Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIII N° 51 - Junio 2019 - Pag. 14
Litografías de Bacle - El Vendedor de velas P
En
esta litografía N° 4 del Cuaderno 1, “El Vendedor de velas” como en la mayoría
de las otras que componen la colección de “Trages y costumbres de la Provincia
de Buenos Aires”, de César H. Bacle, el personaje es de raza negra.
Podemos
apreciar que este vendedor llevaba apoyado sobre su hombro un palo largo, que
también podía ser una caña, de la cual, en sus extremos colgaban las velas por sus
pabilos.
Se
llama pábilo o pabilo, a la mecha combustible hecha de hilo de
algodón trenzado o retorcido que se colocan en las velas y que es por donde se
las enciende.
Estos individuos recorrían la ciudad ofreciendo su mercancía y como otros que vendían otros productos, también promovían la venta gritando cosas tales como:
“Compre
niña una velita para llevarle a la Virgencita”.
“Vendo
velas y velitas para alumbrar las casitas / Vendo velones para alumbrar los
salones”.
“Velones
y velitas que hacen tus noches claritas”.
“Hay
veeeelas para alumbrar a las abuelas”.
Si
bien las velas fueron inventadas muchísimo tiempo antes de la era cristiana,
podemos decir que como las que se utilizaron en Buenos Aires en la primera
mitad del siglo XIX, datan de la edad media y estaban hechas de sebo – principalmente
de grasa de vacas- o cera de abeja. Las de sebo tenían un olor desagradable,
mientras que las de abeja no tenían ese inconveniente por lo cual eran utilizadas
mayormente por personas de buen poder adquisitivo, debido a su mayor costo. En
el siglo XVIII empezó a utilizarse el producto que se llamó espermaceti comúnmente
llamado “esperma de ballena”, con lo cual las velas ya no tenían olor tan
desagradable y producían mayor luminosidad, a la vez que no se doblaban con el
calor del verano.
El
espermaceti es un aceite blanquecino que se encuentra en las cavidades del
cráneo del cachalote.
En
aquellas épocas la vida diaria se desarrollaba mayormente aprovechando la luz
del día, por lo que las tareas comenzaban con la salida del sol y finalizaban
con su puesta. Nada que ver con las costumbres actuales.
Pero
no obstante cuando comenzaba a anochecer, era común en el interior de las casas
la utilización de velas que se colocaban en candelabros, porta velas o arañas,
pero también se utilizaban lámparas que consumían aceite. Asimismo con velas se
iluminaban salones, teatros e iglesias y en estas últimas eran necesarias
también para las actividades propias del culto.
El
grado de iluminación de las casas, se relacionaba con el poder económico de sus
habitantes ya que en las viviendas de las familias acomodadas se realizaban
tertulias y el consumo de velas era mayor que las que se utilizaban en los hogares
normales o modestos.
También
muchas de las casas más importantes de la ciudad tenían faroles, con velas,
para iluminar las veredas.
Era común que las personas que debían salir de noche del domicilio, especialmente si eran mujeres o familias, fueran acompañadas por un negrito que llevaba un farol –denominado negrito farolero– con una vela, con el cual alumbraba el camino por las estrechas veredas de aquél Buenos Aires, con la existencia de rejas “voladas”, que hacían todavía más estrecho el camino el que tampoco era alisado, sino con pozos y desniveles y hacían el tránsito por el lugar algo dificultoso.
En
esa época las velas eran un producto de consumo masivo y ello fue así hasta
fines del siglo XIX, cuando se fue generalizando la utilización de la energía
eléctrica.