino a aumentarse este
número con la de Jujuy, que se separó últimamente”.
A lo referido por
el General Paz, quien ha escrito lo que antecede en sus MEMORIAS, hay que
agregar la “República Independiente de Tucumán” de don Bernabé Araoz, la
Provincia de Santa Fe, los Litorales y la Oriental, con que el Patriarca de la
Federación, el Supremo Entrerriano y el Protector de los Pueblos Libres, habían
combatido exitosamente la política extranjerizante del Directorio.
Con el triunfo de
las armas federal-republicanas, desapareció para siempre el gobierno nacional
unitario de los primeros años, el que a pesar de sus transformaciones sucesivas
–Junta de Mayo, Junta Grande, Triunvirato y Directorio– y de estar desempeñado
y asesorado por los “hombres de las luces” – Moreno – Rivadavia – Pueyrredón,
etc. – no logró en el decenio de su predominio, 1810-1820, imponer ni
prestigiar su autoridad, ni dar cohesión propia al inmenso territorio bajo su
mando.
Tal es la causa,
sin que esto importe negar la existencia de otros factores concurrentes, de la
acefalía nacional y de los acontecimientos que la historia escrita por los
hombres de Buenos Aires, desvirtuando intencionalmente su profundo significado,
denomina erróneamente “Anarquía del Año XX”, cuya consecuencia inmediata y
trascendental fue la consolidación del federalismo.
No hubo tal
anarquía, a no ser que se dé este nombre al desorden y desconcierto de la
minoría unitaria monárquica ante la inminencia de su derrota. En el año XX las
ciudades del interior enfrentaron decididamente a Buenos Aires y definieron a
favor de los republicanos la lucha entre las dos tendencias en que se había
bifurcado la Revolución de Mayo.
Por lo demás, en
caso de haber existido ésta realmente, una anarquía triunfante supone siempre
del otro lado un gobierno impotente o desprestigiado. La historia es la
depositaria de la reputación de los hombres del pasado, no es posible entonces,
lícitamente, seguir imputando la responsabilidad histórica de esta guerra civil
a los “anarquistas” Artigas, Ramírez, López, Bustos, etc., que en realidad no
hicieron otra cosa que acaudillar al pueblo en su legítima rebelión contra los
hombres de Buenos Aires que pretendieron frustrar su destino.
Y la antigua
inmensidad virreinal cuya “autoridad superior” asumiera en fecha memorable la
Junta de Mayo, se desmembró exactamente a los diez años, en numerosas
“soberanías” independientes entre sí, quedando como único vestigio de la
omnipotencia de Buenos Aires, una precaria y provisoria delegación para los
asuntos internacionales y de Paz y Guerra.
Así nació y se
desarrolló nuestro federalismo. Buenos Aires había emancipado de España el
Virreinato del Río de la Plata y las comarcas que integraban a éste se
independizaron, a su vez, de Buenos Aires.
(1) Con ser aparentemente sinónimas
ambas denominaciones, el Estatuto Provisional era típicamente unitario y el
Reglamento Provisorio de tendencia provincialista.
(2) Los diputados venidos a Buenos
Aires en virtud de la circular citada, reclamaron su inmediata incorporación a
la Junta, invocando entre otras, la siguiente razón: “La capital no tiene
títulos legítimos para elegir por sí sola gobernantes que las demás ciudades
deben obedecer”. Es de hacer notar que el diputado, que lo era el Deán Funes
decía ciudades y no provincias. Esta palabra se usaba entonces, como sinónimo
de comarca.
(3) A. Saldías, “La Evolución
Republicana durante la Revolución Argentina”. Página 57. Buenos Aires 1906.
(4) Clemente L. Fregeiro, “Estudios
Históricos sobre la Revolución de Mayo”. Edición de la Junta de la Historia y
Numismática, Tomo VII, página 100.
(5) “Asambleas Constituyentes
Argentinas”, Tomo I, pág. 500. Lo contenido entre doble paréntesis fue
suprimido en sesión del 27 de octubre de 1816, Pág. 512.
(6) “Asambleas Constituyentes
Argentinas”, Tomo I, página 482.
(7) “Asambleas Constituyentes Argentinas”, Tomo I, pág. 576