domingo, 1 de marzo de 2020

Guerra del Paraná - Lauchlan Bellingham Mackinnon

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIV N° 64 - Marzo 2020 - Pags. 12 y 13 

 Año Belgraniano

 1770-3 de junio-2020, 250 años de su nacimiento / 1820-20 de junio- 2020, 200 años de su   fallecimiento  

Vivencias del teniente naval inglés L. B. Mackinnon en la Guerra del Paraná

Última parte.

HMS Alecto
Estampilla de Sierra Leona del HMS Alecto

Última parte

En la primera parte de este artículo, publicado en el número anterior de este periódico, transcribimos y comentamos parte de lo narrado por el teniente L.B. Mackinnon, oficial de la fragata H.M.S. Alecto, en su libro La Escuadra Anglo – Francesa en el Paraná– 1846, sobre las alternativas de la llegada del navío desde Inglaterra a Montevideo el 26 de enero de 1846, su posterior travesía hacia Corrientes, su vuelta a Montevideo y la segunda remontada por el Paraná y los enfrentamientos con la artillería argentina.

En esta última parte continuamos con la bajada por el Paraná de la Alecto y toda la flota anglofrancesa en su regreso hacia Montevideo.


El convoy anglofrancés se pone en marcha para sortear las defensas en San Lorenzo

El día domingo 25 de mayo de 1846, a la mañana temprano, cuenta Mackinnon, “…todo el convoy y los buques de guerra, excepto los vapores ingleses, se pusieron en marcha aguas abajo para el último punto de reunión que se había fijado: cinco millas arriba de las baterías de San Lorenzo.

Durante la tarde pusimos a bordo de la Alecto cuantos elementos serían necesarios para formar la batería encubierta. Y al día siguiente levantamos ancla al amanecer; eran las diez y media cuando anclamos en el último lugar de reunión a unas cuatro millas al norte de las baterías de San Lorenzo. Un oficial del buque Gorgon pidió que nos colocáramos entre ellos y la costa porque en la noche anterior el enemigo les había acribillado el buque con balas enrojecidas, obligándoles a salir de la línea. Antes de ocultarse el sol tuvimos el gran placer de ver a todo el convoy anclado entre nosotros, dirigidos por los dos pequeños vapores Lizard y Harpy”.


La instalación de una batería encubierta de cohetes Congreve

El viernes 30 de mayo se hizo saber que Mackinnon había sido designado para instalar una batería encubierta o camuflada de cohetes Congreve, en una isla o islote que se encontraba frente a las baterías argentinas ubicadas en el Paso del Quebracho, la que tenía por objeto actuar contra aquellas baterías, cuando la flota pasara por el lugar. Después de realizar con total cautela una expedición a dicha isla por una pequeña patrulla, se encontró un lugar donde “los cohetes podrían ser colocados allí con bastante seguridad para nosotros”. De regreso a las naves se proyectó la mejor manera de llevar a cabo todos los preparativos.

El día 2 de junio cerca de las 10 de la noche, se dio comienzo a la empresa.

Los encargados de instalar la batería, se embarcaron desde la Alecto, en una falúa, para llegar a la playa de la isla. Mackinnon da cuenta del esfuerzo que debieron hacer sus hombres después de desembarcar para trasladar en varios viajes, todo el armamento, municiones y demás elementos para instalar la batería de cohetes, en un medio agreste y en total silencio para no ser advertidos por las fuerzas enemigas que tenían enfrente. La misión era la de instalar los cohetes en la posición adecuada, escondidos de la vista de los vigías argentinos, para lograr sorprenderlos en el momento oportuno.

El día 3, ya instalada la batería y manteniéndose ocultos, los ingleses desde su emplazamiento vieron “…al jefe enemigo, general Mansilla, cuñado de Rosas, inspeccionando la línea completa de baterías, cañón por cañón. Comenzó por el extremo inferior de la línea y continuó subiendo, en una carroza de cuatro caballos con su estado mayor y acompañado por algunos jinetes. Todos ellos estuvieron por largo tiempo al alcance de nuestros cohetes, pero conocíamos demasiado bien el gran efecto que producían y los reservábamos para el momento oportuno, sin necesidad de ensayarlos en movimiento alguno prematuro. Nos bastó con observar de cerca y con los anteojos de larga vista cada movimiento del enemigo durante la inspección que efectuó. Apenas llegaron las sombras de la noche, hicimos salir a toda la partida. Cada sección tomó el aparato de su cargo, y en el espacio de una hora quedó bien afirmado en tierra todo lo correspondiente a los cohetes y utensillos en la posición acordada durante las horas del día… El viento fue gradualmente poniéndose del norte y la partida comenzó entonces a mirar como muy posible que el convoy pasara frente a las baterías en la mañana próxima…todos abrigaban gran confianza en el buen éxito de la acción y se mostraban impacientes por la aparición del nuevo día”.


El combate de la Angostura del Quebracho

El 4 de junio la flota enemiga en navegación hacia Montevideo, fue enfrentada por las baterías del ejército nacional en la Angostura del Quebracho, próximo a San Lorenzo, ocasionándoles bajas humanas y daños importantes en las naves, algunas de las cuales fueron incendiadas por los propios tripulantes para que no cayeran en manos argentinas. Dichos daños fueron reconocidos por los propios comandantes ingleses en los partes que dirigieron oportunamente a Londres y que fueron publicados por la prensa de ese país y también por la argentina.

En ese combate, el teniente Mackinnon, al mando de las baterías de cohetes Congreve, formadas por 3 baterías de 24 libras y 3 caños de cohetes de 12 libras, que había instalado días antes en forma camuflada en una isla frente a las fuerzas argentinas, como ya se relató precedentemente, cuenta desde su punto de vista el desarrollo del mismo, destacando en forma exagerada, pero a lo mejor y casi seguro de buena fe, los efectos letales que dichos cohetes habrían producido entre las fuerzas argentinas. Tengamos en cuenta que la isla se encontraba debajo de las defensas argentinas que se habían instalado en lo alto de las barrancas, por lo cual mientras que los argentinos disparaban desde arriba hacia abajo, con más facilidad, pudiendo apreciar los efectos producidos, las fuerzas invasoras por el contrario, lo hacían desde abajo hacia arriba, con mayor dificultad y por lo cual su artillería no resultó de utilidad contra las fuerzas defensoras. Desde su ubicación, Mackinnon tampoco podía ver claramente los efectos que producían la explosión de los cohetes que disparaba, sino solo suponer o imaginarse algo que en realidad no ocurría. Desde los navíos solo podía verse que los proyectiles de su artillería no llegaban a causar efecto sobre las fuerzas defensoras, porque no llegaban hasta lo alto de la barranca.

Como prueba del poco efecto, por no decir nulo, que produjeron tanto la artillería naval como los cohetes en las fuerzas de la Confederación, basta señalar que su comandante, el general Lucio Norberto Mansilla, en carta que mandó el mismo día del combate al coronel Vicente González, le contó sobre los daños que se les había producido a los enemigos, y así afirmaba: “…El convoy de piratas, llevó su merecido. Están aún ardiendo a nuestra vista una barca, dos goletas y un pailebot, con todo su cargamento. En medio de la confusión producida por nuestros pequeños cañones, estos buques vararon en la costa de enfrente… y [los enemigos] no encontraron mejor medio que incendiar los buques…” y finaliza haciendo referencia a las bajas sufridas por los defensores: “Por tan honrosa jornada, en la que no tengo más pérdidas que la de un solo hombre y cuatro heridos por la visible protección de la Divina Providencia…” Esas bajas fueron insignificantes, si tenemos en cuenta que las fuerzas argentinas contaban en primera línea con 600 infantes y 150 carabineros, además de escuadrones de reserva.


La partida hacia Buenos Aires

A mediados de agosto y ya de vuelta en Montevideo Mackinnon relata: “…recibimos órdenes de completar la carga de carbón, de hacer otras provisiones y prepararlo todo para llevar a bordo al ex cónsul Mr. Hood, que había llegado poco antes de Inglaterra y trataría de arreglar ciertos asuntos con Rosas en Buenos Aires…

El día 30 de agosto partimos para Buenos Aires y llegamos a la ciudad en el día siguiente. Mr. Hood desembarcó enseguida para tener una conferencia con Rosas. La Alecto quedó ahora en una situación singular. Llevando la bandera blanca en alto, tenía libre comunicación con la ciudad capital del país, contra el cual, durante los seis meses precedentes, había estado luchando de continuo. Varios otros buques de guerra ingleses y franceses, estaban apostado ahí cerca, haciendo cuanto podían por hostigar y detener a los barcos de comercio, que pretendían descargar en las costas de la república Argentina… Algunos de los oficiales fueron a pasear por la costa entre las baterías que protegen la costa del río en la ciudad [relata seguidamente Mackinnon que se produjo un enfrentamiento entre las mencionadas baterías y el Firebrand]. Es razonable suponer que la población en cualquier otro país se hubiera sentido exasperada ante este insulto a su capital; pero estoy bien informado de que, cuando alguno de los oficiales de la Alecto andaban en medio de esa población, no hubo ninguna manifestación ofensiva contra ellos, aunque los oficiales sintieron lo extraño de su situación al verse junto a una batería que estaba cañoneando a nuestra propia bandera… Pasados pocos días, Mr. Hood concluyó su misión ante Rosas y nos embarcamos una vez más en la corbeta para volver enseguida a Montevideo”.


Buenos Aires y Montevideo

Es interesante lo manifestado por Mackinnon sobre quiénes eran los verdaderos gobernantes de Montevideo y el estado en la que se encontraba esta ciudad sitiada:

“En este período la ciudad de Montevideo se hallaba en un estado de discordia y de caos que superaba todo lo imaginable. Los altos funcionarios de los dos países más poderosos del mundo [Francia e Inglaterra] eran, de facto, los gobernantes de la ciudad, porque los gobernantes nominales dependían enteramente de ellos. Y en consecuencia las autoridades locales estaban dispuestas a expedir proclamas y a hacer leyes o no hacerlas, a hipotecar rentas, o llevar a cabo cualquier resolución que le fuera ordenada por los dichos gobiernos… 

Los nativos de la ciudad eran pocos y todos eran tenderos y dependientes de casas inglesas, cuyas opiniones nadie tenía en cuenta. El resto de la población estaba formada por vascos, por italianos y negros libertos”.

Es sorprendente lo que afirmaba acerca de las crueldades que se atribuían a las fuerzas sitiadoras de Oribe:

“Las más repugnantes crueldades eran ejercidas por los dos partidos nacionales y se perpetraban de ordinario torturas horribles y asesinatos premeditados de prisioneros. Para despertar la simpatía de las autoridades y fortalecer el odio contra el enemigo (esto lo contó una persona en cuya veracidad puede depositarse la mayor confianza) era frecuente que, cuando resultaba muerto algún hombre de las avanzadas de la ciudad en una de las diarias guerrillas que se producían, sus propios compañeros mutilaran a cuchilladas el cadáver de la víctima, de manera repugnante. Hasta lo destripaban, y dejaban al cuerpo tal como un carnicero prepara el cuerpo de una oveja. Entonces lo llevaban a la ciudad y lo exhibían bajo el ojo de las autoridades, asegurando, con mentira, que el soldado había sido hecho prisionero y tratado así por el enemigo [las tropas oribistas]. Menciono este episodio como espécimen del sistema de fraude utilizado por un partido en Montevideo [los riveristas y unitarios] para engañar a las autoridades. Muchas otras villanías eran perpetradas y desgraciadamente con mucho éxito”.

Es interesante también lo que este oficial inglés cuenta sobre el estado de las dos ciudades que él conoció en el Plata y es de destacar asimismo la comparación que hace de la seguridad que existía en Buenos Aires con la imperante en Londres, que da por tierra, con muchos mitos que inclusive hasta hoy muchos “historiadores” propalan sobre la inseguridad que según ellos soportarían los habitantes porteños, como consecuencia de crímenes y atropellos que atribuyen a la “mazorca”:

“…de formar opinión propia sobre el estado de las dos principales ciudades, Buenos Aires y Montevideo. El contraste era sorprendente. En Montevideo, con toda la civilización que en el orden civil y militar los jefes de los dos grandes poderes europeos podrían haber llevado, como es de suponerse, la ciudad estaba sucia hasta el extremo, la policía era pésima, porque los asesinatos se cometían en pleno día, haciendo víctimas a los mismos habitantes de la ciudad o a los marineros y soldados europeos. En Buenos Aires, por el contrario, reinaba la mayor seguridad en cuanto a la vida y la propiedad de las personas. Una policía activa y eficiente imponía en las calles de la ciudad la misma seguridad que podría encontrarse en Londres, y quizás mayor. Un gobierno riguroso hacía respetar las leyes, y los oficiales ingleses sentíanse, no solamente más seguros en sus personas, aun tratándose de una ciudad enemiga, sino tratados con mayor cortesía que en Montevideo.

Cualesquiera fueran las faltas de Rosas, este último hubiera podido decir, ciertamente, que, mientras su ciudad se hallaba en perfecto orden y seguridad, Montevideo, bajo otras influencias, era teatro de la anarquía…”

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El cohete Congreve

Guerra del Paraná
El cohete Congreve fue un arma utilizada por la armada inglesa en el siglo XIX, inventada por William Congreve.

El cohete constaba de un cuerpo cilíndrico de aproximadamente 10 cms. de diámetro por 70 cms. de largo, realizado con una lámina de hierro y una punta u ojiva cónica muy puntiaguda de aproximadamente 20 cms. hecha del mismo material. En la parte cilíndrica se hallaba el combustible que oficiaba de propulsor, que era pólvora especialmente tratada y compactada, que entraba en ignición mediante el encendido de una mecha. Para darle estabilidad, de su parte posterior salía una vara que servía de guía aerodinámica y evitaba que la trayectoria del cohete fuera errática. Esa camisa metálica o cuerpo cilíndrico en su parte inferior externa poseía una guía que se deslizaba por una especie de riel que estaba en la plataforma de lanzamiento, siendo estos unos caballetes de hierro con rieles guía de 5 metros de longitud.

En la punta u ojiva llevaba cargas explosivas o incendiarias, que oscilaban entre 1 y 10 kilos. El cohete de 24 libras que fue el más usado llevaba 10 kilos de carga. Estos cohetes, generalmente se lanzaban en salvas, de a pares. Los artilleros que lo operaban, podían ajustar la puntería, graduando el ángulo de los caballetes de lanzamiento.

En la batalla de Caseros se utilizaron estos cohetes ya sea por parte del ejército de la Confederación Argentina, como por el ejército brasileño.